Las clasificaciones están hechas para los pusilánimes. O dirigidas a la enseñanza: que si Generación del 27, que si tabla periódica. También sirven para ordenar las competiciones deportivas, pero el escritor y ornitólogo Francisco Ferrer Lerín (Barcelona, 1942) sólo lucha contra sí mismo. Huyó de la taxonomía desde que empezó en la escritura, allá por 1959, ensanchando el verso, llevándolo al versículo; y adelantándose a los Novísimos. De aquel año conserva poemas escritos a máquina de los que hay constancia datada en De las condiciones humanas (1964), La hora oval (1971) y Edad del insecto (2016). “Cuando conozco a Saint-John Perse y descubro una posibilidad distinta de escribir poesía, no necesito copiarle porque me impregno del sentimiento y hago otra cosa, la mía. No sé de dónde, pero sale. Esto ya no es así. Con los años se pierde la imaginación”. A pesar de ser el primero que chapoteó en el agua esclerótica de la poesía social española, no se reconoció escritor “hasta hace muy poco”. Las clasificaciones son atajos estrechos, túneles en los que escasea a veces la luz. Luz que, por fortuna, y con tiempo por delante, se termina por imponer. Ferrer Lerín es una mezcla de esquejes, lo mismo en su Bestiario que en el blog, o componiendo poesía –él es oficialmente poeta-. Todo es escritura. Todo cabe dentro de ella. En realidad, él adopta en literatura una técnica artística. Aúna materiales procedentes de la memoria, de la imaginación, de la experiencia y de otros libros, no importa cuáles ni de dónde procedan. Él junta objetos. Da igual si éste es una toalla o una palabra. Prefiere el hápax al neologismo. Y transforma el sentido de la expresión como obedeciendo a Godard –“No importa de dónde cojas las cosas, sino lo que hagas con ellas”-. Desactiva las palabras para transformarlas en bombas. Sabe que el escenario es importante: un objeto descontextualizado multiplica su significación. Así, los seres fantásticos, otrora verdaderos, llevados a la tarima desmitificada del presente, producen una experiencia paradójica: acercan al lector a la melancolía y a la inocencia, mientras lo mantienen hiperconsciente del proceso. Sus poemas paleográficos o experimentales producen un asombro socrático. Sus obras, todas, están hechas para ser leídas. Todo es escritura, un poema, una película, sobre todo a partir del estructuralismo. No existe la copia. No hay repetición. Si se calca algo es para deformar el original. Los Beatles se dice que partían de canciones preexistentes.

De lo anterior se deduce que sus libros hay que visitarlos como exposiciones. Sus páginas son salas. Y sus manifestaciones más abiertamente artísticas –Arte Casual, Banco de Alaridos, Acciones- se deben leer como capítulos de un libro. En una biblioteca cabe todo. Entre sus paredes, la coherencia es total. Beuys, tan importante como Borges.

Se resiste a que narren la historia de su vida. Ahora lo está intentando Benito Fernández. El anterior biógrafo desapareció. A Ferrer Lerín no le gustan las entrevistas. Dos dedos de frente bastan para saber que te pueden hacer decir lo contrario de lo que piensas, no importa si adrede o por impericia. Sí responde, si le apetece, a cuestionarios. El pacto, aquí, es un seguimiento. Una convivencia. Compartir un espacio temporal amplio. Lo que dará un enfoque lujoso, por infrecuente, al resultado. Más que ceñirnos al pregunta-respuesta, serán los escenarios los que hablen de él, o a través de él. Estamos en su territorio, en Jaca. Nos fiaremos: ha leído más de un Kafka por capilaridad. Si las paredes hablaran. Hoy van a hablar. “El problema es hasta qué punto es admisible la verdad”. La verdad es el primer escenario de la conversación, una habitación de ángulos. Cartas boca arriba. La verdad no es un seguro a terceros. Existe el daño colateral. “Que engaño al mundo / que nadie sabe la verdad de mi existencia”, son los primeros versos –autoadmonitorios- de su primer libro.

 

Sobre la verdad, los orígenes y la pobreza

- La verdad está más o menos plasmada en la novela Familias como la mía (2011).

- Ésa es sólo una parte.

- ¿Es verdad que la rechazó Anagrama por presiones catalanistas?

- No sé si por presiones catalanistas o por la presión desaforada de la agente literaria. Entonces se llamaba P.A.M. y era más cáustica con el regionalismo delirante que ya imperaba. Se publicó en Zaragoza bajo el título Níquel (2005). Cuando quise reeditarla con la segunda parte, Nora peb, Tusquets se enteró de los problemas y se lanzó a por los derechos.

- Si no sabemos si la verdad es publicable, ¿qué hacemos?

- Las paredes hablarán hasta donde puedan. Hay un treinta por ciento imposible.

- ¿Y hasta qué punto las cosas son válidas si se expresan a medias?

