Julio Llamazares: “Vivimos en un mundo que trivializa la pasión creadora”

Desde que en 1985 publicara su primera novela, Luna de lobos, y más a partir del éxito de la segunda, La lluvia amarilla, Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) no ha dejado de escribir ni de publicar periódicamente novelas, libros de viajes, guiones cinematográficos... Fue la buena recepción de esas dos novelas primerizas lo que le permitió dedicarse a tiempo completo a la escritura con incursiones más o menos esporádicas en el Periodismo, campo en el que mantiene su faceta de columnista. Antes había publicado dos libros de poesía, La lentitud de los bueyes y Memoria de la nieve, que también figuran en el imaginario colectivo de sus fieles lectores. Que los tiene, y asegura que son su mayor patrimonio. En los casi 45 años que han transcurrido desde su primer poemario, siete novelas (entre ellas, El cielo de Madrid, Las lágrimas de San Lorenzo, Distintas formas de mirar el agua), siete libros de viajes (El río del olvido, Trás-os-montes, Las rosas de piedra, El viaje de Don Quijote…), varios guiones de cine y tres libros que recogen sus colaboraciones en prensa son su cosecha. Alérgico a los premios, deja muy claro que, salvo los que dan una primera oportunidad a jóvenes talentos, deberían desaparecer. Independiente y sin pelos en la lengua, afirma que va por el campo solo.

 

“El por qué me dedico yo a escribir es esa pólvora que se va acumulando toda la vida en la conciencia”

 

– Por empezar por su última novela publicada, Vagalume, ¿qué fue la chispa que encendió la mecha de la narración?

– La pólvora se va acumulando toda la vida en la conciencia. El por qué me dedico yo a escribir, por qué la única vida que tengo y voy a tener la dedico a escribir es esa pólvora que se va acumulando. La chispa que la encendió fue el descubrimiento de que el que fue mi primer editor como novelista, Mario Lacruz, un señor barcelonés, el editor más importante en los años setenta y ochenta, el que me dio a mí la primera oportunidad con Luna de lobos y La lluvia amarilla y con El río del olvido, pero también a otros autores, a Rosa Montero, a Muñoz Molina en fin… había escrito en secreto. Resulta que descubrí que de joven había publicado tres novelas muy interesantes en los años sesenta y luego había dejado teóricamente de escribir. Después de años, cuando murió, recibí una llamada de un hijo que vive en Luxemburgo. Me contó que, deshaciendo la casa familiar en Barcelona, en un armario que estaba siempre cerrado con llave, según Mario Lacruz porque guardaba las herramientas de bricolaje al que era muy aficionado y no quería que anduvieran con ellas y las desordenaran o perdieran, descubrieron una docena de manuscritos mecanografiados entre novelas, guiones de cine, una biografía de Gaudí… Y ni la mujer ni los hijos sabían que había seguido escribiendo. Lo oían teclear por la noche cuando volvía del trabajo, pero creían que era trabajo de la editorial, informes o lo que fuera. Y su sorpresa fue mayúscula. El hijo me llamaba porque querían editar alguna de las novelas, de hecho, así lo hizo en una editorial que se llama Funambulista y que creó prácticamente para eso. El hijo se llama Max Lacruz y me pedía un prólogo para una de las novelas. Y lo hice. Y a mí eso me hizo replantearme muchas cosas. El calambrazo que me produjo la noticia hizo que me replanteara qué es realmente la pasión por escribir, cómo en este mundo tan trivializado como es el mundo editorial actual, donde prima lo comercial sobre lo emocional y lo realmente importante que es lo literario, hay gente que sigue escribiendo, aunque sepa que no va a publicar. Y, sobre todo, la gran pregunta es por qué alguien que podía haber publicado donde quisiera, decidió seguir escribiendo pero no publicar.

 

“Los verdaderos escritores son aquellos que escriben sin importarles demasiado la proyección pública de sus libros”

 

- Es un homenaje a esos escritores que, como suele señalar, lo son de verdad porque escribirían, aunque no publicaran. A diferencia de otros que escriben libros, pero no son verdaderos escritores.

- Un homenaje a la Literatura, a la pasión por escribir. Vivimos en un mundo frivolizado donde parece que todo el mundo es escritor, que todo el mundo es fotógrafo porque hace fotos con el móvil, o pintor porque hace cuatro dibujos… Hay una trivialización sobre lo que es la pasión creadora que no es un oficio ni una profesión sino una manera de entender la vida y de vivir la vida. El escritor es escritor no porque escriba o publique sino porque su concepción de la vida es a través de la Literatura y la interpreta a través de las palabras. Es algo fácil de entender, pero difícil de explicar porque parece que con los criterios comerciales que rigen el mundo editorial los grandes escritores deben ser los que tienen mucho éxito y sin embargo no es que el éxito anule la calidad, pero no la determina. Los verdaderos escritores son aquellos que escriben sin importarles demasiado la proyección pública de sus libros. Un escritor es un náufrago y lo importante para él es escribir mensajes y lanzarlos al vacío no a quién le van a llegar ni la respuesta que van a tener. Lo importante para un náufrago es escribir esos mensajes.

