Juan Arnau es astrofísico y doctor en Filosofía Sánscrita, pero, sobre todo, es escritor. En poco más de tres lustros ha publicado casi una veintena de títulos, algunos referenciales en el panorama actual. Para él, la filosofía es el cultivo del asombro y no pasa día sin que se pregunte, como una oración, para qué estamos aquí. El afán por saber lo personifica en Leibniz, al que acaba de dedicar el tercer volumen -El sueño de Leibniz (2019)- de una trilogía que comprende El cristal de Spinoza (2012) y El efecto Berkeley (2015). Spinoza supone la amistad, “clave de la vida filosófica tanto para el Buda como para el sefardí; la esencia del primer ay fundamental” y Berkeley, el mago irlandés, significa la percepción, “sin la que no habría curiosidad ni amistad”. La vida, defiende, es eso: percepción; lo demás son “conjeturas metafísicas”.

Hay otras obras que aspiran al entretenimiento y usan personajes atractivos, como Leonardo, en busca de una excusa para levantar una intriga huera en lo literario; hace no tanto, Irvin D. Yalom sirvió un descafeinado en El problema Spinoza, cuyo punto de partida era la ocupación nazi de Países Bajos en 1940 -el nazismo, todo un fetiche del best seller-. El uso y disfrute de la figura histórica con ánimo comercial es visible en muchos libros, no así en los de Arnau, aunque confiesa que le acompaña el deseo de conquistar al gran público. La trilogía mencionada se sustenta en un estilo inequívocamente literario. No desarrolla ficciones agradables; no sólo da cuenta de los hechos, los explica. A este género, ya practicado, él lo llama ficción filosófica. Se basa en volcar conversaciones, confidencias y anhelos de los protagonistas. El cristal Spinoza es un guion cinematográfico, El efecto Berkeley adopta forma dramática y El sueño de Leibniz funciona como diario de duermevela, “sin adornos ni sentimentalismos”. Es la filosofía en un escenario en el que todo está dispuesto para escuchar la voz de los personajes y del paisaje o, como él dice, “el drama real de la vida y el pensamiento en su circunstancia”. Son sucesos de las vidas de Spinoza, Berkeley y Leibniz que, en cierto sentido, forman una colección de postales. Para Arnau el más importante de los tres es Berkeley. “Sostuvo que el mundo está hecho de impresiones. Que ser es percibir”. Nada mejor, pues, que el teatro para su crítica de las abstracciones, a las que después volveremos. No hay un yo frente al mundo, hay una participación mutua del mundo y del yo. “Es un elogio de la atención. De la luz y los sonidos. De la vida como apariencia verdadera. Las sensaciones no son duplicados de las cosas, sino las cosas mismas. Sujeto y objeto se confunden. Y, disculpe la lírica, es una inmersión en el agua clara de la sensibilidad”.

- “La naturaleza está escrita en lenguaje matemático” parece un eslogan de marketing. ¿Es así o, como proponía Einstein, dios juega a los dados con el universo?

- Einstein, como todos aquellos formados en matemática, creía que había unas leyes inmutables en la naturaleza, algo que, por otro lado, considera la mayor parte de físicos, y se ha convertido en un dogma de esta ciencia. Es decir, él creía en un universo en evolución, donde todo cambia… salvo unas leyes escritas en un lenguaje de carácter simbólico que, por así decir, habitaban un “cielo matemático”. En este sentido, era seguidor de Spinoza y de la tradición judía -cabalística y filosófica-, que hizo, y hace, de los símbolos entes eternos; y que son aquellos que no cambian pero hacen que todo cambie. No deja de ser curioso que el genio y la imaginación de Einstein, que abrieron las puertas a la física cuántica, no supiesen aceptar una consecuencia cuántica: el universo abierto y unas leyes del mundo mutables.

 

“El padre hace al hijo tanto como el hijo al padre”

- Un dios simbólico no es un dios hecho.

