“¿Cómo enfrentar con esperanza las vidas cuando parecen ser sentenciadas por la ansiedad y por la precariedad?”, se pregunta Remedios Zafra en Frágiles, una obra que ensancha las búsquedas de su entrega anterior, El entusiasmo, con la que obtuvo el Premio Anagrama de Ensayo y con la que logró conectar con un amplio colectivo de trabajadores creativos en el entorno digital, poniendo palabras a sus experiencias, a sus quejas, visibilizando unos nuevos usos y costumbres asumidos pero no suficientemente analizados con  mirada crítica.

La lucidez, la capacidad para dotar de argumentos los trabajos y modos de vida alrededor de Internet, a través de las propias vivencias y del diálogo intenso con los otros, caracterizan un trayecto marcado por la coherencia. Son muchos los títulos en los que la autora ha ido desentrañando las claves del ahora, de un presente que se muestra como un bosque enmarañado en el que el exceso de ruidos, de artefactos tecnológicos, de imágenes y estímulos permanentes, impiden ver los claros, entender, orientarse.

Solo a través de la revelación, del extrañamiento, es posible curarse de la ceguera de la normalización, esa por la que “el mundo se nos vuelve un fondo acostumbrado que en nada pellizca y mínimamente perturba”, señala la ensayista en las páginas iniciales de Frágiles, donde se refiere a la circunstancia de la pandemia que lo ha sacudido todo, actuando como un potente revulsivo para ablandar los párpados, esos párpados tan endurecidos por las pantallas que han perdido la aptitud para la sorpresa, para el asombro.

“Cada vez que el mundo tiembla se reordenan las prioridades. Pero, ojo, hay quien aprovecha para volver atrás. Y nadie sabe a qué parte del sujeto apuntará el próximo conflicto, si serán los pulmones o será el espíritu. También es frágil el cuerpo político”, argumenta en su último libro hasta el momento, resultado de un seguir ahondando, tirando del hilo de sus investigaciones y también de sus sentires, porque en su itinerario lo exterior y lo interior se funden. 

En el tiempo que vivimos la fragilidad, la vulnerabilidad, han quedado al descubierto, y es ahí, en la herida abierta, donde se introduce Zafra. “La soledad hace tiempo que ha dejado de ser algo individual, tampoco la ansiedad lo es, están diseminadas en las conexiones, viajan como esos virus que toman trenes y aviones y se besan promiscuamente usando nuestras manos. También la esperanza es compartida y es contagiosa”, escribe la autora, preguntándose a continuación qué aporta su trabajo al bien común y en qué medida la cultura, los libros como cauce de experiencia, de reflexión, de emoción, también pueden curarnos, incluso transformarnos, salvarnos.

Nuestra protagonista se mueve en esos cauces abiertos. Crear, imaginar mundos mejores; partir de las grietas, de las cicatrices, para crear junturas, lazos solidarios, redes de colaboración. Su obra logra apresar la angustia que nos acompaña en estos tiempos de zozobra y aceleración, donde todo parece suceder con tanta rapidez que somos incapaces de digerirlo. Es tal la claridad con que nos sitúa ante los escenarios que habitamos que el efecto resulta demoledor, pero a la vez deslumbra, ilumina, invita a mirar de otra manera.

 

Una audaz observadora de tendencias, circunstancias, aspiraciones y frustraciones colectivas

Nacida en Zuheros, Córdoba, en 1973, científica titular del Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, tras una etapa como profesora universitaria de Antropología, Políticas de la Mirada y Estudios de Género, Zafra es una creadora inquieta, una audaz observadora de tendencias, circunstancias, aspiraciones y frustraciones colectivas. El ensayo es el género que mejor se adapta a su manera de situarse ante la realidad, pero también ha probado con otros géneros narrativos como la novela (Los que miran). De hecho, su estilo participa de un lirismo contenido y su trabajo, mezcla de biografía, relato, reflexión, investigación y diálogo, escapa a los corsés, a los encasillamientos.

