Esta entrevista tuvo lugar una mañana de cielos grises en el despacho que Luis Alberto de Cuenca ocupa en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, situado en la zona este de Madrid, en un entorno áspero, de aspecto industrial. A su oficina se llega después de recorrer un laberinto de largos pasillos a cuyos lados sólo se ven puertas cerradas y que, a poco que se ponga imaginación, transporta a los escenarios cerrados, claustrofóbicos, de Franz Kafka. Frente a la letra indicada, tras pulsar el timbre, aparece el poeta, el investigador, el hombre de letras. Las persianas de la estancia están bajadas. No hay luz natural. Los papeles en los que trabaja han quedado sobre la mesa. De repente se ha alterado el orden de la mañana, de la rutina, de la labor. La visita, la posterior conversación, rompen el silencio, la sensación de aislamiento, de tiempo detenido. “Pasan semanas y semanas y apenas me cruzo con algún compañero”, señala quien parece alejado de los ruidos del mundo. Sus palabras, dichas en ese momento y en ese entorno, conducen irremediablemente a los versos de “La brisa de la calle”, uno de los poemas que componen su última y reciente entrega, Cuaderno de vacaciones (Visor), donde De Cuenca se mira a sí mismo con distancia, como si fuera un espectador de su vida. Y le pregunta a su “otro”: “¿Existe algo, realmente, al margen / de las cuatro paredes de tu casa?”.

 

“Siempre has visto la vida por el ojo de la literatura. / Pero nunca has sabido / cómo es el exterior (si es que lo hay), / por falta de interés o de coraje”, vuelvo a la composición mientras trato de recuperar esa jornada que transcurría tan tranquila: la charla, el diálogo amable, la atmósfera de retiro, de insonorización frente a todo lo que  transcurría afuera. Y, sin embargo, esa mañana tan parecida a todas las mañanas, alterada levemente por el ritmo de las preguntas y las respuestas, habría de fijarse en la memoria como inolvidable tras la brusca sacudida de una llamada telefónica. El día que tuvo lugar esta entrevista falleció inesperadamente Gonzalo Anes, el director de La Real Academia de la Historia, compañero de trabajos y amigo de Luis Alberto de Cuenca. Justo en el momento en que recibió la noticia llevábamos más de una hora hablando y la charla ya declinaba, girando sobre el tema de la vejez y la muerte. “La luz de lo real”, a la que se alude en el poema citado (“... permite que la luz de lo real / entre en tu corazón...”)  pasó a impregnarlo todo. Ya no tenía sentido hablar de casi nada. Al dejar la estancia el día parecía aún más oscuro y las calles más desoladas. Llovía suavemente. El silencio se había quedado en el laberinto de pasillos y puertas cerradas. En la calle, apenas sin tráfico, pequeños grupos de empleados fumaban en los portales de algunos edificios. Pensé en el hombre que ya no habría de volver ese día al trabajo interrumpido, en las hojas sin acabar de ser corregidas dejadas sobre la mesa, en los libros de los clásicos como fieles vigilantes de todo desde sus estanterías. Pensé en el hombre apagando la luz y saliendo a enfrentarse con la verdad desnuda; en el poeta buscando las palabras justas, consoladoras.

 

Recupero ahora, mientras esto escribo, los versos que abren “Melancolía”, otra de las piezas de su nuevo libro: “La bilis negra es vieja como el hombre. / para intentar vencerla / viene bien / que te lo tomes todo en positivo: / si luce un sol espléndido en el cielo, / disfruta con sus rayos, aunque hieran, / y si el día es tan gris como un fantasma / brumoso, siéntelo como si fuese / de tu familia y adivina en él / los ojos grises de tu amada muerta”. A partir de ellos voy recuperando las palabras, la voz pausada de Luis Alberto de Cuenca. Tiro del hilo de la conversación que había tenido lugar en su práctica totalidad antes del instante en el que el teléfono hizo que todo cambiase de color. Una conversación llena de matices, una conversación honda que fue alterada por las circunstancias.

 

“Mis poemas son teselas de un mosaico que, si se unen, configuran mi rostro y, más allá, mi espíritu”

- En Cuaderno de vacaciones, la poesía, la escritura, se asocia con el gozo, con el disfrute, con el tiempo de ocio. Sin embargo, es inevitable, que asomen a sus páginas, las pequeñas sombras, las melancolías, los temores... Hay una especie de equilibrio que impregna todo el volumen.

-  Dicen que la ociosidad es la madre de todos los vicios, pero yo añadiría: “y de todos mis poemas”. Este libro es fruto de lo que he escrito desde El reino blanco y participa del mismo tono. Yo me dedico a mirar al mundo poéticamente todo el año y luego escribo los poemas durante las vacaciones de verano. En este caso se registran las de 2010, 2011 y 2012, que fueron particularmente prolíficas y donde ciertamente doy entrada al optimismo, pero también a la melancolía. En estos poemas estoy yo, con mi biografía, con mis lecturas, con todo lo que me interesa. En el fondo se trata de un retrato de mí mismo o de una especie de streaptease, que también hay algo de eso.

 

- ¿En ese sentido actúa la poesía como una especie de terapia?

- Sí. El ser humano es un manojo de miedos. El arte ayuda a encauzarlos, a olvidarlos momentáneamente, a mitigarlos, a dulcificarlos. Mis poemas son teselas de un mosaico, piezas de un puzzle que, si se unen, configuran mi rostro y, más allá, mi espíritu. No hay duda de que la mejor manera de conocerme es leyendo mis versos. Un psicoanalista que me tratase podría utilizarlos como el principal medio de conocimiento de su paciente. Estoy yo entero en cada verso. Con mis máscaras, claro, pero entero y verdadero.

 

- Luis Alberto de Cuenca es un hombre de múltiples facetas: poeta, ensayista, traductor, editor, crítico literario... ¿En qué faceta se siente más cómodo, cómo le gusta que lo definan?

- Creo que el término que más lo resumiría todo sería el de humanista, aún siendo consciente de que puede resultar un poco petulante que me arrogue la representación de un grupo humano del que casi no quedan representantes. El humanismo no está en boga debido a los planes de estudio, que han sido terribles y lo han ido arrumbando. Hoy una asignatura histórica como Historia del Arte no es más que una optativa, mientras que el latín y el griego han retrocedido de una manera brutal en todo el mundo, pero especialmente en España. No se deja lugar para que surjan nuevos humanistas porque los planes de estudio lo impiden. Pese a ello, es una denominación que me gusta especialmente, aunque también me tienta mucho a la hora de definirme la de poeta.

 

“En este país no hemos hecho sino retroceder sin remedio en materia de educación”

- Hemos llegado muy pronto al tema de la educación. La educación siempre en el punto de mira. La educación utilizada políticamente y por eso mismo siempre en el centro de la conflictividad.

- Está claro que en este país no hemos hecho sino retroceder sin remedio en materia de educación. Ha habido un particular ensañamiento con las humanidades que no se ha dado en otros países de nuestro entorno de la misma manera, aunque el mundo ha cambiado mucho para todos, no sólo para nosotros. Hubo un momento, a finales de los años 90, con Esperanza Aguirre al frente de Educación y Cultura, en que creíamos que se podía recuperar el terreno perdido. Entonces se llevó a cabo una reunión con todos los implicados en el asunto, con representantes de las distintas autonomías, para hacer un dictamen que contribuyera a rearmar humanísticamente el bachillerato, pero en cuanto hubo cambio de gobierno, en el año 2.000, ese dictamen se dejó de lado y nunca llegó a esgrimirse. Después, ha habido planes de estudio mejores y peores, pero ninguno ha cumplido con las expectativas de devolver a las humanidades el lugar de privilegio que le correspondía. Particularmente hay muchas cosas que yo no entiendo.

