Pilar Adón, una ventana abierta al bosque

En sus libros, la información empieza por la portada. Rostros femeninos laterales, imágenes que interpelan. El universo de Pilar Adón empieza antes de la primera línea. “En ningún caso, imágenes impositivas. Nada de lo que hago tiene esa vocación”. No promete la luna. Tampoco el sol. Promete nubes. Miradas perdidas, inquietantes. Con el lector avisado, pueden llegar las citas literarias, Angela Carter o Emily Dickinson, a la que vuelve siempre: “Me sirve incluso para el pensamiento de algún personaje”. Por cierto, en su faceta como editora en Impedimenta elige las portadas con igual propósito, “poesía y verdad están unidas”.

Como autora, en narrativa Pilar Adón habla de personajes encerrados en casas, que, con halo romántico, están rodeadas de naturaleza. En ellas viven de manera casi siempre voluntaria. Hacen allí lo que quieren, protegidos y libres de imposiciones sociales y, sobre todo, ajenos a un exterior, digamos, imperfecto. El aislamiento tiene que ver con lo sublime, no con lo óptimo. Podríamos pensar que permite la reclusión porque hace de ella un laboratorio. Porque, en el mundo salvaje, Pilar Adón traza mapas según camina. Se tiene por controladora y tal vez perfeccionista. No pasea, rastrea. Y “el rastreo tiende a lo sublime”, si atendemos a su poema ‘Verde enfermedad’.

Los ojos de Pilar Adón son un contrapunto del de sus personajes. Ella sabe que el autor no puede no estar en la obra. Asume que lo biográfico permea en lo literario. Y que un miedo particular sirve para hablar del miedo en general. “Somos los seres que tenemos más a mano”. Pero, aunque a diferencia de Penelope Fitzgerald, escritora suya de cabecera, no hace ficción en las entrevistas, se cuida de no romper ciertos misterios -“Sería hacerme trampa a mí misma”-.

 

“Tengo ciertos conflictos con la realidad que empezaron bien pequeña, a causa de haber sido muy lectora”

-La realidad no existe, dice en un poema.

-Hay un conflicto con la realidad en cuanto a qué es. Cuando digo que no existe -sería la voz poética; no podemos asimilarla a mi voz como persona civil- puede parecer extraño o, al revés, tópico. Pero para mí es más real la vida de determinados personajes -siendo consciente de que no han existido- que acontecimientos de personas reales que no veo tan próximos. Tengo ciertos conflictos con la realidad que empezaron bien pequeña, a causa de haber sido muy lectora.

-Eso no la convierte en relativista.

-Cada vez lo soy más. Me cuesta decir absolutos y posicionarme de forma categórica. Según vamos madurando, somos menos tajantes. Las ideas muy claras son de la adolescencia y de la juventud. El pensamiento se va haciendo flexible.

-¿Los grises tienen que ver con aceptar una visión cínica de la vida?

-No necesariamente.

-¿No hay un cinismo romántico?

-No me interesa el cinismo.

-Como en Casablanca, conectado a la renuncia, ‘voy a hacer como que no me importa’.

-Verá, aunque hable de relativismo -y de aceptación, por tanto, de otros posicionamientos- en realidad todo me importa. Puede parecer exagerado, pero es verdad: si me permitiera pronunciar una frase tajante sería: todo me afecta, absolutamente. Como la canción, soy un corazón tendido al sol. He aprendido a protegerme, pero es algo que experimento a diario.

 

“Busco un equilibrio, aunque sé que voy con las vísceras por fuera”

-¿Y cómo es su relación con la razón?, hay una quiebra, se supone, con el multiperspectivismo, con el relativismo, pero a la vez usted cree en la verdad, lo que parece muy clásico. En algún poema cita el ‘no pensar’ como algo deseable.

-Claro, no pensar viene como consecuencia de pensar demasiado igual que protegerse llega después de haber sentido en exceso. Entonces el ‘no pensar’ es simplemente un deseo de calma. Entiendo que usted va por el camino del romanticismo porque -sobre todo en los últimos libros- he hablado de lo sublime, un término que me interesa muchísimo: la mezcla de horror y de belleza, esos paisajes que nos aterrorizan y, al tiempo, nos atrapan de manera ineludible. Es cierto que albergo un corazón romántico pero, en ese deseo de no quemarme por el sol, apelo a la razón o a ese concepto de verdad que usted lleva a lo clásico. Al final busco un equilibrio, aunque sé que voy con las vísceras por fuera.

-Su propuesta no trata de lo bonito, sino de la belleza, en la que cabe una herida.

-A mí -quizá por lo sublime, por el romanticismo y por el horror- no me interesa una belleza que no zarandee, o que no conlleve escalofrío. La herida… tiene connotaciones muy negativas.

-Pensaba en Kafka.

-Pero una sacudida conduce muchas veces a un estremecimiento estético de placer. Es por lo que mis portadas, al contrario que a otra gente, no me parecen feas: porque entiendo que la belleza puede llegar de la sacudida.