- Se va haciendo a medida que se van haciendo sus criaturas. De manera inconsciente, Einstein prefería un mundo acabado, en el que la partida ya estuviera jugada, aunque no conociéramos su desenlace -sólo Dios lo sabía-. El filósofo budista Nāgārjuna lo decía de un modo elocuente: “El padre hace al hijo tanto como el hijo al padre”. Esa participación radical, implícita en la filosofía de Spinoza, es la que me interesa. A ella está dedicada La invención de la libertad (2016).

- En el libro siguiente, La fuga de dios (2017), afirma que el paradigma dominante en la ciencia nos ha robado la voluntad y que vivimos en un mundo dominado por tecnócratas.

- El mundo de hoy libra una batalla, más o menos explícita, entre tecnócratas y humanistas. Los primeros detentan el poder de lo cuantitativo: los números que rigen la economía y la riqueza de las sociedades. Ellos creen tener ganada la batalla. Los segundos abogan por lo cualitativo y lo creativo. Pero, en el fondo del motor interno del aparato financiero, ese que hoy devora la economía real, en su raíz más profunda, no encontramos los algoritmos de los ordenadores que controlan los mercados bursátiles, sino pasiones humanas como la codicia o la envidia. Y sobre éstas, los tecnócratas apenas saben nada, simplemente se dejan arrastrar.

- Por ellas.

- Por ellas. Sobre las pasiones los expertos son los humanistas. De modo que los problemas generados por un mundo en brazos de la técnica sólo podrán resolverse mediante el humanismo.

 

“Escribir es una forma, entre otras, de aprender y organizar el pensamiento”

- Creerá en la inspiración.

- Siempre y cuando me pille trabajando. Lo que no es tradición es plagio y todo escritor, cuando practica el ensayo, escribe tanto para los demás como para sí mismo. Escribir es una forma, entre otras, de aprender y organizar el pensamiento. Por ejemplo, lo esencial en el proceso de escritura del Manual de filosofía portátil (2014) fue ponerme en el pellejo de los grandes pensadores y ver el mundo desde él. Hemos abusado de la filosofía crítica, es hora de una filosofía de la empatía, de ver con los ojos del otro. De congeniar. La filosofía debería ser un arte de la simpatía. Y, en ese sentido, para mí, como para cualquier lector, la vida y las ideas de los filósofos sirven para trazar un camino filosófico propio.

El Manual de filosofía portátil fue finalista del Premio Nacional de Ensayo y es su obra más conocida. Surgió de la necesidad de regresar a casa. Algunos viran a Oriente hartos de Occidente. Él hizo casi el trayecto inverso: después de una década investigando el budismo, sintió que necesitaba redescubrir su propia tradición. Primero, de forma espontánea, casi lúdica, eligió a los pensadores que más le interesaban. Poco a poco, se encontró recorriendo la historia de la filosofía con ojos budistas. “Lo que veía no era lo que nos habían contado y quise ofrecer mi perspectiva”. Una máxima de ese libro es que la filosofía es algo que ocurre en la vida, no es la vida la que está encerrada en la filosofía. Tenemos en él un acercamiento a las facetas de los filósofos no estrictamente filosóficas, sino vitales: la correspondencia, los apegos, los viajes, el sedentarismo, el modo de ganarse un sustento. “Tengo un amigo lo ve como un libro de lecturas, y creo que acierta”.