 

- ¿Por ejemplo...?

-  Pues, por ejemplo, hay algo que suelo plantearme: ¿Por qué se habla hoy de Ciencias Sociales para enmascarar la Historia, una palabra tan noble, o se utiliza Conocimiento del Medio en vez de Geografía?. No se sabe muy bien porqué se tapan términos que no son políticamente incorrectos ni dañan a nadie como la Historia o la Geografía y se los pasa a denominar de otra manera. De esto tienen una gran culpa los pedagogos, que son los que hacen los planes de estudio. Y ahí da igual quien esté en el poder, porque son los mismos señores quienes se perpetúan haciendo esos planes de estudio. Desde el otoño del franquismo, desde la ley de Villar Palasí de los 70, aquel famoso “Libro Blanco”, todo empezó a pudrirse en la educación en España, y tuvieron mucho que ver los pedagogos, que empezaron a ponerse modernos y a arrumbar, por ejemplo, la memoria. ¿Cómo es posible acceder a algo sin  memoria? La memoria es importantísima, pero hubo un momento en que cayó en desgracia y, en cierto modo, se la empezó a considerar como reaccionaria. A partir de ahí fue cuando la enseñanza empezó a degradarse, a construirse de otra manera.

 

“La sabiduría más profunda, la más universal, es la que nos legan los clásicos”

-  La memoria, el pasado, los autores del mundo clásico, grecolatino, que siempre han caminado a su lado. Precisamente en Cuaderno de vacaciones vuelve a ellos. “Los clásicos ayudan a vivir, / y a morir, y a olvidar nuestras miserias, / y a no perdernos por el laberinto / sin Teseo ni Ariadna que es el mundo”. ¿Algo más que añadir?

- A mí los clásicos me lo han enseñado todo. Aquí, en estas estanterías, tengo parte de mi colección particular, para poder consultarlos en cualquier momento. La sabiduría más profunda, la más universal, es la que nos legan los clásicos, no sólo los grecolatinos, que son los nuestros, los de Occidente, sino también los de otras culturas. Los chinos, los japoneses... El extremo Oriente también ha sido fundamental en nuestra evolución humana. Los clásicos nos muestran lo mejor que hay en nosotros mismos, los modelos que debemos exhibir en público. Jugando con el doble sentido de la palabra -modelo de atuendo y modelo de conducta- ellos son todo lo mejor que ha dado el hombre a lo largo de su historia, que no es tan larga. La epopeya de Gilgamesh nació en Mesopotamia hace cinco mil años antes de Cristo. Desde  ahí a nuestros días la distancia temporal no es tanta, pero ahí, en esos cinco mil años de clásicos, está lo más grande, lo más alto, que hemos hecho nunca. Por eso leerlos, acercarnos a ellos, es un regalo, y no sólo me refiero a los de la antigüedad, sino también a los autores contemporáneos que nos pillan más cerca. Pienso en Thomas Mann, en Kavafis, en Juan Ramón Jiménez... Los clásicos son los que pasan la criba de la Historia, los que se van incorporando con el tiempo. Hay muchos que no han tenido suerte en su época y que, una vez muertos, son valorados y adquieren esa categoría. Le pasó a Pessoa, por ejemplo, que es uno de los grandes creadores de la cultura universal. Sucede en todas las áreas de la cultura: en la pintura, en la música...  Siempre hay recuperaciones. Se suele echar la culpa a las guerras, a las circunstancias históricas, del vaivén, del olvido de los clásicos, pero yo creo que los filólogos, que han impuesto desde determinadas escuelas, un gusto u otro, han influido más que todas las guerras y todos los expolios que ha habido en la Humanidad. Los cambios de gusto y la arbitrariedad de los profesores han llevado a elevar a algunos nombres en detrimento de otros.

 

- También hay que tener en cuenta que muchos creadores se han adelantado, y siguen adelantándose, a su tiempo, a su época. Su paso no ha ido a la par que el de sus coetáneos y han sido entendidos con posterioridad.

- Sí. Vuelvo a citar a Pessoa. En los años 20 o 30 ya era, para algunos que lo supieron ver, un gran autor, pero, evidentemente, ahora, ese señor que murió hace décadas, nos parece el súmmum de la modernidad. Y como él hay muchos. Está Kavafis, otro autor que murió en 1933, prácticamente desconocido por todos, y que, sin embargo, ahora es un autor de culto, un término muy curioso por su ambigüedad. Nos parece que ser de culto es algo minoritario y, sin embargo, hay creadores así considerados que acaban llegando al gran público. Pienso en Tarantino, por ejemplo. Se puede decir que es un director de culto y lo cierto es que, sin dejar de serlo, también ha tenido mucho éxito.

 

“España es particularmente agresiva con su pasado”

- ¿Si tuviésemos más presentes a los clásicos, si los libros, la lectura, acompañaran más a las personas en el día a día, irían mejor las cosas?

 

- Yo creo que sí, desde el punto de vista social, incluso económico y político, las cosas irían mejor. Yo creo que una educación basada en las humanidades, al final siempre redunda en el beneficio de la sociedad. Eso demuestra hasta qué punto yo creo en los clásicos. Una persona que conoce bien a Shakespeare, que ha leído a Homero, lo ha disfrutado y lo ha entendido, probablemente meterá menos la pata a la hora de llevar la política de un país, a la hora de interpretar las reacciones de los pueblos, que alguien que ignora por completo a esos autores. En la antigüedad todos los grandes hombres de poder eran tipos extremadamente educados en una determinada escuela de humanidades. Si de repente esto volviera a darse las cosas mejorarían, sí, pero soy consciente de que esto es una quimera. Las sociedades han cambiado a nivel mundial. En Estados Unidos, en Alemania, en Inglaterra, cada vez está más restringido el culto a los clásicos. Italia quizá sea el país de Europa donde más latín y griego se estudia. Puede que sea porque ahí está la cuna, pero el hecho es que se han puesto de acuerdo todos los partidos políticos en lo que respecta a las reformas en la enseñanza y han conservado por lo menos eso. No digo que la educación en Italia sea lo ideal, pero sí funciona mucho mejor que aquí. En España, además, no hemos sabido conservar lo bueno que teníamos. Y eso nos diferencia de los otros países europeos. Basta con fijarse en cualquier colección editorial importante. Al cabo de un determinado tiempo se cambia de maqueta, mientras que los libros ingleses, los alemanes, los franceses, son siempre lo mismo. Hay una obsesión en este país por considerar lo antiguo como viejo, lo cual es lamentable. En las casas, por ejemplo, hay muebles maravillosos que van a las almonedas porque de repente personas de la familia deciden que son viejos, cuando lo que son es hermosos y antiguos, no viejos. Se prefiere comprar un mueble nuevo a restaurar el que se tiene, que seguramente es de más calidad. Esto no sucede en otras partes. España es particularmente agresiva con su pasado.

 

“Nuestra literatura es tan rica como cualquier otra de Europa”

- ¿Esto puede explicar que no se valore, que no se defienda la literatura, la cultura, propias; ese complejo tan español de que lo de fuera es siempre mejor?