 

“La literatura y el periodismo son dos caras de la misma moneda”

 

– El protagonista de Vagalume es un personaje que los que hemos trabajado en periódicos de provincia conocemos bien. Ese periodista vocacional que pasaba horas y horas en la redacción y que no sé si es una especie en peligro de extinción. O al menos lo es el mundo que le rodea. Por cierto, la provincia en que se desarrolla la acción ¿es León?

- No. Si hubiera querido que fuera León lo hubiera puesto y también los nombres de las calles. He querido crear una ciudad inventada que participe de muchas ciudades. Igual que esos periodistas no son ninguno en concreto y son todos. Aparte de un homenaje a los escritores de verdad es un homenaje al periodismo que no deja de ser la otra cara de la literatura. Yo creo que la literatura y el periodismo son dos caras de la misma moneda. En una, la mirada se dirige al presente y, en la otra, al pasado y al futuro. La Literatura empieza donde acaba el periodismo, donde acaba lo objetivo, donde acaban los datos empieza la imaginación. Pero al fin y al cabo los periodistas y los escritores trabajamos con la misma herramienta, el lenguaje, las palabras, y tenemos una vocación que es contar, transmitir nuestros pensamientos, nuestros sentimientos. Y hay en la novela un homenaje especial a esos periodistas ‘de provincias’, como dicen en Madrid, que son tan buenos o mejores o iguales que los presuntamente importantes porque publican en periódicos importantes y que no sé si son una especie en extinción, pero tal como los conocimos sí. Yo ahora voy a una redacción y me parece la UCI de un hospital. Ya no hay botellas, no hay bocadillos, no hay ruido. Es todo muy aséptico. Ha cambiado mucho. La esencia del periodismo sigue siendo la misma, pero ha cambiado mucho el espíritu en las redacciones y porque la realidad se ha sustituido por la realidad virtual. Ahora los periodistas no salen de las redacciones y a veces no salen de sus casas. Todo es a través de la realidad virtual como nosotros ahora. [La entrevista tiene lugar a través de una plataforma de Internet] Aquellos periodistas que pateaban la calle y la vivían y conocían a todo el mundo y que vivían el periodismo no como un oficio sino también como una manera de estar en la vida… Para ellos hay un recuerdo especial en esta novela.

– ¿Y la ciudad?

- Por último, sobre la ciudad, aunque también en León en seguida han pensado que era allí, voluntariamente he querido que fuera una ciudad de provincias de interior que podría ser cualquiera para no tener problemas de verosimilitud. Es más, si hay una ciudad que se le parece más a lo que yo cuento es Zamora, por ese río hacia el que descienden las calles como si fueran calles portuarias. Esos molinos arruinados… Sería más bien Zamora…

 

La lluvia amarilla es la novela que a mí me situó en una posición en el mundo literario de la que ya no he vuelto a salir”

 

– Hace 38 años que público La lluvia amarilla. Al cumplirse el vigesimoquinto

aniversario, la editorial, Seix Barral, hizo una edición conmemorativa en la que participó con un prólogo. Cuando una novela es objeto de una edición especial por un aniversario quiere decir que fue un hito en la historia literaria del país y por supuesto en la carrera del escritor. ¿Cómo lo vivió?

- La lluvia amarilla no es que yo la considere mi mejor novela. Yo creo que todas cumplen una función. Los libros son radiografías del alma del autor y en cada momento de su vida el alma va cambiando y se refleja de una forma diferente. Pero sí es verdad que es la novela que a mí me situó en una posición en el mundo literario de la que ya no he vuelto a salir. Digamos que primero era una novela, y así lo dije en el prólogo a la nueva edición, que yo pensé que iba a ser muy minoritaria. En principio, el monólogo de alguien que se muere no parece muy comercial y, sin embargo, tuvo la virtud de tocar una fibra en carne viva de muchísima gente que había vivido personalmente o a través de sus padres o de sus abuelos la historia que se cuenta en la novela, que es el fin del mundo rural tal como lo conocimos. Y esa fibra está muy en carne viva todavía y eso explica que 38 años después sea mi novela más traducida fuera de España, y las más vendida y reeditada, es decir, es la novela mía que más éxito editorial ha tenido, pero eso no significa que para mí sea la preferida. Normalmente los padres y las madres tenemos más predilección por los hijos o las hijas que han tenido menos suerte y a veces no coincide con el criterio del público. Yo me alegro mucho y le debo mucho a La lluvia amarilla entre otras cosas, y antes también a Luna de lobos, el haber podido dedicarme a tiempo completo a escribir cosa que antes no podía ser.

