LA REVISTA PUBLICA UN CAPÍTULO DE SU NOVELA INÉDITA Y ANALIZA SU  TRAYECTORIA

CARME RIERA PRESENTA “TURIA” MAÑANA EN  HUESCA

18 AUTORES OSCENSES PARTICIPAN EN EL NUEVO NÚMERO

La revista cultural TURIA, que distribuye este mes de junio su nuevo número, otorga un gran protagonismo a los temas y autores vinculados a Aragón. Entre esos contenidos, destaca la publicación de un amplio artículo en el que se  rinde homenaje al escritor y músico zaragozano Sergio Algora, fallecido en 2008 y del que este año se el cumple el 50 aniversario de su nacimiento. Además de analizar su trayectoria creativa, TURIA brinda una grata sorpresa a los interesados en la obra de Algora: publica un capítulo de una novela inédita cuya finalización quedó truncada por su repentina muerte. 

 

Por otro lado, TURIA estudia también la relación entre Miguel de Molinos y Thomas Mann. Y es que la influencia de gran pensador aragonés, muy notable en aquellos países afectados por la reforma luterana, puede detectarse nada menos que en una de las principales obras del autor alemán: “La montaña mágica”, todo un clásico de la literatura universal.

 

TURIA será presentada mañana martes día 18 de junio en Huesca, en el salón de actos de la Diputación de Huesca y a las 20 horas. La tarea corresponderá a Carme Riera, escritora, académica de la RAE y actual presidenta de CEDRO. Conviene destacar que la Diputación de Huesca ha apoyado económicamente esta iniciativa cultural y la ha hecho viable.

 

TURIA continúa ejerciendo su labor de puente cultural entre territorios y buena prueba de ellos es que un total de 18 autores oscenses o radicados en Huesca, participan en el sumario de la nueva entrega de la revista que dedica en esta ocasión su monográfico a rendir homenaje al escritor oscense Javier Tomeo, fallecido hace seis años.

 

SERGIO ALGORA, UN POETA HETERODOXO Y LIBRE

Bajo el título de “Sergio Algora: la mente puesta al sol”, Jesús Jiménez Domínguez elabora una excelente aproximación a la personalidad y la obra de quien fue ante todo “un poeta heterodoxo y libre, un verdadero ‘detective salvaje’ al que el oficialismo notarial de las letras aragonesas no pudo domesticar o encasillar y, a veces, entender. Desde siempre, se desentendió de las camarillas literarias de la ciudad y rara vez se dejó ver en las tertulias y menos aún en los círculos institucionales”.

 

El texto sobre Sergio Algora (Zaragoza, 1969-2008) se inicia con una cita suya muy reveladora: “he escrito todo lo que no he visto. Pero he vivido lo que he escrito y las palabras renacen con otras vidas”. Y es que, para Jesús Jiménez, Algora “fue un náufrago que achicaba sin cesar la barca rebosante de su creatividad. Había una suerte de urgencia inaplazable en “deshacerse” de poemas, cuentos y canciones, como si todos ellos le quitaran tiempo para lo verdaderamente importante: vivir y amar. Así, en un corto periodo de catorce años, dio a la prensa cinco libros de poesía (“Envolver en humo”, “Paulus e Irene”, “Otro Rey, la misma Reina”, “Cielo ha muerto y “Los versos dictados), dos libros de relatos (“A los hombres de buena voluntady “No tengo el placer), una obra dramática (“La lengua del bosque”) y una docena larga de discos repartidos entre sus grupos El Niño Gusano, Muy Poca Gente, La Costa Brava y Cangrejus (éste publicado póstumamente).”

 

Según Jesús asegura Jesús Jiménez en TURIA, “durante todos estos años, la reputación de Sergio Algora como letrista de culto dentro del pop independiente no ha hecho sino agrandarse hasta desbordar nuestras fronteras y cruzar el Atlántico (uno recuerda especialmente el sentido obituario que “Página 12”, el diario bonaerense, le dedicó aquel fatídico verano de 2008). Sin embargo, injustamente, el reconocimiento de su poesía fuera de Aragón no ha seguido un camino paralelo. Acaso porque el mundo literario español es menos receptivo que el musical a las innovaciones, a las rarezas y a quienes, como él, nadaron contracorriente sin preocuparse de guardar la ropa. Tal vez porque la obra poética de Algora, tan hermética en ocasiones, exige tanta libertad del lector como el autor se exigió al escribirla. O quizás porque, simple y llanamente, la precaria distribución de algunos de sus poemarios dificultó el conocimiento y disfrute de su poesía, asunto éste que la reciente recopilación de su poesía reunida (“Celebrad los días”, Chamán Ediciones, 2017) ha venido felizmente a remediar.”

