Bajo el título de “La melodía de una vida. Antón García Abril, un músico universal turolense”, Juan Villalba nos ofrece una oportuna aproximación a su rica trayectoria. Un útil y completo relato biográfico que permite al lector conocer con detalle toda la génesis y la evolución de su gigantesca y diversa obra como músico: desde sus inicios, en 1943

en la banda de música de Teruel hasta el estreno de su ópera “Divinas Palabras” en 1997, que la crítica considera como un resumen de su trayectoria como compositor.

También en esta nueva entrega,  TURIA redescubre las claves que nos permiten entender mejor la personalidad y la obra de uno de los escritores aragoneses más marginales e interesantes del siglo XX: José Ramón Arana (1905-1973). En un eficaz trabajo de síntesis divulgativa, Javier Barreiro narra las peripecias de un autor menos conocido de lo que merecería su no muy extensa pero si estimable obra literaria.

Por último, TURIA se ocupa de recordarnos al gran artista Salvador Victoria cuando se cumple, este 2013, el décimo aniversario de la puesta en marcha de la espléndida Fundación Museo Salvador Victoria de Rubielos de Mora. El retrato de este maestro de la abstracción pictórica española lo hace Concha Tejedor a través de un sugerente y documentado artículo que titula “Salvador Victoria: la atracción del enigma”. No en vano, el texto se inicia con una cita muy reveladora del propio pintor: “Nunca fueron claros los límites en lo que está hecho de vida y esa es la materia del arte”.

LA MELODÍA DE UNA VIDA

Antón García Abril, como bien subraya Juan Villalba en su artículo, “nos sigue sorprendiendo, no sólo por su madurez y plenitud artística (en el año 2006 le fue concedido el VII Premio Iberoamericano de la Música Tomás Luis de Victoria, considerado el equivalente al Cervantes de la música clásica, el mayor reconocimiento para autores vivos en el ámbito latinoamericano), sino por su enorme actividad compositiva y por su fidelidad a sí mismo, por su forma de entender el arte en libertad, como una forma de comunicación, de obra en marcha, de continuo hacerse y conformarse como parte de un todo unitario, plena de humanidad y mezcla de raíces, tradición y vanguardia, sin exclusiones de ningún tipo”.

El mundo compositivo de Antón García Abril es inmenso, se extiende desde las bandas sonoras, pasando por la canción de concierto, el poema sinfónico, las obras orquestales, para piano, guitarra, ballet, las de carácter didáctico y pedagógico, hasta llegar a la ópera. Todo un universo creativo, tan ciclópeo como ecléctico y polimórfico, pero al mismo tiempo unitario, de obra en marcha, en constante construcción, fruto de una vida consagrada por entero a la música.

Antón García Abril es un músico universal turolense, un artista que no renuncia a sus raíces, al contrario, las posee en lo emotivo, en el fondo de su espíritu creador y las proyecta hacia el mundo convirtiéndolas en universales.

Según Juan Villalba, “quizá  quien  mejor  haya  definido  a  Antón  García  Abril  haya  sido  Álvaro  Zaldivar cuando, al definir el ser artístico del músico turolense, argumenta: “enraizado profundamente y por tanto abiertamente universal, turolense militante, aragonés en ejercicio y español orgulloso de serlo (…)”. Ese, sin duda, es Antón García Abril: una melodía viva, con notas de siempre, pero siempre nuevas; un músico universal turolense. Sea por muchos años”

40 ANIVERSARIO DE JOSÉ RAMÓN ARANA

Con el objetivo de fomentar la lectura y el reconocimiento de la obra de José Ramón Arana (1905-1973), la revista TURIA publica un clarificador artículo de Javier Barreiro, uno de sus más acreditados estudiosos. Barreiro traza un análisis panorámico de quien tuvo una vida tumultuosa y, al cabo, marginal, como la de tantos contemporáneos que protagonizaron los dramas del siglo XX español.

Al igual que Ramón J. Sender, Arana es también un narrador aragonés exiliado. Coincide también con él en su compleja vida familiar, la pasión por Aragón, el viaje a la URSS y la posterior fobia a los comunistas y tantas otras cosas. Entre ellas, Barreiro subraya que ambos “son autores de dos de las mejores novelas breves de la segunda mitad del siglo XX, con eclesiástico como protagonista: “El cura de Almuniaced” y “Mosén Millán”, pronto retitulada “Réquiem por un campesino español”.

En TURIA Barreiro nos relata cómo, “tras una vida llena de peripecias y pese a la intensa vocación literaria que lo afectó, la obra creativa de Arana resulta llamativamente breve”. Así, su obra la integrarían: un muy breve libro viajero, “Apuntes de un viaje a la URSS”, que apenas circuló; una novela dialogada, “Can Girona”, más cercana a la autobiografía que a la narrativa estricta; dos novelas cortas: “El cura de Almuniaced” y “¡Viva Cristo Ray!”; diez cuentos; una obra de teatro, “Veturián” y varios libros de poemas de escasa extensión.

En todos esos títulos, y como escribe Javier Barreiro en TURIA, “la memoria es la protagonista. Arana da poco pábulo a la imaginación y su obra es una válvula de escape de las urgencias, obsesiones y dificultades que lo atenazaron. Bien que en una prosa llena de fuerza y, a la vez, medida y meditada. Siempre lo político y lo social en el centro, habría que recurrir al socorrido sintagma de 'el problema de España' para definir el núcleo de las preocupaciones del escritor y Aragón, como su escenario principal. En cualquier caso, la intensidad, el amor por la verdad y la justicia que transmite su obra invitarían a propiciar alguna iniciativa editorial o institucional en aras a que fuese más y mejor conocida”. 

SALVADOR VICTORIA, PINTURAS Y PALABRAS

Cuando se cumplen diez años de funcionamiento de la Fundación Museo Salvador Victoria de Rubielos de Mora, TURIA evoca al pintor a través un recorrido por sus propias opiniones en un documentado artículo de Concha Tejedor.

El pintor Salvador Victoria (Rubielos de Mora, Teruel, 1928 - Madrid 1994) surge en la España en blanco y negro de la postguerra como un renovador, que abrirá las fronteras de España al “arte otro”, un arte vanguardista y revolucionario,  en el que prima la expresión libre del sentimiento del artista y planta cara al anquilosado academicismo.

 ¿Qué le impulsa a dar este salto en el vacío? Desde  muy joven ha sentido la atracción del enigma,  el ansia de infinitud del hombre y la necesidad de expresarlo por medio de la pintura con toda la fuerza  de lo que lleva dentro.

Así lo puede atestiguar cualquier espectador que visite la espléndida colección de la Fundación Museo Salvador Victoria de Rubielos de Mora. Porque allí se nos ofrece un viaje por  cuarenta años de  la obra del artista y la generación de los cincuenta. Desde su inauguración el 22 de mayo de 2003, las blancas paredes de este antiguo Hospital de peregrinos del siglo XVIII nos permiten conocer la obra del pintor y sus compañeros de generación. Esta colección se completa con la de Museo Provincial de Teruel y la del Instituto Valenciano de Arte Moderno, IVAM, todas donadas por su viuda, Marie Claire Decay.

Según Concha Tejedor, “Salvador Victoria encontró en el círculo y la esfera del universo, símbolos de perfección y totalidad, la imagen para indagar en el enigma del hombre y en las grandes preguntas sobre la vida. En las esferas luminosas suspendidas en el espacio  de su etapa más metafísica, la de los últimos años, vemos un mundo de luz, color y energía,  trascendente y sugerente, que nos interroga sobre el misterio del hombre y del mundo, sobre la verdad”.