– ¿Cuáles son esos hijos predilectos que no tuvieron tanta suerte?

– Podría decir varios títulos, pero me limitaré a uno: Escenas de cine mudo.

 

“La España vacía, de Sergio del Molino, tuvo la gran virtud de ponerle nombre a un fenómeno”

 

- La  lluvia amarilla anticipa en mucho tiempo algo que ahora está en la conversación política y literaria: la España vacía.

– Pero no solo yo, había más gente escribiendo de ello. No fui el primero. Delibes, quizá no de forma tan directa pero sí indirecta, hablaba de eso en Castilla; Labordeta en sus canciones ya cantaba de los que se van y no vuelven y dejan los pueblos vacíos; un escritor muy querido y que desapareció pronto, por desgracia, soriano, Avelino Hernández, que escribió mucho sobre el tema en La sierra del alba y en un libro para niños, Silvestrito, en el que un abuelo le cuenta a su nieto de la ciudad cómo era su pueblo y cómo se vivía y, sobre todo, un libro que en teoría es una guía de viajes por Soria pero que es un canto a la desaparición de un mundo que estaba finiquitándose en ese momento que es Donde la vieja Castilla se acaba. Hubo más gente, Ignacio Sanz, segoviano, que hizo con Avelino Hernández y Miguel Manzano un viaje al Aliste zamorano [Crónicas del poniente castellano]. Hay muchísima gente que ha escrito de eso, pero sí es verdad que La lluvia amarilla fue como un aldabonazo en la conciencia de una sociedad que estaba viviendo ajena a un fenómeno que estaba viviendo la mitad o un tercio de la sociedad del país. Y a partir de ahí se empezó a crear una especie de interés que un día eclosionó –porque estalló una chispa a nivel periodístico y político– en el libro de Sergio del Molino La España vacía que tuvo la gran virtud de ponerle nombre a un fenómeno. Parece que a veces las cosas no existen hasta que se les pone un nombre como pasó con la Memoria histórica: en España había 100.000 personas en las cunetas, pero hasta que no se le puso un nombre no se empezó a hablar de ello porque al fin y al cabo el tiempo de la literatura y del periodismo y de la política son diferentes. Cuando escribí La lluvia amarilla lo hice por el calambrazo que me producía entrar en pueblos abandonados. No quería inventar la España vaciada, quería imaginar cómo me hubiera sentido yo si me hubiera tocado vivir lo que ha vivido mucha gente.

 

“Para cada persona su vida es la más importante que ha ocurrido en la historia de la humanidad”

 

- En su caso, además, el haber nacido en un pueblo que desapareció bajo el pantano del Porma ha influido en su literatura.

– Todas las personas somos el fruto de nuestra vida y a todos nos influye de una forma mayor o menor los acontecimientos más importantes de nuestra vida. Seguramente si yo hubiera nacido en Madrid o en Nueva York el ver un pueblo abandonado en un viaje por Castilla o por Aragón no me hubiera producido la conmoción que nos produce a gente que hemos vivido en lugares así y, al revés, si yo no hubiera nacido en un pueblo que no existe ya seguramente me resultaría más o menos indiferente la visión de un pueblo en ruinas. Todos somos el fruto de nuestra vida, ninguna vida es mejor que otras ni más novelesca que otras, frente a lo que las personas piensen, todas son igual de importantes y sobre todo para cada persona su vida es la más importante que ha ocurrido en la historia de la humanidad.

 

“Cuando los países o las sociedades sufren de Alzhéimer histórico no son conscientes de lo que son realmente”

 

- Para los escritores la herramienta común es el lenguaje y la materia común es la memoria. En su caso, en títulos tan explícitos como Memoria de la nieve. Pero pensando en otro de sus libros, en concreto de viajes, El río del olvido, podemos decir que memoria y olvido van de la mano de forma rotunda.

