En un momento de la Historia, los pintores dejaron de retratar santos, papas y reyes y se pusieron con la montaña. No eran ya pinturas basadas en testimonios encuadernados ni caracterizadas por atributos de poder mundano con afán divino, sino tomadas de la descripción que facilitaba el paisaje. Daba igual idealizarlo porque las montañas, todas, acaban por ser una, aunque presenten rasgos distintos y el sol amanezca, según Heráclito, nuevo cada día. La filosofía nació en verso y orientada a la naturaleza. Todo está lleno de Ser, que, si hacemos caso a Parménides, es uno y continuo. Y una y continua es la montaña, que sirve como objeto de contemplación y como elemento desde el que contemplarlo todo, incluso desde el que contemplarse. Solón dijo que la palabra era como el espejo de la acción, y aquí está para confirmarlo Eduardo Martínez de Pisón. La montaña, para él, es un familiar al que no visita porque nunca abandona. Y, como persona de acción y pensamiento, ora se remanga por que los espacios protegidos aumenten, ora medita cuánto de cósmico hay y cuánto de humano en el cambio climático. Sus certezas, pocas pero firmes. La montaña le obliga a la humildad. “No eres nada a su lado. Un insecto. Te puede llevar por delante una ráfaga de viento igual que a una piedra. La montaña es indiferente a tu existencia. Las rocas te miran, insensibles, desde el poderío de su edad: trescientos millones de años, una cifra que supera lo imaginable”. Lo importante es cómo te muestras ante ella. La disposición. La montaña eres tú. Y volvemos al mundo presocrático.

Martínez de Pisón estudió Geografía Urbana, pero es especialista en la Física. Ha trabajado para la Unesco, investigado la Antártida y sido profesor en varias universidades. Del alpinismo ha hecho su razón de estar en el planeta, y ha ascendido todo lo que es ascendible. Tras una vida enfangado en el análisis técnico, estudiando cortes geológicos y morfoestructuras, ha emprendido la escritura de ensayos en los que aborda cultural y artísticamente la montaña. La Tierra de Jules Verne (2014), La montaña y el arte (2017) y Viajes al centro de la Tierra (2018). Antes, la había observado con ojos de razón para hacerla inteligible y poderla explicar a sus alumnos. Está convencido de que si proyectas sobre ella una mirada mercantil, se volverá pragmática; y si proyectas una mirada poética, se volverá sublime. A sus ochenta y dos años, algunas dudas se han convertido en glaciares. Imperecederos.

- El conjunto, ¿está preparado para entenderla?

- No lo sé. Yo veo muchas veces a gente en grupo, cantando, y hasta gritando. El motivo es su falta de costumbre al silencio. No puede con él. Y chilla para vencer la opresión que le produce. Por el contrario, el habituado lo que busca es ese silencio, reconocerse en la impasibilidad del roquedo, transcurrir él mismo dentro del paisaje. Obtener un placer lo más planetario posible.

- ¿El miedo a la montaña tiene que ver con el miedo a la soledad?

- El miedo a la soledad viene del temor a lo remoto, y lo remoto es muy importante: conforme te adentras en la montaña, te alejas del lugar base, del último pueblo, del coche. Sabes que la vuelta se estira, que todo se va complicando a la espalda: los arroyos, el paraje escarpado que dejas atrás... Eso produce un temor combatible a base de hábito. En el campo pasa lo mismo: llega un ajeno y no distingue ni las nubes. La experiencia se adquiere con la frecuentación, pero también se transmite: de padres a hijos, en clubes, o entre amigos. Siempre hay un veterano que introduce al que llega.

 

“El cambio climático reconfigura el paisaje”

El planeta también es acogedor. En verano, hay riachuelos que cantan, lagos en que se reflejan montes y praderas llenas de fronda. En la actualidad, se encuentra acosado por el gran tema de nuestro tiempo: el cambio climático, no siempre explicado desde la objetividad. “Todo indica que el hombre es causante de polución atmosférica y de elementos nocivos para la estabilidad. Lo cual es compatible con la evidencia de que el clima, por su cuenta, va cambiando. Lo ha hecho a lo largo de milenios. Y entre esos cambios, atravesamos uno”. Más que un fenómeno planetario, parece entonces un fenómeno universal. Y es el mayor reto que afronta la montaña. El cambio climático es, en realidad, un cambio de paisaje. Los glaciares se repliegan de forma alarmante. “Si retrocede un kilómetro uno que tiene cuarenta, apenas se nota. Pero si retrocede un kilómetro uno que es pequeño, como los del Pirineo, desaparece”. Así, perdemos elementos constituyentes de la geografía. “Como si derriban el edificio del Prado”.

