Cees Nooteboom es un monje que, de finales de primavera a principios de otoño, se recluye en su casa de Menorca. El verano pasado se desenclaustró únicamente para ser investido Honoris Causa por la University College. Es la cuarta distinción de este tipo que recibe. No permitió más salidas y sólo consintió la entrada de Turia. El mundo exterior existe como la tierra firme al otro lado del océano. “No creo que nadie se haga aquí con una revista literaria de quinientas páginas, aunque siempre alguien se entera. Yo estoy aquí para aislarme del mundo. De vez en cuando dan conmigo. Hubo un ministro que intentó un congreso... ‘Perdón: no quiero hacer lo del resto del año’. El descanso forma parte de la vida y, en mi caso, el descanso consiste en seguir trabajando. Es muy absurdo que a los escritores se nos intente impedir hacerlo: que si prensa, que si una conferencia, una inauguración... no hay más que distracciones. Tengo 86 años. Yo soy el que marca los tiempos. Acepté ir a Londres y me trataron muy bien. Tres días y adiós. Necesito silencio. Estar a solas conmigo. Aquí. En esta habitación”.

- Como una celda de monje.

- Exacto.

Frente al tópico que no lo saca de su perfil viajero, Nooteboom ha dedicado más páginas a reflexionar sobre la esencia de las cosas y la necesaria soledad. Aquella desde la que proyecta la mirada sobre el mundo, incluso estando en movimiento. Parece que lleva una celda consigo. A la espalda. En Hotel Nómada (2002) explicó que en el interior del ojo “reina la calma, tal vez la misma que en la celda de un monje”. Reclusión y silencio. Zurbarán. A él le dedicó un poema, en El rostro del ojo (1989): “Un mismo camino hacia el blanco, / un extremo rigor / hasta el silencio. / Y luego nada”. La reclusión no es un agente pasivo, sino una zona que irradia actividad, desde la que es posible la contemplación, incluso el espionaje. Muchas de sus preocupaciones están contenidas en El enigma de la luz (2007): “Siento pudor al sorprender a dos personas –pintadas- en un instante de intimidad. El pintor es un voyeur -y me convierte a mí en lo mismo-”. Descarta que ningún personaje posara ante Vermeer. Ojo y silencio. Y cien páginas después: “La técnica de Hopper, su voyeurismo y el nuestro. El aislamiento. En Morning sun la mujer está sola: la expresión de su rostro así nos lo indica. El enigma reside en eso precisamente. Produce inquietud. En Empty room, la cosa es peor (…) Algunos pintores inventan su propia luz, una luz inexistente en la naturaleza”. Nooteboom moja su contemplación en tinta de luz. Sabe que a Leonardo le daba por seguir a un individuo si despertaba su interés. Dudamos si la corrección actual lo comprendería. “Se dedicaba a espiar de todas las maneras posibles, memorizaba su aspecto y por la noche lo retrataba”. Añadamos a Pérez Siquier: varias veces lo llevaron detenido por tirar fotos, hoy patrimonio, en las playas del Mediterráneo, allá por los setenta. A su modo, otro monje. El arte tiene su dinámica. Luego requiere quietud. En una celda cabe el mundo. Desde dentro se puede actuar con efectos que exceden su perímetro. Al final de toda contemplación está la idea de la muerte. “Monjes son / al servicio / de mi monasterio. / Yo soy / su exhaustivo / y asesino ángel / con mi boca / de ángel”.

Cualquier motivo puede contener eco de trascendencia. Un día, al abrir la barrera de olivo que cierra su casa, halló una polilla del tamaño de una mano de niño. “Sin duda, un animal de belleza insolente, un diseño de la Escuela de Viena: eficiente, sobrio como un monje, severo al modo moderno”. Lo cuenta en 533 días (2018). Su polilla, le explicaron, era depredadora. “Suntuosidad oculta bajo el hábito de monje”. La vida como un complot de dios. Pegando a la celda, unos cactus traídos de Chile que resplandecen “como si quisieran decir algo”. Hay unas tablillas en el suelo y unos árboles en el cielo que, en su copa, separan su celda de la casa. El jardín se halla en el camino de la luna. “No soy un monje japonés –dice en Lluvia roja (2009)-, de modo que no les hago reverencias a mis árboles, pero sí los amo”. En ese mismo libro, confiesa que le impresiona el sonido agudo, impúdico, de las tortugas cuando se ponen a copular cerca de casa. “Siempre que lo oigo salgo corriendo como si fuera el padre de todos los voyeurs”. Un escritor es su ojo. Los libros mencionados son mezcla de diario, relato y ensayo; en el último recuerda que fue en una escuela de monjes donde aprendió a leer, les estará eternamente agradecido.

 

“Igual los escritores necesitamos recluirnos en una habitación por una inclinación autista”

Lo ha recordado también en el discurso que practicó en Londres. Un escritor es igualmente su gratitud. ‘De niño experimenté la ocupación y la guerra. Los cohetes alemanes contra Inglaterra se lanzaban muy cerca de nuestra casa. Los bombarderos estadounidenses dirigidos a Hamburgo, Leipzig y Berlín, volaban por la noche sobre nuestro país, un sonido que nunca olvidaré. La liberación llegó para mí en forma de tropas canadienses. Europa estaba devastada, podía verlo en todas partes. En mi primera novela, creé un mundo de fantasía probablemente para no lidiar con la realidad’. Perdió a su padre en los últimos días de la guerra y su madre lo envió a un monasterio franciscano”. En sus siete primeros años de vida, conoció ocho domicilios y, con once, un invierno de hambruna en La Haya. “Las relaciones con los monjes no eran buenas. Me derivaron a un internado agustino, que era más intelectual. Ellos no arrojaban la toalla, pero yo sí: salí y empecé a trabajar a los diecisiete en un banco, un trabajo estúpido. Luego recorrí Europa haciendo autostop”, como refleja El paraíso está aquí al lado (1955), novela también conocida como Philip y los otros (1999 y 2011). “Me quedo con la relación que trabé con los camioneros. De vez en cuando me escriben, el otro día lo hizo uno: ‘He leído su libro sobre España. Soy autista y siempre quise trabajar solo. Llevo toda la vida viajando de España a Holanda, y de Holanda a España’. Me conmovió. Le respondí. Igual los escritores necesitamos recluirnos en una habitación por una inclinación autista. Me lo he pasado muy bien con los camioneros, he dormido en sus casas, he pescado cangrejos con ellos en el Guadalquivir… otros tiempos, los caminos eran más primitivos y el concepto que se tenía del extranjero era otro. Si uno tomaba un tren, se le ofrecía comida. Los españoles hablaban de Europa como algo más allá de los Pirineos -hoy una ciudad alemana es como una española-. Lo primero que cambió las cosas fue la televisión, la globalización vino después”.

 

“Vivimos en un mundo menos asilvestrado. Pero a veces soy pesimista y me ataca la impresión de que los cerebros menguan”

En la escuela había tres idiomas obligatorios: inglés, francés y alemán. En su caso, añadimos latín y griego. Cuatro años estuvo sumergido en las lenguas clásicas. Con el neerlandés, el número de idiomas llega a seis. “Posiblemente el séptimo fue el español, a medias con el italiano”. Los planes de estudio han rebajado la exigencia. “Creo que por una buena causa: la extensión del saber. Vivimos en un mundo menos asilvestrado. Pero a veces soy pesimista y me ataca la impresión de que los cerebros menguan. En Holanda obligatorio sólo queda el inglés. Luego puedes elegir un segundo entre alemán, francés y español. Cuando me viene el pesimismo pienso que se puede seguir formando aquel que lo desea, y mejor que antes. Pero no sé si la actualidad anima al conocimiento...”. Le pesa no haberse recluido más. “Me he perdido parcialmente la vida interior, que tira mucho de mí. A los alumnos de Londres les conté que me puse a llorar en la biblioteca de mi amigo Rüdiger Safranski, pensando que él había leído cosas que a mí no me dará tiempo. ‘¿Pero cuándo has leído todo esto?’. Me miró y me dijo: ‘Cuando estabas leyendo en el libro del mundo’. La vida es corta”.

 

“No sé qué va a quedar de mi obra, pero no me importaría que fuera Una canción del ser y la apariencia

Y como la vida es corta dedica los veranos a leer y a escribir. Sólo se despega para pegarse a Simone [Sassen, fotógrafa y esposa]. Es su modo de conciliar el ser y la apariencia, es decir, de encontrarse, de seguirse encontrando, a sí mismo. Los días los pasa encerrado en una habitación amplia, sin otra comodidad que un aire acondicionado. La construcción tiene aspecto de ermita austerísima, o me lo parece. La mandó construir en un espacio adosado a su parcela, en la que mora ya desde hace más de medio siglo. Era propiedad de un vecino que guardaba allí cerdos. Su hija decidió casarse y él necesitaba el dinero. La normativa de la isla es estricta: hubo de aguardar dos décadas para obtener permiso y levantar su celda, dentro unas limitaciones igualmente severas. “Hace unos días, leyendo a Jeanette Winterson, me fui a Una canción del ser y la apariencia (1981). Y me dije: ‘Han pasado 38 años y trata el mismo tema que ahora estoy leyendo en ella. Yo escribí aquel libro sin plan. Mi editor inglés lo rechazó. Fue publicado en Estados Unidos y volvió a rechazarlo. Yo no sé qué va a quedar de mi obra, pero no me importaría que fuera ese pequeño libro”.