La originalidad de los formatos y la utilización de los materiales de estudio en combinación con los aconteceres propios y ajenos, son algunas de sus señas de identidad. Buscar más allá de sí misma, de los recuerdos, de los ecos familiares, de los descubrimientos, de los andares, y abrazar, empatizar. En Frágiles. Cartas sobre la esperanza y la ansiedad en la nueva cultura, todo esto se hace aún más patente. Como cuenta al final del recorrido, el libro se inspiró “en las conversaciones telefónicas, mensajes y charlas con artistas, investigadores, trabajadores de la cultura, científicos, becarios, poetas, doctorandas, profesores, periodistas, dramaturgos, actores, opositores, creativos y escritoras” a partir de la toma de conciencia que supuso El entusiasmo en sectores de la educación, de la cultura, en los diversos entornos de la creación. “Seguimos los protocolos de la intimidad y, buscando profundizar en lo conversado, nos acomodamos para hablar y para escucharnos. En ocasiones salíamos por la ventana a mirar un árbol o compartíamos confidencias entre sábanas de papel. De pronto nos encerraron y tuvimos tiempo para pensar más lento, angustiarnos y soñar...”, explica Zafra.

Sus interlocutores, protagonistas de un relato colectivo, unidos todos por la vulnerabilidad y por los mecanismos de la red, no llegaron a conocerse, “no se vieron en conjunto porque en la intimidad solemos hablar siendo dos”, señala la ensayista, quien considera que fue una responsabilidad por su parte “unirles en la escritura y hacerlo público, porque merecían reconocerse solidariamente en los otros”.

Repasando estas palabras apreciamos que en realidad toda la trayectoria de la autora gira en torno al cultivo de la mirada, de la escucha, de la proximidad, de la duda. “Todas las formas de la duda son formas que me interesan. Quien busca aprender algo del mundo debe ponerlo entre signos de interrogación. Más si cabe en estos tiempos en que los números privados de narrativa se ciernen como incuestionable respuesta...”, reflexiona.

Cuando Remedios Zafra se pregunta por el sentido de su trabajo, por lo que aportan sus escritos al bien común, podemos responderle que se convierten en una especie de abrazo, de espacio en el que reconocer insatisfacciones y anhelos comunes, temores y sueños compartidos en un presente carente de certezas. La amplia conversación que es su libro se amplía a continuación, en el intercambio de preguntas y respuestas mantenido a través de correo electrónico, siguiendo en todo momento las voces, los ecos de Frágiles, ensayo que, como decía, aúna muchas de las búsquedas de un trayecto dinámico, altamente motivador.

 

“El ordenador conectado cambió mi espacio y mi tiempo, lo cambió todo”

- La coherencia de la trayectoria de Remedios Zafra es evidente. La atención a las sociedades del presente, las aproximaciones y exploraciones en torno a un campo de estudio acotado y a la vez muy amplio y significativo. ¿Cuándo fuiste consciente de que Internet y las tecnologías estaban cambiando notablemente, de manera irremediable, nuestra manera de trabajar, de relacionarnos, de vivir? ¿Cuándo tuviste claro que ahí estaba tu tema?

- A mediados de los años noventa, cuando estudiaba Bellas Artes, yo dedicaba gran parte de mi tiempo a escribir relatos y poesía y a pasarlos “a máquina”. Apenas pintaba, pero con uno de los últimos cuadros que realicé gané un premio que me permitió comprarme un ordenador, abandonar la máquina de escribir y conectarme a Internet. Fue absolutamente transformador. Teclear no tenía sentido para “copiar” como antes, sino que habría un fascinante mundo de posibilidades viviendo en aquel cubículo repleto de carpetas-habitaciones y desde donde podía contactar con otros por escrito y en tiempo real. El ordenador conectado cambió mi espacio y mi tiempo, lo cambió todo. Al poco tiempo descubrí un lugar decisivo llamado “Aleph-arts”, que entonces dirigía el que más tarde sería un gran amigo y una de las personas de las que más he aprendido, José Luis Brea. Desde ese espacio podía acceder a los textos más interesantes que estaban publicándose sobre cómo Internet cambiaría el arte y cómo nos cambiaría como cultura. Fue un momento mágico, pues el debate acontecía al mismo tiempo que Internet comenzaba a llegar a muchas personas y todos podíamos experimentar el cambio en primera persona.

 

“Cuando la vida se hace excesiva en lo visual, ver es lo más difícil porque todo está iluminado”

- En ese sentido, has sido una adelantada, alguien con visión, capaz de analizar, de poner palabras, argumentos, diagnósticos, a lo que nos está sucediendo... Porque lo difícil es visibilizar, reconocerse.

