Con motivo de la publicación de su último libro, Carne gobernada, tuve la oportunidad de conversar un rato a través de Zoom con Fernando Savater, uno de los grandes referentes del ensayo, la filosofía y la literatura de periódicos en España desde hace más de cincuenta años. Yo desde Barcelona y él desde su amada San Sebastián, pudimos charlar distendidamente sobre asuntos literarios, políticos y filosóficos. Recordar sus comienzos como escritor en los años setenta, y la polémica que ha representado su expulsión de las páginas de El País, un rotativo del que había sido parte fundamental desde el principio. Quiero agradecer a Fernando que tuviera la amabilidad de atenderme entre entrevista y entrevista y entre viaje y viaje. También su paciencia con mi ineptitud técnica para las conversaciones vía Internet.
- Si te parece empezamos hablando de tu último libro, Carne gobernada. Casi que el título parece una ironía, ¿no? Porque, aunque dices que es un libro de vejez, las páginas rebosan del vitalismo que siempre te ha caracterizado, e incluso encontramos en él una exaltación del erotismo. ¿No sería mejor “Carne ingobernable”?
- Bueno, lo de “Carne gobernada”, aparte de que me gusta como suena el título, es un plato de la cocina asturiana que requiere de mucho tiempo para hacerse, que necesita de tiempo para adquirir su sabor. Me parecía que por eso respondía bien a lo que es el libro. Porque el libro es el precipitado de muchos años. Es un libro que se ha ido cociendo a lo largo de mucho tiempo, por eso utilicé ese nombre.
“Ahora escribo sobre recuerdos, sobre esperanzas o sobre desesperanzas más bien”
- Literariamente es también un libro muy interesante. En el prólogo hablas de “estilo tardío” para describirlo. Y no me parece una mala definición, en referencia a la libertad que adquiere el autor cuando ha alcanzado la madurez. Aquí mezclas ensayo con autobiografía, al tiempo que tratas de asuntos políticos y filosóficos. Incluso practicando a veces una escritura que se asemeja a la de un diario íntimo.
- Sí, eso del “estilo tardío” o de vejez, se lo inventó un poco Edward G. Said. Yo siempre había hecho los libros planeados (en los casos en que el libro no era una simple recopilación de artículos). Vamos que sabía lo que iba a poner en el libro. En este no. Este lo empecé casi al azar. No sabía lo que iba a hacer. Terminaba un capítulo y empezaba el siguiente sin saber lo que iba a decir. Y me pareció que eso respondía a una cierta despreocupación por mi parte. Que se me había pasado ya la manía de pensar que yo iba a escribir “el gran libro”. Ahora yo ya escribo “cosas”. Escribo sobre recuerdos, escribo sobre esperanzas, o sobre desesperanzas más bien [risas]. En ese sentido sí es un libro distinto a mis otros libros. Es un libro menos encorsetado, tal vez más desenfadado, ¿no?
- En realidad, los tuyos siempre han sido un poco así. Porque me acuerdo de haber leído la reseña que te hizo Carmen Martín Gaite en su momento cuando tú sacaste La infancia recuperada. A ella le encantó el libro, porque estaba trabajando por aquella época en lo que sería El cuento de nunca acabar, y destacaba que el tuyo era un ensayo escrito “a lo gitano”. Hoy en día no se podría decir así, porque sería políticamente incorrecto, pero ella lo decía en el sentido de que era un ensayo muy libre, poco encorsetado y muy poco académico.
- No recuerdo exactamente lo que ella decía en la reseña, pero sí recuerdo que le gustó mucho el libro, lo cual a mí me hizo una gran ilusión, como te imaginarás, porque yo a ella la tenía en gran consideración. Ahora que lo mencionas, sí que me acuerdo de que ella dijo algo así. Y que le gustó el libro por eso. A lo mejor en la juventud yo ya tenía un estilo de vejez [risas].