 

“Me interesa lo extraño en lo cotidiano”

La belleza, lo inquietante. Ese girar la cabeza y reparar en algo. “No hablo de extraterrestres, sino de una sorpresa pequeña. Me interesa lo extraño en lo cotidiano. Algo que no debiera estar donde está”. Esa vocación explica el modo en que ella representa la naturaleza, las casas y hasta el comportamiento de sus personajes. Desde esa perspectiva habremos de entender las sensaciones de miedo, soledad y deseo de huida que sienten. “Acudo a sentimientos que ha experimentado la mayoría, desde lo transversal. Me gusta lo que se descubre. Me interesa la inocencia”.

-¿De ahí que en los cuentos de Las iras (2025) haya niñas?

-Exacto, porque experimentan todo por primera vez. Cuando describo una encina lo hago pensando que la veo por primera vez. Y deseo igualmente que el lector sienta que es la primera vez que lee sobre una.

-La encina la presenta en Las efímeras (2015) como un árbol protector.

-Sí, pero es leñosa. Lo que me sirve para relacionarla con lo salvaje. En la naturaleza sin domesticar todo es bonito, pero todo puede suceder.

-Ese contraste lo tenemos en De bestias y aves (2022), cuando menciona unas hojas bajo las cuales se ocultan hormigas y bichos. Me recuerda el principio de Terciopelo azul: la cámara se introduce en un césped radiante y aflora, debajo, una vida que repele; la belleza siniestra en lo cotidiano.

-Puede que haya esa conexión -he visto la película, aunque Lynch no figura entre mis referentes. No diría que es una influencia-.

-Ferrer Lerín dice que nos pueden influir incluso obras no leídas. “Por capilaridad”.

-[ríe] Me lo apunto. Me interesa. Seguro que en lo que hago hay referencias de las que no soy consciente. Me dijeron, y esto es muy curioso -en la línea de Ferrer Lerín-, que tenía influencias de una autora a la que no había leído -o no era consciente de haber leído-. Me parece apasionante.

-¿Quién?

-Fleur Jaeggy. Cuando publiqué El mes más cruel (2010), se dijo que era evidente, y yo no sabía de su existencia. La leí y me encantó. En todo caso, con la imagen de Lynch ha dado en el centro: soy muy consciente de que si levantas una piedra lo más probable es que salga un bicho. Una vez mi abuela levantó una hortensia hermosísima en el patio y brotó un tropel de caracoles. Impresionante: la hortensia con sus flores increíbles y debajo un mundo de baba. Episodios de ese tipo me han marcado.

 

“La manera en que mezclo belleza y horror admito que está determinada del todo por mi biografía”

-Dedica Las iras a su madre y De bestias y aves (2022), a su padre. Lo inquietante ¿hasta qué punto tiene relación con su biografía?

-Pues, aunque el autor no se tiene que imponer a los personajes y estos no anden al servicio de sus manías, la manera en que mezclo belleza y horror admito que está determinada del todo por mi biografía. La forma de escribir se ve alimentada por películas y libros a modo de refuerzo -te fijas en lo que te atrae- pero la experiencia pesa.

-Un cineasta que le interese.

-Lars von Trier. Melancolía me impresionó.

-Había escrito mucho cuando la vio.

-Sí, no influyó, pero es un mundo afín. Cuando eres niño y conoces la naturaleza de verdad -no el jardín, no los parques con suelo de corcho en la zona de los columpios- la mirada es otra. Es lo que decíamos antes, a propósito de Lynch. Y esas turbulencias están en Melancolía.

-Leí una interpretación afortunada: la naturaleza viola a la protagonista cuando se encuentra sin ropa, tirada en el bosque. Brazos abiertos y una pierna flexionada. A propósito, su relación con la naturaleza parece ambivalente: ¿cómo la definiría? Hay como una actitud posmoderna de descreencia en el ser humano mientras este sublima al árbol y al animal. Pero eso nos saca del tablero.

-A los seres humanos, dice.

-Sí. O sea, en toda época de decadencia se supone que llega un momento en el que el ser humano se suaviza tanto que deja de confiar en sí -en nuestro caso podría venir de matar a dios, primero; de matar al prójimo, después, pensemos en las guerras mundiales; y de matarse, por fin, a sí mismo. Desde no teniendo hijos a pensando que la naturaleza es sabia y él un malhechor contaminante.

 

“La naturaleza es despiadada. Yo nunca la sublimo”

-Tú eres malo y la naturaleza es la buena. Me parece muy interesante. Un juego peligroso. Sí, percibo una conducta culposa…

-… en un momento en el que no existe la culpa.

-Eso es, vivimos una sociedad en la que todo está permitido y cualquier postura es lícita. Creo que soportamos una crisis enorme sobre la cabeza. Lo que ha dicho me interesa, como Melancolía, porque está anclado al fatalismo y al romanticismo. La crisis de los tiempos. De todos modos, en mis libros no hay finalismo. Alrededor sí percibo un exceso apego a la naturaleza. Fruto de no conocerla. La naturaleza es despiadada. Yo nunca la sublimo. Sale sin parar en mi obra, pero no la glorifico. Hay que defenderse de ella.