En el estudio, además de la biblioteca oportuna, hay una mesa de madera que usa de expositor. Es una fuente en la que se refresca. Va cambiando los títulos, que descansan en bloques de dos, tres y hasta cuatro cuerpos. La mesa está apartada, pero este entrevistador siente una curiosidad de voyeur y pide permiso para desplazarse. En primer término veo: un vademécum de Montaigne; dos Borges –Historia de la eternidad y las conferencias sobre arte poética en Harvard-; dos Diderot –Supplément au voyage de Bougainville y las Euvres esthétiques-, dos Benjamin -Angelus novus y Kritiken und rezensionen-; dos László F. Földényi -Dostoyevski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar y Orte des lebendigen Todes-; el Rousseau de Starobinski -Eine welt von widerständen-; y hasta una Menorca tayolítica. Por supuesto, poesía: una antología de Adam Zagajewski -Without end-, el libro sexto de la Eneida de Heaney; las Poésies de Mallarmé en Gallimard; y por ahí, también, el Libro del frío de Gamoneda. Si una biblioteca proporciona información sobre su dueño, no digamos los libros que tiene más a mano. Aunque cambien. La relación es, en sí misma, una entrevista completa. Pero sigamos. Se queja de no conocer “tantos poetas españoles vivos”. Le recuerdo que una cita de Guillermo Carnero abre un bloque de El rostro del ojo, y le pregunto por Gamoneda. Vincula el arranque de ese libro, ‘tengo frío junto a los manantiales’, con “los famosos versos del poeta medieval François Villon: ‘Muero de sed junto a la fuente”, cita los dos de memoria. Vive en la poesía, “es lo más importante”. Ella ha sido su luz en mitad de tanto viaje y tantas ficciones. A ella se refirió en el discurso londinense. Quien le quiera conocer, que acuda a Ojo de monje (2018), última aportación, traducida, de momento, a seis idiomas; en breve llegará al francés. Es difícil mantener el control de su obra.

La biblioteca real la tiene en Ámsterdam. “Cuando vengo a España, traigo demasiado. Los clásicos griegos y latinos los paseo de aquí para allá. Y en Ámsterdam necesito libros que dejo aquí. Solemos venir en coche hasta Barcelona, allí tomamos el barco. En 2018 paramos en Langres, Francia, para ver el Museo Diderot. Cogí cinco libros que luego dejé aquí y eché de menos en Holanda. Me pasa constantemente”. En su cabeza están, a un lado, Diderot y, al otro, Heródoto. Ellos son sus referentes desde los catorce, cuando comenzó a leerlos en la escuela. Ahora relee a Heródoto en una traducción recién practicada en holandés, salida junto a todo Tucídides, a quien también ha vuelto. De la escapada londinense trajo más Heródoto: The man who invented history, de Justin Marozzi.

- ¿Cómo encontró Londres?

- En mi speech no quise hablar de política, no merecía la pena: era un día festivo y disponía de cinco minutos, en ese tiempo es imposible. Les dije otras cosas: que yo no pisé la universidad, por ejemplo.

- Pero se transmutó en profesor, en La historia siguiente (1992).

- Mussert, “el hombre feo que amaba la belleza”… aquel era un libro sobre el cambio de identidad, sobre el peso del mundo clásico en el moderno. La inmortalidad y lo mezcladas que se presentan realidad y ficción.

- Preocupaciones habituales en usted.

- Descubro que siempre me han interesado las mismas cosas… aquel profesor lidiaba con treinta alumnos. En Londres había 427 graduados. A todos les estreché la mano. ¡427! No sé cuánto duró el acto. Había ingleses, pero también africanos, chinos, japoneses, alemanes...

 

“El Brexit es un fracaso social y una irresponsabilidad política. Debería servir de escarmiento ante quienes juegan con los sentimientos identitarios”

- Algo comentaría del Brexit.

- A estas alturas, lo veo posible. Qué decepción. Les dije: “Los tiempos que vivimos no son sencillos. Si realmente es cierto que dejará la Unión Europea, con lo que quiero decir nosotros, entonces aquí tiene un nuevo doctor que lo encontraría muy, muy triste”. Tengo la impresión de que si Reino Unido deja Europa, Europa me deja a mí. Es un fracaso social y una irresponsabilidad política.

- En El enigma de la luz decía que el sentimiento nacionalista quedó desacreditado por ridículo.

- Nunca estamos a salvo de nuestro comportamiento. El nacionalismo ha repuntado en todo el continente y de maneras muy diversas: no es igual en Francia que en Italia, ni en Italia es lo mismo que en Alemania. Ni en Europa se da con las mismas características que en América. En España la mezcla es original: por un lado, el fenómeno catalanista; por otro, Vox. El Brexit debería servir de escarmiento ante quienes juegan con los sentimientos identitarios.

- No hay una causa pero se cita mucho la inmigración. El islam. En 533 días señala que hay temor hasta donde no residen musulmanes: Dresde.

- La cuestión afecta, sobre todo, al mundo islámico. En Holanda no hay tanto problema, lo que no ha impedido el surgimiento de un señor rubio que culpa a esta religión de todo. La realidad es que hay más musulmanes practicantes que cristianos -los protestantes han dejado de acudir al templo-, pero constituyen una minoría.

- En todos los países ha caído la iglesia. Pocos bautismos, pocas uniones.

- Y pocos sacerdotes: ¿quién va a sacrificar, hoy, su libertad? Una diferencia que aporta la mezquita es que sirve de lugar de reunión. Dudo que todos los que van sean tan creyentes. Se sienten a menudo discriminados y se buscan allí los unos a los otros. Cuando los musulmanes llegaron a Holanda, lo hicieron en pos de trabajo y dinero. Luego se quedaron. La actitud general es: ‘Si nos dejan en paz…’. No hay un movimiento social en contra, pero sí en el gobierno, después de descubrir mezquitas que recibían dinero de Arabia Saudí, y viajes de salafistas e imanes radicales.

 

“Hay que evitar que se aproveche nadie del Estado de Derecho”

- Giovani Sartori dijo que el islam es incompatible con Occidente. Parecido se pronunció el poeta árabe Adonis. ¿Exageran?

- No lo sé: ustedes han vivido juntos. Islamistas, cristianos y judíos. El Califato Omeya de Córdoba sustituyó a un emirato y pervivió un siglo de manera pacífica. Siempre habrá quien no quiera la coexistencia. Lo importante es que haya ley, y prevalezca, y las partes se ajusten a ella. ¿Escuelas no participadas por el gobierno que recaudan fuera? Se corta. ¿Libros de texto que incluyen contenidos inapropiados? Se corta. Ante esas cosas, en Holanda, se actúa. Hay que evitar que se aproveche nadie del Estado de Derecho. Pero a menudo me doy con el mismo episodio, que volqué en un libro [Cosas que no tienen nada que ver unas con otras (2004)]: yo estoy en una tienda y entra un musulmán; él no sabe una palabra y, frecuentemente, es una niña, su hija supongo, de siete y ocho años, la que le asiste y traduce. Esos hombres, algunos ultraconservadores, han perdido la autoridad. Están indefensos. Habrá que ver a esas hijas cuando tengan 24.

- Algunos atentados que padeció Francia fueron perpetrados por franceses de segunda y tercera generación, bien es cierto que residentes en guetos y que pudieron ser espoleados por yihadistas buscando un efecto rebote contra las mezquitas. Pero, desde que se prohibió el velo, hubo como tres años de atentados en cadena.

- Y llevamos cuatro en paz. Holanda no es un espacio celestial, pero hay políticos que vienen de Francia para estudiar nuestra organización, que se ha demostrado efectiva, y nuestro trabajo sobre el terreno. Poco más se puede hacer ante fenómenos imparables. En nuestra tradición lograron vivir juntas dos religiones. Tardamos en lograrlo, pero lo conseguimos. Hay iglesias católicas medievales sin imágenes porque los protestantes las destruyeron. Hubo casos importantes, no ya de iconoclastia, sino de una especie de huracán destructor de imágenes. Ocurrió después de Lutero y Calvino. La pugna duró siglos.

- Esa destrucción la refiere en El Bosco (2016) [“En la catedral en la que en su día se expusieron obras del Bosco, estalló en 1566 la furia, y el edificio gótico se convertiría poco después en un templo protestante (…) ¿Acaso puede verse el futuro en cuadros que, junto a la felicidad de los primeros hombres, transmiten inquietud y perturbación? El Bosco no ha dejado palabras, sólo imágenes”].

- La necesidad política trajo la paz. Siempre es así. Necesidad política. El siglo pasado, los cristianos se dieron cuenta de lo que les unía a los partidos socialistas. Yo mismo fui testigo, con 20 años, de gobiernos de romanos y rojos, o sea, de cristianos y socialistas.