“Siempre he sido una persona ingenuamente alegre”
- A lo mejor es que en la vejez sigues teniendo un estilo de juventud [risas]. Lo mismo que con la idea del vitalismo que te mencionaba antes. A pesar de la tragedia que has vivido en los últimos años, con el fallecimiento de tu esposa.
- Bueno, el tema del libro es un poco decir que uno no muere de pena. La vitalidad no muere, pero uno se acostumbra a vivir en la tristeza. Yo siempre he sido una persona ingenuamente alegre. Me despertaba como un jilguerillo. Pero eso ya no lo tengo. Estoy acostumbrado a la tristeza. Estoy acostumbrado a que en algún momento del día se me salten las lágrimas cuando me acuerdo de mi mujer. Como yo era un neófito de la tristeza, pensaba que no iba a durar mucho, que no se podía vivir estando triste. Pero me he dado cuenta de que sí se puede vivir teniendo un trasfondo de tristeza. Se puede vivir, se puede recordar, e incluso se puede disfrutar de la vida en una serie de aspectos.
- Y también está el humor.
- Eso yo no me lo puedo quitar. Supongo que cuando me muera y me manden al infierno, como es natural, también encontraré motivos para hacer chistes [risas]. Eso es algo que siempre me ha salido naturalmente.
- También pasaba en La peor parte, tu anterior libro, incluso hablando de episodios que eran muy dolorosos para ti.
- Sí, eso ya me lo decía una asistenta navarra que tenían mis padres: “Eres un ganso, eres un ganso”. Bueno, pues siempre he sido un ganso [risas].
“El tiempo no pasa en vano, pero creo que en mi pensamiento hay un fondo bastante constante”
- Siguiendo con Carne gobernada, ya que hemos hablado un poco del enfoque literario del libro, podríamos hablar ahora de tu tan polémico cambio de orientación política. Yo soy de los que opina que en el fondo tu pensamiento no ha cambiado tanto.
- Yo tampoco creo haber cambiado tanto. Por ejemplo, en El País yo desde siempre mantuve polémicas con los más izquierdistas, como Alfonso Sastre. Esas polémicas yo las he tenido de toda la vida. También en la facultad, en mi época de activista locoide, yo era anticomunista y antimarxista. ¿Tanto he cambiado? Sí, claro que he cambiado. Por supuesto que he cambiado. No me avergüenzo de haber cambiado. Lo vergonzoso sería no haber cambiado nunca. Porque el tiempo no pasa en vano y no se puede pensar siempre lo mismo. Pero creo que en mi pensamiento hay un fondo bastante constante. Al menos yo creo que sí.
“En España la adscripción política es siempre como un rótulo”
- Eso pienso yo también. Tú siempre has estado en contra de la sumisión del individuo a los dogmas políticos, fueran de izquierdas o de derechas, así como a los dogmas religiosos, o de cualquier otra índole.
- Sí, lo que pasa es que en España la adscripción política es siempre como un rótulo. O sea, que si tú te quitas el rótulo parece que hayas cambiado de ideas. Aunque esto no sea así. Lo que sucede es que el rótulo ya no responde a tus ideas.
- Relacionado con esto, en bastantes de tus artículos de opinión de los últimos años has hablado de lo que parece ser una crisis de la razón ilustrada que estamos viviendo en esta época. La idea misma de Ilustración parece estar en crisis.
- Pues sí. La gente parece preocuparse mucho de lo que he cambiado yo, pero no se preocupa de lo que ha cambiado el Partido Socialista, por ejemplo. O de cómo ha cambiado la izquierda en este país. Efectivamente, como tú bien dices, hoy hay un rechazo cada vez mayor de las ideas ilustradas, y una introducción de identitarismos que antes parecían lo contrario del progresismo. La exaltación de lo identitario por encima del universalismo y del cosmopolitismo siempre había sido considerado lo más reaccionario que había. Hoy es la izquierda la que insiste en lo identitario por encima de lo universal y lo cosmopolita. El universalismo y el cosmopolitismo parecen ser vistos como cosas negativas. Yo casi te diría, como decía Churchill, que he cambiado de partido para no tener que cambiar de ideas [risas]. Esto me parece que es un poco lo que me ha pasado.