– La materia sobre la que trabajamos los escritores es la memoria. La memoria es la personalidad. Hay una enfermedad, para mí la más terrible, que es el Alzhéimer. Porque lo que hace es destruir la memoria, como pasa cuando entra un virus en el ordenador. Pero no destruye la memoria, destruye la personalidad. De hecho, una persona con Alzhéimer se convierte en una especie de maniquí o de robot sin alma. El alma de las personas es la memoria y somos esa memoria, que es una especie de ciénaga que va acumulando restos de naufragios y de experiencias. También los países y las sociedades. De repente cuando los países o las sociedades sufren de Alzhéimer histórico no son conscientes de lo que son realmente. Lo que pasa es que hay un siguiente paso a la memoria y es lo que Lobo Antunes, el escritor portugués, llamaba la imaginación, y decía: “La imaginación no es más que la memoria fermentada”. Tú vas viviendo, acumulando experiencias, eso se solidifica en tu conciencia, fermenta como pasa con el humus de los bosques y eso se convierte en otra materia más rica orgánica y emocionalmente que es la imaginación, pero siempre parte de la memoria o por lo menos yo lo veo así.

 

“Los escritores somos gente que vivimos en la frontera con un pie en la realidad y otro en la ficción”

 

- En el prólogo de su novela El cielo de Madrid dice que en toda obra de memorias o pretendidamente biográfica hay ficción y que en toda obra de ficción hay memoria. ¿En ese terreno fronterizo se mueve toda su obra?

– Al final es la mezcla entre el periodismo y la literatura. Es la mezcla de la experiencia vivida y la experiencia imaginada. Yo he combinado, aunque no soy periodista, el periodismo más o menos privilegiado, de opinión o de reportajes que tú mismo propones o eliges, con la literatura y hay muchos vasos comunicantes. De hecho, en un seminario en Suiza en Neuchâtel que cada año dedican a un escritor, en un año que me lo dedicaron a mí, había una ponencia que decía que muchos de los temas que yo había tratado en el periodismo aparecían en mis novelas y al revés. Al final la experiencia vivida y la experiencia imaginada confluyen en un territorio fronterizo que es donde yo mejor me muevo. No olvidemos que es el territorio más rico porque, como decía Cervantes, el que vive en la frontera tiene dos patrias y ninguna. Los escritores somos gente que vivimos en la frontera con un pie en la realidad y otro en la ficción.

 

“Toda novela es autobiográfica”

 

– En esa novela, a un pintor que ha buscado el reconocimiento con ahínco, le llega de pronto en forma de un éxito tan grande que se ve incapaz de digerirlo y necesita apartarse de todo para reencontrarse a sí mismo. No sé si a usted, que vivió ese éxito temprano, le ocurrió en algún momento algo parecido. Esa necesidad de apartarse por un tiempo.

– Toda novela es autobiográfica. No tanto porque cuente anécdotas puntuales de tu vida sino porque transmite tus pensamientos y tus sentimientos. Decían los griegos que todos los personajes son máscaras del autor. Y al final no es que tú seas el personaje principal o tal otro, sino que te atomizas en todos los personajes de la novela, y seguramente si yo escribí sobre eso es porque fue algo que yo viví, porque me agobió o me preocupó en su momento. Efectivamente yo tuve… bueno el éxito que puede tener un escritor en España, un relativo éxito y, de repente, yo no me sentía cómodo representando un papel porque al final tú te conviertes en un personaje que no eres tú, que es el personaje que los demás crean sobre ti o imaginan en ti y eso produce una disfunción que seguramente les pasa a muchas personas. Todas mis novelas son de tesis, digamos, reflexivas, y en cada una hay muchos temas sobre los que se reflexiona, pero siempre hay un tema importante. En Luna de lobos es el instinto de supervivencia; en La lluvia amarilla, la soledad en grado extremo; en Escenas de cine mudo, la memoria; en El cielo de Madrid, el éxito y el fracaso… Porque vivimos en una sociedad que nos educa para el éxito social no para el éxito personal y luego te das cuenta de que hay mucha gente que ha tenido gran éxito profesional que son unos desgraciados y, al revés, hay mucha gente que no ha tenido ningún éxito social que son mucho más felices. Y hago una reflexión a partir de una frase que recuerdo que leí al poco de llegar a Madrid en una entrevista a Francisco Umbral que por entonces era Dios, era el gran columnista, el gran escritor. Me impactó el titular de la entrevista en el que Umbral decía: “El éxito está vacío”. Eso, dicho por alguien que había perseguido el éxito casi enfermizamente como Umbral y que tenía todo el éxito, me impactó. En ese caso el chispazo de esa novela fue esa frase de Umbral.

 

“La poesía es esa magia que hace que las palabras signifiquen más de lo que significan coloquialmente”

 

– Cuando se piensa y se habla de su obra, siempre aparece La lluvia amarilla, pero también se piensa en Memoria de la nieve y en La lentitud de los bueyes, dos poemarios que se han quedado en la memoria de sus lectores y de la crítica. Es curioso que nunca haya vuelto a escribir poesía. ¿Por qué?

