Señalaba Ángel González que la poesía que le interesaba era la que “vierte su luz dentro de las fronteras del reino de los hombres”. Lo dijo y lo cultivó en su obra el poeta asturiano, pero la frase podría suscribirla perfectamente Luis García Montero. El autor de entregas como Áspero mundo y Tratado de urbanismo es una de las fuentes de inspiración del creador granadino, quien ha tenido la enorme suerte de ser amigo de algunos de sus admirados maestros (además de González, Alberti, Gil de Biedma...), con quienes ha compartido charlas, paseos, viajes, cenas y conversaciones telefónicas.

 

García Montero (Granada, 1958), poeta, novelista, ensayista y crítico literario, ha creado su propia obra partiendo de un rico legado que no solo incluye lecturas, sino también experiencias. Su familia literaria es amplia y de ella forman parte aquellos a los que trató personalmente y esos otros espíritus afines que, a través de sus libros, le han comunicado verdades esenciales, con Lorca y Machado a la cabeza. La lista de complicidades es larga. Son muchas las deudas que reconoce el autor de Habitaciones separadas y muchos sus afanes por devolver el favor a quienes le han aportado tanto enriquecimiento personal y espiritual. A través de ensayos, biografías, artículos, conferencias, nuestro protagonista ha intentado contagiar sus pasiones, profundizar en los territorios que han marcado su rumbo.

 

Compartir conocimientos, lecturas y convicciones, define a quien ha ejercido la enseñanza de la literatura como un camino de transmisión de saberes, de fructífero diálogo entre generaciones. Si algo es García Montero es un poeta cercano, amigable. A título personal, cuando pienso en su figura, recupero imágenes suyas en los lugares más diversos; por supuesto en todo tipo de encuentros culturales (recitales, conciertos, homenajes...), pero también en la calle: en manifestaciones, en actos de reivindicación, en históricas jornadas de votación en el colegio del barrio madrileño de Malasaña, al que le corresponde acudir cuando las urnas lo reclaman, habitualmente junto a su compañera, la escritora Almudena Grandes.

 

La cercanía es también una de las señas de identidad de su poesía. Sus versos buscan comunicarse con los hombres y mujeres de a pie a través de un lenguaje abierto, cotidiano, que no oculta lo profundo, lo íntimo, lo trascendente, sino que lo desnuda para que veamos lo cerca que está, al alcance de la mano, en cosas, actos y gestos que pueden pasarnos desapercibidos en el ritmo de los días y los quehaceres. Hablar de Luis García Montero es hablar de poesía de la experiencia y de “nueva sentimentalidad”. Es percibir la herencia de Machado, de Lorca, de los autores de la Generación del 50, alejados de las torres de marfil y tan propensos al compromiso, al despertar de las conciencias.

 

El compromiso define la vida y la obra del escritor granadino. Por compromiso llegó incluso a presentarse como candidato por Izquierda Unida a la Presidencia de la Comunidad de Madrid. Una experiencia agridulce que forma parte de su perfil como personaje público, como hombre de la cultura que no rehúye implicarse en los debates del día a día, en la política, en el trabajo institucional –actualmente dirige el timón del Instituto Cervantes–. Si hay una búsqueda, una línea que atraviesa toda su trayectoria, vital y creativa, esa línea tiene que ver con su anhelo por “conseguir una alianza ética entre el yo biográfico y el literario”.

 

A lo largo de esta entrevista, realizada a través de correo electrónico, Luis García Montero asegura que su ética “va unida al poeta que pretende ser”. Confiesa que el mundo en el que vivimos cada vez es menos suyo (“la manera de ser, de vivir, de comportarse en la sociedad, tiene cada vez menos que ver con mi forma de ser. Siento vergüenza ajena ante muchos espectáculos televisivos, culturales o políticos”, señala) y asegura que, pese a todo, no cabe la rendición ni la equidistancia ante las injusticias.

 

En estos tiempos en los que las mentiras ganan cada vez más terreno, él no deja de ejercer la crítica a través de sus columnas periodísticas, espacios para la reflexión sobre lo que acontece, sobre lo que le causa perplejidad. Y sigue creyendo en el reto de la poesía de hallar la dignidad en medio de la confusión, del ruido, de la basura. En medio de las ruinas del pensamiento, pese a todo, “mientras haya alguien que esté escribiendo poesía en su lugar, por discreto que sea, tendremos motivos para la esperanza”, declara.

