La escritora y crítica literaria Mercedes Monmany es, sin duda, una de las mayores expertas españolas en literatura contemporánea, y en particular en la literatura europea actual. Desde hace varias décadas, la firma de quien protagoniza la segunda entrevista de TURIA puede encontrarse en los suplementos culturales y literarios de los principales periódicos. Sus opiniones siempre avalan su conocimiento y criterio a la hora de analizar las letras y los autores de nuestro tiempo. Laureada con distintos premios en Francia, Italia y otros países, Monmany es también asesora y comisaria de exposiciones, miembro del jurado de relevantes premios literarios nacionales e internacionales. Además,  durante  los  últimos  años,  está  cosechando  notables  éxitos en su faceta de autora de libros de ensayo con títulos como “Por las fronteras de Europa” (2015) o como “Ya sabes que volveré” (2017), que obtuvo el Premio Internacional de Ensayo José Manuel Caballero Bonald. En 2021 publicó, siempre en la editorial Galaxia Gutenberg, “Sin tiempo para el adiós. Exiliados y emigrados en la literatura del siglo XX”. En la entrevista que publica TURIA, Monmany muestra con contundencia sus análisis de lo que nos pasa y, entre otras cuestiones, afirma que “en cualquier época hay que rechazar la cancelación”. De ahí que muestre su preocupación porque, en no pocas ocasiones,  “la corrupción mental se instala, deforma los valores y cuesta desprenderse de ella”. 

En la sección dedicada a “Pensamiento”, TURIA habla sobre una  cuestión de palpitante actualidad: el papel de la educación en el siglo XXI. Y para hacerlo nadie mejor que Javier Gomá, Premio Nacional de Ensayo en 2004 y uno de los ensayistas más relevantes de nuestros días. Gomá, que además de filósofo y escritor es director de la Fundación Juan March, desarrolla en el texto inédito publicado en la revista una tesis muy a tener en cuenta: “El fin de la educación es doble. Dicho en breve, formar profesionales y formar ciudadanos”.

 

ALBERTO MANGUEL: “VOLVEMOS AL FASCISMO, VOLVEMOS A LA CENSURA, VOLVEMOS A LA TEOCRACIA” 

Alberto Manguel es un verdadero erudito cosmopolita y políglota, pues aunque escribe habitualmente en inglés y español, domina el alemán, el francés y el italiano. Escritor, traductor, gestor cultural, editor y crítico argentino-canadiense nacido en Buenos Aires en 1948. Ha publicado varias novelas y libros de no-ficción, incluyendo “Personajes imaginarios”, “Una historia natural de la curiosidad”, “Con Borges”, “Una historia de la lectura” y “Breve guía de lugares imaginarios”. Ha recibido numerosos reconocimientos internacionales y es doctor honoris causa por varias universidades de Europa y América. Hasta agosto de 2018 fue director de la Biblioteca Nacional de Argentina. 

Uno de los elementos centrales de la conversación que TURIA publica con Alberto Manguel gira en torno al controvertido debate sobre la corrección política. ¿Es lícita la modificación/alteración actual de textos clásicos literarios? Manguel nos recuerda que esta práctica es un “sistema muy antiguo de censura” y, por ejemplo, comenta que ya en la Inglaterra del siglo XIX las obras del propio Shakespeare eran objeto de expurgo y manipulación: se eliminaban los elementos sexuales o se transformaban en finales felices. 

Alberto Manguel lo tiene claro, de ahí que afirme en TURIA: “Nosotros tenemos la ilusión de progreso intelectual, pensamos que en el siglo XXI ya no sufrimos los prejuicios, los errores políticos y morales que teníamos en el pasado. Obviamente no es así. Volvemos al fascismo, volvemos a la censura, volvemos a la teocracia. Es casi inevitable. Por supuesto, como lectores, deseamos resistirnos a estos actos de brutalidad, auténticas violencias contra el texto que no podemos permitir. Y lo que es más importante, ponemos en evidencia la presunción de estos editores, los que piensan que el público no es lo suficientemente inteligente como para leer textos con perspectiva histórica, los que suponen que el lector se va a ofender con un comentario antisemita en una novela de Agatha Christie, o con un comentario racista, y que no será capaz de decir, “bueno, esa era la forma de pensar común en los años 30”. 

Preguntado por las “fake news” y sus consecuencias nefastas, Manguel se lamenta de que en nuestra época el sentido común haya desaparecido: “No hay límites y cualquier texto que aparece en la pantalla puede ser recibido como verdad, aunque sea ficticio”. No obstante, recuerda que “siempre hubo algo de esto; hace unos días leía sobre una estela de piedra babilónica donde se talló un texto falso, modificando una fecha para que los sacerdotes de un templo no tuviesen que pagar impuestos. Este fenómeno de las “fake news” ha sucedido desde siempre, pero no es lo mismo modificar una estela de piedra que tomar cualquiera de los cientos de miles de textos que aparecen y leerlo a nuestra manera para satisfacer nuestros prejuicios y nuestra ignorancia”. 

Sobre la problemática que genera la aplicación de la inteligencia artificial se muestra prudente: “la máquina no posee ese elemento de intuición, de emoción, de asociación”. Ese instrumento que llamamos inteligencia artificial no es sino “una imitación de nuestro sistema de pensamiento. El problema es que no sabemos qué estamos imitando”.