- El cambio, ¿desfigura el paisaje?

- Lo reconfigura.

- Usted ha llorado al dejar de ver glaciares queridos, pero no parece alarmista.

- La alta montaña vira de un mundo helado a otro roquero. En los últimos diez mil años -que es el ciclo posglaciar en términos geológicos- el planeta ha sufrido, de media, un vaivén cada mil. En esos vaivenes ha habido avances glaciares y retrocesos. Que se produzcan en nuestra época, llamada Holoceno, es relativamente esperable. El último de gran resonancia, significó en Los Alpes una Pequeña Edad del Hielo: empezó hacia 1600, aproximadamente, y terminó hacia 1860, aproximadamente también. En otros sitios, lo mismo. Es decir, antes de ayer: desde comienzos del XVII, o finales del XVI, hasta mediados del XIX. En esa fase, hubo un avance generalizado de todos los hielos de la Tierra: desde la Antártida al Pirineo, pasando por los Alpes, el Ártico y el Ecuador. Esto cesó hacia 1860. Unos lo atribuyen a causas naturales y otros, a la contaminación. 

- Esta última oscilación, pues, ¿cabría responder a causas geoclimáticas?

- La aceleración en el retroceso glaciar es evidente. El origen, discutido. Puede estar en razones de tipo cósmico o en razones de tipo histórico derivadas de la Revolución Industrial.

- ¿O en una mezcla?

- O en una mezcla. Si somos serios, es muy difícil medir la responsabilidad. Hay sospechas de que el hombre pueda ser el causante.

- Sospechas.

- No pasan de ahí. Hubo situaciones parecidas en la época romana y en el Neolítico, hace cinco mil años. Ésas, evidentemente, no las pudo causar. Tenemos suficientes fluctuaciones a lo largo del tiempo. Hay que pensar en el continuo histórico: hasta el siglo XVIII no volvieron los glaciares, que ahora decrecen. Entonces aumentaron de un modo no catastrófico –no produjo daños derivados-, pero sí más que constatable.

- Y eso alteró el paisaje.

- El de la alta montaña.

- Condicionando la vida.

- En la medida en que se perdieron los pastos de altura. Hubo que abandonar majadas y zonas de cultivo. Todas se helaron. Ciertos puertos dejaron de ser transitables y ciertos valles quedaron aislados. Fue un descenso de temperaturas integral. Las corrientes atmosféricas modificaron el asentamiento de las precipitaciones. Es decir, todo cambió. Y las consecuencias se notaron no sólo en zonas glaciares, sino, por ejemplo, en Valencia: el Turia estuvo helado. Las secuelas socioeconómicas fueron considerables y expandidas.

- Y ahora estaríamos ante unas consecuencias opuestas.

- Las de ahora serían similares a las del Neolítico, entonces lejos de causas antrópicas.

 

“La respuesta humana frente al cambio climático hay que esperarla a través de la cultura y de la educación. Ellas deben llevarnos a la responsabilidad”.

 

- Confía en la respuesta humana, por lo que he leído.

- La respuesta humana hay que esperarla a través de la cultura y de la educación. Ellas deben llevarnos a la responsabilidad. Tres cosas que a veces no llegan.

- Que sea hoy tan diferente la vida a la del Neolítico, ¿favorece la respuesta o nos deja más a la intemperie?

- Ambas cosas. Por un lado, existe más población, hemos llegado a más sitios; y hemos organizado nuestra vida tecnológicamente. Depender de la electricidad, y de internet, nos vuelve más frágiles de lo que parece. Pero, al mismo tiempo, ello nos caracteriza como una sociedad muy avanzada. Conocemos científicamente el entorno. Nuestra mirada no es mágica. Disponemos de elementos razonables de control y hemos demostrado que sabemos ser eficaces. Con muchas más personas afectadas potencialmente, eso sí. La población neolítica era escasa en la península y en cualquier otro punto de la Tierra. Madrid, París, Londres… no existían. Y si decidimos no poner remedio, tendremos que resetear. Y aun poniéndolo. Es más que posible que muchos puertos e islas acaben inundados.