 

“La literatura es un ajuste de cuentas con la realidad, una manera de comprometerse con el mundo”

 

- Eres un hombre polifacético, una especie de renacentista teniendo en cuenta los muchos géneros literarios que has tocado, los muchos quehaceres e inquietudes que han ocupado tu trayecto, pero podríamos decir que, en tu caso, lo que une todos los caminos es la búsqueda de una manera de comprometerse con el mundo, de participar en el devenir del tiempo que se vive, de crear conciencia. ¿Qué opinas? ¿Cuáles son los impulsos que te mueven? ¿Qué se ha mantenido inalterable a lo largo de los años?

 

- Pienso en mí, como lector. Bajo mi dedicación a la enseñanza, a la escritura, está el lector acostumbrado a entrar en mundos diversos. La lectura cultiva la imaginación moral, la capacidad de ponerse en el lugar del otro, de comprender el dolor o el amor ajeno. Y en ese sentido tienes razón. La literatura es un ajuste de cuentas con la realidad, una manera de comprometerse con el mundo. La realidad exterior suele ser hostil. Escribir supone la búsqueda de un espacio en el que puedan coincidir sin trampas nuestro mundo interior con la realidad exterior. Se consigue a veces una emoción que podemos identificar con la verdad personal. La lealtad a la propia verdad es lo que un escritor intenta mantener a lo largo de los años.

 

- ¿Hasta qué punto la poesía es la corriente que va por debajo de todo lo demás, la corriente que te ayuda a comprender los alrededores y a acceder a los espacios interiores, a lo que realmente eres?

 

- Me siento, sobre todo, poeta. Es la tradición creativa que he heredado de una forma más íntima. Es el género en el que también me siento más seguro, pues hasta los errores pueden ser una decisión mía. La poesía para mí es el camino más directo de plantearme qué digo cuando digo yo. Escribí mi primera novela porque estaba haciendo una biografía del poeta Ángel González y me di cuenta que faltaba lo más emocionante. Ángel vivía los recuerdos de su infancia como si fuesen un presente o un pasado que no pasa. Nos contaba, con 80 años, cosas que vivió en la Guerra Civil y que le dolían como si fuesen actuales. Entonces pensé que la mejor manera de escribir esa sensación era contarla para que los lectores la vivieran con él. Así que dejé el tono ensayístico y aposté por la ficción. Quedé contento, pero dentro de una razonable inseguridad. En poesía, como digo, estoy más seguro de la tradición elegida y de los recursos a mi alcance.

 

“Imitar es una buena forma de aprendizaje”

 

- ¿A Luis García Montero hay que buscarlo en el niño que fue? ¿recuerdas imágenes de tu infancia, emociones, sentimientos, que anticipaban al futuro poeta? ¿Cuáles fueron tus primeros versos? ¿Qué lecturas te marcaron especialmente?

 

- El azar de la vida, pensado desde hoy, parece que me fue acercando a la poesía. A mi padre le gustaba leer en voz alta algunos poemas de Las mil mejores poesías de la lengua castellana, cosas de Zorrilla, Espronceda, Campoamor. Recuerdo la emoción que sentí al descubrir en la biblioteca familiar, colocada en el Salón de las Visitas, las obras de García Lorca publicadas en la editorial Aguilar. Me sumergí en un mundo donde las palabras, la luna, el limón, el jinete, el río, decían mucho más de lo que decían. Y recuerdo también una mañana de colegio en la que un profesor nos puso en un tocadiscos los poemas de Antonio Machado que cantaba un joven Serrat. De ahí pasé a Alberti, Blas de Otero, Jaime Gil de Biedma… Ah, mis primeros versos fueron escritos para darle un final distinto a El tren expreso de Campoamor. Me cansé de que al final muriera la enamorada. Y después escribí poemas que son imitaciones adolescentes de Lorca. Imitar es una buena forma de aprendizaje.

 

- Repasando los textos de tu libro biográfico Luna del sur, se hace evidente que los lugares donde nacemos nos construyen. ¿Qué hay en ti de Granada? ¿Cómo ha ido cambiando la relación que tienes con la ciudad? ¿Cómo la vives hoy, cómo la ves?

 

- Es verdad que pertenecemos a un paisaje sentimental, que construimos paisajes en los que ser. Los lugares nos construyen porque nosotros los construimos, los hacemos nuestros. Granada es mi infancia, es la ciudad que viví como niño sin miedo, porque cada cosa estaba en su sitio y el barrio era una parte más del domicilio. Recuerdo la sensación de estar en un espacio en el que las orugas de los árboles del Genil, los amigos del barrio, los pocos coches de entonces, el tranvía y mi familia pertenecían a un mundo que me quería y que yo quería. Después, con García Lorca de la mano, me adentré en la historia de la ciudad, me sentí heredero de su pasado difícil. Los años de la universidad, los años 70, marcaron otra época. Ya sabes lo que dijo Baudelaire de París, que la ciudad que te hace se deshace. Bueno, Granada ha crecido mucho, ya no conozco muchos de sus lugares. Pero sigue siendo una ciudad universitaria, llena de fuerza cultural.

