(Frente al río Lozoya)

 

Descubro el cielo limpio como nunca lo vimos.

El invierno ha dejado su noticia entre ocre y amarilla

en la orilla del río.

 

Se desliza la tarde y nos ama quizá demasiado. Todo el valle,

abierto como un cántaro

bajo la oscuridad de las montañas, nos entrega

su aliento. Nunca la tarde, amor, se nos quedó tendida

como ahora.

 

Huele el invierno a madera quemada, suenan,

muy a lo lejos, las aguas del Lozoya, esas aguas

que tanto nos salvaron, que hicieron del domingo

tierra sólo poblada por nosotros.

 

Son ellos, vivos recipientes donde reconocernos, hijos que elevan

su estatura en el valle y ven el río y se lo apropian,

quienes nos hacen pura conciencia de lo efímero.

Malva

tiene ya siete años y a sus ojos acuden

todas las estaciones de nuestra historia, todas las sombras

de los fracasos, todas las encogidas luces de un entusiasmo

envejecido y triste. Malva

contempla la arboleda y calla. Tiene

la madurez prematura de las diosas

que amé en la adolescencia.

Suena el río a lo lejos y ella calla y nos oye,

ronda el viento sus hombros, llega

desde el norte a su cielo,

limpio cielo invernal como no conocimos,

y son hoy menos nuestras su luz y su palabra,

son algo más del aire y de la tierra, algo más del crepúsculo

que nos huele a humareda y a distancia y es ocre

cual los robles desnudos

o las rocas que asoman, sin musgo, por encima del río.

 

Un año solamente cumplió José Manuel. Y sabe

levemente a tomillo, a tarde interminable

todavía. Corre sobre la hierba helada y nada intuye.

Lo distancia aún el tiempo y su inocencia

de la talla maldita de los lúcidos. Mira al cielo y sonríe

y su cielo eres tú del mismo modo

que es tuya la pureza del aire, la urdimbre transparente

de los fresnos sin hojas, el invierno y la leña

que en ocultas fogatas arde con sigilo

en lugares que tiemblan a lo lejos, sólo denunciados

por columnas de humo contra el azul helado

que es cielo protector, cúpula

sobre el valle y el río, sobre el piélago

de nuestras certidumbres.

 

Muchos años alientan en la mutua mirada

que hemos hecho codicia y reparto a la vez,

compartida penumbra y luz no congelada.