Hay libros que pueden cambiar una vida. Llegan como un tsunami a la cotidianidad de su autor poniendo patas arriba rutinas, horarios, proyectos pendientes. Si el éxito crece como una bola de nieve, las exigencias de la industria editorial, las absorbentes campañas de promoción y el eco en medios periodísticos especializados o generalistas se sumará y retroalimentará la ola. Pero debajo de todo, en su núcleo, brillará lo más importante: la aquiescencia de lectores desde posiciones tan diversas como el mundo académico o los clubes de lectura. Desde los pedestales de la erudición a los rincones hogareños de personas sin más currículum que el de su pasión por la letra impresa se celebra desde hace año y medio una lectura que invita a la glotonería literaria, pero, más importante, que espolea a seguir indagando en un tiempo y un paisaje que, aunque lejanos, nos incitan a reconocer los ecos de un eterno retorno. Es el tiempo y el paisaje de la invención de los libros.

A Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) el éxito de su ensayo El infinito en un junco le pilló por sorpresa. No solo es que funcionara el ‘boca a oreja’, sino que el libro empezó a ganar espacios en listas de ‘mejores del año’, ‘más vendidos en…’, ‘las librerías escogen…’ y al tiempo fueron llegando los premios: El Ojo Crítico de Narrativa, el Acción Cívica en Defensa de las Humanidades, el José Antonio Labordeta que iban acelerando el proceso hasta llegar al Nacional de Ensayo que vino coronar el fenómeno y a que siguiera abriéndose paso en otros idiomas y culturas. Hasta entonces, esta doctora en Filología Clásica, que cuando era niña no quería aprender a leer para seguir disfrutando de la voz de su madre contándole cuentos a la hora de dormir, era la columnista apasionada por el mundo de Grecia y Roma que se asomaba semanalmente a la contraportada del Heraldo de Aragón comentando la actualidad con la vista puesta en su imaginario personal: las noticias de los telediarios se daban la mano con Safo o Marcial, con Tucídides o Séneca, con Gracián o Montesquieu. También era la autora de dos novelas, La luz sepultada, ambientada en los tiempos de la Guerra Civil en su Zaragoza natal, y El silbido del arquero, un relato de aventuras y enamoramientos anclado en ese mundo clásico que le es tan querido y que publicó Contraseña, sello aragonés donde también han aparecido las recopilaciones de sus columnas Alguien habló de nosotros y el más reciente El futuro recordado. Su proyecto sobre la historia del libro dio el salto a la editorial Siruela que no para de cambiar la ‘faja’ que rodea la cubierta del libro, pues solo en el tiempo que transcurrió entre la lectura para la preparación de esta entrevista y su aparición ha pasado de 17 a 31 ediciones, y solo la pandemia ha retrasado su traducción, que ya está próxima, tanto a las lenguas cooficiales del Estado como al portugués, inglés, alemán, italiano, árabe, chino… Está prevista su aparición en 32 países.

El infinito en un junco es un viaje. Un viaje al pasado, pero también un viaje elíptico que por instantes nos retrotrae al presente hasta que una próxima curva nos vuelve a poner en el camino de la Antigüedad. Incluso aquellos que acostumbran a abrir con recelo los libros señalados con la vitola de ‘best seller’ muy probablemente quedarán atrapados en una aventura que nos pone en la ruta de Alejandro Magno, que nos hace sentir la pérdida de la majestuosa biblioteca de Alejandría, que nos hace espiar a los primeros bibliotecarios de la historia, que nos presenta a Hesíodo como a un adelantado de la autoficción y a Heráclito como el ascendiente de Proust.  Que nos informa de que el primer autor del mundo que firma el texto con su propio nombre fue una mujer: “Mil quinientos años antes de Homero –leemos en uno de sus capítulos— Enheduanna, poeta y sacerdotisa, escribió un conjunto de himnos cuyos ecos resuenan todavía en los Salmos de la Biblia. Los rubricó con orgullo. Era hija del rey Sargón I de Acad, que unificó la Mesopotamia central y meridional en un gran imperio, y tía del futuro rey Naram-Sm” (p. 165). Y en este viaje de las tablillas al papiro y del papiro al pergamino podremos tropezarnos con Clint Eastwood o Tarantino, con Bob Dylan o Kurosawa.

