A Brenda Navarro, que nunca había pensado en sí misma como escritora, le impulsó a narrar la preocupación por la violencia cotidiana y la impunidad con que se ejerce en su México natal. Ese patrón de crueldad sistémica y la necesidad de denunciarlo le impulsaron a contar qué hay detrás de un desaparecido en su primer libro, “Casas vacías”, de 2018. Una novela que, en poco tiempo, obtuvo el favor mayoritario del público y la crítica y convirtió, a quien era hasta entonces una completa desconocida en las letras mexicanas, en una autora cuya popularidad es ya indiscutible.

La entrevista con Gamoneda tiene como punto de arranque su segundo volumen de memorias, titulado “La pobreza”. Y es que la pobreza, y la penuria de la que proviene, es una cuestión esencial a la hora de analizar su trabajo intelectual, según él mismo reconociera en el discurso de recepción del Premio Cervantes. Son páginas de una modernidad abrumadora en las que, más allá de inventariar su decrepitud física, confirma que lo suyo es la rebeldía de hablar a las claras sobre la vida y sus aspectos más incómodos. También apela a practicar una épica civil, tranquila, testimonial. Y, sobre todo,  enuncia que la poesía es antes sensible que inteligible y que es “un arte de la memoria”.

La  conversación  con  Navarro  parte del impacto que producía en su familia, como en la mayoría de sus compatriotas, la violencia que impera en México y la impunidad con que se ejerce. Una inquietud que la obligó a emigrar con su pareja a España porque el fenómeno de los desaparecidos es muy grave: “Un desaparecido es un fantasma que te persigue como si fuera parte de una esquizofrenia”.

Se trata de dos conversaciones exclusivas, que permiten no sólo conocerles mejor, sino también descubrir sus opiniones sobre un amplio repertorio de temas de interés. Ambos son, por encima de todo, autores de una obra de marcada originalidad, rigor y relevancia en sus respectivos ámbitos. Antonio Gamoneda y Brenda Navarro, sin duda, dos personalidades muy atractivas y su opinión nos enriquece a la hora de interpretar este tiempo tan difícil y complejo que vivimos.  En  TURIA  nos  hablan,  con  absoluta  libertad  y   franqueza,  de  sus  respectivas  obras  e  itinerarios  vitales.  Y,  además,  con  sus respuestas se ocupan también de abordar cuestiones que nos afectan o interpelan: la desmitificación de la vejez como lugar de sabiduría, la convicción de que todas las formas de lenguaje artístico tienen un grado de naturaleza simbólica, en el caso de Gamoneda; la preocupación por la violencia sistémica, por la existencia de un patrón de agresión y hostilidad generalizado que atenta contra los derechos humanos, en el caso de Navarro.


ANTONIO GAMONEDA: ”LA GENTE VIVE ATROPELLADA Y ES UN EMPOBRECIMIENTO FEROZ”

Antonio Gamoneda es una de las figuras fundamentales de la poesía contemporánea. Aunque nació en Oviedo en 1931, ha vivido toda su vida en León, donde se trasladó con su madre a los tres años, y esta ciudad ha marcado notablemente su trayectoria poética. Trabajó en el Banco Mercantil durante más de veinte años y formó parte de la resistencia intelectual al franquismo. Poeta personalísimo, el proceso de recepción de su obra fue lento y difícil. Perteneciente por edad al grupo poético del 50, se dio a conocer con su primer poemario, “Sublevación inmóvil”, finalista del premio Adonais, pero su fama sólo se consolidó al recibir, en 1985, el Premio Castilla y León de las Letras. Dos años después fue galardonado con el Premio Nacional, y ya en el año 2006 se le otorgó el Premio Cervantes.

En la entrevista que TURIA publica, y que ha elaborado Fernando del Val, no sólo se analizan algunas de las claves de su vida y de su obra. También se aborda el sentido de ese segundo y más reciente volumen de memorias que Gamoneda ha titulado “La pobreza” y con el que confiesa ha pretendido “tanto un reconocimiento y una narración de mi vida pasada -entendida como una vida solidaria y complementaria de la de todos- cuanto una observación crítica del pasado, del presente y de una especie de perspectiva imaginaria, pero lo más sensata posible, relacionada con el porvenir”.

Cree igualmente Gamoneda que “el poema con potencia simbólica es algo que va más allá de la percepción intelectual. Se puede casi tocar”. Y entre sus afirmaciones destacamos que, para él, “en nuestros tiempos tecnificados y politizados, la poesía se hace más difícil”. En su opinión, “la gente vive atropellada y luego da una tecla. Es un empobrecimiento feroz. Una anulación semejante se ha producido con la poesía. No sólo es un bache cultural; es un despojamiento de la creatividad humana. Y no bastan los muchachos que hacen rap y otros movimientos semejantes. Es necesaria una poesía que vaya de boca en boca, una especie de un poema incesante que van cediéndose los unos a los otros, y que se recrea sucesivamente. Eso también es creación. Y es un valor para la felicidad de los seres humanos”.

Por último, asegura Antonio Gamoneda no ser el papa de ninguna religión poética. Muy al contrario, se muestra autocrítico y reconoce que “en los últimos diez o veinte años, tengo más reservas ante mí mismo a la hora de escribir”. Y es que, como señala el entrevistador, “en dos décadas, Cervantes mediante, sólo se ha permitido dos libros canónicos. El mundo no necesita poemas nuevos, sino poemas necesarios. Aparte de mudanzas, escribe poemas cuyo nacimiento no frena, pero que después observa con lente de aumento. Es como si el viento a favor le pareciera sospechoso. Desconfía del sencillismo tanto como de las oportunidades regaladas. Antonio Gamoneda continúa ensayando poemas que añadan capas de luz a tantas páginas que lo demás juzgamos cegadoras. De momento, los aparta. Busca poemas que sean coherentes con la obra anterior, siendo hijos del siglo XXI. Poner el pie en terrenos no pisados. El mejor escribano echa un borrón; el mejor poeta, no.