- Tengo dos hijos y una mujer.

Ferrer Lerín nunca ha perseguido ser original, pero el rumbo de su vida se aparta del común. Durante treinta y tres años no escribió una coma, pero desarrolló actividades que le suministraron material para la vuelta al ruedo. Tres décadas “permanentemente en la cuerda floja” en las que aprendió a conceder importancia al dinero. Aunque eso uno no sabe si es coquetería inversa, como el plagio, o un zurriagazo a los cínicos que, desde su comodidad, lo relativizan. Procedente de la alta burguesía barcelonesa, una mala apuesta de su padre llevó a la familia a la ruina. Quiere ir lento pero pisa el acelerador: “Fue un codicioso. Una prima hermana mía le indicó que el patrimonio era una fuente de complicaciones. ‘Nosotros te lo administramos’. Le hizo caso y se lo confió a Javier de la Rosa [famoso defraudador que pasó por tres cárceles, la última, Alcalá Meco]. De la noche a la mañana fuimos pobres. Saldo en cuenta: cero”. Quizá Ferrer Lerín se sintió atraído por la contestación desde pronto: fue expulsado de más de un centro educativo y se ganó el apelativo de raro. Sin embargo, fue la pobreza el pistoletazo hacia el lado oscuro y la ilegalidad. “Bueno, di sólo que la rocé”.

 

Los sesenta, Barcelona y el sexo

Los sesenta fueron un trueno poético. “Para sancionar el concepto generación ha de haber una confluencia de intereses y unas coincidencias de tipo social, que, sensu stricto, no se dieron”. Frente a la visión de Castellet, Ferrer Lerín aporta otra más coherente en la que figuran, además de él mismo, Félix de Azúa, Javier Marías, Pedro Gimferrer y Leopoldo María Panero. Con este último, y con Rinola Cornejo, tan presente en sus textos, acostumbraba a pasear las aceras. Que ella estuviera casada con un alemán no fue impedimento para que se ennoviasen. En verdad, ella se llamaba Ricarda Manuela Cornejo Botello. “Un ser increíble, nacido en Ayamonte. Engendró un hijo con Máximo Valverde en la Casa de los Pájaros de Sevilla, un edificio semiabandonado y colonizado por unos vencejos que acabaron con los mosquitos de Triana, y por parejas que iban a follar”. A Panero –a quien llamaban Panecillo, sin mofa- no le gustaba ella. “Era la encarnación de La Mujer, la mujer andaluza. Decía cosas sin orden ni concierto, pero con una gracia extraordinaria”. Ferrer Lerín se pasaba el día acariciándola el cutis, “finísimo”, lo único que le interesaba de su cuerpo. Su rebeldía de vez en cuando era impostada. Organizaba sesiones literarias en el barrio obrero de Ciudad Meridiana, y lo primero que hacía era desnudarse para disfrutar de mayor libertad. Todos sentados, con traje y corbata, y ella deambulando desnuda. “No tenía suficiente y, cuando nos íbamos, salía al rellano a despedirnos. Un número”. Después llegó Uta Lange. Cuenta en Familias... –ahora, traduciéndose en Estados Unidos- que la relación no funcionó debido a problemas anatómicos. “Mi pene es pequeño y estas mujeres de boca tan grande, y tan delgadas, poseen unas vulvas kilométricas. Allí es imposible actuar. Uno se pierde”. A ella le habían operado de un melanoma en el interior de un muslo y pretendía unas posturas kamasútricas que Lerín no satisfizo. “Llegó Javier Marías y se produjo el traspaso”.

- ¿Quiere esto decir que es un gimnasta o que portaba un pene mayor?

- Eso no lo sé. No pregunté. Pero se unieron. Él se quedó con ella y ella con él. Fue una cosa pactada, eran otros tiempos. Pasamos una temporada feliz los tres: Uta, Javier y yo.

De la generación, Pedro era el más dotado… intelectualmente. “El más erudito. Félix también tiene lo suyo, pero es que a Pedro le puedes preguntar por la página 27 de un libro publicado por un señor que pasa por la otra acera… y se la sabe. Su problema fue no pertenecer a nuestra clase. Todos habíamos ido a colegios determinantes –La Bonanova, San Ignacio…-, y él era un menestral. Hablaba en catalán, cosa que nosotros, como puse en Níquel, nunca.

- Estaba mal visto emplearlo.

- Sí. Recuerdo una noche en que Leopoldo María Panero me pidió que le acompañara al Drugstore del Paseo de Gracia donde se concentraban los chaperos. Un par de ellos, para diferenciarse, se pusieron a hablar en catalán y Leopoldo les afeó su actitud, diciéndoles si no sabían que hablar en catalán era de mala educación. Tuve que intervenir antes de que le propinaran una paliza. El caso es que Pedro se reacondicionó porque era muy listo. De hecho, la idea de los Novísimos es suya: Castellet no tenía ni idea de nada. Yo dejo Barcelona en el 68 y quedo fuera del libro, lo cual no me molesta en absoluto.