-¿Y en su poesía primera?

-Bueno, al principio pudo estar dulcificada. Tendía a evitar lo desagradable. No me parecía que la matanza del cerdo fuera poética.

-¿Y hoy?

-Hoy sí. Pero al principio había más campiña inglesa [ríe]. No miraba la naturaleza a la cara.

-Aunque era su espejo.

-Probablemente me costaba admitir una parte de mí. ¿Impostura? No lo sé. Yo creo que guardaba relación con mis principios vitales del momento. Según cumples años, vas anclándote -o desanclándote- a filosofías. En el momento actual -vuelvo al relativismo-, aspiro a una armonía en la que para ensalzar una cosa no necesite machacar otra. Intento ver todo en un mismo plano.

Se recuerda leyendo a Emerson y a los trascendentalistas estadounidenses. Filósofos y escritores del XIX que sentía cercanos, y con los que deseaba comulgar aún más. Subrayaba, anotaba… y tachaba: “Recuerdo una frase que decía algo así como que la naturaleza está para el ser humano, para que se deleite contemplándola y se convierta en mejor persona. Aunque yo era idealista, rayé el párrafo. Ya me daba cuenta de que no está para nosotros; nos preexiste y espero que nos sobreviva, pero mis deseos no son a la manera de Rousseau”.

-En Da dolor (2020) eligió precisamente una cita de Thoreau: “Todas las cosas buenas son salvajes y libres”, y en La hija del cazador dice textualmente eso: “El bosque no está ahí para el hombre”. ¿Cuándo cambia su voz poética?

-A partir de La hija del cazador (2011), claramente.

-Ahí conjura prácticamente la tradición lírica: “No ser árbol”.

-[ríe] Estaba en conflicto conmigo. No me terminaba de encontrar. Hay mucha fuga, como en mis novelas. No quería ser árbol, pero quería el bosque.

-¿Porque los primeros no dejan ver el segundo?

-[ríe] Es un libro que parece contradictorio pero siento que afronto la verdad en él: hablo de querer cuidar al padre y de querer ser otra persona al mismo tiempo -y si fuera otra persona, tendría otro padre-.

-“La tendencia del agua / a escapar”.

-Es el pálpito de la huida. La tendencia natural del agua, se supone, frente a la seguridad -sucia- de las aguas estancadas, que también salen.

 

“Logré convencerme por completo de que realmente era el monstruo que soy”

La hija del cazador es el quicio de su poesía. En la espesura “cualquier voz humana suena a ruido extraño”. Ese es el momento de intersección que nos interesa. Se trata de un libro cruzado por ruidos, porquería y desorden. “No hay manzanas ni melodías de violín. / Su perro gime”. Y en los límites caben criaturas que causan espanto y fascinación. “De las aguas afloró el monstruo”. Tres lustros más tarde, asume en Las iras: “Logré convencerme por completo de que realmente era el monstruo que soy”, eso sí, parapetada en Mary Shelley. Pilar Adón aspira a tener todo controlado en sus novelas, en sus poemas y en las entrevistas. Casi piensa más que siente. Por lo que tal vez no sean monstruos, sino sueños de la razón. Previo a La hija del cazador ya había pistas de por dónde irían… los tiros: en Alimento (2001) salen arañazos sueltos y hay atisbos de violencia; y en Con nubes y animales y fantasmas (2006) leemos: “(…) la apariencia inocente / que ofrece la desmembración en cientos de gotitas aisladas”. En realidad, habla de la lluvia chocando contra las cristaleras de un aeropuerto, pero la mirada es completamente oblicua. Diez páginas más adelante, se ausculta: “Estas piernas no me pertenecen. / Caminan junto a mí, pero no son las mías”, y otras diez más allá, se pregunta dónde están sus manos: sólo ve “sucios y fríos dedos, / que no sienten”. Si no es otra desmembración, se le parece.

Su poesía está llena de disonancias. La ha reunido bajo el título Las huidas (2024). En su última entrega, del mismo año, Atractivo carnal, habla de la religión en los cuerpos, y de alguna fobia. “Me da asco la palabra nácar y me dan asco las perlas (…) Me consideraba niña irritable, joven furiosa, / intolerante agresiva incapaz de aceptar que los humanos beben, / sorben y tragan. / No me da asco que lo haga el perro”. Ella misma como un ser que cambia o escapa de sitio. El bosque a veces es el vehículo; otras, el destino. ‘Agarrada a mi rama (…) decidida a no bajar’. Reconoce incluso el encierro como forma de huida. “En la tradición, es una idea negativa -responde a una incapacidad para afrontar la realidad-. Yo en ningún momento la asocio con la cobardía -tampoco pasaría nada por hacerlo-. Huir no debería ser el verbo, pero es el que utilizo porque me gusta cómo suena.

-Asociado a libertad.