No hay normas de conducta aplicables a los diecinueve personajes elegidos, pero sí es verdad que todos ellos desarrollan unas vidas que podríamos llamar filosóficas. El libro se centra en varias categorías, sin mencionarlas; la primera, la vida afectiva. “Es asombroso comprobar cuántas personas fueron solitarias, o eligieron la soltería. Ello no significa que carecieran de relaciones personales”: Spinoza tuvo amigos; Leibniz, a sus princesas; Plotino, discípulos; Platón, alumnos; Kierkegaard se enamoró de una joven –a la que renunció por lo que entendía como una misión: servir al pensamiento-; Nietzsche también, pero se la arrebató un amigo; Kant y Hume tantearon el matrimonio y finalmente se escabulleron. Lo curioso es que dos de los filósofos más sistemáticos sí tuvieran familia: Aristóteles y Hegel. Otros dispusieron de amantes –Agustín- o de amigos de una intimidad férrea -Montaigne y Wittgenstein-. A Sócrates le pesaba la familia, todo lo contrario que a Berkeley. No menos interesante es ver en qué se fueron empleando laboralmente. “La mayoría no entra en la categoría profesional”. Wittgenstein y Nietzsche fueron académicos a regañadientes; Hegel y Kant, profesores toda la vida, aunque al último le llevó lo suyo acceder a una cátedra. Otros vivieron de rentas -Kierkegaard y Montaigne-, ¡o de sus discípulos!: Plotino y Platón. Spinoza rechazó una cátedra: vivió de sus protectores y del tallado de lentes. No faltan quienes apenas se movieron del terruño: Spinoza, Kierkegaard, Novalis y Kant. Tampoco, quienes se embarcaron –no siendo fácil navegar-, cada uno en pos de un proyecto: Platón, Llull, Berkeley. Leibniz y Tomás de Aquino viajaron muchísimo. También Plotino, Hume y Montaigne, en su juventud. Por el contrario, Aristóteles y Hegel fueron más bien sedentarios. Quedarían otras constantes menores: la persecución del pensamiento por parte de las instituciones de la época; el giro en el pensamiento -Newton, creador del mecanicismo acabó siendo antimecanicista, Wittgenstein inició sus Investigaciones para combatir su Tractatus-; o la extendida renuencia a los honores, al poder y al dinero de Newton, Wittgenstein, Spinoza, Kierkegaard y Nietzsche, entre otros. Pero si algo hace el Manual es censurar la intención mecanicista que encierra el espíritu en las neuronas. Arnau avisa de que al portátil –un caminante alejado de la solemnidad, sea escolástica o académica- las cuestiones ideológicas le huelen a impostura. Es obvia su estima hacia el inmaterialista Berkeley, lo acaba de confesar, pero sabemos que, precisamente, han sido los materialismos los que dominaron la vida intelectual del siglo XX: filosófico, dialéctico, finalmente metafísico. Sería injusto ignorar que de esa marmita salieron ideas que redundaron en una práctica más justa de la economía, pero ¿nos lesionó espiritualmente?

 

“El capitalismo es una huida hacia adelante que está acabando con el planeta”

- ¿Lo peor de Marx fueron algunos marxistas? No está incluido en su nómina.

- La materia es una conjetura, una idea metafísica. El paradigma que dibuja funciona, eso sí, al precio de reducir el mundo. Hay mucho invisible que nos rodea. El marxismo fue una herejía del cristianismo y sus buenas intenciones convirtieron la sociedad en un infierno paranoico, empobreciendo a la población en todos los sentidos. Pero ojo, el capitalismo de igual modo es un horror, una huida hacia adelante que está acabando con el planeta.

- De Freud, ¿qué opina? ¿Los neurólogos, al admitir que tomamos decisiones con el inconsciente, le están otorgando una segunda juventud?

- Freud fue un gran escritor, más artista que científico, y en ese sentido goza de mis simpatías. Se equivocó al decir que todo se decide en la infancia: venimos de mucho más atrás. Los genetistas lo saben, también los hindúes que postulan el karma. Las neurociencias actuales deben recuperar el concepto de campo. El campo, sea semántico o de minas, es el conjunto de condiciones que hacen posible un acontecimiento. También se refiere al límite de aplicabilidad de un instrumento: hasta dónde se puede oír, ver, sentir… El concepto campo, asociado al de estructura y al de correspondencia, ha ido creciendo en importancia en la física, y esa relevancia debería proyectarse ahora sobre las neurociencias y en las teorías de la percepción.

-¿Por qué se sienten los paisajes espirituales en ciertos lugares de la India o en los Himalayas?

