Una hora larga de conversación es poco tiempo para conocer a una persona. Podemos saber de sus quehaceres y acercarnos a sus opiniones, pero, ¿qué hay detrás de las palabras, del papel que el entrevistado representa? En primer plano, Darío Villanueva, director de la Real Academia de la Lengua desde hace poco más de un año, se muestra como un hombre resolutivo, dotado para la organización y confiado a la hora de enfrentarse a los desafíos, pero lo que asoma tras sus declaraciones, la impresión que queda, una vez culminada la charla, en el momento de escuchar la grabación y ordenar las preguntas y respuestas, es la de un hombre calmado, convencido de la necesidad de las pausas, afanado en poner perspectiva a las urgencias, al ritmo endiablado del presente.

Hijo de asturiano y gallega, Villanueva, que recuerda su primera infancia en “la maravillosa villa marinera de Luarca”, donde su padre era juez, y desde donde su familia se trasladó a las provincias de Lugo y A Coruña, cree en el "mito de los caracteres nacionales", del que hablaba Julio Caro Baroja y que se manifiesta en esas atribuciones de determinados rasgos de carácter a los nacidos en cada lugar. “Puede resultar poco científico, pero lo cierto es que  me siento bastante identificado con algunas características de los gallegos, sobre todo la prudencia y la ironía, así como también con destellos de mi signo zodiacal, que es Géminis”, asegura.

Calmado, prudente, irónico, comunicativo como todos los regidos por Mercurio. Ya tenemos algunos rasgos del retrato de este hombre que cuando mira a su niñez se ve como un apasionado y precoz lector, una afición que, según cuenta, fue “totalmente favorecida y estimulada” por sus padres. La vocación de humanista, de hombre de letras, late al fondo de la mirada, en la concepción del mundo de quien señala La isla del tesoro y Robinson Crusoe como dos de los primeros libros que le dejaron huella y se decanta sin dudarlo por Miguel de Cervantes cuando se le pide que se quede con un solo nombre de la literatura, con un autor capaz de mostrarnos las contradicciones de la existencia.

Quevedo, Valle-Inclán, Azorín, Lorca, Whitman, Emilia Pardo Bazán, Rafael Sánchez Ferlosio y tantos otros han sido motivo de estudio por parte de este catedrático de Teoría de la literatura y Literatura comparada de la Universidad de Santiago de Compostela que desde hace años compagina su labor como docente con su dedicación a la RAE; primero como secretario -de 2010 a 2015- y posteriormente como director, cargo para el que fue elegido en diciembre de 2014. Lo suyo, según señala, ha sido “un curso intenso y acelerado” de conocimiento de la academia.

“Sin esos cinco años previos, ahora todo sería más difícil, pero eso no quiere decir que por ello la dirección me esté resultando menos compleja y exigente, para nada”, señala, explicando que la secretaría es una pieza tan fundamental en la docta casa que cuando se creó, en 1713, los primeros estatutos decidieron que, mientras el director iba siendo reelegido, el secretario tenía que ser perpetuo, de por vida, porque se entendía que era en cierto modo el depositario de toda la organización y de la vida institucional de la corporación.

“Esa condición de secretario perpetuo se mantuvo hasta los años 80 y me parece muy razonable que se acabara optando por su relevo”, opina Villanueva. Esta conversación tuvo lugar en las semanas previas a la celebración del Congreso Internacional de la Lengua en Puerto Rico, el pasado mes de marzo. Los preparativos del viaje, los objetivos del encuentro, estaban en la mente de quien está acostumbrado a una vida doble en el mejor de los sentidos: dos ocupaciones (la enseñanza y el trabajo institucional), a las que se entrega con entusiasmo, y dos ciudades (Madrid y Santiago de Compostela), ambas muy apegadas a su trayecto vital, a sus querencias. Con Santiago sigue manteniendo una relación estrecha gracias a la vinculación con su universidad, “en estos momentos más disminuida en intensidad”, donde sigue impartiendo sus cursos de máster los lunes y los viernes por la tarde, dedicando el resto de la semana a sus ocupaciones en Madrid.

-  ¿Percibe mucho contraste entre ambas ciudades? ¿Es fácil este desdoblamiento?

- Bueno, siempre he tenido muchísima relación con Madrid. Aunque la licenciatura en Filología románica la hice en Santiago, me doctoré en la Universidad Autónoma, por lo que la ciudad me ha sido muy familiar. A lo largo de mi carrera, tuve incluso la posibilidad de venirme a vivir aquí, pero no lo hice porque en aquellos momentos encontré en Santiago, del mismo modo que lo sigo encontrando hoy, todo lo que necesitaba para mi trabajo; el trabajo de profesor de literatura, que es lo que soy, una  labor que exige mucho tiempo para la escritura, para la lectura, para la corrección de textos, actividades que a veces se llevan mal con la vida tan ajetreada que observaba en mis compañeros de Madrid. Santiago tiene un ritmo mucho más demorado, sosegado, y por otra parte es una ciudad con buenas dotaciones, con una universidad que tiene una  biblioteca competente y unos departamentos muy sólidos. Ahora que lo pienso, no creo que me haya equivocado quedándome en Santiago durante tantos años. Eso no ha supuesto en modo alguno un aislamiento. No he dejado de viajar por todo el mundo y Madrid ha sido una referencia continua, hasta que, desde hace siete años, mi dedicación a la RAE me ha llevado a convertirme en residente al 50 por ciento.

 

“La lengua española está viviendo un momento de enorme auge”

- ¿Cómo ve el presente de la institución en un momento como el actual? ¿Cómo llevar sus riendas en esta etapa de cambios tan estimulantes y al mismo tiempo tan desasosegantes?

