Tiene los ojos sucios de lecturas y limpia la mirada. El bolígrafo es un esqueje en sus manos. Igual que las lecturas. Todavía no se ha puesto con la rutilante biografía completa de Kafka. Sin echarla un ojo –“A las librerías de Plasencia no ha llegado”-, se la pidió a los Reyes [la conversación tiene lugar a finales de diciembre]. Le basta conocer el segundo tomo de Reiner Stach, de 2002, traducido en 2003, como Los años de las decisiones, también por Carlos Fortea. “Hubiera preferido la obra en tres tomos, la verdad. Han tenido que partir el segundo libro”.

- ¿Qué le parece La transformación en lugar de La metamorfosis?

- Prefiero La metamorfosis. Me da igual si fue un error la primera traducción, cuya autoría ignoramos, aun atribuida a Borges. La metamorfosis tiene una dimensión poética inexistente en La transformación, que no sé si triunfará a largo plazo: para nosotros hay dos metamorfosis: la de Ovidio y la de Kafka.

Los temas de Kafka son, con variaciones, los mismos en ese relato que en sus novelas. Muchas veces se dice que el primer libro de un autor prefigura el resto de su obra, como si en él encontrase como por accidente una linterna kilométrica de la que ya no se va a separar. “En general disponemos de cuatro ideas y sobre ellas nos movemos, escribamos siete libros o catorce. Uno es lo que es. Da lo que da”. Gonzalo Hidalgo Bayal no es una excepción y en el primer título publicado, Certidumbre de invierno (1986) –antes había escrito la novela Mísera fue, señora, la osadía (1988)-, halla eco la raigambre de su pensamiento, con versos que son autopsias -“Vivir limita en un dolor estéril”- y que hallan rápida y lógica continuación en la novela El cerco oblicuo (1993) -“El quiosquero, siempre con un optimismo injustificado”-. Lucidez rayana en el humor de quien sabe, contra la máxima, que querer no es poder, y que el humor no tiene que ver con la jocosidad –en El espíritu áspero (2009) rebosa-. Aquellos libros ochenteros llegaron tras una juventud recogida parcialmente en Campo de amapolas blancas (2008). De su parte, la crítica –acaban de otorgarle el reivindicativo Tigre Juan por Nemo (2016)-, y un público no mayoritario pero esmerado y fiel. Campo de amapolas… es una historia basada en hechos reales no exenta de elaboración. Cuenta la historia de un amigo junto al que compartió lecturas de Leopardi, Sartre y Camus. De este último aprendieron a resumir el mundo en una frase: “Los hombres mueren sin haber sido felices”.

 

“Al cumplir años, la vida se degrada y te proporciona una perspectiva escéptica o indiferente”

 

- ¿Se puede ser existencialista después del existencialismo?

- Al modo poético, como experiencia personal y manera de entender el mundo, el existencialismo probablemente sea, no sé si decir, inmortal. Gran parte de la juventud tiende, o tendía, a interpretar la realidad de un modo romántico, doloroso y al mismo tiempo… [suspende la o]

-… ¿placentero?...

-Algo así. Porque engloba una especie de reafirmación basada en la conducta individual. Las cosas en mi época las veíamos literaturizadas o pasadas por el cine. Son los años, entre bachillerato y universidad, en que todo está por decidir. Son los años de las decisiones [vuelve a Kafka], cuando todo es a la vez negro y esperanzado. Al cumplir años, la vida se degrada y te proporciona una perspectiva escéptica o indiferente.

- Pero esos autores no tenían dieciocho años. Quiero decir: el absurdo de la vida no parece incompatible con un pensamiento maduro.

- No lo es, cierto, y mis escritos conservan ese componente. Yo hablaba de mi posición lectora, distinta de la de autor. Si uno lee a los diecisiete La náusea, El extranjero, incluso El existencialismo es un humanismo, se queda con aquello que le afecta intelectualmente. No creo que se sienta lo mismo a los 40. ¡Cómo nos habría gustado conocer a Cioran!, solamente sus títulos ya resultan conmovedores: invitan a la amargura, el pesimismo, la incertidumbre…

- Los del propio Kierkegaard. En esa colección de Orbis [señalo un lateral del despacho] figura El concepto de la angustia.

- Y Temor y temblor, otro buen título, ¿eh?… A Kierkegaard lo leí en Austral.

- A Kafka, ¿lo conocían?

- Sólo La metamorfosis, creo recordar. América y El proceso llegaron en la facultad.