-Sí, sí. A la valentía de querer cambiar la situación. No son personajes acomodaticios -“Esto es lo que hay”-. Fíjese, yo hablo mucho de literatura bíblica -en cada cuento de Las iras hay una cita-… pero hay dos elementos del catolicismo que rechazo, precisamente vinculados a la huida: poner la otra mejilla y la famosa resignación cristiana. Mis personajes no se resignan nunca, y ¿qué hacen?: se van.

 

“La libertad es esencial para mí en todo: en lo que cuento, en cómo lo cuento y en la determinación de los personajes”

-Y avanzan, verbo positivo.

-¿Hacia dónde? No tienen ni idea. ¿Pueden terminar peor? Sí, pero se van en busca de algo relacionado, efectivamente, con la libertad. La libertad es esencial para mí en todo: en lo que cuento, en cómo lo cuento y en la determinación de los personajes.

Llegamos al refugio y la naturaleza ¿Son elementos antitéticos o van de la mano? En las cuevas de Pilar Adón hay platonismo -“alrededor de unas sombras”, Las iras- y, de nuevo, libertad. A la mencionada Melancolía podemos sumar Avatar, que ampara una interpretación del humano como un ser que deja de gustarse -al punto de que se deforma el dibujo, dominado físicamente, en forma y color, por la naturaleza-. En los libros de la autora hablaremos de posesión al ver que a una persona le crece una rama por dentro -llegando a florecer-, en De la mano iremos al bosque (2010)- y cuando, de nuevo en Las iras, un anciano se deja clavado un pincho con el fin de que la naturaleza haga nido en su interior. Es el plano unívoco en que Adón sitúa a los personajes dentro del bosque. “No utilizaría la palabra violación porque me resulta agresiva y deliberada, y no atribuyo intencionalidad a la naturaleza, pero sí me fijo en la conexión. No distingo entre seres: somos naturaleza”. Un todo sin superioridades ni inferioridades. “Me doy cuenta de que -y lo relaciono con mi experiencia, que traslado a la ficción-, según nos apartamos de la naturaleza -de forma destructiva, añadiría- perdemos nuestra capacidad de supervivencia”.

-Su literatura parece muy pegada a su biografía.

-Sí, la relación que yo he vivido con los animales a través de mi padre hacía que, en su comportamiento diario, él no fuera tan pusilánime como somos los demás.

 

“Olvidamos que somos seres naturales que siguen teniendo lobos dentro”

-Eso tendrá que ver, especulo, con la dureza perdida en un mundo de algodón, no con situar un reclinatorio frente a la naturaleza.

-Sí, sí. Somos cada vez más débiles. Aprender del proceder animal nos llevaría rutinas en las que no habría que intervenir. Estación tras estación -si no hay alteraciones climáticas-, florecen los árboles, se caen las hojas, llega la parada invernal. ¡Los ciclos no dependen de nuestra presencia! ¿Qué pasa? Que damos la espalda a esa realidad y dejamos de percibir su comportamiento. Olvidamos que somos seres naturales que siguen teniendo lobos dentro. Ahora una persona se clava una ramita y va a la enfermera. Nos volvemos torpes y faltos de valor ante situaciones comprometidas en espacios protegidos. Reina la asepsia.

-Y esa blandenguería, si se me permite, nos ha llevado a reescribir cuentos y a quitar lobos. Hemos llegado a que un príncipe no pueda besar a una mujer dormida porque supondría un abuso.

-[niega con la cabeza] Es terrible. Mis referencias conscientes parten de la tradición oral. En los cuentos de hadas que leí había niñas con zapatitos rojos a las que les cortaban los tobillos para que dejaran de bailar y de correr por las zarzas llenándose de heridas. Les cortaban los pies por los tobillos.

-La casa de Hansel y Gretel era protectora como las suyas.

-Dos niños abandonados por sus padres, hoy pecado. En los cuentos sin suavizar aprendemos a tomar decisiones. Eres niña, pero no eres tonta. Sabes que estás leyendo en casa, sentada, con una manta, comiendo queso. Esa manera de aprender es crucial y yo me alegro de haberla vivido. Los cuentos terribles me enriquecieron, gracias a ellos dispongo de un imaginario fecundo. Es una lástima que se pierda.

 

“No escribo sobre la realidad urbana ni practico la literatura social”

-El autor de Psicoanálisis de los cuentos de hadas decía justamente que esas narraciones hablaban de la fortaleza asociada al esfuerzo y de la necesidad de salir adelante por medios propios.

-Claro, muchas veces tengo que pensar que nací en 1971 y soy hija de mi tiempo. No escribo sobre la realidad urbana ni practico la literatura social. El realismo no es lo mío. Me llevo la acción a mi territorio y soy el resultado de mi época.

-Que es el de su infancia y juventud.

-De mayores no aprendemos. Entonces llega el relativismo: ¿es mejor mi forma de pensar? Lo que valoro está relacionado con mi época, no es más. Por eso -no tengo herramientas, no soy socióloga ni sicóloga-, no me atrevo a echar por tierra las tendencias socioeducativas actuales, aunque no me gusten. Jamás quise ser madre, pero tengo sobrinas y veo lo que hay.