 

“Granada es una ciudad que produce muchas ilusiones, pero tiene poco sostén para realizarlas”

 

- Tienes un poema bellísimo, Sonata triste para la luna de Granada, donde hablas de “una ciudad cargada de paciencia”. ¿A qué te refieres?

 

- Desde su pasado árabe, hasta la muerte de García Lorca, la historia de Granada es melancólica, tiene que ver con la pérdida. En ese poema hablo de la Granada anterior a la Guerra Civil, con Falla, Lorca, Fernando de los Ríos... Una ciudad luminosa que después fue muy humillada por la barbarie. Pero hay más cosas. Otras ciudades se venden muy bien, se hacen publicidad. Granada tiende a encerrarse en sí misma, tiene olor a plaza pequeña, a misterio. Su mejor estación es el otoño. Hablamos de una ciudad que produce muchas ilusiones, pero tiene poco sostén para realizarlas. Todos los días nacen mil genios que luego se quedan en el vacío. Para unos y para otros, la paciencia es una buena compañera.

 

“La comprensión familiar me vacunó contra el sectarismo”

 

- Eras un joven de izquierdas dentro de una familia muy de derechas, con un padre militar franquista. ¿Tus principios ideológicos nacieron como rechazo? ¿Te resultó difícil en ese ambiente seguir los pasos de la literatura, de la poesía?

 

- Sí, mis abuelos, mis padres, eran muy de derechas. Pero tuve suerte, sobre todo en la relación con mi padre y mi madre. Soy el mayor de seis hermanos y me temo que fui un niño mimado. Siempre sentí que más allá de la política, estaba el amor familiar. Mi compromiso con la izquierda no fue por rechazo al mundo familiar, sino por la educación literaria, el conocimiento de lo que suponía el franquismo, la agresión histórica al mundo republicano que yo admiraba. Eso se acentuó poco a poco, estaba en la época. En 1976 asistí al primer homenaje a García Lorca en Fuente Vaqueros. La universidad, mis profesores, mis amigos, se sentían herederos de la lucha contra la dictadura. Yo también. Con mis padres no tuve problemas, salvo alguna típica discusión de sobremesa. En alguna ocasión me enteré de que mi padre me defendía delante de otros militares. Una vez que participé en la toma pacífica del Consulado de El Salvador por el asesinato de Monseñor Romero; otra vez que presenté a Santiago Carrillo en la Universidad. Sé que mi padre discutió con algún compañero para defenderme. La comprensión familiar, en un mundo querido en el que el raro era yo, me vacunó contra el sectarismo.

 

“Machado y Lorca están ahí, en mi mitología personal, que va de sus poemas a sus biografías”

 

- Machado, Lorca, Alberti, Gil de Biedma, Ángel González, Francisco Ayala... A todos los has leído con intensidad; de muchos de ellos has escrito estudios, libros, artículos; con la mayoría has mantenido relaciones muy cercanas. ¿Te consideras un privilegiado? ¿Serías capaz de recordar una escena con cada uno de ellos: una lectura, una conversación, una enseñanza...?

 

- Desde luego me considero afortunado. Todos los nombres que citas han sido fundamentales en mi formación. Y ha sido una suerte que muchos de ellos, que yo tenía en un altar literario, se bajasen a tierra para ser amigos míos. La vocación poética de Rafael, la lucidez de Francisco, la complicidad de Jaime y Ángel, una verdadera fortuna. Machado y Lorca están ahí, en mi mitología personal, que va de sus poemas a sus biografías. La suerte es que los otros amigos formaron parte de mi vida cotidiana, mis restaurantes, mis viajes y mis llamadas de teléfono. Literariamente me enseñaron mucho. Todavía cuando acabo un poema me examino: qué me diría Jaime, qué Ángel. Creo que conforme pasa el tiempo, les agradezco algo aún más importante. Aprendí con ellos el respeto a los más jóvenes, el negarme a ser un viejo cascarrabias, el abrir los ojos a lo que escriben quienes me siguen en el tiempo.

 

“Mi ética va unida al poeta que pretendo ser”

 

- ¿Los identificas en el sustrato de tu propia obra? ¿Forman parte de tu aprendizaje como ciudadano?

