
Después del extraordinario éxito que supuso Martinete del rey sombra (Jekyll & Jill, 2023) del escritor Raúl Quinto (Cartagena, 1978), que obtuvo, entre otros, el Premio Nacional de Narrativa 2023 y el Premio de la Crítica 2023, resulta complicado definir La ballena azul (Jekyll and Jill,, 2025), el nuevo libro del autor murciano. Alejado, de nuevo, de la estructura clásica de la novela, alojado en una especie de descripción por capítulos, numerados y perfectamente clasificados (que no compartimentados), donde se introduce las aportaciones de penúltima generación para la construcción del panteón de las leyendas urbanas, utilizando como motor una de las consideradas mediáticas, el juego de la ballena azul.
El volumen es casi un diálogo unidireccional en cuanto a la voz presente pero con tres vértices conceptuales: lector, mentor y víctima. El lector, que conoce algunos de los códigos expuestos, tanto si pertenece a la generación del teléfono fijo, el router por minutos o los primeros programas de radio en la madrugada con Iker Jiménez, como si, más allá, ha estado indagando en lo más profundo de la web, aquella a la que no se llega con los buscadores tradicionales. El mentor, que utiliza la carta abierta, el susurro de las palabras, como en la canción de los Beatles, el “Helter Skelter”, que no ha perdido nunca su condición de alimento para la paranoia, pero que aquí se encumbra en la relación de los tres de Liverpool con su amigo muerto/vivo Paul. Vamos de Charles Manson a la morsa. “I´m the walrus”, la segunda canción de The Beatles, el acceso a un panteón de espíritus primordiales disfrazados de dibujos animados, de amables resultados del consumo de ácido: la Diosa Coneja, El Hombre Conejo, El Rey Carmesí y el Rey de Amarillo, La Doncella Ciega (Blind Maiden), Reina de Esparta, Mujer araña. Solo por ese capítulo, esa historia de terror absoluta y universal, el libro seduce al lector. Al lector de horror, claro. Y la víctima, que podría ser nuestro hijo, nuestro alumno, cualquiera de nosotros. Podría ser el nieto de una víctima de Wako, del reverendo Jones o haber escapado de las pruebas realizadas en el Instituto Tavistock, podría, ya lo he comentado, buscar antiguos programas de “Milenio 3” para, entre el 45 y el 66, conocer historias de ceniza y fuego, de combustión espontánea, del accidente del camping de Los Alfaques, los niños con la cara derretida, los fantasmas, los que no se quieren marchar de allí, siempre es necesario que alguien cuente su historia.
Estamos en un tiempo en el que la literatura no quiere olvidar los catálogos por correo, las copias piratas, las cintas y los VHS, que conoció la existencia de las películas snuff con la ópera prima de Alejandro Amenábar, esa Tesis que parece irreconocible. Un libro que mezcla la autopsia del hombrecillo verde en el Área 51 con Slenderman, ayer, hoy, mañana. Esta frase: “¿Perdida en un laberinto, bosque? El laberinto, quiero que pienses en el laberinto, El laberinto ya hace tiempo que solo piensa en ti”. Es poderosa. Las mentiras que provocan muertos. Más bien las semillas falsas que germinan en historias macabras. Pero, después, en un claustro, el jefe de estudios te dice que en el instituto del pueblo que está a media hora, por la autovía, han detectado el primer caso. ¿Qué caso? El de la Ballena Azul.
¿Es un libro sobre el suicidio? No. Pero forma parte de la trama. ¿Es un libro de fantasmas? Tampoco. Pero existe una cierta espiritualidad digital que define al mundo en el que vivimos desde hace dos décadas. Sitios web más allá de Google, películas de metraje encontrado, páginas en mantenimiento, antiguas redes sociales, aceptar o no aceptar, tiempos largos de carga, mydoom, aceptas o no, ¿cuánto falta para que mueras?
Hemos olvidado rápido, pero Raúl Quinto no. Raúl sabe que hay chatarra en la red, parecida a la basura biológica, que allí la forma en la que vida duele es distinta. Voltaire El Rojo, el mentor, podría estar muerto y hablarte (a ti y a la víctima). Voltaire El Rojo está en el espacio fronterizo, entre este mundo y el nuevo más allá que es Internet. Internet es un espacio no euclídeo que ocupa más que la Tierra, si la medimos en tiempo y espacio. Y allí también hay fantasmas, y, lo que es peor, son capaces de modificar esa realidad o salir de ella. Caminan despacio, pero nunca se cansan; insisten una y otra vez, con una historia u otra. Ese es el peligro. NPG (personajes no jugables) de videojuegos con los servidores desactivados, personas solitarias en salas de conversación en las que ya no entra nadie.
