Una pincelada biográfica

Doris Lessing, que toma su apellido de su segundo marido, Gottfried Lessing, un judío ruso marxista, fue la primogénita del matrimonio formado por Alfred Tayler, un ex oficial, combatiente en la primera guerra mundial, en la que se dejó una pierna, y una enfermera, Emily Maude  Mc Veagh. Nació en el seno de una familia de clase media inglesa y protestante, pero en un lugar bastante alejado de Gran Bretaña, ya que vio la luz en Persia, en la ciudad de Kermanshah, el 22 de octubre de 1919.

 Sus padres se habían conocido en el hospital en el que Emily trabajaba y Alfred convalecía de la amputación y de otras heridas. Tras casarse, se marcharon a Persia, hoy Irán, donde Alfred había conseguido ser nombrado director de la sucursal del Banco Imperial de Persia en la ciudad de Kermanshah, más adelante adjunto al director del mismo banco en Teherán. En Persia nació también su hermano. De allí proceden sus primeros recuerdos, según cuenta la primera parte de su autobiografía, Dentro de mí, publicada en castellano en 1997. En 1924, después de pasar por Londres y prepararse para establecerse en África como granjeros, la gran ilusión de su padre, la familia se marchó a Rodesia del Sur, hoy Zimbabue.

«El gobierno blanco de Rodesia del Sur vendía tierras a los antiguos soldados prácticamente por nada y el Land Bank apoyaba a los esforzados granjeros con préstamos a largo plazo», escribe Lessing en las primeras páginas de su autobiografía. Allí, en la granja levantada en una colina en la región de Lomagundi, en el nordeste, una zona muy salvaje, con pocos habitantes, vivió Doris parte de su infancia y de su adolescencia. Eso la marcará para siempre y repercutirá de manera fundamental en su obra.

En la autobiografía, cuyo segundo volumen, Un paseo por la sombra, se publicó en castellano en 1998, tan solo un año después de su aparición en lengua inglesa, abundan las referencias al paisaje de Lomagundi, de una enorme belleza, por supuesto salvaje, la jungla en la que, junto a su hermano, trata de internarse siempre que puede para observarlo todo. La curiosidad de Lessing, que conservó hasta su muerte, el 17 de octubre de 2013, será uno de los rasgos más importantes de su carácter. Muchos años después, al regresar a Lomagundi, consideró que, en realidad jamás se había ido «era como si formara parte del lugar».

Tras una enfermedad de la que se repone fuera de casa, se irá, siendo todavía adolescente, a hacer de niñera en una granja. Más tarde pasará a Salinsbury, actual Harare. Allí sobrevive trabajando de telefonista hasta que se casa, a los diecinueve años, con un funcionario del gobierno británico, Frank Charles Wisdon, un hombre diez años mayor que ella, con el que tendrá dos hijos. El matrimonio no funciona.  «Me sentía esposada en las muñecas y con cadenas en los tobillos», escribe. Pronto se distancia de su esposo. Entra a formar parte de un grupo de izquierdas, donde conoce al que será su segundo marido. Antes se enamora de un sargento de la fuerza aérea británica, cuyas cartas se han publicado hace poco. Abandona el domicilio conyugal dejando a los niños con su padre. Trabaja como mecanógrafa en el bufete de un abogado y milita en el Partido Comunista de Rodesia. Parte de su obra posterior, como La buena terrorista, refleja esos momentos en tanto que Cerco de tierra y Al final de la tormenta guardan un estrecho paralelismo con su relación con Gottfried Lessing,  con quien se casa en 1945 y se divorcia en 1949. También en su libro En busca de un inglés se encuentran episodios de su vida real, un viaje a Ciudad del Cabo y un romance que tuvo allí. Pero todas estas obras las escribirá lejos de África, en Inglaterra a donde se marcha en 1949, con el hijo de su segundo matrimonio, nacido en octubre de 1946. Antes solo había escrito poemas y la novela, reelaborada una y otra vez, Canta la hierba, para la que no encuentra editor en Rodesia del Sur, donde  solo consigue publicar algunas narraciones en las revistas The Democrat y Trek.