“La esperanza es el único bien común a todos los hombres”, dijo Tales de Mileto. El futuro de Venecia dependerá de hacia dónde vaya la naturaleza y de cómo respondamos nosotros. “Dependerá del dinero que estemos dispuestos a entregar para conservar las calidades naturales y las urbanas. Capacidad técnica existe para reconvenir la tendencia natural, pero requiere de inversiones ingentes”. Los Pólder pintan peor. “El norte de Bélgica y el de Holanda atraviesan un problema grave. Es grave ya, en este momento. Se metieron en el mar -con un coste elevado también-, y ahora el agua reclama su antiguo espacio”.

 

“El hombre ha avanzado siempre a costa de la naturaleza”

- Ganar terreno al mar no es una tendencia reciente.

- Claro que no. Empezó en el siglo XII. Pensamos que todo lo hemos invadido en los últimos cien años. Y no. El hombre ha avanzado siempre a costa la naturaleza. Le ha convenido. Pero hay cambios climáticos.

- Creo que están midiendo el hundimiento día a día.

- Día a día. El mar anda ya golpeando las dunas, que no oponen resistencia a su embate. Otro problema: la presencia humana en la raya misma del mar. El riesgo sería menor si los asentamientos estuvieran lejos o las personas optaran por marcharse. Es como la manía de meterse en los barrancos, en los torrentes…

- Eso es ya temeridad.

- Una temeridad derivada de la codicia. Porque si te defiendes de la naturaleza, o te lanzas a ella para vivir mejor dentro de lo razonable, no pasa nada. El conflicto nace de buscar solares sin otro objetivo que su venta, promoviendo nueva construcción. Se ve en la montaña. Nadie se había internado en ella. Había riadas y nada pasaba. Ahora vemos casas, con gente dentro, en zonas inundables o en cursos de los que se apropia el agua cuando se desborda. Hay una trastienda urbanística. El hombre se mete donde no debe. Por dinero. Pasa lo mismo cerca de los volcanes. ¿Y si entran en erupción? También es verdad que hay helicópteros y es posible evacuar a la gente por aire. Pero, ¿hemos pensado que en Canarias puede haber una erupción cualquier día? El valle de la Orotava está lleno de casas.

- La alta montaña, afortunadamente, estará a salvo.

- Si le digo que hay atascos en las cumbres del Everest y del Aneto, ¿cómo se queda? Se empiezan a saturar igual que las carreteras. Y la posibilidad de accidente aumenta.

 

“El turismo es, como casi toda la industria, insaciable”

- El turismo.

- El turismo es, como casi toda industria, insaciable. Ha extendido su sombra por los rincones y el último al que ha llegado es la montaña, alcanzando hasta la cumbre. Subir al Everest ha pasado de ser una aventura a un reclamo comercial. Las famosas expediciones. Adiós al componente heroico. Los consumidores pagan grandes cantidades y los gobiernos de Nepal y de China cobran royalties. ¿Resultado?: caravanas que llegan al escalón Hillary. Y chocan. Como en la boca del metro. Ni entran ni salen. En la cima del Aneto había este verano atascos de una hora. Entre el glaciar y la cumbre, en la arista afilada del Puente de Mahoma. Es un lugar estrecho, sólo accesible practicado de uno en uno, hay que trepar con cuidado porque el abismo es fuerte. ¡Pues allí te encuentras turistas!

 

“Tenemos estaciones de metro en las cumbres de los picos. ¡Eso no puede ser!”

- Muchas veces habrá estado solo.

- Siempre. Absolutamente solo. Pues ahora parece el metro de Callao. Tenemos estaciones de metro en las cumbres de los picos. ¡Eso no puede ser!

- El turismo, por sí solo, no va a frenar.

- Por eso hay que regularlo. A una demanda insaciable hay que oponer una oferta razonable. El Aneto es un Parque Natural y el Everest está en uno Nacional, el de Sagarmatha. Las autoridades han de plantear condiciones de acceso. No hay otra. Igual que en un auditorio no es permisible la entrada de millones a escuchar a Bach. Hay cosas que no se deben dejar al capricho o a planteamientos economicistas. En eso soy tajante. Y hablando de parques naturales, más.