 

“Faulkner me hizo pasar de los endecasílabos a la prosa”

Lo que recuerda sin dubitación es que Crimen y castigo cayó a los catorce y Mientras agonizo, a los dieciséis. Poco antes, con el amigo mencionado, se planteó una propuesta lectora de literatura española cuya idea era empezar por el Mío Cid, pasar al Libro de buen amor, La celestina, y así, que resultó heterodoxa. “Perdimos el norte y dimos en Mientras agonizo, en Aguilar [posteriormente la compró en Seix Barral, Anagrama y Cátedra] y fue un descubrimiento. Choqué contra una prosa especialmente intensa y poética. Mi vida cambió: dejé de escribir serventesios. Igual hubiera acabado en las novelas que he escrito, pero Faulkner me hizo pasar de los endecasílabos a la prosa”. El tercer gran deslumbramiento pertenece a Kafka: El castillo, entre El proceso y AméricaEl desaparecido-, según publicación de Max Brod. “Eso llevó a inferir a Benjamin una evolución inexistente, ya que América había sido escrita en primer lugar, y su primer capítulo, ‘El fogonero’, había salido como novelita corta”. A pesar del impacto, releería antes América. “No sé cuándo abordé El proceso, pero fue después de ver, en el 70, la película de Welles”.

- Dice en su prólogo a La metamorfosis –Akal- que el criterio estilístico de Kafka se hallaba próximo al expresionismo checo, con cuyos representantes [Gottfried Benn, Ernst Stadler, Georg Heym…] compartía visión distorsionada y lóbrega de la realidad. ¿Puede haber conexión, entonces, entre Sartre y Camus -o sea, el existencialismo- y los expresionistas? Igual es una línea que atraviesa el siglo.

- Efectivamente, el expresionismo de Kafka no tiene que ver con el de Valle. Kafka te puede afectar personalmente, Valle no. Probablemente sea así, y haya una línea marcada por el absurdo. Si en la época de Campo de amapolas no conocía a Kafka, mucho menos a los poetas expresionistas que fallecieron jóvenes en la Primera Guerra Mundial, tipo Georg Trakl, por quien Kafka sentía admiración. Nuestras lecturas estaban centradas en el periodo de Entreguerras. He leído con más provecho a los novecentistas –y Kafka estaría por edad entre ellos- y a quienes vinieron después de los años cuarenta que a nuestros autores del Cincuenta –a Cela y Delibes acudí lateralmente-.

 

“Dudo que la enseñanza pueda crear lectores literarios”

- Ahora los alumnos, ¿pueden con esa novelística? En El espíritu… se afirma que, en estos tiempos, “es discutible que se ejercite la inteligencia en la escuela”.

- Yo no los veo más inmaduros, ¿eh? Esa opinión, ¿corresponde al profesor o al narrador?

- Al narrador.

- El narrador no tiene por qué estar de acuerdo con el autor, aunque ciertamente está controlado por él. Es un tema controvertido. En mi época, dese cuenta, había dificultades de todo tipo: estudiaban Sexto de Bachillerato cincuenta o sesenta personas en el mismo radio comarcal en el que ahora pueden hacerlo dos mil. A los exámenes de ingreso se sumaban las limitaciones económicas y otras de tipo sociológico. Era una cosa de alpinistas. ‘El que llegue, llegue; y el que no, se apañe’. El conocimiento no estaba al alcance de todos, esa es la mayor diferencia respecto de hoy. La Formación Profesional era un recogedero. Hoy un alumno bueno, al acabar Segundo de Bachillerato, dispone de una preparación mejor que la que yo tuve en PREU. Otra cuestión es la competencia lectora. Es verdad que el estudio de Lengua y Literatura estaba mejor antes, en el antiguo BUP. Ahora están juntas las dos asignaturas y prevalece la sintaxis. Los últimos años, impartiendo clase en ESO, era imposible dedicar tiempo a lectura comprensiva; había que cumplir un programa. En tercer lugar tenemos la lectura literaria. Ésta no sé de qué depende. Dudo que la enseñanza pueda crear lectores literarios. El momento en que alguien se hace lector convulso solo depende de ese alguien. No se puede enseñar. Muchos leen empujados en el instituto y, cuando deben ser autónomos, se retiran. Yo lo comparo a la Primera Comunión: se preparan, la hacen y no vuelven a misa ni a comulgar ni a confesarse.

Aunque “se escribe mucho” y “no hay mucho sobre lo que escribir”, y a pesar de que la verdad “en estos tiempos modernos siempre es mediocre y prosaica”, no detecta en sí ningún malestar en la cultura y se lleva bien con el presente. “Es arriesgado pretender leer hacia fuera los libros”. No niega que comparte lo dicho en Nemo -que se escriba demasiado y la verdad sea barata-, pero, sobre todo, a Bayal le interesa ser leído hacia dentro: lo que se dice debe tener justificación interna. “En Nemo, puesto que el personaje decide guardar silencio, todo lo que se acumule en torno a la saturación de las palabras y la malversación de la lengua, tiene sentido. ¿Que luego se pueden sacar conclusiones hacia fuera? De acuerdo”.

- Lo que se diga, al servicio de la idea de la novela.

- Si es coherente dentro, me despreocupo de cómo se reciba fuera. Y eso de que no haya mucho que escribir igual es una frase más redonda que cierta.

 

“Si no hay nada que aportar, mejor callarse”

- Pero todos sentimos que sobran palabras, que hay palabrería.