-En física, el campo se concibió como la distribución continua de una condición o magnitud preponderante que puede ser descrita de forma matemática por medio de un gradiente. El campo se podría entender como el espacio vital de un organismo del que deriva su comportamiento. La razón es simple: siempre existe un campo en el que tienen lugar la observación y el significado –semántico-. Si el campo se convirtió en una noción imprescindible para la materia física, ahora debería serlo para la materia orgánica y para la materia psíquica. Es lo que podría llamarse una filosofía del paisaje.

 

“La identidad, como la razón, produce monstruos”

-En La fuga de dios rescata a Simone Weil: “Dios se deshace en el mundo. No hay que ser yo, pero menos aún nosotros”. ¿La identidad es una máscara? ¿Qué es el yo dentro de la comunidad?

- La identidad, como la razón, produce monstruos. Esto lo supo ver bien el budista. Y, sin embargo, no sabemos vivir sin identidad; hacerlo nos enajenaría. Desde niño, es un tema que me fascina. Borges creía que la personalidad era una nadería. Escribió un ensayo manierista sobre el asunto. Proust decía que nuestra identidad social es una creación del pensamiento de los demás, con ello parece disculparnos. Pero Borges añadió un corolario: “Todos nos parecemos a la imagen que tienen de nosotros”. Como siempre, la verdad no está sólo de un lado, está en ambos. Los jainistas supieron verlo y lo expresaron con una doctrina llamada “anekantavada”. Los que trabajan en conflictos políticos o matrimoniales lo saben. Hay muchos yoes en el yo y todos deben coexistir de forma más o menos pacífica. El yo monolítico de una identidad sin fisuras es aburrido y pesado y, en última instancia, irreal.

-¿Qué le parece el estructuralismo? En el capítulo dedicado a Lévi-Strauss, reconoce que el antropólogo rebajó la ansiedad del yo.

-Lévi-Strauss hizo dos cosas importantes. En primer lugar, como usted señala, rebajó la ansiedad del yo, heredada del cogito cartesiano. En segundo, se dio cuenta de que los mitos pueden pensar y de que la filosofía, que él estudió en París, había entrado en una fase manierista y decadente, centrada exclusivamente en la dialéctica. Su gesto -ir a buscar la verdad a las selvas del Amazonas- me parece fundamental. La antropología recupera su lugar en la historia del pensamiento. Se tenía la sensación de que algo se había perdido -en la filosofía-, de que algo se había quedado en el camino. Hacía falta recuperarlo.

- Sin embargo, un personaje fundamental en el reconocimiento del sujeto –y de la subjetividad- es Montaigne, al que dedica un capítulo admirativo en el Manual. ¿Qué diferencia una visión de la otra?

- Montaigne es el primer hombre moderno. En él convergen –como en Spinoza- dos mundos: el clásico y el de los grandes descubrimientos antropológicos asociados a la conquista de América. Es el primero en darse cuenta de que hay otras formas de vida tan válidas como la nuestra, o que al menos merecen nuestro respeto y consideración.

- Vuelvo el espejo sobre usted. Sus apelaciones a la conciencia, a la plenitud, a la continuidad, al humanismo, ¿cabrían ser calificadas ideológicas? ¿Su exposición podría ser tildada de parte?

- Por supuesto. Aunque la palabra ideología no es de mi agrado. Mi apuesta es por el humanismo, lo ha dicho. Sospecho que la técnica acabará siendo una amenaza para la civilización. Precisamente porque la tecnología se pondrá al servicio de las pasiones humanas y, olvidado el humanismo, éstas acaban desbocadas.

- Al racionalismo le siguió la construcción de la objetividad, a la que ignoro si aspira. Fue el escudo de la ciencia. Dice que a partir del XVIII, con Voltaire, en Europa se desató “la fiebre del análisis”. ¿Es posible la objetividad?

- La construcción de la objetividad ha sido la vocación de Occidente en los últimos trescientos años. Los logros son innegables. Ahora hay que ver si eso es lo único a lo que debemos aspirar, o si hay otras cosas. La construcción del objeto y su posterior manipulación es una opción vital y civilizatoria, pero no la única. Popper lo tenía claro, aunque otros protestaron, pensemos en Wittgenstein o Feyerabend. Tiendo a identificarme con estos últimos.

