El responsable de este rescate cultural es el traductor Mauro Armiño, que no sólo se ocupa de su versión en castellano sino que elabora una interesante nota introductoria sobre las características y contenidos de estos tres fragmentos suprimidos y ahora recuperados en la nueva edición francesa de la famosa novela de Flaubert.

Para Mauro Armiño, Premio Nacional de Traducción 2010 y que publicará este año en la editorial Siruela una nueva versión de “Madame Bovary”, “sobre la pista de varios de estos fragmentos suprimidos me ha puesto la reciente edición de las Obras Completas de Flaubert, publicada en La Pléiade en noviembre de 2013 bajo la dirección de una gran especialista flaubertiana como es Claudine Gothot-Mersch”.

Ahora la revista TURIA da a conocer, por primera vez en español, tres fragmentos de “Madame Bovary“ suprimidos por Gustave Flaubert (1821-1880). Además, y según asegura Mauro Armiño, la recuperación de estos textos suprimidos es un episodio tanto noticiable como del mayor interés literario. De ahí que ahora se publiquen traducidos tres de esos largos fragmentos eliminados, anotando el lugar en que cada uno de ellos estuvo insertado en los manuscritos de la novela. Armiño también ofrece al lector los títulos que la citada nueva edición de La Pléiade les ha dado: “Conversación durante el baile”; “Una discusión sobre libros” y “El juguete de los niños Homais”

Así, el primero de esos fragmentos, arrancado del capítulo dedicado al primer sarao social al que Emma Bovary acude, redunda en la descripción que Flaubert había hecho del estrato social –nobles, militares, alta burguesía- que centraba su sentido de la vida en el valor monetario de las cosas.

El segundo, “Una discusión sobre libros” se ocupa de la pasión de Emma Bovary por la lectura. Flaubert, gran lector de Cervantes, repite en su protagonista el origen de la locura del hidalgo cervantino: el cerebro de Emma, que pasaba las noches entre novelas y poesías románticas, había quedado dañado por esa pasión. Según destaca Mauro Armiño, “en el fragmento, el presuntuoso representante del «progreso», Homais, hombre de ciencia y boticario, arremete contra los males que provoca la lectura, no sólo morales, sino físicos y fisiológicos; le secunda la madre de Charles Bovary, que en un párrafo condensa la idea tradicional de la mujer, tacha a Emma de intelectual y exige a su hijo que la vigile, dándole por único horizonte vital el de gobernar su casa, cumplir con sus deberes y sufrir, misiones según ella de la condición femenina.”

El tercer fragmento suprimido, “El juguete de los niños Homais”, distrae el capítulo XIV (2ª parte) de su núlceo central: la depresión que sufre Emma tras el desastre de su primera aventura amorosa. Durante ese periodo, Emma interactúa con sus vecinos y fruto de esa coyuntura es el párrafo suprimido, puramente anecdótico y que quizá es el que más razones ofrecía para ser eliminado.

Harold Bloom, el mas importante crítico literario de nuestros días, ha asegurado también que “Madame Bovary” es una obra maestra, la más pura de las novelas en forma, economía y justa representación de la naturaleza”.  Para Bloom, “Emma Bovary es Gustave Flaubert y es casi todos nosotros también. “Madame Bovary” es una especie de biografía universal, no tanto de un Quijote femenino como de un Quijote sensual, hombre o mujer, cuya búsqueda no es de ninguna manera metafísica y cuyo deseo no pertenece al alto romanticismo sino al bajo romanticismo. Emma es una verdadera alternativa de Hamlet o de don Quijote: es un genio de la sensualidad”.

 

TURIA es, con 30 años de trayectoria y periodicidad cuatrimestral, una de las publicaciones culturales españolas más veteranas y reconocidas, por cuya labor obtuvo el Premio Nacional  al Fomento de la Lectura. Desde el pasado año, además de su edición en papel cuenta con una versión digital (http://www.ieturolenses.org/revista_turia/) y una página en Facebook (https://www.facebook.com/pages/Revista-Turia/373833962736088 ).

 

UN FRAGMENTO SUPRIMIDO DE “MADAME BOVARY”

Uno de los tres fragmentos inéditos de “Madame Bovary” que TURIA publicará en el nuevo número de la revista es el siguiente:

 

[Una discusión sobre libros]

 

Pero eso acarrea consecuencias, pobre hijo mío, y quien no tiene religión siempre acaba mal. (IIª parte, cap. vii, pág. 163, líneas 18-19).

 

—Perdóneme –interrumpió el señor Homais–, se puede permanecer en el buen camino sin seguir para nada el de la Iglesia. Mejor admitir todo. Seamos tolerantes y filósofos, examinemos las cosas; – y no es para atacar la religión. Yo la respeto, sé que se necesita una; pero, en fin, el dogma no implica en absoluto moral, como tampoco la virtud depende de la creencia. Y así los españoles, los italianos, esos andaluces de que hablan los autores, esas mujeres voluptuosas que asisten a corridas de toros y llevan puñales en la liga, pues bien, esas mujeres tienen religión, y ello no impide que…

—Usted, señor Homais –replicaba Bovary madre, ¡usted es un hombre de ciencia!... Usted tiene sus ideas… yo tengo las mías. Sin embargo, deberá admitir que una mujer no puede razonar como un hombre. ¡Ellas no saben latín! Les resulta imposible sopesar los pros y los contras; y yo sostengo que, a fuerza de atormentarse siempre porque quieren aprender más, terminan cayendo enfermas. Imagínese cómo pasan las noches.