Entre 1952 y 1956 milita en el Partido Comunista  de Gran Bretaña y trabaja para este en Londres. Sin embargo, se distancia del PC y abandona el partido tras conocer los crímenes de Stalin y la invasión de Hungría por los tanques rusos. Aunque se aparte del compromiso marxista jamás abandonará la necesidad de denunciar la injusticia y seguirá hasta el final levantando la voz y pidiendo que cada uno de nosotros la levante ante los abusos de los poderosos.

Las malas relaciones con su madre marcaron su vida y su literatura. En Dentro de mí asegura que su madre deseaba un niño y, cuando ella nació, tenía preparada ropa de niño. Se queja de que quiso siempre mucho más a su hermano menor, Harry, pero confiesa a su vez que en muchos momentos odiaba a su madre. Al final de su vida su actitud filial cambia, incluso en su última novela Alfred y Emily trata de sus padres, con los que se reconcilia. No obstante, el no querer ser como ellos, —asegura en su autobiografía que le parecen patéticos— marca su vida. En especial, no quiere ser como su madre, cuya única misión, truncadas sus expectativas laborables como enfermera al dejar Inglaterra y casarse, es cuidar de su marido y de sus hijos. Algo que fue también el destino de muchas mujeres en toda Europa y en América y todavía más concretamente en la España de la posguerra. «La frase he sacrificado mi vida por los hijos», que Doris pone en boca de su madre podría ser una referencia generacional.  En muchas páginas de su autobiografía acusa a su madre de que no la quiere, asegura que de niña fue muy desgraciada, que los niños necesitan amor. Paradójicamente, sin embargo, ella abandona en Rodesia a John y Jean, los dos hijos de su primer matrimonio con Frank Charles Wisdon, con el que estuvo casada entre 1939 y 1943.  Lessing se refiere a que lo tuvo que hacer aunque fuera traumático. El hecho contrasta con los constantes reproches a su madre, vertidos de manera incansable en su autobiografía. En una entrevista que le hizo Rosa Montero para El  País en 1997 reconoce:

—Fue una cosa terrible, pero tuve que hacerlo. No puedo decir que fuera una buena decisión, pero pudo haber salido mucho peor en todos los sentidos. Mis hijos fueron siempre extremadamente generosos, ni mi hijo ni mi hija me condenaron jamás y siempre me apoyaron.

En cambio, se ocupó mucho de Peter, su tercer hijo, al que se llevó con ella a Inglaterra y al que cuidó con verdadera entrega cuando enfermó. A partir de 1949 en Londres emprende una nueva vida no exenta de dificultades. Está sola con un niño pequeño que depende exclusivamente de ella, ya que el padre no le envía dinero, pero se abre camino como escritora y consigue publicar con éxito Canta la hierba. Sus historias amorosas, logros y fracasos, sus experiencias sexuales de entonces se desmenuzan sin rubor en los dos volúmenes de su autobiografía y pasan ligeramente modificadas a su obra.

 

Vida y literatura

 Como ya he señalado, la obra de Doris Lessing tiene mucho de autobiográfica. Tal vez la escritora necesitaba mirarse en el espejo de las páginas de sus libros para saber quién era y qué deseaba. La literatura le permitió seguir viviendo en la medida que cuanto le sucedió quedó plasmado en sus textos, con pocas excepciones, de manera que en la escritura encontraba un punto de apoyo para continuar. Considero que las páginas escritas, a veces se convertían en una experiencia psicoanalítica.  De ahí que en su obra, vida y literatura se imbriquen estrechamente. Su familia, su propia persona, sus  maridos  y amantes,  sus amigos y amigas,  el paisaje en el que se desarrolla su infancia,  los barrios de Londres donde  habita, el contraste entre el mundo de los blancos y el de los negros en Rodesia del Sur, su lucha  contra el apartheid,  su militancia en el Partido Comunista, su interés por un mundo más justo,  su necesidad de amor, los problemas que entrañan las relaciones amorosas entre hombres y mujeres, la amistad femenina, etc. etc., etc. Todo pasa a sus obras.