- Aquí ha habido siempre un rechazo de lo propio. En los cánones que se han trazado, por ejemplo el famoso “Canon occidental”, de Harold Bloom, apenas hay lugar para las letras en castellano. Cervantes, García Lorca, San Juan de la Cruz, Borges, y para de contar. Esto es lamentable porque nuestra literatura es tan rica como cualquier otra de Europa. De hecho, en los siglos XVI y XVII, era, como se dice ahora, la que marcaba tendencia. Toda la dramaturgia francesa del XVII depende de nuestras fuentes. Corneille bebió en La verdad sospechosa, de Ruiz de Alarcón. Se dice que el propio Shakespeare escribió una obra sobre la historia de Cardenio del  Quijote y que su obra La tempestad está inspirada en Las noches de invierno de Antonio de Eslava, un autor navarro. Es decir, que hay una gran influencia de lo español en el mundo. Y eso no se ha difundido, no se ha utilizado como un valor. Se ha perdido por falta de voluntad propia a la hora de defender nuestros valores. O los hemos defendido de una manera absoluta, de una manera patriotera, como hizo Menéndez Pelayo, para quien lo único que había era la cultura hispánica, o bien, a la contra, se ha considerado reaccionario defender lo propio, lo cual es verdaderamente lamentable, porque se está eclipsando una de las grandes literaturas del mundo. Yo creo que eso, poco a poco, se irá mitigando por el empuje de Hispanoamérica. Ahí está nuestro vivero. Los hispanoamericanos muestran más orgullo por su lengua, por su cultura, hasta por su bandera. No es concebible que en Chile, por ejemplo, seas del signo político que seas, no esgrimas la misma bandera. Aquí estamos muy lejos de eso.

 

- En la antigüedad -volvemos atrás- los políticos eran hombres de letras, de cultura, pero ahora estamos asistiendo a un panorama en el que los políticos muestran una gran incultura e ignorancia. Ni siquiera se preocupan de ser brillantes en sus discursos.

- Sí. La clase política adolece, incluso, de una falta de cultura política. No tenemos la sensación de que sean los mejores los que se dedican a la política, que es lo que debería ocurrir, como dice Platón en La República. Yo creo que en esto sucede como con las añadas de los vinos, que hay cosechas buenas y cosechas malas. Yo he estado en política y sé que tampoco se puede afirmar que la profesión política sea más horrenda y más deleznable que otras. Es una más. En el mundo, en la educación, territorio que también conozco bien, se dan las mismas pugnas, los mismos problemas, las mismas mediocridades. Tendemos a mirar el mundo de la política con ojos más críticos y, por otra parte, sus acciones son más visibles, pero el hombre es bastante miserable, bastante canalla, en todas sus facetas. Leer a Shakespeare es muy educativo en ese sentido.

 

- Pero el político influye en el conjunto de la sociedad, en la vida de las personas. Es lógico que haya que exigirle más.

- Sí. Y también es lógico que ahora el foco está puesto sobre él de manera especial porque atravesamos por un momento crítico. Esto ya ocurrió con la crisis del 29, con la famosa crisis de Wall Street, que fue también durísima. En situaciones así se crea una gran desconfianza hacia los dirigentes. Vemos que aunque estén haciendo todo lo posible, a veces dan palos de ciego y no se ve clara la dirección. Y también sucede que, como la política se ha globalizado tanto, lo que se mueve en el exterior acaba determinando lo que pasa aquí. Es muy complicado. Esperemos que todo sea cuestión de tiempo, como las cuestiones de la renta variable

 

“No hay necesidad de hacer grandes manifestaciones revolucionarias para estar comprometidos con lo humano”

- Ante un presente tan conflictivo, ¿el poeta, el creador, debe adoptar una posición distante o debe inmiscuirse, tomar postura ante esos conflictos?

- Bueno, aquí nos topamos con el famoso tema del compromiso. Yo creo que eso dependerá de las necesidades de la persona, más que del poeta. El poeta de lo que debe rendir cuentas a la sociedad, es de su poesía, de su actividad primordial, que es la de escribir versos. Pero es evidente que el contenido de esos versos se lo dictará su propia conciencia. Yo creo que no hay necesidad de hacer grandes manifestaciones revolucionarias para estar comprometidos con lo humano. Hay muchos  tipos de compromiso. Es muy lícito militar en un determinado partido político, sea del signo que sea, como lo es igualmente practicar la denuncia o estar comprometido con lo más íntimo y hondo que hay en el hombre: con nuestra vida, con nuestra capacidad de sufrir en esta vida y con la inminencia de la muerte y todo ese tipo de cosas. En el fondo es todo eso lo que nos define como humanos, al margen de las ideologías políticas, que, siendo importantes, no dejan de ser algo superficial, algo que va y viene. El hombre, como decía Heidegger, como ser para la muerte, es lo realmente profundo, esencial, lo que siempre permanece igual. Gilgamesh, la epopeya mesopotámica, es la historia de un hombre que va en busca de la inmortalidad, y hoy seguimos yendo en busca de la inmortalidad. No ha cambiado nada pese a que una y otra vez han cambiado las estructuras. Ha habido imperios, dictaduras, totalitarismos,  monarquías absolutas, revoluciones, pero lo único que queda es ese hombre que está hecho para extinguirse y que es el único animal de la creación que sabe que va a extinguirse.

 

- Hablando de ideologías: ¿Por qué la cultura siempre se ha asociado con la izquierda?

- Bueno. Yo he escrito algunos textos atacando esa identificación de la cultura con la izquierda porque no me parece más que una cuestión hispánica. Como aquí hemos tenido una historia muy reciente, ligada a una dictadura de hace casi 40 años, obviamente la gente que se ha planteado hacerse preguntas desde el punto de vista intelectual, ha optado por la izquierda. En el mundo que estuvo sometido al comunismo en el este de Europa, sucede lo contrario. Por lo general, ahora mismo en Rumanía, en Polonia, en la República checa, casi todos los intelectuales son conservadores. En España sucede al revés y yo creo que con el tiempo se irá corrigiendo, porque, evidentemente, hay que decir muy alto y muy claro que la cultura no es ni de izquierdas, ni de derechas, ni de centro, ni de ninguna parte. La cultura es una de las manifestaciones que tiene el ser humano y el ser humano, estructuralmente, no tiene nada que ver con las ideologías.

 

“Como corriente de ruptura, de innovación, la generación novísima fue importante”

- ¿Cómo recuerda Luis Alberto de Cuenca sus comienzos? Se le sitúa en la generación de 1968, en las proximidades, los aledaños, de los denominados novísimos.

- Me gusta mucho lo de Generación del 68. Se suele emplear poco y para mí significa mucho. Me siento parte de aquella generación de Mayo del 68. Recuerdo un artículo que escribí para ABC, titulado “Tambores del 68”, donde defendía la adscripción de mi generación que abogaba por la superación de las ideologías. El 68 no fue sólo un movimiento de indignados. Fue un grito de rebeldía ante la estructuración de la sociedad en grupos de poder y en grupos políticos. Se pedía que hubiera otra cosa al margen de los partidos, de los movimientos legislados. Y eso nos marcó a los que teníamos entonces 17 años. En cuanto a los novísimos, la antología que hizo José María Castellet en 1970 fue muy importante porque marcó un sesgo estético del que, en parte, todavía estamos viviendo. Pero fue muy caduco en el sentido de que duró muy poco. Con los novísimos pasó un poco como la Movida madrileña, que no se prolongó demasiado en el tiempo y, sin embargo, marcó muchísimo la vida cultural, musical, pictórica, la vida literaria de Madrid. La estética de los novísimos era una estética de la deshumanización. De repente nos hartamos del compromiso que nos marcaba la generación social precedente, nos negamos a estar todo el tiempo completamente metidos en la denuncia. Nos dijimos que, pese a estar en una dictadura, y pese a no estar de acuerdo con ella, eso no tenía que afectar al arte. Nos dijimos que íbamos a intentar llegar a una Democracia, pero que al mismo tiempo íbamos a hacer nuestra evolución estética al margen de las evoluciones político-ideológicas. Lo moderno en el año 1966 era escribir Arde el mar, de Pere Gimferrer, o La muerte en Beverly Hills, del 68. Mi Elsinore es del 72. Eso era lo moderno, más que dedicar cantos al pueblo, hablar de liberación y enarbolar banderas rojas por todas partes. Todo eso nos resultaba  arcaico y en ese sentido, como corriente de ruptura, de innovación, la generación novísima fue importante. Se recuperaron valores lingüísticos en un momento en que la lengua estaba, en cierto modo, echada a perder; se dio valor a la cultura, y no sólo a española, sino a la universal, a la que la generación social, o progre, no prestaba atención. Los novísimos abrimos un poco la ventana para dejar que la brisa entrara en la biblioteca, que estaba un poco llena de polvo.