- Pues vuelvo a remontarme a mi etapa de secretario, cuando me tocó ser el coordinador de la conmemoración del tricentenario de la Real Academia Española, constituida en 1713 bajo la protección de Felipe V. En estos 300 años de historia ha habido de todo. Si echamos la vista atrás vemos las crisis terribles que se vivieron y los cambios que se produjeron... Y, pese a todo, hemos llegado hasta aquí y estamos sorteando la encrucijada actual con la sensación de que los cambios nunca han sido tan frenéticos como los que se están produciendo ahora. Hemos llegado hasta aquí y seguimos siendo lo que fuimos desde el principio: una academia que decidió dedicarse a la lengua española, una lengua que no sólo sigue existiendo sino que está viviendo un momento de enorme auge, con un gran desarrollo demográfico, cultural, económico y geopolítico. Nuestro papel sigue siendo el de continuar trabajando por afianzar todo esto junto con otras 22 academias de la lengua española repartidas entre Asia, América y África, porque ya hay también academia en Guinea Ecuatorial. Puede decirse que nos estamos tomando todo esto como un momento de inflexión, con evidentes avances. En 2014 presentamos la edición del diccionario del tricentenario; la vigesimotercera edición del primer diccionario de la Academia, y en estos momentos ya hemos empezado a trabajar en una refundación de aquel diccionario muy significativa, porque hasta aquí, desde los orígenes hasta ahora, los diccionarios siempre han sido libros, y ahora toca apostar completamente por lo digital.

 

“En la RAE ahora toca apostar por un diccionario completamente digital”

- ¿Completamente? Ya está disponible en la red...

- Bueno, desde el año 2004 el diccionario ha sido digitalizado y se ha ofrecido en la red gratuitamente con un éxito extraordinario; el mes pasado tuvimos 58 millones de consultas. Pero ahora el cambio radica en que la nueva entrega no va a ser un libro que se digitaliza sino que va a ser un diccionario digital desde su principio, del que posteriormente haremos libros. Vamos a modificar el orden de los factores. Esto no significa que nosotros nos apuntamos a la tesis de la muerte del libro, ni que seamos libricidas, pero es evidente que lo digital tiene una serie de ventajas enormes; en primer lugar resuelve el problema de la limitación de espacio. En un diccionario digital se puede meter todo lo que se quiera, porque el soporte lo admite, lo consiente, y también podemos beneficiarnos de las posibilidades de la intertextualidad, entrar en contacto con otras bases de datos que enriquezcan el conocimiento en torno a las palabras. Como decía Wittgenstein “los límites del lenguaje son los límites de mi mundo”. El lenguaje configura lo que es la realidad y en ese sentido un diccionario es algo más que un repertorio de palabras; diciéndolo al modo de Borges es una especie de mapa a escala del universo entero, algo que en el soporte digital vamos a poder atender. Estamos inmersos en un gran reto. No tenemos fecha todavía, pero lo que sí podemos adelantar es que con el nuevo planteamiento el diccionario no tiene que esperar a un momento final de cierre, sino que se puede ir adelantando a medida que se vayan produciendo avances. Va a ser una obra en progreso continuo y sin límites, algo muy propio de la sociedad en la que estamos viviendo.

- ¿Algún otro desafío?

- Pues, como decía antes, seguir trabajando; y hasta el momento estamos saliendo bien parados, en la unidad del idioma y en la colaboración en plano de igualdad y codo con codo con las otras 22 academias. Hablar del espíritu panhispánico se ha puesto de moda, pero no es algo nuevo; ya estaba presente en el siglo XIX, cuando la Academia, con una gran visión de las cosas, enfocó el proceso de las independencias como un proceso histórico en el que resultaba fundamental compartir el mismo idioma. Entonces se empezó a promover la creación de academias en todos los países hispanoamericanos. La primera se creó en Colombia en el año 1871 y años después, en 1951, por iniciativa de un presidente de México, Miguel Alemán, se reunieron en México Distrito Federal todas las academias; curiosamente la única que no pudo asistir fue la española porque Franco lo impidió por un rifirrafe político con el régimen mexicano. Más adelante, en 1960, se firmó un convenio internacional, el convenio de Bogotá, por el cual todos los países se comprometían a dotar a sus academias de la lengua de una sede y a contribuir a su funcionamiento y a su mantenimiento.

 

“Rubén Darío es el auténtico icono del panhispanismo”

- La historia del panhispanismo es una historia de largo recorrido, que parte de muy atrás, aunque cada vez más tenemos tendencia a quedarnos en el presente inmediato.

- Así es. Y si tenemos que hablar de sus orígenes, de la formulación del concepto, tenemos que citar a Rubén Darío, una de las figuras primordiales, el auténtico icono del panhispanismo por muchos motivos: por su obra, por sus vinculaciones, por sus viajes, por sus referencias... De origen nicaragüense, Darío vivió desde muy joven en Honduras y El Salvador, manteniendo estancias largas y muy creativas en otros lugares como Chile. Fue embajador de Nicaragua en España; escribió en “La Nación” de Buenos Aires, y posteriormente se trasladó a Europa, integrándose fundamentalmente en las sociedades española y francesa.

- Ahora precisamente se celebra el centenario de la muerte del poeta. ¿Está demasiado endiosado, alejado del presente? ¿Qué tenemos que reivindicar ahora de él, de su obra?

