La madre toca a su hijo como si fuese un instrumento.
La culpa se ha vuelto una monedita pintada.
Algo en ella:
clausurado.
Si tuviera ocho patas
ofrecería a las crías también yo
de mi carne.
Fíjate en la de las criaturas, que está toda hecha de espejo.
Un brazo vicario y menudo en un
pulso contigo misma.
La ciega, la animal, la jíbara.
La madre y el hijo negocian su poder con moneditas de plástico.
Comen y defecan ese mismo lenguaje.
Miedo, berrinche, elogio, confianza.
Por el envés del día va gruñendo la madre su ternura.
Lleva como conchitas colgadas de un collar.
Culpa deber atención pertenencia.
Se abrazan fuerte para que la dicha no llegue a derramarse.
Frotan de los paños lo que no desearon nunca.
Atándose al mástil de un amor tan fiero
algo en la araña quedó clausurado.
El hijo y la madre comercian con su placer y su castigo.
Algunas manchas no salen jamás.