“Me indigna que se le dé la vuelta al sentido común para contentar a los que no lo tienen”
- Luego parece haber habido una mutación de conceptos, en principio positivos, como “progresismo” o “feminismo”, que han devenido en lo contrario de lo que deberían ser.
- Claro, el contenido ha cambiado. En eso, las feministas han sido las primeras en saltar indignadas. Ahora resulta que Lidia Falcón no es feminista, y que un señor con barba se convierte en mujer porque le ha parecido bien. Vivimos situaciones risibles. Como ese equívoco que tuvo lugar en un programa de televisión en Canarias: el periodista que conducía el programa esperaba ver a una mujer cuando le dijeron que conectaban con una tal Emma Colao, y al ver que salía en pantalla un tío calvo, dio por hecho que se habían equivocado al establecer la conexión y que habían conectado con el señor que tenía que intervenir después [risas]. A mí eso me indignó: que se le dé la vuelta al sentido común para contentar a los que no lo tienen.
- Hace no tantos años todos teníamos claras estas cosas, pero ahora parece que no. Esto me hace pensar en una frase de Carne gobernada que me gustó mucho: “a mí me han curado del izquierdismo a palos”. ¿A qué te refieres con eso?
- Hombre, uno siempre va con la ilusión de creer en la izquierda. Pero luego te pasa como con la religión, que en un momento dejas de creer. En que te das cuenta de que ya no crees. Antes podías ir a misa y comulgar, pero llega un momento en que dices: lo siento, pero yo ya no creo en esto. Hay un momento en que despiertas. Sobre todo, después de vivir en el País Vasco y de ver a lo que se llama “izquierda” en el País Vasco. Ahí siempre ha sido así. Si la izquierda es Otegi, pues yo no soy de izquierdas. Es difícil seguir siendo de izquierdas viendo a los representantes que la izquierda tiene a su alrededor. Viendo los muertos que está dejando la izquierda, y viendo las barbaridades que está sancionando la izquierda. Hay en un momento en que dices: bueno, pues yo me borro de esto.
- Es el retorno de lo identitario que ha bendecido la izquierda. Me recuerda a la expresión tuya que hizo fortuna del “nacionalismo obligatorio”.
- Sí, claro. Eso se me ocurrió para la última manifestación que hicimos con Basta Ya. Estábamos buscando una fórmula que no se hubiera utilizado antes y se me ocurrió lo del “nacionalismo obligatorio”. Porque eso es lo que hemos tenido siempre en el País Vasco. Podemos tener un nacionalismo moderado u otro más radical, unos más de derechas y otros más de izquierdas, pero todos obligatoriamente nacionalistas. Como en la Edad Media cuando todo el mundo era cristiano. Unos eran más radicales, y otros eran incluso herejes, pero todos eran cristianos. Ahora vivimos lo mismo: todo el mundo tiene que ser nacionalista. Cuando yo no soy ni quiero ser nacionalista, ni de izquierdas ni de derechas. Pero ese es el magma en el que vivimos en algunas regiones, como el País Vasco o Cataluña.
- Sí, en Cataluña nos pasa lo mismo.
- Lo sé. Estoy enterado. Pero lo de Cataluña no lo he conocido personalmente.
“Para estar en contra de las dictaduras, lo mejor es no ser marxista”
- Volviendo al libro, ya que hacías ese comentario respecto a la Edad Media. En Carne gobernada decías que tu juventud estuvo permeada de marxismo, como la Edad Media lo estuvo de cristianismo.