- Creo que puede jugar incluso a favor.

- Eso se ha dicho.

Llevaba cuatro años sin publicar y pasarán tres hasta la siguiente entrega. No se toma en serio la literatura: a diferencia de sus amigos, no se considera un autor. Sin embargo, la rivalidad en el ambiente es tal que lleva a Gimferrer a sacarle de la reedición de Mensaje del Tetrarca: mantiene las citas iniciales de Perse y Alonso de Ercilla, si bien elimina las que cierran el volumen: una de Poe y otra de Ferrer Lerín: “A lo mejor todo fue una broma / contempla las colinas”-.

 

El servicio militar, la ornitología y otros secretos

Llega el servicio militar, que será anómalamente corto. En unos meses le despachan y le tientan con servicios secretos. Sin pretenderlo, se gana la confianza de un capitán después involucrado en el 23F. Cambia el cuartel por un piso de Lérida. El capitán tenía una amante en Valencia y cada viernes van allí. “Figuraba que íbamos a inspeccionar granjas porcinas”. El hombre aparcaba en la plaza del Caudillo y le preguntaba si tenía dinero. “Sí, mi capitán”. “Ya sé que a través del póquer lo consigues”. “Está bien informado”. Entretanto, se corrió la voz de que había estudiado Medicina y un médico militar le empezó a pedir ayuda. Determinados casos los llevaba prácticamente él “con un desconocimiento total de las cosas. Atendí a la mujer de este hombre en el parto. El feto estaba dañado porque el cordón umbilical se le anudó al cuello… me pidieron que interviniese y, en fin… yo actuaba con imaginación… no pude evitar que el niño naciera tarado… cosas tremendas”. Pero él siguió contando con el beneplácito del común y, pasado un tiempo, un sargento se desplazó a Lérida a reinterpelarle acerca de los servicios a la patria. Nuevamente, se desentiende. Se presenta a unas pruebas informáticas, que supera sin dificultad, y se convierte en analista de las primeras empresas del sector en España. En paralelo, termina Filología Hispánica, se especializa en Ornitología y se profesionaliza en el póquer. La vida se va enmarañando, sobre todo a causa de la desdicha económica familiar, y, como cuenta en Familias… cae en manos de unos prestamistas. “Se mezclaron una mala racha en el juego y un lío en un asunto de cadáveres humanos como alimento de buitres en una finca de Balaguer… Me vi un poco acorralado. Entonces, para mi sorpresa, reapareció el sargento Susana, ya teniente, y me dijo: ‘Ha llegado el momento’”.

- Se había enterado de todo.

- De todo. De lo tuyo, de lo mío…

Cinco horas más tarde le pregunto dos veces por el lío de Balaguer, y responde elusivo, hablando de los soldados que, durante la Guerra Civil, caían en mitad del campo y eran pasto de las aves -“Los buitres preferían el ganado porque los mulos no llevan uniforme”- y también de los informes volcados en Papur (2008) bajo el epígrafe ‘Ingesta de carne humana a cargo de aves en las provincias de Lérida y Huesca’. Quizá no contesta porque las dudas se resuelven en Die rabe. Situada la acción en el futuro, un hijo suyo acude a Jaca para saber –mejor- quién fue su padre –supuestamente fallecido- y un confidente le confirma que no sólo usó cadáveres animales para el mantenimiento de las poblaciones necrófagas. Ambos lograron sortear a la justicia. Die rabe es un guion cinematográfico que ofrece pistas biográficas. Ferrer Lerín allí es Gran Lerín. Un yo que es él. Un yo en tercera persona y sin empacho. Gran Vilas es cuatro años posterior, 2012. En Hiela sangre (2013) es él mismo quien regresa treinta años después de morir. Su mujer está enterrada en el sur y sus hijos, borrados. “No conozco a nadie (…) y no puedo preguntar a esa gente extraña porque no me oyen y, quizá, ni me ven”.

Pero seguimos en la vida, y en la vida existe la CIA. La Inteligencia del Gobierno Federal afirma que tiene su importancia pero que no es la unidad más operativa. “Hay agencias pequeñas, inadvertidas, que funcionan como satélites, cuyo poder es omnímodo. Agencias que llegan a ser actuantes, nada prospectivas”. El sargento Susana se ofrece para salvarle el culo: “Trabajará en un centro dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas relacionado con el Opus Dei”. Jaca era el único sitio donde había un centro de investigación relacionado con las aves y él, aunque seguía estudiando Ciencias Biológicas, estaba considerado un ornitólogo de campo, quizás el único. “Estarían en posesión de los informes paidométricos que me hicieron de pequeño, pero todo se limitaba a que yo era una persona a la que se podía comprar”.