 

“El deporte en la montaña, y aledaños, es un estorbo”

- Derivado de esto, me interesa su mirada crítica hacia el deporte. Usted defiende el imaginario figurativo de la montaña, el bagaje cultural. ¿No hay mucho dominguero que la frecuenta? Pensemos en el atletismo.

- El atletismo se ejercitaba en canchas y la bicicleta, en velódromos. Saltaron a la ciudad, a los parques, luego a la carretera y más tarde a los caminos. Al final han llegado a la montaña. La usan como velódromo rugoso o cancha con pendientes. Pero son deportes de pista. Yo me cruzo por Guadarrama, a veces, con grupos de trescientas personas y me tengo que apartar como el que ve una manada de búfalos. Pasa la estampida y regresa la paz. Pero no han dejado ni un pájaro. Es la Carga de la Brigada Ligera.

- ¿Falta de cultura?

- O falta de reflexión, que es parecido. Hay que darse cuenta de que la naturaleza, siempre que ella no diga lo contrario, significa sosiego. De que la naturaleza es lo suyo, no lo tuyo. De que en los sitios alejados hay que dejarla ser, no hay que estorbar. Y el deporte en la montaña, y aledaños, es un estorbo. Ahora hay bicicletas electrificadas para señoritos. ¿Qué tiene que ver eso con el paseo? Hay que poner un pie delante de otro, exactamente igual que la cabra, el perro y la vaca -¡las vacas no van en bicicleta!-. Hay que ir callado y no generar erosión. Lo demás perturba el escenario y el coloquio que mantiene consigo.

- ¿Y no perturba también la moda del senderismo, aparentemente inocua, alentada desde los medios de comunicación? Yo no la veo tan asociada a la naturaleza. Veo, más que amor por el paisaje, estrés urbano.

- Se da en el Camino de Santiago. Van a paso ligero. Casi en tensión. Yo, que emprendo los senderos generalmente en sentido opuesto, me encuentro a gente que sale a quemar etapas o en busca de un sello en la credencial. Son personas que no se detienen ante un abedul, ante una playa. En un pueblo. Es como acudir a un museo con el siguiente planteamiento: ‘A ver cuántas salas me hago en un minuto’. O en treinta. Y pasan delante de Goya. Tal es el beneficio que obtienen.

 

“El favor de la naturaleza lo tienes que ganar. Regalado o comprado, no funciona”

 

- Corriendo o andando.

- Andando es exactamente lo mismo. El comportamiento se industrializa. Se convierte en turismo. ¿Fin de semana? A salir. La cosa cambia actuando por voluntad propia, o desde el esfuerzo, o fruto de una organización mental determinada. Ahí, sí, consigues lo más con lo menos. El favor de la naturaleza te lo tienes que ganar. Regalado y comprado, no funciona. Todo lo bueno, desde el amor a lo que quieras, hay que ganarlo. Requiere de una entrega íntima y de un espíritu de adaptación a aquello que existe. Por el conocimiento se llega a la admiración y por la admiración, al respeto. Es una labor educativa en la que interfieren vendedores de ropa, de bicicletas, los de las estaciones de esquí, preocupados en colocar forfaits

- La gastronomía, alentada por gobiernos regionales.

- ¡Por descontado! Entonces, en la naturaleza intervienen agentes externos. La enseñanza no tiene que ver con el comercio. Yo he sido profesor toda la vida. Y enseñar y educar no van por separado. Dices: ‘Esta planta es una spermatophyta del Devónico…’, y, sin querer, educas. Porque estás dando a conocer. Y surge la cadena: conocer-admirar-respetar… a esa planta. El fabricante de bicis eléctricas, o de montaña, usa el reclamo del bosque para su negocio.

- Turismo camuflado de afecto por la naturaleza.

- El vendedor se camufla porque la naturaleza tiene buena prensa. Y se va generando, alrededor del monte, una economía.

- Las empresas fundaron departamentos de Responsabilidad Corporativa.

- Igual esos departamentos tienen algo positivo. Que existan es elocuente. Pero se trata de no actuar con intermediarios que poseen intereses económicos. Hay que domesticar la realidad, cada día surge una cosa nueva. Ahora, patines por las aceras.

- Muchos anuncios automovilísticos se localizan en parajes ideales.

- La montaña queda mejor que un atasco. Se sirven de la naturaleza e invitan a consumirla.

 

“Hay que defender la naturaleza como medio de vida profundo y espiritual”

 

- Los automóviles llevan a aparcamientos desde los que acometer la subida más plácida.