- Bueno, en aquella época el marxismo era un poco lo que había que aprender para ir contra Franco. Si tú no querías ser franquista, lo único que había ideológicamente era el marxismo. Un marxismo de aquella manera, porque, como te puedes imaginar, nadie se leía El Capital. Es un libro muy largo [risas]. Lo que leíamos eran resúmenes de Marx. O había quien se hacía marxista existencialista, a lo Sartre. Ese era el marxismo que muchos, más o menos, teníamos. Otros se hacían marxistas más, digamos, rotundos. Pero, en fin, era lo que había. Estábamos todos, más o menos, dentro del marxismo. Un marxismo más o menos dogmático, o un marxismo más o menos “liberal”, por decirlo así. Pero, repito, era lo que había en aquel tiempo. Luego, claro, fuimos saliendo de él, poco a poco, cuando supimos que uno podía respirar libremente fuera del marxismo. Pero vamos, en aquella época, había la idea de que, para enfrentarse a Franco, para enfrentarse a las dictaduras, había que ser marxista. Cuando más bien, para estar en contra de las dictaduras, lo mejor es no ser marxista.
“Lo que hay ahora en España es un izquierdismo obligatorio”
- ¿No crees que después del 15-M y de Podemos eso ha vuelto? En Carne gobernada cuentas la anécdota de un joven escritor que afirma no haber escrito en su vida una sola línea que no fuera política. Eso me lo he encontrado a menudo hablando con escritores jóvenes, que sostienen que todo es política, que todo es ideología. Una noción típica del marxismo.
- Sí, claro. Lo que hay ahora en España es un “izquierdismo obligatorio”. O sea, la extrema derecha parece que es un peligro, pero la extrema izquierda parece que no lo es. En fin, yo comprendo que a mucha gente no le guste la extrema derecha, y a mí tampoco me gusta. Pero tampoco nos ha impuesto ninguna dictadura de momento. Y sin embargo la extrema izquierda está ahí promulgando leyes, y tenemos que aguantarlos día y noche. Y a ver quién le lleva la contraria a la extrema izquierda.
- A mí me parece estar viviendo cosas que ya estaban superadas, y que pertenecían al pasado. De estar viviendo cosas que he leído en los libros de historia, o en los primeros libros tuyos, y de otros escritores de tu generación.
- Vuelve un telón que se parece bastante al cierre de horizontes que hubo en una época. Pero piensa que en aquel momento el marxismo estaba enfrentado a una realidad que era el franquismo. Con esto quiero decir que ser de izquierdas en la época de Franco tenía una justificación que era estar en contra de la dictadura. En aquel momento cualquier cosa que estuviera enfrentada al franquismo nos parecía bien. Hoy lo que sucede es más bien lo contrario: utilizar la izquierda contra la democracia. Utilizar la izquierda contra las instituciones liberales de la democracia. Lo cual es bastante diferente.
- Me refería al momento, por ejemplo, en que, junto a otros compañeros de generación, publicabas En favor de Nietzsche. Rechazabas tanto la filosofía escolástica de la universidad del régimen, como la ortodoxia del marxismo, que era también dogmático y antidemocrático. Y buscar, al contrario, lo que sería una cultura democrática, digamos, normal. Que España fuese, por fin, un país normal, también culturalmente. Donde, por ejemplo, en el ámbito literario, un escritor pudiera escribir literatura fantástica si le daba la gana.
- Hombre, los que, por cultura, y por haber viajado un poco, conocíamos lo que había en otros países, decíamos: yo no quiero ser marxista, yo quiero ser francés [risas]. Ser francés nos parecía mejor [risas].
“A mí los libros que me han salido bien, que tampoco son tantos, me han salido bien por casualidad”
- Siguiendo con lo literario, me gustaría preguntarte ahora por La infancia recuperada. Cuando escribiste ese libro, ¿eras consciente de estar escribiendo un libro que acabaría siendo tan importante como fue para el decurso posterior de la literatura española?