 

“Acabamos describiendo una verdad que no existe porque no sabemos manejar el pasado”

- Pero su optimismo ha caído. En Cómo ser europeos (1995) volcó un aliento de confianza imperceptible en el libro del Bosco.

- ¿Lo dice por la foto final: la del niño sirio muerto, en la costa del Egeo?

- Y más cosas, fíjese en el subtítulo: Un oscuro presentimiento. Y, partiendo de Las tentaciones de san Antonio, habla de personas con cabeza de animal, no sé si con pensamientos de animal; una cita de Barthes le lleva a afirmar que desfiguramos hasta los recuerdos.

- Que es como decir hasta la memoria, y sin memoria, ya se sabe… Sí: la idea es que acabamos describiendo una verdad que no existe porque no sabemos manejar el pasado, teniendo en cuenta que no siempre se reproducen los patrones del mismo modo. La exageración sirve para reflexionar pero, en determinado contexto, es una tentación que delata nuestro miedo político y nuestra propia ignorancia. Europa tiene que estar por encima de las circunstancias. ¿Que hoy no tenemos los mejores políticos? Es cierto que los que tuvimos construyeron la paz mediante la cultura, no echaron leña al fuego. Algunos populistas se acercan a la calle para sembrar tensiones. Son incultos. Tampoco disponemos de los mejores ciudadanos, ¿eh? Los pretendidamente inteligentes reaccionan, frente al nacionalismo ajeno, con nacionalismo propio. Sí hay que resistir. Eso sí. En el panel central de La Adoración de los Magos tenemos al Niño, y en el San Cristóbal, está a la espalda de un hombre que lo lleva a la otra orilla. Y yo me preguntaba: “¿Otra vez?”. El soldado turco tiene el mismo gesto que el policía.

 

“El europeísmo no atenta contra la identidad particular”

- Y termina diciendo: “No existe Europa”.

- Es verdad. De vez en cuando se me escapan cosas. El europeísmo no atenta contra la identidad particular. Europa debe ser un dique contra la gula y la tortura presentes en El jardín… Este cuadro debiera funcionar como advertencia. Hay objetos en él propios de una pesadilla futurista. Yo cogía las deformaciones del Bosco, portentosas, y lo que llamo vejaciones infernales, y trasladaba todo al presente con la foto del policía recogiendo el cuerpo del niño, a modo de extra, como un final después del final.

- O sea, ¿como el último verso de cada poema en Ojo de monje?

- (pensativo) No se me habría ocurrido relacionarlo.

- Luego iremos a la poesía. ¿Fue una exageración, entonces?

- Si quiere, sí. Yo creo que sí existe Europa.

- ¿Un lamento retórico?

- Seamos honestos: hay momentos en que te obligan a pensar que no existe. Y eso es porque no funciona. Pero sin Europa, ¿qué habrá?: China, EEUU -con ese poderoso idiota en estos momentos- y Rusia sintiéndose amenazada.

- Una capital de la cultura es Ámsterdam. “Caótica”, la define en El día de todas las almas (1998), a través de un personaje.

- En Ámsterdam hay anarquistas en bicicleta. Es bella y difícil. Motos, tranvías, coches, bicis, autobuses, patines… Como peatón, prefiero Venecia.

- Donde los peatones generan su propio caos.

-Bueno, a eso hemos llegado. El turismo es un problema a regular.

 

“Nunca me han interesado los porros. Prefiero el vino”

- Ámsterdam, ¿es integradora o individualista? He ido dos veces y las dos me pareció fría.

- Depende de con quién se encuentre. Nosotros estamos hartos, a causa del turismo, y eso dificulta la interrelación. Yo vivo en una casa del siglo XVIII, 1730: ¿se puede creer que algunas mañanas me despiertan las voces de fuera? La calle es peatonal y, en ausencia de tráfico rodado, atrae a los guías. Algunos, con megáfono. Y, vivir en la parte más vieja significa tener a cinco minutos los coffee shop.

- He leído que, en veinte años, ha cerrado la mitad.

- Quieren alejarlos, al menos, trescientos metros de los centros educativos. Por fin han elaborado una ordenanza. Pero el fenómeno no desaparecerá. Es demasiado grande. Al revés: nos toman de referencia. Ha habido libertad… y criminalidad: la droga se produce de un modo clandestino, en casas privadas. Se puede vender, no fabricar. Así que hay criminales a pie de calle y otros que, desde una posición alta, se lucran: abogados… gente así. Pensaron que la permisividad eliminaría la zona oscura, y no. Las autoridades han percibido que la práctica, en lugar de moderarse o estancarse, se dispara. Y en otros países empiezan a legalizar el consumo. Nunca me han interesado los porros. Prefiero el vino.

- También he leído que Ámsterdam se ha constituido como un centro del tráfico de cocaína y presenta rasgos de narcoestado –El País, 20 de agosto de 2019-, con más de veinte mil transacciones financieras sospechosas, y peticiones de un FBI a la holandesa.

- Yo ante esas cifras reacciono como usted: con incredulidad. Pero no las niego. Hay un mundo oscuro, sin duda. Los holandeses hemos sido comerciantes. Sucede parecido -no tanto- en Francia, con las colonias. Y en Galicia, con los narcos. Anoche la policía española se hizo con un narcosubmarino abandonado, repleto de cocaína. Suelen viajar dos o tres personas y el espacio se usa para almacenar droga. Los holandeses hemos vendido de todo, y hemos tenido colonias en el sur de América. Hay una conexión innegable. Colombia está prácticamente al lado de las islas Curazao, que formaron parte de las Antillas Neerlandesas hasta 2010. En este momento son autónomas, pero continúan dependiendo de Países Bajos, es decir, forman parte del reino.

- El año pasado vi un documental, Paso corto, mala leche, de Mabel Lozano, de no excesiva calidad, pero que contaba con el testimonio de un importante dueño de clubes de alterne español, condenado por trata y que ahora colabora con la policía. Dice que a los proxenetas les favorece la legalización para traficar más libres con carne humana.

- Me han puesto varias veces en la tesitura de Jesús en el templo. Yo sólo escribo poemas y libros… El Distrito Rojo no dio problemas hasta que llegó el turismo de masas. Las ventanas de las prostitutas eran poco más que una curiosidad. Ahora hay ingleses que, por diez libras, cogen un avión dispuestos a cometer todo tipo de excesos: cuando volví de Londres, en Easyjet, me sentaron al lado a un tipo enorme en pantalón corto que vestía una falda de seda, de niña de cinco años. Era tan ridículo que no pude evitar quedármelo mirando. Sus amigotes iban normal. Eran cinco. “Vamos a Menorca para mi stag party”, dijo. Su despedida de soltero. “¿Este viene a mi Menorca para emborracharse cinco días y proferir sonidos de mono por la calle? ¿Qué van a decir los menorquines?”. Es lo que pensé. Pues de esa guisa se plantan frente a los escaparates del Barrio Rojo. La ciudad quiere terminar con la prostitución, pero cómo. Una amiga diplomática, ahora en Moscú, compró una casa en ese distrito, cosa que yo nunca habría hecho, y ahora la tiene que vender. No aguanta. Me cuenta las escenas, su dificultad para entrar en casa. La confunden con una prostituta y le preguntan cuánto cuesta.

 

“Fui feliz por España debido a que me acerqué a la idea de viaje que tenía Stendhal”

- Pasemos a algo más amable: ¿ha padecido alguna vez el síndrome de Stendhal?

- Pienso que fui feliz por España debido a que me acerqué a la idea de viaje que tenía Stendhal. Él era un viajero atento. Respecto a verse superado por el arte, no es extraño...

- Pero perder el conocimiento…

- Una impresión, una noticia… te pueden marear. Esta misma semana perdí la consciencia en casa de una amiga, mientras accedía a su biblioteca. Me bajó la tensión, o yo qué sé qué, y me caí. He visto muchas bibliotecas y, en todo caso, mi reacción no es comparable a la de Stendhal, pero tiene algo. Fue un momento raro ver aquellos libros… Sabía dónde iba, pero, por alguna razón, no esperaba lo que vi. No hay que darle más vueltas: me impresionó la estampa y al suelo. Caí muy bien, tuve suerte. Me hice esta herida en la nariz, nada más. La señora, preocupada, me quiso coger ¡y se me cayó encima! ¡Vaya situación! La primera vez que voy a su casa y los dos por el suelo. Menos mal que Simone llegó a rescatarnos. Si me hubiera pasado en el Louvre igual había escrito sobre ello… ¡un éxtasis! (ríe). Es posible que fuera sólo un mareo, pero a veces ocurren cosas.

 

“Lo fundamental es escribir la vivencia bien para que otros la perciban”

- En Würzburg, le vino uno viendo mitras y coronas, ¿lo recuerda? Lo puso por escrito: “El espectáculo es tan impresionante que me causa desazón (…) Como si yo también estuviera flotando encima una nube (…) no puedo más (…) Miro hacia fuera (…) Ya no soy capaz de asimilar nada. Trato de ver mi propia persona, pero no me encuentro”.