Jaca ofrece tristeza y soledumbre que él alivia a base de escritura y una gran actividad sexual. En tres años, redacta la primera lista-patrón de aves del Pirineo. “Entonces no se sabía ni las especies que había”. Aquella lista sigue en vigor. Se encontró con que las aves necrófagas estaban en retroceso y decidió recuperar los muladares, el sitio donde secularmente se vertían las reses muertas; “lugar de culto pero restringido”, informa en Familias... Esta labor es la oficial. Al margen, están el póquer, los servicios prospectivos; pero también la fundación de dos empresas de asesoría en Zaragoza, será profesor universitario, y… gestionará una cantera de mármol cercana a Jaca, explotada ya en época romana. La cantera era de gran calidad y el mármol, un producto atractivo hacia 1972, cuando despuntaba la construcción. Le compraron una concesión administrativa a un hombre que trabajaba la vivienda social en Valladolid y que se desplazaba desde ella en dos Mercedes con chófer. “En uno viajaba su abogado; y en otro, él con una mujer que cada vez era distinta. Las llamaban azafatas”. A una la conoció carnalmente. “De las pocas mujeres comestibles que he tratado”. Así, dio un poco igual que el falangista los engañase –“El mármol estaba fragmentado. Éramos unos pichones”. Junto a las mujeres oleosas, las mujeres comestibles y las mujeres extraordinarias, surgen tres “figuras colosales” que apuntalan su escritura y de las que en ella hay abundante reflejo: Rinola Cornejo, Única Lanar/Beldad Aria y Malena Cortijo. Este será uno de los apartados de la novela Vórtex que, espera, no resulte póstuma. El resto, sin pena ni gloria. Por ejemplo, María Josefa Morral To, que sale en portada de Familias… y, a pesar de los lunares, es todo menos andaluza; “pertenecía a una familia miembro de la Seva/Seba/Ceba/Ceva, esa secta regionalista catalana de posguerra. Era sobrina nieta del anarquista Mateo Morral, que atentó contra Alfonso XIII”. Las labores prospectivas terminaron con la democracia y la central de la CIA partió hacia Canarias. “Es un dinero perdido. Sin cotizar. Me acercaba a una población francesa cercana y, en una sucursal bancaria, me lo daban en mano”.

 

El almacén de muebles viejos y otros escenarios domésticos

El Almacén de Muebles Viejos es el segundo escenario. El núcleo de su vivienda. Ocupa lo que tres salas de estar. Una instalación cuidadosa en la que retumba el pasado. La luz en ella es siempre tenue. “Sólo subo un poco las persianas si hay visita”. Bajo una Virgen pintada reposan varios portarretratos; uno, en blanco y negro, del día de su boda. Al lado, más, sobre un mueble de alcanfor. Inencontrable, la rama familiar procedente de la Cerdanya, la Cataluña más interior. “Era una gente que daba miedo”. Su tatarabuelo fue notario en Puigcerdá; otro, comadrono o tocólogo. “Nada más verlos, temblaba”.

- Ese miedo me trae a la cabeza el que sentía Paul Auster hacia su abuela. Cuenta que una prima aprovechó el fallecimiento de un hermano para acercarse a su tumba y decirle: “Siempre te odié. Eres la peor persona que he conocido en la vida”.

- Hombre, eso es muy bonito, no conocía el episodio. Yo no llegué a tanto, pero también padecí una mala sintonía. Íbamos a Vic y nunca logré comunicarme porque empleaban exclusivamente el catalán. Iban de negro, acudían a misa... El catalanismo siempre ha estado vinculado a la iglesia y a otras instituciones reaccionarias. Lo sorprendente es que la izquierda, el PSC, estimase que estas personas se enfrentaron a Franco. Los nacionalismos no son más que regionalismos: el embrión de Convergencia es, de hecho, La Liga Regionalista.

- ¿El PSUC también cayó en la trampa?

- Menos, eran más izquierdosos. Pero el PSC, de cabeza. Lo sé porque estuve allí. Con la familia Maragall pasábamos todos los fines de año. Y, fíjese, después conocí a Concha [Jiménez, su mujer], que fue concejala socialista en Andalucía. También lo ha sido aquí, en Jaca; y Consejera Comarcal de Cultura y Patrimonio.

El almacén de muebles lo componen enseres de aquella casa, seiscientos metros cuadrados de esplendor, que sus padres alquilaron en la Diagonal. Vivían debajo de la sede de A.M.C.O.M.L.I.B. –compuesta por agentes de la CIA-. “‘Qué simpáticos son esos señores’, decía mi madre”. La mayoría del mobiliario hubo que tirarlo. No cabía. Su padre, médico-dentista, cirujano maxilofacial, ganó mucho y su pasión eran los anticuarios. “Todos los muebles, salvo ese horrible sofá, proceden de aquella casa”. Cerca de la chimenea, una cabeza, un sillón de lectura y un mueble lacado filipino. No cupieron cuadros de gran formato. Lamenta no hallar hueco para un retrato de su madre, que nunca fue modista ni hechicera. Fue posible colgar las lámparas gracias a cortar el cable de acero. Ni ellas ni las sillas desentonarían en un castillo, el de Larrés, por caso, que sale en sus escritos. Todo acaba saliendo. El recuerdo es un cadáver hinchado. El pasado flota. Acaba rodeándolo todo. Como aquel cordón umbilical.