 Muchas de las referencias que campan al desgaire entre las líneas de sus novelas o se convierten incluso en tema fundamental de algunas de ellas, se encuentran en los dos volúmenes de su autobiografía, iniciada en 1993. Según declara, su intención es dar al traste con las falsedades que ya por entonces se han difundido sobre su vida y el horror que le produce que cinco biógrafos norteamericanos  estén escribiendo sobre  ella. Asegura además que a menudo las entrevistas que le hacen, pese a ser grabadas, no reflejan lo que ha dicho: «Los datos —señala Lessing con humor— cada vez importan menos, en parte porque los escritores son como perchas en las que colgar las fantasías de la gente».

Doris Lessing escribió de manera incansable. Cultivó todos los géneros literarios, en una producción que incluye alrededor de setenta títulos, muchos traducidos al español.  Cada nueva obra es un reto. Una apuesta con ella misma de la que quiere salir vencedora. Primero con sus obras de denuncia social contra la discriminación sufrida por los negros en Rodesia del Sur y, más adelante, con sus novelas sobre ciencia ficción, Canopus en Argos, que no gustaron a sus críticos. Pese a ello, siguió publicándolas porque le apetecía, aunque eso la apartara de la consideración de ser una escritora de categoría. 

Su obra  tiene siempre en cuenta  sus intereses que  conforman  tres grandes bloques:

El primero, las novelas y cuentos que tratan de África, de los conflictos coloniales, de la situación miserable de los autóctonos. Lessing toma siempre partido a favor de los negros frente a los blancos colonizadores y muy a menudo nos muestra los malos tratos que estos infringen a aquellos. África está presente no solo en sus primeros relatos, que tienen éxito, precisamente por eso, porque su punto de vista es nuevo y revolucionario, sino también en la pentalogía Hijos de la violencia (1952- 1969), en la que se incluye la novela Marta Quest, un alter ego de la escritora que le permite observar ya desde Inglaterra lo que ha supuesto el imperio colonial y las equivocaciones cometidas en nombre de la  civilización blanca. Por sus criticas, en 1956 se le prohibió visitar Rodesia.

El segundo, gira en torno a los aspectos de las relaciones humanas, en especial de las amorosas. Siempre necesitó gustar y ser amada. Fue una mujer liberada que no tuvo problemas en escoger o ser escogida como compañera de cama, aunque prefirió aunar con el enamoramiento el deseo sexual. Uno de sus libros tardíos De nuevo el amor, plantea una relación sentimental de senectud.

 El tercero, tiene que ver con la ciencia ficción. Canopus en Argos, es un divertimento personal, que solo tuvo éxito con los aficionados al género, pero que para ella, primero protestante, después por un breve tiempo próxima al catolicismo, más adelante atea, supuso un acercamiento al sufismo.

He dejado fuera de esos  bloques El cuaderno dorado, su obra más conocida e internacional, diferente al resto de su producción por su envergadura.  Publicada en la ya remota fecha de 1962, en Londres, no fue traducida al español hasta 1978, diez seis años después de su aparición ya que era absolutamente impensable que la censura franquista la dejara pasar. La editorial Noguer consiguió los derechos y la versión española corrió a cargo de la también escritora Helena Valentí, afincada en Londres durante muchos años. 