- Sí, es parecido. Son momentos de desbordamiento que, si no te pillan sobrado de energías, te pueden debilitar seriamente. Lo fundamental es escribir la vivencia bien para que otros la perciban.

- Lo importante es siempre escribir bien.

-¡Cuántas veces quiero escribir más de lo que puedo!: Teresa de Ávila y Casanova comparten un capítulo del libro sobre Venecia. Yo vuelco una experiencia en una iglesia en la que habría deseado ver cosas que estaban fuera de mi alcance, bien porque la vista no me daba, bien porque su situación espacial me las hacía invisibles. Y me apeteció ser un colibrí: ascender y quedarme inmóvil batiendo las alas para poderlas contemplar. Así lo escribí. A un crítico holandés parece que no le gustó mi sinceridad: los holandeses son muy literales, muy realistas. “¡Pero qué hace Nooteboom queriendo ser un pájaro!”. No tienen mucho sentido de la fantasía.

- Y de la capilla de San Francisco, en Arezzo, salió “como borracho” sin haber ingerido una gota.

- Lo mismo. Veo que tengo precedentes. No concederé importancia al episodio de la biblioteca.

 

“Hay cuadros que he mirado horas”

- Hablemos de Giorgio De Chirico en Santa Crocce, de nuevo en Florencia. “Una experiencia que, durante un instante, le apartó de la realidad visible, permitiéndole un mundo de imágenes metafísico”, dijo Wieland Schmied. “Lo que me sucedió resulta imposible de explicar. Sigue siendo un misterio para mí”, dijo él. ¿Otro síndrome?, ¿un arrobo?

- No lo recordaba, mi vida se está haciendo muy larga para retenerlo todo. De Chirico crea pinturas de realidad muy extraña. Si operas –siendo pintor, músico, escritor- en zonas de la experiencia alternativas a las de la realidad ramplona y mundana, te expones a situaciones de ese tipo. Tu propia actividad te sugestiona. Te hace estar en otro lugar. Esto no es tan raro que ocurra, pienso. En un ensayo sobre De Chirico le llamé ‘El filósofo sin ojos’. Tiene una imagen a la que le faltan.

- Eso lo ha escrito cuándo. ¿Ahora?

- No, por qué.

- En varios textos suyos, se hallan figuras sin ojos. Parece que tiene un imán.

- (ríe) No. Lo que hago es mirar largo tiempo. Hay cuadros que he mirado horas. Y todos tenemos obsesiones. Es posible que hable de rostros sin ojos. Me interesa el tema. Porque los rostros son muy importantes y porque yo he sentido miedo ante la expresión de objetos con ojos. En el filme de Buñuel, no puedo mirar. Simone me ha informado del problema: “¿Sabes qué significa?: ansiedad por miedo a la castración”. Y yo le dije: “Pues me parece una reacción muy sana ante esa posibilidad”.

- (reímos).

- ¿Ojos y castración?... igual existe como patología obsesiva. Pero el temor a que ocurra me parece lógico (de nuevo risas).

Efectivamente, la detección de figuras sin ojos no es inusitada en Nooteboom y, de alguna forma, complementa su apelación al ojo y a la figura del monje, ‘regiones’ desde las que se distingue lo esencial de lo fútil y en cuyo interior situamos la calma. “¿Acaso ve menos un monje cuya vida transcurre entre las paredes de un monasterio?”. Gracias a la contemplación, Nooteboom es capaz de percibir como un ideograma un cuadro de De Chirico. “Al fin y al cabo, la definición de idea no es exclusivamente la transmitida por Platón, sino ‘la imagen óptica del ojo del espíritu’. La palabra idea significa ser visible”. Ya en un poema, ‘Silusio sueña’, señaló que el alma disponía de dos ojos: “Uno mira las horas, el otro / ve a su través”. Y en un poema dedicado a Borges, comentó que el escritor arrojó su obra al tiempo y ésta fue hundiéndose “perdida, corroída / por mil ojos aún no nacidos”. La mirada se transforma en visión, gracias a lo cual Nooteboom percibe delirio en el rococó y distingue en telas de Zurbarán pinturas abstractas. Zurbarán, el mismo a quien encontró en el Museo del Prado, a los veintiuno, por vez primera. Aquel a quien dedica El pintor del misticismo (2011). Pero un ojo es siempre un ojo superpuesto. Un ojo pegado a más ojos, invisibles. Sobre una mujer de De Chirico, proclamó: “Su cabeza sin rostro (…) Lo que más me llama la atención es la cabeza vacía, que, a pesar de su vacío, es expresiva (…) No tiene nariz, ni ojos, ni boca. Lo que lo convierte en rostro de mujer es la manera en que reposa sobre la mano. Sí, es eso. Pintar un rostro sin ojos y pintar, al mismo tiempo, la expresión que esos ojos tendrían de haber existido, eso es lo que yo llamo magia” -El enigma de la luz-. El rostro del ojo está lleno de cuencas: ojo de pintor, ojo maligno, ojo que abandona el cuerpo… El sentido con que los ojos perciben mediante la acción de la luz puede llegar a ser insoportable. “Nuestra vista. Quédate fuera si no la soportas. / Somos más que tu ojo temporal”; “Ciego en el sendero, / en busca de sus sentidos, / cayó por la trampilla / de la luz”. En Brueghel abundan los ciegos. “El pintor vio con sus propios ojos las diversiones populares, pero las debió de ver a distancia, así lo delata su ojo clínico”. Ojos. Ojos. Y ojos. Volvemos a Zurbarán: “Las imágenes y las personas son y no son reales (…) casi cadáveres. Casi, pues, de estos rostros con los ojos muy abiertos, sale un resplandor (…) que tiene que ver con un éxtasis mudo, con una devoción mística que ya no es de este mundo”. Tampoco son de este mundo las personas que salen en las viejas fotos. Que portan ojos ciegos: “Hay algo ahí que nos impide cerrar el álbum de golpe: voyeurismo, curiosidad, melancolía” dice en El tiempo detenido (1996). Y en Fresas salvajes. El tiempo recobrado (1995) rememora “los últimos y feroces grabados de Picasso, realizados cuando tenía más de noventa años, siempre el mismo viejo que, escondido detrás de las cortinas, observa en secreto a una pareja que se ama en la cama, otra ansia, la misma tensión”. Lo mismo, en El día de todas las almas: “Muy por encima de ellos había, agitándose y bailando, estatuas de mujeres con pechos desnudos y ropajes henchidos que, a simple vista, eran de escayola. ‘No tienen rostro, ¿no lo ves? (…) Esas esculturas fueron creadas así. Esferas sin ojos’. ¡Cuánto temor a la castración! Pero no nos alejemos de ese libro. Recojamos dos ideas: “Si tenías paciencia para quedarte sentado el tiempo suficiente, podías ver actuar a todo el mundo”, página 55, y página 72: Arthur se atreve a comentar un proyecto secreto e inacabado, consistente en “fragmentos filmados en muchos años que, a primera vista, no guardaban una lógica, fragmentos en ocasiones muy breves”. Estos fragmentos incluían escenas de prisioneros de guerra en largas filas, monjes griegos y escenas callejeras de Ámsterdam. “Se trataba de un mundo en pedazos, marginal, lento, contemplativo, sin anécdotas, fragmentos”. De Room in New York, de Hopper, dice en El enigma de la luz: “Los rostros de ese hombre y esta mujer no son rostros verdaderos. El pintor los ha dejado inacabados. Es más, es como si los hubiera borrado, desdibujando sus rasgos más esenciales”. El rostro sin ojos como obra inacabada. Hay obras inacabadas. Kafka tiene relatos inacabados. La cita que abre El día de todas las almas: “Las sirenas poseen ahora un arma aún más terrible que el canto, a saber: su silencio”, procede de un volumen de relatos, en parte, inconclusos de Kafka: El silencio de las sirenas. El relato que da nombre al conjunto empieza: “Para protegerse, Odiseo se taponó los oídos con cera y se hizo encadenar al mástil”. Da la impresión de que Odiseo tampoco tenía ojos. Se los habría tapado. Un rostro, el suyo, inacabado. También hay sinfonías inacabadas. Esculturas, él se ha referido a una de Francesco Sforza. Y pinturas. Incluso las aparentemente acabadas: pensemos cuando, en El Prado, guiado por una restauradora, El Bosco le suscitó: “Gracias a la reflectografía infrarroja (…) podemos ver la auténtica letra del pintor (…) quizá sea este el momento estelar de mi viaje. Veo al pintor en aquello que ha cambiado, veo cómo piensa. El cuadro ya no es aquí un objeto terminado, perfecto, casi inaccesible (…) De repente está mucho más cerca de mí el más misterioso de todos los pintores”.

 

“Dejar una obra inacabada, saber cuándo hay que abandonar, es un talento”

- Lo inacabado posee el encanto de la imperfección. Usted ha experimentado, pero siempre termina lo que empieza. ¿No le habría gustado dejar una obra inacabada?

- No tengo talento para ello (ríe). Una obra inacabada tiene que dar impresión de inacabada. Es decir: o no supiste ponerle fin o paraste en seco sin permitirte una conclusión. Dejar una obra inacabada, saber cuándo hay que abandonar, es un talento.