- Creo que esa dificultad a la que apuntas es la que viene de la normalización con la que tendemos a habituarnos a los contextos y vidas que nos llegan sin lanzarles preguntas. Lo que heredamos nos arropa, lo que vemos se hace habitual y nos tranquiliza. Cuando la vida se hace excesiva en lo visual, ver es lo más difícil porque todo está iluminado. En este contexto reconocernos es siempre más fácil identificándonos con la mayoría, resguardándonos en lo parecido, pero cuando nos resignamos en este ser “lo que toca” perdemos la oportunidad de construirnos como personas. Y creo que en esta construcción ser conscientes de nuestro contexto es crucial pues nos ayuda a comprender. Siempre me ha parecido importante que en la educación se dedique más tiempo a “pensar el presente” y a “imaginar futuros”. Hay un excesivo énfasis en el trabajo memorístico y una forma de abordar el pasado poco reflexiva.

Por mi parte, quizá el no haber contado con asesoría intelectual familiar desde pequeña y que mis padres siempre hayan confiado en que si no podían ayudarme con las inquietudes que les mostraba, debía tomar las decisiones por mí misma, equivocándome y aprendiendo, me ha obligado a preguntarme por todo y a ser muy tolerante con los fracasos propios y las equivocaciones, quiero decir que esto me ha ayudado a no tener miedo a pensar.

 

“Ser conscientes de las pérdidas que supone para las personas caer sin límite en la tecnología es clave para nuestra libertad”

- ¿Te recuerdas fuera de las pantallas, alejada de los usos y costumbres de Internet? ¿Crees que estamos empezando a sentir nostalgia, que llegaremos a sentirla, de ese ayer en el que era posible la desconexión?

- Las generaciones que hemos experimentado la vida antes de Internet tenemos posibilidad de recordar cómo era, incluso de sentir nostalgia. En mi caso no volvería a esa época, pero sí cambiaría la de ahora buscando garantizar los tiempos propios y de desconexión como derechos humanos. Reconocer el valor de los tiempos de desconexión supone poner en valor todo aquello que las personas podemos hacer, comunicar, expresar y sentir sin mediación tecnológica. Quizá recordar los juegos más sencillos donde ante los mínimos elementos, quizá algunos cartones, todo estaba en la imaginación y en la manipulación material. Son tantas las capacidades cognitivas que no podemos delegar en la máquina que no extraña que en Silicon Valley varias escuelas prohíban a los chicos usar tecnología, la tecnología que crean y promocionan sus padres. Ser conscientes de las pérdidas que supone para las personas caer sin límite en la tecnología es clave para nuestra libertad. Ser conscientes de la intencionalidad mercantilista, y a menudo, adictiva, que promueven algunas tecnologías y aplicaciones, es también clave para denunciarlo y reclamar su trabajo ético.

 

“La lentitud puede favorecer algo igualmente valioso: la concentración”

- En Frágiles, tu último libro hasta el momento, hablas de “practicar la lentitud como herramienta”, refiriéndote a los mensajes detenidos, reflexivos, tipo cartas, que envías a tu principal interlocutora en la entrega, que es quien suma todas las voces. ¿Crees posible, necesario, saludable, que recuperemos algo de la lentitud de otros tiempos? ¿La lentitud es una de las reivindicaciones de este ensayo?

- Sí, cada una de estas palabras que comentas: necesario, saludable y posible. Tiene que serlo. Supongo que también tú lo habrás experimentado, pero ¿verdad que no hay equivalente al hacer algo con lentitud y sentido frente al hacer precario que prolifera ahora (ese “envíanos cualquier cosa”, “hazlo de cualquier manera”, “lo importante es presentarse”, “envía lo que tengas”…)? A menudo se habla de la precariedad laboral y económica, pero esta precariedad del “hacer”, sea artefacto o práctica, es muy dañina pues nos desmoraliza como trabajadores y no aporta nada a la sociedad. ¿Te imaginas si en lugar de tantos pastiches y obras rápidas los trabajadores pudieran dedicarse a hacer con calma, concentración y profundidad? No es solo valioso para la sociedad sino para nuestra vida. En ese sentido claro que la lentitud es una reivindicación de este ensayo. Una lentitud que puede favorecer algo igualmente valioso: la “concentración”.

 

“No hay progreso que no implique pensar los cambios”

- En la misma línea, me planteo hasta qué punto hemos dado la espalda a los valores del pasado, considerando que todo lo nuevo, lo actual, es mejor e indica progreso. ¿Para recuperar algo de sentido en las aceleradas vidas del presente hemos de recuperar lo bueno del ayer?