– He escrito algunos poemas sueltos últimamente. No he vuelto a escribir poesía pero no he dejado de escribir poesía. Quiero decir, no he dejado de escribir poéticamente. Una cosa es la poesía como género y otra cosa es la poesía como concepción del lenguaje. Para mí lo que separa la simple escritura de la literatura es la existencia o no de un halo poético. Y ese sí que está en todo lo que tú escribes incluso en los reportajes de periódico. La poesía es esa magia que hace que las palabras signifiquen más de lo que significan coloquialmente. Si yo leo una novela, por eso distingo entre escritores y gente que escribe libros, en que no hay un átomo de poesía, quiero decir, de emoción que surja del fondo, del núcleo de las palabras, es que eso no es literatura es simple escritura, porque los notarios escriben mucho y no hacen literatura. Una cosa es contar ‘a la pata la llana’ y otra es contar manipulando las palabras para que adquieran otra dimensión. Y eso se consigue con un tratamiento poético del lenguaje.

 

“La poesía es el magma del volcán, la lava que bulle dentro del lenguaje y de la conciencia del escritor y eso acaba aflorando de una forma o de otra”

 

– Pero de momento no vamos a ver ningún poemario suyo nuevo.

– Mi deseo sería despedirme, cuando me toque, y espero que tarde mucho, volviendo a la poesía, con un libro de poesía. Para mí, la poesía me parece el estadio superior de la Literatura. Tampoco tengo una explicación para todo lo que hago o dejo de hacer. Yo empecé escribiendo poesía y de repente dejé de hacerlo seguramente porque me di cuenta de que iba a escribir siempre lo mismo. Para mí la poesía es el magma del volcán, la lava que bulle dentro del lenguaje y de la conciencia del escritor y eso acaba aflorando de una forma o de otra. La novela y otros géneros te permiten hacer modulaciones de lo mismo, pero en una reedición de la poesía dije y lo digo ahora: todo lo que yo he escrito y lo que voy a escribir estaba ya en esos dos libros, los materiales emocionales con los que yo me he manejado a partir de entonces hasta hoy.

 

“La literatura de viajes es el género fundacional de todos los demás”

 

–Una parte importante de su obra son los libros de viajes. ¿Por qué cree que en España este género tiene menos reconocimiento?

–La literatura de viajes tiene una aceptación digamos guadianesca. Así como en el mundo anglosajón y en Centroeuropa está mucho más normalizada, aquí ha tenido un desarrollo irregular. Hay épocas en que no se considera y épocas en las que se pone de moda. Ahora parece que ha caído un poco, pero hubo una época con Javier Reverte y otros autores con los que se vivió un cierto boom igual que en los años cuarenta y cincuenta hubo un cierto boom con Cela, con Delibes, con Sueiro, con Torbado más tarde… Y yo no entiendo por qué. Sí sé por qué pero no lo entiendo. El mercado, que es el que manda en todo, ha consagrado la novela como el género por excelencia, porque es el que más se vende o porque más demandan los autores, pero eso no quiere decir que sea un género superior a los otros, ni al ensayo, ni al teatro, ni a la poesía, ni a la literatura de viajes. Es más, creo que la literatura de viajes, y lo he escrito alguna vez, es el género fundacional de todos los demás. La gente empezó a escribir para contar sus experiencias, sobre todo los viajes, y si te fijas toda la literatura fundacional de los distintos países son libros de viajes, el Éxodo de a Biblia, la Anábasis, la Odisea, el viaje de Marco Polo, los viajes de Gulliver, el viaje de Nils Holgersson que se sube a un ganso y vuela por toda Escandinavia, las Crónicas de Indias españolas… La gente lo primero que hace al volver de un viaje, incluso todavía hoy en que ya está todo globalizado y conocemos todo, qué es: contar a los que se quedaron qué ha visto, que experimentó, aunque sea un viaje organizado del Imserso a Palma de Mallorca. Porque eso forma parte de la condición humana, contar a los demás lo que sentimos y pensamos. Por eso considero que la literatura fundacional es la de viajes, la esencia. Es más, las grandes novelas, todas las novelas, yo diría, encierran viajes en su interior, en el tiempo o en la imaginación. El Quijote son viajes que hace por España un loco acompañado de un pobre hombre que es Sancho Panza buscando aventuras; El Cantar del Mío Cid es el viaje al destierro del Cid… O viajes interiores en la conciencia de sus protagonistas. Si te fijas, la imagen más homologable a la del escritor es la del viajero. Un viajero es una persona que va por un camino y cada cierto tiempo se sienta a contar o a escribir lo que ha pensado, lo que le ha pasado ese día. Un escritor es alguien que viaja por la vida y cada cierto tiempo se sienta a contar lo que ha vivido. El viaje, la gran metáfora de la vida, es la esencia de la Literatura. Por eso, a mí me encantan como lector los libros de viajes incluso los malos porque todos tienen algo bueno siempre. Y me encanta escribirlos. Es más, mi próximo libro va a ser un viaje.