Destaca la mesa. Originalmente figuró –desplegada- en el vestíbulo del banco Urquijo, en el paseo de Gracia. Para introducirla hubo que derribar un tabique. La mesa, compuesta de maderas nobles, es otro escenario. Un subescenario. La talla es granadina.

La mesa es el laboratorio. Soporta la teoría literaria. Giménez Caballero -su Lengua y Literatura de España; segunda edición, tomo quinto- ocupa un lugar importante. Le gusta el uso de textos poéticos con afán ilustrativo. El concepto del Diccionario de autoridades. Su libro de cabecera actual es más arcaico: “La poesía está aquí”, y empuña dos mil años de biblia.

- El Antiguo Testamento, supongo.

- Es más potente que el Nuevo, pero ojo al evangelio de Mateo. En él estoy encontrando material –semítico, no semítico- para mis libros. No me interesa la presentación del Mesías. Me interesa el modo en que se dicen las cosas. Como me interesan más las traducciones que los originales.

Bajamos al garaje. Allí un hijo le disparó varias veces. Se llama Fran Ferrer y es fotógrafo. La universidad de Málaga eligió cuatro instantáneas que, convertidas en gigantografía, abrieron Ferrer Lerín. Un experimento, exposición comisariada a finales de 2018 por Yolanda Ochando y Luis Ordóñez. En la Sala del Rectorado, las plazas de coche desocupadas parecen una pista de tenis con un fondo neutro. La antología, por supuesto, acoge el manifiesto publicado, en 1984, sobre Arte Casual, cuya importancia crece de día en día. Tal es el arte que se da en materiales sin vocación artística que, por su establecimiento, producen un placer visual, siendo éste impremeditado. Es la emoción estética a partir de elementos sin dimensión artística. ¿No se asemeja eso a lo practicado en una parte reciente de su acción poética? En ‘Experimenta’, de Hiela sangre, en las ‘Paleografías’ de Fámulo (2009), acude a textos de origen no literario. Las fuentes son inmediatas, pero con espacio a la manipulación y a una descontextualización que practica primero él, y, después, el lector. Lenguaje aparentemente desarticulado en busca de lectores iniciados. “El caminante lamenta no hallar lápidas adecuadas, cubiertos de vigilia y excelentes consejos”. Pero leamos en la misma clave los rupturistas De las condiciones humanas y La hora oval, con el significante incorporado sobre el significado. Lo que parecía una trayectoria excéntrica se vuelve concéntrica. Coherente. Descubrimos que el poema adopta en Lerín, desde el inicio, forma de arte.

Nos acercamos al trastero, lugar de toallas y más libros, para sacar unas sillas y seguir hablando. Nos apostamos cerca de la pared, para escucharla. De vez en cuando, un coche sale, entra otro y la puerta se cierra en seguida. Ferrer Lerín se coloca en el quicio de la palabra, como un ave paciente, a la espera del chispazo. Conoce la relación entre lenguaje e inteligencia. No basta apresar la realidad. Ha de haber articulación, y ahí entra el vocabulario. Excepto cuando copia un texto: en Hiela sangre la copia es total. “En cada pueblo hay un erudito que escribe un tratado de seiscientas páginas sobre las piezas de la rueda del carro. Muchas de estas personas me envían sus obras maestras y yo, que tengo costumbre de leerlo todo, lo hago con un folio al lado, y voy tomando nota de lo que no entiendo. Me acaba de llegar un volumen sobre el léxico local de una pequeña localidad salmantina. Pues yo tomo nota para aclararme. Lo que pasa es que esas anotaciones son, al final, a veces un poema”. Se trata de un poema casual, de resonancia arqueológica, fundamento de la nueva etapa. Todo en Lerín está enraizado. Cada vez más. No sólo hay nombres que se guiñan el ojo de un libro a otro. Sus prácticas trascienden cualquier manifestación individual. No sólo no importa si es poema o relato, es que puede ser arte, y, si es arte, no importa si plástica o visual. Del centro de la diana ha ido bajando la niebla los últimos años. Él tiraba de un hilo que no sabía adónde llevaba. Ha ido uniendo los puntos, que han funcionado como conectores discursivos, y ha emergido la figura oculta. El catálogo de la expo es un Libro de artista que resume sus experiencias: gente abatida, envolvimiento con toallas, ahogamientos y fotos del archivo personal. Hay hasta una copia del contrato que en 1970 le extendió Barral y una reproducción del poema ‘Tzara’ con tachones. Más inquietante y delicada es una carta del padre, sobre una cuartilla del Hotel Oriente, en Valencia. “Querido nene: (…) estoy muy satisfecho de tus resultados en los exámenes (…) Los dibujos que me has hecho son estupendos, no me extraña que hayas sido Príncipe en Dibujo”. Se despide con besos y un aviso: papá está agotado. Tan perturbador que metió una entrada en su blog llamada ‘Andie’ cuya segunda frase dice: “Falleció mi padre. Estaba cansado, decía”. Una manera de empezar un relato muy Albert Camus. Pensando en el padre fallecido, y contaminados por el olor a gasolina, evocamos sus estudios de bachillerato en los Jesuitas y en el Colegio de San Ignacio, con Jorge de Cominges –su hermana Cuca, mujer de Gimferrer, era entonces novia de Carnero-. Ferrer Lerín despuntó desde el primer día como niño prodigio, y en todas las revistas del instituto salía junto a Eugenio Trías. ¿Por qué la alusión paterna?: funcionaban lo que se denominó Dignidades, y podías ser emperador en Gramática y príncipe en Dibujo. Para compensar, “a los chicos que consideraban conflictivos, o pintorescos, nos encerraban en un departamento llamado Paidométrico y nos hacían pruebas. Solicitaron un permiso en casa. Mi padre se desentendió y lo autorizó”. Sobresalir en inteligencia y conducta le valió un seguimiento temprano desde el que leer las invitaciones futuras a servir a la patria como cual agente secreto, que seguramente aceptó por su condición de escritor, no lejana de la de espía. “Lerín prosigue [dice de sí en Die rabe], con las luces de la mañana, sus maniobras –que ya se nos antojan claramente policiales, investigadoras-”.