- Hay un reconocimiento unánime por parte de los poetas de su época y los posteriores acerca de que él fue el gran renovador de la lengua poética española a ambos lados del Atlántico. Su temática puede, en parte, parecer anacrónica, pero también detectó la esencia del Nuevo Mundo y de la nueva sociedad. En un artículo reciente he comparado a Rubén con Walt Whitman. Fueron coetáneos durante 25 años, hasta la muerte del bardo de Paumanok en 1892. ¡Que pena que Rubén muriera antes de cumplir los 50, en 1916! ¿Qué hubiera dado de sí en ese prodigioso decenio vanguardista de los años 20?

- También en 2016 se cumplen 80 años del fusilamiento de Federico García Lorca. Entre él y Walt Whitman trazó un puente en uno de sus ensayos (Imágenes de la ciudad. Poesía y cine, de Whitman a Lorca). ¿Qué lugar ocupan estos dos poetas en su trayectoria?

- Para mí, Whitman, con Rubén y con Baudelaire, está a la cabeza de la renovación de la poesía en el XIX. Y Lorca es uno de los tres o cuatro poetas que prefiero de la primera mitad del XX.

 

“Valle-Inclán es un escritor máximo”

- ¿Y Valle-Inclán? También ha escrito sobre él. ¿Es uno de sus autores de cabecera? ¿Cuáles son esos autores a los que vuelve una y otra vez?

- Valle es un escritor máximo. La gran aportación española al Modernismo internacional, distinto del Modernismo hispánico. Está en la misma camada de Proust, Joyce, Thomas Mann, Virginia Woolf, Faulkner, Gide, Hesse, etcétera. Además de los mencionados, vuelvo siempre a los poetas.

- ¿Está al tanto de las novedades tanto literarias como cinematográficas? El cine está muy presente en su obra...

- Si. Soy muy cinéfilo. Voy al cine una vez a la semana. Enseño cine y literatura en la Universidad. He publicado varios libros sobre el tema. Y sigo también las novedades literarias, pero no compulsiva ni "profesionalmente", como lo hice en otras etapas de mi vida, porque ahora mi tiempo está limitado para ello.

 

“La vida es un flujo en donde querer controlar y preverlo todo es sencillamente estúpido”

- Hablábamos de los retos de la RAE, pero a nivel personal ¿cómo vive Darío Villanueva la encrucijada del presente?

- Si hay algo a lo que nunca me aventuraría es a ser una especie de profeta. Aunque se me pueda calificar de inconsciente; algo que, por otra parte, no me preocupa lo más mínimo, considero que la vida es un flujo en donde querer controlar y preverlo todo es sencillamente estúpido. Y esa creencia personal, también vale para lo que es más amplio, por ejemplo la vida institucional. Claro que es importante que exista una planificación, una proyección, pero de ahí a calcularlo todo... En la RAE hemos elaborado un plan estratégico, por supuesto, que en su primera fase llega hasta 2020, pero los planes estratégicos, hay que ir ajustándolos sobre la marcha. Lo importante es tener claro qué somos, qué hacemos, qué queremos hacer, con qué medios contamos para hacerlo y en cuánto tiempo lo podemos hacer. Estas son preguntas fundamentales. Nosotros nos hemos respondido a esas preguntas y ya estamos en el torbellino, pero sin excesiva preocupación. Hay que saber controlarse para no angustiarse demasiado por las cosas. Vistas en su conjunto pueden resultar abrumadoras, pero hay que ir paso a paso, o día a día, como en la vida misma.

 

“Hoy podemos decir que la Academia no está endeudada”

- ¿Cómo ha afectado la crisis, con la consiguiente reducción de presupuestos, a la

institución?

- Pues evidentemente ha supuesto un problema, en algún momento bastante angustioso. Tradicionalmente la Real Academia Española tiene tres fuentes de financiación: la primera es la aportación del Estado, que en los mejores momentos ha supuesto menos del 50% del presupuesto total y que, desde que comenzó la crisis, se ha reducido en más de la mitad, un bajón considerable. La segunda fuente, que siempre ha existido, es la venta de los productos de la Academia, fundamentalmente los diccionarios, las gramáticas, las ortografías y los libros de diversa índole, y la tercera, la Fundación Pro-RAE, que se constituyó hace ya casi 25 años, con la presidencia honorífica del Rey y el gobernador del Banco de España como presidente. La crisis también las ha afectado a las dos; porque la producción de obras propias ha sufrido una dura caída y porque los movimientos financieros han bajado muchísimo. Pese a todo eso, hoy podemos decir que la Academia no está endeudada. En los presupuestos anteriores su déficit era de unos dos millones y medio de euros entre ingresos y gastos, pero esto prácticamente se ha equilibrado este año porque hemos hecho lo que hay que hacer: hemos disminuido los gastos y hemos incrementado los ingresos con la rentabilización de la oferta gratuita del diccionario en línea. Seguimos ofreciendo el nuevo diccionario, su vigésimo tercera edición, de manera absolutamente gratuita, pero hemos conseguido un patrocinador, la Caixa, con la que hemos suscrito un contrato a varios años que supone una inyección de recursos importante. A esto tenemos que añadir la creación de una sociedad, que se llama RAE Gestión, para rentabilizar al máximo los productos de la academia y de ese modo aliviar la dependencia de las otras fuentes de financiación.

- ¿Con qué expectativas se acude al séptimo Congreso de la Lengua, en San Juan de Puerto Rico? [se celebró del 15 al 18 del pasado mes de marzo.]