- Existe la tendencia a confundir progreso con novedad, progreso con tecnología, pero las formas de abordar lo novedoso y la tecnología suelen caer en proponer nuevos instrumentos. Quizá el ejemplo más claro está en cómo la educación ha considerado que la inclusión de la tecnología en las aulas era algo eminentemente instrumental, pasando por alto que no hay “progreso” que no implique “pensar los cambios”, entenderlos y ser capaces de transformar de manera reflexiva, pensando en la mejora social, y no en el progreso económico de unos pocos. En este sentido, el progreso me parece más una cuestión de transformación en las formas de pensar y de mejora social, que de vestirnos con tecnologías novedosas que enriquecen a unos mientras docilizan a muchos. Y bajo esta mirada sí que es importante valorar lo que la humanidad ha reivindicado en el pasado y que podemos identificar como “lo bueno de ayer” (libre pensamiento, igualdad, educación, solidaridad…)

 

“Es mentira que la mera voluntad pueda si no tenemos un sistema social y público de garantías que permita igualdad de oportunidades y apoyo real”

- Hoy una de las palabras de moda es “emprendimiento”. Parece que poco a poco ha sido inoculada en el ánimo colectivo. El afán de emprendimiento se enfrenta en todo momento a la “precariedad” de los trabajos, de las vidas; a la precariedad y a la desigualdad. Relacionar ambos planos es básico en tu trabajo.

- Emprendimiento es una palabra que puede tener varios sentidos atendiendo al contexto, pero uno de los predominantes viene del ámbito capitalista que refuerza la autoexplotación en el emprendimiento, es decir el hacer al sujeto responsable de su dedicación al trabajo en contextos individualistas y competitivos donde predomina la precariedad. Suele caracterizarse por mensajes como “si tú quieres, puedes”, pero es mentira que la mera voluntad pueda si no tenemos un sistema social y público de garantías que permita igualdad de oportunidades y apoyo real.

- Una de las características de ensayos como Frágiles o El entusiasmo es la proximidad. Da la impresión de que partes de ti misma, de que, de algún modo, estás trazando una especie de biografía que arranca de lo íntimo, de lo conocido y vivido, para acercarse a los otros, para establecer canales de comprensión, de experiencias compartidas. Es muy evidente en Frágiles, donde se entabla un diálogo altamente enriquecedor, una conversación abierta, amplia.

- Creo que se puede llegar a lo cultural desde lo biográfico. Mi formación en antropología me ayudó a asentar esta idea en el trabajo con etnografías e historias de vida que buscan partir de la realidad experimentada desde la observación y narración profunda de lo vivido. En este sentido hay una intención crítica con otras formas predominantes en los estudios contemporáneos, muy basados en grandes números y capaces de lanzar grandes sentencias pronosticadoras sobre la sociedad, pero que pierden la capacidad de conocer al sujeto, perdidos en los juegos de luces de las multitudes y grandes números.

Hay en ese ejercicio formal hacia lo íntimo un enfoque metodológico premeditado para buscar comprendernos desde lo que vivimos, incluso cuando no nos deja en buen lugar. Pero también hay un juego de experimentación formal política que a mí me lleva interesando desde que publiqué Netianas, y que tiene que ver con experimentar con la narrativa, jugando con géneros, ficciones y retóricas que pueden parecer una deriva estética y literaria, pero que pretenden desmontar corsés narrativos para ayudar a “pensarnos” de otras maneras.

- Aunque el teletrabajo, la cultura de la red, de la conexión, anima, entre otras, obras como Ojos y capitalUn cuarto propio conectado o Netianas, N(h)acer mujer en Internet, una entrega de 2005, fue El entusiasmo el ensayo donde, en cierto modo, lograste unificarlo todo y dar en la diana en el sentido de visibilizar problemáticas hasta entonces no expuestas con tanta claridad. ¿Qué ha supuesto El entusiasmo en tu trayecto?

- El entusiasmo es un libro muy “libre” y cuando lo escribía sentía que necesitaba escribirlo porque tenía necesidad de leerlo. Allí donde miraba advertía preocupaciones relacionadas con lo que se narra en el ensayo, pero que se compartían como un desahogo para volver a “lo mismo”. Reconozco que la sensación de que mi vista y oído estuvieran apagándose me ayudó a concentrarme, como quien siente un nuevo valor del tiempo y de las prioridades ante la conciencia de caducidad, más acentuada si cabe en Frágiles.