 

“El viaje es azar y descubrimiento”

 

– ¿Se puede saber ya algo de él?

– Se puede saber la idea, la esencia, aunque todavía no he hecho el viaje. Pero ya se sabe que se viaja tres veces: cuando imaginas el viaje, cuando lo realizas y a la vuelta cuando lo escribes o lo cuentas. Pues se va a llamar El viaje de mi padre y es un viaje que voy a hacer intentado repetir el gran viaje que hizo mi padre, prácticamente el único que hizo, con dieciocho años a la guerra. Ir por los lugares que él fue, intentando… porque cuando mi padre vivía me contaba cosas que cuando eres joven no haces ni puñetero caso y luego te arrepientes de no haber escuchado más. Y sí, tengo los hitos principales de ese viaje que hizo un chaval de dieciocho años, obligado por las circunstancias, porque les movilizaban, desde León hasta el punto final en el mar Mediterráneo, viaje que por cierto pasa por Teruel, donde se hace esta revista, porque le tocó vivir las peores batallas de la guerra civil española, la de Teruel, la de Castellón, la de Espadán. Así fue como mi padre fue a ver el mar a mil kilómetros teniéndolo a cien en el Cantábrico. Pero en aquellos tiempos nadie viajaba salvo por necesidad, que es otra cosa que ha cambiado muchísimo y que ha cambiado la propia literatura de viajes. Antes la gente no viajaba, lo hacía por necesidad. El viaje no formaba parte de la vida de la gente. Esto que ahora hacemos todos en vacaciones y tal. Yo creo que nunca se ha viajado menos que ahora porque ha cambiado la idea del viaje. El viaje es azar y descubrimiento y la gente cuando empieza un viaje, no digo ya el organizado que es el antiviaje, sino que la gente se anticipa al viaje, entra en Internet porque va a ir en Semana a Santa a Praga, por ejemplo. Entra en Internet y mira cómo es Praga, entra y ve cómo es el hotel en el que se va a alojar, cómo es el buffet del desayuno, qué tiempo va a hacer… Y entonces te preguntas para qué vas a Praga si ya has estado y ya lo sabes todo. Esto es una simplificación pero es así, la gente viaja mucho pero nunca se ha viajado menos que ahora en el sentido puro y original de lo que es el viaje. Pero es que antiguamente hasta el Romanticismo la gente no viajaba salvo por necesidad, porque iba a la guerra o por una necesidad. Ahora hay una concepción olímpica del viaje. La gente parece que va a disfrutar más si va muy lejos, es como las Olimpiadas, más alto, más rápido, más no sé qué… Tú puedes hacer un viaje como el que hice yo al Curueño, que es el río junto al que pasaba los veranos, a pie durante una semana, 40 kilómetros por la montaña de León… Yo por suerte o por desgracia he estado en China, en Irán, en Bolivia y no necesariamente por ir más lejos el viaje es más interesante.

 

“Los viajes sirven para conocerte a ti mismo”

 

–Ese viaje que planeas tiene muchos elementos para ser en el futuro tu libro preferido de viajes, pero no sé si ahora tienes alguna preferencia sobre los que has escrito

– Yo he hecho siempre los viajes que me ha apetecido hacer, para escribir me refiero. Mi pasión por Portugal y por algunos escritores portugueses ¿cómo la llevé a cabo literariamente? Haciendo un viaje por la región de Portugal que es Trás os Montes. Luego he hecho un librito que se llama Atlas de la España imaginaria que son siete viajes a lugares que la gente cree que no existen pero que sí existen como es Babia, como Las Batuecas, como Jauja que es un pueblo de Córdoba, como la ínsula de Barataria o los Cerros de Úbeda. Y cuando se lo cuentas a la gente te dice, pero ¿cómo? ¿Te has ido a hacer un viaje a los Cerros de Úbeda? Pues sí, porque quiero saber cómo son. El de Las rosas de piedra es un viaje por España con un leit motiv que son las catedrales, pero claro en España hay 74 catedrales que forman una especie de malla sobre la geografía y viajando de catedral en catedral vas conociendo las distintas regiones, sensibilidades, identidades… Y ves cómo este país es lo que luego los políticos dicen, un país plural, diverso… Hay mucha más diferencia entre Galicia y Andalucía o entre Cataluña y el País vasco que entre España y Alemania. Eso me ha permitido hablar con muchísima gente y conocer muchos lugares, pero también algo para lo que sirven los viajes que es para conocerte a ti mismo. Porque cuando tú te reflejas siempre en el mismo espejo, el espejo siempre te devuelve la misma imagen. Ahora bien, cuando te reflejas en otros espejos vas cambiando. Es lo que pasa cuando viajas.