- ¿Llegó a disponer de doble identidad los años de agrafía?

- Dejando aparte un amplio abanico de alias -más o menos cariñosos- que siempre me han rondado, sólo dejaré constancia de un ensayo durante el servicio militar, a través del nombre Paolo Gamulla.

 

“Soy un animal silencioso”

- Hablemos de las emisiones de sonidos. ¿Es educado gemir?

- Habría que acotar gemir. Durante el acto sexual yo no he gemido nunca. Tampoco he tenido comercio con putas, que son las que más gimen para que el hombre se sienta recompensado, más hombre, y se diga fíjate qué placer le estoy proporcionando.

- El gemido, ¿puede llegar a desconcentrar?

- No lo dude. En sí, carece de gran valor: es una moneda de cambio. Una trampa invisible.

- El gemido, per se, ¿es una exageración?

- No en todas, también existe el gemido sincero. No esperaba esta pregunta. Apenas he conocido mujeres gemidoras, y tengo 77 años. O no han quedado satisfechas conmigo o no han dramatizado. Bueno, con Concha [su mujer] nos denunciaron en una comunidad de vecinos de Barcelona por los ultragemidos de la infrascrita. Al principio de la relación… luego todo esto se va amortiguando.

- Una denuncia tiende a cohibir.

- A ella tanto le daba. Era una cosa impresionante. Eso, ¿me lo pregunta por qué? El mundo del gemido no lo he trabajado.

- Está relacionado con episodios sexuales suyos –‘Lances sexuales’, ‘Tres sueños de gran contenido sexual’, ‘Mujeres extraordinarias’, ‘Extrangulación de Malena Cortijo’, ‘Mirón’…- que pueden funcionar como texto, o paratexto, del Banco de Alaridos.

- No lo había percibido así, pero lo que me dice demuestra una vez más que no he parado de trabajar. De todos modos, ya le digo: soy un animal silencioso. Mis gritos se producen en momentos puntuales de insatisfacción, no de satisfacción. Y, cada vez más, las conversaciones de tipo social me resultan tan aburridas, lo paso tan mal al final, que estoy deseando gruñir. Mi mujer no lo soporta, trato de contenerme si está presente, lo que repercute en más gruñidos a escondidas. Pero si voy con otras personas que no me quieren tanto, acabo emitiendo unos alaridos importantes. No me corto.

La carretera. Ferrer Lerín es el único escritor que cuando habla de aviones se refiere a pájaros. Ahora asoman el pico algunos, con él al volante. “Vivir aquí dificulta viajar. Jaca está lejos de todo”. Arrés está cerca, a 24 kilómetros. Otra opción era la buitrera de Oroel, a ocho. Escoltados por el río Aragón, hay que esforzarse para no avistar bichos voladores. La Nacional 240 es un observatorio en movimiento. Un milano real se cruza por la izquierda. No necesita salir de casa para encontrarse con él. “Mi mujer deja un pedacito de lomo o embutido en la terraza y se acercan como locos”. En el coche lleva una agenda y en ella, varias definiciones de poesía. “Me han preguntado tantas veces qué es, que tengo un repertorio. Les digo escoge la que más te guste”. La provincia de Zaragoza queda a la vista. Su norte, en cuña, alcanza el Pirineo. Recorremos la depresión media. Al sur queda el pre-Pirineo de las sierras exteriores. A izquierda y derecha, Santa Cruz de la Serós y Santa Cilia de Jaca. Mientras Ferrer Lerín va expandiendo en su obra los sintagmas, la toponimia jacetana se contrae. Por Serós habría que entender Sorores, y por Cilia, Cecilia. Igual que sus vecinas son monjas benitas, no benedictinas.