 

- Desde luego, un lector es un heredero. Un escritor es un heredero que se decide a continuar sus tradiciones. Las admiraciones están ahí, y muchas veces el trabajo de la escritura consiste más en ocultarlas que en resaltarlas. Si uno se acerca a un escritor que no tiene que ver con su mundo, no existe mucho peligro a sonar como él. Pero con los autores íntimos hay que tener cuidado para no perder la propia personalidad. Uno disfruta haciendo homenajes conscientes y cuidados, pero no se puede perder la vigilancia. Yo acabaría sonando a Lorca, Jaime, Ángel… Y, desde luego, todos forman parte de mi sentido cívico. Yo sé que el yo biográfico es distinto al personaje literario, pero conviene al vivir procurar un acercamiento, una alianza ética. Mi ética va unida al poeta que pretendo ser.

 

- ¿Añadirías alguna otra influencia clave en tu recorrido?

 

- Muchas. Como profesor de literatura, estoy acostumbrado a pasar de Gonzalo de Berceo a Rosalía de Castro y de San Juan de la Cruz a Bécquer. Autores como Galdós, Borges, Cernuda, García Márquez, Francisco Brines, José Emilio Pacheco, Mario Vargas Llosa, forman parte de mi recorrido. La literatura se teje con muchos hilos.

 

“Tan peligrosos son los viejos cascarrabias como los jóvenes adánicos”

 

- Los grandes maestros han sido esenciales en tu formación. Se trata de pasar el relevo. ¿Qué relación, diálogos, mantienes con las nuevas generaciones de poetas? ¿Encuentras voces interesantes en la poesía más actual?

 

- Claro, la poesía está pegada a la piel de la vida, conviene mantener los ojos abiertos. Sólo los tontos pueden creerse que la poesía se acaba en ellos. A cierta edad, tan importante es conservar la lección de los mayores como reconocer a los maestros jóvenes. Siempre digo que tan peligrosos son los viejos cascarrabias como los jóvenes adánicos. Y es importante aprender no sólo de los que se parecen a uno en la misma tradición, sino de los que siguen otras tradiciones. Yo he tenido buena relación con los poetas de la generación siguiente a la mía. Buenos poetas, cada cual con sus matices: Raquel Lanseros, Carlos Pardo, Rafael Espejo, Martín López Vega, Juan Carlos Abril, Fernando Valverde, Antonio Lucas, Andrés Neuman, Erika Martínez, Elena Medel… Y ahora hay una generación más joven que leo con interés: Elvira Sastre, Rosa Berbel, Rocío Acebal, Carlos Catena… Y cito sólo españoles. Por fortuna nuestra lengua es muy rica y es normal que se establezcan también buenas lecturas y amistades con poetas latinoamericanos. En México y en Colombia se escribe muy buena poesía joven.

 

- Has sido muy prolífico. Da la impresión de que al principio del camino escribías poesía como una necesidad, una urgencia. El ritmo de publicación se ha ido moderando. ¿Los ritmos, las necesidades han cambiado?

 

- Cuando uno empieza, resulta necesario encontrar el mundo propio. De ahí la prisa por escribir, borrar, buscar. Pasado el tiempo, el riesgo está en repetirse, en volver a escribir el poema de siempre, explotar lo ya conseguido. Y eso es peligroso, porque acaba con el sentimiento de verdad que necesita la poesía. De ahí que se vaya más lento. Como decía Machado, conviene sentarse a esperar a que suba la marea. Uno no puede traicionarse por las ganas de innovar, no puede escribir cosas que no sienta como propias. Tampoco puede repetirse. La escritura se hace más lenta.

 

- Si tuvieras que elegir uno de tus libros de poesía, ¿cuál sería? ¿Qué título recomendarías a alguien que se acerque por primera vez a tu obra?

 

- Lo más honesto es quedarse siempre con el último libro, ese que se está escribiendo o se acaba de publicar. Ahí está la intemperie, las ilusiones, la necesidad de decir y de decirse. Opino desde el punto de vista del propio autor, alguien que no quiere perder la conciencia crítica, que no se cree un genio. Nada hay más tonto que un poeta sin conciencia crítica. Por eso el interés y la inquietud propia están en juego siempre en el último libro. Después se mira al pasado, es cierto, y se está más cómodo con unos libros que con otros.

 

“Lo mejor es convivir con los sueños, pero en habitaciones separadas”

 

- Si hay un título que sobresale en tu trayectoria es Habitaciones separadas. Con él ganaste el Nacional de Poesía y lograste alcanzar a muchos lectores (creo que es el más vendido de tus libros). ¿Qué supuso para ti? ¿Un punto de inflexión en el camino?

