Por ser uno de los pocos académicos y críticos que han interrogado la literatura latinoamericana en su conjunto, el peruano Julio Ortega es un testigo de excepción cuando se trata de literatura peruana. A esta última la conoce en sus diversas expresiones —tanto en el plano literario como en el social y político— y también en su interacción con el resto del continente. De esta manera, puede expresarse con conocimiento de causa acerca de lo específico de nuestra tradición literaria y plantear a la vez una perspectiva panorámica que también subraye los contactos, las interacciones, las influencias.

 

Nació en Chimbote, durante la década de los cuarenta. Después de haber seguido estudios en la Pontificia Universidad Católica del Perú, se instala en Estados Unidos. Al cabo de varias décadas, luego de haber trabajado en distintas facultades, termina asumiendo la plaza de catedrático en la Universidad de Brown. Desde allí, continúa con su reflexión dedicada a la literatura latinoamericana, a la vez que forma a nuevas generaciones de universitarios, sin dejar de apoyar a nuevos autores. Al margen de mis discrepancias con algunos de sus planteamientos, reconozco en él un agudo lector y apasionado divulgador de autores que me marcaron como lector; por ejemplo, José Donoso, Rubén Darío, César Vallejo y Mario Vargas Llosa. Son conocidos también sus trabajos dedicados a Carlos Fuentes, José Lezama Lima y Alfredo Bryce Echenique. En la reflexión de Julio Ortega se suceden los autores y los géneros en un movimiento que tiene de heterogéneo lo que también tiene de entusiasta. Si la literatura latinoamericana es lo que es esto es consecuencia de la labor de críticos como él. En la misma línea de José Carlos Mariátegui, Pedro Henríquez Ureña, Ángel Rama y Antonio Cándido, Julio Ortega anhela descifrar el continente en sus sueños o pesadillas literarios.

 

Buscando información acerca de su trabajo, encuentro una entrevista que le hizo Alessandro Miyagui de El Comercio, diario peruano, donde manifiesta su escepticismo con respecto de las antologías: “Las antologías celebran la fugacidad de la literatura. Las malas antologías pretenden un Olimpo, hacer justicia, postular un canon. Yo creo que las mejores se deben a su tiempo, testimonian su deshora, el gusto de la lectura. Tienen la vivacidad de lo precario, y nos permiten compartir la creatividad de la ficción. Mi antología mexicana nace de esta inquietud por lo nuevo. Algo novedoso ocurre en el relato mexicano reciente, que excede el agonismo que ha dado cuenta del país y sus dramas. Los más jóvenes exorcizan la tragedia, construyen otras redes de lenguaje solidario. El ámbito emotivo, los lazos afectivos y la intimidad del habla, reinician en estos relatos con brío, ironía y agudeza, un horizonte alternativo”[1]. Al margen de si lo que afirma también se aplica a la literatura peruana o no, de lo cual estoy convencido, llama la atención que se refiera con tanta lucidez al quehacer antológico. Sobre todo, porque él mismo cuenta entre sus publicaciones con numerosas selecciones representativas de un momento, una corriente y, antes que nada, un compromiso con la literatura.

 

Con ocasión del número monográfico de Turia dedicado a Perú, el cual incluye, cómo no, una antología, le propuse intercambiar, cada uno desde su orilla. Desde Brown, Julio Ortega respondió a las preguntas que le envié desde mi retiro francés. El resultado permite tener una idea del acercamiento a la literatura que practica, así como también seguir sus gustos de lector.

 

“En los últimos años uno lee literatura peruana con un leve sobresalto positivo”

-  En paralelo con el boom económico del país, muchas voces mediatizadas hablan de un excelente momento de nuestra literatura. A veces, da la impresión de que hemos salido de un periodo pobre en términos estéticos para, en muy poco tiempo, dar un salto cualitativo. Desde su perspectiva de alguien que sigue de cerca el camino de la literatura peruana, ¿cómo explicaría este, por llamarlo de algún modo, optimismo?

 

-  A los peruanos el optimismo nos sienta mal. Hemos sido educados, más bien, en el pesimismo. La selección nacional de fútbol es el mejor modelo. Cada partido es una agonía, y un empate nos sabe a triunfo, como casi todo en el país. A mí, por eso, cada nuevo libro peruano que excede las expectativas, es una gran noticia. Como lector, no sólo como peruano, celebro el primer libro de los nuevos escritores y al segundo libro me acerco con precaución, temiendo lo peor. Pero es cierto que en los últimos años uno lee literatura peruana con un leve sobresalto positivo. Y como mero lector uno celebra que haya más y mejores escritores jóvenes, y que los libros demanden atención y compañía.

 

- Se puede ser entusiasta frente al momento actual, pero no se puede olvidar que el espacio literario peruano —pese a que estemos en el siglo XXI— se caracteriza por su informalidad, poco profesionalismo, falta de difusión…

 

- No hay que confundir la expansión del mercado del libro (en sí misma una buena noticia) con la mejora de la escritura o la lectura. Las tiradas de los libros de literatura siguen siendo modestas y la capacidad adquisitiva de la mayoría sigue siendo restringida. Y se ha reducido la crítica literaria en los diarios, tanto como la atención a los nuevos autores. Por eso hay que apoyar a las ferias del libro, a las pequeñas editoriales, a los autores que apuntan. Y confío que los autores recientes tengan lugar en el sílabo de los colegios.