- ¿Lo que no vale es dejar inacabado algo adrede?

- Al final toda decisión se produce adrede, pero entiendo lo que dice. Puede quedar bien adrede, si la historia contempla tal posibilidad. Ha de tener sentido. No vale la pereza ni hacerlo a lo tonto, como una gracieta. Creo que no he sentido necesidad verdadera de dejar una obra inacabada. Cada año, en la Semana del Libro de Holanda, le piden a un escritor 25.000 palabras para regalar a quienes entran en librerías a por un libro de, al menos, doce euros. Lo primero que necesita la organización es saber cuántos ejemplares piden los libreros. En mi caso fueron 540.000.

- ¿540.000?

- Sí. Ahora son más, de esto hace veinticinco años. En todo caso, acepté sin tener la menor idea de sobre qué escribir. Nunca tengo ideas. La diferencia es que entonces tenía un plazo. Aquella vez pude dejar inacabada la novela antes de empezarla.

- Alguna fuerza le llevará a escribir.

- Cuando me pongo con un libro no sé en qué consiste. Sí hay una fuerza que me lleva, pero no sé a dónde. Y hay pausas. Vacíos horribles. La única vez que tuve un plan de escritura fue a los 21 años. Me senté y escribí un capítulo de una sentada. Se lo pasé a un escritor conocido, y a él se le ocurrió llevarlo a su editorial. Entonces, me vinieron dos mujeres: “Si lo termina, le damos 300 florines”. Y lo terminé. Fue mi primer libro. Han pasado 66 años. 1954.

- ¿Cómo logró dar curso al encargo?

-Le dije a Simone: “Vamos a Lisboa, a ver si despierto”. Lo miraba todo allí. Luego vinimos a Menorca, no disponía aún de este estudio, y salió La historia siguiente. Un libro, para ser tan improvisado, que no quedó mal. Tiene la densidad necesaria.

 

“Portugal es un gran país y Lisboa es encantadora”

- Lisboa ejerce de despertador para usted: cuando le ofrecieron participar en el documental sobre El Bosco, también fue a desatascarse.

- Es verdad. Portugal es un gran país y Lisboa es encantadora. En ese caso la razón estaba justificada: el tríptico Las tentaciones de San Antonio reposa allí, y necesitaba verlo en persona. Luego seguí viajando. Me alojé en el hotel que sale en La hora siguiente, ahora ya sabe por qué... En la novela me desatasqué demasiado y me fui a las 27.500 palabras. “Esto va a costar un montón de dinero en papel”, me dijeron. Nunca había pensado en eso. Al final lo que hicieron fue imprimir más palabras por página y no quedó bonito. ¿Habría sido mejor cortar el final? (sonríe) O adelantarlo. Intenté varias veces cortar y me fue del todo imposible. No sobraba nada. Tampoco habría añadido ni un párrafo. Es de esas veces que dices así. Lo tradujeron en Alemania y fue un éxito: el Papa de la literatura lo citó en su programa de televisión.

- ¿Ranicki?

- Ranicki, sí. Falleció hace unos años. Yo no sé por qué le gustó tanto, la verdad, creo que tengo cosas mejores. Bueno. No sé. Las últimas palabras son: “Y entonces te conté La historia siguiente”. Esas palabras circulares son lo más cerca que he estado de inacabar un libro. Aunque igual el libro más inacabado será el de mis diarios… si consigo acabarlos. Nunca estarán enteros.

- ¿Por qué?, ¿hay años sin cubrir?

- Hay años sin cubrir. Lo digo por un robo. Tengo muchos cuadernos, en los últimos años he avanzado. El robo se produjo en los Pirineos. Íbamos en coche y paramos a comer. Carretera 13. Saliendo de Lérida a Puigcerdá. Alguien abrió la puerta y se los llevó. 

- ¿Y qué interés puede tener un ladrón en ellos?

- Sin duda, ninguno. Le tuvo que costar sacarlos, eran unos cuadernos enormes, en tapa dura. Recogían experiencias antiguas, precisamente, relativas a España. El equipaje no se lo llevaron, debió de ser ya demasiado pesado, pero, entre otras cosas, se hicieron con una cámara de fotos de Simone. Supongo que mis diarios los tirarían al poco en la basura. Mucho esfuerzo triturado (habla bajo y socarrón). Lo más interesante fue visitar la comisaría. El policía interrumpió mi declaración para salir a fumar. “Estoy fatigado”, dijo. “Ah”. Me di cuenta de que no iba a conseguir nada. Cuando entró las preguntas eran: objeto y valor. “¿Una cámara?, ¿cuánto cuesta?”. En la lista de cosas, él estaba empeñado en no incluir el diario, ¡pensaba que era un periódico!, me di cuenta después. Yo insistía y él, nada: “No tiene valor”. Le tuve que explicar qué clase de diario era. Fue peor. Reaccionó ofendido: “Pero eso no le interesa a nadie, no se puede ni tasar”. “Pues es muy importante para mí”. Él seguía sin entender. “¿Pero qué es?: ¿donde apunta las cosas pendientes?”. “No es una agenda, es un diario. Apunto las cosas ya hechas. Tiene que ver con la literatura”. Cuantas más explicaciones ofrecía, sus miradas eran peores. Tuve que llegar a decirle que igual podía hacer con ello un libro “o dejárselo como herencia a mi mujer”. Aquello lo encendió, relacionarlo con una herencia le molestó, creo que pensó que estaba loco, o que me reía de él.

- ¡Qué incompetencia!.

- Así que con gran seriedad y levantando los brazos, sentenció: “Entendido. Ya está. Ponemos sin valor. ¿De acuerdo? Sí: ponemos sin valor. No se hable más”. Me dieron ganas de llorar. Y de reír.

- Lo trágico es cómico.

-En cierto modo. Para mí era una pequeña tragedia, desde luego. Supe que nunca aparecería. Encima, estaba escrito en holandés (sonríe): eso no se lo dije para no desesperarle.

- ¿Y qué recogía?

- No quiero pensar en ello… eran diarios muy antiguos escritos en España, mientras viajaba, estampas, descubrimientos; y sobre París, ciudad en la que residía. Bueno. Añada otro desastre: en el barco, viniendo de Barcelona a Menorca, me dejé otro volumen, ese recogía también un periodo interesante. Cuando estás mayor, bebes un poco y te despistas. Qué se va a hacer. Tengo que hacerme a la idea de que he perdido unos cuadernos buenos. Me debo conformar con los que me quedan.

- Transcribirlos debe de ser una tarea poco emocionante.

- Es un trabajo aburrido. Pasarlos al ordenador, seleccionar los textos. La parte bonita es la del pasado redivivo, pero la tarea mecánica es penosa.

- Toda corrección lo es.

-Toda, pero todavía una novela... Aquí son muchos cuadernos, no encuentro el objetivo del proyecto y no veo el fin.

-¿Sigue escribiéndolos?

-Unos años, sí; otros no. Las últimas veces he utilizado moleskines, que son más manejables. Casi todo lo tengo ya en el ordenador. Algo haré, no sé si fundirlos en un volumen o presentar varios. Están en holandés, lo que dificulta su salida. Si salen, será en Holanda. Ignoro si interesan. No puedo enseñarle a nadie el trabajo, nadie puede leerlo. Ni en Londres, ni en París, ni en Berlín. Tenemos un idioma secreto. El holandés siempre piensa que nadie le puede entender. Eso es peligroso: hace unos meses, en Lisboa, estaba con un amigo periodista portugués -pero que habla holandés-, y entró una cuadrilla de las líneas aéreas sudafricanas. Hablaban en africano, que es el holandés del siglo XVII. Total, que una azafata alta y rubia miró a mi amigo y dijo a sus compañeros: “Con este pequeño judío me pasaría muy bien esta noche”, a lo que él reaccionó: “Señorita, cada hora estaré a su servicio”. ¡Qué mal lo pasó! Qué corte.

 

“Destruir Venecia es posible, pero seguiría siendo eterna”

Ciudades. Lisboa. Venecia. Nooteboom ha vuelto a unir su pluma a los pinceles de Tintoretto. La ciudad italiana como lugar invencible salió en ‘Góndolas’, primer relato de Los zorros vienen de noche (2009): “Las ciudades eternas tienden a la inmutabilidad, somos nosotros quienes desaparecemos, quienes abandonamos la escenografía de nuestras vidas”. Advirtió de que las góndolas son atávicas y que el atavismo “siempre vence”. La variante de Estampas venecianas (1998) era más dubitativa: “Una ciudad que existe desde hace más de mil años es una forma comprensible de eternidad (…) Son caminos de agua en el agua (…) Tal vez, si la ciudad vuelve a hundirse, como un Titanic infinitamente retardado, en el blando terreno en el que ahora parece flotar como si el mundo hubiera soñado algo, una cosa imposible, un sueño de palacios e iglesias, de poder y dinero, de dominio y decadencia, un paraíso de belleza que ha sido expulsado de sí mismo porque la tierra no podía soportar tan grande maravilla (…) La eternidad no podemos imaginarla (…) El anacronismo es en Venecia la esencia misma de las cosas”.