-  Yo definiría este congreso como un gran escaparate ante el mundo de lo que significa en estos momentos la lengua española como elemento de cultura, de convivencia, de igualdad y de libertad, sin descuidar también otros componentes como los propiamente económicos, ahora que se habla tanto del valor económico de las lenguas. En este séptimo encuentro, que gira en torno al tema de la creatividad, de la lengua en su conexión con los distintos campos de la creatividad humana, hay que destacar, además, el lugar donde se realiza, Puerto Rico, un estado libre asociado a los Estados Unidos de América del Norte, pero que mantiene con enorme gallardía el signo de identidad de la lengua española. En un momento en el que la minoría hispana en los EE.UU está en el candelero desde muchos puntos de vista, esto resulta muy importante. Puerto Rico es el lugar propio del español que nos sitúa más cerca de la realidad norteamericana, sin olvidar que también existe una Academia Norteamericana de la Lengua Española.

 

La batalla por el prestigio del español

- La batalla por el prestigio del español está en marcha. Demográficamente es una de las lenguas con mayor potencia, pero a nivel de prestigio falta mucho camino, ¿no?

- Sí, bueno, ahí tenemos que matizar. Culturalmente el español es una lengua de una riqueza extraordinaria y no sólo por la producción española, sino sobre todo, quizás en los últimos tiempos, por la producción americana. Pensemos que este año se celebran los cuatricentenarios de dos figuras fundamentales, Shakespeare y Cervantes, ambos situados en un plano de absoluta igualdad, incluso por los propios anglosajones, que son muy poco dados a reconocer los méritos de nuestra cultura. El problema del reconocimiento, del prestigio, tiene que ver sobre todo con lo social. En los Estados Unidos la emigración latinoamericana ha tenido un estigma y la lengua ha participado de ese estigma, de la imagen de los hispanos como gente indeseable. Se trata de una manifestación de xenofobia que espero que las urnas resuelvan, pero en la actualidad en la sociedad norteamericana, que tiene aspectos muy positivos, pero otros bastante ingratos en comparación con el modelo de vida europeo y especialmente español, ser latino sigue siendo un estigma de la pobreza, de la incultura, de la ilegalidad incluso. Es cierto que esa imagen está cambiando, que la minoría hispana en EEUU ha crecido en renta per cápita y que es probable que veamos a un representante hispano en el futuro gobierno. Todo esto va en beneficio del prestigio social de la lengua, pero aún queda mucho camino por hacer, sin duda. Hablamos de una sociedad que, aunque aparentemente sea tan democrática, en el fondo tiene un punto de clasismo muy marcado.

 

“Lo que no puedo aceptar es el rechazo hacia lo que somos y lo que nos representa”

- Antes mencionaba el IV Centenario de la muerte de Cervantes y de Shakespeare. Ambos están al mismo nivel, pero en lo que se ha detectado una notable diferencia es en la manera de celebrarlos en sus países respectivos. Las autoridades británicas presumen de Shakespeare, pero las españolas no parecen enorgullecerse tanto de Cervantes; al menos no lo expresan con el mismo entusiasmo. ¿Indica esto una evidente falta de interés por la cultura en nuestro país?

- Bueno, yo ya he hecho algunas manifestaciones públicas al respecto que han levantado un cierto revuelo. Fue muy significativo que el día 3 de enero del año 2016 el jefe del gobierno británico, David Cameron, publicara un artículo sobre Shakespeare en la prensa de todo el mundo. A mí ese gesto, ese detalle, me gustó mucho porque creo que significa que quien está gobernando entiende que la cultura es uno de los troncos fundamentales del país. Hay que gestionar la economía, ganar elecciones y controlar un parlamento, por supuesto, pero la cultura es algo que permanece, que está ahí siempre y que también es un motor de la economía. Yo en eso, envidio extraordinariamente a los ingleses, a los franceses, también a los alemanes. Me entristece mucho que nosotros no estemos a la misma altura. Es una cuestión de prioridades. Aquí se ha preparado un programa Cervantes con una exposición interesante, con montajes teatrales y otras actividades puntuales que merecen ser destacadas, pero los ingleses se han volcado con Shakespeare, lo han elevado a homenaje de Estado, han trabajado en extender la obra por todo el mundo, cosa que aquí no se ha planteado en absoluto con Cervantes. Lo entendí cuando leí el artículo de Cameron. Eso es algo que los británicos saben hacer muy bien y, sinceramente, echo en falta su autoestima. Los españoles somos un país que parece que se autodesprecia y eso tenemos que superarlo de una vez. Entiendo que seamos conscientes de nuestras lacras, de nuestras deficiencias, de nuestros errores y carencias, pero de ahí a la incomprensible expresión de auto odio que ponemos de manifiesto, hay una gran distancia. Yo no estoy hablando de un comportamiento acrítico hacia lo que somos, pero lo que no puedo aceptar es exactamente lo contrario, la exagerada subestimación, el rechazo hacia lo que somos y lo que nos representa.

- ¿Qué está aportando la Real Academia de la Lengua en este año de reivindicación de Cervantes?

- Bueno, en la Academia ya llevamos tiempo trabajando en las publicaciones de Cervantes. El  año pasado se presentaron dos ediciones del Quijote, una escolar y popular, hecha por Arturo Pérez Reverte, y otra crítica y erudita realizada por Francisco Rico. Ahora mismo, dentro de nuestra biblioteca clásica, estamos muy cerca de dar por finalizada la obra completa de Cervantes. Después de los Entremeses, las Comedias, La Galatea, las Novelas Ejemplares y el Quijote, próximamente verá la luz la poesía y el año que viene Los trabajos de Persiles y Sigismunda, la obra póstuma de Cervantes, coincidiendo con su centenario. Paralelamente a todo esto, hemos presentado una edición magnífica de los manuscritos autógrafos auténticos de Miguel de Cervantes, y estamos trabajando en una edición facsimilar del Quijote de Ibarra, el primer Quijote ilustrado exclusivamente por españoles en 1870. La RAE, además, ha aportado su ayuda a todas las investigaciones que se han hecho en la Iglesia de las Trinitarias para la localización de los restos de Cervantes y ha organizado encuentros, lecturas y homenajes en torno a la figura del escritor, uno de ellos en el marco del Congreso de la Lengua de San Juan de Puerto Rico.