 A mi entender, El Cuaderno Dorado es la gran obra de Doris Lessing, aunque hoy la leamos de manera distinta a cuando apareció, ya que las mujeres hemos conquistado muchas de las demandas que aparecen en el libro, en todos los aspectos, desde los económicos, pese a que la precariedad femenina sea todavía mucho mayor que la masculina, a los sexuales. En la actualidad, casi nadie ve con malos ojos, la libertad sexual conseguida por las mujeres. Las familias monoparentales femeninas, quizá habría que escribir, con mayor propiedad, monomaternales, están a la orden del día y la sororidad, la ayuda mutua entre mujeres, creo que se da más que nunca. Todos estos asuntos, entre otros, se planteaban en el Cuaderno Dorado que fue acogido por las mujeres como un libro que también podía servirles de espejo. En España, por lo menos, a finales de los setenta y durante los ochenta, muchas mujeres leímos a otras mujeres para encontrarnos a nosotras mismas, para ver qué pautas de comportamiento nos ofrecían,  necesitadas de referentes.

El Cuaderno Dorado es, en primer lugar, una novela experimental. No es, por supuesto, el Ulises de Joyce, pero sí guarda relación con cierto tipo de literatura que tiende a innovar desde el punto de vista formal, como  hicieron los franceses, Michael Butor, y Nathalie Sarraute. Creo que Lessing pretende crear una obra totalizadora y muy ambiciosa en la que las diversas partes se recompongan como en un rompecabezas. Así funcionan los distintos cuadernos que integran el texto. En el prefacio escrito por Doris Lessing para la edición de 1972, diez años después de la aparición del libro y cuando la obra ya había sido divulgada en el mundo entero, da cuenta de sus intenciones en este sentido y nos advierte del entramado que su obra implica:

Tiene un armazón o marco titulado «Mujeres libres», novela corta convencional que puede sostenerse por ella misma. Pero está dividida en cinco partes y separada por los cinco períodos de los cuatro diarios: negro, rojo, amarillo y azul. Los diarios los redacta Anna Wulf, un personaje importante en «Mujeres libres». Lleva cuatro diarios en vez de uno, pues, como ella misma reconoce, los asuntos deben separarse unos de otros, a fin de evitar el caos, la deformidad..., el fracaso. Los diarios terminan a causa de presiones internas y externas. Se traza una gruesa raya negra que atraviesa la página, un cuaderno tras otro. Pero una vez terminados, puede surgir de sus fragmentos algo nuevo: «El cuaderno dorado».

 

El pseudónimo, una prueba arriesgada

Cuando ya era una escritora de éxito internacional, quiso comprobar las dificultades que podría tener alguien desconocido para publicar y con el pseudónimo de Janne Sommers, trató de que vieran la luz dos novelas, pero su editor Jonathan Cape las rechazó. De la primera, El diario de una buena vecina, consideró que era un buen libro, pero comercialmente inviable, una excusa reiterada hasta la saciedad. No obstante, Lessing consiguió que ambas se publicaran e hizo que se las enviaran a los críticos, especialistas en su obra, que habían proclamado maravillas de su producción anterior. Ninguno de ellos se dio cuenta de que esas novelas podía haberlas escrito ella o, por lo menos, que la tal Janne Sommers la imitaba. En los suplementos literarios de los periódicos tampoco las tuvieron en cuenta. En algunos, como en el  Sunday Time no las leyeron, algo que suele pasar con las obras de desconocidos, y no salió reseña alguna. En el The Observer calificaron la primera novela de desigual. En cambio en The Fiction Magazine la elogiaron, como admirable e inolvidable, según contó la propia Lessing.

La autora del Cuaderno Dorado, que tenía un gran sentido del humor, se divirtió con el enredo, que molestó mucho a su editor. Se propuso demostrar de manera fehaciente que solo el éxito llama al éxito.  Suya es la frase: nada tiene tanto éxito como el éxito.