La fuga de dios refuta las tres ideas que contribuyeron al éxito de la objetividad sobre el que se rige la cosmovisión moderna: -Observar con el ánimo de manipular, es decir, sustituyendo la costumbre de la contemplación, debida a Francis Bacon; -Identificar las matemáticas con el lenguaje de la naturaleza, propia de Galileo; -y la noción de que el espacio y el tiempo son absolutos, de Newton.

- ¿La verdad pasó a ser sinónimo de objetividad? “La teoría de la verdad se ha desmoronado”. ¿Hay que revisar el concepto? Revisar no es negar. ¿Sumamos el de subjetividad? Eugenio Trías defendía abiertamente la aspiración a la verdad, aun “sui generis, no enunciada de modo dogmático”. La consideraba necesaria tras las críticas “de pensamientos débiles o posmodernos como los de Gianni Vattimo y Jacques Derrida”. ¿Qué piensa de la filosofía de la posmodernidad?

- La posmodernidad fue una reacción necesaria a la fiebre del análisis, pero, como dijo no recuerdo quién, la no literalidad de lo real no hay que tomarla demasiado literalmente. Cualquiera que venda literalidad -las ciencias lo hacen- tratan de convencernos de que sus narraciones logran evitar las metáforas. Y eso es imposible.

 

“La genialidad siempre lleva aparejada una carga de ingenuidad”

- Para alcanzar la objetividad el plan se trazó conforme a principios geométricos, “la Edad Moderna cayó en la tentación geométrica”. Un admirado suyo, Leibniz, ante las disputas, recurría al presente del subjuntivo: calculemos. Algo chocante, no sé si brillante o infantil. Razonar era razonar matemáticamente.

- La genialidad siempre lleva aparejada una carga de ingenuidad, y, en este sentido, está claro que Leibniz fue un poco ingenuo y se dejó arrastrar por cierto platonismo, que es la sana enfermedad de todo aquel que ha cursado una formación matemática.

El hombre, Leibniz, se afanó en superar la Pascalina y dedicó sus esfuerzos a construir una Máquina de Aritmética. Por su parte, Spinoza trató la ética al modo de una geometría, more geometrico. Igual siempre fue tarde: pensemos que la geometría habitaba ya la literatura: ahí está el plan de la Divina comedia, cerradísimo, en los albores del XIV, casi sobrehumano. Y si acudimos al arte, no importa el siglo, todo estilo, barroco, paleocristiano, egipcio, consideró tal opción. En la creación, ¿siempre hubo tendencia a la redondez? ¿Las ideas religiosas fueron tan poco partidarias de la fisura como las científicas y las artísticas? Pregunta sobre pregunta. Ladrillo sobre ladrillo.

-“Nicolás de Cusa advirtió en seguida los peligros de la tentación geométrica”. ¿Alguien más disintió?: Newton calló una parte de sus investigaciones por miedo. ¿La Ilustración fue, en algún momento, inquisitorial?

- La Ilustración fue un movimiento que recorrió Europa y que aspiró, creo que legítimamente, a quitarse de encima la influencia de los jesuitas y a evadir el control que éstos ejercían sobre el poder y el conocimiento. Para ello fue útil servirse de una parte del trabajo de Newton, pues el Newton alquimista y biblicista no salió nunca del armario. Pero es significativo, debemos advertir, que la visión newtoniana del mundo no es la que enseñan en las escuelas.

- Frente a lo redondo, lo imperfecto. Usted dice que la imperfección es necesaria. ¿Es otra clase geometría, con más recovecos?

- La vida no es geométrica. La conciencia carece de forma. Reducir la realidad a la geometría supone una falta de consideración hacia la vida y hacia la conciencia.