- Eso sí. Ferlosio habló de las cajas vacías refiriéndose al espacio del periódico que hay que llenar de todas-todas, haya algo que decir o no. Se preguntaba: ‘Si un día sale con cuarenta páginas, ¿por qué no lo hace otro con ocho?’. Pues no: pase lo que pase, cuarenta.

- ¿Qué lee más: opinión o información?

- Cada día menos opinión. En casa, leemos en papel y en la red y nos cuesta encontrar una opinión enjundiosa. Hay gente escribiendo a diario, o una vez por semana, o cada quincena. ¿Cómo se puede tener algo de interés que decir con esas frecuencias? En mi blog me he propuesto varias veces publicar al menos doscientas palabras una vez por semana, pero me siento incapaz ¿De qué voy a hablar?: ¿de Susana Díaz?, ¿de FAES? Además, ya lo han dicho todo otros, a favor y en contra. Si no hay nada que aportar, mejor callarse.

- La semana pasada, Julio Llamazares reivindicó a Sartre en su columna, lamentando que Dylan no haya rechazado el Nobel…

- … lo leí. Lo que pasa es que once años más tarde reclamó el dinero a través de un intermediario, según supimos por las memorias de un miembro de la Academia.

-…vaya. El caso es que, entre unas cosas y otras, ha sido como apartado en beneficio de Camus; principalmente con eso de que apoyó el maoísmo a ciegas y sus críticos opinan que a sabiendas de las malaventuras de la Revolución Cultural. Arrabal, Bloom… siguen hablando bien de él, centrados en su obra, pero no cotiza al alza. ¿Usted se reconoce sartreano?

- La edad te cambia. He releído a autores del Cincuenta frecuentados a los veinte, y he salido diciendo [en voz baja]: “Qué cosa más malita y torpe, madre, cómo me pudo entusiasmar”; no hablo [recupera la voz] de Ferlosio, Benet o Aldecoa, naturalmente. ¡Y al revés!: hubo libros de realismo social que en la universidad no me agradaron y ahora sí. Si tuviera que volver a un libro de Sartre, escogería Las palabras, con sus dos capítulos: ‘Leer’ y ‘Escribir’. No me disgustaron Qué es la literatura ni las deliberaciones de El idiota de la familia, sobre Flaubert, al menos las del primer volumen, que es el que leí. El ser y la nada se me escapa y el teatro lo tengo olvidado. De Camus optaría por esa autobiografía moral e intelectual que es su novela póstuma: El primer hombre. La peste nunca me gustó por lo de antes: está escrita con voluntad alegórica y te obliga a leer hacia fuera. Lo mismo me acaba de ocurrir con Las tierras del ocaso, de Gracq. Me gusta cuando es descriptivo y sensorial; aquí hay que suponer que está hablando de los años cuarenta en Francia… no es autónomo.

- Si hay algo para afuera es la poesía. Alegorías, lenguaje –y/o pensamiento- más o menos críptico...

- La poesía se proyecta por encima de nosotros. No me opongo en absoluto. Y si me lo explican en una novela, digo: “Ah, pues bien”. No censuro que un libro vaya hacia fuera -de Nemo se pueden, y tal vez se deben, extraer conclusiones-, aspiro a justificarlo, antes que nada, hacia dentro. Por sí mismo. A que su valor no dependa de lo extrínseco.

- ¿Por qué abandona la poesía?

- No me surge. Para escribir más allá de las bromas parapoéticas de mi blog tendría que esforzarme, y me parece tramposo. Yo no tengo que esforzarme para avanzar en una novela.

- ¿La sigue leyendo?

- Cada vez menos. Releo a los poetas que conozco. Entrar en jóvenes me da pereza. Si es cierto lo que dijo Pla, que quien lee novela después de los cuarenta es tonto, yo soy tontísimo.

- “Los árboles desnudos son apenas / insinuación fugaz de la desidia”. “La luna vaga cómplice, culpable”. En Certidumbre… el mundo parece un trampantojo, ¿de qué?

- De quién: de mí. Pretendía una expresión unitaria y objetiva de la tristeza. Sin intervención de la primera persona. Surgió en el 84-85, y salió en el 86. En contra de la teoría según la cual la lírica es la expresión literaria del sentimiento; el ensayo, del pensamiento; y la novela, de la acción o del movimiento, mi objetivo era que el libro fuera triste sin que el poeta lo estuviera.