BRENDA NAVARRO: “LA MATERNIDAD SE ESTÁ VOLVIENDO UN MECANISMO DE MERCADOTECNIA”

En  cualquier nómina de  las  nuevas autoras más valiosas de nuestras letras actuales, sobresale la mexicana Brenda Navarro. Su impacto, con tan sólo dos títulos (“Casas vacías” y “Ceniza en la boca”), ha sido espectacular. Nacida en Ciudad de México en 1982, desde 2016 reside en España (primero lo hizo en Barcelona, actualmente vive en Madrid). Tras estudiar Sociología y Economía Feminista en la Universidad Nacional Autónoma de México, cursó un máster en Estudios de Género, Mujeres y Ciudadanía en la Universidad de Barcelona. Ha sido redactora, guionista, reportera y editora, y ha trabajado en diversas ONG relacionadas con derechos humanos. Fue fundadora de #EnjambreLiterario, un proyecto enfocado en publicar obras escritas por mujeres.  “Casas vacías”, su primera novela, fue premiada con el XLII Premio Tigre Juan y traducida a siete lenguas. Su segunda novela, ha ratificado ese reconocimiento y ha obtenido varios galardones al mejor libro del año 2022 como los Premios Cálamo o el de las librerías de Madrid.

Pese al éxito, Brenda Navarro evita identificarse como escritora porque su literatura soslaya el planteamiento estético en favor del contenido: “La pregunta que me guía siempre es la de comprender qué significa ser humana”.

Sobre el asunto de la maternidad, Navarro asegura que tener joven a su primer hija cambió su vida de una manera brutal: “fue una de las experiencias que me hicieron ser la persona que soy ahora. Porque estaba en México fue fácil, porque fue una maternidad colectiva, a la latinoamericana”. Todo cambió cuando, ya en España, tuvo a su segunda hija: aquí “la maternidad hace que las mujeres dejen de ser mujeres para convertirse solamente en madres”. Asegura la escritora que “la maternidad se está volviendo un mecanismo de mercadotecnia. Es horrible lo que hacen con las mamás: que si la lactancia, que si la depresión posparto, que si el trabajo del suelo pélvico; todo se vuelve una enfermedad y tú te conviertes un mero recipiente para tus hijos. Yo, en cuanto pude dejar la lactancia, lo hice”.

En la entrevista que ha elaborado Michelle Roche Rodríguez para TURIA, Brenda Navarro no duda en afirmar que “en América Latina y los demás lugares del mundo en donde estamos acostumbrados a la precariedad hemos aprendido a que existimos gracias a las redes de apoyo. La imaginación permite que el mundo siga existiendo, a pesar de los problemas”.

Además de desmontar el mito de la maternidad, preguntada sobre los temas que debería poner atención el feminismo, Brenda Navarro opina: “como mujer y como feminista, lo importante para mí es hablar de temas como la renta básica universal, del derecho a la vivienda y del derecho universal a la salud. Me interesa hablar de por qué una mujer no puede ser autónoma ni tiene dónde vivir porque carece de un oficio digno o de condiciones para trabajar. Esta situación se extiende hasta la ancianidad: esa mujer tampoco tendrá una vejez digna, porque no hay una sanidad que nos asegure que vayamos a vivir bien al final de la vida. Ya vimos lo que pasó con las personas mayores durante la pandemia: las dejaron morir. Hay mujeres con pensiones de apenas cuatrocientos euros, ¿quién vive con esa suma, por favor? Las estadísticas nos dicen que las mujeres son las que tienen menos cuentas bancarias o propiedades a su nombre, tienen menos trabajos dignos o con prestaciones sociales decentes. El feminismo puede ocuparse de todas las discusiones públicas que quiera, pero si no defiende estos derechos humanos básicos a la vivienda y al acceso a la sanidad pública condena al género a la pobreza. El modelo patriarcal se fundamenta en la falta de autonomía de las mujeres, para que nunca podamos tomar decisiones por falta de dinero. El tema real del feminismo es quién posee la riqueza. Tenemos que empezar a hablar de dinero, de cómo está distribuido y de quiénes hacen el trabajo de los cuidados, así como también de cuánto vale ese trabajo en nuestra sociedad.”

Preguntada, por último, sobre el desarraigo y el sentimiento de culpa que se perciben en sus dos libros publicados, Brenda Navarro aclara que  “Mis novelas tratan de las violencias estructurales que hacen que las mujeres desaparezcan conforme se van volviendo adultas. En Casas vacías, la primera voz dice en un momento: “soy una mujer a punto de suceder”. Ella nunca sucede como tal porque cuando le toca ser ella misma, la sociedad le impone tantas reglas que la coloca en una posición en la cual ella solo se limita a tomar decisiones. En Ceniza en la boca me refiero a esto de una forma más clara: la narradora es una chiquilla que por sus circunstancias ha tenido que ser madre [de su hermano], ha tenido que buscar cómo sobrevivir en este mundo, sin saber muy bien qué quiere. A las mujeres, en realidad, nos educan para no saber qué queremos, y lo descubrimos cuando tenemos treinta años, más o menos. Allí perdimos una década que los hombres nos llevan de ventaja. En Ceniza en la boca me refiero al desarraigo porque creo que la humanidad ahora mismo se siente desarraigada”.