- Enlazo con otro principio que me parece artístico: lo inacabado. “Toda creación que vale la pena es un asunto inconcluso”. ¿Una obra está inacabada sólo para que la termine el lector, o afecta a su manera de presentación?: una sinfonía, un cuadro… los Fragmentos de un libro futuro de Valente, las Investigaciones de Wittgenstein, los destellos de Novalis.

- El lector tiene que hacer su trabajo y completar la faena. Esto es imprescindible. Al menos, así yo lo siento. Si no, obra y lector quedan maniatados, sin ámbito de acción. Creo que fue Umberto Eco el que dijo que el texto, el buen texto, era una máquina perezosa y que el lector debía hacer la otra mitad del trabajo.

La teodicea de William King reafirma la necesidad del mal. Sergio Pitol admiraba a los escritores para los que el mal era el gran personaje. “En la novela, la perfección –decía- es fruto de la imperfección”. Toda escritura es una búsqueda del ser, y, como expresa en la introducción de El viaje, “la extrema generosidad convive y participa con crímenes inmundos, donde los mejores ideales que ha concebido y realizado el ser humano no logran apartarlo de sus infinitas torpezas, sus mezquindades y sus perennes demostraciones de desamor a la vida, al mundo, a sí mismo”. Parece un párrafo de cualquier libro de Arnau. “Cualquier intento de objetivación es una mera distracción”, dijo Kierkegaard, y también que los deseos terminan en melancolía. No perdamos el tiempo buscando defectos a la creación, recomendaba Leibniz. La maldad, en un marco libre, ¿podría estar conectada a la imperfección o a lo inacabado? “No lo veo así. El problema del mal, como el de lo Uno y lo Múltiple, o el de lo continuo y lo discreto, es un problema irresoluble. Simplemente, como seres humanos, hemos de convivir con él. Cualquier solución que se le dé, cualquier teodicea, me parecerá un cierre en falso. La justicia no está a nuestro alcance porque no podemos delimitar dónde empiezan y terminan los actos. Las historias de vida son más antiguas de lo que parecen. La investigación genética lo confirma a diario”.

- Leibniz afirmaba que un mundo sin pecado sería un mundo inferior. Incluso, que si no hubiese más que virtud, habría menos bien. ¿Eso tiene que ver con la libertad y la voluntad humanas?

- Leibniz era de soluciones rápidas. Su defensa de la libertad es esencialmente cristiana y, claramente, prefiere un mundo pérfido y con libertad a un mundo honrado sin ella. Él mismo supo tomarse libertades necesarias para llevar una vida filosófica, y ahí sí es un ejemplo a seguir.

- ¿Por qué hoy resulta fácil comprender a los presocráticos? Se me viene a la cabeza un verso de Parménides, “todo está a la vez lleno de luz y de noche oscura”, presente en dos libros fundamentales de la poesía contemporánea: Noche más allá de la noche, de Antonio Colinas, y Orbes del sueño, de Clara Janés. ¿Qué nos conecta?: ¿el fragmento?, ¿la poesía?, ¿la abstracción?

- A mí me resultan cercanos porque su mundo es muy similar al de la India antigua. Empédocles era un chamán, el poema de Parménides es un viaje iniciático, Heráclito fue un oráculo que vivía retirado en la montaña. Anaxágoras y Anaximandro son personajes fabulosos… ¿cómo no prestarles a todos atención?.

Juan Arnau asume a William James, en la página 60 de La fuga de dios, cuando éste dice: “Racionalista significa devoto de principios abstractos”. En la 103, amplía: “Una teoría abstracta, que no se pudiera ver, sería un contrasentido”. Y unas páginas después, remata: “La física y las matemáticas son los [saberes no participativos] más poderosos por tratarse de los más abstractos. Corremos el riesgo de que nuestra luz se convierta en oscuridad abstracta”. En el Manual, recoge la queja de Novalis: “Un lenguaje abstracto ha embrujado el mundo. Sólo unos pocos protestan y reclaman una ciencia que dé cuenta de las operaciones del espíritu”. ¿No se supone que la abstracción, tan propia del arte y contraria a la figuración, hermana de la ambigüedad… está lejos de aspirar al retrato fiel y a la cifra contante de la matemática? Le pido que explique el concepto: “Whitehead dijo que la filosofía debía ser una crítica de las abstracciones. La abstracción, como la generalización, es necesaria para el pensamiento. Pero exacerbarla, dedicarse sólo a ella, deforma el espíritu. Yo aspiro a una filosofía de la percepción donde el color y el sonido dispongan de un lugar privilegiado, y la abstracción carece de ambos. De hecho, el pensamiento abstracto es ciego y, sentadas las premisas, mecánico: por eso la gente cree que las máquinas pueden pensar. Las máquinas pueden resolver algoritmos, pero eso tiene muy poco que ver con el pensamiento, al menos como yo lo entiendo”.