Una corneja.

Dos cornejas.

Tres cornejas. Parece una canción infantil. Un kilómetro después, un cernícalo nos acompaña cien metros. Ferrer Lerín está más pendiente del cielo que de la carretera, menos mal que no hay cámaras, y establece diferencias entre el azor y el gavilán que no conocen los diccionarios.

La carretera se detiene. Dejamos el coche. Nos introducimos en el caserío. Lo escalamos como si fuera una teta y llegamos al punto más alto. Sus ojos azules necesitan gafa tintada. Hemos venido a ver aves sobrevolar nuestras cabezas como si nosotros mismos fuéramos carroña. No vemos necrófagas. Al fondo, los excrementos de buitre se confunden con la nieve. La vida es una ficción con tropezones realistas. En esa misma cima está el bar-restaurante. Tan cutre como lleno de gracia. Dios proteja estos sitios. Nos decantamos por migas y boliche –un potaje de alubias blancas que hay que poner a remojo el día anterior, que a él le gusta mucho, con caldo especial-, y vino de ése que necesita gaseosa.

- Gamoneda dice que un fin de la poesía es procurar placer.

- Estoy de acuerdo.

- ¿Puede ser el mismo que reporta alimentar buitres?

- Indudablemente. Todo, absolutamente, gira alrededor de la estética. Todos los movimientos de corte naturalista, que se generan en las ciudades, y a través de la burguesía, son siempre de carácter melancólico, y fundamentalmente estético. Llegar al campo, sacar una carne y ver aparecer unos buitres cayendo desde un cielo en el que no había nada hace un minuto procura en mí un placer genésico, localizado en la rabadilla. Es el mismo efecto que asomado a un torreón: te recorre una corriente por la columna vertebral. Dicen que, al término, teníamos la cola y ésta era lo último que se podía asir a algún saliente si te precipitabas al vacío.

 

“Nos mueve la supervivencia”

- ¿Qué nos mueve, más allá de la vida pedestre?: ¿la felicidad, el bienestar, el placer…?

- Todo es más básico. En general, la supervivencia. Si felizmente tenemos superada esa fase, animal, nos moveremos por intereses, entonces sí, pedestres. Uno es el reconocimiento. Es importante que los demás se den cuenta de que eres muy guapo, muy inteligente, de que escribes muy bien y pintas unos cuadros maravillosos. A mí el halago no me cansa. Cuando me dicen eres el mejor poeta español, yo respondo dilo otra vez. Eso incluye la envidia: cuando a alguien de mi generación, de mi sexo y de mi raza, le dan un premio, ¡ese día no duermo! Si se lo dan a una chica joven que se llama Belinda me da igual.

-La vanidad, ¿es peligrosa?

- La vanidad, como la pedantería, es peligrosa en la medida en que te nubla la visión. Cuando uno está demasiado convencido de que lo que hace es muy superior a lo que practica el resto, arruina la distancia crítica, y la distancia crítica es necesaria para cuidar la calidad de la obra y, si es posible, mejorar o evolucionar.

- ¿Se ha visto en el precipicio?

- Por suerte, no. En el Libro de la confusión percibo unos poemas inferiores a otros. Significa que no son buenos. Y que soy capaz de ser mediocre.

- ¿Por qué no los quita?

- Se me exige un número determinado de páginas.

- No creo que sea ése el motivo. Será que necesita volcar tal imagen o cual sonido.

- Tengo mis dudas. Lo que saco de ahí es que si fuera vanidoso, me autoengañaría y afirmaría que todos están al mismo nivel.

- Pero esos poemas inferiores, a otro le pueden parecer superiores.

 

“Es mentira que haya poetas magníficos desconocidos”

- Lo contradice el hecho de que los que a mí no me gustan nunca salen citados en las reseñas. Pero puede ser. Lo normal es que, si un libro consta de treinta poemas, la crítica repita menciones a diez. Hay veinte que no salen nunca. ¿Son poemas difíciles? Mentira. Es que no son buenos. Igual que es mentira aquello de que hay poetas magníficos desconocidos. El bueno, sale. Vivo o muerto.

- Percibo ganas de practicarse una autoantología.

- Si yo tuviera posibilidad de refundir todos mis libros últimos en uno, no dude que lo haría. Pero, al revés, van a salir ahora unas poesías completas.

- ¿Y por qué no una poesía reunida o una antología, como la que le publicó la Universidad de California?

