No es extraño que Chantal Maillard se quede pensativa durante una respuesta. Desconfía del lenguaje, lo deshace con cara de Penélope y lo mata con rostro de Medea. Evita sus trampas. Las palabras tienen forma de laberinto y ella busca el sentido primero para dar con significados que nos ayuden a expresarnos sin demasiados errores.

Desde su balcón ve el Rif. Lo puedes creer porque ve lo imposible. El continente africano se aparece los días de luz. Lleva 60 años en Málaga, 30 en una colina, 22 con neuropatía. El viento de levante empeora el dolor. Ella adivina los cambios atmosféricos mejor que los animales. En La compasión difícil (2019) habla del viento de poniente, más benigno, que trae un aroma a hierba crecida, a espigas calentadas por los primeros rayos. Esos días la distancia que siente con el ser humano se acorta.

El viento ha cambiado, dice. Y mira como mira desde una fotografía que tiene en la pared, colocada entre libros, de una Chantal niña, en blanco y negro, con un vestido de tirantes y una cadena, sosteniendo a un perro como a un bebé. Sonríe un poco gioconda. La mitad derecha de su rostro transmite seguridad; la mitad izquierda, inocencia, escepticismo. Una persona tiene la edad que tienen sus ojos.

 

“La imagen es un lugar perverso. En él se detiene todo aquello que ha de irse”

El cuerpo le ata la mente. Si pudiera quitárselo como un jersey, lo haría. Pero el rostro de la imagen coincide con el de carne y hueso. “Todo lo que se dice forma imagen. Las imágenes son el alimento de la mente. Si se le suministran demasiadas engorda”: La compasión difícil es una pregunta de 217 páginas. Las imágenes alimentan el hambre. Chantal cierra la boca para hablar lo justo, para comer lo justo. La imagen nos enlentece. Nos encalla. Es la que ata con cuerda a Medea. “La imagen es un lugar perverso. En él se detiene todo aquello que ha de irse”. En la mesa hay varios libros. Forman una columna. El primero es de Pascal Quignard.

Chantal se pregunta cuánto dista el Bósforo de Alborán, “unos 3.000 kilómetros”, se responde, “unos pocos centímetros en un mapa”. Hasta el Rif tenemos 200 en línea recta. Para llegar a Corinto había que atravesar el mar Negro, cruzar el Bósforo, surcar el mar de Mármara hasta el Egeo y rodear el Peloponeso.

Aparenta no moverse. Pero cualquier fijeza es una ilusión. Quince de los últimos 20 años, su vida ha transcurrido entre Málaga y Barcelona, con no pocas intervenciones públicas en otros lugares. “La fijeza es el deseo de la materia de permanecer idéntica a sí misma por un tiempo. Su necesidad de dormir”. La compasión difícil está anclado a su libro de poemas Medea (2020), compuesto por fragmentos. “La ruta más difícil es a veces / aquella que se emprende / sin moverse del sitio”. Los dos forman un díptico de hambre, colores e hilos.

 

“Nadie se duele en cuerpo ajeno”

Chantal ve pasar los años como las páginas de un libro. Ha escrito mucho. Está cansada. Prefiere contemplar los tonos del cielo desde el balcón. Los carmesí son imposibles para la cámara de fotos. Se desespera. Ella es movimiento, pero quisiera fijar esos tonos, en papel, en una pantalla. La vida es contradictoria. Igual desea capturar el instante porque sabe que es imposible, igual que ver el Rif un día nublado. Quiere la imagen dormida, mientras continúa despierta ella. “Los colores aún: esto verde, aquello amarillo. Los colores tan sólo me sostienen”. Sostenida a los colores del Mediterráneo como una sirena a los escollos, intenta no pensar. Sentir. Como mucho, actuar. “No hay mayor pena que el amor”, le dice a Creonte. “La mente es la sirena que obstaculiza el viaje”. En la escritura encuentra la paz. Pero no toda concentración procede de la de la escritura. Y no siempre los dolores le permiten escribir. En las peores épocas, no puede estar mucho rato seguido sentada, o de pie, o caminando. La tenacidad del dolor es inaguantable. Cuando el cuerpo está entero, no puede uno darse cuenta de lo que el dolor es para otro. “La cabeza de un cuerpo sano no lo puede asimilar. Nadie se duele en cuerpo ajeno. Y es una suerte, por otra parte, porque de lo contrario no podría nadie vivir. Lo importante es tomar conciencia de que estar entero es un bien, y relativizar otras tantas cosas”.