 

“Ampliar los espacios de lectura es fundamental”

- ¿En qué determinarían estas condiciones la producción literaria actual? ¿O considera que son aspectos que no influencian en nada la literatura que se escribe en este momento?

 

- Sin mejores lectores no habrá mejor literatura. De modo que ampliar los espacios de lectura es fundamental. Los padres deben obsequiar libros a sus hijos, los maestros incluir nueva literatura en sus clases, las ferias del libro dejar espacio a las editoriales más pequeñas y artesanales. Y, claro, los diarios ocuparse no sólo de los pocos sino de los muchos. La edición digital de los diarios y revistas, en muchos países, es más amplia en información cultural que el diario impreso. Hay cien artículos de opinión sobre Fujimori, pero ni uno solo sobre el último libro de los jóvenes autores. Esa economía no es saludable, es tóxica.

 

“En el Perú el optimismo hay que aparcarlo. No hay mucho que hacer con las ilusiones”

- Usted apunta a un problema más estructural que trasciende el aspecto literario y editorial para considerar el lugar que la cultura tiene en nuestro país. Por otro lado, es muy singular que en el mismo espacio coexistan una popularidad de redes, la presencia de editoriales transnacionales, una feria del libro cada vez más grande y ambiciosa, en resumidas cuentas, todo un sistema de promoción del libro, junto con bajísimos índices de lectura, la precariedad del autor, un mercado pirata alternativo, entre muchas otras cosas. Acaso estamos frente a un paradigma de circuito literario distinto al de otros países que no abordamos ni entendemos de manera correcta…

- En el Perú el optimismo hay que aparcarlo. No hay mucho que hacer con las ilusiones. Y en todo caso, es mejor seguir el dictamen de los viejos sabios: optimismo de la voluntad y pesimismo de la inteligencia. No hay un modelo superior sino varias plataformas de producción, difusión y consumo del libro. En México, por ejemplo, la lectura es más amplia porque se basa en la noción del “texto obligatorio,” que son los clásicos nacionales y modernos reconocidos, que son lectura requerida en la escuela. Varios millones de adolescentes han leído El laberinto de la soledad y los cuentos de Juan Rulfo. Por eso decía Carlos Monsiváis, “Yo no quiero la inmortalidad, quiero ser texto obligatorio”. En Estados Unidos los maestros deciden los textos literarios para sus clases, y todavía me sorprende que casi todos los nuevos estudiantes que llegan a mi Universidad han leído en la secundaria Cien años de soledad en inglés.

 

- Hay otro aspecto que cabría discutir: el de los medios. Dejando de lado las redes sociales y su pretendida democratización, tengo la impresión de que los circuitos de consagración peruanos se limitan a un diario de circulación nacional, lo cual sometería a los autores, si quieren abrirse un espacio, a exigencias ajenas a lo literario...

 

“Los medios siguen en todas partes la misma pauta: ocuparse de los autores consagrados, los premios, los concursos y las listas de los mejores”.

- Los medios, lamentablemente, siguen en todas partes la misma pauta: ocuparse de los autores consagrados, los premios, los concursos, las listas “de los mejores.” Esto de los mejores es casi una oferta obscena. Lo que ha hecho que los jóvenes autores compitan por acceder a esas listas, espacios y escenarios. Yo les he recomendado paciencia porque, estadísticamente, todos ganarán un premio en España. Hay tantos concursos que el cálculo no es vano. Creo que soy el único crítico que pone en duda el sistema de valoración del Festival Hay, que es una red de editoriales buscando ampliar su mercado a través de listas de los mejores. Si se tratara de autores nuevos y poco conocidos, tendría sentido, pero incluye a autores que son ya consagrados, traducidos y, con justicia, apreciados. En cuanto a los diarios, hoy día no tienen ya la función de descubrir nuevos valores, promover lo menos obvio, y dar la palabra a los más jóvenes. Los diarios, en todas partes, son eco en sus páginas culturales (si las tienen todavía) del sistema de promoción y validación empresarial, que no sin razón vela por sus intereses. Hoy la venta de libros ha caído a sus niveles más bajos y el costo de producción, por un lado, y la piratería por otro, amenaza la vida del libro.

 

 

“Hoy el boom de la novela latinoamericana no habría ocurrido”

- Y esto, según su planteamiento, repercute en lo que serían los lectores, la manera en que se constituyen, el fondo común que compartirían, las exigencias literarias que plantean a cada libro...

 

- Claro. Los públicos lectores ya no son lo que eran. El lector promedio actual no favorece el riesgo, la exploración, las diferentes normas del español. Hoy una novela escrita en jerga local no tendría lectores fuera de su ámbito. El “boom” de la novela latinoamericana no habría ocurrido. Novelas como Tres tristes tigres, Rayuela o Paradiso no tendrían lectores. Por eso autores como Juan Goytisolo, Manuel Puig, Néstor Sánchez, Severo Sarduy, entre muchos otros, se leen poco y mal.