 

- ¿Alguna vivencia, anécdota especial, de aquellos años?

- Recuerdo los primeros viajes a Londres, a París. Ahora todo está homogeneizado, pero entonces había notables diferencias entre las librerías de esos países y las nuestras. Era mucho más divertido porque podías descubrir cosas. Viajar fuera de nuestras fronteras era una especie de fiesta. En aquellos años también viví una experiencia crucial, ya que mi primera novia, Rita Macau, murió, y para rendirle homenaje, como detalle hacia mí, se decidió titular Espejo del amor y de la muerte la antología de Antonio Prieto que fue una especie de anexo a la de Castellet y que incorporaba a los poetas de Madrid. Ahora que está tan en boga el tema catalán, veo la Barcelona de entonces como una ciudad totalmente catalana, pero también totalmente española. Era las dos cosas a la vez, y yo creo que lo sigue siendo, aunque se fomente otra imagen. Aunque resulte extraño, curiosamente, los puentes, en plena dictadura, estaban mucho más abiertos.

 

“La posmodernidad supuso la ruptura de las fronteras entre la gran cultura y la cultura popular”

- Volvamos a Mayo del 68. Fue una época muy luminosa, en la que se creyó que el mundo podía transformarse.

- Sí. No hay más que leer alguno de los libros que se han publicado sobre aquellos días, donde se recogen todas esas frases pintadas en los muros de ciudades como París, escritas por los revolucionarios del 68. Aquello no tenía nada que ver con la revolución soviética ni con revoluciones totalitarias de ningún tipo. Eran gritos libertarios, idealistas, utópicos, con poquísimas posibilidades de fructificar en algo. Todo eso nos marcó y, además, el 68 empezó a reivindicar toda la cultura popular, hasta entonces desdeñada por la alta cultura. El gran cine norteamericano, el gran cómic de la época dorada, todo eso empezó a incorporarse. Resultaba estimulante, muy novedoso, y hoy, con 63 años, me siento feliz por haber podido vivirlo con 18, con 20. Fue importantísimo. Percibí ese momento en el que los que se dedicaban a ver películas del oeste, a coleccionar cromos o a leer tebeos, ya no eran considerados como subnormales. Ese fue el gran reto de la posmodernidad y yo me inscribo en esa corriente en lo profundo, sin el envoltorio gratuito y bobo que tiene. La posmodernidad supuso la ruptura de las fronteras entre la gran cultura y la cultura popular, la unión de ambas. A partir de ahí se tuvo claro que los grandes protagonistas del siglo XX no son sólo Picasso o Dalí; que junto a ellos están también John Ford o Howard Hughes. Y grandes dibujantes de cómics como Alex Raymond o Hal Foster.    

 

- Igual que los novísimos rechazaron la etapa anterior del realismo social, ¿no se está produciendo ahora, desde la poesía, desde la narración, desde los distintos ámbitos de la creación, una vuelta a la denuncia en respuesta a los tiempos difíciles que vivimos?

- Me parece totalmente lógico que en crisis tan brutales como la que nos ocupa ahora, con ese paro tan tremendo, haya una vuelta a los valores de denuncia social. Es algo legítimo, normal, que se inscribe en lo que denominamos posmodernidad. Que coexistan diferentes modos de entender el hecho literario, el hecho estético, la manera de expresarse, es lo que tiene que ocurrir. Y eso en el arte se ve clarísimamente. Hay mucha gente que ha apostado por las instalaciones o por las creaciones más ultramodernas y, sin embargo, el realismo ha vuelto a la pintura en muchos artistas jóvenes, admirables, que también representan la vanguardia. Llega un momento en que la vanguardia no se identifica con la ruptura del discurso, sino que puede ser perfectamente su perpetuación.

 

- Se empiezan a apreciar signos de reivindicación del realismo social, tan denostado pese a haber dado obras de gran envergadura.

- Estoy totalmente de acuerdo. Pero ese rechazo se dio cuando el realismo social lo estaba acogotando todo e impidiendo que surgiera cualquier otra estética que no fuera la suya, cuando sus intenciones empezaron a ser totalitarias. Ahora que con la posmodernidad hemos desterrado el totalitarismo y hemos aceptado que el arte puede manifestarse por senderos bien distintos, no tiene sentido seguir denostando una corriente que ha dado obras maestras. Bertolt Brecht, por ejemplo, que a mí me ha fascinado siempre, representa esa tendencia a la denuncia. Él se la planteaba como un punto de partida fundamental, pero es tan genial que su obra llega mucho más allá de todo eso, lo que lo convierte en un clásico. Y lo mismo sucede también con otros autores. Ahí está José Hierro, un poeta para la eternidad. Pero en su momento el rechazo estuvo justificado. Había que dar esa batalla porque había como un pensamiento único y no nos gustan los pensamientos únicos.

 

“Lo que permanece lo fundan los poetas”

- ¿Ha perdido el poeta el cetro, el lugar sagrado? Hubo una época en la que era como el sabio de la tribu.

- Yo creo que en el fondo la sentencia aquella de Hölderlin: “lo que permanece lo fundan los poetas”, esa frase tan maravillosa y tan repetida, es muy real incluso en los momentos en los que parece que la poesía ha perdido el timón y está a punto de naufragar. Yo creo que, al final, a los pueblos son los poetas los que les dan voz. Y hablo de poesía en un sentido amplio, abarcador. Para los portugueses Los Lusiadas, de Camoens, es su obra fundamental, mientras que los españoles pensamos de inmediato en el Quijote. Son siempre los poetas los que acaban definiendo a los pueblos, aunque lo pasen mal, aunque no vendan libros. Pessoa también representa al pueblo portugués y estuvo siempre, el pobre, llevando una vida arrastrada y sin comerse una rosca económica. Aleixandre, a quien yo visité mucho de joven, solía decir: “aunque ahora no nos hagan caso, los poetas somos el alma de los pueblos”.

 

- La poesía es, por otro lado, una corriente muy caudalosa, muy subterránea. Hay muchas voces y tendencias.

- Bueno, aunque los narradores, que siempre son muy corteses, digan que lo difícil es escribir poesía, la verdad es que es mucho más fácil coger una cuartilla y hacer un poemita, aunque sea horroroso, que no escribir una novela. Ante la novela hay que quitarse el sombrero; requiere muchas horas y esfuerzo. Está claro que la buena poesía es difícil de alcanzar, pero, no nos engañemos, escribir un poemita es lo más sencillo del mundo. De ahí que la corriente sea caudalosa, más cuando Internet contribuye a su expansión, a su difusión. Mi obra está toda ahí, copiada hasta la saciedad. Y yo no puedo ni quiero hacer nada, ¿qué más me da? En eso yo creo que los poetas nos diferenciamos también de los narradores, de los cineastas, que están siempre tan cabreados por el tema de los derechos. Los poetas, como no tenemos nada que ver con el dinero, como nunca nos han pagado nada por nuestros poemas, estamos menos preocupados. “Por lo menos que circulen”, nos decimos. Por eso es tan universal la poesía y ahora mucho más. Lo cierto, sí, es que hay muchísimos poetas, pero son muchos los llamados y pocos los elegidos. Y los elegidos, además, van cambiando según las épocas y los gustos.