¿Dónde queda el amor? ¿Amor a quién? ¿Al hijo? ¿Al amante? “Amor, decís. ¿A qué os estáis refiriendo? ¿Al impulso de apareamiento? ¿Al impulso que hemos elaborado para investir al impulso de una permanencia que de por sí no tiene?”. En Medea se queja: “Amor… ¡Qué mal / utilizamos la palabra”.

Las piedras que te frenan son las mismas que te impiden caer. Medea, sentada, de espaldas al horizonte. Chantal, de pie, frente al océano. Las dos con la mirada perdida. Es su manera de encontrarse. La marea cae como piedras; las olas son pespuntes de luz. Hilos. “Caer al mundo / es un oficio / de tinieblas” -Medea-. El mar está hambriento. Sus vaivenes le distraen de la angustia. El animal-en-mí/en ti envejece.

 

“Uno puede vivir solo en su cabeza, pero no existe solo”

- En 2004, saca Matar a Platón, que no tenía nada que ver con lo hecho hasta entonces, y avisó de que tampoco tendría que ver con lo que hiciera en el futuro. Sin embargo, la compasión, el tema de aquel libro, no se ha despegado de usted.

- No estaba previsto que fuera por ahí, efectivamente, pero a la vista está que la idea se mantuvo latente. Uno se sorprende de lo que sale en la escritura. Al revisar mi Poesía reunida, que saldrá en breve en Galaxia, me di cuenta de que empiezo y termino con un crimen, lo cual es gracioso. Empiezo matando a Platón y termino con Medea, que es la gran asesina del cuento. Y entre medias, la pregunta: ¿es posible la compasión?

- Deja varios libros fuera, entonces.

- He primado la idea de conjunto. Para ello, lo previo a Matar a Platón no interesa.

- ¿Cómo abordó la compasión en el primer libro?

- Eliminando los grandes conceptos tanto como los universales. No vivimos en las ideas, sino en un mundo de seres que existen con otros. Uno puede vivir solo en su cabeza, pero no existe solo. La pregunta era cómo es posible que alguien pase al lado de una persona que está agonizando sin sentirse impelido, cómo es posible no ser sacudido por el dolor de otro. Todos los personajes del poema pasan de largo. Compadecer es padecer con otro. Terminé preguntándome si es posible compadecer a nuestra especie teniendo en cuenta la cantidad de violencia gratuita que añade a la violencia natural, que es la del hambre. Y la pregunta se mantuvo como una melodía de fondo.

- ¿Usted es compasiva consigo?

- [niega con la cabeza]

- En Medea ajusta las cuentas con usted.

- Cierto. No soy muy generosa conmigo. Sin embargo, en ese ajuste de cuentas hay una evolución de la pregunta. Al principio era: ‘cuando tú te sientes culpable, ¿cómo es posible desculpabilizarte?, o ¿cómo, perdonarte?’. Al final, me di cuenta de que la pregunta no tenía que ver, o al menos no directamente, con el perdón.

- ¿Cómo fue?

- Al principio, La compasión difícil se iba a llamar Piedad por Medea. Pero, al cabo de los años, me di cuenta de que no se trataba de eso. La piedad es un término moral, proviene de la palabra latina pius; tiene que ver con la observancia de unas reglas religiosas y sociales que, desde luego, poco tenían que ver con el tema. Indagué entonces la vía del perdón, pero pronto entendí que el perdón lo otorga quien se siente ofendido. Y si lo que buscaba era la manera de perdonarme a mí misma, ¿quién entonces, dentro de mí, se sentía ofendida? Vi que debía atender a algo previo: no se trataba de perdonar, sino de comprender.

 

“No hay que aspirar al perdón sino a la compasión”

- En Medea llega a decir que en el perdón no hay generosidad, hay desdén.

