Sara Mesa (1976) está escribiendo una obra narrativa llena de interés, cuya dimensión literaria me parece creciente. Tiene publicados hasta ahora un poemario, titulado Este jilguero agenda (2007), tres libros de cuentos, titulados La sobriedad del galápago (2008), No es fácil ser verde (2009), y La mala letra (2016), y cuatro novelas,  una primera titulada El trepanador de cerebros (2010), publicada en Tropo y tres editadas en Anagrama: Un incendio invisible (que ha sido reeditada en ese sello en 2017, pero que contó con una edición anterior en Málaga), y las tituladas Cuatro por cuatro (2012) y Cicatriz (2016).

Hay un elemento estilísticamente unitario que da forma interior a su obra novelística: la preocupación por la temática de las relaciones de dominio, de poder y sumisión, está entablada a partir siempre de universos cerrados, en cierto modo microcosmos, que ejecutan alguna forma de distopía. Otro elemento que proporciona unidad a las cuatro novelas es que hay un correlato entre el elemento social (sea de marginación por la crisis, de corrupción desde el poder, o de ambos), con la esfera individual que las tramas recorren. De tal manera que en su novelística parece deducirse la intención de que los elementos de la trama remitan a un estrato simbólico superior, que por otra parte comunica muy bien con el mundo contemporáneo.

El trepanadador de cerebros (2010), primera novela de Sara Mesa es en cierto modo una antinovela que camina en una dirección bastante diferente a lo que suele publicarse sobre la que en otro lugar he llamado novelas de la crisis. En primer lugar, porque su estética es en cierto modo la del absurdo por la vía de manejar el esperpento como lugar novelístico y una fabulación que parece deudora de los cuentos maravillosos. Sara Mesa reúne en su novela, sin mediar otra explicación que la de un grupo que se ha reunido en torno a dos líderes, de nombre Chamán, y el argentino Edgardo Negroni, para representar una obra de teatro, titulada La nalga. Es una línea argumental que inmediatamente la novela abandona pues únicamente en sus primeras páginas desarrolla ese hilo argumental de partida. Una vez tiene lugar su llegada al local que habría de serviles de domicilio y taller teatral, todo va ya por otros derroteros, cuyo plan es asimismo endeble como trama.

Ocurre y eso da la medida de una estética no realista, la novela no sigue un argumento y una trama definida, todo son distintas trazas de escena en la que se va formando un conjunto de complejas relaciones entre los personajes. El lector comienza a sospechar respecto a la supuesta urdimbre narrativa de tamaña empresa una vez va asistiendo a razonamientos que mezclan la poesía, las imágenes surrealistas, pero sobre todo el carácter estrambótico de todos los personajes. Esta es quizá el núcleo principal que explica el sentido de la novela:  todos los personajes explotan distintos modos de la marginalidad urbana. Para reunirlos es importante decir que ninguno tiene domicilio ni arraigo, de manera que la espacialidad es importante metonimia inicial del sentido: un almacén lleno de mugre, con una habitabilidad imposible, ilegal pero sobre todo  mínimamente soportable, cobija, merced a que Edgardo Negroni dice haberlo alquilado, a toda una troupe de marginales, donde acaban convergiendo, dos gemelos que e dedican a hurtos, un enano que ha vendido su alma en Ebay, un líder que se dice chaman y tiene pretensiones visionarias y practicas budistas, y un argentino obsesionado con la idea del suicidio de los científicos, una polaca huérfana de inmigrantes muertos en trágicas circunstancias,  acompañada de un gato y que nunca habla. Entre todos ellos, como si fuese una nueva Blancanieves está Silvia, que a menudo que la novela avanza comienza a ser su protagonista.

Silvia, quien busca desesperadamente un trabajo encuentra dos subempleos sucesivos. El primero, en un laboratorio de entomología de un siniestro personaje deforme y albino, apellidado Dr. Gottem, quien la somete a una inútil contabilidad de registros de medición del tamaño de las alas de las moscas. El sistema de trabajo la sumerge en una explotación infame, puesto que únicamente cobrará a partir de una cantidad imposible, que solo mintiendo conseguirá. Este capítulo comunica con un registro de denuncia social de las condiciones a las que se ven sometidos los jóvenes que buscan empleo. Este Dr. Gottem aparecerá luego en la novela puesto que lleva un tráfico de mercancías robadas en grandes almacenes, para la que se sirve de los hermanos Capiscola, quienes también comparten domicilio con Silvia. El otro trabajo es en el Prehistoric Park, por el que la novela se introduce una hábil critica a los parques temáticos. Alli conoce Silvia a Seisdedos, un joven que se enamora de ella y cuyo asedio amoroso y la angustia que en Silva provoca la situación va sosteniendo la trama de la segunda mitad.