 

- Resulta muy difícil trazar un mapa de los caminos, de las vertientes poéticas, en la actualidad. ¿Qué corrientes le interesan ahora mismo a Luis Alberto de Cuenca?

- Bueno, yo creo que ahora mismo hay una pluralidad de voces y ninguna estética dominante. En los años 80 dominó una estética neorrealista, figurativa, en la poesía española, pero ahora la poesía irracionalista, la del silencio, la hermética, conviven perfectamente con la poesía realista o con la social. Por los jurados de premios de poesía joven en los que participo anualmente, me doy cuenta de que los diez finalistas que te dan a leer, previamente seleccionados, cada uno va de su padre y de su madre. Y eso es realmente divertido y bonito, porque no hay una corriente dominante. Hay de todo y, desde luego, hay muchos imitadores. El estilo Gamoneda, el estilo José Hierro, están ahí, y el de Gimferrer, que cundió mucho en su día, también. Yo soy un perfecto ejemplo de la factoría Gimferrer. Es lógico: uno siempre tiene que escribir a imitación de algo, surgir de una semilla para luego poder distanciarse. En mi caso, yo parto de Juan Ramón Jiménez, de Juan Eduardo Cirlot, de Gimferrer y de Jaime Gil de Biedma. Pero de la amalgama que hago, de esa especie de cóctel con todos ellos, sale mi propia voz. Al principio hay que ser obligatoriamente eco. Picasso cuando empezó a pintar lo hacía al estilo de sus maestros. Es así. Y llega un momento en el toca que te imiten a ti que puede resultar muy desconcertante. Yo he visto libros muy basados en mi poesía que a veces me han parecido interesantes. Los pastiches no tienen que ser necesariamente malos.

 

- ¿Poetas a los que se siente cercano ahora mismo, que le gusten especialmente?

- Pues de los poetas vivos leo con placer a Roger Wolfe, Manuel Vilas, Amalia Bautista, Almudena Guzmán, Miguel d’Ors. Son poetas de los que me encuentro muy cerca por su manera de construir el verso,  porque tienen una idea de la estructura del poema muy próxima a la que yo pienso que es la correcta. Aprendo mucho de ellos y me emocionan. A mí la poesía me tienen que emocionar. Antes mencionaba, por ejemplo, a Gamoneda. Es un gran poeta del que tuve la ocasión de hacer una antología para ser leída en público. Me alegró ese cometido porque me llevó a buscar los poemas de Gamoneda que más emocionan y me hizo darme cuenta de que, por encima de esa capa de aparente frialdad que parece que pueda tener, hay poemas con una gran capacidad de suscitar emoción. Hay otro poeta, José Ángel Valente, que también está ahora como maestro de muchos jóvenes y con quien tuve la suerte de viajar en dos ocasiones a América, que es un impresionante “poetazo” del corazón, pero hay que llegar ahí después de traspasar esa corteza que tiene de intelectualidad o de experimentalismo. A mí me ha emocionado también mucho Valente. He procurado beber de todo, ir enriqueciéndome con la suma. Me parece una guerra absurda y sin sentido esa tendencia de las escuelas de aislar a los maestros y quedarse sólo con uno, algo que se da mucho en poesía. Todo puede contribuir a crear tu mundo poético y todo puede ser positivo. No hay que ser maximalistas.

 

- ¿Y de los clásicos? ¿Cuáles están siempre?

- Pues de los clásicos está, en primer lugar, la Antología Palatina, esa  colección de epigramas helenísticos que tengo en varias ediciones aquí detrás [indica una estantería en su despacho]. Para mí fue la anunciación, la anunciación de la poesía en mi vida. Se trata de  epigramas, todos breves, muy pensados, calibrados, estructurados. Mi poesía también es eso. En esa tradición está Catulo, por supuesto, fundamental para mí, y después el “dolce stil novo”, con Petrarca, por ejemplo, que me parece imprescindible. Entre los más recientes debo citar a los autores de la Generación del 27, que nos han influido a todos, y de entre los que me quedo con García Lorca. No soy nada original en eso. Y luego hay poetas que me fascinan de otras tradiciones: Ezra Pound, del que tanto he aprendido a escribir; Pessoa, Kavafis, Saint John Perse... Son lecturas a las que siempre vuelvo, que siempre me iluminan y me dan una idea en momentos de poca imaginación poética. Son mis maestros. Y no puedo olvidar a Juan Ramón Jiménez, esencial, más incluso que todos los del 27. Hay en Juan Ramón algo muy difícil de encontrar en otro poeta. Él puede ser el maestro de alguien figurativo o abstracto, de alguien hermético o comunicativo. Lo tiene todo, es prodigioso. Todos tenemos nuestro Juan Ramón.

 

“No puedo imaginarme una existencia sin libros, sin personajes literarios”

- En uno de sus libros de ensayo, De Gilgamesh a Francisco Nieva. Un itinerario fantástico escribió: “Mi casa soñada está construida con libros y no puedo imaginarme una existencia que no esté veteada de personajes literarios. La historia de mi vida es la historia de mis lecturas y de las respuestas vitales que esas lecturas han ido generando en mi ánimo”. ¿Tiene la literatura un efecto transformador en la vida?

- Estoy de acuerdo conmigo mismo y no sucede siempre. No siempre uno sigue estando de acuerdo con lo que ha escrito alguna vez, pero en este caso sigo afirmándolo. No puedo imaginarme una existencia sin libros, sin personajes literarios. No concibo que haya por una parte vida y por la otra literatura. Cuando somos jóvenes podemos pensar que drogarnos, emborracharnos, tener cuatrocientas novias, etcétera, es más literario o más creativo que estar leyendo un libro, pero no es verdad. La lectura es una acción vital tan importante como cualquier otra de esas actividades. Quien no lee se está perdiendo algo grande. Hay que estar en todo, por supuesto, hay que experimentar y atender a la biología, pero tengo el convencimiento de que leer es vivir más y vivir mejor. Por eso creo que es un error contraponer lectura y vida; cultura y vida. Yo he conocido deportistas de élite que son personas cultísimas. Emilio Butragueño o Miguel Pardeza, que son amigos míos, son personas que disfrutan muchísimo con un libro  y eso no quita que luego hayan sido unos genios del balón. Otra cosa que me parece negativa en los intelectuales españoles es su rechazo del deporte. Ahora algunos se declaran futboleros, pero yo tengo 63 años y en mi época ser futbolero era casi como ser franquista, igual que ser taurino. Yo soy futbolero y soy taurino. Me gustan las cosas que le gustan a todo el mundo. No soy nada rarito en ese sentido y creo que eso en vez de restar, suma.

 

- ¿Si le pidiera que asociara determinados libros a estados de ánimo concretos; por ejemplo, un libro cuya lectura le haya producido una particular alegría?