- Porque el que perdona considera al otro desde su atalaya. No tiene en cuenta que cualquier persona es capaz de cualquier cosa. Para comprender hay que bajar al suelo común, aquel lugar donde todas las emociones y todas las acciones tienen su raíz. Una vez allí, te das cuenta de que el tema no es el perdón –ni por supuesto la piedad– sino la compasión: la capacidad de comprender íntimamente el pathos: el padecer del otro. Porque nadie mata a sus hijos sin dolor. Eso está claro.

“El que se apiada no padece / obedece / (…) / Vuestra piedad es menos apreciable / en mi universo que la baba / de un molusco en la espuma del océano”; “Maté a mis hijos, sí. / Nadie mejor que el asesino conoce los infiernos / sus abismos su espanto”; “No es bueno recordar el rostro de aquellos que se fueron”. O: “¡Qué sabrás tú de lo que es matar a un hijo! (…) ¿Sabes acaso lo que es matar aquello que amas? ¿Lo sabes?”.

- ¿Intentar comprender a los demás para comprenderse a sí misma?

- O a la inversa. Ese era el propósito.

- Una cosa es ser culpable y otra culpabilizarse.

- Sí.

- ¿Usted no se culpabiliza nunca?

- Siempre.

- Eso pensaba. ¿Y es justo? ¿No es ejercer la violencia contra usted?

- En cada uno de nosotros están las voces de la tribu. Por muy consciente que seas de los límites de tu responsabilidad, incorporas voces ajenas. Es con esas voces interiores con las que Medea se las tiene que ver. Hay una tensión entre uno mismo y la presencia de los demás en uno mismo. Si te liberas de esas voces, serás libre, o más libre. Usted ha preguntado si culpabilizarse es justo… La justicia es algo que también pertenece a la moral. La justicia como némesis, como reequilibrio de fuerzas. Condenamos a alguien, le imponemos una pena y, cuando la cumple, parece que se reestablece el equilibrio. Una violencia por otra violencia. Así que no sé si es la palabra apropiada en este caso, porque ¿de qué equilibrio estaríamos hablando? Eso hay que pensarlo.

- ¿Del de la salud emocional?

- Otra gran palabra, salud [ríe].

- ¿Del equilibrio emocional?

- Bueno…

-¿De la serenidad?

- Esa está mejor. La serenidad se adquiere con los años.

- De su Medea dice que tiene siglos.

- Sí, es muy, muy vieja. Vieja de siglos. Cuando uno envejece se libera de las pulsiones de la juventud y de la edad madura. Hay un momento en el que Medea se pregunta: “¿Cómo compadecer?”, pero, acto seguido, considerando las pulsiones a las que toda especie está sometida, en seguida replica: “¿Cómo no compadecer?” Eso, pienso que sólo es posible al llegar a la vejez.

 

“Uno debe vivir con las capacidades y las posibilidades que los años le brindan”

- Liberarse de las pulsiones, tranquiliza, es indudable. Buñuel dijo que nunca fue tan feliz como cuando dejó de sentir deseo sexual.

- Claro.

- No sé si es prueba de sabiduría o una boutade.

- No, no. Yo creo que es exacto. Siempre he dicho que un varón llega a la serenidad muy tarde, si es que llega; mientras que una mujer, con la menopausia, lo tiene más fácil.

- El sexo como tiranía.

- … o la tiranía de las farmacéuticas que pretenden mantenernos, a pesar de los años, en estado de efervescencia permanente. Me parece que uno debe vivir con las capacidades y las posibilidades que los años le brindan.

- Y respetar el curso de la naturaleza.

- Eso es hermoso. Si no, renuncias a aprender. Y hay muchas cosas por aprender en cada momento de la vida. Hay que tomar distancia de las pulsiones como se toma distancia, al final de un viaje, de lo que se ha vivido en su transcurso. Cuando la mente deja de enredarse en ellas, podemos empezar a ver con ecuanimidad. Esa es la palabra: no justicia, ecuanimidad. La ecuanimidad es calma. No se trata de reequilibrar el peso de una cosa con el de otra. Se trata de distanciarse y ver las cosas con cierta indiferencia, es decir, con cierta no-diferenciación, que conlleva la calma. En ella hay lucidez.