-Mezcla de escepticismo con ideas sólidas.

-A ver, en mi generación, desde el momento en que tenías conciencia, sabías que cada miembro del hogar hacía frente a unos deberes. La obligación de los niños era estudiar. Y el que no sacaba buenas notas no podía culpar al profesor. Yo me eduqué en la perseverancia y en sacarme las castañas del fuego.

-En general, parece que no ha ido mal.

-Mi infancia fue más suave que las anteriores -remontémonos medio siglo, a los años veinte, pero, en mi caso, el amor duro fue excesivo. De niña, sólo quería leer y estar con mi madre - sigo enmadrada a mis 53-. Y ninguna de esas cosas pegaba con mi realidad socioeconómica. En mi familia no había tradición literaria: mi madre tenía libros, pero no había nadie con hábito lector; y, menos todavía, escritores. Por el contrario, mi familia era muy sociable: en casa siempre había gente… por eso me tira, yo creo, encerrar a mis personajes. El aislamiento es su forma de alcanzar la libertad.

-Las personas que leen necesitan estar solas.

-Especialmente. Y cuando me encerraba en mi habitación, me iba debajo de la mesa.

-Recogimiento dentro del recogimiento.

-De tal modo, si entraban y no se fijaban, no me veían. La sociabilidad me impedía leer, era feliz apartándola. Pero no sólo me obligaban a relacionarme con otras niñas, también a no protestar si me caía… y yo no paraba de hacerlo. Siempre he sido muy miope y hasta que lo descubrieron -y tardaron por ausencia de precedentes en mi familia- todo el día estaba en el suelo. Si le enseñara las rodillas se sorprendería, se me metían piedrecitas. Todo esto para decir que el amor duro fue conmigo duro de verdad.

-No guarda rencor.

-Es la manera en que supieron educarme. Lo hicieron lo mejor que pudieron.

 

“Se tiene la piel muy fina”

-Excesos al margen, cada cual parecía saber gestionar su frustración. Ahora en seguida se acude al psicólogo, que está muy bien, pero hay gente con problemas de verdad.

-[ríe] Una sensación nos invade a todos, da igual cuándo hayamos nacido: se tiene la piel muy fina. Mis padres son del 41. Su educación fue radicalmente distinta. Mi padre, perdedor; mi madre, en el lado de los vencedores. Hubieron de arreglárselas con problemas económicos, mentales y físicos… y eso tampoco es lo ideal.

-Una guerra es un contexto extremo.

-Por supuesto. Pero hablamos de supervivencia. Cada uno sale adelante como puede. De pequeña me atormentaba cómo sobreviviría sola en una isla desierta. “Tengo un montón de limitaciones”, me decía, “empezando por la vista”.

-En la actualidad se opera.

-Yo no he dado el paso porque me da miedo.

-¿Es miedosa?

-Pues, aunque suene tópico, me da miedo el miedo, ¡otra limitación! [ríe] Pero aun no teniendo buena vista y sin considerarme especialmente fuerte, siempre pensé que sobreviviría por mis medios. Que no dependería de nada ni de nadie, una cosa de la que no se habla actualmente. Sabemos que hay un montón de recursos, se tienen hasta sin hacer falta. ¿Y si por un casual -crisis económica, social, un cataclismo- esa red desaparece? Por eso me llevo a los personajes a territorios en los que están solos y sobreviven.

-En un cuento de Las iras una mujer se construye una casa.

-Vuelve lo biográfico. Yo siempre quise aprender a hacer una ¡y mi padre no me enseñaba! [ríe]. Él era albañil y esos saberes -poner ladrillos, la construcción- se los transmitía a mi hermano. A mí no me enseñó a hacer cemento porque era chica. Y mi madre, por el otro lado, quería enseñarme a coser, cosa que a mí no me interesaba. Yo buscaba aprender de mi padre: ¿qué se puede comer?, ¿qué se puede cultivar?, ¿en qué momento?, ¿dónde está el refugio?, ¿cómo hacer fuego?...

 

“Puedo llevar mi vida a la ficción y tener una literaria”

-Hemos aludido a la casa, a la naturaleza y a la familia. Vamos con las hijas. Hay por doquier.

-Cuando me preguntan por qué escribo sobre hermanas, la respuesta fácil es ‘porque no tengo’. Puedo llevar mi vida a la ficción y tener una literaria. Siguiendo el razonamiento, hablar de hijas quizá sea porque no soy madre. Supongo que me sitúo en personajes en evolución con una necesidad constante de cariño -un papel que asocio más a la hija que a la madre-. La madre aporta la protección. Ojo, rechazo a la madre-heroína, siempre dispuesta a inmolarse por la prole. ¡Esos padres siempre presentes…! Pero sí hablo de seres que necesitan protección.

-¿Se puede ser madre y no ser castradora?

