María Victoria Atencia, nacida en Málaga hace setenta y cuatro años, pertenece por edad a la generación del Cincuenta, si bien su concepción de la creación poética está más próxima a los Novísimos por sus elementos culturales. En todo caso su voz honda y compleja, siempre “entre visillos del alma”, la presta una singularidad difícilmente repetible.

 

Desde la publicación en 1961 de Arte y parte y Cañada de los ingleses, hasta el libro que hoy nos ocupa De pérdidas y adioses, la obra de la poeta malagueña ha ido creciendo de modo orgánico, sustentada en una plenitud interior generadora de armonía y belleza. En su crecimiento hubo quince años de silencio rotos por la aparición en 1976 de Marta y María y Los sueños, durante los cuales se fue fraguando el oleaje interior de su poesía, represado en una forma desprovista de metáforas, poesía alumbrada por la cristalización de los movimientos del espíritu que quedan así esculpidos y evitan su desvanecimiento como el humo. Por eso cada vez que el lector repasa con su mirada el cuerpo transparente de los poemas de María Victoria Atencia, siente bajo la solidez de su superficie un íntimo temblor o irradiación que le conduce a una suerte de comunión con la autora y su mundo, en la que lo real y lo abstracto, lo temporal y lo eterno, forman una unidad constitutiva de plenitud.

 

De “belleza, entrega y plenitud” habla Clara Janés al referirse a la obra de María Victoria Atencia, que se mueve entre lo cotidiano con aspiración de absoluto y germina entre el suelo y el vuelo. Obra que para Miguel Casado se consuma en el “hueco” y se nutre, en opinión de Olvido García Valdés, de la carencia. La luz se impone en ella frente a la oscuridad y la ceguera en un combate donde la casa, los seres queridos, los objetos, el mar y otras manifestaciones de la naturaleza son el territorio acotado por el poema, dentro del cual camina y respira la autora andaluza.

 

Todas las características apuntadas aparecen, con distintas modulaciones, en otras obras suyas, como Los sueños, El coleccionista, Ex libris, Las contemplaciones o El hueco, hasta llegar a De pérdidas y adioses, donde se da un paso más, si cabe, en su perplejidad existencial, en su situarse fuera del tiempo para mejor medir la fugacidad de todo y en su entornarse obediente a una fuerza superior. Y es que, si en toda la poesía de María Victoria Atencia hay un componente de misterio, sagrado, en De pérdidas y adioses pasa a ser un elemento central. Su vena mística aflora con resonancias de San Juan de la Cruz y de Santa Teresa en perfecta correspondencia con la ambigüedad propia del misticismo, en donde el amado aúna en sí lo más espiritual y lo más carnal: “Qué pudiera ofrecerte por aquella ternura / que me iba devolviendo a los labios el rojo, / a las sienes el pulso, si yo no era siquiera / señora del aliento del agua, y descubría / que más amargo era ser mujer que el acíbar, / más difícil que huir de la gonía, / por más que tú siguieses con tu unción recorriéndome/ entera, y yo sabiéndome abierta a tu ejercicio / como sólo una rosa de Jericó lo hiciera”.

 

Hay en De pérdidas y adioses el sentimiento de pérdida y despedida, como el título indica, pero sin clausurarse nada, pues todo queda abierto, en estado de horizonte: “Después, tras de ajustar / su sombra a medida con un salto / ciego y oscuro y suyo, aún proseguía / alentando mi trazo y testimonio / como si cada día no fuésemos haciéndonos / de pérdidas y adioses, y quisiera / quedarse para mí, dispuesto en un papel / herido de punciones y en el que sólo a tientas / alcanzase a leerlo con los ojos cegados”. Poema éste en el que también aparece otro de los grandes temas de María Victoria Atencia, el del texto como el lugar donde todo sucede, el de la hoja en blanco como espacio del ser. La escritura, la obra artística en general, tiene para ella un carácter salvador de la fugacidad del tiempo, y crea belleza y armonía, como al principio de este comentario dijimos. Con su nacimiento amanece siempre una nueva vida: “Que me recorra un soplo, y pueda yo alcanzar / - sin que quizás me entienda - a escribir cada día / una línea distinta para inventar la vida que me falta, / y me aprenda, y me olvide, pues me sé de memoria después de tantos años. / No deteriora el tiempo la belleza: / la perfecciona en otra manera de hermosura”.

 

El poemario De pérdidas y adioses es, probablemente, el libro más desnudo de la autora malagueña, donde su palabra despojada y esencial, aunque embarazada siempre de lo cotidiano y más próximo, toca fondo en su vida y entabla un silencioso diálogo con la muerte, a la vez que abre una vía unitiva con la divinidad. Hay en De pérdidas y adioses una soledad purificadora, un reconocimiento en la extrañeza y una ternura subterránea que encuentra en la memoria de la madre el hilo conductor de la existencia: “Búscame a mí misma como si sólo fuera / un eco de su luz, copia de su destino, / como una inclinación para irle de la mano, / memoria de mi madre que, en el curso del día, / con gloria o con pesar, en la historia diversa, / proseguía en su oficio de irme precediendo”.

 

María Victoria Atencia mantiene en su último libro ese ritmo sanguíneo que le es consustancial, fundador de lo real y de lo onírico en perfecta simbiosis, ese sentido de la plasticidad que nunca la ha abandonado y esa tensión de hablarnos desde lo habitado, tanto visible como invisible. Sus versos grávidos en trazos leves, fruto de la contemplación, mueven al lector a pasar al otro lado en compañía de las formas, colores y olores familiares, y a sentir cómo el tiempo se suspende en un eterno presente. El tiempo que a todos nos hace y deshace. De pérdidas y adioses tiene, como toda la poesía de esta autora, el hálito de lo perdurable

 

 

 

María Victoria Atencia, De pérdidas y adioses, Valencia, Pre-Textos, 2006