 

- Es el libro en el que maduré ese mundo que estaba buscando y en el que encontré esa conciencia de melancolía optimista en la que me gusta situarme. Si uno expulsa a los sueños de casa, corre el peligro de convertirse en un cínico. Si duerme con ellos, es posible que se comporte como un ingenuo, con una inocencia perversa. Así que lo mejor es convivir con los sueños, pero en habitaciones separadas. Tuve la suerte de ganar el Premio Loewe, de recibir el Premio Nacional de Poesía. Y, después, la suerte de que cantautores como Serrat o Quique González se fijaran en él.

 

- Es un libro muy confesional, en el que te refieres, en el poema que da título al conjunto, a “ese acierto imprevisto / del que pudo vivir la propia vida / en el seguro azar su conciencia, / así, naturalmente, sin deudas ni banderas...” ¿hasta qué punto estos versos te retratan?

 

- Bueno, me parece un buen resumen de esa honestidad que identifico con la poesía. Es la respuesta sin dogmatismos de una conciencia ante las demandas de la vida, la necesidad de vivir la propia vida, la voluntad de ser, pero no sometida a un destino dogmático. Todos los ejercicios de conciencia son confesionales. Pero siempre teniendo claro que la poesía no es un desahogo, una expresividad incontrolada. Es pues el retrato ético que uno quiere elaborar, con el mayor parecido posible.

 

“No puede haber ideas sociales sin democracia”

 

- Me resulta muy significativo en el conjunto el poema titulado El insomnio de Jovellanos, del capítulo Otro tiempo. Es un poema sobre la derrota de los sueños que anima a caminar desde una postura más realista, más apegada al suelo. “Porque sé que los sueños se corrompen / he dejado los sueños, / pero cierro los ojos y el mar sigue moviéndose / y con él mi deseo / y puedo imaginarme / mi libertad, las costas del Cantábrico, / los pasos que se alargan en la playa / o la conversación de dos amigos”... Te hablaba antes de un punto de inflexión, de un descubrimiento vital. ¿Marcó un antes y un después Habitaciones separadas?

 

- La figura de Jovellanos está presente en dos poemas de Habitaciones separadas. Su poema de despedida a los amigos de Sevilla late bajo Life vest under your seat, con la mezcla de las emociones y las incomodidades de un viaje. Y luego aparece en este poema que citas, El insomnio de Jovellanos. El ilustrado asturiano fue perseguido por la Inquisición, apostó por los ideales propios de la Revolución Francesa, y luego vio como sus sueños se convertían en guillotina y crueldad. Pero siguió imaginando un mundo más justo. Fue un punto de referencia para un militante comunista que vio cómo los sueños desembocaban en crueldad al corromperse y quiso denunciar esas injusticias sin abandonar sus ilusiones. Después de viajar con Rafael Alberti por los países del Este tomé conciencia de su terrible realidad. No puede haber ideas sociales sin democracia. Pero después en España, con el famoso referéndum sobre la OTAN, asistí a la farsa democrática cuando está en manos del cinismo y no de las ideas sociales. Así que entendí lo que significa la soledad de una conciencia. Es una crisis que se abre en un libro anterior, Las flores del frío, pero que marca la melancolía optimista o el optimismo melancólico de Habitaciones separadas.

 

“Cada libro intenta salvar esa emoción que une nuestro mundo interior con el exterior”

 

- Después llegaron Completamente viernes, La intimidad de la serpiente, Vista cansada... ¿Cada uno de esos libros marcan una etapa en tu vida? ¿Cuándo vuelves a ellos sientes tu crecimiento, tus transformaciones?

 

- Completamente viernes fue un libro de amor, porque lo escribí cuando empecé a vivir con Almudena, pero también una respuesta poética a Habitaciones separadas. Quise reivindicar la felicidad como una aspiración legítima de los seres humanos, tanto la felicidad pública como privada. Autoridad humana sobre el destino. Los humanistas del Renacimiento y los ilustrados se convirtieron en puntos de referencia. Tienes razón, cada libro es una respuesta a la propia vida, metiendo a la poesía en la propia vida. Cada libro intenta salvar esa emoción que une nuestro mundo interior con el exterior. Una respuesta poética a la propia poesía mezclada con nuestra realidad. Los libros conservan el paso de los años de quien los escribe. Al releerlos, uno recuerda situaciones de cada tiempo.

 

“Siento vergüenza ajena ante muchos espectáculos televisivos, culturales o políticos”

 

- ¿A día de hoy te sientes a gusto en tu piel? ¿Con qué disfrutas especialmente, donde sigues encontrando la alegría?