-Desde luego, los padres de ahora intentan no serlo bajo ningún concepto, pero pueden acabar siéndolo a fuerza de estar tan encima. Ellos quieren lo contrario: sobran parodias de cómo nos vamos al otro extremo: a razonar hasta el absurdo. Al niño que va con los dedos al enchufe, le explican qué es la electricidad y cómo circularía por su cuerpo con resultado de muerte. Eso, en vez de decir ‘ahí no se toca’, asustarle y punto. Se nos está yendo un poco de las manos.

-Y cuando vemos niñas salvajes, ¿guardan alguna relación con Kaspar Hauser o con los niños lobo?

-Realmente no, y eso que publicamos uno de los libros de T. C. Boyle, en Impedimenta: El pequeño salvaje, que habla de los niños ferales. Pero no es en lo que estoy pensando. Son niños -niñas, en mi caso- que viven en sociedad y es precisamente la presión social la que les conduce a lo salvaje.

-La presión social que comentaba.

-Sí. “Sal, relaciónate, júntate con otras niñas” ¿Pero qué necesidad tenía yo de todo eso?

-En De bestias y aves, hay una chica tentada por deshacerse de unos retratos que pintó. Teme lo que representan. ¿Los personajes pueden no ser su espejo, sino despertar un reflejo en el que usted se reconozca?

-Ella tiene miedo de esos cuadros porque representan a su hermana muerta, ahogada. Teme verlos y que le recuerden lo que sucedió. Iban las dos en un coche, tuvieron un accidente y cayeron a un canal. Carga con la culpa de la superviviente. Sí que es cierto que es un caso conectado a un poema de Da dolor en el que muestro mi tendencia a hablar de seres inocentes que no tendrían por qué estar expuestos [el libro está al lado, encuentra el poema y lee:]: “Lector que asumes estos versos, / has de saber que su autora es una bestia innoble / que no puede callarse. Que escribe / sobre entrañas y personas decentes, / y despierta cada día dentro de una cabeza / derramada en chirrido. / Que entrega / y delata a los que más quiere / sin borrar nada, / midiendo el valor de una vida / por los libros leídos, / los libros escritos. / Su nula dignidad y su poca ética”. Coro pinta a su hermana ahogada, no puede evitar hacerlo. Guarda los cuadros en un maletero, ella misma no quiere verlos. Pero los ha pintado. Y ya que existen, por supuesto, alguien podría verlos. Yo voy más lejos: muestro a los demás todo.

[Hay que decir que en el poema ‘Exposición temporal’, de Poems nipples, año 1998, ya había prefigurado la escena: “Y mañana procura salvar del ahogo, / sin súplicas, / a la niña muerta que descansa en todos tus cuadros”. Truculencias de terciopelo.]

 

“La ficción forma parte de la realidad. Es algo que, en el espíritu español, llevamos marcado a fuego desde el Quijote

En 2019, Pilar Adón compaginaba los poemas de Da dolor con la novela De bestias y aves, cuya escritura quedó frenada al fallecer su padre, en septiembre. Sintió por primera vez que no podía escribir prosa: la naturaleza de la novela estaba fuertemente asociada a él, y sin él el libro carecía de sentido. Adón -apelativo vinculado a su familia paterna, por cierto- sabía que su padre no leería, en cualquier caso, el libro; su padre nunca leyó ninguno. Logró salir de la parálisis gracias a atreverse con un texto de menos de cien páginas: Eterno amor (2021). La sensación que ella tuvo de exponer el fallecimiento de su padre, reflejada en el poema, es la misma de Coro ante los cuadros de la hermana. Y volvió a De bestias y aves, cuya escritura se volvió a solapar, en este caso, con la de Las iras. De ahí nace otro cordón umbilical: el cuento ‘Roca blanca, fondo azul’, precedido de una cita de Simone Weil -“La felicidad no está ligada a la inocencia”- autora que precederá también sus poemas de 2024: “La belleza seduce a la carne con el fin de obtener permiso para pasar al alma”. El relato empieza: “Lo primero que hace una mujer cuando llega una tierra que es suya pero no lo ha sido hasta entonces es medirla”.

Pilar Adón es una cartógrafa dual. Para ella algo tan limpio como una melodía puede estar hecho de barro y nieve, y la pureza surgir de la impureza. Llama “demonio mío” a una “criatura angelical” y qué decir del cobijo ambivalente de los bosques. “Claro que me interesa la dualidad, en De bestias y aves hay todo el tiempo juegos de ese tipo, empezando por lo que hay fuera de Betania y lo que hay dentro, algo que tiene que ver con los cuentos de hadas: la idea de frontera”. Coro tiene una vida real anclada a su trabajo, a su vida social, a su personalidad controladora y de repente se interna en el reino de Betania. Llega a una casa y, de primeras, le ofrecen una bebida caliente que ingiere quemándose, y que es como la antigua pócima de los cuentos. La dualidad se establece a partir de ese elemento clásico. “¿Hasta qué punto la ficción no es real? Para nosotros forma parte de la realidad. Es algo que, en el espíritu español, llevamos marcado a fuego desde el Quijote. Algo con lo que nacemos.