Por otra parte, El entusiasmo ha supuesto también la posibilidad de llegar a muchas más personas pero de una manera nueva para mí. El doble juego que permitía un título que nos une y describe a muchos trabajadores creativos se topaba con el malestar de presentar un escenario incómodo. Esta perturbación ha convertido a muchas de las personas que lo leían en una fuente de interlocución increíble para mí en los últimos años. Ha sido “intenso”, por significativo y también por lo que supone empatizar con ese malestar.

 

“Debiera llegar un momento en que, si existe una negativa no individual sino colectiva, las cosas cambien”

- Creo que mucha gente se reconoce en este ensayo, por ejemplo cuando se alude a la idea, tan extendida, de que desarrollar un trabajo creativo, motivador, vocacional, ya es de por sí una ganancia que compensa que no sea bien pagado. Cuando se señala el mal gusto de hablar de dinero en referencia a las actividades creativas. Cuando se expone que hay que dar las gracias por poder mostrar la propia obra en medios digitales, por sumar seguidores, por obtener “likes” en las redes, aunque esas actividades, que nos pueden ocupar tanto tiempo y esfuerzo como cualquier trabajo remunerado, no permiten cubrir las necesidades básicas. ¿Cómo superar, cómo liberarse de estas trampas capitalistas? ¿Hasta qué punto vivimos engañados?

- Tomar conciencia de ello genera la impaciencia de “hacer algo” para cambiar las cosas, pero en esa conciencia que incomoda ya estamos iniciando un cambio y compartiéndolo con otros también, porque creamos contagio y debiera llegar un momento en que si existe una negativa no individual sino colectiva y de muchos a aceptar estas condiciones, las cosas cambien. La baza de esta situación es que a quienes tienen dinero y posibilidad de poder y contrato les beneficia contar con entusiastas dispuestos a dar más por menos y a trabajar por capital simbólico y visibilidad. Y esto es posible porque vemos que todos lo hacen. Es por tanto un asunto colectivo y social que requiere cambios en contextos creativos cuya herencia sigue aún idealizando al creador pobre o valiente y cuya mitología cabe cambiar. Una herencia que casa muy bien con el capitalismo individualista que anima a la desarticulación colectiva y a luchar por “lo mío”. Pienso que nos engañamos si no advertimos que este problema no es coyuntural sino que busca hacerse estructural y necesita de la alianza colectiva.

- ¿Ha sido esa tu intención, promover, estimular, ese reconocimiento, esa visibilización? ¿Hasta qué punto Frágiles, que continúa las búsquedas y diagnósticos de El entusiasmo, demuestra su impacto? Me atrevería a decir que mucha gente que se sentía aislada, ha encontrado compañía tras leer la obra, se ha sentido afín a muchas otras personas viviendo la misma experiencia, los mismos conflictos.

- Para mí las cartas permiten no solo profundizar sino sentirnos acompañados y esto es esencial en el hilado de lazos solidarios. Al terminar El entusiasmo yo no podía dar un listado de alternativas de cambio pero sí podía extraer de la reflexión líneas de fuga por las que continuar. En tanto la “alianza” era una de ellas, creo que trabajarla, convirtiendo las conversaciones y mensajes de multitud de personas solas en interlocutores que coinciden con la destinataria de mis cartas, es una manera de que se vieran entre ellos y sintieran que esa toma de conciencia no está siendo solitaria sino que es compartida por muchas personas.

- ¿Hasta qué punto la obra de Remedios Zafra va progresando con las aportaciones de sus lectores?

- En Frágiles esa aportación es el corazón de la obra. Hay algo de deuda con la generosidad de ese gesto que de pronto anima a un lector a compartir su experiencia. En mi trabajo anterior mi interlocución ha estado más acotada a seminarios y clases donde conocía a los lectores. Ahora la mayoría son desconocidos y vienen solo con texto (que para mí es el cuerpo favorito).

 

“Vivimos un momento de transición y desajuste donde siguen perviviendo modelos y sistemas de valor antiguos, pero la idea de que la creación es un trabajo está asentándose”

- ¿Por qué cuesta tanto asumir que hay trabajo, y por tanto valor, en una canción, un relato, un artículo periodístico trabajado en profundidad? Se trata de actividades que nutren, que enriquecen a la sociedad, que incluso pueden provocar transformaciones en las personas, y, por lo tanto, no pueden ser gratuitas. ¿Crees que un sistema de renta básica universal puede ser una salida para los trabajadores creativos, para hacer converger vocación y sustento?