 

“Hemos perdido mucha magia de la vida, de la imaginación, por la omnipresencia de las tecnologías”

 

– Otra parte muy importante en su trayectoria es la relación con el cine. Hay un momento inicial en el libro Escenas de cine mudo en que un niño que se entiende que es usted está mirando fascinado una cartelera del cine en su pueblo, mientras espera que sus padres salgan de ver la película. Pensaba al leerlo que poco imaginaba ese niño que algún día estaría al otro lado del cartel formando parte de los que lo hacen posible.

– Ese niño soy yo y no soy yo porque es un yo narrativo que ahora estaría en lo que se llama la autoficción, pero una parte muy elevada del libro es mentira, pero ese niño que nunca imaginó que iba a estar al otro lado de la cámara escribiendo las historias incluso protagonizándoles como en el caso de El filandón en que salgo haciendo de mí mismo, es un homenaje al cine que tanto nos marcó la vida a gentes de mi generación y  de generaciones anteriores cuando el cine era algo sagrado, una máquina de sueños. Ahora también lo es pero se ha perdido mucho, como ha pasado con la fotografía. También el libro es un homenaje a la fotografía que ahora se ha trivializado mucho porque antes en mi caso a lo mejor hasta los doce años te hacían veinte fotos. Ahora un niño recién nacido a la media hora ya tiene trescientas fotos que le han hecho los padres, los abuelos, la enfermera… Eso ha quitado importancia a la fotografía. Las fotografías se hacían para la eternidad, ahora se hacen para borrarlas… Con el cine pasa igual, en el momento en que el cine salió de las salas con todo el ritual que implicaba, que la sala se quedara a oscuras, que no hubiera un ruido… Era meterte en una burbuja en la que empezabas a soñar. Si tú ves el cine en la televisión, suena el teléfono, paras la televisión, das para atrás… Es como si estás soñado y de repente suena el teléfono y te despiertas y luego pretendes seguir soñando en el mismo punto y es imposible. Las cosas cambian, no sé si son mejores o peores pero en muchos casos hemos perdido mucha magia de la vida, de la imaginación, por la omnipresencia de las tecnologías que, por otra parte, nos permiten hacer lo que estamos haciendo ahora.

“La literatura es sobre todo adjetivación y en el caso del cine los adjetivos los pone el director”

 

– Su participación en el cine ha tenido que ver con la adaptación de algunas novelas suyas como Luna de lobos.

– Siempre en colaboración con el director y teniendo muy claro que se trata de una obra distinta. Mi primera colaboración con el cine fue la adaptación de un poema en El filandón que eran cinco historias de cinco escritores leoneses con una historia común que las unía. Y ya mi primer guión de una película fue ya la adaptación de Luna de lobos y porque me lo propuso el director [Julio Sánchez Valdés] que yo al principio le decía que no porque yo no lo había hecho nunca. Y él me decía “si es más fácil porque es como hacer una novela, pero solo tienes que hacer el esqueleto”, (también es verdad que la novela ya estaba escrita). Pero la literatura es sobre todo adjetivación y en el caso del cine los adjetivos los pone el director. Eso decía Azcona, el gran guionista español, con mucha coña. “Es mucho mejor el cine que la novela, porque en la novela tienes que estar ahí buscando los adjetivos, en el cine tú pones ‘amanece’ y los adjetivos los pone el director”. Claro, porque el autor del cine no es el guionista sino el director que es el que decide qué luz, dónde se pondrá la cámara etc. Fue una experiencia muy curiosa y luego Sánchez Valdés me propuso el guión de su siguiente película que era la adaptación de La fuente de la edad, de Luis Mateo Díez, al que acaban de dar el premio Cervantes. Y esto fue también otra experiencia porque no era trabajar sobre lo que yo había escrito sino meterme en el terreno de otro autor que admiro en este caso. Luego ya tuve una propuesta de Felipe Vega, al que no conocía, sobre un guión que estaba lejanamente inspirado en El río del olvido y escribí con él El techo del mundo y en el rodaje de esta película estaba como actriz Icíar Bollaín y me propuso escribir Flores de otro mundo sobre las caravanas de mujeres, el tema de los solterones que traen mujeres de Cuba… y  lo escribí con ella y luego he seguido con un documental, incluso uno lo he firmado como director junto a Felipe Vega que es Elogio de la distancia, una película documental rodada en La Fonsagrada en Lugo en un territorio de esos remotos de Galicia.