- Y progresivamente el entorno se urbaniza. Es una red sobre el terreno. Urbanizar lo rural no quiere decir levantar ciudades, sino permitir características que lo reconvierten. Hay que defender la naturaleza como medio de vida profundo y espiritual. No de existencia. Ni para sobrevivir. Y, menos, para la obtención de dinero.

- Más perversidades: conciertos de rock desarrollados cada verano en Hoyos del Espino. Lo llaman Músicos en la Naturaleza y meten a doce mil personas.

- El concierto es desacertado y meter a doce mil, también. Se apagan los sonidos de la naturaleza. ¿Qué experiencia va a haber? ¿Un bosque como telón de fondo? Qué bonito, ¿eh?

- Tragicómico.

- Los genios de la montaña huyen, los gnomos los primeros. Y si no tienen donde ir –porque a veces El Despropósito llega a la cumbre misma-, mueren. Todas las hadas están muertas… podría ser el título de un libro. No parece que haya fácil solución. En otros países intentan poner más remedio. Aunque los remedios…

- Como los parches, son intervenciones.

- Sí, puedes decir: ‘Protejo esto’, pero, al protegerlo, lo estás envolviendo en el estereotipo. Hay lugares a los que es mejor no acercarse. Sin más. Por eso no veo fácil solución. La libertad está perdida, eso sí. Yo atravesaba en mi adolescencia España de norte a sur. La ley de caza y los vallados, que parecían restringir la actividad, lo que hicieron fue restringirme a mí el tránsito. Luego vinieron las autopistas. Más tarde, el AVE. Antes el Pirineo era más largo y más alto: para subir al Aneto, salías de Benasque; para subir al Perdido, de Torla. Ahora los coches te llevan casi a La Renclusa: a 1900 metros en un caso y a casi 1800 en otro, en Cuello Gordo. Con lo cual, el Pirineo se ha encogido, y la cumbre está mucho más visitada.

 

“Los aerogeneradores convierten cualquier paisaje en paisaje industrial”

 

- ¿Qué opina de los molinos? ¿Están bien implantados?

- No, están mal. La postura es: ‘Ponga cuantos aerogeneradores quiera, pero no en la ciudad. En la sierra, que no hay nadie’. ¿Cómo?: está el paisaje. En la Comunidad de Madrid no hay molinos. Una reglamentación de la época de Gallardón lo impidió. No entro en aspectos energéticos y económicos. Entro en que convierten cualquier paisaje en paisaje industrial. Yendo desde Madrid a Ávila te das con la instalación de Campo Azálvaro. Ya no hay paisaje natural.

- ¿Qué haría?

- Agrupación. Igual que se procede en cualquier industria. Piense en las antiguas subestaciones eléctricas. U hoy, en las centrales térmicas y en las nucleares. El problema de esas galaxias es que se dispersan. A pesar de que cuando atraviesas un paraje más o menos concentrado, pongamos la Muela, camino de Zaragoza, parece que has entrado en una pesadilla de Hitchcock. Sin citar el dinero mal empleado, que llevó a la alcaldesa a los tribunales. Esas instalaciones favorecen los negocios.

- En la Patagonia se habló de ponerlos.

- Mejor que las presas, decían. Sales de Málaga para entrar en Malagón.

- Las poblaciones no suelen protestar. Pasa lo mismo con los cementerios nucleares.

- Es una mezcla de ignorancia y rapacidad. Hubo dos batallas valiosas: una, en el Pico Frentes, Soria, y otra en Atapuerca, Burgos. Los sorianos están rodeados de molinos por toda la provincia, pero allí era como colocar aerogeneradores en la mitra del Papa. En Atapuerca quisieron plantarlos encima del yacimiento. En Atapuerca ha habido eso y más. Intenté justificar, en un estudio para la Fundación Duques de Soria, que no sólo dañarían el yacimiento, sino que la sierra carece de sentido si no es como muestra del paisaje original.

- También en la Sierra de Gata hubo tentativa.

- Querían llenarla de aerogeneradores. Tuve una reunión en Ciudad Rodrigo con ecologistas. La belleza y el encanto atenuado de las sierras menores es importante, y éstas entran en peligro cuando menos te lo esperas. En el valle de Tena, en el Pirineo, levantaron veintitantas presas.