 

“La culpa se mete siempre en mis libros de forma, espero, sutil. Planteo situaciones extremas y el juez es el lector”

-Antes ha hablado de religión. Hay culpa.

-Sí, la culpa se mete siempre en mis libros de forma, espero, sutil. Planteo situaciones extremas y el juez es el lector. Que se las arregle. Pero ya no es pedir perdón ni esperarlo de los demás, sino perdonarse a uno mismo. Está presente en lo que hago, sí.

En su obra hay muerte. Cazadores abundan. Desde en los títulos -La hija del cazador, ‘El cazador’- hasta en el interior de los libros: infatigables y nocturnos -De la mano iremos al bosque (2010)-; salvadores -Las efímeras-; y hay ‘caza beatífica de la brutalidad’ -Poems nipples-. Por supuesto, se mata para comer -De bestias y aves-. La escritura de Pilar Adón gira en torno a resortes que propician mareos gustosos en el lector. Y en ocasiones afloran los deseos más ocultos: así, en Las iras: “Lo estudia. Anticipando quizá la humedad y el aspecto de la superficie negra sobre la que flotan decenas de espesos ramilletes de insectos muertos. Quizá preguntándose si podría sumergir un cuerpo adulto en ese pozo. El cuerpo de una cuidadora imperturbable (…)”.

-“A veces la imagino golpeándola hasta matarla”, esa frase, al término de Las órdenes (2018) me recuerda otra de Bergman: “A veces tengo fantasías, me imagino matando a alguien”. ¿Le tenía presente?

-No, no [extrañada], pero el universo es el mismo. ¡Otro que me ha influido sin saberlo! [estalla en risas].

 

“He aprendido a lidiar con el dolor, pero hay ciertas cosas que no puedo ver”

-Los deseos de matar están por todas partes. Los ejemplos de violencia natural son innumerables.

-Es curioso, fíjese: antes le decía que era un corazón tendido al sol, me vino la imagen de la canción de Víctor Manuel. Te vas dando una vaselina que te cubra. No sé si soy PAS -persona altamente sensible, ahora hay etiquetas para todo-. Sé que he aprendido a lidiar con el dolor, pero hay ciertas cosas que no puedo ver. Mi sentido de la justicia muy bestia, utilizo ese adjetivo. Y se filtra en mis historias.

-¿Sacan algo de usted que no le gusta?

-No, mi reacción no me asusta, pero asumo que tiene que ver con la ira. Los hechos son lo que no soporto. Mi impulso es ir a solucionar lo que me desagrada, el famoso desfacer entuertos. Ir a ayudar, a calmar. Me nacen ganas de extender las alas e intentar proteger a todo el mundo. Usted antes hablaba de la madre castradora, yo creo que lo habría sido. Habría sido mala madre, demasiado protectora, actitud que me repele. No actuaría como hicieron conmigo. Llevaría a los hijos en volandas para que no se cayeran. Se me hace difícil asumir que escribo tanto de violencia, me considero absolutamente pacifista.

-O sea, ha reflexionado sobre ello.

-Sobre todo, durante Las iras. Me dije: “¿Qué haces escribiendo esto?

-Igual por aquello de afrontar lo que le desagrada.

-Pues igual sí, para situarme ante el espejo de lo que no soporto.

-El último cuento es fuerte desde el título, que admite ser leído con una sonrisa: ‘Elle est belle, le monstre’.

-Recuerdo estarlo escribiendo y sentir dolor.

-¿Es de quienes sufre escribiendo?

-En absoluto, yo me divierto mucho. Pero en ese cuento, pensaba: “¿Cómo estás entrando aquí?”. Era como cuando tenías una costra y empezabas rascarla hasta que te la quitabas y salía la sangre. A mí la sangre no me marea, pero me afecta… y seguía y seguía rascando.

-Esa necesidad de rascar la costra serviría para definir la literatura, es plástica, kafkiana. Usted antes rech

azaba la idea de la herida, pero hemos llegado a ella.

-Algunas conversaciones son como una gruta por la que avanzas a tientas. Antes hubo un momento en que, mientras yo hablaba, le vi la cara y pensé: “Verás cómo me saca un ejemplo en el que digo lo contrario” [ríe, y en esa desdramatización hay una inteligencia que celebra el pensamiento]. Pues sí, escribiendo Las iras me hice sangre.

 

“Aunque yo no sea violenta, debo afrontar la violencia como debo afrontar lo que no soporto”

-¿La curiosidad alguna vez no es malsana?

-[vuelve a reír] Si es grande, yo diría en este momento que no. La necesidad de explorar va más allá de cualquier temor o dolor puntual…

-Es su deber.

-Claro, ir más allá. Y, aunque yo no sea violenta, debo afrontar la violencia como debo afrontar lo que no soporto. ¿Deseos de matar? ¿Yo? Nunca.

-Ahí cabe la apelación al fingidor. Usted se viste de exploradora al escribir.