- Su libro sobre Venecia ha salido en varios países. He acudido a internet para saber de él y tengo la impresión de que regresa a una vieja idea: si es Venecia destruible.

- Destruirla es posible, pero seguiría siendo eterna. Ya lo es. Sería una ruina bellísima, o una ciudad bellísima perdida en el recuerdo, en los libros, en el panteón del arte.

- “La Galería de los Uffizi es un vestíbulo de estación donde el autocar japonés y el chárter alemán se disputan sitio delante de Botticelli”.

- El problema es ese: para ver el Palacio de los Dogos, hay que hacer una gran cola. No es agradable, pero merece la pena. Hay soluciones técnicamente posibles de contener el agua, pero muy caras. Junto a ellas hacen falta políticas concretas que restrinjan el número de visitantes. No seamos necios e impidamos el turismo desbocado. Por lo demás, hay que ir en febrero, cuando el clima no es agradable. Giorgone, las iglesias, el agua, la piedra… Simone la ha retratado muy bien. Venecia es otra cosa en el mundo. La visité por primera vez en 1964. Su arte es diez veces superior al de Ámsterdam.

- En el diario suizo Neve Zurcher Zeitung comentan, a propósito, que la idea de los lugares que nos atrae suele ser inexacta porque está mezclada de memoria y alucinación. Pero eso es lo que la hace interesante, ¿no?

- Eso es cierto. Yo intento no referirme a nada textualmente. Hay muchos planos del realismo que no me interesan. Estamos a falta de ambigüedad. Y es precisamente en las zonas de sombra donde resplandece aquello que nos invita a pensar en la verdad de las cosas o, al menos, aquello por lo que nos sentimos apelados y que identificamos con la verdad.

- También he leído declaraciones suyas sobre el libro. En una confiesa haber entendido algunas imágenes tras “cientos de veces contemplándolas sin estar preparado”. ¿Se puede morir sin estarlo?

- Sí. Lo que pasa es que el que no está preparado no lo sabe. ¡Yo no lo sabía! Me he percatado ahora, al entenderlas. De haber fallecido en 2015, no habría percibido mi incapacidad. No sé si la edad me ha tranquilizado y hecho más sensible. Yo creo que la edad, en general, contagia indiferencia y cansancio.

- Le ha pasado más veces: en El Bosco refiere que vio El jardín de las Delicias en 1954 y que no fue hasta mucho después cuando descubrió el misterio de esa pintura.

- Jeanette Winterson dice que, estando en Ámsterdam, visitó una galería y sintió que nunca antes había penetrado en la pintura, que nunca había entendido el arte. Al menos, de la forma en que, en ese momento, estaba entendiendo o sintiendo. Decidió quedarse unos días más y repartir el tiempo visitando museos por la mañana y galerías por la tarde. De ese modo, en ese viaje, entró en el arte, como por una iluminación. Esa anécdota también me hizo entender Una canción del ser y la apariencia. El libro parte de una cita de Van Eeden, un poeta nacido en el siglo XIX que habló del “extraño engaño” que hay entre lo que percibimos y lo que es. Muchas veces descubre uno tarde lo que hizo o lo que trató de hacer -sin ser consciente del todo-. Yo hice el libro, está firmado por mí, pero escribo libros que alguien pueda mejorar con su lectura. Esos son los buenos. No me refiero a las claves objetivas de una obra: un japonés no entiende menos a Patinir por que se le escape el significado de un capelo. No. Pero el mérito, contra lo que se piensa, no es tanto del lector que encuentra ese libro cuanto de las posibilidades que el autor dejó en él.

 

“El poder del escritor es más limitado que el de sus escritos”

 - Vuelvo a Los zorros…: allí dice que hay algo en Piero della Francesca que le resulta inaccesible. ¿La literatura debe aprender del arte? En el arte se otorga más espacio al espectador. Se ha hablado de la muerte del autor en literatura, pero normalmente un autor literario es más celoso o propietario de su idea; o de la que piensa que le guió, y que ve como única posible.

- Totalmente. Pero esa es una ingenuidad. ¿Sabe todo escritor las últimas consecuencias de lo que ha escrito?, ¿conoce los puntos de vista desde los que se puede contemplar? ¿Es consciente de que, incluso, su escritura ampara interpretaciones contrarias a las que él tiene del mundo como persona? El poder del escritor es más limitado que el de sus escritos. Mi amigo Rüdiger Safranski, biógrafo de Schiller, Schopenhauer, Rousseau…, me lo demostró en Tenía mil vidas y elegí una sola (2008).

- ¿Se entendió en el libro de Safranski?

- Sí, la cabeza da vueltas. Enriquece que alguien elija pasajes de tu obra conforme a su gusto. Dentro de un cuento significan una cosa; fuera, otra. Usted mismo, en sus preguntas, me lleva por territorios que no había imaginado. Safranski ha hecho el mismo trabajo para un editor francés, incorporando cosas mías de libros traducidos en ese país. El libro equivale al que usted conoce en un ochenta por ciento. ¿Soy diferente dependiendo del idioma?

- Usted habría trazado una autoantología distinta. ¿Es imposible la objetividad en arte?

- Pregunta difícil. A bote pronto diría que sí, que es imposible. Aunque hay acuerdo sobre las obras significativas de no pocos autores. Pero también diferencias de criterio notables. Yo mismo la semana pasada tenía una perspectiva distinta de mí. En este momento, a partir de la lectura de Winterson, Una canción del ser y la apariencia (1981) me satisface. La semana pasada no le habría tenido en cuenta al valorar más de seis décadas. Lea Art objetcs o cualquier otro de ella.

- Si dio en la diana hace casi cuarenta años. ¿Para qué siguió escribiendo?

- Es usted muy ácido (ríe). No sé si he dado alguna vez, ¿eh?

Cees Nooteboom defiende un presente que no da la espalda al pasado y un mundo que no ignora lo que lo trasciende. En 533 días, advierte de que si ponemos en su sitio al malentendido romántico “y desnudamos los mitos, nos quedará un mundo un poco vacío”. En El enigma de la luz consigna que los mitos “son por esencia misteriosos”. Si unimos ambos pensamientos entenderemos que un mundo sin mitos lo será menos misterioso y, por tanto, menos humano. Nooteboom se muestra interesado por el arte al que el tiempo somete a interpretación continua: “Otros siglos traerán otras interpretaciones” –El enigma de la luz-. “El gran arte se crea continuamente de nuevo porque siempre se crean de nuevo personas que lo contemplan” –Mi visión de Delft (2002)-. Y concede: “No hay nada que envejezca más que el estilo” -533 días-.

- ¿Hay que traducir cada equis tiempo los títulos? No digo de lengua, sino el estilo. ¿Cada generación debe traducir lo precedente? En España ha salido una versión más contemporánea, menos espinosa, de la Comedia de Dante [José María Micó] y otra de los Cantos de Pound [Jan de Jager].

- Yo a Dante lo leo en varios idiomas, me da igual en cuál. Los Cantos los leo en alemán. ¿Son menos Cantos?

 

“Estoy enamorado de Proust”

- ¿Hay que liberarse de la atadura del idioma?

- Leer un libro en su idioma es emocionante. Pero el paso del tiempo nos aleja del idioma –y ahora me refiero al estilo- en que fue escrito hasta hacerlo poco reconocible. Acaba aportando menos como fuente de conocimiento y es menos disfrutable. Le voy a decir algo: yo soy proustiano. Estoy enamorado de Proust.

- Lo suponía, le dedica un pliego: Sobre Proust. En busca del tiempo perdido (1999) y le condecora como el autor más grande del siglo XX; y la portada de la edición noble de Tumbas, al menos la española.

- Tenía 42 años cuando una chica me abrió los ojos: “Yo leo Proust cada día”. “¿Cada día?”. “Sí, es como si tuviera una vida paralela. Siempre puedo entrar en su mundo”. Me puse a la labor. Empecé con traducciones en ediciones baratas, paperbacks, ahora los tengo todos en francés, anotados. El de Proust no es un francés fácil, pero lo leo. Me ha dado mucho. Y un día mi editor francés me pregunta: “Oye, ¿cómo has leído a Proust?”. “Pues en francés”, remarco lo obvio. “¿Y por qué no en inglés?”. “Bueno, también lo tengo en inglés, pero se supone que…”. “¡Tú eres tonto! Nosotros sólo tenemos un Proust, el viejo Proust, y los ingleses, en el último siglo, ya disponen de tres nuevos…”.

 

“No hay mayor respeto para un clásico que ponerlo al día”

- Muy interesante.