Gabriel y Galán no fue un poeta triste. Llama la atención el prólogo que escribió a propósito de él en 1991, logrando encajar a William Blake y Robert Walser. “Me comprometí con Ángel Campos: él haría El miajón de los castúos, de Chamizo, y yo de las Extremeñas; pero no cumplió lo pactado y me quedé solo en el empeño”. La Diputación de Badajoz, por medio de Ricardo Senabre, puso en marcha una colección destinada a publicar con cierta decencia a autores extremeños clásicos –Reyes Huerta…-. Las ediciones debían estar a cargo de gente no especialmente conectada y en ningún caso extremeñista. “Sigue habiendo extremeñistas… el otro día discutí con uno curiosamente a cuenta de Gabriel y Galán, sobre si era o no buen poeta. Tenía habilidades métricas y pare de contar. Yo también puedo escribir un soneto en diez minutos, de metro perfecto; otra cosa es la sustancia… No me importó hacer el prólogo, no es ofensivo y no digo que sea grande”. Manejó primeras ediciones “disparatadas”. Gabriel y Galán falleció a los 34 de apendicitis y legó una obra corta y sin fijar. “Los editores cometieron un desatino dialectal tras otro. Me libré de un nuevo prólogo, años después, a una obra completa que preparaban los nietos, que son extremeñistas, o, por lo menos uno, con el que negocié. No interesaba mi presencia. A mí tampoco me hacía mayor ilusión. Ni siquiera nos poníamos de acuerdo en el criterio de los títulos, algo parecido a lo de La transformación”. Bayal era partidario de mantener los canónicos -Religiosas, Campesinas, Extremeñas, Castellanas- y ellos de cambiarlos. “Buena gana. ¿Cómo salieron? Ni idea. Yo creo que los lectores de Gabriel y Galán no existen porque los muy fieles –en los pueblos pegados a Salamanca, Ahigal: Guijo, Granadilla…- se lo saben de memoria y no precisan leerlo; y los demás no meten en él ni un pie.

- Tampoco es mérito pequeño pasar a la oralidad.

-No lo es, pero, entre otros, ese es el motivo que le lleva a la extinción. Poca gente defiende a estas alturas el castúo, dialecto que también morirá.

 

“Venir de fuera propicia ver lo que los propios no ven”

- Ginsberg practicó la poesía oral y le ha servido, si bien no la desligó de la escrita.

- Las banderas de ese poeta pueden seguir más o menos en pie, el mundo del nuestro ha desaparecido. Los poemas dialectales tampoco van más allá de ocho o diez. Él era maestro en Piedrahíta, Ávila. En el fondo, un señorito que vino al campo [extremeño] tras casarse. Aquí se limitaba a ver a los mozos arando, segando, trillando. Ese mundo está sepultado. Mi madre tiene en la mesilla sus obras. No lee bien porque la letra es pequeña, pero le gusta porque se crió en un pueblo y ha vivido el tipo de cosas que cuenta. ¿Alguien lee a su amigo Pereda? Tampoco a otros del XIX, pero a Pereda… [abre los brazos]. Como mucho, podrá pervivir como poeta fundacional. En esta zona, dejemos las cosas claras, hay dos elementos fundacionales: uno, Gabriel y Galán. Dos, Buñuel. Pero como Las Hurdes, tierra sin pan es la intervención del diablo -por llevarlo a Blake-, cuenta con los odios y las fobias de los nativos. Su película viene a ser como Lo que el viento se llevó en Atlanta, pero al revés: aquí no logran encontrar un aspecto positivo. Así que nos movemos entre las Extremeñas y Las Hurdes. Nuestra Ilíada y nuestra Odisea.

- Los dos, oriundos.

- Venir de fuera propicia ver lo que los propios no ven. Con Gabriel y Galán no hay problema por complaciente, pero el año pasado Jesús Santos organizó un congresillo buñueliano en la alquería de Las Mestas [núcleo de Ladrillar, mancomunidad de Las Hurdes] y los hurdanos seguían echando espumarajos por la boca.

 

“Con Las Hurdes, tierra sin pan, lo que pretende Buñuel es mostrar una realidad tristísima”

 

- ¿Es el componente rural lo que les lleva a no cejar?

- … Dicen que Buñuel falseó la realidad, y efectivamente lo hizo, pero era su deber: una cosa es la verdad literaria -o cinematográfica- y otra la histórica. Por ejemplo: la película muestra un niño muriendo y ellos se quejan de que ese niño no murió. De que es falso y está guionizado. ¿Y? Lo que pretende es mostrar una realidad tristísima.

- ¡Qué cosas!: en un filme, cuando hay una boda, ni los personajes son novios, ni se están casando. Esa realidad mostrada, “tristísima”, es una mentira al servicio de la verdad, de la que es equivalente.

- Pero cuando la verdad duele, el pueblo se pone en contra.

- Todavía si fuera un elogio de la pobreza -como algunos nuevos neorruralistas están próximos a cometer- lo entendería. ¿No será llanamente que la recepción popular ha filtrado poca cultura y sus sostenedores no saben no ser susceptibles?

- Marañón escribió un diario curioso durante una visita a las Hurdes para preparar el viaje de Alfonso XIII. Pasa por un sitio, ve a gente famélica y, a continuación, se pega una comilona opípara. En el fondo, no oculta los problemas de inanición. Vio a un hombre, tan enfermo que parecía a punto de morir, matar a un cabrito, comérselo, y curarse. Su enfermedad no era otra que el hambre. Marañón cuenta en esencia lo mismo que Buñuel.

- A él no se enfrentan porque no lo han leído.

-De Marañón no opinan. Difícilmente sabrán quién es; que lean su diario es tarea imposible. Mi edición es en facsímil, no creo que esté distribuido.