- Una pregunta que me imagino que estará harto de que se le plantee, pero es que la diferencia entre hombres y mujeres en la RAE sigue siendo evidente. ¿El camino hacia el equilibrio, hacia la igualdad, forma parte de ese plan estratégico del que hablaba?

- El año pasado, 2015, se cubrieron  cuatro sillones académicos, con dos mujeres (Clara Janés y Paz Battaner) y dos hombres (Félix de Azúa y Manuel Gutiérrez Aragón). Cuando yo entré en la RAE, en 2008,  estaban Carmen Iglesias y Margarita Salas. Ahora, además de las mencionadas, están Soledad Puértolas, Carmen Riera, Aurora Egido e Inés Fernández Ordóñez. No estoy harto de que se me haga esta pregunta, todo lo contrario, me estimula para no olvidar esa injusticia histórica. Pero la RAE actual no es culpable de lo que no se hizo antes de que en 1977 entrara Carmen Conde. Y hay que recordar que la primera académica francesa fue, un año después, Marguerite Yourcenar.

 

“Los bajos índices de lectura, que son endémicos en España, siempre los vincularé a la eficacia (o no) de nuestro sistema educativo

- ¿Qué les diría a los apocalípticos que vaticinan el fin de los libros? ¿Le preocupan los bajos índices de lectura en nuestro país? ¿Le interesa el fenómeno de las redes sociales?

- A los apocalípticos les suelo recordar Fedro, el diálogo de Platón en donde se afirma que la invención de la escritura acabará con la memoria de las personas, y el vaticinio de Marshall McLuhan, a quien admiro mucho, cuando dijo que los libros desaparecerían en 1985, el año en el que él murió. Nada nuevo bajo el sol. Toda nueva tecnología en el terreno de la comunicación actúa como extensión de nuestros sentidos y nos ofrece posibilidades nuevas fenomenales, pero siempre hay efectos contrarios, como en la vida misma. Las redes sociales están cambiando muchas cosas, incluso la propia política. No me gusta lo que tienen de falsa sinceridad, pero me parece bien que sirvan para que con frecuencia la estupidez humana se manifieste tal cual es. Y los bajos índices de lectura, que son endémicos en España, siempre los vincularé a la eficacia (o no) de nuestro sistema educativo.

 

“La enseñanza me enriquece muchísimo”

- ¿Se sigue sintiendo Darío Villanueva profesor por encima de todo? ¿Qué ha supuesto y que sigue significando la enseñanza en su vida?

- La enseñanza me enriquece muchísimo. Creo que no habría podido escribir ninguno de mis libros si no fuera por el estímulo que supone. La docencia es una labor que exige dedicación y generosidad. El profesor entrega todo lo que tiene, todo ese conocimiento que le ha costado tanto adquirir, pero también tiene un retorno de gran compensación, porque los estudiantes estimulan constantemente la aparición de ideas con sus preguntas, incluso con las más inocentes, y provocan una exigencia que es la que da lugar al trabajo creativo, a la investigación. Y luego está la que yo creo que es una de las regalías de la condición de profesor: el hecho de cada año te encuentras con una nueva promoción, con una nueva generación de personas. Empecé a ser  profesor en el año 72 y por lo tanto tengo ya una perspectiva de 43 años. A mis aulas han acudido gentes con nuevas visiones de las cosas y eso es absolutamente fascinante, muy estimulante. Es un baño continuo de juventud, de maneras renovadas de vivir y ver el mundo, que ayuda a ir evolucionando, a no anclarse exclusivamente en lo que uno ha sido.

 

“A mi lo que me preocupa de la universidad es el mal de la burocratización administrativa”

- Se tiende a decir que el nivel de la universidad ha empeorado; también que el nivel de los universitarios va a peor. ¿Está de acuerdo?

- Con lo segundo no puedo estar de acuerdo. Pensar que vamos retrocediendo y que los jóvenes ahora son menos competentes, menos despiertos, menos perspicaces, menos laboriosos que hace unos años, indicaría un pesimismo absoluto. Como hipótesis, me parece insostenible. Lo que sucede es que cambian los modos, las experiencias, las habilidades, las exigencias de la sociedad, y ante ello los profesores debemos saber adaptarnos. Yo siempre les digo a mis compañeros cuando se quejan de esto, que cuando un docente se queja de que los alumnos no saben es como si un médico se quejara de que la gente tiene enfermedades. Es absurdo: un médico existe para tratar a los enfermos, del mismo modo que un profesor existe para darle conocimientos a quien no los tiene. Por lo tanto si el diferencial es mayor, más trabajo y más estímulo para el que enseña. En cuanto a la universidad a mí lo que me preocupa muchísimo es que cuando fui rector, que lo fui durante ocho años, del 1994 a 2002, procuré luchar contra el mal de la burocratización administrativa. La burocracia excesiva me parecía indeseable e intenté combatirla, pero ahora veo, con gran tristeza y preocupación, que a pasos crecientes se está burocratizando no sólo la administración sino también la docencia y la investigación, que son dos esferas que deberían estar completamente al margen de ese vicio.