—¡Oh, detestable, detestable! –exclamó el farmacéutico, súbitamente ablandado por el cumplido–, no hay exceso peor que esa manía de hacer del día noche y de la noche el día. Por eso yo, incluso en los momentos claves de mis estudios, nunca me acosté pasadas las diez; pero desde las cuatro en verano, y de las cinco en invierno, ya estaba en la tarea; además, con seis horas bastan; ¡es lo razonable!

septem horas pigro, nulli concedimus octo[1]

 

aunque, a decir verdad, nos hayamos relajado en ese punto un poco de la rigidez gótica de nuestros buenos antepasados. No obstante, pienso como usted, señora, que la blandura de la cama, cuando se le une el hábito de la lectura, puede volverse extremadamente funesta. La inercia muscular que es demasiado completa, no contrarresta la acción cefálica, que es demasiado violenta; sin tener en cuenta que la noche actúa poderosamente por sí misma sobre el sistema nervioso, pues entonces la imaginación es más sobreexcitable, y la sensibilidad más impresionable. El nervio óptico, continuamente obligado a llevar al cerebro las sensaciones, lo agita. Lo conmociona. Trabaja como un berbiquí que le hubieran adaptado para perforarlo. — Y, de ahí, palpitaciones, desganas, pérdida del apetito, las digestiones se hacen mal, la inervación se altera, es la vigilia la que se convierte en sueño, el sueño en vigilia, el dormir, si se presenta, resulta perpetuamente agitado por epistomaquias, dicho en otros términos pesadillas, y pronto ocurren los diferentes fenómenos de magnetismo y de sonambulismo, con los más tristes resultados, con las más deplorables consecuencias –y no ataco aquí, fíjese bien, el fondo del asunto, no voy al corazón del tema, que sería examinar las relaciones de la moral y de lo físico y cómo la literatura y las Bellas Artes tienen relación con la Fisiología–, no, rozamos y vemos de pasada lo que se encuentra en la mayoría de los autores modernos, a fin de descubrir si es posible…

—Pues ya que eso le divierte –objetaba Charles aturdido.

—¡Permítame! –decía el boticario acalorado.

—Escúchale –replicaba la madre Bovary.

—Cavernas –continuaba el señor Homais–, espectros, ruinas, cementerios, monederos falsos, claros de luna, ¿qué sé yo?, toda suerte de cuadros lúgubres que predisponen singularmente a la melancolía. Añada luego que esos productos febriles de imaginaciones delirantes están mancillados por neologismos, expresiones bárbaras, palabras barrocas, hasta el punto de que se ve uno obligado a devanarse los sesos para comprenderlas. Porque les confieso que yo, a menudo… ¡no comprendo a sus autores de moda! –y no me refiero a los pequeños, no, sino a los más célebres, a los que tienen reputación, ¡a los que están en la cumbre!–, y lo repito una vez más, quizá sea por falta de inteligencia, lo declaro con toda humildad, en fin, no los comprendo; y no me sorprendería en absoluto que esas invenciones en que el buen gusto, como la lengua y las costumbres, son tan audazmente ultrajadas, terminen por revolucionar incluso el propio organismo. Todo esto, por supuesto, no tiene ninguna relación con Madame Bovary, que desde luego es una de las damas que más considero, salvo quizá un poco de efervescencia, un poco de exaltación.

—¡No, no! –exclamaba la anciana agitando sus agudas encías–, lo que usted dice, señor Homais, tiene mucha cordura; porque esos libros de que habla muestran la existencia rodeada de belleza, pero luego, cuando se llega a la realidad, se topa con el desencanto. Y es eso, estoy segura, ella rabia sabiendo que no tiene razón, y que la conozco bien. ¡Ah, sí!, bien que la conozco. Porque no se trata de hacerse la cursilona, ¡la intelectual!, además ¡hay que sufrir en la vida! ¡Hay que cumplir con sus deberes! ¡Hay que gobernar la casa! Pero es lamentable, de verdad, y tu deberías vigilarla, ¿no es cierto, señor, usted que es su amigo?

Tomaron, pues, la decisión de impedir que Emma leyera novelas.

 

 



[1] La cita resume torpemente un precepto de la escuela médica de Salerno (principio del siglo XI): Sex horas dormire sat est iuvenique senique. Septem vix pigro, nulli concedimus octo («Tanto para un joven como para un hombre mayor, es suficiente con dormir seis horas. Para un perezoso podemos aceptar siete, pero a nadie le concedemos ocho»).