La pandemia no solo ha retrasado algunos planes de traducción y presentaciones de El infinito en un junco sino que impone las pantallas a los encuentros en persona. La entrevista con Irene Vallejo tiene lugar vía zoom en plena campaña de promoción del libro en Latinoamérica. La escritora contesta dos o tres entrevistas diarias, escribe columnas (recientemente se ha incorporado a El País), atiende pequeños compromisos que se multiplican a medida que el libro traspasa fronteras. Sin embargo, la imagen que devuelve la pantalla del ordenador es la misma imagen serena de la Irene Vallejo que sonríe en las fotografías que estos días se multiplican en la prensa. La misma sonrisa dulce, y un tono de voz cálido, pero sobre todo pausado, que desmiente la vorágine en la que está inmersa. Irene Vallejo no tiene prisa.

 

“La idea de El infinito en un junco fue del filósofo Rafael Argullol”

- ¿Cómo surgió la idea del libro? ¿Cuál fue el momento inicial, si lo hubo, en que empezó a tirar del hilo con el que lo acabaría tejiendo?

- Siempre digo que la idea del libro no fue mía, fue del filósofo Rafael Argullol, que me animó a escribirlo y me dio unas instrucciones precisas acerca de lo que podía hacer con estas historias. Había venido a dar una conferencia a Zaragoza y yo era la persona que le hacía las preguntas. Después fuimos a cenar y me preguntó por mis temas de investigación y a qué me había dedicado en mi etapa académica. Yo le conté en líneas generales y él lo vio clarísimo. ‘Tienes que escribir sobre este tema un ensayo, pero no un ensayo académico sino un ensayo literario’. Realmente no se me había ocurrido dar ese salto desde unos materiales que yo había reunido para mis investigaciones que, por supuesto, tienen otro lenguaje, otro ritmo, otra retórica, y traerlos a mi universo literario. Hasta entonces había tenido dos facetas muy separadas. Gracias a esa intuición que tuvo Rafael me decidí a escribirlo. Y me di cuenta de que, no siendo realmente novedoso el tema porque ya existen muchos libros sobre libros y sobre historias de la lectura, lo que yo podía aportar era la estructura, la forma, el lenguaje y en eso me esforcé especialmente. Pasé mucho tiempo antes de escribir la primera línea construyendo una estructura y un mapa del libro, porque, sabiendo que iba a ser una obra muy digresiva, quería tenerla minuciosamente pensada. Y la verdad es que mientras estructuraba el libro con las idas y venidas constantes en el tiempo, con las anécdotas entrelazadas y con esa línea argumental tan intrincada como Las mil y una noches, en el fondo me preguntaba si el libro iba a funcionar, si toda esa estructura se iba a sostener. Recordaba cuando en la Edad Media construían las catedrales y tenían hecho el armazón de madera y las cimbras y solo cuando las retiraban sabían si todo eso se iba a sostener o se vendría abajo. Y un poco me pasaba a mí: iba construyendo y construyendo, pero siempre con la duda de si el lector iba a tener una sensación de un orden, de un sentido, de una dirección, o solo una especie de constante zigzag entre historias y épocas. La verdad es que, hasta el ultimísimo momento, hasta el final del libro casi escribí llena de dudas sobre si podría publicarse o tendría que considerarlo un experimento fallido.

 

“Tenía el deseo de que El infinito en un junco resultase tan apasionante de leer como una novela”

- Y mientras lo construía ¿pensaba a qué tipo de lector iba destinado?

- Sí, sí. Pensaba en un lector de curiosidad e intereses amplios, pero no especializado. Esa es la diferencia principal con la escritura académica. En esta, siempre tienes que suponer a un lector que, si no está familiarizado con tu especialidad, al menos sí tiene una gran base de conocimientos. Y en este caso lo concebí para el mismo tipo de lector para el que escribo mis artículos de prensa. En una columna de contraportada no puedes dar nunca nada por sentado, ningún conocimiento lo doy por hecho y de esa misma manera pensé el libro. No quería suponer que nadie tuviera relación con la Historia Antigua o con la Codicología, que era una posibilidad bastante remota, pero sobre todo tenía el deseo de que este libro fuera un experimento formal y que resultase tan apasionante de leer como una novela. Mi búsqueda era cómo contar esta historia del libro de una forma que pudiera hacerla apasionante. Pero como tampoco estaba convencida de que el libro se fuera a publicar, de que viera la luz, ni siquiera de que consiguiera acabarlo, porque las circunstancias en las que lo escribí eran muy duras, hasta cierto punto lo consideraba como un experimento y como tal admitía que pudiese ser fallido y que me sirviese de aprendizaje pero que lo tuviese que meter en el cajón. Me interesaba jugar en los territorios fronterizos entre el ensayo y la narrativa y explorar también la versatilidad del ensayo. Porque habitualmente pensamos o decimos que la novela es el género más amplio, el que lo admite todo, y yo siempre he pensado que el ensayo lo es aún más porque puede ser narrativo y puede dejar de serlo en algún momento, algo que la novela no puede permitirse con la misma intensidad. Yo jugaba saltando constantemente de género, con fragmentos más líricos, otros más periodísticos, usando la primera persona, derribando la cuarta pared y hablando con el lector en segunda persona, casi como si fuera un momento teatral. O sea, iba saltando de una opción a otra y probando si el lector dentro del género del ensayo podría admitir ese mestizaje tan radical.