 

“Debemos hacer todo lo posible para que, en la sociedad del siglo XXI, la universidad no deje de ser una factoría de conocimiento”

- ¿Y qué le parece esa tendencia a ver a los alumnos como clientes, a considerar la rentabilidad por encima de todo?

- Bueno, yo he sido de los profesores y de los rectores universitarios que, allá por los años 90, procuramos mantener viva la llama de lo que la universidad fue desde su fundación, un centro donde se cultivan los saberes, sin ningún otro propósito; pero, por otra parte, ya que estamos en la sociedad del conocimiento y las universidades encierran gran volumen de conocimiento, también defendí el aprovechamiento de la universidad como factoría de saberes para crear riqueza social. En este sentido mi postura es bifronte, es una postura de Jano. Creo en las dos cosas, no veo la necesidad de optar entre una y otra. Se trata de mantener la esencia de la universidad, para lo que yo estoy especialmente abocado, porque soy de humanidades, pero al mismo tiempo hacer todo lo posible para que en la sociedad del siglo XXI la universidad no deje de ser una factoría de conocimiento.

 

“La investigación básica es absolutamente fundamental para el desarrollo”

- ¿Podría explicar un poco más en qué consiste su idea de factoría de conocimientos...? ¿De qué manera la universidad puede generar riqueza sin dejar atrás sus principios básicos, fundacionales?

- La investigación científica produce avances que se pueden transmitir inmediatamente a la sociedad. Por ejemplo, en este momento se habla de que uno de los materiales del futuro es el grafeno. Pues el grafeno, un material con el que se van a poder hacer pantallas elásticas, baterías eléctricas de mucha mayor potencia y muchísimas más cosas, se ha descubierto en los departamentos universitarios. A eso me refiero y eso siempre ha ocurrido. El origen de los avances en nuestra sociedad tecnificada viene de la aplicación de los descubrimientos científicos a la realidad, y todo eso procede del conocimiento, de la investigación básica, no sólo de la investigación aplicada. La investigación básica es absolutamente fundamental para el desarrollo.

 

“La formación humanística es extraordinariamente eficaz y rentable”

- El otro día leía que Google va a contratar a humanistas en los próximos años. Humanistas que se muevan como peces en el agua con los datos, para hacer accesible el gran caudal de información a nuestro alcance. Cuando tanto se insiste en que las humanidades están en crisis; cuando tanto se nos quiere convencer de que no son útiles para la sociedad y por ello son ninguneadas en los planes de estudio, esto es una buena noticia, ¿no?

- Sí, pero aunque lo parezca, no es una noticia tan novedosa. Yo recuerdo que en los años 80, el MIT (Massachusetts Institute of Technology), que es fundamentalmente un centro científico y tecnológico, abrió una línea, al frente de la cual estaba Nicholas Negroponte, denominada la línea de los Media Lab. Se trataba de un laboratorio de medios en el cual entraron muchísimos jóvenes que procedían del campo de las humanidades. Yo recuerdo, por ejemplo, a Janet Murray, que publicó un libro estupendo sobre el futuro de la literatura con las nuevas tecnologías titulado Hamlet en el holocubierta: el futuro de la literatura en el ciberespacio. Esto sucedía en la década de los 80. Que ahora Google, con el potencial que tiene como empresa, esté en ese mismo camino, me parece estupendo. Soy de los que piensan que la formación humanística es una formación extraordinariamente eficaz y rentable, porque configura la mente y organiza el cerebro, lo cual es fundamental para recibir conocimientos mucho más puntuales e instrumentales, que tienen que renovarse y ser sustituidos periódicamente por la propia evolución de las cosas. Yo soy contrario a la especialización y creo que los primeros años de estudio tienen que dedicarse a una educación de tipo generalista, porque esa es la que va a configurar a la persona para que después, en las fases siguientes, se pueda especializar y pueda hacerlo, de manera sucesiva, en todo aquello que la sociedad, la industria o la empresa o la administración para la que trabaje le vayan exigiendo.

 

“Las humanidades son fundamentales en estos tiempos de info caos”

- En una sociedad tan globalizada, con tanta cantidad de información, se necesita gente que sepa canalizar y poner en circulación todo ese conocimiento de manera que tenga sentido y que pueda orientar al resto. Ahí el humanista tiene mucho que aportar.

- Sí, porque la formación humanística lo que proporciona, cuando se recibe de manera fructífera, son instrumentos para enjuiciar, para valorar, para precisar los conceptos, para distinguir entre lo fundamental y lo accesorio. De ahí que sea muy importante en estos tiempos en los que incluso se llega a hablar del info caos. Tenemos tal cantidad de información que se suelen confundir con demasiada frecuencia las churras con las merinas. Y de noche todos los gatos son pardos, ¿no? Sabemos que eso no puede ser así, que hay que saber diferenciar el grano de la paja porque no hacerlo tiene unas consecuencias importantes. Pensemos, por ejemplo, en la capacidad de manipular a las personas, dentro incluso de los regímenes democráticos formales. Si las personas no tienen formación suficiente como para saber discernir entre unas cosas y otras, la última teoría que llega, la argumentación de turno, por absurda o malévola que sea, puede terminar haciendo mucho daño al conjunto de la sociedad.

- Lo estamos viendo continuamente. Vivimos en una especie de ceremonia de la confusión, del engaño. Y precisamente por esto, una y otra vez nos planteamos la siguiente pregunta: ¿Se intenta menospreciar a las humanidades porque cuanto menos sepa el ciudadano normal, más fácil de manejar, de manipular, de hacerle ver la realidad desde la perspectiva deseada?