- Si se profundiza en la indiferencia y se llega a la consciencia de que la oscuridad forma parte de la luz, ¿no corremos el riesgo de vivir en la acedía, menos apegados a la vida, y perder el respeto a la muerte?

- ¿Qué entiende por respeto a la muerte?

- Bueno, verla como un límite que da sentido a la vida. Intuyo que en sus libros busca trascender la idea de la muerte.

- No, yo no quiero trascender nada. La trascendencia la he dejado atrás hace muchos años [ríe]. Hay que revisar las palabras que empleamos para saber qué queremos decir, y qué podemos decir. Muchas de nuestras expresiones arrastran demasiado lastre.

- Pero las tres corrientes de las que se ocupa en Las venas del dragón (2021) -confucianismo, taoísmo y budismo-, buscan un equilibrio en el que la muerte deja de importar porque no hay opuestos y somos un flujo de energía, las valencias se intercambian…

- No es que no importe. Hay un momento en el cual aquello que percibimos como individuo se des-integra o se des-organiza. En Occidente a ese momento lo llamamos muerte… Es una percepción. Desde otro punto de vista, que es el de dos de las tres corrientes que ha nombrado, lo que sucede con la percepción es que corta un continuo. Supongamos que un individuo es un conglomerado de partículas. Mientras esas partículas mantienen su cohesión entendemos que se trata de un organismo. Cuando dejan de mantener esa cohesión el organismo se des-organiza. Lo percibimos como la muerte o el fin de un individuo. Pero, en realidad, no hay tal individuo.

- El conglomerado se desorganiza, pero las partículas van formando otra cosa.

- Exacto. Hay una continuidad. A la desorganización le sigue una reorganización.

- Lo cual es una idea que puede procurar consuelo.

- [mira escéptica] Sólo si uno se aferra a la idea de que hay un yo en ese conglomerado de partículas. La ilusión de eternidad adopta muchas formas. La idea de reencarnación, por ejemplo, que, por cierto, responde a una interpretación popular equivocada de las teorías del hinduismo y del budismo.

- Hay anestesiólogos y reanimadores que hablan de una conciencia cuántica.

- No lo dudo, pero no tiene porque ser una conciencia personal, y no tiene por qué haber ningún yo adherido a ella. Las ondas de partículas siguen su curso con una determinada carga, y puede que una memoria perdure durante cierto tiempo, pero luego confluyen en el curso con otras ondas. El curso no es personal. El problema de la continuidad personal después de la muerte es un falso problema si pensamos que el yo no es algo que tenga entidad propia. El yo es una construcción. Al menos, así lo entienden las doctrinas a las que nos referíamos.

 

“No hay nada más poético que una teoría física”

- Los neurocientíficos parece que aprueban que hay unas ondas, igual que aprueban la idea del inconsciente. Es como si la ciencia se estuviera aproximando a intuiciones milenarias.

- Sí. No hay nada más poético que una teoría física. Poético en el sentido de capacidad para imaginar y representar. Los universos de las ciencias físicas son construcciones poéticas cuya coherencia interna se establece según las reglas del sistema de abstracciones en el que se vuelcan, las matemáticas, por ejemplo. Y es curioso ver que, en efecto, a pesar de proceder con códigos muy distintos, las teorías físicas más recientes se han ido acercando a concepciones del universo presentes en doctrinas ancestrales tanto de India como de China. Tanto es así que, junto al laboratorio suizo de la Organización Europea para la Investigación Nuclear, el CERN, al exterior del edificio donde reside el mayor acelerador de partículas, se erige una gran estatua del Shiva Nataraja. Nataraja quiere decir rey de los danzantes. Shiva crea y destruye el universo danzando en un círculo de fuego. La estatua fue un regalo del Gobierno de India en recuerdo de sus muchos años de colaboración con el CERN. Lo cual viene a decirnos....

- … que hay relación...

- … para ellos es evidente: un acelerador de partículas y la estatua de un dios que representa el universo como una danza de partículas.

- Hemos hablado del yo como un constructo. Usted en el último ensayo, pero también en sus libros de poemas, habla del mí. ¿Qué lo diferencia?

- La parte central de La herida en la lengua intenta explicarlo.