- Respecto a la primera parte de la pregunta, creo que es una percepción que está cambiando. La tradición de considerar la cultura como una afición o como una actividad en manos de unos pocos privilegiados ha cambiado intensamente, ha ido cambiando en las últimas décadas. En el futuro muchos de los trabajos serán en el sector creativo y estarán relacionados con la creación de imaginarios diversos. Vivimos un momento de transición y desajuste donde siguen perviviendo modelos y sistemas de valor antiguos, pero la idea de que la creación es un trabajo está asentándose.

Sobre lo que planteas en segundo lugar, no considero que la renta básica sea la solución para los trabajadores creativos, aunque pueda ser una medida valiosa para la sociedad en general. Pero la puesta en valor de la práctica cultural y creativa será el corazón de las sociedades mediadas por pantallas, no puede limitarse al capital simbólico ni a la mercantilización capitalista de lo más visto (dejando fuera todo lo crítico e incómodo), requiere ser protegida, regulada desde los poderes públicos y ciudadanos y articulada con derechos sociales.

[En este punto, me atrevo a hacer un inciso para detenerme en un apartado de Frágiles titulado El trabajo necesita un cuerpo. Es curioso que un tema tan esencial como el trabajo no ocupe más espacios de debate. Parece que nos hemos resignado a asumir que el trabajo, en el ámbito que sea, es un bien escaso que debe agradecerse sin tener en cuenta las condiciones en que se desarrolla, que no puede convertirse en objeto de crítica. De ahí la importancia de recorridos como el de Remedios Zafra, capaces de ponernos delante del espejo, de enfrentarnos a una circunstancia que tanto marca la satisfacción o insatisfacción de las vidas.

Al respecto, constata la ensayista que hay trabajos que enferman los cuerpos y otros que los sanan. Centrada en el ámbito de las actividades creativas, desarrolladas tantas veces en cuartos conectados, con personas cercanas a las que cuidar, reconoce que la escritura le ha proporcionado placer y emancipación; que así ocurre cuando sobre el trabajo creativo se mantiene cierto control. Pero sucede que normalmente las actividades vocacionales, placenteras, no permiten sobrevivir. “Pasa  que como ese trabajo que moviliza no suele ser el que nos permite vivir ni nos trae un sueldo, buscamos y hacemos otros para sostenernos en la vida. La suma de horas nos ha ido creando un agujero entre espalda y estómago y en ese trance vivimos con trabajos que nos dan la vida y trabajos que nos dan dinero (...) La entrega con la que muchos han caído en el trabajo les ha llevado al agotamiento, al hastío ante un contexto de ansiedad endurecida. El deseo de jubilación o de lograr un premio de lotería aumenta cuando para el mundo aún son jóvenes y sienten haber concentrado años en días. La mayoría ni siquiera afirmarían haber logrado un trabajo estable cuando se sienten viejos y ya sueñan con retirarse”, va argumentando la autora en un esclarecedor capítulo donde se habla de trabajo, de vidas-trabajo, de cuidados...]

 

“La curiosidad y la observación de la vida cotidiana están en la base de mi trabajo”

- En medio de un cambio cultural importante, asistimos perplejos a las transformaciones, tenemos la sensación de que todo va demasiado rápido, sin apenas tiempo para digerirlo. Remedios Zafra escribe desde el ahora, sin apenas distancia: observa, analiza, medita sobre lo que nos atañe y angustia en el presente inmediato. ¿Cuáles son tus procesos?

- La curiosidad y la observación de la vida cotidiana están en la base de mi trabajo. Las lecturas son importantes pero útiles en tanto ayudan a entender lo que estoy mirando. En mis procesos también hay conflicto, no solo en los asuntos que trabajo, sino en la gestión de tiempos. La concentración necesaria para la escritura y para cualquier trabajo intelectual o creativo es hoy fácilmente torpedeada.

- En las sociedades de la productividad, de la aceleración, del rendimiento, se promueve que nos convirtamos en marcas de nosotros mismos. Todo se pone a la venta: la intimidad, la imagen. Se vive en la pose, en la impostura. Hoy se valora más convertirse en “influencer” que adquirir conocimientos o dedicarse a actividades que mejoren la vida de los demás. Incluso se imparten cursos universitarios. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Vivimos en sociedades enfermas?