- A mí los libros que me han salido bien, que tampoco son tantos, me han salido bien por casualidad [risas]. Ética para Amador fue una cosa que me pidió una amiga que daba clase en Barcelona. Y lo hice para darle gusto a ella, y luego resultó que el libro tuvo un éxito enorme. La infancia recuperada fue un libro que respondía a un gusto mío por la literatura popular y para adolescentes. Hablando con Jesús Aguirre, que era entonces el director de la editorial Taurus, él quería que yo escribiera sobre Walter Benjamin, sobre Nietzsche, y sobre otros autores así. Pero yo le dije: lo que a mí me gusta leer es Salgari [risas]. Yo creo que él al principio estaba un poco escandalizado. Porque pasamos de estar hablando de Nietzsche, y de autores serios y de peso, a ponernos a hablar de Julio Verne. Él me dijo: bueno, esto está bien, pero es un desahogo que has tenido. Creo que me lo permitió por amistad. Pero como diciéndome: con este libro es suficiente, no volvamos más a esto [risas].
- A lo mejor acertaste de manera inconsciente. Un poco al estilo del mito romántico del Zeitgeist, según el cual los artistas captan mejor que nadie el espíritu de los tiempos. En cualquier caso, parece que a casi todos los escritores les encantó ese libro. Te hablaba antes del caso de Martín Gaite, pero también se entusiasmaron autores como Javier Marías, Pere Gimferrer, Eduardo Mendoza, etc. Muchos escritores se vieron legitimados para hacer una literatura más narrativa a partir de La infancia recuperada. No se avergonzaban por contar historias de policías o de aventuras.
- Bueno, sí, fue un libro que tuvo visión de futuro, digamos. Por ejemplo, fue el primer libro en España en el que se hablaba de El señor de los anillos. De hecho, creo que ni siquiera se había traducido por entonces, y faltaban siglos para que se hicieran las películas. Pero cuando yo lo leí me pareció que era un libro importante, y por eso quise hablar de él. En este sentido, sí es cierto que mi libro tuvo aspectos modestamente proféticos [risas].
- La verdad es que sí. Marcó mucha tendencia. ¿Tú seguías en aquel tiempo las polémicas que había entre los escritores españoles a propósito del enfrentamiento entre el realismo social y el experimentalismo?
- Hombre, sí, porque yo era amigo de Javier Marías y de Félix de Azúa. A través de ellos conocía a Juan Benet, y lo trataba mucho. Y del otro lado, también era amigo de Isaac Montero, y de otros autores que representaban la tendencia más realista. Y la polémica más famosa que hubo en aquella época fue la que tuvieron Juan Benet e Isaac Montero. Y yo era amigo de los dos. Me veía frecuentemente con ellos, así que estaba un poco en medio del asunto.
- A propósito de Benet, ya en los ochenta tú tuviste una polémica famosa con él, que dio como resultado un mítico artículo tuyo: “El lector omnívoro”. Donde argumentabas que el buen lector es el que se alimenta de todo tipo de literatura: de la alta literatura, pero también de la, digamos, baja.
- Juan había sacado un artículo un tanto malicioso, como era costumbre en los suyos, que se llamaba “Pan y chocolate”. Diciendo que lo que yo estaba pidiendo era el retorno a las meriendas de pan y chocolate, como cuando éramos niños [risas]. Y yo le contesté con ese artículo, “El lector omnívoro”.
“La literatura es un lujo, pero es un lujo del que vivimos y que nos está alimentando constantemente”
- Yo también pienso que necesitamos un poco de las dos cosas. Ya que estamos hablando de esto, me gustaría preguntarte por aquella frase de Chesterton que tanto te gusta citar: “La literatura es un lujo, pero la ficción es una necesidad”. ¿Estás de acuerdo con esta frase al 100%? ¿No piensas que a veces la literatura puede ser tan necesaria como la pura ficción?