- Estupendo. Empezaría por  El mago de Oz. Tengo un libro, Baldosas amarillas en homenaje precisamente a “El camino de baldosas amarillas” de El mago de Oz. Es una obra verdaderamente pletórica. Otro libro que me hizo feliz y que siempre recuerdo fue un volumen de la colección de Aguilar con las obras completas de Shakespeare. Tenía 12 años y, como había sacado matrícula en cuarto de reválida, pedí que me lo regalaran. Para mí encontrarme con mis raíces; porque lo que hizo Shakespeare fue descubrirme todas las raíces del ser humano, todo lo que tenemos por dentro supuso una gran felicidad, igual que la lectura de Las memorias de ultratumba, de Chateaubriand, que me parecen prodigiosas en cuanto trasunto, fotografía perfecta de la personalidad de su autor. Y también está la Antología Palatina, que citaba antes, y otros textos medievales, artúricos, hermosísimos, que constituyen otra de mis pasiones. Recuerdo la colección para niños Araluce. Se llamaba “Las obras maestras al alcance de los niños”, y la fui coleccionando poco a poco. Yo soy muy partidario de que haya ese tipo de adaptaciones. Los niños de 8 o 9 años pueden disfrutar mucho con la lectura, pero no con el Macbeth entero. Hay unas historias contadas para niños que pueden resultar fascinantes.

 

- ¿Sus padres eran buenos lectores?

- Mis padres eran lectores habituales, no histéricamente lectores, como yo. Había una biblioteca en casa muy decente, de unos 2.000 volúmenes y, sí, el ambiente que vivimos mi hermana y yo fue muy positivo para el cultivo de la lectura. Mi padre era muy lector de novelas de género y yo le he seguido mucho en eso: novelas de aventuras, de espada, policíacas. Y había un buen número de clásicos, pero no era para nada mi biblioteca soñada. Esa me la fui haciendo yo con el tiempo. Shakespeare no estaba. Llegó gracias a mí cuando tenía 12 años. Yo podría haber sido un notario que hubiera leído solamente best-sellers. Genéticamente estaba dotado para ser un voraz consumidor de literatura y un ocasional escritor, pero también podría haber sido otra cosa; podría haber sido un ingeniero de caminos. Ahora, visto con perspectiva, creo que bueno es que crecí en un hogar que posibilitaba muchas salidas. Yo creo lo bueno es que las familias creen un ambiente en el que los hijos puedan desarrollar y elegir sus virtualidades. Pero nunca se sabe. Hay de todo. Está Julián Marías, al que salieron los cuatro hijos listísimos (risas) En mi caso, mi padre era abogado y mi madre, aunque era listísima, muy culta y leía más que mi padre, no tenía carrera, como correspondía a las mujeres de su época. Creo que yo no podía haber salido no lector, pero mis padres no me animaron en mi trayectoria de escritor. Lo que querían es que yo fuese notario o abogado del Estado, lo cual a mí me horrorizaba. Estudié dos años de derecho, saqué muy buenas notas y les dije: “estas son mis notas, pero no me gusta, voy a hacer Filosofía y Letras”. Y así fue.  Afortunadamente, los de mi generación pudimos vivir de eso. Yo sabía que si me dedicaba a ello con gusto y con voluntad, jugándomelo todo,  poniéndolo todo sobre el tablero, saldría adelante, pero es que entonces había posibilidades. Ahora ni siquiera jugándotelo todo puedes salir adelante. Eso lo veo yo en mis hijos.

 

- ¿Y un libro de la melancolía, de la tristeza?

- Indudablemente El libro del desasosiego, de Pessoa. Un libro que es tremendo, muy triste, pero también está Cantos de vida y esperanza, de Ruben Darío. Ese poema que se titula “Lo fatal” y que dice: “... no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo ni mayor pesadumbre que la vida consciente...” es terriblemente melancólico y amargo. Todo el libro lo es y, sin embargo, lo tituló Cantos de vida y esperanza. Es una cosa completamente curiosa.

 

“El dinero se ha convertido en una especie de paraíso al que acceder sin escrúpulos”

- Ha estudiado mucho los mitos, localizando la tradición clásica en las formas de expresión contemporáneas, en el cómic, en el cine. Ha dicho que necesitamos los mitos para sentirnos vivos. ¿Han cambiado mucho los mitos con el paso del tiempo? ¿Hasta qué punto el dinero es el gran mito del presente?

- Bueno, el dinero, el oro, siempre lo ha sido. Pensemos en el mito de El Dorado, ese lugar al que todo el mundo quiere acudir. No es algo nuevo. Podemos remontarnos al rey Creso de Lidia y llegar desde ahí al presente. El ansia por la acumulación de riquezas se repite una y otra vez. Lo que pasa ahora, con la actual crisis, que arranca de la cultura de los 80, del pelotazo, es que las clases medias se están aboliendo y cada vez hay más distancia entre los ricos y los pobres. Eso es trágico, pero, en cualquier caso, si hablamos del mito como un discurso que explica el universo, el mito del dinero puede explicar alguna de de las peculiaridades del ser humano, pero no es fundamental. Los mitos fundamentales varían muy poco. La sociedad tradicional, la que todavía existe en los aborígenes australianos o en el Amazonas, sigue teniendo las mismas conexiones internas que la nuestra. Eso del hombre civilizado y hombre salvaje es muy relativo. Tenemos los mismos mitos, solo que desarrollados de una manera diferente. En esa especie de arcadia original que fue la vida de los hombres salvajes, seguro que también se dieron posiciones de prestigio, de poder. Aunque el dinero no existiera como tal, estaban las cabezas de ganado, cuya posesión diferenciaba a unos de otros, o el número de mujeres que se tuviera. El mito de la igualdad sí que es un mito absolutamente absurdo, porque nunca hemos sido iguales. Lo que pasa hoy, particularmente, en esta sociedad mundializada, globalizada, es que el dinero se ha convertido en una especie de paraíso al que acceder sin escrúpulos. Eso se ve claramente en El lobo de Wall Street, una película que me parece extraordinaria y que ha sido criticada precisamente por exponer todo esto sin ser crítica. Scorsese lo pone todo sobre la mesa de una manera magistral. Yo soy muy de Scorsese y en su nombre me he peleado con mucha gente que dice haberse sentido molesta porque en la película sólo sale sexo y droga. Yo no sé qué película han visto, si han visto la misma película que yo.

 

- ¿Hasta qué punto estamos faltos de héroes y hasta qué punto los héroes se han abaratado? Se ha puesto la heroicidad en los villanos, en los mercaderes, en los que se enriquecen, no en los creadores, en los   humanistas, los científicos, en los que ayudan a los demás.

- Bueno, en los villanos y también, durante mucho tiempo, en los políticos. Pienso en la familia Kennedy, que representa un cierto paradigma de heroísmo basado en el culto a la personalidad. En este país con la muerte de Suárez hemos vivido una especie de canonización de un señor al que odiaba todo el mundo, de quien nadie se acordaba y que de repente se convierte en un tipo de héroe al que la sociedad rinde culto, como se rendía culto a los dioses en la antigüedad romana. Dejando eso de lado, los héroes de nuestro tiempo son la starlette, el actor de películas de éxito, el futbolista, el deportista de élite y, por supuesto, el que gana mucho dinero. Es patético que se mitifique tanto todo esto, pero por debajo de esa capa superficial, si escarbamos detrás de esos héroes un poco de pacotilla, siguen estando los valores de siempre: la fortaleza, la capacidad de sufrimiento... En el fondo, la estructura profunda de los mitos es la misma que se da en la sociedad primitiva. Se ha degradado, eso sí, se ha profanado, el concepto de mito, que antes era sagrado.

 

“Todos debemos luchas por ennoblecer lo que estamos haciendo”

- Recuerdo una declaración que hizo Luis Alberto de Cuenca cuando se puso al frente de la Biblioteca Nacional [cargo que ocupó desde 1996 hasta el 2000]. “Hay que dignificar y ennoblecer la política”, dijo entonces, y se refería a ese momento como el idóneo para demostrar que “hacer política no era una actividad cercana al gangsterismo como creían los taxistas”. Lejos de mejorar la cosa ha empeorado. ¿Cree que todavía es posible ennoblecer la política?

