TAMBIÉN PUBLICA UNA SEMBLANZA INSÓLITA DEL PROFESOR

ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

 

Bajo el título de “Cita sin fin. Hacia una trayectoria artística de Gonzalo Tena”, Ernesto Utrillas nos ofrece la primera entrega de lo que pretende ser una exhaustiva aproximación a su dilatada labor. Un útil y completo relato que permitirá al lector conocer con detalle toda la génesis y la evolución de la rica y diversa obra de Tena como pintor: desde sus inicios en el dibujo al carboncillo hasta la década de los ochenta del pasado siglo XX.

También en esta nueva entrega, TURIA publica una semblanza insólita sobre la ciclópea obra y la intensa vida de otro turolense ilustre: el profesor Eloy Fernández Clemente. Se trata de un artículo de Juan Villalba en el que, partiendo de diez anécdotas de diferentes etapas de su biografía, se construye un perfil diferente del personaje, mostrando quizá algunos aspectos menos conocidos de su forma de ser o de su trayectoria, ocultos bajo la inmensa sombra de aquellos otros más estudiados.

 

DEL CARBONCILLO AL PINTOR DE GALERÍA

Gonzalo Tena (Teruel, 1950) es, indiscutiblemente, el pintor contemporáneo más relevante de cuantos han nacido en nuestra provincia. Por ello, y también por su estrecha vinculación a la revista en cuyo diseño participó, TURIA le dedica en este número la primera parte de un pormenorizado y sugestivo artículo elaborado por Ernesto Utrillas que tendrá continuidad en una próxima entrega.

Aunque desde pequeño tuvo afición por el dibujo y la pintura, esa inclinación previa se confirmaría en la adolescencia por el contacto con el pintor Agustín Alegre y también, según el propio Tena, por “descubrir que los pintores pintaban mujeres desnudas, que las mujeres se desnudaban en el estudio”. Su participación en el entorno del Colegio Menor San Pablo de Teruel en los años sesenta cimentaría una amistad con José Antonio Labordeta y con Federico Jiménez Losantos que se mantuvo en el tiempo.

Sus estudios universitarios de Bellas Artes en Valencia fueron decepcionantes: era una enseñanza artística muy retrógrada. Allí solo cursaría dos años y se traslada a Barcelona en  1970.  Comienza  entonces  una etapa  más  abierta a  la modernidad, más libre y muy influenciada por el pop art. Un año después comenzaría un periodo en el que la obra de Gonzalo Tena sufre una transformación radical y sorprendente: junto a sus amigos José Manuel Broto, Javier Rubio y el ya citado Federico Jiménez Losantos forman el Grupo de Trama, revista en la que recogen sus planteamientos teóricos y plástico. Y este grupo se convertiría en uno de los hitos artísticos de los años de la transición. De 1974 a 1978 realizan varias exposiciones colectivas y una intensa actividad teórica que tiene su base en el marxismo-leninismo-maoísmo,  el psicoanálisis y la semiótica.

La pintura-pintura, como acabó denominándose la producción del grupo, reivindicaba “la pintura frente a su disolución”. En el debate frente a los artistas conceptuales, predominantes en aquel momento, los miembros de Trama contaron con el apoyo de Antoni Tàpies quien, al conocer a Gonzalo Tena e identificarlo como pintor por sus pantalones y zapatos llenos de goterones le preguntó: “¿Pero es que aún hay gente que pinta?”.

El final de Trama corre parelelo al mayor reconocimiento individual de Broto y Tena. Sus respectivas exposiciones en la madrileña galería Buades señalan el inicio de la disolución y el comienzo de una etapa ya en solitario. Así, en los años ochenta, las muestras individuales se alternan con la participación en algunas colectivas. Madrid, Teruel y Zaragoza serán las ciudades que acojan la pintura de Tena. Y Buades será de nuevo la galería que en la que Gonzalo Tena expuso por última vez antes de iniciar una larga ausencia del mundillo artístico que se inicia. Pero antes, en 1983, diseñó una cabecera de espontáneo trazo pictórico para el número 0 de una revista, TURIA, que nacía en Teruel con vocación de “constituirse en un ejercicio válido de pluralidad intelectual”.

 

DIEZ INSTANTÁNEAS SOBRE ELOY FERNÁNDEZ CLEMENTE

En su artículo “Eloy Fernández Clemente: diez instantáneas”, Juan Villalba utiliza sabiamente diez anécdotas para componer un retrato certero pero alternativo. Se trata así de mostrar otros perfiles de quien acumula una vida y una obra ciertamente repleta de contenido. Conoceremos aspectos de su forma de ser (cristiano en perpetuo conflicto, apasionado cinéfilo rayano en la mitomanía, coleccionista de amigos increíbles, ávido jugador de guiñote, etc.) y de su trayectoria vital (locutor de radio todoterreno, actor improvisado, sindicalista, etc.), ocultos bajo la sombra de aquellos otros más estudiados.

Concluye Juan Villalba su aproximación a Eloy Fernández Clemente (Andorra, 1942) asegurando que su protagonista siempre “ha tenido ese aspecto venerable de viejo profesor, de gentleman inglés”. Como prueba se sirve de una anécdota: “embutido en una gabardina, parapetado detrás de unas gafitas redondas, con una cartera en una mano y un paraguas en la otra, su aspecto no ofrecía dudas acerca de qué clase de tipo se trataba. Iba caminando por la calle. Hasta sus pies llegó un balón seguido por un niño que lo reclamaba. Eloy Fernández Clemente, 17 años, recién graduado en Magisterio, empujó la pelota con el paraguas y se la devolvió. El niño recogió el esférico y le dirigió una frase inolvidable: “muchas gracias, señor”.

Este es, sin duda, nuestro hombre: un señor de la cultura (I Premio de las Letras Aragonesas, 1987; académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 2000); un apasionado de la libertad, la difusión cultural (iniciador de las jornadas sobre el “Estado actual de los estudios sobre Aragón”; presidente de la fundación Gaspar Torrente para la investigación y el desarrollo del aragonesismo, etc.), su tierra (Hijo adoptivo de la ciudad de Zaragoza, 1997; Cruz de San Jorge de la Diputación Provincial de Teruel, 1998; Hijo predilecto de Andorra, 2010), sus gentes, su historia y sus paisajes, un apasionado del saber; un referente vivo de la cultura aragonesa, un maestro de maestros al que, según evoca Luis Alegre, “como a Zurita, se le seguirá celebrando dentro de 500 años”.