- Ha dicho que la construcción del embalse de las Tres Gargantas supone una degradación moral.

- Por supuesto. Y eso dejando a un lado el éxodo de dos millones de personas, la exigua mano de obra que requirió frente a la que ya había en la zona, y el modo en que fue remunerada. Hablo exclusivamente del daño ecológico.

- Que el campo libre es una lección moral lo dijo Unamuno.

- Sí.

 

“Decía Unamuno que el que está con la frente inclinada sobre el arado, difícilmente puede ver el paisaje”

 

- Lo me choca es que no siempre quienes lo habitan están a la altura del paisaje. Hablo de la hosquedad, del sobrecejo arrugado...

- Lo decía Unamuno también: el que está con la frente inclinada sobre el arado, difícilmente puede ver el paisaje.

- Y lo acaba despreciando.

- Es que no hay sensibilidad. Se miran los puestos de trabajo -que nunca compensan-, las falsas comodidades... El paisaje es un grado de civilización. Te exige y se sobrepone, él mismo, al territorio. Una persona culta supera la mirada pragmática. Adquiere la mirada estética. Dice qué bosque tan bello para ser contemplado, y no qué bosque tan útil para sacar leña.

- Algo similar expresa Alberto Caeiro: “No basta abrir la ventana / para ver los campos y el río. / No es suficiente no ser ciego”.

- La expresión de los poetas -referida a una sensación o a un pensamiento- es inigualable. En lo que nos importa, hay poetas de mirada geomórfica y poetas de mirada sensible-racional. Efectivamente, la apreciación llega a través del respeto que produce la admiración fruto del conocimiento. El conocimiento es la fase previa. Y si tu vida más práctica depende de ese espacio, lo verás como un territorio, no como un paisaje.

- Hay pueblos caracterizados por un supuesto amor a los pinares colindantes en los que aprecio más posesividad que otra cosa.

- Es posesividad y economía. Les renta. Hace poco estuve por algunos.

 

“El futuro del campo, geográficamente en Europa, pasa por otro tipo de campo”

 

- ¿Qué futuro le da al campo? Poblacionalmente decrece, pero hay gente que aprecia una vuelta, bien por la reticencia a la ciudad, bien por el coste de la vivienda. Yo no lo termino de ver.

- Yo tampoco. Lo cierto es que el futuro del campo, geográficamente en Europa, pasa por otro tipo de campo. Hace poco estuve en la antigua Yugoslavia y encontré sitios ante los que pensé: “Esto es mi Castilla de 1940”. Vi Palencia. Pero son residuos destinados a ser tragados por el mundo reciente. Islotes. Y más si estos países, que fueron extremo occidental del Viejo Imperio Otomano, entran en la Unión Europea. Si Austria o Alemania los absorben, el campo será otro.

- ¿Las montañas tienen corazón?

- El corazón se lo pones tú. El corazón lo tiene el hombre que está en la montaña. Pero se transmite. De todos modos, las montañas palpitan: tienen sus tormentas, su granizo, sus rayos fulgurantes… y su apacibilidad.

- La música del silencio.

- La música del silencio es un corazón callado, pero latiendo, que funda espacios para respirar. La montaña es el único lugar donde la paz es absoluta, tanto que ¡su paz casi parece la de los muertos! ¡Tan enorme es! Las montañas tienen lo que tú les entregas.

- Desde el punto de vista cultural…

- Y desde un punto de vista nada abstracto. Lo aprendí en la Antártida. La Antártida no tiene pintores, no tiene escritores, no tiene poetas. La Antártida no ha tenido más que científicos, gente fría puesta a mirar con nada más que la razón. Gente dedicada a la toma de datos y al recogimiento de muestras. Aquel paisaje sin música es lo que tú le des. Y si lo abominas, se volverá abominable. Es la sensación que pueda tener un ballenero despedazando una ballena en una playa gélida; o no. Por el contrario, te puede turbar la belleza extraordinaria del hielo, con sus brillos teñidos por los azules del éter, que te empuja a hacer una foto, y te sale mal, y te llevas el recuerdo en el cerebro.