 

- Supongo que me pasa como a cualquier persona que cumple años y que se encuentra satisfecha en su profesión. Tener cierto éxito ayuda a no estar amargado con el mundo. A partir de ahí, pues voy equilibrando mis sensaciones y mis afectos familiares o de amistad ante un mundo cada vez menos mío. La manera de ser, de vivir, de comportarse en la sociedad, tiene cada vez menos que ver con mi forma de ser. Siento vergüenza ajena ante muchos espectáculos televisivos, culturales o políticos. Pero por otra parte está el compromiso con los más jóvenes, con mis hijos. Experiencia e ironía ayudan a bailar.

 

“Es el momento de reivindicar la cultura como un valor esencial, algo que por desgracia no se ha hecho en España”

 

- ¿Cómo te están afectando estos tiempos tan extraños, denominados de la “nueva normalidad” con la pandemia, por la que se recordará siempre 2020 y sus alrededores?

 

- Creo que la pandemia ha extremado muchas cosas que se veían venir y que ha situado una normalidad cada vez más notoria en el mundo raro de las mascarillas. La sociedad consumista ha generado tal narcisismo que ahora asusta la fragilidad, la presencia de la enfermedad y la muerte en una realidad cada vez más solitaria. Degradar los espacios públicos tiene sus consecuencias. Creo que es el momento de reivindicar la cultura como un valor esencial, algo que por desgracia no se ha hecho en España. Estamos en una situación que debe hacer compatible el fortalecimiento de los espacios públicos, la autoridad del Estado, y el respeto a la libertad individual y los derechos democráticos. Y eso sólo se puede conseguir invirtiendo en educación y en cultura.

 

- Volvamos a la obra. ¿Qué lugar ocupan las novelas? ¿Qué han supuesto? ¿Hasta qué punto ser la pareja de una novelista tan destacada como Almudena Grandes te ha afectado a la hora de acercarte al género? ¿Cómo os relacionáis en el plano profesional; os influís de alguna manera?

 

- Las parejas que tienen una profesión compartida suelen vivir el trabajo como un asunto más de conversación. Está muy bien también tener a un lector de confianza tan cerca. Como es normal, nos consultamos cosas durante la escritura y luego hacemos de primer lector para discutir errores o plantear dudas. Almudena es muy buena lectora de poesía. Cuando he escrito novela, claro, me han servido sus consejos. Para convivir es necesaria la admiración, y yo admiro y respeto mucho su trabajo. Como mi apuesta fundamental es la poesía, nunca he sentido envidia de su éxito. No hemos competido, hemos compartido.

 

- Son tantas las facetas de Luis García Montero que, a la hora de plantear una entrevista abarcadora, hay que ir a grandes zancadas, pasando de un tema a otro... ¿Qué supuso para ti la experiencia de presentarte como candidato de Izquierda Unida a la Presidencia de la Comunidad de Madrid? ¿Perder fue una derrota? ¿Qué aprendiste de esa experiencia?

 

- Yo participé en la fundación de Izquierda Unida en los años 80. Cuando me pidieron que me presentase, el partido vivía una crisis interna muy fuerte que anunciaba su desaparición o su disolución en otra cosa. Acepté por coherencia interna, sabiendo que estaba muy mal la situación. La derrota fue que no pudiésemos desarrollar el acuerdo que pudiera permitir un Gobierno de Izquierdas en Madrid. La experiencia fue muy positiva por mi conocimiento de gente que luchaba por la sanidad pública, educación pública, el sindicalismo. Y fue triste por el espectáculo de la política demagógica y de egoísmos personales.

 

“No podemos olvidar la importancia de la dignidad política, y más en el mundo de hoy, con tantos mecanismos para generar odios y mover mentiras”

 

- Eres de los que pisan la calle, opinan, se implican en la política, todo lo contrario al creador en su torre de marfil. Has defendido una y otra vez la dignidad del ejercicio político y eso es muy de agradecer frente a la idea tan extendida de que todos son iguales, de que el juego sucio es el sustrato de la política.

 

- Es que la política es un valor imprescindible en la vida democrática. Un buen consejo de Antonio Machado a sus alumnos fue que tuviesen cuidado de la gente que les aconseja no meterse en política, porque lo que querían era hacer política sin ellos y a veces contra ellos. La política es una defensa social contra la ley del más fuerte. La actividad está muy desacreditada por los constantes casos de corrupción, sectarismo y falta de preparación. Pero no podemos olvidar la importancia de la dignidad política, y más en el mundo de hoy, con tantos mecanismos para generar odios y mover mentiras.

 

“Es lógico que mis poemas hayan querido huir del hermetismo y el experimentalismo”

 

- En este sentido hay una gran coherencia en el trayecto de Luis García Montero. Como poeta siempre has creído en la poesía como puente para llegar a la gente, para crear conciencia, lejos del hermetismo, y como personaje público y ciudadano, no has evitado los debates del día a día, no has dejado de cultivar el espíritu crítico. ¿Qué opinas al respecto?