 

“El mundo antiguo todavía tiene mucho que decirnos”

- El ensayo presenta dos cuestiones de estilo que marcan su personalidad: las continuas referencias a la actualidad y el uso del yo. Vayamos con la primera. Por el relato desfilan directores de cine como Tarantino, cantantes como Pete Seeger o Bob Dylan, autores como Lovecraft, referencias al Guernica… ¿Cómo surgió esta opción?

- Esa fórmula la he explorado durante muchos años en mi columna del Heraldo de Aragón donde semana tras semana intento abordar un tema de actualidad en relación con el mundo clásico, sea por paralelismo, por contraste, porque el término con el que nos referimos a una cuestión tiene una etimología antigua, porque lo relaciono con un hito o con personajes del pasado y el desafío es precisamente intervenir en el espacio de opinión de un periódico, de opinión de actualidad, se entiende, buscando algún vínculo con el pasado. Y es que han sido doce años de hacer eso todas las semanas. Digamos que es una técnica que he probado, que he ensayado, que la he ido refinando a lo largo de todo este tiempo y, en general, creo que es muy eficaz porque el lector siempre entiende que lo que le estás contando no es cuestión de mera erudición, sino que tiene que ver con el mundo en el que vive. De alguna forma explica la realidad que rodea, que preocupa y que emociona al lector. Hacer esos nexos muy explícitos es una manera de probar que el mundo antiguo todavía tiene mucho que decirnos y sirve también para que todo ese desfile de personajes antiguos, muchos muy desconocidos, no produzcan una sensación de vértigo y extrañeza, sino que a través de personajes conocidos o de elementos de la cultura popular dar tranquilidad a los lectores hacerles regresar a un territorio muy familiar.

- Lo que requiere un manejo amplio y ágil de la actualidad en muchas facetas.

- En esto ha sido fundamental la enseñanza del periodismo. Yo he tenido varias fases sucesivas profesionales, primero la académica, después la del periodismo y, simultáneamente, la ficción. Y lo que he aprendido en esos tres ámbitos he intentado hacerlo confluir en este ensayo. La parte de investigación es el recuerdo de mis tiempos universitarios, de mi doctorado; el esfuerzo por ampliar el horizonte del ensayo y de hacerlo atractivo a un público más amplio, la relación entre el pasado y el presente, incluso ese darle más importancia al mundo contemporáneo que al antiguo porque todo lo que selecciono del pasado es porque trae luz al presente es la parte periodística y, finalmente, están todas las herramientas de la narrativa puestas al servicio de la recreación de momentos históricos, de personajes, de las aventuras del suspense… Intentaba que fuera una síntesis de todo lo que había aprendido hasta ahora. Y sí iba haciendo muchas lecturas al tiempo que lo escribía, estaba pendiente de la actualidad. Por ejemplo, Bob Dylan aparece en el ensayo cuando se produce la sorpresa de su premio Nobel… Y me parecía interesante que fuera un libro poroso, abierto a lo que sucedía, a las redes sociales, al mundo de las series, a la ficción audiovisual… Y al final es lo que te enseña el periodismo: te obliga a estar constantemente apelando al hoy y al ahora y a los vínculos que podemos establecer entre cuestiones muy complejas y los problemas que nos atañen.