- Eso que dice en el precioso volumen La princesa y la muerte (2001) de que los enemigos son más misericordiosos que los amos, ¿procede del agro?

- En la ciudad es posible con los asalariados, pero el origen y el sentido son campesinos, efectivamente. El amo persigue el mayor rendimiento del siervo, sin consideraciones. Hoy ya no lo sé, en estos tiempos convulsos, pero en la tradición los enemigos son iguales. Podemos verlo en la Ilíada. Saben que pertenecen al mismo rango y se respetan; y si muere el de enfrente, el de este lado permite unas exequias heroicas. Mi madre se crio en un pueblo –años treinta y cuarenta- y contaba las prácticas de los amos con los jornaleros. En la moda actual de lo rural, han convertido las migas, qué curioso, en plato turístico: las ofrecen de primero en los restaurantes. Pero, igual que el gazpacho, no era más que un plato de pobre para aprovechar el pan duro. Yo he oído contar a mi madre cómo los ricos mandaban a los criados al campo y les preparaban unas migas muy aceitosas para desayunar. Ingeridas, se expanden y ya no comes en todo el día. Era una táctica para explotar a los jornaleros. Se ahorraban la comida del mediodía o les daban una muy escasa y de bajo coste. Esa deferencia era un modo de crueldad. A los señores jamás se les ocurrió comer migas.

- Ahora que están, como atestigua, de moda la naturaleza y los pueblos, me ha gustado apreciar cierta vindicación de la ciudad en Paradoja del interventor (2006), si a tal cosa llega. Establece que hasta los pájaros se marchan a las ciudades. Puede ser la simple constatación de un hecho, pero acompañada de barrabasadas rurales tales como apedrear a perros que se están apareando; mientras las ciudades emergen como el único sitio donde hay mendigos. Sin descuidar que, en sintonía con Las Hurdes, en épocas pretéritas “se malvivía con una mala huerta y se padecían todas las enfermedades de la tierra”. No sé si hay mirada piadosa hacia el entorno rural. Doy por hecho que sí. Pero también la constatación de que el desarrollo está donde está.

- Recuerdo que a mi pueblo [Higuera de Albalat, Cáceres], acudía de vez en cuando un mendigo. Pasaba unos días en él e iba al siguiente pueblo. No pedía, se limitaba a dejar que los vecinos le socorrieran como bien pudiesen. Iba descalzo, un auténtico pordiosero. Lo comentabas en zonas cercanas y te decían: “Pero si también pasa por aquí”. Esas cosas desaparecieron. Antaño había una mendicidad ambulante rural. De la misma manera que hubo, y hay, una emigración del campo a la ciudad por cuestiones perfectamente comprensibles, también la hubo y la hay de los pájaros. ¿Dónde van a encontrar mejor comida?

- En mi ciudad las cigüeñas salen a comer a los basureros, pero en seguida vuelven. Les gusta la contaminación de la vida moderna. Pasean por el centro de las ciudades. Desde las alturas ven las pastelerías, los hospitales, las bibliotecas, las fuentes, los parques, los museos...

- Pues como las cigüeñas, los demás. Mi pueblo está en cien habitantes… ¿cómo van a ir mendigos? En Plasencia, todavía: tenemos una mendicidad comunitaria. Si salimos y vamos por la calle Sol, encontraremos en un sitio a una chica rumana y en otro a un señor de no sé dónde. Pero, ¿dónde?: en la calle Sol, donde hay aglomeración. En Madrid acostumbro a subir por la calle Torrecilla de Leal hacia Antón Martín para desayunar. Bien, pues más allá del bar Parrondo, al lado de una panadería, se pone una señora, siempre la misma, como si tuviera el sitio reservado, con un letrero muy bonito que dice: ‘Soy una mujer triste’. Tiene que estar en un punto de paso. En las novelas de Galdós eran las puertas de las iglesias, y se armaban unos tinglados parecidos a los que saca Buñuel en Viridiana -Buñuel es rompedor: se supone que, ante la caridad, el socorrido debe responder con agradecimiento. Él da la vuelta al sobreentendido igual que los hurdanos le dan la vuelta a él, pensando que les quiere denigrar cuando les muestra conviviendo con animales… cosa que he visto yo en los años sesenta y setenta: en la misma casa con el burro y el mulo-. Pues ahora la mendicidad se ha desligado de las puertas de las iglesias hacia Callao, Preciados, la FNAC, El Corte Inglés y calles concurridas como la de la Mujer Triste. Ella te dice buenos días cuando te acercas. A veces das y a veces no. Si das, no hay problema: le devuelves el saludo. Pero, si no, ¿contestas? Si contestas y no le das… no queda muy bien, pero si no contestas suena maleducado. ¿Qué haces? No se me escapa que su buenos días es su instrumento de trabajo. Es lo que sustituye al una limosnita por el amor de dios. Si en lugar de estar sentada al lado del recipiente, estuviera de pie a dos metros, no me saludaría. Su buenos días no es el que doy al portero por la mañana. Me crea un dilema, no sé cómo comportarme. Si no le voy a dar, acabo escogiendo la otra acera.