- Por un lado el desencanto ante los sistemas de formación y trabajo que llevan a las generaciones más jóvenes al desempleo mientras se hipervisibiliza el éxito de esa impostura en las redes, incentiva a intentarlo. Y una vez que se intenta no es fácil salir, la infraestructura de redes se sostiene en lógicas premeditadamente adictivas que animan a volver a cada rato, donde cada cual es protagonista, y las novedades tienen que ver con pequeños logros que hacen subir poco a poco los números, como en el enganche que provoca el juego.

Pienso que la responsabilidad de las industrias digitales es muchísima, pero también la social, habiendo renunciado a que Internet sea un verdadero espacio público y no, como es ahora, un contexto con apariencia de plaza regulado por empresas e intereses privados que priman rentabilizar y no crear contextos de emancipación ciudadana.

 

“Nadie puede vivir sonriendo todo el tiempo”

- “En la cultura de la apariencia, el interior siempre se descuida”, señalas en Frágiles. Cartas sobre la ansiedad y la esperanza en la nueva cultura.

- Cuando todo el esfuerzo se pone en el nombre o en la marca cabe sospechar si se intenta compensar con imagen lo que dicho envoltorio esconde, la ausencia. Acontece, en la era del marketing y de la exhibición del sujeto, que la energía se orienta a generar la apariencia, corriendo el riesgo de diluir o perder lo que se pone sobre la mesa, lo que allí se cuenta o se contiene, el sentido de lo que se pone en juego. Es difícil resistir, porque cuando convertimos las cosas en marca y producto, “ser visto” aumenta la posibilidad de “ser elegido”. Pero nadie puede vivir sonriendo todo el tiempo.

- En tus ensayos aludes a la cultura del ansiolítico, de la felicidad empaquetada...

- La cultura de la prisa necesita fórmulas rápidas para lograr recompensas rápidas e instantáneas y para apagar lo que perturba. En la red podemos bloquear, apagar o cerrar a golpe de click, mientras el cuerpo sentado y ansioso se medica con ansiolíticos que no curan pero aplazan lo que duele y “nos permiten seguir trabajando”.

 

“El malestar entendido como conciencia incómoda, como respuesta ante las dificultades y riesgos, es valioso”

- Una y otra vez insistes en interpretar de otro modo el “malestar”. Te refieres al “malestar” como algo que, “sintiéndose negativo, es necesario” para “estar alerta y mejorar”.

- Sí, como expongo en Frágiles, el malestar entendido como conciencia incómoda, como respuesta ante las dificultades y riesgos, es valioso. En el ensayo reflexiono sobre la ansiedad actual, que está motivada no solo por lo que asusta, sino muy especialmente por el exceso de focos y luces con que se proponen los deseos y aspiraciones en nuestra cultura. Se trata de ansiedad para mantener los ritmos de producción, para responder a las demandas que se proyectan sobre los individuos. Y para dar respuesta a este sufrimiento la ciencia y la medicina han optado por discretas dosis químicas que tapan la ansiedad durante un rato, o durante el resto de la vida si se normaliza su consumo. Así, los ansiolíticos comienzan como un bálsamo puntual y terminan convertidos en la ropa con la que muchos se visten para salir a la calle, para trabajar con otros, o para despertarse y seguir, o para acostarse y dormir.

- Todo esto da lugar a cada vez más “seres desapasionados”.

- Sí. Sucede que aceptamos los ansiolíticos y el autoengaño ante la dificultad de hacer convivir frustración y esperanza. Y cuando damos por perdido un sueño, decepcionándonos con el modelo social y público en el que confiábamos, corremos el riesgo de enfrentar el futuro con frivolidad, desde la parálisis, la desconfianza y el conformismo, como sujetos desapasionados que fingen sonreír solo porque advierten que cerca hay una cámara, sujetos que van a lo suyo.

 

“El feminismo ha logrado usar Internet para visibilizar y compartir lo privado desde una intencionalidad política”

- “La mayor parte del tiempo la vida cuesta o duele”, señalas en otro momento. Y también dices que “la ansiedad es un pellizco vivible”. ¿Hasta qué punto el no asumir que la vida también es malestar, herida, ansiedad, miedo, nos aboca a un adormecimiento colectivo? ¿Cómo despertar? ¿Cabe la esperanza?