 

“Mi modelo es el ensayo anglosajón”

- En cuanto al uso del yo, no solo utiliza la primera persona, sino que da un paso más y aparecen notas autobiográficas: el rito de la lectura de cuentos con su madre, las visitas a las librerías de viejo con su padre…

- Mi modelo es el ensayo anglosajón. Creo que ellos hacen muy bien ese concepto de divulgación que en el mundo británico y estadounidense no tiene ningún matiz peyorativo como aquí sí lo tiene muchas veces. El que haya algún ingrediente autobiográfico suele ser común allí. Pero en general la idea es más bien presentar el cómo se ha realizado la investigación o el motivo por el cual ese ensayo llegó a convertirse en un proyecto del autor. En definitiva, acompañar con un ‘making off’ el ensayo. Pero yo lo quise llevar más lejos incluso incluyendo pasajes de alto voltaje como el del acoso escolar y otros más humorísticos como las andanzas en Oxford… En el fondo era un cuestionarme esa premisa básica que aquí aceptamos sin dudar de que en el ensayo académico el autor tiene que desaparecer y que todo tenga un aspecto de absoluta objetividad: nos consideramos científicos que estamos tratando con datos, con hechos, con certezas y las exponemos con una intervención mínima de nuestra subjetividad. Lo cual es la teoría, pero a mí me parece imposible… Cuando escribimos un ensayo, cuando realizamos una investigación siempre estamos seleccionando los materiales, dando más importancia a unos problemas, o a unos testimonios o a unas fuentes que otras… Estamos conduciendo el discurso de una manera claramente argumentativa hacia unas conclusiones en la mayor parte de los casos previstas de antemano. Esa objetividad es hasta cierto punto una convención del género, pero no es real. Me pareció que era más sincero decirle al lector quién eres, cuál es tu situación, de dónde vienes, cuáles son tus orígenes, tu familia, las emociones que están presentes en ese ensayo y de esa manera también le das las herramientas para cuestionarte. Tú estás exhibiendo tus puntos de partida, tus ideas, también tus sesgos y eso el lector puede equilibrarlo, contrarrestarlo, le puede servir para identificar desde dónde se gesta ese discurso. También me servía para establecer una sensación de cercanía, porque yo estaba intentando introducir muchos recursos de la oralidad. Y la oralidad siempre establece una relación muy directa, el narrador siempre está muy presente haciendo sus observaciones, entablando una relación con el auditorio y me parecía interesante usar estas herramientas porque en el fondo todo el imaginario literario se forja en los siglos de la oralidad, de los que sabemos muy poco. Cuando aparece la escritura entre los griegos, todas esas mitologías orales les vienen como una herencia que hace que la literatura griega nazca con la apariencia de una absoluta madurez. Quería reivindicar la importancia de la oralidad integrando esos relatos heredados. Y me interesaba contar toda esta historia casi como si fuera una narradora oral.

 

“Qué antiguo puede llegar a ser el futuro”

- De hecho, cuando se refiere al Nobel de Dylan lo pone en relación con “la multitud de bardos itinerantes agazapados” detrás del nombre de Homero, “los andrajosos enviados de las musas” que cantaban sus versos. Y escribe: “Un Nobel para la oralidad. Qué antiguo puede llegar a ser el futuro”. Una idea que cruza toda la obra es la de que los clásicos están mucho más presentes de lo que pensamos.

- A mí me interesaba ese eterno retorno y también el asunto de la originalidad que tanto nos preocupa ahora. Ha habido periodos históricos en el mundo antiguo en los que la originalidad no se valoraba en absoluto, en general lo nuevo se veía con desconfianza y casi todos los creadores acentuaban su deuda con el pasado y se llamaban a sí mismos ‘el nuevo Homero’, ‘los nuevos Sófocles’, intentaban siempre reivindicar su parentesco con otros autores antiguos, ocultando lo que tenían de innovadores. Y ahora ha dado un vuelco todo y omitimos la parte de deuda que tenemos con el pasado y nos obsesionamos por demostrar que todo es absolutamente novedoso cuando incluso lo que parece novedoso es una vuelta a un estadio anterior. Y yo con este ensayo he querido introducir ese legado de relatos e historias, episodios de vidas, de biografías… Algo que ya estaba presente en los primeros historiadores, en Heródoto en el mundo griego, y en otros como Tácito, Plutarco, Suetonio… la Historia se consideraba un género literario y a ese género se le pedía un ritmo, un suspense… Ahora nos hemos llevado a la Historia a ese terreno aparentemente científico donde se nos pide prescindir de esos elementos narrativos porque parecen restar rigor a la exposición.

 

“La hibridez de los  géneros es una vuelta a los orígenes”

- En definitiva, que lo de crear un género híbrido tampoco es tan novedoso.