- Creo que lo que quería decir Chesterton es que, para algunos de nosotros, la literatura es imprescindible. La literatura es un lujo, pero es un lujo del que vivimos y que nos está alimentando constantemente. Pero, para la mayor parte de la población, la literatura sí es un lujo en el sentido de que no lee libros literarios, sino que la clase de libros que busca son cosas pragmáticas, como manuales, que tengan una utilidad. Pero la ficción como tal, aunque sea oral, es imprescindible para cualquiera. Sea cual sea su nivel cultural. Hoy, por ejemplo, vemos que los chicos siguen con las ficciones en sus juegos de ordenador. Un juego de ordenador difícilmente lo vas a poder considerar literatura, aunque en algunos casos estén inspirados en obras literarias, como puedan ser las de Lovecraft o Tolkien. Pero, dejando aparte la literatura, lo que queda es la ficción. Crearte tú tus propias ficciones con los juegos. Eso es una prueba de que la frase de Chesterton sigue teniendo sentido.
“He sido lector de Javier Marías toda la vida. Me encantaban sus libros y me parecía un escritor extraordinario”
- Por terminar con lo literario, ya que hemos mencionado antes a Javier Marías, me gustaría que me hablaras un poco de él. Yo lo traté bastante, porque escribí mi tesis doctoral sobre su obra, y sé que vosotros dos fuisteis muy amigos durante décadas.
- Javier y yo crecimos juntos. En el grupo de amigos era el más joven. Yo entonces tenía un círculo de amigos en Madrid y otro en Barcelona. Los más cercanos eran Eugenio Trías, Félix de Azúa, Ferrán Lobo, y Javier, que era el más jovencito, y que también tenía mucha relación con la gente del grupo de Cataluña. Él era el niño del grupo. Yo tendría unos 24 años y él tendría 18 o así. Todos lo veíamos como un niño, porque él además era muy juguetón y se ponía a andar con las manos y a hacer piruetas, y nos dejaba a todos sorprendidos [risas]. Los dos teníamos en común que nos gustaban mucho las novelas de aventuras y las historias de fantasmas. Una de sus primeras novelas fue Travesía del horizonte, que es una novela de aventuras marineras, y también algunos de sus primeros relatos tienen un gusto a lo Stevenson. Él estaba suscrito a revistas y fanzines ingleses que trataban de historias de fantasmas, porque le gustaban mucho, y me los pasaba. También nos intercambiábamos novelas y cuentos de fantasmas que no eran fáciles de encontrar en las librerías. Años después, hizo una antología de algunos de sus cuentos de fantasmas preferidos, Cuentos únicos, y me lo dedicó a mí, porque habíamos hablado mucho de estos temas. A mí lo que más me enorgullece es que en la revista Claves de razón práctica él publicó lo que yo creo que son sus mejores textos ensayísticos y que luego reunió en Vidas escritas. Donde contaba vidas de escritores, y eran todos textos estupendos. Esos textos los publicó todos originalmente en Claves. Por eso me alegro mucho de que Javier Pradera y yo pudiéramos convencerlo para que las escribiera ahí. Creo que conseguimos sacarle una cosa muy buena, porque le salieron textos muy interesantes. Ya lo cuento en el prólogo a Carne gobernada, que a mí no me salía decirle: Javier, qué buen escritor eres, ¡cuánto te admiro! Me sonaba raro decírselo, porque era como de la familia [risas]. Lo que hacíamos más bien era hacernos bromas el uno con el otro. Él me sacaba a veces en sus novelas o cuentos, y me tomaba así el pelo. Vamos, lo normal entre amigos [risas]. Pero yo tenía una admiración muy sincera por él. De hecho, en cuanto aparecía uno de sus libros, yo dejaba todo lo que estuviera haciendo para ponerme a leerlo. Cuando me enteré de que se murió, me quedé asombrado, porque pensé: ¡pero si me tocaba antes a mí! [risas]. Yo nunca pensé que él fuera a morirse antes que yo. Y luego pensé: pero si he sido lector suyo toda la vida, y me encantaban sus libros, y me parecía un escritor extraordinario, y nunca le he dicho lo mucho que yo lo admiraba. Y me ha quedado eso de no habérselo dicho nunca de verdad, porque éramos demasiado amigos. Por escrito sí lo había elogiado alguna vez, sobre todo frente a otros, porque hubo una época en que había una revistucha de psicópatas llamada La fiera literaria que estaba dedicada al 90% meterse con Javier. Entonces sí que salí a defenderlo de estos tipejos. Aunque no hacía falta [risas].