 

“Las películas las hacen los directores”

– El que hizo con Icíar Bollaín estuvo nominado a los Goya y luego tuvo un premio de la crítica Internacional en Cannes y dio lugar a un libro de ambos en el que reflexionáis sobre el trabajo. ¿Qué le enseño esa experiencia cinematográfica?

–No sé, ya lo había hecho con Julio y con Felipe… Con Icíar fue más complicado porque los dos somos muy cabezones y teníamos visiones diferentes en algunas cosas o había cierto maniqueísmo que yo veía en ciertas cosas. Con lo cual, así como con los dos anteriores el entendimiento fue como más engrasado con Icíar discutíamos mucho. Ella tenía su visión y era la directora y me intentaba convencer de algo y yo le decía, “si no te voy a dar la razón, luego tú como directora harás lo que quieras, pero yo estoy para decirte lo que pienso”. Por ejemplo, había un punto de desencuentro en el que me sentía incómodo y se lo dije y es que al final la visión feminista de ella a mí me parecía que era maniquea porque tan desgraciado es un solterón de un pueblo de Guadalajara que decide ir a buscar una mujer a Cuba casi comprarla para no estar solo que la pobre mujer que para poder salir de Cuba o tener su propia casa y su familia… me parecían todos unos pobres hombres y mujeres. Pero bueno, aprendí algo fundamental, que los guiones como su nombre indica son guiones y las películas las hacen los directores y todas las experiencias fueron muy provechosas. Me permitió ver el cine desde el otro lado de la pantalla.

 

“El único premio que persigo y que apetezco es que me lean”

 

–Ya que lo ha mencionado y es un autor próximo a usted por procedencia y por amistad, ¿qué le ha parecido la concesión del premio Cervantes al autor de ese territorio mítico que es Celama?

Dos cosas: me alegro mucho por él, porque es una grandísima persona y un gran escritor. Me parece merecidísimo. Pero a mí los premios no me gustan. El mundo literario está demasiado pendiente… cada vez se parece más al mundo militar, que van luciendo las medallas en la pechera. No hablo de Luis Mateo Díez, hablo en general. Vivimos en una sociedad en la que parece que lo único importante son los premios. Y yo el único premio que persigo y que apetezco es que me lean. El único premio es la atención de los lectores. Todo lo demás me parece que forma parte de la sociedad de las pompas. Decía Julio Camba que todas las pompas son fúnebres.

 

“La gente debe hacer su trabajo con pasión y no esperar más reconocimiento que su trabajo sea aceptado y valorado”

 

– Su disgusto con los premios lo ha manifestado en varias ocasiones como cuando renunció públicamente a la posibilidad de ganar el de la Crítica de Castilla y León cuando quedó finalista por Distintas formas de mirar el agua.

- Creo que los premios tienen una función que cumplir: facilitar que la gente que no tiene acceso al mundo editorial tenga una vía para abrirse paso, es decir para gente nueva, para gente joven. Todo lo demás solo sirve para halagar la vanidad de los autores o engordar su cuenta corriente y es que parece además que se han establecido unos escalafones que si no tienes tal premio te lo tienen que dar porque ya tienes no sé qué edad, y luego el otro y el otro, de forma que se ha creado una sociedad en la que importan más las medallas… Mi visión es la misma con todos los premios. De hecho, yo no me he vuelto a presentar a ningún premio, los que me han dado han sido sin yo pedirlos y te puedo decir que los que me han dado a partir de esos dos primeros con los que pude publicar mis primeros libros de poesía y a los que me presenté para ver si podía publicar, desde entonces han sido dos en Italia y uno en Francia. Y el de la crítica de Cannes que mencionaste antes que, bueno, alguna parte tuve que ver en la película. Pero no me he presentado a ninguno más y tengo que decir que he rechazado unos cuantos que me han ofrecido, hablo de los comerciales y no voy a dar nombres. En la literatura española como en el cine y en otros sitios sobran todos los premios. La gente debe hacer su trabajo con pasión y no esperar más reconocimiento que su trabajo sea aceptado y valorado. En el caso del premio de la Crítica de Castilla y León es que me parece ya una duplicación con el  Nacional, el de León… hay una ‘premitis’ en el mundo cultural que eclipsa el verdadero valor de los escritores. Que tengan premios no les hace mejores. Y en el caso de Castilla y León es que no me considero de Castilla y León. Soy leonés y vivo en Madrid, pero si me dieran el premio en León tampoco lo aceptaría. Y un tercer factor es que no estaba dispuesto a que me premiara el actual consejero de Vox que no merece darme un premio a mí. Porque al final el premio es más para el que lo da que para el que lo recibe. Mi mayor éxito como escritor es no tener ningún premio, ni comercial ni institucional. Voy por el campo solo y cuando vas por el campo solo no te dan premios. Y no estoy criticando a los que los tienen.