- En realidad es una vuelta a los orígenes. Ahí estaba yo muy consciente de que el ensayo se lo inventó Montaigne, o al menos le puso nombre, y para mí ese nombre significa que ensayas, que pruebas, que buscas, que te preocupas por experimentar, por tantear nuevos caminos y en ese sentido toda la literatura es ensayo, incluso el relato, el teatro, toda la creación es siempre ensayo. En la tradición hay muchas obras híbridas, pienso en ‘De Rerum Natura’ que es un libro de ciencia y al mismo tiempo un poema y en otras obras de la Antigüedad que hacían esto que ahora nos parece tan novedoso de cruzar géneros, difuminar las convenciones de cada fórmula. Los griegos lo habían hecho ya de una manera muy desenvuelta. Muchas veces tenemos la sensación de ser muy innovadores y es porque no hemos leído suficiente a los clásicos.

 

“Estamos invadidos en la educación y en la vida en general por un pragmatismo mal entendido”

- Aquí es inevitable preguntarle su opinión acerca del desapego hacia el mundo clásico en los planes educativos. Como usted misma ha dicho en alguna ocasión, estudiar Clásicas es hoy en día una originalidad y el Latín y el Griego son exotismos en las Enseñanzas Medias.

- Estamos invadidos en la educación y en la vida en general por un pragmatismo mal entendido que hace pensar que solo los conocimientos que son inmediatamente aplicables con proyección laboral son valiosos y todo lo demás queda fuera. Pero yo creo que la educación es más que eso. Es importante transmitir durante todo el periplo académico otra serie de valores. Para la investigación misma es muy necesario saber que muchas veces investigas o te interesas por un asunto por curiosidad y las aplicaciones prácticas las descubres después. Si solo concedemos valor a aquello que parece tener una aplicación inmediata y todo lo demás lo despachamos como un capricho de soñadores veremos que un pragmatismo tan estrecho va a acabar perjudicando a la ciencia, a la investigación, a la sociedad en su conjunto y muy especialmente a la democracia. Martha Nussbaum, la filósofa estadounidense que fue premio Príncipe de Asturias hace unos años, tiene una investigación en la que dice que la democracia asienta sus cimientos en la Humanidades y que si se socavan las Humanidades se socava la democracia, porque muchas cualidades que son absolutamente imprescindibles para ella como la empatía, la capacidad de diálogo, cierta conciencia de colectividad o la misma creatividad se aprenden y se cultivan con las Humanidades.

 

“En todas las tribunas posibles hay que reclamar que las Humanidades son importantes”

- Por no hablar de lo rentable que resulta a veces un buen conocimiento de los clásicos.

- Eso se comprueba claramente en la industria del entretenimiento en Hollywood donde se ve cómo utilizan los guionistas del cine las aventuras de superhéroes que no son sino la actualización del héroe antiguo… Todos estos guionistas de los grandes taquillazos norteamericanos y de las sagas más importantes tienen un gran conocimiento de las mitologías y a través de ellas comprenden cuáles son los arquetipos que funcionan y que permiten construir un éxito. Así ha sido con J. K. Rowling que es filóloga clásica y románica y que gracias a esos conocimientos ha amasado una enorme fortuna con la saga de Harry Potter, una franquicia que ha alimentado a mucha gente. Lo mismo pasaba con ‘El señor de los Anillos’, de Tolkien, experto en Lenguas Antiguas, o con Las Crónicas de Narnia de C. S. Lewis, incluso Star Wars se basa en el trabajo de Joseph Campbell, que era experto en mitologías comparadas, y a quien George Lucas agradeció en una comida homenaje toda la inspiración recibida de sus libros. Se da la circunstancia de que todos estos conocimientos están más presentes en la sociedad que en la educación y con ello estamos propiciando que la gente no esté preparada para acudir a las fuentes de primera mano y se conforme con la adaptación de la adaptación de la adaptación que les llega por otros caminos. Y esta es una limitación. Sería importante que en algún momento de la trayectoria educativa todos los alumnos, vayan a decidirse por ciencias o por letras, tengan algún contacto con la cultura clásica. Además, se demuestra que todo parte de un prejuicio porque a la gente le interesan las películas de ese mundo antiguo. Ahí están fenómenos como ‘Gladiator’, o el éxito de la novela histórica. La misma acogida de ‘El infinito en un junco’ significa que hay más gente interesada en estas cuestiones de lo que en principio creemos. Hay un prejuicio de nuestros legisladores pensando que esto es algo innecesario y obsoleto, siendo que, en otros países de nuestro entorno, incluso en Alemania o Gran Bretaña cuyas lenguas no son romances, se les da más espacio que aquí y eso que en nuestro caso el Latín te ayuda a comprender la gramática del español. Esto es un combate permanente: hay que estar siempre argumentando y armarse de paciencia y en todas las tribunas posibles reclamar que las Humanidades son importantes, que tienen mucho que ver con la ética y que como se ha demostrado en las sucesivas crisis es una asignatura pendiente. En el futuro de nuestro planeta, en el cambio climático, por ejemplo, están involucradas grandes cuestiones éticas, como la capacidad de valorar las repercusiones de ciertas decisiones en un contexto complejo. Deberíamos formar equipos multidisciplinares para tener una visión más amplia, admitiendo que los científicos también son humanistas.