 

LA INFLUENCIA DE MIGUEL DE MOLINOS EN THOMAS MANN

El profesor y filólogo turolense Francisco Lázaro Polo, en su artículo “Miguel de Molinos en ‘La montaña mágica’ de Thomas Mann”, explora y acredita los sugerentes vínculos que pueden observarse entre la obra ensayística del escritor místico y teólogo español (Muniesa, Teruel, 1628 – Roma, Italia, 1696) y la del Premio Nobel de Literatura alemán, fallecido en 1955 y considerado como uno de los grandes autores universales del siglo XX.

 

Publicada originalmente en 1924, “La montaña mágica” es, sobre todo, una novela de contenido filosófico. En ella encontraremos, según Lázaro Polo, “sucesivas reflexiones sobre los motivos más diversos, concernientes todos ellos al eterno tópico de la condición humana. Y es que son muchas las páginas que hablan de la enfermedad, de la muerte, del amor, de la guerra, del arte, de la religión, del tiempo….”

 

Es a través de uno de los personajes de “La montaña mágica”, el inquietante Leo Naptha, como se vehiculan la presencia de las tesis de Miguel de Molinos en la obra. Por eso, en opinión de Lázaro Polo, puede deducirse que Naptha “conoce la doctrina de Miguel de Molinos, líder del quietismo, corriente espiritual que influye en la Iglesia católica y que el teólogo de Muniesa había abrazado en Roma, adonde había llegado en 1664 para, entre otras cometidos, terminar ejerciendo como director espiritual que labra el campo, ese  espacio, como ya vimos, que es símbolo del alma del hombre laico dispuesto a escalar la  jerarquía de la perfección de la que habla Bernardo de Claraval, otro argumento de autoridad exhibido por Leo Naptha. No está de más señalar que el quietismo de Molinos y de Fenelon, al que se refiere el hijo del carnicero judío para combatir las teorías de Settembrini, reniega de cualquier tipo de actividad.

 

No sabemos cómo y cuándo Thomas Mann tuvo conocimiento de Miguel de Molinos y de su quietismo. Podría explicarlo la conocida admiración que el novelista alemán sentía por la cultura española. Su fervor por “El Quijote”, por ejemplo, se pone de manifiesto en un diario que escribió en mayo de 1934, durante una travesía llevada a cabo, en compañía de su mujer, Katia, a través del Atlántico, y que lleva por título “Viaje por mar con don Quijote”, obra en la que reflexiona sobre la novela cervantina. De “El Quijote” entusiasman a Mann el humor, la dignidad o la tolerancia que rezuman muchas de sus páginas, así como esas hermosas palabras que uno de los personajes de la novela, el morisco Ricote, dedica a Alemania, la patria de Thomas Mann, cuando de ese país dice que es “bueno” y “tolerante”. Curiosamente, “dignidad” y “tolerancia” serán dos de los valores que, con más  frecuencia, encontremos en la obra de Miguel de Molinos; algo que, sin duda, debió atraer al premio nobel alemán y empujarlo al conocimiento de la obra del teólogo turolense.  

 

IMPORTANTE PRESENCIA DE AUTORES ALTOARAGONESES EN “TURIA”

Hay que destacar que, en el nuevo número de TURIA, un total de 18 autores radicados en el Altoaragón participan en las distintas secciones de la revista. Y es que en el monográfico sobre Javier Tomeo, coordinado por el oscense Ramón Acín, también escriben artículos Ismael Grasa, Agustín Faro Forteza o Mariano Gistaín.

 

Muy relevante es también la presencia de Francisco Ferrer Lerín. El escritor y ornitólogo barcelonés radicado en Jaca es protagonista de una extensa e intensa conversación a fondo en TURIA.

