La luz aquieta el calor
aquieta el frío, si lo hubiera
aquieta a quienes esperan en el andén
aquieta a los cubos de papel prensado
en la planta de reciclaje
y a los barriles de cerveza
templándose bajo los últimos rayos del sol
parece que va a llover
parece que la tarde se llena de luz
como lo haría yo
justo antes de la tormenta
pero no va a llover porque aquí nunca llueve
están quietas las palmeras
alineadas en la acera del centro comercial
quieta su sombra
quietas mis ganas
quietos los postes de la luz
de los que cuelgan cables muertos
quietas las vallas publicitarias
quietas y mudas
limpias del grito del cuerpo de una mujer
nunca la misma, nunca su cara
sólo su cuerpo desnudo, siempre otro
quietos los hombres sin pelo, antes y después
ahora con pelo y esa sonrisa
tan falsa
en cómodos plazos
todo quieto y tranquilo
como si nunca más pudiera pasar algo malo
ni a las mujeres desnudas ni a los hombres sin pelo
ni a las palmeras
ni a los postes de la luz
porque el sol se está yendo tan despacio
que nadie puede pensar en una catástrofe
miro esos postes de madera que antes fueron árboles
el reino de la luz entre sus ramas, una vez
mientras, pasan los eucaliptos
quietos y erguidos
con ese gesto insomne de los árboles de hoja perenne
a la espera de algún viento que los agite
que los despierte de un sueño
en el que son incapaces de caer del todo
a la espera todos nosotros
casi perennes, casi insomnes
sin ramas sin reino sin luz
nuestros brazos cables muertos
en cada despedida, a la espera
de otra despedida