La estructura que Sara Mesa ha elegido es la de la yuxtaposición de imágenes y sucesos. El lector sin quererlo, y menudo perdido en una atractiva atmósfera de irracionalidades, tanto en comportamientos extraños como en imágenes inquietantes que nacen de distintos registros en una novela de estructura desatada.  Unas veces las situaciones son humorísticas, otras directamente satíricas, alguna vez mezcla motivos del cine, la utopía científica, los héroes del expresionismo, que quizá sea la estética de fondo que proporciona la urdimbre a esta primera novela, que dice mucho de la ambición de su autora. La originalidad de su planteamiento es mayor que la eficacia de su resultado sobre todo por ciertos bandazos del final.

Un incendio invisible es novela que publicó en 2011 y que había pasado casi desapercibida pese a conseguir en su día el Premio Málaga. Ha sido recuperada en 2017 por Anagrama, editorial en la que había publicado tanto la novela Cuatro por cuatro (2012) como Cicatriz (2015) y el volumen de cuentos La mala letra (2016).  No es la primera vez que al calor del éxito editorial de una autora (y Sara Mesa ha conseguido con merecimiento un buen succès d’estime) se reeditan obras  anteriores. Un incendio invisible no solo confirmaba la calidad literaria que su autora había hecho asomar en El trepanador de cerebros, sino que en cierto modo sirve para que la comprendamos mejor e incluso reconozcamos algunas de las líneas de fuerza de su mundo creativo.

Vengo señalando la importancia que en la narrativa actual, sobre todo por parte de escritores jóvenes ha cobrado el género de la distopía[1]. En los últimos cinco años lo han cultivado con diferente enfoque varios de ellos como Andrés Ibáñez, Lara Moreno,  Isaac Rosa, Pilar Adón, Ginés Sánchez o Ricardo Menéndez Salmón. A ellos hay que sumar a Sara Mesa, pues Un incendio invisible es una imaginación distópica, que podría definirse como lo contrario de Un mundo feliz de Aldous Huxley. Imagina una ciudad denominada “Vado” que sería algo así como el derrumbe de un emporio de lujo y de ocio, que había sido rico, en un entorno plagado de grandes centros comerciales que cuando la novela comienza con la llegada a la ciudad de su protagonista, se halla en ruinas, porque todos los habitantes la han ido abandonando. El protagonista, conocido como doctor Tejada, es un geriatra que viene a hacerse cargo de la gestión médica de un lugar denominado New Life, una especie de ciudad residencial-sanatorio y asilo para viejos retirados de familias pudientes.  Al igual que la ciudad y sin que la novela las explique, causas desconocidas han provocado que New Life no sea ni sombra de lo que fue.  En los centros comerciales los locales están cerrados, donde hubo supermercados y grandes superficies hay ahora persianas echadas, basura y animales que deambulan. En el geriátrico la situación es no menos perentoria, pues reina el abandono.

Lo importante literariamente es que Sara Mesa ha evitado que el doctor Tejada ejerza de superman, o remedio para esa decrepitud de la Residencia de ancianos. Al contrario, él mismo es un desecho, viene a Vado como huyendo de algún fracaso o de algún hecho desgraciado del que solo intuimos que tendría algo que ver con el nombre de Elena que el doctor dice en sus pesadillas. La novela deja al lector sin los contextos precisos para que reconstruya al modo realista los orígenes y causas de las situaciones que encontramos. Ni para el doctor, ni para la joven con kimono encargada del hotel de cinco estrellas, convertido en una ruina donde ya no sirven ni el desayuno, y con la que el doctor Tejada vive comunicación meramente sexual. La otra son las conversaciones con un estrambótico y medio loco científico denominado Rachid Benomoussa, encargado de estudios migratorios que quizá a la postre sea el único que dice verdades sobre la civilización contemporánea. La novela también tiene el acierto de imaginar encuentros del doctor Tejada con una niña y su perro callejero Tifón que   la cría ha adoptado, y que sirven como contrapunto humano, cargado de significación, en contraste con la desidia urbana. Todos los personajes representan fuerzas, incluso del mal en el siniestro enfermero de New Life, o el Viejo huésped de la clínica, un intransigente fanático moralista. Esa falta de contextos lleva la obra precisamente a su mejor riqueza que reside, como en las buenas distopías, en el poderío de su representación simbólica. Sara Mesa demuestra ser una creadora muy exigente al haber fiado su novela a todo cuanto el lector precisa poner y que le ha sustraído de su conocimiento. En esa función de reconstrucción de lo necesario está su gran poder evocador. Una novela que funciona como los bueno cuentos pues contiene mucho más de lo que dice y que vuelve a confirmar que la calidad de Sara Mesa estaba antes de serle reconocida por todos.