 

También participa, en el apartado que la revista dedica a la narrativa, uno de los más reconocidos escritores españoles actuales: el barbastrense Manuel Vilas, que publica un texto inédito titulado “Diario de la ausencia” y que es también objeto de un artículo de Anna María Iglesia sobre las claves de su libro más célebre: “Ordesa”.

 

Oscenses o radicados en Huesca son también poetas como Joaquín Sánchez Vallés, Angélica Morales, Luz Rodríguez, Francisco Grasa y José Gabarre. Todos ellos participan con textos originales en la sección que TURIA dedica a la poesía y en la que sus versos se suman a algunos de los más  conocidos poetas actuales.

 

No faltan tampoco autores de Huesca en “La Torre de Babel”, sección que TURIA dedica a la crítica de libros. En esta ocasión, además del ya citado Ramón Acín, escriben José Domingo Dueñas y Víctor Pardo Lancina.  

Por lo que se refiere a la parte gráfica de TURIA, además de la habitual colaboración de Isidro Ferrer para la sección “La isla”, sobresale el hecho de que el número haya sido ilustrador los hermanos Juan y Alejandro Mingarro, los dos oscenses que integran el Estudio Brosmind.

 

 

UN INÉDITO DE SERGIO ALGORA


La revista TURIA ofrece, con la autorización de la familia Algora y coincidiendo con la conmemoración del 50 aniversario del nacimiento de Sergio Algora, el capítulo IV de una novela inacabada e inédita del citado escritor y músico aragonés. A continuación, facilitamos un fragmento de ese capítulo.

 

 

LA REVISTA

Sergio Algora

 

Leo vuelve desde la orilla del río a las tiendas de campaña y forma, tiritando y golpeándose con las manos en los brazos para entrar en calor, con el resto de los soldados franceses en una zona árida y repelada detrás de las tiendas. Ha sobrevivido al paso por Alagón, al primer sitio, toma del Convento de San José incluida, y sólo le queda un profundo corte ya cicatrizado sobre la frente como recuerdo. Lleva vivo desde que inició la campaña en Alemania, como la mayoría de sus compañeros de armas.

Es tan continuo el fuego de la artillería sobre la ciudad, que el aire helado arde fecundando los huevos de los insectos. De esas duras y blancas uvas enanas salen moscas verdes que brillan como joyas. Las moscas, tras romper con sus patitas y antenas las cáscaras de sus huevos, salen a visitar a diario cada herida y las infectan para que se sientan vivos los hombres que habitan ese infierno. Las moscas vuelan pesadamente porque, en el calor del sol de un invierno enfermo, se han empachado de sangre y sus patas están rojas y duras como cabezas de pedernal.

El sol matinal molesta porque despierta los olores que almacena la ropa. Llevan nueve días sitiando por segunda vez la ciudad y nadie ha cambiado ni lavado desde entonces los uniformes. Cada soldado transporta sus propios charcos vitales, sus rozaduras, heridas y amputaciones y esa es su verdadera seña de identidad.

De noche, el frío parece que ha hecho desaparecer esos repugnantes aromas y por unas horas la oscuridad, hecha témpano, limpia a la tropa. La noche también tiende una áspera manta sobre los miembros ausentes, para que los heridos puedan dormir sin tener pesadillas. Sin las piernas uno vuelve a Francia. Sin oreja izquierda, sin nariz, sin dedos, se sigue en el sitio.

Leo no ha perdido la esperanza y todas las mañanas escruta el cielo esperando ver alguna señal de su estrella. Por las mañanas se ven sólo aquellas estrellas que están habitadas y él entorna los ojos, como si fuera a afinar la puntería, para intentar distinguir su casa.

Un alférez pasa revista y a ninguno de sus superiores le parece extraño que falten siete soldados.

Del recuento nocturno al de la mañana faltan siete: ¿Cómo se explica eso?, pregunta el alférez Vian.

Sin contar estos últimos, aquella semana han desertado o desaparecido ochenta hombres. La mayoría ya será estiércol para el campo.

Cada hombre es un estuche de abono, dice a menudo el mariscal Moncey.

Que cualquier animal sea más compasivo que vosotros, dice también ese día a la tropa.