- ¿Y cómo lo entiende?

- Como una conjunción armoniosa de percepción y conciencia. De saberse ver, oír, gustar o tocar. De sentirse vivo y estar atento, agradecido a la vida.

 

“La información sirve para tomar decisiones, pero tomar decisiones es sólo una parte exigua de la experiencia del conocimiento”

- ¿Inteligencia artificial es, entonces, un oxímoron? ¿Y big data una trampa?

- Creo que la información no es conocimiento. La información sirve para tomar decisiones, pero tomar decisiones es sólo una parte exigua de la experiencia del conocimiento.

- Desde el entusiasmo tecnológico se afirma que el cerebro es la causa de la conciencia.

- Bueno, eso es un disparate moderno que nadie pone en duda, pero que habría que replantear. No sabemos siquiera si la conciencia y la memoria son fenómenos cerebrales, si están dentro o fuera de la cabeza. Actualmente estoy trabajando con un neurocientífico, Alex Gómez-Marín, en los dogmas de las neurociencias. Hay muchos más de lo que uno podría imaginar, Bergson denunció algunos, como que el cerebro guarda los recuerdos.

- En la muerte de dios, ¿qué cadena de responsabilidad hay? Igual que Galileo y Kepler prepararon el terreno para el mecanicismo de Descartes, habría, antes de Nietzsche, un camino labrado. ¿Galileo, Servet, Bocino, Bruno…?

- La muerte de Dios fue un proceso necesario en la historia de Europa. Le diré que ahora nos toca revivirlo, sin caer en los viejos dogmas. Y que Darwin tuvo más responsabilidad que Nietzsche.

- Cómo se puede entender que el Newton que priva a la filosofía de su bagaje metafísico sea el mismo que afirma “relativismo es ateísmo” y que un dios “sin dominio, providencia y causas finales, no es más que hado y naturaleza”.

- Es un buen ejemplo de la postura de Popper. Sin un mundo ahí afuera, ordenado, al margen de la percepción, no serían posibles ni la ciencia ni la objetividad. Y para los que se dedican a la ciencia ese planteamiento resulta intolerable… los dejaría sin trabajo.

La fundación de neurociencias afectivas y contemplativas, Richard Davidson, pueden verse como síntoma del malestar en la cultura. Al tiempo que universidades de prestigio abren posgrados enfocados a la espiritualidad como ciencia, de ahí nacen la neuroteología y el posmaterialismo.

 

“ La pérdida del sentido de lo sagrado, sobre todo en los niños, es una gran pérdida”

- Tengo la sensación de que, en mitad del superdesarrollo digital, hay una vuelta a lo sagrado.

- La pérdida del sentido de lo sagrado, sobre todo en los niños, es una gran pérdida. Los mayores hemos de inventar fórmulas imaginativas y recuperarlo. Podemos vivir sin iglesias, y es un alivio hacerlo, pero no sin estar de algún modo religados al mundo y participando de su poder creativo.

- ¿Podría darse el hecho de que haya creyentes ateos, o hasta hace poco ateos, o con tendencia materialista y presupuestos científicos? Por responsabilidad cultural.