- Esto hay que pensarlo, ¿eh? Ese es el problema. Lo mismo ha pasado con Genji monogatari, de Murasaki. Los japoneses modernos no pueden leer el libro. Imposible. Lo han tenido que ir traduciendo. En ese caso, transcurridos mil años, es más fácil de entender que precisa actualización. Pero, ¿se va a poner usted con Virgilio en latín? ¿Por placer?, fantástico. Pero un clásico debe estar vivo, no congelado. No hay mayor respeto que ponerlo al día. Tengo los volúmenes de Terence Kilmartin ¡y están muy bien! Hay tres traducciones recientes y habrá más. Estará bien que así sea. Yo a usted no le puedo exigir, ni insinuar, que aprenda francés para leerlo. A Murasaki no lo podría leer hoy nadie. A Proust, sí. Pero sepamos que incluso al francés le cuesta. No es una experiencia cómoda. Hay que ser muy buen lector. No podemos aplicar ese estándar a toda la población.

- Lo mejor, entonces, es Proust en el original seguido de la traducción última.

- No creo que mucha gente pueda hacer eso. Sí afirmo que la esencia de Proust está, sin duda, en una buena traducción. Y a eso debemos tender en casi todo: ir a la esencia. Eliminemos las manías y las obsesiones. Se lo dice alguien que aprende idiomas y lee en ellos. Usted lea a Proust en español, y punto. Sin duda hay traducciones buenas. No las mejores -¿ve?, serían necesarias otras-, pero en ellas está Proust. Es imposible no darse cuenta.

- Y el ciudadano francés, haría bien en reclamar una actualizada.

-Hay formas en el francés de Proust, como el subjuntivo de futuro, que hoy no se emplean. ¿Cuál es la aportación de esas formas, más allá de saber que existieron y él las empleó? Relativa. Un joven francés coge a Proust y lo aparta. “Demodé”. “Demasiado”. Tengo confirmaciones. Y eso que los franceses cuidan la cultura y hacen sus esfuerzos, pero a un joven le supone demasiado. Lo malo no es leer un Proust actual, sino no leer a Proust. Proust hoy habría escrito como se escribe hoy, no seamos más papistas que el Papa. Con su forma, con su estilo, pero en el idioma actual. Él escribió así no porque entendiera superior aquel registro, sino porque estaba instituido cuando vivía. Y de haberlo en el siglo XV habría utilizado, sin duda, el del XV.

 

“La cultura ha de estar en movimiento. Apartemos los miedos. Dejar como están las cosas es alejar del conocimiento a gente que lo quiere tener”

- Del Quijote sí hay una versión actual (2015) a manos de Andrés Trapiello.

- Buena labor. Yo he leído el Quijote en holandés porque tenemos buenas traducciones. Y ha salido una, de un joven poeta, a la que quiero acudir. ¿Ve?, no lo leo en aquel español. Podría, pero para qué.

- Fue polémica.

-Resistencia siempre va a haber, la cultura tiende a la preservación, o al menos necesita preservación. Y la gente confunde ese impulso con actitudes conservadoras. La cultura ha de estar en movimiento. Apartemos los miedos. Dejar como están las cosas es alejar del conocimiento a gente que lo quiere tener. Para qué alejarla más de lo que ya está. Eso sólo interesa a los viejos.

La necesidad de traducir idioma y estilo dialoga internamente con su certeza, contenida en El Bosco, de que un objeto se transforma con cada mirada. Y no sólo eso, quizá tenga que ver con su afirmación de que “escribo libros para que alguien los mejore con su lectura”. Se acaba de definir proustiano, tal cosa podría entenderse como una demostración de melancolía o de manierismo, ya que el manierista es “un individuo que vive en una etapa posterior a un periodo importante, cuya grandeza hace que sea consciente de la nada que le envuelve y de su propia insignificancia. Con esa nada, construye un discurso con que se dota de significación a sí mismo. Todos los manieristas andan en busca del tiempo perdido. No un tiempo perdido, sino un tiempo eterno (…) Ahora bien, resulta ya imposible conciliar un tiempo eterno con la realidad”. Salvo quizás en Venecia, cabría añadir.

 

“Una premisa de la poesía es que no hay que entenderlo todo”

- La poesía, ¿necesita traducción?

- Ah, la poesía es un género aparte.

- A veces es como mirar un cuadro.

- Sí, da igual no entender. Una premisa del género es que no hay que entenderlo todo. Es más: el que entiende todo probablemente no entiende nada. Depende del tipo de poesía, también es verdad: hay alguna en la que no hay más remedio que entender. Y a pies juntillas.

- Dice Gamoneda que la poesía funciona autónoma, que ni siquiera es un género.

- Sí, es una cosa especial. Independiente. Aunque puede estar en todo.

- Quizá por eso mismo, por independiente. En este caso, la traducción no aporta comprensión en sentido estricto. Yo leo sus poemas en las dos versiones. A un lado, música; al otro, palabra. Es perfecto.

- La poesía necesita traducción, como todo. Está hecha con palabras, y las palabras significan, y algún sentido aportan. Hay que tener algo a que agarrase. Pero el conjunto, debe quedar claro, no se atiene a las reglas básicas de significación, y el sonido y las pausas son fundamentales. Algo que olvidamos un poco en nuestro idioma. Usted lee a un poeta en español y no repara tanto en el sonido. Pero las palabras sin sonido jamás serán poesía.

- En Ojo de monje los poemas acaban con un último verso, desplazado, como negativo.

- ¿Negativo? No creo…

- Igual no… ¿existencial? Veamos uno… página 39: “Hasta que le llega la muerte”.

- Bueno… es una pequeña sorpresa al final, que exprime el poema. No lo había hecho nunca, o eso pensaba antes de que me hablase de la foto del niño sirio. En poesía no cabe duda de que nunca hice algo semejante. Surgió así. Ví que encajaba. Me gusta cómo queda.

- Junto al sonido hemos dicho que hay significado, pero la virtud de ese último verso es que ayuda a clarificar el sentido o el poema, no lo clarifica. Es más bien un estado mental.

- No puede haber nada mejor que eso que me dice. Para que el significado funcione no debe estar del todo manifiesto. Tampoco es una operación matemática. Quiero decir: o sale o no sale. Veamos otro. A ver, fragmento 22. Llámeme melancólico, es sobre mi padre. “No hay código / para recordar a los muertos, / (…) / la casa / vacía que es un nombre, contemplo al hombre / de la cubierta. ¿Oirá él el mar? ¿Estará oyendo él / el mar como yo, aquí”. Vi una foto de él. Él está muerto. Pienso en él. Ahora yo soy un anciano. Él nunca fue tan viejo como yo lo soy ahora.

- Un anciano “que él nunca vio”.

- Si yo estuviera contando una historia, ese fin sería un golpe que abre el significado.

- Veamos otros últimos versos: “caerás como una piedra”; “muere sin más”; “en la arena”, “lo que se pierde”; “cuando yo no estaba”…

- [calla]

- Uno no sabe siempre lo que ha puesto.

- No, yo sí sé lo que yo he puesto (sonríe), pero en ese momento no supe por qué lo ponía. Por qué ahí, por qué esas palabras.

 

“Reflexionas en torno a las palabras y la conclusión es el silencio”

- “Una palabra no es sino traducción”, dijo en su ‘Libro de horas’ -Abierto como una concha… (1978)-.

- Reflexionas en torno a las palabras y la conclusión es el silencio. “Todos los idiomas callan lo mismo”. Acabas teniendo una idea un poco más definida. No deja de ser vaga. ¿Te ayuda a conocerte? Supongo.

- A su traductor al español, Fernando García de la Banda, le confesó no saber siempre lo que quiso decir con una determinada expresión.

- Es que si lo supiera igual no era poesía.

- Y le pide que se aleje del original, como usted mismo hace cuando colabora con artistas plásticos: ni usted describe la obra de ellos, ni ellos ilustran sus versos.

- [Asiente]

- Vallejo y Kouwenaar están entre sus favoritos.

- Hay muchos. Montale… Es la poesía que no se entiende pero se percibe.

- Antes dijo que un japonés no entiende peor a Patinir por que se le escape el significado occidental de un detalle.

- Es que una idea no tiene por qué expresar entendimiento. Una idea puede ser una sugerencia. Yo lo que digo, a propósito de Vallejo y de Kouwenaar, es que entiendo lo que dicen sin estar envenenado por la interpretación. Digo que, en pintura, la parte iconográfica no siempre es deseable. Conduce a saber demasiado. La escasez de conocimientos desata la imaginación. ¿Que, en La dama y el unicornio de Cluny, en París, el unicornio es la muerte? ¿Y? ¿Que fuera del marco esperan una cazadores con sus flechas? Pues igual disfrutaría más sin saberlo. En ese tipo de imágenes, a partir de un cierto punto, no hay misterio que resolver. ¡Qué obsesión, con entender las cosas! También lo digo: prefiero a Barthes, incapaz de explicar por qué le gusta Schumann.

-Tampoco ha acertado a resolver el misterio de El jardín de las Delicias. Y eso que lleva toda la vida mirándolo.

- Creo que respondo con Harry Mulisch: “Lo mejor es acrecentar el misterio”.

- Los poemas de Ojo de monje le visitaron con misterio.

- Me rompieron los planes. Yo pensaba hacer otras cosas. Nada me daba vueltas en la cabeza.

- Fue un hachazo.