 

“Lo más grande es el espacio porque lo encierra todo”, volviendo a Tales. Incluso la ambivalencia es posible en la misma persona, dentro del mismo entorno: Victor Hugo, en 1843, se dio con un torrente en mitad del bosque de Cauterets, y expresó que lo horrible andaba “por todas partes”. Ello no le impidió apreciar después de la geometría del paisaje, una geometría digna de la pintura futura, abstracta, cubista, minimalista… Esa clase de persona es la que defiende Martínez de Pisón y la que hace honor a Parménides, al expresar: “Sin acudir al Ser (…) / ¿podrías acaso encontrar el pensar?”. Victor Hugo vio “líneas rectas, simples, tranquilas, horizontales y verticales, paralelas o cortándose en ángulos rectos y combinadas de tal manera que resulta de su conjunto una figura extraordinaria, real… de un objeto imposible”. Esa clase de persona representa la conciencia. La dueña que es dueña de su mirada. La que tiñe de ánimo cultural y meditativo el paisaje. “Victor Hugo –recalca Martínez de Pisón- expresa la idea de que la dinámica es caótica y la forma, geométrica”. Las formas son una combinación a veces consciente, a veces inconsciente, de geometrías. Hasta una mancha esconde el estudio de la figura en el plano. Las formas son cifra con apariencia de letra. Y el paisaje, a lo suyo, es la maravilla de los brillos que brillan solos, sin ningún espectador. A veces no hace falta sujeto para que exista el objeto. Pero para internarse en la belleza extrema de la biosfera hace falta cierta intrepidez. “El hombre es mortal por sus temores”, dijo Pitágoras.

 

“Habría que reivindicar la valentía”

- ¿Le concedemos demasiada importancia al miedo? ¿Deberíamos ser más intrépidos y acceder a experiencias más reales?

- La valentía es una virtud que siempre se premió. Un don. Minoritaria pero de calidad. Habría que reivindicarla. Parece incluso que a la gente valiente se la castiga por serlo. Yo la admiro. La sociedad debería situarla como cualidad característica.

- ¿La valentía tiene algo que ver con lo que tiempo atrás representaba el honor?

- No, lo que pasa es que el honor lleva a conductas nobles –distinguidas-. El honor es una idea medieval, pero también barroca, del mundo caballeresco. Hay una obra del Siglo de Oro en la que un escudero –o sea, alguien sin honor- dice: “Mi patria es Barriga”. Es un juego de palabras: manifiesta que carece de códigos –y, por lo tanto, de deberes- pero sabemos que Barriga es también un pueblo de Burgos. Y es una idea que persiste: si entramos en el Karakórum, que es un pueblo medieval, encontraremos a los baltíes y, con ellos, un código de honor. Es algo arcaico pero bello, una evocación casi de otra época, también perdida, que la Historia se llevó por delante. Hoy la hipocresía y el cinismo son de tal grado que vuelven incompatibles nuestras sociedades con tales códigos. Un ramalazo de honor no estaría mal de vez en cuando [ríe].

 

“Alguien dijo que Oriente es una diana y Occidente una flecha. Algo de verdad hay”

 

- ¿Habrá compatibilidad con el Islam?

-Si la hay en alguna parte, será en Estambul. Allí se unen desde siempre Oriente y Occidente. Conviven por completo. Es algo que he visto, una experiencia personal. Y si nos falla Turquía no habrá posibilidad. Dese cuenta de que los extremos se van alejando. Como el Islam es tan reglamentario, no evoluciona. Y nuestro mundo continúa haciéndolo, negando al padre. Alguien dijo que Oriente es una diana y Occidente, una flecha. Algo de verdad hay. La convivencia es difícil: un ámbito se derrama y el otro permanece fijo, pero ojalá se dé. Las migraciones producen mezcla, no estamos en la época de Marco Polo, con el islam y el cristianismo cada uno en una punta.

- Tampoco están en dos puntas la Ilustración y el Romanticismo. Me gusta la reivindicación que leo en sus libros. Normalmente se enfrentan, ignorando a los neurólogos, que inciden en que somos un conjunto de emociones cerebrales.

- Zubiri habló de la inteligencia sintiente. En el acto de conocimiento mezclamos sentimientos y razones.

- Y en aquel periodo histórico se entendió el paisaje porque se sintió.

- Claro. La Ilustración tiene mucho de romántica, y el Romanticismo tiene mucho de ilustrado. ¿Cuándo progresa la ciencia? En el siglo XIX, que es romántico.

- Y la ciencia progresa a base de intuiciones.

- La intuición y la imaginación son fundamentales. Elementos de posesión de realidad. Yo creo en la mezcla.