- Bueno, es que entonces estaba recién llegado y tenía mucha ilusión por ennoblecer una profesión que estaba ya entonces mal vista. La situación ha ido degenerando, es cierto, pero creo que siempre es posible ennoblecer cualquier cosa. Todo son ciclos. Yo soy “eliádico” en ese sentido. Mircea Eliade siempre hablaba del eterno retorno y, como él, yo no creo que las cosas sean una línea recta. ¿Hacia qué, hacía qué lugar? Los revolucionarios del 89 pensaban que estaban inaugurando el mundo y después vino la revolución del 17, a la que siguió la contrarrevolución del 81... Todo es muy relativo. Yo lo que pienso es que todos debemos luchar en nuestra parcelita por ennoblecer lo que estamos haciendo. Eso es lo que yo quería decir entonces, cuando estaba recién llegado a la política, que no era política, porque ser director de la Biblioteca Nacional en cualquier país del mundo no es nombramiento político, salvo en España. No tiene sentido que el PP o el PSOE nombre al director de la Biblioteca Nacional, que hoy ni siquiera es una dirección general, lo cual me parece un error. En el Reino Unido, por ejemplo, los políticos sólo nombran a secretarios de Estado y a ministros. Lo demás es funcionarial.

 

- ¿Cree que estamos en un umbral de cambio hacia otra cosa?

- Sí. Creo que Internet ha sido una revolución profunda, mucho más que cualquier otra, mucho más que la caída de la Unión Soviética o que la globalización, fenómenos que son pura historia. Borges ya supo ver en  El libro de arena lo que hoy es Internet. El hecho de que con este dispositivo móvil pueda tener todo a mi alcance, pueda acceder a una gran biblioteca con sólo pasear mi yema de dedo por la superficie, es algo fundamental. Creo que esto que estamos viviendo supone más de lo que la imprenta supuso en su día. La imprenta revolucionó todo porque evidentemente el protestantismo no habría tenido lugar sin ella. No habría habido una rebelión en el seno del cristinanismo sin la imprenta. Y fue fundamental el invento de Gutenberg de los tipos móviles, que ya los chinos habían utilizado antes, pero Internet es mucho más. Estamos en el umbral de algo desconocido, que ya nos ha conducido a una forma de comunicarnos, de relacionarnos a través de las redes sociales. Yo no participo en ellas porque soy de otra generación, pero me parece increíble, incluso la manera de expresarse que han abierto. Si hubiéramos vivido en los tiempos de la Inquisición hubieran quemado al tipo que ha inventado todo esto. Es pura magia, una especie de pacto con el diablo. Yo tardo ahora en hacer una reseña la décima parte de lo que tardaba antes y cada vez son más fiables los datos que se manejan en Internet, siempre que conozcas bien el campo en el que te mueves. Es impresionante cómo lo ha facilitado todo. No podemos dejar de reconocerlo, de apreciarlo. A mí me sigue fascinando ir a la enciclopedia, pero eso es ya es un acto de perversión, una delicia que se acabará convirtiendo en una rareza estrambótica.

 

“El libro físico durará más de lo que muchos auguran”

- Pero no es lo mismo una enciclopedia que una novela, ¿no?

- Por supuesto. Yo creo que el libro físico durará mucho más de lo que muchos auguran. El códex fue uno de los grandes inventos de la humanidad. Antes de él existía el volumen, que era un rollo de papel, pero, a partir del siglo IV, a alguien se le ocurrió en Roma que era muchísimo mejor pasar las páginas. A partir de ese momento, esa revolución del códice fue tan importante como la de la imprenta. Catulo “and company”, no tenían códices. Tenían que ir poniendo piedras para poder leer los contenidos del rollo de papel.

 

- ¿Estar tan inmersos en ese cambio, en esa revolución, genera confusión, incertidumbre?

- Así es. No podemos apreciarlo en toda su magnitud. Las ventajas son muchas, pero también podemos ver la desventaja de que los malos, por decirlo de algún modo, tienen también a su disposición un medio para hacer fructificar las actividades a las que se dedican. Me refiero, por ejemplo, a las redes de pederastia o al terrorismo. Internet lo facilita todo, porque es el libro de arena y en el libro de arena del que hablaba Borges se encuentra todo... Permite un mayor control sobre todos. Lo vemos por Obama, que tiene controlado a todo Dios. Eso es evidente, pero tiene toda la lógica. Internet es como un trasunto del mundo, con todo lo bueno y lo malo del mundo. Se trata de un mapa a pequeña escala del planeta tierra, de la vida y de la cultura que se ha desarrollado dentro de ese planeta. Y claro ahí cabe todo: los santos, los mártires, los monstruos, los capos de la mafia... Acordémonos de Walt Whitman y sus Hojas de hierba, un libro en el que el autor norteamericano del XIX le cantaba a todo lo que es el hombre, no sólo a sus actos benéficos. Por eso me encanta Shakespeare, porque pinta la vida como es, con sus monstruos y sus ángeles. Todos tenemos a la vez parte de monstruo y parte de ángel, aunque, evidentemente, luego está el derecho, las leyes, para controlar al monstruo.

 

- Sigamos con la biografía. Después de la Biblioteca Nacional, de 2000 a 2004, Luis Alberto de Cuenca ejerció de secretario de Estado de Cultura. ¿Qué recuerdos guarda de esa etapa?

-  Ese pasado mío no me interesa. A la Biblioteca Nacional sí le guardo cariño, pero nunca disfruté estando en el primer plano de la vida política. Eso mis amigos lo saben muy bien, como que tampoco cambié. Puede que alguna vez diese a alguien una respuesta un poco más nerviosa de lo habitual en mí, pero uno de mis mayores orgullos es que la política no me hizo cambiar.

 

- ¿Le enseñó algo esa etapa?

- Indudablemente. Me enseñó cómo tienes moscones continuamente contigo, gente que que está a tu lado sólo porque estás ocupando un determinado cargo, mientras que, como contrapunto, los que de verdad eran mis amigos procuraban mantenerse al margen, no darme la lata. Aprendí mucho del alma humana, de lo que supone el poder, un poder relativo, ya que en España poder, poder, sólo lo tiene el presidente del Gobierno, el jefe de la oposición y el Rey, que sigue teniendo mucho.   Pero lo demás... Por delegación me tocó algo y realmente ahí aprendí a profundizar mucho de los mecanismos que mueven a las personas, de lo que nos rodea, de lo que es realmente importante.

 

“Somos criaturas depredadoras”

- ¿Por qué es tan tóxico el poder?

- No lo sé, pero siempre ha gustado, desde el principio de los tiempos, y no sólo se trata de una estructura a nivel de Estado, de autonomías, de ayuntamientos. El poder también se ejerce en la familia. Siempre hay un cónyuge que manda más que otro; un niño que se impone a los demás. Es algo que procede de nuestra condición de primates evolucionados. Las relaciones de poder ya están en las tribus de los chimpancés o de los gorilas. Y en el fondo también está en la condición de los carnívoros. La relación de poder, exige caza. Somos criaturas depredadoras.

 

-  Un amante del cine, de la música, autor de letras de canciones para la Orquesta Mondragón o para Loquillo, simpatizante de la Movida, como usted, ¿qué opina de la actual situación de la cultura, por qué da la impresión de que es ninguneada, despreciada, por los gobernantes, quienes la consideran un mero entretenimiento y no aprecian su valor?