Tenemos un ejemplar. Se lo acerco. Lo hojea despacio. Lee: “Lo que del mí / hace al yo: el peso de su historia”; “El mí / no se atrapa con ningún otro mí. / La conciencia es un mí encubierto”; “Yo es lo que acompaña el goteo / de la mente. / (…) / ¿Y la conciencia?, una gota más”. “La inercia que conduce / siempre / al mismo punto”. “Fuera de mí / la lengua retrocede”.

- ¿El yo sería una construcción y el mí, algo que nos constituye?

- No [hace una pausa, sigue leyendo] “El mí es aquello que se pliega / y también es el pliegue y el plegar”. “El mí es un compendio de gestos habituales” [deja el libro].

- O sea, el mí ¿nos resume?, ¿es una suma de nosotros?

- [tuerce el gesto] El yo es una idea. La mente es una sucesión de imágenes que, al igual que con la proyección de una serie de fotogramas, debido a su velocidad, dan la impresión de ser una película cuyo protagonista somos nosotros. En realidad, son imágenes que van asociándose una tras otra. Por imágenes me refiero a representaciones; y por representaciones, a actos de pensamiento. Cualquier cosa que se nos venga a la mente es un acto de pensamiento: recuerdos, sueños, imaginaciones…

- ¿Los actos de pensamiento son lastres?

- No corramos. Pensemos que son imágenes mentales, nada más. La mente es un proceso, una sucesión de actos de pensamiento. Lo que ocurre es que a cada acto de pensamiento le vamos pegando un pronombre: yo pienso, yo camino, yo tal, yo cual. Esa autorreferencia continua es el mí. Y el yo es una construcción que hacemos a partir de esa continuidad. Una especie de golem que creamos con la suma de todos los actos de pensamiento. Lo que llamamos personalidad no es otra cosa que la recepción de una serie de reiteraciones. Lo único que distingue a un individuo de otro, o un yo de otro yo, es el tipo de pensamiento que se repite y el modo en que se barajan las asociaciones. Y cuantas más repeticiones, más sólido se hace el yo, más compacto. De modo que, cuanto más nos acercamos al final de nuestra vida, mayor impresión de solidez tenemos.

- Que puede ser un espejismo porque es cuando más descompuestos estamos.

- En cierto sentido, sí.

- ¿Entonces el mí son las partes y el yo sería el todo?

- [silencio]

- ¿Algo así?

- … sí… algo así [concede con una sonrisa].

- Más o menos…

- … más o menos.

Observar el lenguaje para ser el lenguaje. En el prólogo a La arena entre los dedos (2020), habla del momento de unidad en el que la distinción entre observador, observado y observación desaparece. A partir de una cirugía a los nueve años, con anestesia general, ella tomó el hábito de observar. “Para los antiguos griegos, la theoría era una forma de mirar. De esta palabra derivan observar y contemplar”. La mente no es una sustancia, “es un proceso. Y puede ser observado”. Si no somos conscientes del proceso es porque no hemos creado la distancia del observador. “Tenemos que crear una distancia que nos separe del discurso mental”.

- En un poema, subtitulado ‘Canción de cuna’, refiere que se quitaron la vida el hijo de su padre, la hija de su suegra y el que nació de usted.

- Así es.

- “Hoy las cigarras cantan / en la hierba dorada”, continúa diciendo. “Y se quedarán los pájaros cantando”, ¿no?

- Sí, esa es la vida, ¿no cree? La voz del canto y la del desgarro, sucediéndose. “Realmente es extraño”, dice la anciana. Momentos de inocencia en los que todo se reúne.

 

“Traer un hijo al mundo es condenarle al sufrimiento que supone existir y a la consciencia de la desaparición”

- ¿Traer un hijo al mundo es condenarle?

- Por supuesto. Todo aquel que nace está condenado a morir. Eso sin tener en cuenta que, para una gran mayoría, la existencia misma es igualmente una condena.

- ¿El mundo no necesita nuestra procreación?

- ¿El mundo? ¿Qué es el mundo?

- ¿La vida?

- La vida tiende a seguir, es inevitable. Pero hay una cosa que olvidamos: que no hay vida sin muerte, y que hay un equilibrio entre las especies que no puede romperse. Deberíamos tomar conciencia, los humanos, como especie y como individuos, de lo que supone, para la continuidad de la vida, no aceptar la muerte y procrear en demasía. Al convertirnos en plaga ponemos en peligro todo el sistema. Eso, suponiendo que queramos que siga habiendo vida, claro, porque esta no es necesariamente un bien.