- Yo ahí no discuto. Es cosa de los editores.

- La palabra sin música, ¿qué es?

- Paja.

- Y el lenguaje informativo, ¿para qué sirve?

- Normalmente, para poco. Pero tiene sus claves.

- ¿Es utilizable -en literatura o poesía-?

- Me lo pregunta sabiendo que sí: con cuidado y conocimiento. Es un código no remoto de otros a los que acudo: de carácter fiscal, etimológico y propios del lenguaje forense… Me gusta leer los partes de la Guardia Civil cuando hay un atropello.

- Pero como material manipulable.

- Como material y como transmisor: mucho de lo que escribo, dejando a un lado lo que la gente entiende por poemas, podrían ser comunicados o partes.

- O informes.

- Soy especialista en la redacción de informes.

- Pero porque manipula esas realidades. Exentas no son gran cosa.

- Las manipulo, claro. Si no las vinculas a algo, no sirven para nada. Me gustan los contrastes. El choque gratificante que produce transmitir algo en un estilo distinto del que ese algo habitualmente ostenta.

La iglesia de Arrés está manga por hombro. Saca del bolso una llave y abre. Lerín se me asemeja un clavario del Señor. “Son raros los lugares sagrados que no disponen de un monstruo apostado en la entrada”, hemos leído en Hiela sangre. Vamos, pues, con cuidado. Ningún monstruo, pero, dentro, mucho polvo, consecuencia de obras de adecentamiento. Es curioso cómo, para limpiar, tantas veces hay que pasar por la impureza. El templo se podría desacralizar con sólo una mirada. El confesonario, abierto, es una interpelación. Ferrer Lerín, de no ser por la suciedad, se habría sentado a ordenar avemarías y padrenuestros. A la salida, una golondrina. “No confundir con el avión común. La golondrina es una casa”. Suelta el aforismo y se rasca la coronilla.

Antes de regresar a Jaca, parada obligatoria en el bar-restaurante del Hotel Santa Cruz, en la calle Ordana, de Santa Cruz de la Serós. Un cartel con tejadillo anuncia migas y carnes a la brasa. Dudamos, pero, comidos, optamos por café. Son las 17:06 y la instalación permanece cerrada. Le ven y hacen una excepción. Subimos al balcón y allí le sirven. Es un palco desde el que se ve la iglesia y, detrás, la vivienda restaurada.

 

“Escribir con argumento no tiene mérito”

         - Otro interés suyo es hablar de cosas que, o no tienen interés, o carecen de sinopsis.

- Eso es lo que llamo el argumento débil, sí. Me interesa mucho. Puedo escribir sobre algo con un argumento inexistente. En lo que no pasa nada. O sobre una nimiedad. Ahí está el embrujo. Escribir con argumento no tiene mérito. Además, es aburrido de leer y pesado de escribir.

-¿Cuál es el motor de arranque?

-Hay muchos. En un poema es más fácil detectarlo: sabes que hay un final. Un motor de arranque perfecto puede ser una conversación. En mi blog conté que, en un viaje a Valencia, coincidí con dos mujeres que disertaron largo rato sobre lo fastuosa que era la leche La Cabra. Me descolocaron. Viajo siempre con una Moleskine y la saqué inmediatamente. Un ejemplo chusco.

- Un motor más serio, ¿son las propias palabras?

- Las palabras y no digamos si son insólitas y fuera de contexto.

- Y los sintagmas.

- Los sintagmas son más comprensibles. Yo los encuentro en manuales de zoología y en la misma biblia, que no deja de ser una mala traducción. Son textos no pensados literariamente. A mí lo que me interesa es el texto primigenio, el bruto, y, sobre él, trabajar. Si usted me manda una poesía suya, jamás la voy a utilizar. Está agotada. No da más. En cambio, esos poetas malísimos que tanto abundan, en esos quinientos libros que han publicado, raro es que no tengan un sintagma aprovechable. Y hay que localizarlo.

Ferrer Lerín violenta los significados hasta que las palabras quedan vaciadas de su sentido tradicional. Aparece, de acuerdo, una nueva semántica. Pero va más allá. Uno piensa en las réplicas de las esculturas mediante el procedimiento del molde y el vaciado. Lo que uno percibe es que las palabras acaban siendo un molde para él, que al rellenar, depara una escultura que no responde, o no tiene por qué responder, a la pieza original. Es decir, a la hora de rellenar las palabras -que serían un hueco-, a través del significado logra deformar el significante. Desbordando el propio molde.

Los museos de arte y las universidades le han abierto sus puertas. Publica en las mejores editoriales y es Premio Nacional de la Crítica. El tiempo juega a favor de los adelantados. Si a ello sumamos una biografía espectacular, inverosímil, concluiremos que Francisco Ferrer Lerín ha logrado el sueño de Wilde, y no sólo de Wilde: hacer de la vida una obra de arte.