- Los ateos creen muchas cosas porque la condición humana es una condición creyente. Lo opuesto al escepticismo no es la creencia, sino el dogmatismo. La ciencia necesita dogmas para avanzar. Otra cosa es que, históricamente, sea capaz de cambiarlos, conforme se suceden las revoluciones científicas. Pero, a corto plazo, la vida del científico es la vida de un auténtico creyente… Los que nos hemos educado en las tradiciones escépticas -en mi caso, la del budista Nāgārjuna- no tenemos alergia a las creencias.

- Una cosa es que un ambiente propicio potencie las posibilidades de la persona, y otra que la epigenética hable de que la conducta mental puede transformar los genes. ¿Estamos saliendo de una cárcel?

- Sí. Para entrar en otra.

- Y el descubrimiento de redes neuronales en los intestinos y en el corazón, ¿significaría la mente está extendida y somos un todo, igual que Spinoza consideraba cada partícula?

- Es una posibilidad. Para conocer la mente hay que ponerla a trabajar. Meditando. Imaginando. Recordando. Empatizando. No sirve desmontarla.

 

“La mente no es un trenecito de juguete, es alérgica al mecanicismo”

- “Si desmontamos la vida, acabamos estudiando elementos inertes”, ha dicho alguna vez.

- Esa es una costumbre con origen en Descartes. La mente no es un trenecito de juguete, es alérgica al mecanicismo.

- ¿Sienten las neuronas?

- No tengo ni la menor idea.

- Me sorprende leer que pueda existir una bondad innata en el ser humano, tal y como predijo Rousseau, deducible de la comunicación entre cuerpo y cerebro.

- Es una bonita suposición.

La muerte de dios no es una suposición. Pero, ¿y la nuestra? Hasta ahora se suponía que aprender a morir, aceptar la muerte, era causa de felicidad y enseñaba a vivir. Según la anestesióloga Luján Comas, entender que no existe la muerte cambia nuestra vida a mejor. Esta trabajadora de la medicina integrativa explica que después de morir clínicamente –cuando el corazón y el cerebro dejan de funcionar-, se puede seguir sintiendo y pensando: que la consciencia continúa fuera del cerebro y es universal. Luego, igual no sólo hay cosas invisibles, sino cosas visibles inexistentes. Cuestiones que apelan al ámbito de la poesía como destilación emocional del pensamiento. Lévi-Strauss entendía que la realidad verdadera no es nunca la más manifiesta, y que la naturaleza de lo verdadero se traducía en el cuidado que ponía en ocultarse. Así creció en él la fascinación por el secreto. Wittgenstein tenía la convicción de que lo verdaderamente importante en la vida es inefable. Toda presencia visible es manifestación de una presencia invisible; las cosas materiales están lejos de ser más reales que las inmateriales y podría ser razonable poner en duda su existencia –Leibniz-. Así podríamos seguir, autor por autor. Duda por duda. “Cuando mueres –dice Arnau-, esa conciencia pasa a la conciencia cuántica, pero no se pierde la información”. ¿Tiene algo que ver esto con la continuidad del budismo? Juan Arnau adentrado en el pensamiento védico, prepara, junto a un equipo de sanscritistas mexicanos, la primera traducción íntegra de las Upanishad al español. Entiende razonable la visión de la muerte budista, aunque no la comparta plenamente. Es difícil compartir algo, lo que sea, plenamente. “La muerte supone una pérdida del yo, de la identidad personal. Es algo que vamos experimentando, aprendiendo, a lo largo de la vida. Así como el cuerpo cambia cada equis años todas sus células, tras la muerte, la personalidad, como un todo, deja de existir. Se trasforma hasta hacerse irreconocible. Todo esto, por doloroso que sea, podría ser. Pero hay algo que queda, que yo llamo continuidad de la conciencia. Lo que uno haga en la vida, el amor que sea capaz de dar, no se pierde. Simplemente lo hereda otro, que no sabrá que se lo diste pero que, si fue bueno, sí sabrá agradecerlo. Me gusta llamarlo una generosidad anónima”. Otra bonita suposición. Arnau sigue la pista. El mundo no se detiene. Seguiremos informando.