En la estupenda entrevista de Rosa Montero ya mencionada, declaró que lo del pseudónimo:

me pareció un experimento interesante. Además, luego he descubierto que eso lo han hecho otros autores, sólo que no se ha hecho público. Simplemente pensé: voy a ver qué pasa. Los críticos dijeron que El diario de una buena vecina era una primera novela prometedora... Lo cual resulta curioso. Y también recibí cartas interesantísimas, como una que venía de una escritora de libros románticos muy, muy conocida, que me dijo que llevaba publicados, no sé, pongamos que setenta y tres libros, y siempre era maravillosa y fantástica y fenomenal para todo el mundo, y vendía millones de ejemplares de cada uno; y entonces escribió una novela más, pongamos que la número setenta y cuatro, y puso un seudónimo y la mandó a sus mismos editores, y se la devolvieron diciendo que no se podía publicar, que no les gustaba mucho, y que le sugerían que estudiara las obras de Fulana, o sea, de ella misma. Y entonces ella volvió a enviar el manuscrito a sus editores, esta vez con su propio nombre, y le dijeron: oh, maravilloso, estupendo, querida, cómo lo consigues, siempre escribes tan bien...

 

Un Nobel algo tardío

A los ochenta y siete años consiguió, finalmente, ganar el Premio Nobel. Ya no lo esperaba. Le habían dicho que a los académicos suecos no les gustaban sus libros y que nunca lo conseguiría. Tras recibir la noticia, declaró que se lo habían dado porque estaba muy mayor y brindó con agua delante de los periodistas, asegurando que era ginebra y quejándose, con humor, de que su intromisión, las llamadas y felicitaciones de sus amigos molestaba a su gato que se ponía nervioso con tanto jaleo.

 A causa de sus achaques no fue a Estocolmo a recibir el Premio. Se lo entregó el embajador sueco en Londres en 2008. Uno de los momentos más destacados del acto y que más le gustaron a Doris Lessing fue el compromiso de donación de 10.000 libros a diversas escuelas de Zimbabue por parte de sus editores Harper Collins, que quisieron de este modo contribuir a la lucha contra «la falta de libros y recursos educativos». En el discurso de aceptación señaló que recogía el Nobel «en representación de todos aquellos autores que han trabajado duro a lo largo de sus vidas pero no han recibido ningún premio». No fue su caso. Ella obtuvo muchos e importantes premios. El primero, que le permitió comprarse una casa, fue el Somerset Maugham en 1954, después el Medicis de Francia en 1977, en España, el Premi Internacional Cataluña en el 1999 y, en 2001, el Príncipe de Asturias de las Letras, antesala al Nobel. Rechazó el título de Dama del Imperio Británico, que otorga la reina Isabel II, alegando la inexistencia de tal imperio.

La concesión a Doris Lessing del Premio Nobel, que satisfizo a muchas mujeres feministas, admiradoras de su obra, no fue bien recibida por algunos críticos. Harold Bloom consideró que se trataba de una decisión «políticamente correcta» y añadió: «Aunque la señora Lessing al comienzo de su carrera tuvo algunas cualidades admirables, encuentro que su trabajo en los últimos quince  años es un ladrillo... ciencia ficción de cuarta categoría». El crítico alemán Marcel Reich-Ranicki aseguró que la decisión había sido decepcionante: «La lengua inglesa tiene escritores más importantes y más significativos como John Updike o Philip Roth».

Conocí a Doris Lessing

Tuve la fortuna de conocer a Doris Lessing, aunque quizá Doris Lessing no me conociera a mí. Estuve con ella cuando fue a Barcelona en mayo de 1999 para recibir  el premio que la Generalitat de Catalunya le otorgó.  Si no recuerdo mal, Marta Pessarrodona, su traductora al catalán y también al castellano, me la presentó. Me pareció una persona simpática, enormemente cortés y muy seductora. Sería petulante por mi parte considerar que haber conversado con alguien un rato en un acto más bien multitudinario signifique conocerle. En cambio, sí puedo asegurar que conozco a Doris Lessing a través de sus libros y también por personas interpuestas, algunas amigas que sí la trataron. Dos de ellas, la misma Marta Pessarrodona y Rosa Montero, gran admiradora suya, han insistido siempre en que Doris Lessing es una pionera, que abre camino a las mujeres, que se adelanta a su época y que es además una luchadora, aunque su obra sea hoy, por lo menos en  España,  poco leída. Ojalá el centenario de su nacimiento, que se cumple en octubre de este 2019, sirva para acercarla de nuevo a los lectores.