 

- La conciencia cívica es necesaria en la vida de cualquier ciudadano. Y esa conciencia cívica influye en todos los terrenos de la vida. Si yo creo en los espacios públicos y desde hace años veo en peligro la autoridad del Estado dentro de la dinámica neoliberal, es lógico que mis poemas hayan querido huir del hermetismo y el experimentalismo. Se trata de utilizar de la forma más personal un lenguaje de todos. Una vez más, libertad y convivencia. Como hemos hablado de mis referentes poéticos, se comprenderá de manera fácil que no renuncie al espíritu crítico y a la defensa de valores que considero fundamentales.

 

“Uno puede ser imparcial, tratar de ser justo, pero no puede mantener las distancias ante una injusticia”

 

- Actualmente escasean los intelectuales comprometidos. ¿A qué crees que se debe? ¿Por qué el refugio más seguro para muchos creadores es la equidistancia?

 

- Creo que se producen a la vez algunos fenómenos que tienen que ver con lo que me preguntas. Enumero unos cuantos. Uno: sí hay pensamiento crítico, pero en la sombra, porque los medios suelen darle protagonismo a los defensores del poder económico más que a los que lo cuestionan. Dos: la derecha se ha cebado contra la cultura de izquierdas, llamándola pesebrera y con campañas duras contra determinados personajes. Así que hay miedo. Tres: el espectáculo mediático en las redes es tan vergonzoso que uno siente pudor a entrar en un guirigay de insultos. Cuatro: va triunfando una idea de la cultura que tiene más que ver con el entretenimiento barato que con la formación de las conciencias y el espíritu crítico. Y cinco: el respetable público de la actualidad da miedo, está más acostumbrado a gritar que a pensar. Se habla de lo que no se sabe, así que el saber no es una fuente de autoridad. La equidistancia no me parece una buena postura. Uno puede ser imparcial, tratar de ser justo, pero no puede mantener las distancias ante una injusticia.

 

“La cultura es la mejor imagen de España. Y la lengua nos permite formar parte de una comunidad hispánica muy importante en el mundo”

 

- Hablemos un poco de tu experiencia al frente del Instituto Cervantes. ¿Algunas aportaciones de las que te sientas especialmente orgulloso? ¿Cuáles son los retos de cara al futuro próximo?

 

- Estos dos años han sido raros. Primero, hemos funcionado con presupuestos prorrogados, es decir, no se ha podido aumentar el presupuesto de las instituciones culturales, y segundo, cuando estábamos viendo la luz, nos vino encima la pandemia. Así que más que logros, reconozco muchas tareas por hacer. La erótica del poder en este caso tiene más que ver con la impotencia. La prioridad ha sido resistir y estar preparados para consolidar el Instituto Cervantes en cuanto se pueda. Creo que estamos en la dinámica de dignificar la diplomacia cultural española y de extender la riqueza de nuestras lenguas y nuestra cultura, como una buena seña de identidad de los valores democráticos y de una creatividad muy avanzada. La cultura es la mejor imagen de España. Y la lengua nos permite formar parte de una comunidad hispánica muy importante en el mundo. Pertenecer a esa comunidad nos hace fuertes como puente entre Europa, América y Asia.

 

“Hoy la cultura rebaja su prestigio social al entretenimiento más zafio”

 

- ¿Tienes la sensación de que España, fundamentalmente destino turístico en el conjunto de Europa, no ha encontrado aún la manera de brillar por su riquísima cultura? ¿Qué es lo que sucede? ¿No ha interesado a los políticos que nos han gobernado trabajar en este terreno?

 

- Basta comparar los presupuestos de cultura en relación con el PIB de España y otros países como Reino Unido, Alemania, Francia o Italia para tomar conciencia de nuestra debilidad. La sociedad española se toma poco interés en la cultura y eso se nota en los presupuestos municipales, autonómicos y gubernamentales. Dentro de la degradación heredada, hubo un momento de apoyo muy notable durante la Segunda República, se vivió un verdadero resurgir de la educación y la cultura, pero todo quedó cortado con el levantamiento militar de 1936. Los años de democracia han supuesto una mejora, pero insuficiente. También aquí creo que debemos tener en cuenta varios factores. Nuestra lengua es tan fuerte como cultura hispana, que no hemos necesitado la inversión de Alemania o Francia en las últimas décadas. Por otra parte, no hemos sabido, como en el Reino Unido, apostar por la fuerza económica de nuestro idioma. Decía antes que vivimos malos momentos. Hoy la cultura rebaja su prestigio social al entretenimiento más zafio. Son malos tiempos para explicarle a la ciudadanía la importancia de la cultura para un país. Pero, en cualquier caso, sería conveniente un pacto nacional por la cultura. Será la mejor forma de tomarnos en serio como país.