- Yo siempre me he resistido a creer que esto sea algo intencionado, pero, francamente, en los últimos tiempos estoy empezando a tener serias dudas. Aquella idea de McLuhan en la Galaxia Gutenberg de que el medio es el mensaje creo que está siendo aplicada de manera trapacera a la manipulación política. El mensaje ya no cuenta, lo que cuenta es el medio por el que se transmite, y de ese modo se pierden las referencias. La teoría de la relatividad, al poner en cuestión las magnitudes objetivas e indiscutibles de la mecánica de Newton, dio lugar a la idea del relativismo, muy del siglo XX, de nuestra época actual. Lo comprendo y me parece bien, pero, sin embargo, pienso que hay valores y hay principios y referencias que deben ser sólidas. Considero, por ejemplo, que es mucho mejor la separación de la Iglesia del Estado que la fusión entre ambas instituciones; creo que es mucho mejor la consideración de todos los seres humanos como iguales, sin ningún tipo de discriminación ni por sexo ni por raza ni por religión, a la idea contraria. Pienso que la libertad es un valor absolutamente incuestionable y que la libertad, sin embargo, tiene que estar sometida a unas leyes democráticamente aprobadas, respetadas de manera escrupulosa para garantizar precisamente nuestra libertad y la de los demás. Pero resulta que en estos momentos se está discutiendo sobre todo esto, debido al choque de concepciones del mundo que existe. Y no todas valen igual. Hay concepciones del mundo que son superiores a otras y así debemos valorarlas. Eso lo defenderé siempre. No admitiré el principio del relativismo. Por ejemplo, a mí que me digan que la ablación del clítoris a las niñas es una práctica común en determinados países me parece una aberración y jamás admitiré como ciudadano de España y de Europa que se ejercite una práctica semejante por una concepción que yo considero totalmente equivocada y brutal.

- ¿Qué diferencia hay entre los estudiantes de su época y los alumnos a los que enseña y con los que dialoga hoy?

- Hay unas diferencia fundamental, la sociedad. Las personas somos lo que somos por nosotros mismos, pero también nos afecta mucho el entorno en el que nos movemos: la familia, la sociedad y no digamos al régimen político en el que vivimos. Yo, que nací en los 50, empecé a estudiar en la universidad en el año 67. No conocí la democracia hasta que cumplí los 25 años y eso me condicionó extraordinariamente. Los alumnos que he tenido a lo largo de mi vida, a partir del año 78 han sido personas que han vivido en democracia, y los que tengo ahora ya han nacido bajo ese sistema. Se trata de un cambio verdaderamente extraordinario que, indudablemente, se refleja en la relación entre profesor y alumno. Nosotros teníamos un gran respeto al profesor y eso en principio es positivo, pero resulta que ese respeto se basaba en un principio de autoritarismo muy inflexible, de una cierta inspiración dictatorial, lo cual deja bastante que desear. Hoy en día el respeto es mutuo, estamos en una situación más equilibrada, de tú a tú, que en mi época, donde el profesor estaba en una peana y nosotros estábamos mucho más abajo. Y a esto hay que añadir el cambio tecnológico. La tecnología, ya lo decía McLuhan, cambia nuestra relación con el mundo y cambia la relación con nuestros propios sentidos porque nos proporciona extensiones de la vista, el oído, el olfato, el gusto, el tacto, y también de nuestra inteligencia. Los chicos a los que enseño actualmente son nativos digitales, viven inmersos en un ciberespacio donde cuentan con todas las posibilidades, mientras que yo soy un emigrante digital que empezó a aprovecharse de la fotocopiadora en el momento en que hice la tesina. En mi época la adquisición de información era muy gravosa, muy costosa, pasaba por la biblioteca y la biblioteca muchas veces no tenía todo lo que necesitábamos. Hoy en día la adquisición de la información es extraordinariamente fácil. Y podemos hablar también de la posibilidad de salir al exterior, de viajar, otro factor importante. Yo el primer viaje al extranjero lo hice con 17 años, cuando mi padre me llevó a Lisboa, como premio por mis buenos resultados académicos. Hoy en día los estudiantes, gracias al programa Erasmus, pueden pasar un año en cualquier país de Europa. Hay muchos elementos que diferencian a los estudiantes de hoy de los de mi generación, pero yo sigo creyendo, como humanista que soy, en la identidad profunda de la condición humana, creo que en última instancia somos muy iguales los unos a los otros.

- ¿Hay menos interés ahora por las humanidades, en el ámbito universitario?

- Si recurrimos a la estadística; y hay quien dice que la estadística es la técnica de engañar con números, tendríamos que decir lo contrario: en estos momentos hay muchísimos más estudiantes de humanidades en España de los que había en mi época, entre otras cosas porque entonces -hablo del año 67- había 12 universidades en España y hoy tenemos en torno a 80, todas, salvo las politécnicas, con facultades de humanidades que se han abierto a distintas áreas, ampliando el marco de lo que fue la carrera de Filosofía y Letras. Dicho esto, lo que sí percibo es que en nuestra época, en que éramos pocos y en pocas universidades, todos los que estábamos teníamos un componente vocacional bastante marcado. En la España de aquel momento se consideraba que estudiar humanidades era casi la antesala de la pobreza. Se trataba de unos estudios que socialmente no tenían gran valoración e incluso en nuestras propias familias no dejaban de llevarse un cierto disgusto cuando optábamos por ese camino. Estábamos allí porque queríamos y eso indicaba un grado de implicación muy grande. Ahora, a veces, y no quiero generalizar, parece que existen contingentes de estudiantes que eligen humanidades porque no han conseguido calificación para entrar en otras carreras.