- Es un saludo utilitario, no hay urbanidad.

- Totalmente utilitario. Cuando hablaba de las funciones del lenguaje en clase, contaba que a veces la representativa, que es la neutra, contiene funciones interrogativas o expresivas o exhortativas. Esto es un poco lo mismo. Es un buenos días que de buenos días no tiene nada. Llaman la atención el cartel, bien escrito, igual confeccionado por otra persona, y ese acierto retórico: ‘Soy una mujer triste’. Qué distinto de otros -‘Soy español’, ‘Soy extremeño’…- que caen en la xenofobia mendicante, o aquellos que apelan a la conmoción: ‘Estoy en paro’, ‘Tengo tres hijos’… Yo le doy mi dinero a ella antes que a cualquier otro.

- Su interventor [Paradoja…], ¿podría pasar por mendigo?

- Se convierte casi en uno, va adquiriendo el ropaje… pero no lo era y no lo es. Una vez pasa por una churrería a punto de cerrar, casi de madrugada y no sé si paga algo o le invitan…

- … creo que le invitan…

- … pues luego le invitan una segunda vez, cuando vuelve y dice que solamente quiere oler. Y renuncia a pasar más: si le socorren dos veces y a la tercera le mandan a paseo, él será culpable de convertir un acto generoso en insolidario.

- También le invitan a café en la estación.

- Pero no adquiere perfil pordiosero, se busca la vida... A mí me interesaba ver cómo alguien se va degradando al no contar con recursos, pero también resaltar el rechazo por parte del entorno al personaje que se encuentra en esa situación.

- Luego entabla alguna amistad.

- Con otros llegados de fuera que se han acomodado, pero están en situación parecida: el barquillero, el trapero…

Lo acaba de decir: un principio narrativo suyo consiste en situar en una localidad a un foráneo con problemas de adaptación. Eso pasa en los pueblos, pero también en las ciudades, en diferentes grados y por diferentes motivos. En Mísera… –con alguien que va a la ciudad a investigar sobre el padre-, en Amad a la dama (2002) –con esa especie de indiano rico que llega al pueblo-, en El espíritu… -Gumersindo vive dentro de la ciudad pero al margen-, en Nemo –el entorno más pequeño todavía-. Él se percató de este eje en la presentación del Interventor. “Espero explorar cada vez mejor el territorio. Welles se quejaba de que los críticos censuraban siempre su última película en relación a las precedentes, que eran magníficas”. De acuerdo a las categorías de su admirado Ferlosio en Las semanas del jardín, escribe novelas-ajo. “Hay dos procesos narrativos: el ajo y la cebolla. La cebolla es investigar la verdad por capas y no llegar al fondo hasta el final; son novelas de averiguación -las detectivescas, pero no sólo-. El ajo es el procedimiento de aquellas en que todas las partes están a la misma distancia del centro. Eso, que él aplica como teoría narrativa, lo sería a todo lo que uno escribe. Puede que la segunda novela sea mejor que la primera, y la cuarta sea mejor que la segunda, o al revés. Lo interesante es que todas guarden equidistancia en torno a un centro”. Y el centro de Bayal debe de ser la no asimilación del que llega de fuera por parte del colectivo.

 

“El atractivo de las ruinas viene de ser lo que son y el destino de lo que han sido”

- Otro centro suyo es la belleza de las ruinas [“El estímulo elegíaco, fugaz y desolado de las ruinas” –Amad…-; “Preferí cavilar sobre las tristezas del crepúsculo, la seducción de las ruinas” –Nemo-].

- Las ruinas, tan frecuentes en Benet, ¿verdad? Su contemplación me resulta atractiva. Recuerdo un viaje a Grecia, hace mucho. Subimos a Micenas, el reino de Agamenón. Ver que no quedaba nada fue fascinante… El atractivo de las ruinas viene de ser lo que son y el destino de lo que han sido. Si yo voy en coche y veo un edificio flamante, lo desprecio, pero ante uno ruinoso paro, si puedo. El nuevo tiene, a lo sumo, porvenir de esperanza; el derruido emite señales aunque no las sepas descifrar. Pero, cualquier tipo de ruina, ¿eh?, no hace falta irse a Grecia. La caseta misma del guardagujas que sale en el Interventor. Me basé en una a la que dejaron de llegar trenes. Se quedó sin techo y al final sin paredes. Hoy no existe salvo en mi memoria.

-¿Se puede decir que el griego antiguo y el latín son lenguas muertas –que también le fascinan-?

- Desde el punto de vista lingüístico, sí. Pero conservan su vigor. Acudir a los primeros testimonios del castellano medieval es arqueología, lo que no pasa con el latín y el griego. Muchos textos se han perdido, pero los que conservamos mantienen vigente lo mejor de aquellas lenguas, de aquella cultura y de aquella literatura. ¡No puedo comprender tanta sutileza en Lucrecio!, ¡da gusto leerlo! ¿Y las cartas de Plinio?, y eso que no es un autor cimero. ¡Qué clarividentes!, ¡qué inteligentes! Y los frailes medievales… sólo anotan unas palabritas en el margen. Platón y Aristóteles no son ruinas.