La muerte está en el mundo y en la vida. Chantal Maillard y Piedad Bonnett juntaron unos poemas que llamaron Daniel. Las dos perdieron a su hijo, del mismo nombre, a la misma edad, mediante el mismo método: se lanzaron al vacío. El libro conjunto da cuenta de la lectura que dieron juntas las dos autoras a modo de Oficio poético.

- ¿El dolor es menos al compartirlo? ¿Qué aportan las tablas?

- Fue un Oficio funerario. Un ritual de difuntos, un oficio de tinieblas. La finalidad de este tipo de rituales es volver común algo que se vive en lo personal. Aunque no haya pasado por ese trance, al espectador le alcanza, lo vive vicariamente. Topa con algo universal.

- ¿Asocia la verdad a la representación?

- ¿Qué es la verdad?

- ¿A la realidad?

- Si hablamos de realidad, sólo hay representaciones.

- En La razón estética dice que representación y pensamiento son posibles únicamente mediante la imaginación.

- Es que sólo hay representaciones. El lenguaje utiliza imágenes, así que pensar se hace con imágenes.

- “La mente nunca piensa sin phantasmas”, cita a Aristóteles, ya no recuerdo dónde.

- Eso es. Phantasmata: imágenes. La imaginación es lo que, en definitiva, determina el logos.  [en tono confidencial].

- En La compasión difícil se pregunta por qué la representación es tan poderosa, y cita a Horacio: que Medea no mate a sus hijos en público. “La escena debe contarse, pero no mostrarse, pues no es tanto el relato de los hechos lo que escandaliza sino su representación”.

- Eso tiene que ver con la capacidad que tiene el espectador de experimentar como placentera cualquier emoción, por terrible que sea, si es representada. La representación crea una distancia que protege.

- ¿Y ese es un riesgo actual?: ¿Qué no se aprecie la distancia?

- Puede ser.

 

“Es cierto que no sabemos lo que es la realidad salvo mediante la representación”

- ¿Usted es una autora posmoderna?

- ¿Por qué?

- Uy, por tantas cosas… En sus libros critica las jerarquías; defiende la ironía como distancia estética –“que le permite a la conciencia ser espectadora de los sentimientos”-; en algún libro se pregunta quiénes son las víctimas y quiénes los culpables. Cita a Derrida, a Deleuze; menciona la decadencia de la modernidad, alude al fragmento; cuestiona la verdad…

- En ese caso, los antiguos escépticos griegos debían ser posmodernos. Ellos también planteaban que hablar de la realidad era imposible, dado que de la realidad sólo podemos tener representaciones... Verá, la verdad es una noción de correspondencia. Para comprobar la verdad de algo tenemos que poder acceder al referente, de lo contrario no hay comprobación posible. Es ahí, en esos confines, donde la metafísica hace aguas.

- El relativismo debilita nociones como el bien y el mal.

- No confundamos el ámbito de la física con el ámbito de la moralidad. Son reinos distintos. La pregunta por la naturaleza real de la realidad fue objeto de la metafísica y lo es ahora de la física. El bien y el mal es asunto del orden moral, y el orden moral lo instituye cada sociedad. Hay cosas que son buenas para una sociedad y no para otra.

- Pero habrá hechos objetivos, ¿no?

- No para todos [con voz de decir una obviedad].

- La lapidación es salvaje.

- ¿La silla eléctrica no lo es?

- La ablación.

- Lo que quiero decir es que la cuestión no son las prácticas, sino las ideas o creencias que dan lugar a esas prácticas.

- ¿No hay grados mayores de desarrollo, de civilización, que permitan cuestionar las tradiciones, más allá del pacto al que en un grupo hayan llegado?