- Algo así. Me tuve que poner a ello. Yo estaba en un pequeño hotel al norte de Holanda, en una isla de ochocientas personas, a dos horas de la costa. Schiermonnikoog. Y no tenía ganas de escribir. Fui pensando en descansar. Hacía malo. Allí residen pequeñas comunidades que han vivido, durante siglos, de las ballenas. Es un sitio fantástico para ver una vez. Igual en verano el clima es agradable… Este año hubo temperaturas como las de Menorca, increíble. Pero en diciembre el frío es crudo.

- ¿Por qué el último verso del libro no tiene punto? Es el único. ¿El mar no tiene punto final?

- Exactamente. El mar continúa sin puntos.

- Y en el mar situamos lo que sea: muerte, memoria, arte, amor...

-... el mismo mar. La naturaleza es mar. Usted es el primero que ha visto esto. En un país estropearon el poema añadiendo un punto. ¡Pensaron que se me había olvidado!. Lo ví cuando estaba en la calle. Y eso que trabajo estrechamente con los traductores.

 

“Los momentos en que leo y escribo poesía son de plenitud”

- ¿La poesía es una forma de pisar la realidad desde fuera de ella?

- Es de relativa normalidad sentir eso. Difícil de expresar ante el común, como el síndrome de Stendhal, pero pasa. Sin salir de mí no concibo la experiencia estética.

- Y eso le conecta al ser.

- Diría que sí. Son preguntas muy graves, resbaladizas. Para mí los momentos en que leo y escribo poesía son de plenitud, en los que todo coincide. Momentos de unidad. En los que la experiencia interna se estira y parece no encontrar límite. Quisiera que en mis poemas se percibiera esa sensación. A veces tienes una y, en el momento, se escapa. Grandes poetas con vida larga: ¿cuánta obra han dejado? No tanta. No es sencillo exprimir el estilo.

“El centro del mundo está en todas partes al mismo tiempo, pero en el lugar en que estás temporalmente sólo existe ese lugar”. Lo dijo en ‘El buda tras la empalizada’ –Mokusei, 1982-. “Los fenómenos más pequeños del mundo reflejan la totalidad”. Lo dijo en El desvío a Santiago (1992). “¿Y si de pronto / abandonáramos nuestro yo?”. Así pudo ser (1999). Casi al mismo tiempo que su primera novela, Nooteboom publicó los primeros poemas. 1956. Probablemente en la poesía se forme “una isla de silencio y significado” equivalente a la que él ve en la zona inferior del panel izquierdo de El jardín de las delicias, donde Adán y Eva descansan junto a Cristo, ajenos al ruido de la muchedumbre. Probablemente la poesía sea una celda. Un ojo. “Encontré a mi madre / pero ella no me vio”. Probablemente un agujero negro, “materia amontonada tan densamente en algún lugar del cosmos” del que Nooteboom no puede ya escapar.

 

“Ha llegado el tiempo de los libros raros”

- Ojo de monje me parece un libro sobre fantasmas y sobre el entendimiento de la realidad. Pero también sobre la propia poesía.

- Eso sí. Es importante para mí. Por eso cuando leí a Winterson, que escribe libros raros, revisité Una canción del ser y la apariencia. Creo que ha llegado el tiempo de los libros raros. Es algo bueno. Hay gente empecinada contra lo moderno. Llevamos mucho anclados en el XIX. Igual ahora que se lee menos logramos que se lea, si no mejor, sí libros que respondan a la mentalidad de nuestro tiempo, que lo fue de buena parte del XX y que es, sin duda, la del XXI.

- Esa es una motivación que siempre ha acompañado a su exigencia. La novela, el género más estabulado, en su caso tampoco es común: Philip y los otros, El caballero ha muerto (1963), Rituales (1980), Una canción del ser…, El día de todas las almas...

- A mí la escritura común nunca me ha interesado. Ni como lector ni como escritor. Hay gente sentenciosa que intenta, mediante la claridad, adquirir un poso clásico. Ese es un error. Lo hemos visto hablando de Proust. Esa gente habla desde las traducciones que maneja. El estilo pasa y la obra queda. Hay que intentar hacer una gran obra sin portazgos. No es un programa que yo me autoimponga. Es que debe ser así. Si no, no hay obra. Hace poco, leí en Babelia que con el cierre de las fábricas llegaba el momento de una literatura sociológica. ¿? Yo no lo veo. Ocurrirá. Sin duda. Alguien hará eso como tantos hacen tantas cosas. Igual al mercado le conviene durante un espacio no largo de tiempo. Y al lector vago. Pero ahí no está lo interesante.

 

“La literatura no está en cualquier parte y no es una señal de tráfico”

- Hay que experimentar.

- Eso siempre. Si no, ¿a qué te dedicas?: ¿a poner tornillos? Poner tornillos es algo necesario, y que ya hacen las máquinas, pero que no tiene que ver con la escritura.

- Con la escritura literaria.

- Ahí está el problema: la gente quiere escritura no literaria. Si el autor eleva un poco el nivel, la encuentran afectada o aburrida. La escritura está en cualquier parte: en una señal de tráfico. La literatura no está en cualquier parte y no es una señal de tráfico. Una canción del ser y la apariencia no la escribí del todo consciente, como un estudio o un ensayo. Han dicho que es novela. Bien. Como llegó la presenté. Creo que el secreto de lo que hago está en que no me importa cómo se presente, que normalmente no se ajusta a la forma instituida.

-Yo digo que a mí lo entretenido me aburre.

- A mí también me pasa. Tampoco trabajo en un laboratorio, no me considero experimental, pero es difícil que, en lo que hago, no se mezclen dos o tres géneros siempre. Me parece lo normal. En Holanda ese libro tuvo peor acogida por no ser realista. Winterson escribe sobre libros que no tienen plot [trama]. Eso me atrae y me concierne. Orlando, de Virginia Woolf, persiste a través de los siglos, mientras un montón de libros con un plot fabuloso, incluso buenos, desaparecen. Woolf sigue. Proust sigue. Y hablo de autores realistas en cierto modo. Pero se salen del carril. Proust pone ante el lector escenas humanas, nada más. No hay plot. El único plot, si acaso, es su propia vida. A mí el plot no me interesa.

- A mí tampoco. Y, como lector, lo agradezco en sus libros. La trama puedo verla cada noche en televisión.

- La trama daña. Si cogemos un libro es para alejarnos de la televisión. Quiero apartar lo razonable dentro de los parámetros sociales, tan severos. 533 días y Ojo de monje no han recibido críticas ni en Holanda ni en España –salvo un apunte de Alberto Manguel-. Los periodistas repiten que soy traducido en todo el mundo, pero hay que saber también lo que acabo de decir: ni una crítica: ser traducido no equivale a tener repercusión. Para compensar, en Italia ha habido decenas de reseñas. Cosa que tampoco me explico. Allí fui aceptado tardíamente. ¿Los italianos conectan conmigo? Ni siquiera hablo italiano. Cuando voy allí lo comprendo todo, pero cuando tengo que hablar, me sale el español. En Alemania también está publicado todo y hay reacciones. Son países muy distintos Alemania e Italia. Acepto que no vendo mucho, qué más da. Hago lo que siento que debo hacer. De Una canción del ser y la apariencia hay seis ediciones en Italia, en España sólo una, dos países de cuya base poblacional cabría esperar una actuación parecida. Los ingleses prefieren los libros de viajes y Rituales y La historia siguiente. No les interesa El día de todas las almas. La recepción es muy distinta, según el país. No hay quien entienda nada. Hablo de recepción, las ventas me da igual. Escribir es otra cosa.

- Y escribir es posible sin moverse desde el sofá. En El Bosco refiere que Jerónimo Bosch pintó unos peñascos que nunca vio porque no existían y porque nunca viajó. Si un escritor no crea, qué podemos esperar de él.

- En una ocasión inventé una historia y añadí unos datos sobre Bulgaria tomados de una guía. Alguien me preguntó cuánto estuve en el país. “Nunca he estado”. “Y, entonces, ¿cómo es posible ese libro?”. Hombre, porque hay que saber escribir. “Usted no me ha preguntado si estuve en el siglo anterior o si pisé las calles de Roma, y también he escrito de eso”.

- Unas preguntas breves para terminar. Vuelvo a la poesía: ¿qué opina del coloquialismo?

- Todo es posible [gira la cabeza].

- ¿Cabe la ironía?

- Puede. Puntualmente. La poesía solamente irónica es para diarios.

- ¿Y la sentencia?

- Con mesura. La excusa de los sentenciosos –cuanto más lo son, más van de humildes- es que las sentencias que profieren, en realidad, se las dicen a sí mismos.

- ¿Toda poesía debe tener un punto de hermetismo?

- Para mí, sí. Pero la poesía es de todo el mundo. Lo que a mí me interesa es que usted ha leído mis poemas en holandés y en español.

- Si la poesía es una experiencia estética, ¿se acerca más al arte que a la filosofía?

- Para mí lo mejor sería hablar de una mezcla. Las dos disciplinas están presentes. Hay que tener imágenes y pistas.

- ¿Se siente más que se comprende?

- No soy teórico. Yo hago lo que puedo y luego descubro que hay gente como usted que me pide respuestas que no están a mi alcance.