 

“Estoy en contra de esas teorías que asocian los estudios a las posibilidades de trabajo”

- Bueno, hoy también se les suele decir a los jóvenes que las carreras de humanidades no tienen ningún futuro. Hay incluso determinados políticos que defienden que se oriente la universidad para aquellas disciplinas en las que haya demanda de trabajo.

- Sí, es cierto. Por desgracia, la sociedad sigue manteniendo la misma idea, en mi opinión completamente errónea. Yo estoy en contra de esas teorías que asocian los estudios a las posibilidades de trabajo. Eso es desvirtuar por completo el sentido de la universidad. Si un estudiante universitario termina su ciclo a los 23 años, esos 23 años son fundamentales para adquirir una formación transversal, amplia, y luego a partir de ahí ya vendrán las especializaciones. Los países más desarrollados del mundo, desde el punto de vista económico y social, hace mucho tiempo que han amortiguado esta percepción, que es muy propia de España y muy anticuada. Yo empecé a ir a Estados Unidos en el año 83 y desde entonces he pasado allí temporadas. He sido profesor en varias universidades, he estado también con mi propia familia... Pues bien, una de las cosas que más me sorprendieron es que allí los estudios y la búsqueda de trabajo no tenían la misma relación de causa efecto que en España. En EEUU hacer un tipo de estudios no predestina para una determinada función en el mundo profesional, sino que tras la  primera formación, se entra en otra etapa, la de la consecución de un trabajo. Y ahí no perjudica para nada una carrera de tipo humanístico a la hora de buscar un trabajo en el mundo de la empresa, de la comunicación o de la industria. Eso es muy saludable y responde a una sociedad nueva. Hay que reconocer que el Nuevo Mundo se llama así con razón. Con todos sus defectos, que los tiene, la sociedad norteamericana es una sociedad de nuevo cuño, sin muchos de los lastres que arrastramos en Europa, y eso produce flexibilidad y abre muchísimas más oportunidades. Hay algo de mentira, de mito, en el dicho de que América es tierra de oportunidades, pero también asoma un poco de verdad. La prueba es que, lamentablemente, muchos jóvenes españoles, bien preparados en nuestras universidades, se han tenido que marchar a los Estados Unidos. Lo han hecho siempre y ahora especialmente, porque allí pueden encontrar el espacio que aquí nosotros no les damos.

 

“Me parece un auténtico drama la falta de oportunidades para los jóvenes con título universitario”

- ¿Cómo se siente como docente ante esta realidad, ante esta falta de oportunidades?

- Me parece muy preocupante, un auténtico drama, una auténtica sangría. Como profesor universitario me encuentro con la triste paradoja de que los alumnos que nosotros formamos, cuando se van a países que sí los acogen y emplean, dan perfectamente el nivel, es decir, que la formación que les estamos proporcionando, con todas las carencias que se nos puedan atribuir, es una formación que está a la altura de lo que se exige en los países más desarrollados para los jóvenes con título universitario. Esto es así en el área de las humanidades, pero también en las ciencias experimentales, en la tecnología... Estamos preparando a gente con recursos que, en la mayoría de los casos, proceden de los propios españoles; porque no olvidemos que el sistema universitario español cobra a los estudiantes sólo un quince por ciento del coste de su educación. Pero, ¿qué sucede después? Es muy desolador. Los países ricos cada vez se hacen más ricos precisamente porque tienen la habilidad de invertir en formar a las personas para que esa formación revierta en el incremento de su capital.

- Aquí ahora mismo la tendencia es subir las tasas universitarias. Vamos a peor en cuanto a la igualdad de todos a la hora de acceder a los estudios.

- Sí. Se están subiendo las tasas, pero de todos modos, el porcentaje que paga un estudiante español es todavía bajo en comparación con otros países. Aunque la educación en Estados Unidos, como decía antes, es ejemplar en muchos sentidos, no hay que mitificarla en exceso. Allí un alumno universitario puede gastar al año en tasas fácilmente 40.000 dólares y uno de los problemas que está habiendo ahora es que los estudiantes, tras endeudarse para poder pagar sus carreras, se encuentran con que no pueden hacer frente a sus créditos porque el mercado de trabajo se ha retraído. Se están dando casos en que llegan a plantearle pleitos a sus universidades sobre el supuesto de que éstas, al cobrarles tanto, les ofrecían no sólo la garantía de una buena educación sino también de un empleo.

- ¿Si le dieran la oportunidad de viajar a un tiempo de la Historia por cuál se decantaría?

- Sin duda, viajaría al decenio de los años veinte del siglo XX. Fue una época prodigiosa. Los avances de todo tipo, en arte, ciencia y sociedad, que se produjeron fueron fabulosos. Es la década de las vanguardias, época cosmopolita en la que después de la hecatombe de la primera gran guerra la humanidad creía estar vacunada contra este mal. Desafortunadamente, el decenio siguiente vino a desmentirlo todo y fue terrible.

- ¿Proyectos personales, próximas publicaciones?

- Muy pronto Taurus publicará la traducción de un libro que Routledge publicó en Londres hace un año titulado Introducing comparative literature. New trends and applications. La obra es fruto del trabajo conjunto de tres autores. Lo escribí, codo con codo, con Haun Saussy, de la Universidad de Chicago, y César Domínguez, de la Universidad de Santiago de Compostela. La versión española se titula Lo que Borges enseñó a Cervantes. Introducción a la literatura comparada. Hemos querido hacer, y las primeras críticas de la edición inglesa que se han publicado nos lo reconocen, el primer tratado de Literatura Comparada de la sociedad digital en el ámbito de la comunicación globalizada. Estamos convencidos de que nuestra disciplina es idónea para afianzar a las Humanidades en esta nueva era.