- Esta es una idea que ha sido bastante fomentada en el mundo occidental, que siempre se ha erigido en adalid de la moralidad universal, lo cual no le ha impedido esclavizar a media humanidad. Siempre hay buenas razones para lo que conviene. Y el desarrollo económico que preconizamos nos ha llevado a donde estamos: al borde del caos. Siempre, supuestamente, en nombre del “bien común” (a unos pocos). Es fácil poner el foco en ciertas actuaciones ajenas. Sin nuestra ayuda, sin embargo, (y gracias a ello), no pocas poblaciones han funcionado mucho más acordes con su entorno, con una economía de subsistencia que le daba mil vueltas a la economía de beneficio que hemos importado. ¿Desarrollo? ¿Civilización?... ¿De qué estamos hablando? No añadir más daño al que la vida ofrece ya de por sí me parece un principio que deberíamos seguir. No es un principio moral, sino ético. Y en eso no hay ningún relativismo.

- Apreciar barbarie en algunos actos, ¿es un exceso etnocéntrico?

- Depende a qué llamemos barbarie. Nuestra preciosa civilización ha sido y sigue siendo experta en barbaries.

 

“Las ideologías y las creencias yo no las veo respetables”

- ¿El ámbito del derecho no es una conquista?

- ¿Qué derecho?, y ¿de quiénes?

- A mí me cuesta ver libre a una mujer tapada. Es otra cultura, pero ¿respetable?

- Las ideologías y las creencias yo no las veo respetables. Ni las de aquí ni las de allí. Antes de las ideologías, no había ni velo ni burka.

- Eso lo explica en el último libro: las corrientes de pensamiento se van degradando en escuelas y, luego, en ideologías.

- Existen leyes naturales. La primera de todas es una violencia: comerse los unos a los otros. Los vegetales comen, los animales comen, todos comemos. Pero los humanos hemos roto el ciclo: hemos neutralizado a nuestros depredadores. Hemos roto un eslabón. Podemos tratar de reflexionar a partir de esa premisa y buscar preguntas que vayan por otro lado. Porque me cuesta pensar que quienes hacen trampa en lo fundamental puedan tener razón en cosas subsidiarias.

 

“No infligir más daño del necesario. Ese sería un buen principio. El necesario es alimentarse”

- Occidente ha intentado ponerse frenos por medio del derecho.

- Cuando le conviene y en lo que le conviene. ¿Por qué regla de tres matar a alguien se considera un crimen mientras que eliminar a toda una población es un acto heroico? O hay derecho a matar o no lo hay. No infligir más daño del necesario, independientemente de nuestros sentimientos de pertenencia. Ese sería un buen principio.

- ¿Usted medita?

- He meditado mucho.

- ¿Por qué menos?

- Mi cuerpo no admite la postura, y ciertos fármacos lo dificultan. Pero meditar es ante todo un estado. “Ponerse a meditar” o “hacer meditación” tan sólo es un ejercicio. Con el tiempo, el estado se va instalando sin necesidad de intención.

- ¿Usted respira?

- De no ser así, estaría muerta… [dice completamente seria, y rompe reír]

- Respiración consciente…

- Procuro, todos los días. Es una manera de relajar el cuerpo.

 

“Lo normal es tomar consciencia cuando las cosas ya no funcionan. Cuando ya es tarde”

- ¿La enfermedad nos hace más conscientes de nuestra finitud?

- Sí. Cuando veo personas jóvenes, con cuerpos sanos, pienso ‘no saben lo sanas que están, qué pena, si se dieran cuenta, dejarían de lado las nimiedades’. Es muy lamentable llegar a viejo y decir: “Jo, si hubiera sabido, la de cosas que hubiese podido hacer”.

- Eso creo que nos pasa a todos.

- Hay quien, al salir un bache, se da cuenta de que puede aprovechar la vida que le queda.

- Usted en el suicidio ve una salida.

- Quién lo duda.

- Y un acto de valentía.

- Depende. Personalmente, me inclino ante quien sea capaz de decidir libremente si seguir o no en vida. Pero los motivos que llevan a ello son de muchos tipos. Schopenhauer entendía que el suicidio es resultado de una insatisfacción. Suele ser cierto. La insatisfacción es deseo, y el deseo es aquello que nos impide ser realmente libres.

 

“Opacar el deseo te enseña a vivir mejor. Si constantemente estás deseando algo, no puedes vivir bien”

- ¿Una vida enfocada a lo espiritual ayuda a la salud de la mente?