“El País se ha ido convirtiendo en un órgano gubernamental, y hoy ya lo es por completo”
- Antes de dar por concluida la conversación, tendría que preguntarte por tu despido de El País. Porque es una cuestión que ha salido en todas las entrevistas que has dado en el último año. Así que también tengo que preguntarte yo por ello.
- Bueno, tampoco creas que hay mucho que decir [risas]. Yo me he sentido defensor de los lectores de El País, porque es un periódico en el que estuve escribiendo más de cuarenta años. Volviendo a lo que hemos estado hablando hace un rato, yo era consciente, en los inicios, de que el lector de El País no era un público franquista, pero que tampoco eran marxistas o comunistas rabiosos, ni mucho menos. Yo siempre me dirigí a ese público, pero, poco a poco, me parece que ese público ha ido desapareciendo. O sea, que El País se ha ido convirtiendo en un órgano gubernamental, y hoy ya lo es por completo. Ya no es un periódico crítico que te dé una visión plural sobre las cosas, sino que lo lees para enterarte de lo que piensa el gobierno. Sin más ni más. Yo no descarto que un medio de comunicación pueda ponerse de parte del gobierno, si el gobierno fuera un gobierno extraordinario y benefactor. Eso podría tener una explicación. Ahora bien, cuando el gobierno es, en mi opinión, lo peor que ha habido en la política española desde la Transición, convertirse en un sicario de este gobierno, la verdad es que eso no tiene ningún pase. Entonces, yo empecé a escribir contra la línea del periódico, completamente a sabiendas. Vamos, tampoco voy a fingir ignorancia. Yo escribía a sabiendas y a la contra de algo que, por ejemplo, se decía tres páginas más allá. Al principio eso lo aceptaron, en parte porque yo llevaba muchísimo tiempo en el periódico, en parte también porque yo como electrón libre les daba un poco de miedo [risas]. Pensaron que era mejor tenerme dentro. Un poco como decía Lyndon Johnson de J. Edgar Hoover: es mejor tener a ese individuo dentro de mi tienda meando hacia afuera, que fuera de mi tienda meando hacia dentro. Creo que ellos también pensaron que yo estaba mejor dentro de la tienda meando hacia afuera [risas]. Pero luego ya al final, sobre todo a raíz de una reproducción de un pasaje de mi libro en que hablo de El País y que salió en El
Confidencial (sin yo saberlo, por cierto, son estas cosas que hacen las editoriales, que de pronto te meten en un lío sin preguntarte), eso ya les pareció que era demasiado, porque empezó a difundirse por Internet, y pasó lo que pasó. Pero, bueno, yo ya me esperaba que antes o después tendría que ocurrir. Después la cosa siguió y se confirmó con el trato que le dieron a Juan Luis Cebrián. Yo soy caza menor, pero Juan Luis es caza mayor [risas]. De hecho, lo han tratado mucho peor que a mí. Porque yo ya había empezado a escribir en The Objective antes de todo el jaleo. Nos habían rebajado varias veces el sueldo a los colaboradores de El País, según decían porque el periódico estaba muy mal económicamente. Eso no lo han dicho públicamente, pero a nosotros sí nos lo decían como pretexto para bajarnos el sueldo. Entonces, la última vez que me lo bajaron, les dije que con esa rebaja de sueldo yo me sentía autorizado a escribir en otro sitio, para tratar de compensar un poco la pérdida económica, y por eso me puse a escribir en The Objective. En ese momento, protestaban contra mí por lo que decía, pero no porque me hubiera puesto a escribir en The Objective. En cambio, en el caso de Juan Luis, en cuanto se puso a escribir en el otro lado, se le vino el mundo encima.