-Y me interno en la selva cuando no soy capaz de matar ni a una hormiga. Cuando alguien dice: “Mira, una araña”, y la mata, yo digo: “¿Pero qué te ha hecho?”. Es que ni carne como. Soy vegetariana.

-¿En ese posicionamiento hay alguna relación con el padre?

-Claro, él era cazador. Pero cazador por necesidad: como le dije, nació en el lado de los perdedores y se tuvo que buscar la vida. Mi padre me contó –era una persona muy callada- que había comido de todo. Y de todo era de todo. Porque mi padre pasó hambre. Entonces, cuando venía con las piezas y desollaba los conejos, y los troceaba delante de mí, y salpicaba de sangre los azulejos, despertaba un rechazo frontal en mi interior.

 

“Que alguien dañe a un ser indefenso -a un niño, un anciano- me irrita tanto que desearía convertirme en superheroína”

-En algún poema está.

-Y en algún texto narrativo. La adolescencia y la lucha contra la figura paterna. Pero llegó la comprensión afortunadamente a tiempo, antes de que se me fuera. Supe ver por qué, cómo y en qué situación había estado. Esa relación con los animales -alimentarlos para matarlos y, por último, comerlos- a mí siempre me ha producido una lucha interna. No soporto que le hagan daño a los demás -y ahí meto a los animales-. Que alguien dañe a un ser indefenso -a un niño, un anciano- me irrita tanto que desearía convertirme en superheroína [ríe]. Entonces, bueno, esos casos que usted cita tienen que ver con la exploración de lo que no soporto.

-Me ha hecho recordar un viaje a las hoces del Ebro, al norte de Burgos. En la barra de un bar estaban hablando de que, hasta una época casi contemporánea, hasta hace nada, había gente que cambiaba tarros de miel por ratas grandes muertas. Y un señor, tomando un vino, era de los que las cazaba. Se las dejaba a otro en un tablero clavadas por la cola con una chincheta.

-¿Para comérsela?

-Pues hombre…

-Y era una rata, no era un conejo.

-Era una rata. Estaban al lado y me metí en la conversación: “¿Pero esto es verdad?”, y terció el camarero: “Así ha sido siempre”.

-No sabía que pudiera estar la gente en esa situación, pero me consta -y esto lo digo con 53 años, pero durante mucho tiempo no quise oír hablar del tema- que mi padre se vio en esas circunstancias. Mi madre sí disfrutó de una educación formal, y tendí más a su forma de ver la vida.

-“A mi padre, él sabe por qué”, reza la dedicatoria de De bestias y aves.

-Rechazaba el frío, el hambre, la escasez… hasta que me di cuenta de que el cincuenta por ciento de mi sangre y de mi experiencia vital estaban absolutamente vinculadas a ese hombre. Y ese hombre había hecho lo imposible por que yo estudiara inglés desde pequeña, por que tuviera gafas, con lo caras que eran, y libros. Y me llevó a un buen colegio. También de ahí quizá me sale el relativismo, que entiendo como contemplar muchos lados, no uno sólo.

Hace unos días, una persona resumió delante de ella unos cuentos suyos y pensó ‘qué barbaridad’. “Los temas contados de manera fría, sin la envoltura literaria, son durísimos. Me dio miedo pensar que yo hubiera escrito esas cosas. Pero es como el que tiene vértigo y se sube a lo alto de un acantilado”.

-Respecto del dolor, que salió antes, sostiene Gamoneda que puede producir placer dentro de la poesía, ya que hablamos de belleza.

-¿Usted conoce un poema de él titulado ‘Malos recuerdos’?

-¿En qué libro está?

-Blues castellano. Habla de cómo unos amigos y él, de pequeños, cogían a una perrilla y la ataban… léalo. A ver, no sé lo que hay de autobiográfico.

-Tendrá que ver con la misión de atender la verdad.

-Cuenta además que se quedó con el papel de fumar que una madre le mandaba a un soldado. Es un poema breve y monstruoso. Sobre todo, lo de la perrilla en el sótano y cómo, a pesar de todo, el animal seguía a todos lados a los muchachos [el poema termina: “Mi vergüenza es tan grande como mi cuerpo”].

-Hay muchos perros en lo que usted escribe.

-Como elemento absoluto de fidelidad.

-Como contrapunto simbólico, a veces.

-Totalmente. El perro a veces está en el sitio que las personas desatienden. En Las iras las niñas se sienten traicionadas, no abrigadas, por quien tiene que quererlas -es el tema del que estamos hablando todo el rato- y los perros representan justo lo contrario. Y eso que dice Gamoneda es verdad: no puedes concebir la literatura como el tema. Lo que da belleza -e interés- es la forma. En ella, y no en otra parte, están la voz y el mundo del autor.

La forma elegante de Pilar Adón llega donde no alcanzan los hechos. “Este peculiar estado de inquietud. / Mi manera de avivar la zozobra, / empeñada en seguir viviendo así”, Atractivo carnal. Asombrada. Así vive. Como escribe.