 

MERCEDES MONMANY: “EL NACIONALISMO NO ME GUSTA EN NINGÚN ASPECTO” 

Dice el periodista cultural Fernando del Val que una conversación con Mercedes Monmnay siempre resulta un excelente seminario de literatura contemporánea. Y es que, en España, pocas personas dedicadas al ensayo y la crítica literaria, poseen su conocimiento y dominio sobre las letras de otros países occidentales y, particularmente europeos. Es un fruto positivo más de su cosmopolitismo militante, de su apuesta por la belleza, la inteligencia creativa y la libertad: “me gustan los intelectuales provocadores, los fustigadores”. Y es que Monmany se reconoce parte de una generación que, en la universidad, leyó el “Cuarteto de Alejandría”, de Durrell, al mismo tiempo que “La broma” y “La vida está en otra parte”, de Kundera. 

No duda Monmany en afirmar que “le interesa el análisis del arte en las sociedades libres y en las totalitarias”. Por ejemplo, “la obra de Zagajewski (de quien fue amiga) refleja el mundo oscuro de la persecución al disidente, de la paranoia de los delatores”. Al respecto, argumenta: “me sigue pareciendo inconcebible que, en determinados países no hayan gozado en décadas de un sistema democrático”. En ese sentido, asegura que “Hungría y Polonia son democracias vigiladas”. 

Se muestra Mercedes Monmany claramente partidaria de separar siempre la trayectoria vital de un autor de su obra: “Por repugnante que sea la vida que ha llevado la persona: de la ferocidad antisemita de Céline se sorprendían los propios nazis. Pero luego se demuestra un escritor admirable. Es algo diabólico.” No obstante, tiene claro Monmany que “debemos conservar una brújula que nos indique donde está el bien y donde está el mal”. 

Defiende Mercedes Monmany la tesis de que “liberal es cualquier persona que ame la libertad y el conocimiento, que no se case con una tendencia”. Y cita como ejemplos de liberalismo a Isaiah Berlin, a nuestro Chaves Nogales, a Albert Camus. Sobre este último afirma: “Camus defendió, en un momento difícil, el derecho a ir contracorriente. Siempre me ha gustado la gente que va contra las mareas de la historia”. 

Cita como los tres autores de novela total en el siglo XX a James Joyce, Marcel Proust y Robert Musil. “Kafka es un planeta autónomo. Él es su propio universo”. Son autores que abren caminos que cierran ellos mismos y de los que resulta imposible la imitación: “Son autores que dejan el adjetivo: kafkiano -cuando se confronta la realidad con su absurdo-, proustiano -cuando hay largos párrafos en torno a la memoria y sale el monólogo interior-“. 

Concluye Fernando del Val su entrevista afirmando que “la vitalidad de Mercedes Monmany se parece al optimismo o, por lo menos, linda con la alegría. Se escribe escribiendo de los demás. E irradia entusiasmo. Lo que es una prueba de vida tan válida como la detección de las pulsaciones en la muñeca”.

 

JAVIER GOMÁ ESCRIBE SOBRE EL PAPEL DE LA EDUCACIÓN: “FORMAR PROFESIONALES Y FORMAR CIUDADANOS” 

Bajo el título de “Profesionales y ciudadanos. Teoría de la educación”, el escritor y filósofo Javier Gomá publica en TURIA un notable artículo destinado a poner en valor la cultura como el elemento clave que nos permite a los seres humanos poseer una sólida posición en el mundo. Según argumenta Gomá, que es también director de la Fundación Juan March, “el fin de la educación es doble. Dicho figuradamente, suministrar al niño un manto en el que envolver su desnudez y un mapa con el que orientarse por los laberintos del mundo. Dicho literalmente, enseñarle a ser útil a la sociedad y despertarle un sentimiento. Dicho en breve, formar profesionales y formar ciudadanos”. 

En esa línea, también defiende Javier Gomá en TURIA que “desde que conservamos testimonio literario, la sociedad ha reconocido la función que siempre ha cumplido y sigue cumpliendo hoy el oficio: satisface una necesidad social y, al hacerlo, el profesional que lo desempeña se gana la vida. Teniendo en cuenta este universal reconocimiento de su importancia, a nadie le sorprenderá que el programa educativo de las sociedades, tanto antiguas como modernas, contenga asignaturas destinadas a que el joven llegue a ser un día un buen profesional”. 

Concluye Javier Gomá su artículo sobre la trascendencia de la educación con sólidos argumentos. Y es que “para cubrir nuestra desnudez necesitamos ganarnos la vida por medio del negocio, pero no menos necesitamos que, a través de muchas horas de ocio humanístico hallemos a la vida un valor que la haga digna de ser vivida. Profesional y ciudadano, negocio y ocio, oficio y dignidad, manta y mapa: quien reúna los dos polos al mismo tiempo habrá completado plenamente su educación y ocupará por derecho propio su posición en el mundo”. 

No obstante, conviene que tengamos todos muy presente que “la racionalidad del mercado y la dignidad de lo humano no siempre coinciden y surgen tensiones entre ellos, se decía antes. En caso de conflicto, prevalece el ciudadano sobre el profesional por lo mismo que la dignidad está siempre antes que el precio. No nos ocurra que, como escribió Juvenal (Sátiras vv. 82-84): “por amor a la vida / perdamos lo que la hace digna de ser vivida".