El reconocimiento literario de Sara Mesa dio un salto notable al lograr ser finalista del prestigioso Premio Herralde en 2012 y con ello la publicación ese año de su novela Cuatro por cuatro en la editorial Anagrama, promotora del Premio. Desde entonces es también la editorial que ha publicado tanto su novela siguiente Cicatriz (2015) el libro de cuentos La mala letra (2016) y la recuperación de la que hemos analizado antes, Un incendio invisible (2017).

Cuatro por cuatro pertenece a un género con dilatada tradición, como es el de las novelas de internado. Todo internado funciona como un microcosmos, por su naturaleza cerrado sobre sí mismo. Pero si otras formulaciones anteiroes del genero, sobre todo las de raíz autobiográfica ofrecían luces y sombras sobre tal circunstancia, Sara Mesa se ha servido de ese microcosmos para la realización de una distopía social, que por otra parte extiende a la ciudad imaginara de Cárdenas, pues de lo que esa ciudad esa ciudad ofrece cuando la novela sale del espacio del internado, es concurrente con un espacio cerrado lleno de violencia, y muy estratificado con barrios marginales  dotados de vida autónoma. En un bosque cercano un millonario exiliado ha creado un internado que pretendía ser exclusivo, denominado Wybrany College (pronunciado en la novela siempre irónicamente como colich), que se imagina para hijos de gente pudiente, pero que cuenta en su ideario con la incorporación de unos becarios pobres. La separación de pobres /ricos, y en realidad la estratificación social en que los pudientes ejercen sobre los pobres despotismo y falsa integración, en una de las líneas de fuerza de la novela. Podría decirse que termina siendo la principal, pues pronto la trama, al principio oculta se va mostrando luego diáfana cuando muestra claramente dos grupos, el del poder y el de la sumisión, los de abajo como expresivamente dice Gabriela, la criada que hace las habitaciones a Isidro el protagonista falso profesor, que ha venido a hacer una sustitución y en cuyo diario de tres meses acabamos descubriendo le horrible mundo subterráneo de un internado en el que, el Director, un tal Sr. J. domina ayudado por Maireta, su amante, y donde se dan casos de pedofilia, y en el que han perecido por suicidio el profesor García Medrano, que antecedió a Isidro, o donde muere asesinado otro profesor que decide rebelarse, Ledesma. Todo esto lo vamos sabiendo a través del diario de Isidro, pero también de unos papeles crípticos, alegóricos, que dejo escritos García Medrano, que la novela transcribe al final y que a la luz de lo leído comprendemos finalmente y actúa de corolario reflexivo sobre la miserable condición humana.

Cuatro por cuatro tiene una estructura en tres partes. La primera mitad, que me perece la mejor resuelta literariamente, está construida con la yuxtaposición de una serie de entradas con nombre propio, Celia, Ignacio (dos alumnos con cierto protagonismo) o bien con sustantivos que condensa una situación del tipo “Negocios”, “Verano” Dudas”. Son entradas de dos o tres páginas de extensión en que una anécdota va mostrando el mundo de silencios, de celos, de miedos, de sometimiento que algunos alumnos, los más fuertes, ejercen sobre los más débiles. Esa relación de poder de los adolescentes, nada condescendiente y donde toda vejación es posible, es contigua a la que se va dando por parte del Director con su alumno preferido, y entre algunos profesores con alumnas o alumnos. Martínez, lucido y cínico profesor con el que Isidro comunica, esta entregado a la bebida, y otros, los que se han resistido han acabado o suicidándose o asesinados, según vemos en la segunda parte de la novela. Esa segunda parte, de unas ciento veinte paginas de extensión, reproduce el diario en el que este profesor de lengua, que asimismo esconde le secreto de ser suplantador de su cuñado, va contando de modo paulatino su descubrimiento de lo que hay detrás de las apariencias cínicamente “benefactoras” de las Institución.  La tercera parte reproduce los papeles dejados por García Medrano y que Gabriela da a Isidro. Toda la novela va fluyendo desde fuera hacia dentro, y quizá las partes primera y tercera logra ser más sugerente y lograda que la parte segunda, que es más explicita pero que peca quizá de demasiado obvia. Con todo, la novela está bien narrada y el interés es crecientemente sostenido.