 

“El arte proporciona un apoyo enorme en las circunstancias más duras de la vida”

- ¿Le sorprendió la acogida del libro?

- Totalmente. Además, yo lo escribí en un momento muy duro, tenía a mi hijo en la UCI neonatal y luego salió, pero tuvieron que ingresarle con relativa frecuencia…  Al final fue un libro terapéutico para mí. Era mi negativa a aceptar que la enfermedad y los cuidados de mi hijo monopolizaran mi vida. Yo quería mantener al menos un contacto con mi profesión. Quería vivir este periodo escribiendo, pensando, razonando… Y con ese enorme apoyo que significa la escritura de un libro. El arte proporciona un apoyo enorme en las circunstancias más duras de la vida. Cabía la posibilidad de que al final, como vi que les ocurría a otras madres en mi situación, tuviera que dejarlo y dedicarme solo a los cuidados del niño, pero quería aplazarlo lo más posible y no renunciar fácilmente. Yo era feliz cuando sacaba horas para escribir y no pensaba en absoluto en el éxito, ni en los lectores, ni en la repercusión. Estaba segura de que sería mi libro menos comercial, por ser un ensayo y por las dimensiones que iba tomando y por tratar del mundo clásico. Al final, todo fue una serie de pequeños éxitos encadenados: el acabarlo, el que lo publicara Siruela… Porque la propaganda acerca del escaso interés por los clásicos había terminado por convencerme a mí misma.

 

“Mary Beard ha sido una inspiración”

- El fenómeno de su libro me ha recordado éxitos pasados como ‘El mundo de Sofía’, de Jostein Gaarder, en torno al mundo de la Filosofía, y más reciente y más relacionado con su trabajo el éxito de ‘S.P.Q.R.’ de la historiadora británica Mary Beard, en torno a la historia de Roma. A Mary Beard la cita en varias ocasiones. ¿Ha sido una inspiración?

- Sí, sí, me ha interesado mucho esa postura que ella tiene tan irreverente respecto a los clásicos porque arrastramos una larga tradición desde el siglo XIX de veneración a los clásicos a los que tenemos en un pedestal, los idealizamos y al mismo tiempo los distanciamos porque la idealización distancia. Por eso fue muy refrescante que una persona de una formación académica tan irreprochable se haya atrevido a dar algunas volteretas, como utilizar los clásicos en un ensayo de reivindicación feminista en Mujeres y poder. Yo la leí cuando ya tenía en marcha el ensayo y había consultado otras fuentes precursoras como El giro, de Stephen Greenblatt, sobre De Rerum Natura, en el que cuenta cómo ese manuscrito que sobrevivió de forma milagrosa en un solo ejemplar a lo largo de la Edad Media acabaría cambiando la ciencia europea a través de Giordano Bruno hasta llegar a la Teoría de la Relatividad de Einstein. También es un libro escrito con una vocación apasionada sin esa frialdad y distancia habitual. Esos eran mis referentes.

 

“Estamos volviendo otra vez a los clásicos para dar otras versiones de los mismos mitos desde otros ángulos”

- ¿Se está dando una relectura femenina/feminista de la Antigüedad?