- Como mi mirada es generalista, le voy a plantear una cuestión más concreta para terminar. Un amigo geógrafo, Javier Santos González, me cuenta que la influencia del hombre en muchos Espacios Naturales es notable y que hay especies cuya existencia depende de recintos antropizados, como prados o cultivos, y claros en los bosques. ¿Debería el hombre tratar de preservar ese medio tradicional, que en muchos casos ha dejado de ser funcional, o potenciar la naturalización, por más que conlleve pérdida de biodiversidad?

- Hay que estudiar caso por caso. No es igual el valle de Pineta que la cumbre del Monte Perdido. No es igual Doñana que los calcáreos Picos de Europa. Hay que ir en pos del dominante. En unos casos, es lo campestre y en otros, la nieve. Hay que medir también el grado de humanización, pero decidir en función del factor dominante… y de aquello que tenga más valor dentro de ese dominante. Que en un sitio puede ser el hielo glaciar, en otro la roca granítica; y en un tercero, los prados de las antiguas cortas para introducir el ganado del campesinado del siglo XIX. Porque, si sacas las vacas, incluso en un Parque Nacional, puedes condicionar la flora y, como consecuencia, los insectos, y puntos suspensivos. Con la decisión, habrás desencadenado un efecto. Hay que aislar cada caso y actuar sin precipitación.

- Él me habla, precisamente, de una mariposa endémica con problemas de supervivencia por el abandono de los cultivos de que depende. Y señala que el Parque ha invertido en pastizales para preservarla y mantener, o fomentar, la diversidad. Es decir, si el espacio se naturaliza, la mariposa desaparece.

- Hay que individualizar cada asunto. En la cumbre del Naranjo de Bulnes no está esa mariposa. Los Picos no se pueden englobar.

 

“Cada lugar es un mosaico geográfico. No caigamos en conflictos entre biodiversidad y hábitat”

 

- ¿Parcelamos?

- Hemos de encontrar unidades de paisaje natural, o de dominante natural. Y actuar sobre ellas. Cada lugar es un mosaico geográfico. No caigamos en conflictos entre biodiversidad y hábitat. No creemos dicotomías ideológicas que nos lleven a defensas cerradas, ya sean biologistas o a favor del espacio rural. Si burocratizamos la visión del terreno, lo malograremos. Ambas aristas deben apoyarse mutuamente, y deben saber ceder. Los principios de intervención y de no intervención son extremos. Fusionémoslos. Hay problemas de orden interno a los que la entomología puede dar soluciones…. realidad a que se puede sumar otra que la desborde: un dictado desde Bruselas. Ocurre. Y hay problemas externos. Por ejemplo, el envejecimiento de la población conlleva una pérdida de pastores. ¿Cómo, desde un Parque Nacional, controlamos el mundo que hay alrededor? ¿Traemos a un egipcio? Puede ser. No lo sé. Lo que sé es que no quedan movimientos migratorios estacionales, no hay gente por las cañadas y las cabañeras. Antes venían desde el fondo del valle hasta la montaña en verano, y a la inversa en invierno. Ese mundo ha desaparecido y el Parque Nacional tiene que buscar fórmulas que lo reconduzcan, o adaptarse. En los dos casos, hay que tomar decisiones.

 

Martínez de Pisón parece un presocrático. Que todo sea cambio es una curiosa solidez. “Cuanto en el universo acontece no pasa de meras transformaciones”, dijo Pitágoras. Nuestro alpinista obedece otro principio de Solón, a cuyo afán se entrega: “No destruyas lo que no has hecho”. Podríamos resolver que las cosas cambian a la vez que permanecen intactas. Igual que las preguntas sin respuesta: ¿humanizamos la montaña -desde una óptica cultural- o la montaña nos humanizó -con su aliento lleno de Origen-? El paisaje, eso seguro, ha perfeccionado nuestra sed de infinito. Y nos fijamos en él hasta vernos representados. “Vivimos en un punto solitario en el cosmos. Dentro de un sistema solar cuyo resto de planetas posee condiciones letales para la vida. En medio de galaxias incontrolables, abiertas a características físicas que ponen los pelos de punta. Ahí estamos. Somos planetarios. Hijos de la Tierra. Pero, al mismo tiempo, conciencia del universo”. Parece que da la razón a Parménides: nada hay ni habrá fuera del Ser.