Y de la soledad a la venganza está el dolor. Los capítulos, la guía, el que habla, el que guía, parece ofrecer una voz metálica, sintetizada, un diálogo que parece unidireccional. La teoría de la comunicación mezclada con un listado de leyendas urbanas. Pero la urbe ya no es la ciudad, ni el alquitrán, ni las calles, incluye a la red, myspace, mixmail, Facebook, Tuenti, X, lo que venga después, lo que sigue abierto, lo que nadie cierra porque nadie se responsabiliza o nadie sabe cerrar. En la última literatura, en varias ocasiones, los autores acuden a The Twilight Zone (conocida en español como La dimensión desconocida): Rodrigo Fresán, Mariana Enríquez o Max Booth III o, en uno de sus últimos cuentos, Cristina Fernández Cubas. No solo Raúl Quinto. No solo ellos. Como si la realidad no fuera suficiente, como si hiciera falta volver al principio, al comienzo de la red, a 2011, los primeros foros, 4Chan, Jeff the Killer, una leyenda de ácido, quemaduras y cicatrices que acabó siendo la perversa alteración de una fotografía real, de una chica que acabó suicidándose. Cuando nadie es el culpable, todos lo somos. Es parte de la leyenda, de la red, de las malas semillas…
Un libro que es político. Como siempre en el caso de Raúl Quinto, en este caso hay judíos junto al Ebro, acusados de asesinar niños, también mezquitas llenas de sangre. Cito: “Hemos aprendido a leer la sangre porque la sangre no requiere palabras”. En 2025 escribir sobre la historia de (santo) Dominguito de Val, Toledo, Ávila, Zaragoza. Ahí, Quinto, siempre es responsable y coherente: la idea de Occidente como culpable extiende sus raíces a lo largo del libro. Estamos podridos en nuestra propia felicidad, en nuestro hartazgo, en nuestras raíces cristianas, en la penicilina y en la tarta de manzana. Los países escandinavos, un ataque previo, para conseguir una matanza de Anders Breivik, de Oslo a una isla con jóvenes, perfectos, rubios, arios. Una opinión discutible, pero no es la única voz en la literatura contemporánea en lengua castellana. En realidad, es mayoritaria. Y funciona entre las editoriales medianas y las grandes. Es la expansión del virus de la palabra del que hablaba William Burroughs, que viene de H.P. Lovecraft y, transmitido por Jorge Luis Borges, mejorado por Kurt Gödel y John von Neumann con los primeros escarceos de la informática y la autorreplicación, acaba hoy en todos los estantes, bien distribuido y libre de derechos de autor (que no de venta).
La misma indagación en los movimientos subterráneos de la historia, como estampas capturadas para servir de guía gestionan el avance, en el tiempo y el espacio para la víctima y el lector. Uno silencioso, el otro atrapado. Los papeles acaban por ser intercambiables: la Santa Catalina Tekakwitha, 1986, Montreal, estigmas y voz rota la de Dios (y cito: «La voz roja de Dios estallando en tu cerebro y te lame la cara, y ardes»), 1989, Rumanía, el recuerdo de los abusos que sufrió Nadia Comaneci que el pueblo vengará contra todos los Ceaușescu, más balas en la pared que por ser disparadas, 1990, la detención de Andréi Chikatilo. El Telón de Acero, una Jaula de Faraday, el aislamiento sensitivo, la versión perversa de “Stranger Things” (o, todavía más de culto, los tiempos de seriales cuánticos con “Fringe”). El no dormir, el duermevela, otro espacio alternativo no sometido a lo euclídeo, en combinación perfecta con el desierto de lo digital. Ojos acelerados por los electrones, la autodestrucción de los mensajes de Telegram, la llegada de la Inteligencia Artificial, que terminará generando una cuarta dimensión en la vida/literatura. Al final Tom Cruise está vacío por dentro. El Cruise de hoy es solo un cuerpo, con ojos fríos, vacío, funciona como una inteligencia artificial, es perfecta, miren las últimas entrevistas. Como la familia Bateman de Bret Easton Ellis. Mientras uno lee La Ballena Azul le aparecen varios reels, uno de Shirō Ishii y otro de Tom Cruise. Y Tom Cruise es parte de la Iglesia de la Cienciología.
Queda la sensación de que, tras el éxito del Martinete del Rey Sombra, Raúl Quinto se ha embarcado en una aventura literaria ciclópea: la acumulación como herramienta para la novela provoca una sensación de falta de unidad. Encontrarte con historias de otras, estiradas, recopiladas, investigadas, ofreciendo dudas, sombras y errores, haciendo de la noticia capítulo, del capítulo ensayo, de los estadios numéricos novelas. Lo que en el Martinete del Rey sombra funcionaba a través de la profundidad lírica y la anécdota histórica convertida en personaje y lo hacía uno de los grandes libros españoles de la década, en La Ballena Azul no acaba de despegar. Es un libro de café oscuro, solo y sin azúcar, pero, permítanme la expresión, “para muy cafeteros”. A mí me ha resultado nutritivo y entretenido, pero si escapas del círculo "Donnie Darko", puede provocar una sensación de volumen anecdótico (por la sucesión de anécdotas, no la falta de importancia). No es así en absoluto, es una literatura exigente porque demanda un cierto grado de complicidad a la hora de afrontar su lectura.
Raúl Quinto, La ballena azul. Zaragoza. Jekyll & Jill Editores, 2025