- -En efecto. Hay muchas autoras que desde distintos géneros están volviendo o estamos volviendo otra vez a los clásicos para dar otras versiones de los mismos mitos desde otros ángulos. Desde luego Mary Beard, pero en la poesía es muy interesante Anne Carson, que ha sido Princesa de Asturias este año. O la premio Nobel Louise Glück, que tiene varios poemarios donde sus experiencias contemporáneas se ponen en paralelo con personajes como Eurídice, Penélope, Circe. La propia Margaret Atwood tiene un libro sobre Penélope y las doce criadas y en su novela El cuento de la criada recoge testimonios del mundo antiguo y los lleva a ese mundo distópico. Y ejemplos como Madeline Miller y su novela Circe y en España Aurora Luque desde la poesía y la italiana Loretta Minutilli que en Helena de Esparta hace una relectura del por qué Helena abandona a su marido y se va con Paris y no tiene nada que ver con el deseo erótico sino con el deseo de libertad... Son mitos que han cimentado toda una tradición y la forma de reconstruir esa tradición es cuestionar algunos lugares comunes muy sólidos y volver a narrarlos desde otro punto de vista. Esto es muy interesante porque los propios autores antiguos tenían varias versiones de los mismos mitos y ahora estamos generando nuevas versiones de los clásicos. Todavía estamos atados a imaginarios que vienen de muy antiguo y que siguen definiendo nuestra forma de entender qué es un hombre, qué es una mujer, el mundo en el que vivimos, nuestras relaciones, la pareja, la familia. Este movimiento ya empezó con Christa Wolf que escribió un libro maravilloso sobre Casandra. Es curioso que lo estemos haciendo precisamente mujeres y es interesante cómo de nuevo se mezcla lo antiguo, cómo para transformar el mundo de hoy hay que reformular los mitos antiguos.

 

“Siempre he sentido que estoy trabajando para encontrar esa conversación entre la memoria y el presente”

- Hay una Irene Vallejo antes de El infinito en un junco que se conoce menos, pero que, además de las columnas periodísticas, dio a la imprenta dos novelas y varios relatos infantiles y juveniles. ¿Cómo conviven en su trabajo el mundo de la ficción y la investigación histórica?

- Yo siempre tengo varios libros en la cabeza, pero cada uno tiene su proceso de crecimiento y no necesariamente las primeras ideas son las que germinan antes. Lo que he intentado siempre es ir cambiando de género. Escribir novelas, libros de periodismo, literatura infantil, ensayo… Y en estos saltos de género intento abordar nuevos lenguajes para tratar una serie de temas que siempre me han interesado. En la novela sobre la Guerra Civil [La luz sepultada] me basé en las estructuras de la tragedia antigua. En ella, muchas veces los personajes no están presentes cuando sucede lo más trágico sino que lo saben después, y hay ese relativo estatismo de la tragedia antigua donde a menudo hay un mensajero que llega y cuenta la escena sin que la veamos directamente porque lo que vemos es la espera, la reflexión, la reacción ante lo que ha sucedido. Y como era una historia de retaguardia y de mujeres que intentan descubrir lo que está sucediendo en un mundo al que tienen el acceso cerrado me inspiré en ese método. Así que, ya sea de una manera más literal como en El silbido del arquero, donde me sitúo en el mundo antiguo y llevo a mis personajes por aquellas calles de la Roma antigua, o en otros libros donde lo utilizo de una manera más metafórica el mundo clásico está. A pesar de que sean libros muy distintos siempre he sentido que estoy trabajando con las mismas preocupaciones, los mismos temas y buscando distintos lenguajes para encontrar esa conversación entre la memoria y el presente. Para mí ‘El infinito en un junco’ es la continuación natural de todo ese trabajo. Aquí la caracterización y presentación de los personajes está trabajada de una manera muy parecida a la narrativa. Asumo las diferencias entre géneros y a unos libros los llamo ensayo y, a otros, novela, pero mi forma de trabajar no es tan distinta. Al final se trata de buscar el lenguaje más eficiente para contar ese tipo de reflexiones. El periodismo es una gimnasia permanente. E intento tener siempre un proyecto en marcha de más envergadura.

 

“Soy una escritora lenta”

- ¿Y cómo lleva ese método a la escritura diaria? ¿Escribe con esa facilidad que da a entender la lectura de su último libro?

- Soy una escritora lenta. Escribo, reescribo, medito, voy despacio. Esa apariencia de facilidad es el resultado de mucho trabajo. Hago algo que yo llamo la revisión melódica. Es decir, yo cuando escribo un texto me lo leo en voz alta para ver cómo suena y el oído me dice cuándo algo no está fluyendo bien, cuándo algo se obstaculiza, cuándo algo rompe la limpieza de la lectura.

