En las noches a salvo, en nuestros pisos,
con las puertas cerradas y la colcha
y quizá el radiador y la cena caliente,
olvidamos la idea de montaña.
Olvidamos que un día,
la montaña fue madre y fue refugio,
veleta y cicatriz
de los cielos urgentes,
noray al que amarrar
el navío fugaz de nuestro tiempo,
el inquieto bajel de la mirada.
En la noche sin cielo de la urbe
la montaña se va, se desvanece,
se funde en la negrura
de tanto por hacer
y es apenas su piedra
aguada en el recuerdo.
La busco en la tiniebla de mi noche,
pero no puedo verla:
un hombre está perdido
si deja que se escape
su idea de montaña.