- [calla]

- En la medida en que los deseos se disipan.

- Así, sí. Lo que pasa es que tropiezo con las palabras. Y lo de espiritual…

- ¿Qué diría?

- Vivir sin deseo. Simplemente. Una persona sin deseo es libre. Del todo. Es la vía de los estoicos, de los budistas, de los taoístas… y de muchos filósofos. Si constantemente estás deseando algo, no puedes vivir bien.

- El yo es una fábrica de deseos.

- Es caprichoso. El yo quiere esto, el yo quiere aquello, no quiere esto, no quiere aquello... Desea por vía positiva y por vía negativa, en pasado y en futuro. El que desea no vive el presente, sino en su memoria o en sus proyectos. El presente es un no-tiempo. El presente no transcurre, por lo que, cuando vives sin deseo, estás en un punto inmóvil que, luego, se agranda.

- Difícil permanecer ahí.

- Es que no es ni siquiera recomendable: dejarías de existir. La existencia es acción. No puedes dejar de actuar. Pero hay una diferencia entre actuar sin interés y actuar pensando en el beneficio. De la acción sin deseo hablaba uno de los antiguos textos de la tradición védica, el Bhagavadgītā, y es en cierto modo equivalente a la no-acción -wu-wei- del taoísmo.

 

“Todo dolor es mental”

- ¿Es peor el dolor mental o el dolor físico?

- Todo dolor es mental. El dolor físico también, en cuanto se hace consciente. De hecho, lo que hacen los fármacos en caso de dolor agudo es cortocircuitar los impulsos que llegan al cerebro. Otra cosa es el sufrimiento. Procurar no añadir sufrimiento al dolor es lo que siempre digo.

- Y somatizamos.

- Por supuesto, según nuestro humor o nuestro estado mental.

- Muchos problemas físicos vienen de la mente, de tensiones.

- De ahí la necesidad de mantener la mente en calma. Ralentizar el proceso.

- Dijo que hay que revisar las palabras y durante la conversación lo ha hecho.

- Lo mejor es el silencio.

- ¿Le cuesta escribir?

- El lenguaje me cuesta cada vez más. Lo veo muy cargado de significados, de sobreentendidos, de interpretaciones sociales… Tropiezo continuamente. Hay que pararse a pensar lo que queremos decir.

- Ya no es que el lenguaje nos limite per se, porque no haya palabras…

- No, no, no. Es que viene excesivamente cargado. Hay que depurarlo.

- La cita introductoria de Las venas del dragón [de Bai Juyi] expresa la contradicción que supone apelar al no decir mediante la palabra.

- …

- Ahí se encuentra.

- Me encuentro cada vez con menos ganas de decir cosas.

- ¿Tiene que ver con eso el estar reuniendo sus diarios, su poesía…?

- … puede… Dejar terminadas ciertas cosas. Descansar.

- Los libros que no entran en su poesía reunida, ¿no cuentan?

- Puede que se recojan más adelante en algún sitio. Hainuwele, por ejemplo, no lo considero malo, pero no tiene que ver con la preocupación central de mis últimos libros. Y no se trata de reunir por reunir. ¿Para qué? Al dar una unidad tienes que prescindir. Hacer misceláneas no me interesa. Un libro ha de tener un tema, si no, el autor termina siendo el tema, y eso es contraproducente. Me gustan las cosas redonditas.

- Como la circularidad de la energía.

- Igual sólo es un defecto mío, un instinto de perfección [ríe].

- Del perfeccionismo habría que huir.

- [asiente] En el perfeccionismo hay ego. Por eso me disgusta.

- Lo propio es la imperfección.

- [vuelve a reír] … ¿la perfecta imperfección?

- ¿Limitaciones?

- Pensamos demasiado. Y no lo hacemos bien. Se ha de pensar o bien mediante reglas lógicas, si se trata de discurso, o bien mediante el cuerpo. Si dejásemos de querer guiarlo todo, el organismo realizaría sus síntesis con más acierto. Sería conveniente delegar en el saber del animal. El animal-en-mí acierta más y pretende menos.

Chantal Maillard te hace dudar de si de lo que le estás preguntando es lo que quieres saber.

Te enseña a tropezar. A tropezar mejor.