La última novela de Sara Mesa, publicada en 2015, tiene por título Cicatriz y tiene el diseño de una novela conectada en la relación de dos personajes, que también reproducen lo que es una constante en Sara Mesa: si interés pro las relaciones de dominio, en diferentes esferas. Comienza a abrirse la novela española al asunto de la influencia que internet ha propiciado entre las personas. Había leído ya algunos intentos, pero Cicatriz me ha parecido el mejor porque en ella la relación entre Knut y Sonia, que se conocen en un foro literario de internet, recibe un tratamiento en que la red no es únicamente un medio superficial de hacerse el moderno. Sara Mesa se sirve de él para imaginar una historia en la que afloran muchas cuestiones derivadas de ese medio (el anonimato, la invención de personalidades, la suplantación, el fingimiento, la falsedad etc.). Sin embargo va mucho más de lo epidérmico al conectar con dos asuntos de calado que la trama desarrolla muy bien. Por lado está el acoso de Knut, que llega a hacerse agobiante hasta llevar a Sonia a una situación límite.

En el fondo de eso está la relación de poder que se da entre dos personas, incluso podría decirse que se da siempre en el trato amoroso, cuando una de ellas es débil, y la otra, el inquietante Knut (cuyo perfil se ha apropiado del nombre del escritor noruego Knut Hamsum) puede exhibir rara habilidad para ir envolviendo a Sonia en sus redes merced al conocimiento de sus debilidades. Por otro lado está otro asunto: los complejos de Sonia, especialmente uno que esta novela trata con bastante originalidad.  Me refiero a la vanidad insatisfecha del creador, puesto que Sonia es una novelista primeriza que no está muy segura de su talento y además lleva una vida de oficinista muy por debajo de su formación y posibilidades. Knut la hace entrar en una relación intelectual, regalándole libros de alta calidad literaria (de hecho la selección que va regalándole es bastante buena). Una vez que la víctima ha caído en la red, pasa luego a regalarle objetos que van satisfaciendo otras vanidades, y una relación erótica morbosa, que no llega a satisfacerse nunca.

Lo importante no es únicamente que Sara Mesa haya dado con un tema configurado de manera original. Lo mejor es que la novela ha sabido narrarse muy bien. Dos son los mejores atributos de su estilo narrativo. El uno está en la progresión de una tensión psicológica que narrativamente avanza desde el estadio de titubeo inicial al agobio final, pero tal oscilación se ha ido tensando y destensando. Para ello Sara Mesa ha elegido romper la linealidad con saltos hacia adelante y hacia atrás, de manera que el lector asiste a oscilaciones continuas de la trama que va acompañando a similares oscilaciones de las dudas del personaje. El otro elemento narrativo del que se ha servido es propio de los buenos relatos de relación erótica. Kunt y Sonia fantasean más que realizan, el sexo no es explicito, sino que está siendo sugerido por Knut, en pequeños pasos cada vez más atrevidos. Lo bien narrada que esta esa secuenciación me ha parecido uno de los logros de esta novela. De tal forma, con dos personajes y unas situaciones bien elegidas se va pautando la historia de una dominación, pero que al final no tiene únicamente a Knut como responsable, sino que camina hacia un desenlace en el que Sonia dará la medida de su dependencia.

Otro elemento de eficacia narrativa ha sido puesto de relieve por Carmen Pujante en un artículo dedicado a Cicatriz[2]. Se refiere a que ha evitado que los juicios de valor provengan del narrador, sino que emergen de los propios personajes sobre ellos mimos o los otros, lo que Pujante entiende muy pertinente para el relieve del modo de ser de una sociedad rizomática como la actual.

Algunas escenas secundarias, por último, como la de la cena de los miembros del foro de internet en la ciudad en la que vive Knut muestra a una escritora muy cuidadosa en los detalles, pero sobre todo que sabe contar. Esta novela revela la consolidación de una escritora joven que va a ofrecernos sin duda mucho, a juzgar por las habilidades desplegadas aquí.

 



[1] Jose María Pozuelo Yvancos: Novela española del siglo XXI. Madrid Cátedra, 2017, pp. 361-373.

[2] Carmen Pujante: “Otras cicatrices (literarias) de la crisis”, Quimera, nº 394, Septiembre de 2016.