- Ellos no. La lengua que usaron, detenida.

- Un amigo me dijo hace poco que después de muchos años leyendo a Kant, por fin había entendido la Crítica de la razón pura. Yo creo que por mucho que lea a Platón y a Aristóteles no llegaré a entenderlos de manera completa.

Tal vez las ruinas sean la más perfecta representación de la imperfección que atañe al hombre. Tal vez en ellas hay algo definitivo que no se puede ya romper. Y eso las acerca a la eternidad, ansiada y lejana, imposible. “La felicidad es imperfección”, dice en Amad… En cambio, en otro libro sostiene que decir precisión es tanto como decir belleza. De esa mezcla de contrarios surge la plenitud en la pócima de la belleza.

- Otro centro suyo es la geometría, presente prácticamente en todos los títulos: El desierto de Takla-Makán, El cerco…, Un artista del billar, Amad…, Nemo. Excepto en El cerco, el cálculo simétrico da idea de una configuración más o menos organizada del mundo.

- Yo creo que sí. Decía Henry Miller que llamamos confusión a un orden que no entendemos. Mis personajes son ordenados y yo, probablemente, dentro del desorden que pueda haber en mi biblioteca, también. En El cerco quise ejemplificar los desvaríos de la razón a base de combinaciones geométricas urbanas.

- ¿Qué lugar ocupa la imprecisión en la geometría? Recordemos el calor humano que hay en lo defectivo.

- Las imprecisiones del narrador son, más allá de lo que yo haya hecho, elementos de verosimilitud. La imprecisión es del narrador. Que la precisión sea bella, sin duda. Hoy admitiría que la imprecisión también lo puede ser. No es incómodo, cuando uno tiene que narrar desde un punto de vista que no es la primera persona, el dejar las cosas en suspenso. Hay cosas que no se saben o no se pueden decir porque sería narrativamente contraproducente. Es mejor ir sembrando imprecisiones capaces de ocultar otros silenciamientos, dejar piedrecitas blancas de Pulgarcito. El narrador omnisciente no tiene por qué saberlo todo, una vez me dijo un alumno: ‘Si el narrador es omnisciente, ¿por qué no lo cuenta todo?’.

- Uniendo la imperfección de las ruinas, la perfección de la geometría, las imprecisiones del narrador y la belleza de la precisión… llegamos sin duda a los jardines, donde también se mete usted. En Nemo vemos que si están cerrados son clausura.

- Los jardines son la negación del paraíso, o del paraíso privado.

- Si la idea es muy redonda, ¿ahoga la belleza?

- Los jardines son objetos de contemplación estética pero nadie vive en el jardín –o sea, en el paraíso-. Y el que vive lo tiene como oficio, no como un destino existencial.

- “Quien vive en el jardín es jardinero y el jardín es su oficio, no su paraíso. El jardín es una aspiración, no un destino: se desea entrar, pero es mejor verlo desde fuera, incluso a distancia, desde lejos, porque en el momento en que se accede al jardín su condición se desvanece. Los jardines son sólo fantasías visuales y crueles”. En Amad.

-Podríamos usar la sentencia de Campo de amapolas y El espíritu…: ‘Custos quoque captivus’ -El carcelero es también un prisionero-. Sería como vivir en el jardín.

-En Conversación dice que la cárcel “no es un lugar relacionado con el pecado, sino con el delito”.

- Y que el delito es un pecado social y el pecado un delito religioso. Y que puede haber pecados que no sean inmorales e inmoralidades que no sean delito.

 

“El estado de esperanza es más venturoso que el de consecución”

- ¿La belleza es un delito?

- La belleza puede ser un pecado.

- ¿Las flores detentan belleza o son esclavas de sí mismas?

- No me llaman la atención los paisajes suntuosos.

- Hablemos de lo comestible de las plantas, pues. “El pecado original no es comer la fruta prohibida, sino querer permanecer en el jardín sin convertirse en jardinero”.

- En el momento en el que se entra en el jardín, el jardín deja de ser aquello a lo que se aspiraba.

- Que está en Amad

- Claro, el estado de esperanza es más venturoso que el de consecución. Uno puede sacar unas oposiciones de instituto, y no disfrutarlas… En un porcentaje alto, los fracasos amorosos se producen por entrar en el jardín.

- Pero hay que conservar lo alcanzado.

- La vida es una tarea fatigosa. Todo lo que merece la pena es laborioso de mantener. Hay que darse cuenta de que ser jardinero no es tan malo.

- Antes mencionó la peripecia métrica de las formas poéticas cerradas. En Campo de amapolas…, H califica el soneto de “habilidad estéril” y, en su alegato contra la pintura, testifica que un bodegón “es un soneto”.