- ¿Cuánto tiempo le llevó El infinito en un junco?

- Es una pregunta difícil porque ahí están muchas investigaciones del doctorado que al final fueron cuatro años de un trabajo muy intenso sobre un tema que no era exactamente el mismo pero que estaba muy próximo, tres años más de escritura del ensayo y uno de trabajo con mis editores para pulirlo. Hay que sumar también el periodo que dediqué a la revisión de la bibliografía porque habían pasado varios años desde el doctorado y quería utilizar la bibliografía actualizada. Me encuentro con que pueden ser ocho o nueve años de trabajo compaginándolo con otras cosas.

-¿Tendrá continuación?

- Tengo ideas, pero ahora me falta tiempo. Quedan muchos territorios por explorar y lamento que se haya quedado fuera toda la parte oriental. Hablo algo del Próximo Oriente, pero no del Lejano, no hablo de China, de Japón, de la India que tienen grandes aportaciones. Quedaron algunos hilos que tuve que cortar para no desparramar y que se podrían tratar con más detenimiento, pero tampoco querría escribir una segunda parte del ‘junco’ ni supeditar un libro a otro. Si hay otro proyecto será independiente y será un experimento en sí mismo.

 

“Los libros son una forma especial de estar en el mundo”

- A usted parece inevitable preguntarle por cómo ve los índices de lectura en nuestro país.

- Respecto a esta cuestión no puedo evitar situarme en una perspectiva histórica donde conceptos como mucho o poco son relativos. Me pregunto: leemos poco en relación con qué época. En qué época se ha leído más que ahora porque yo tengo serias dudas. A lo largo de muchos periodos había gente que tenía negado el acceso a la lectura simplemente por falta de educación, por analfabetismo, porque los libros eran inaccesibles y patrimonio de una clase social, no estaban al alcance de los demás. Hemos conseguido vencer la mayoría de esos obstáculos en la mayor parte del mundo. Es imposible comparar cifras porque no sabemos cuanta gente leía en el pasado, pero en este mundo contemporáneo se lee más que en ninguna otra época. Yo soy optimista o pesimista, según se mire. Pienso que los lectores nunca vamos a ser mayoritarios en la sociedad, no creo que llenemos estadios, pero generación tras generación somos muy leales, muy persistentes. Supongo que hay rasgos de carácter que predisponen a la lectura y también la tradición familiar. Pero ahora tenemos más facilidad que nunca para empezar a ser lectores. Ahora hay más alternativas de ocio, sí, pero también más acceso a la lectura. Tenemos bibliotecas en cada barrio, en cada colegio, en cada instituto y todo el que realmente quiere leer ahora ya no tiene obstáculos ni económicos ni culturales que se lo impidan. Los libros son una forma especial de estar en el mundo y siempre interesarán a un determinado tipo de personas.

 

“El pasado siempre vuelve”

- En su ensayo hay pasajes que muestran la fragilidad de los libros, la destrucción de la Biblioteca de Alejandría o la de Sarajevo serían dos ejemplos paradigmáticos, al tiempo que su gran capacidad de supervivencia. ¿Cómo ve su futuro?

- A mí me llama la atención que siempre estamos prediciendo la muerte del libro, algo que ha sucedido en todas las épocas, y lo miremos con ojos enterradores y tomándole las medidas para el ataúd. Lo que nos dice la historia es que los libros son grandes supervivientes y eso es lo que he querido destacar en El infinito en un junco. Ahora se publican muchos más libros que nunca y me sorprende que en una época en la que el problema casi es el alud de libros que publica la industria y que no tenemos capacidad para absorber estamos pensando que los libros se acaban. Lo cierto es que proliferan sin tasa ni medida y no hay manera de frenarlos. Y en cuanto al formato, recientemente he visto una serie futurista pero ambientada en un futuro no muy lejano, Years and years, en la que por diversas razones la humanidad se enfrentaba a cortes de electricidad, faltaba la energía, y la gente se daba cuenta de que se perdía mucha información de los ordenadores. Y entonces volvían a archivar los documentos en papel porque de esa forma el conocimiento estaba más seguro. Quién sabe lo que nos traerá el futuro. Igual volvemos a confiar en el viejo papel. Cosas que parecen enterradas como los viejos rollos de papiro están inspirando avances tecnológicos: los nuevos prototipos de las pantallas móviles se están planteando que sean enrollables, flexibles. Incluso lo remoto podría volver. El pasado siempre vuelve.