- En Frágiles el camino de la esperanza, que es donde culmina el ensayo, se encuentra en “una solidaria vulnerabilidad compartida” y busca la dirección marcada por el feminismo y su sororidad. Como indico en uno de los últimos capítulos del libro, frente a la crítica hacia Internet como motor de exposición y mercantilización del sujeto, el feminismo ha logrado usarlo para visibilizar y compartir lo privado desde una intencionalidad política. Mostrar lo que se oculta y duele, pero también descubrirlo en los otros, es un potente gesto político que se amplifica cuando las intimidades se comparten y van encontrándose con iguales. Así ha ocurrido con el feminismo en Internet, una alianza que considero una de las grandes revoluciones de este tiempo.

Hay cosas que nacen de la intimidad y nos pertenecen, pero también las hay que no pueden quedarse dentro, porque si lo hacen nos dañan como individuos y como sujetos políticos. Pueden llegar a perjudicar a otras personas, cuando por sus circunstancias ni siquiera han tenido la oportunidad de verbalizarlo. Pasa cada día cuando los trabajadores autoexplotados, pero económica y laboralmente no-precarios, colaboramos con nuestro silencio e inmovilismo en la precarización y ansiedad de los otros.

 

“ Tendríamos que mirar hacia formas de movilización incentivadas por un deseo de justicia social, de autonomía y saber, de investigación y cultura”

- A propósito de la esperanza, resulta muy interesante e inspirador el capítulo en el que argumentas que la esperanza debe ser activa y requiere imaginación.

- Necesitamos imaginación. Hay que aplicar imaginación e inteligencia para dar forma a lo posible. Y aquí, creo que podría ayudarnos observar a quienes basan su reclamación en la crítica a la desigualdad y en “lo posible” que mejora las cosas, no solo para uno mismo. También la justicia social precisa de la imaginación solidaria para no reiterar lo opresivo. Y de nuevo aquí vuelvo la mirada al feminismo. No está en el feminismo el actual deseo capitalista de enriquecimiento o éxito que pasa por pisotear a los otros. Percibo que tendríamos que mirar hacia formas de movilización no incentivadas por el triunfo económico construido sobre la explotación precaria y la ansiedad neutralizadora, ni por la vacía acumulación de ganancias desprovista de mundo interior, sino por un deseo de justicia social, de autonomía y saber, de investigación y cultura.

[Para finalizar este diálogo, que se suma a las búsquedas y conversaciones cruzadas sostenidas a lo largo del tiempo por Remedios Zafra, un llamamiento a la solidaridad y la amabilidad, tan ajeno a los discursos mediáticos y tan representativo del trabajo de la autora. Vayamos a las páginas de Frágiles: “Descartar emociones positivas como la amabilidad, la autocrítica, la generosidad o la bondad de nuestros proyectos de vida, trabajo y futuro por presuponerlas debilidad ante el previsible abuso del otro da como alternativa el triunfo de lo mismo, un mundo insolidario de desconfianza, injusticia y agresión”.

“Nadie dijo que fuera fácil, pues ante el abuso tendemos a sentirnos a veces rabiosos, a veces frustrados e inseguros (...) Trabajar contra el miedo y la angustia no es solo trabajar contra quienes los causan, habitualmente identificables, sino por los lazos que solidariamente nos vinculan y pueden transformar las reglas del juego”.

“La vida no es una guerra ni una competición, y tantos siglos hablando de héroes, batallas, perdedores y culpables... resulta agotador y estúpido, ¡si ya somos frágiles! Valdría más comenzar a cuidarnos entre todos. Porque hablar de victoria siempre ha sido un engaño que beneficia a las voces más altas. Pero nadie gana realmente poniendo su zapato sobre la boca del otro o pisoteando los restos de cristales rotos que ha dejado su accidente. Victoria es ese invento que sirve para los hombres que cuentan las historias pensando en su trascendencia como nombres. Pero diría que pocas veces hay una derrota de lo que nos daña, solo el aprendizaje de quien busca mayor autonomía, organizando vida, espacios y tiempo para convivir con ello, el aprendizaje sobre cómo salvar o mejorar como seres vulnerables, apretados de decisiones, arrepentimientos, agua que nos inunda y lecciones que supuran (...) En los conflictos humanos la palabra victoria debería cambiarse por cuidado mutuo. Una victoria implica derrotar y vencer, pero solo cuando entendemos la vida como cuidado de distintas vidas evitamos repetir la historia de siempre, esa que cuenta cómo tal o cual general ganó una guerra y otros la perdieron...”]