- Alguien dijo que no existe el soneto perfecto. Quizás una de las mejores aproximaciones en castellano es el ‘Amor constante más allá de la muerte’… pero sólo los tercetos [y recita a doble velocidad]: “Alma a quien todo un dios prisión ha sido, / venas que humor a tanto fuego han dado, / médulas que han gloriosamente ardido, / su cuerpo dejará, no su cuidado; / serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”. Es probable que en el soneto prevalezca la forma sobre la idea. Decía Fabio Morábito que un poema se escribe verso a verso: cuando escribes el primero no tienes el segundo, ignoras hacia dónde va la palabra. Puede que tenga razón: la forma narrativa consta de un recorrido y, en la poética, uno escribe un primer verso, el que dan los dioses, y no sabe si continuará. Eso me pasó en mi poema favorito de Certidumbre…, que consta de dos versos -un apunte que no halló desarrollo-: “Siembran los hombres con torpeza lenta / su ruda cicatriz sobre la nieve”. Pues cuando uno escribe un soneto, la idea de la prosa interfiere en la poesía. Es probable que prevalezca la habilidad sobre la idea, es muy difícil adecuar una estructura cerrada a una significación inicial amorfa. Entonces, tiene algo de bodegón.

 

“Me declaro juanramoniano y ferlosiano”

- ¿Le gusta Juan Ramón?

- Mucho.

- Tuve la impresión de lo contrario. Dice que lleva el intimismo melancólico a la saturación.

- Es que escribió muchos bodegones, ¿eh? Pero si mira lo que hay a su espalda, la balda de abajo entera es Juan Ramón. En la adolescencia hay gente que lee Romancero gitano y escribe a lo Lorca. Yo leí repetidamente a Juan Ramón, sobre todo al primero, y mis composiciones eran puro él, romances plañideros.

- ¿Al primero? El segundo lo pone al nivel de Valéry, Pessoa y Eliot.

- Pero a los quince sólo conocía al primero. Escribí una cosa titulada ‘Los chopos del Jerte’, imitación endeble y descarada, sin darme cuenta, de Arias tristes, Jardines lejanos y Pastorales. No lo citan entre mis influencias, pero, más tarde, el prosista Juan Ramón fue un maestro para mí. Hay dos libros perfectos: Platero…, de prosa lírica, subordinada, con muchas comas; y Españoles de tres mundos, intelectual y constreñido. Me declaro juanramoniano.

- Y Ferlosiano. “Por razón narrativa cabe entender cierta forma de predeterminación esencial y la decidida disposición personal que subyace en el proceso literario, desde la situación preverbal y silenciosa que ilumina el entendimiento del escritor y pone en marcha los mecanismos remotos de la narratividad hasta el comportamiento y los productores lingüísticos resultantes” -El desierto… -.

- El subtítulo de Camino de Jotán es ‘La razón narrativa de Ferlosio’. En ese libro [El desierto…] sólo hay dos cosas con entidad: ‘Elogio del Jeco’ y ‘El argumento y la felicidad’. Las demás son circunstanciales. Quería dar a entender que, escribiera lo que escribiera, Ferlosio es un narrador. Por mucho que elucubre abstrusamente, su exposición es fundamentalmente narrativa porque su razón es una función narrativa antes que intelectual.

- La razón, ¿es lo que te empuja a ser lo que eres por encima de que no quieras serlo?

- Diría que sí, en un escritor polifacético –capaz de poesía, teatro, novela, música y pintura- con la idea viene la forma: si es poesía o relato. Mayoritariamente disponemos de una sola razón, y limitada. La prueba de que se hagan antologías es que mucho de lo que hacemos sobra. La visión optimista es que conseguimos aciertos. La antología corresponde a la razón poética y el resto es la labor del que la lleva a cabo. Hay una predisposición en un sentido u otro que no tiene que ver con lo de ‘¿el poeta nace o se hace?’. La predisposición no tiene que ser innata. Si uno escribe novelas y deja de leer novelas, y pasa a leer poesía, acabará escribiendo poesía. Nos configura lo que leemos. Y viceversa.

- Hay un componente intelectual.

-Sí, porque si yo hubiera tenido unas posibilidades o circunstancias diferentes, lo mismo en lugar de escribir novelas, rodaba películas.

- Y une lo intelectual a lo surreal, normalmente separado. “Ya cuando niño aprendió que todas las combinaciones o vínculos de interés se producen siempre en un plano surreal, puramente intelectual”. El espíritu

- Tenemos un modo de comprender la realidad. Cada cual, el suyo. Y ese modo puede ser surreal. Uno está afectado por su comprensión, que puede ir contra los modos habituales de entender y hasta ser equivocados. Probablemente de una asimilación errónea, surgen las genialidades, las diferencias respecto a la comprensión común de los hechos.

Se dice en Nemo, y funciona hacia dentro y hacia fuera, que, si las palabras mienten, “es mejor no utilizarlas”. A la vista está que a veces la conversación es mejor que el silencio. Entonces la vida parece un jardín habitable.