 

- La situación es verdaderamente dramática. En la música el negocio se ha reducido un 95%; en el mundo del audiovisual lo mismo y el mercado del libro ya está en un 50 o un 60% menos debido a la piratería. Todas las medidas de revitalización económica a consecuencia de la crisis han resultado durísimas para la cultura, para el teatro, para el cine. Y lo del IVA ya ha sido una puñalada trapera. ¿Qué es lo que pasa? Pues que a la cultura en España, y lo sé porque he estado al frente de la misma cuando había dinero, siempre se le escatima la financiación. Y en tiempos de crisis mucho más. La cultura ha sido siempre una especie de comodín que se ha utilizado según los intereses del momento. Tenemos el ejemplo del Instituto Cervantes. Los distintos gobiernos que ha habido siempre han dicho que iban a apoyarlo y a apostar fuerte por él, pero nunca lo han hecho.

 

“No hay condiciones objetivas para fomentar un diálogo entre lo público y lo privado que favorezca la cultura”

- Pero la cultura, la lengua, pueden generar riqueza.

- Por supuesto que la cultura puede generar dinero, sobre todo en un país como España, un país de sol y playa y de cultura. Pero aquí nunca ha habido, como en el mundo anglosajón, una conexión fértil entre lo privado y lo público. Aquí nunca se ha hecho una ley de mecenazgo generosa que permita que gente con dinero apoye proyectos culturales a cambio de desgravaciones fiscales. Ahora se ha puesto sobre la mesa, pero tenemos unos números muy malos que no lo permiten y Hacienda es muy avara. No hay condiciones objetivas para fomentar un diálogo entre lo público y lo privado que favorezca la cultura. No cabe duda de que la lengua española, a través de la venta de títulos que fuesen valorados por las universidades españolas, es un negocio. Tendríamos que jugar a la metrópolis como juegan en el Reino Unido con su Commonwealth, pero no hemos sabido. Somos un país cortoplacista, que busca el provecho a un mes, a un año vista, hasta las siguientes elecciones. Falta un sentido más amplio de futuro, eso siempre ha sido así. Y, por otro lado, algo que me incomoda mucho es que haya gente, cineastas de moda, por ejemplo, que se crean los dueños de esa cultura. “A la gente de la cultura no nos oyen”, suelen decir. No, señores, la cultura es de todos.

 

-  ¿Cómo ve el devenir de la humanidad, se atreve a mirar el futuro a través de la bola de cristal?

- Un cíclico como yo, no un ciclotímico, en lo que cree es en los ciclos, en el eterno retorno del que hablaba Eliade. Yo creo en el principio del caos. Mi amigo Juan Luis Arsuaga, el antropólogo, dice que todo es fruto del caos, que no puede haber planificación de ningún tipo, y yo estoy con él. Esto quiere decir que este estado de postración de la cultura, que este estado de crisis lamentable, que esta ausencia de trabajo para los jóvenes y para los que no son tan jóvenes, tendrá un fin. Quién sabe cuándo, no se sabe, pero los que somos cíclicos pensamos que no todo va a ir a mejor ni a peor sino que va a mutar. Yo creo que estamos en el comienzo de un determinado giro importante en las sociedades. Hasta ahora hemos creído que todo iba a mejorar continuamente y ahora nos hemos dado cuenta de que eso no es así y no somos capaces de discernir lo que va a ocurrir en el futuro, pero yo creo que incluso va a cambiar el modelo.

 

- ¿El modelo capitalista?

- El modelo capitalista, sí, pero sin hacerse socialista tampoco. No tengo ni idea de lo que surgirá, pero va a ser un capitalismo nuevo. Desde el “new deal” de Roosevelt éste había estado muy marcado por las mejoras sociales, pero la situación de crisis ha provocado un recrudecimiento de su rostro menos humano. Y en eso ha tenido que ver también la caída del socialismo, el modo en que se ha gestionado el socialismo real, que ha sido lamentable. Estamos en un momento en el que no sabemos qué va a ocurrir. Los liberales dicen que la solución es el liberalismo, los socialdemócratas le echan la culpa a los liberales de la crisis. Yo no tengo conocimientos para dictaminar lo que ocurrirá. Lo que sí sé es que estamos en la aurora de algo. Esa es la impresión que tenemos todos los que nos paramos a pensar un poquito.

 

- Volvemos al principio de esta entrevista. ¿En el plano personal Luis Alberto de Cuenca es un hombre optimista?

- Yo creo que no se puede ser optimista, porque esta película siempre acaba mal, porque el proceso de envejecimiento no puede llevarse bien desde el momento en que empiezan a fallar las habilidades. Dámaso Alonso confesaba sentir: al “oso pardo de la vejez” abalanzarse sobre él, y eso es verdad. Ser optimistas es de necios, pero lo que ocurre es que tampoco puede ir uno por el mundo como un melancólico o un depresivo.

 

“Mi poesía es terapéutica”

-- “Hay que vivir la decadencia con buen humor”, dice en uno de los poemas de Cuaderno de verano. En un libro anterior, La caja de plata, anima a que el ejemplo en la vida sea lo que se ha gozado, nunca lo sufrido. Hay mucho optimismo en esos versos.

-- Es que en mi poesía traslado mi lado saturniano, pero también mi lado apolíneo, mi lado luminoso, solar. En cierto modo lo que intento en ocasiones es darme ánimos a mí mismo, mientras que otras veces, por el mero hecho de describir mi situación desastrosa, también me estoy mimando. Eso lo dicen los psicólogos. Si tú de repente eres capaz de verbalizar tu horror vas mejorando. Para mí, precisamente por eso, mi poesía es terapéutica.

 

- Hay otro poema, “Abre todas las puertas”, perteneciente a Por fuertes y fronteras, en el que se apuesta por la curiosidad  ante la vida, en el que se incita a abrir todas las puertas, aunque “nada haya dentro”. Dice mucho de una manera de ser.

- Sí. Yo estoy educado en un cierto nihilismo. Pertenezco a una generación muy interesada por el teatro del absurdo, por Samuel Beckett, por Ionesco... Me he educado en esa cultura de posguerra mundial donde no había ningún tipo de horizonte, donde no te podías agarrar a nada. Y sigo en esa cultura porque es la que he vivido de joven, pero, por otro lado, también tengo un gran respeto hacia la tradición, hacia los valores del cristianismo europeo, de Occidente, que es de donde han salido los derechos del hombre, las revoluciones. Lo hemos hecho prácticamente todo y ahora que nos castigamos, que nos flagelamos tanto, yo me confieso muy occidentalista, muy partidario de Occidente.

 

[Fue al final de la entrevista, muy cerca del “oso pardo de la muerte” al que nombraba Dámaso Alonso, cuando sonó el teléfono con esa noticia que modificó el tono de voz, el gesto, la palabra, el estado de ánimo, el ritmo de la conversación. Todo estaba dicho. “Cuando te veo triste y melancólico, / próximo ya a la ruina cenicienta, / me permito decirte (en estos versos, / porque a la cara no me atrevería), / que aún respiras (lo que es inevitable / cuando se sigue vivo), que hay películas todavía que ver / y geologías / caprichosas y océanos en llamas / y tesoros escitas y crepúsculos / que admirar, y novelas que leer, / y connivencias mágicas, y copas / feéricas que apurar. Y aunque no haya / emociones fortísimas, pasiones / consuntivas ni tíos en América / esperando a las puertas del futuro, / hay que intentar vivir hasta la última / bocanada de aire en los pulmones / sin perder la esperanza...”, me puse a leer “Consolatio ad se ipsum”, de Cuaderno de vacaciones, sentada en el metro, camino de vuelta a casa].