 

“Hace más falta que nunca la educación pública en las democracias. Sin ella, volveremos a la superstición, al fanatismo y a la desigualdad descarnada”

 

- En uno de tus artículos recientes –publicado en el medio en el que colaboras habitualmente, InfoLibre–, titulado “La incultura como programa político”, planteas que el fanatismo y la incultura sirve a las élites para mantener sus privilegios y haces una encendida reivindicación de la educación pública, en la línea de Machado, de Emilio Lledó, de tantos otros humanistas. ¿La educación es el gran desafío de esta época? ¿Pueden todavía las humanidades salvarnos como colectividad, ayudarnos a recuperar el lenguaje de la dignidad?

 

- No conviene perder la esperanza. La sociedad tiene hoy muchos modos de “educar”, de crear intereses, apetencias, instintos. Las redes han completado el proceso de invitar a la gente a decir lo que piensa sin pensar lo que dice. Pero todo lo malo será mucho peor si no existe una educación pública fuerte y apoyada. Es la raíz de la democracia. El camino que va de una casa a la escuela es la gran lección de convivencia, la vía que articula lo privado y lo público. Ahora que existen poderosísimos medios de control de las conciencias hace más falta que nunca la educación pública en las democracias. Sin ella, volveremos a la superstición, al fanatismo y a la desigualdad descarnada.

 

- Para finalizar te invito a detenerte en otro artículo, el titulado ¿Pero de verdad vas a ponerte a escribir un poema?. Me parece que define mucho a Luis García Montero. El texto parte de una frase de Adorno, quien decía que “escribir poesía después de Auschwitz” era “un acto de barbarie”. ¿Qué supone escribir poesía hoy, en el reinado del dinero, el consumismo, la productividad por encima de todo?

 

- Adorno dijo eso porque consideraba que la poesía era el logro más depurado de una civilización que había desembocado en los campos de exterminio, en el horror del asesinato industrializado. Tenemos motivos para dudar de nosotros, de nuestra civilización, de nuestra idea de progreso…, pero esas dudas no pueden significar una renuncia, sino una búsqueda, una nueva oportunidad para el ser humano. Para mí escribir poesía significa aceptar el pacto con Prometeo. Nos dio el fuego para que sobreviviéramos. Es verdad que nos puede estallar una bomba atómica. Pero mientras haya alguien que esté escribiendo poesía en su lugar, por discreto que sea, tendremos motivos para la esperanza.

 

“El tiempo de la poesía es el de la lentitud, no es un tiempo de usar y tirar, no es una mercancía”

 

- ¿Debe ser la poesía un espacio para la verdad en una época marcada por las mentiras, donde la falta de reflexión y de análisis, es tan llamativa? ¿Cómo hacer frente al ruido, a la velocidad que imponen las redes sociales?

 

- Ese es un reto. Fíjate que la poesía ha vivido siempre en una situación fronteriza entre la intimidad, lo privado y lo público. Es la situación que ahora se ha impuesto con las redes sociales. Buscar ahí la dignidad humana es una tarea bien significativa en medio de tanta basura. El poeta representa a esa persona que busca su propia verdad y que quiere ser dueña de sus palabras. Por eso su escritura tiene que ver con la lentitud. El tiempo de la poesía no es un tiempo de usar y tirar, no es una mercancía. A veces decimos lo primero que se nos ocurre y repetimos lo que flota en el ambiente. Otras veces decimos lo que nos conviene para quedar bien y vendernos como mercancías. La palabra poética nos enseña a decir aquello que tiene que ver con nuestra conciencia, más allá de cualquier convención o consigna.

 

- ¿Eres de los que creen que algo tendrá que cambiar tras la pandemia, que ya estamos pisando las ruinas de un sistema que se cae, o formas parte del grupo de los escépticos? ¿Qué futuro imaginas?

 

- Ángel González distinguía entre porvenir y futuro. A corto plazo, soy poco optimista, no creo que el poder económico vaya a cambiar generosamente, se buscarán mil formas de hacer negocio con la situación. De hecho ya se ha empobrecido la mayoría social y se están enriqueciendo las grandes fortunas. La brecha mundial de la pobreza va a profundizarse mucho. A largo plazo, espero que el agua encuentre sus caminos para seguir avanzando. Si queremos que el planeta sobreviva, deberemos esperar a que los gobiernos se tomen en serio la realidad ecológica y la decencia humana. No podemos seguir avanzando en el siglo XXI siguiendo las imposiciones neoliberales de  las últimas décadas.