 

“Los tiempos de la lectura son todos históricos: mañana se leerán más los libros que hoy no leemos”

- Conversar acerca de los medios, nos lleva naturalmente a discutir acerca de la manera en que leemos el momento actual y el diálogo con las generaciones precedentes. Tengo la sensación de que actualmente se ha institucionalizado entre los autores la literatura y la imagen de Mario Vargas Llosa. Recuerdo que en los noventa no sólo estaba Mario Vargas Llosa sino también otras figuras como Julio Ramón Ribeyro y Alfredo Bryce Echenique, solo por mencionar quienes tienen un perfil similar. ¿Qué ocurrió entretanto?

 

- No me consta que Mario haya impedido que se lea a Ribeyro o Bryce. En todas partes uno encuentra a alguien que acaba de descubrirlos. Hoy, por ejemplo, creo que se lee a José María Arguedas más que en su tiempo. Curiosamente, se ha leído más y mejor fuera del Perú Montacerdos de Cronwell Jara, que es nuestro Rulfo. Lo que si nos ha faltado es una gran editora nacional, como la tuvo México y la sigue teniendo en el Fondo de Cultura Económica. Los tiempos de la lectura son todos históricos: mañana se leerán más los libros que hoy no leemos.

 

“La historia literaria nuestra está hecha de olvidos”

- Me intriga mucho que Gamaliel Churata, una de las figuras más valiosas de la literatura nacional, apenas sea leído por un puñado de estudiosos, ni siquiera lectores o autores. ¿Se trata de un hiato en la sensibilidad de los lectores o puede ser explicado de otra forma? ¿Piensa en otras figuras literarias que, pese a su riqueza literaria, no tengan el lugar que se merecen dentro del panorama actual?

 

- La historia literaria nuestra está hecha de esos olvidos. Al menos el Pez de oro está ya en una excelente edición de Cátedra, editada por Helena Usandizaga. A las nuevas generaciones de estudiantes, escritores y lectores les toca redescubrir esos autores y textos. Las vanguardias no han dejado en el Perú el gusto por la invención, la exploración, el juego, quizá porque se impuso la necesidad de un realismo inmediato, de denuncia y crítica. Nos falta descubrir a Luis Loayza.

 

“La literatura ya no se explica por sus orígenes sino por sus proyecciones, por el devenir que desencadena”

- ¿Cree que las nuevas generaciones de autores buscan un diálogo con la tradición nacional o los ve más interesados en generarse una referencialidad personal, un espacio original, abrir el campo hacia nuevos horizontes? Desde Mario Bellatín y el primer Iván Thays, hasta Augusto Effio, Gustavo Faverón y Carlos Yushimito podríamos tal vez apuntar en este sentido… O quizá solamente se trate de excepciones…

 

- Cada autor elige sus precursores, como dijo Borges, esto es, cada quien opta por un linaje literario. Ese reordenamiento de la biblioteca ya no es nacional, sino que es otro universo, hecho por las afinidades, opciones y diálogos internos que una obra postula como su linaje. Los escritores de los años 60 asumimos la gran tradición poética y narrativa latinoamericana sin fronteras ni cánones, y los de las generaciones posteriores y actuales hacen lo mismo, crean nuevas articulaciones y escenarios. Hoy la lectura de un linaje nacional se ha hecho melancólica. La literatura ya no se explica por sus orígenes sino por sus proyecciones, por el devenir que desencadena. Los escritores mismos ya no se definen por su raza, clase social, ideología, religión o nacionalidad. Se definen por su proyección, aperturas, nuevos espacios y articulaciones abiertas.

 

“Casi todo escritor peruano o latinoamericano lo primero que decide es cuestionar las validaciones de lo que pasa por lo real”

- Al final de cuentas, quizá el paradigma realista, considerándolo con todos sus matices posibles, sea la orientación más evidente dentro de nuestra literatura. Al mismo tiempo pienso en la narrativa de autores como Yeniva Fernández, Alexis Iparraguirre, Claudia Ulloa Donoso o el mismo Luis Hernán Castañeda y me digo que existe una voluntad por trascender esta especie de fatalidad realista mediante distintas orientaciones.

 

- Creo lo mismo, el realismo tal cual, crudo y duro es sólo una representación verosímil. Pero casi todo escritor peruano o latinoamericano lo primero que decide es cuestionar las validaciones de lo que pasa por lo real. Ese horizonte de escritura se remonta a la prosa de José María Eguren y Martín Adán y llega a Iván Thays y Carlos Yushimito, leve de equipaje y con sed de horizontes.

 

- Hablando de realismo y sus mutaciones, por decirlo de algún modo, está el caso de la literatura peruana de corte urbano. Tengo la impresión de que actualmente se genera una novelística urbana que no obedece, como entre los sesenta y ochenta, a una voluntad total, sino que subraya la diversidad, el mosaico en el que se ha convertido la ciudad. Incluso encontramos novelas urbanas como Generación coche bomba que reúnen una inquietud social con una atmósfera underground como en Al final de la calle...

 

“La promesa moderna de la ciudad como fuerza democratizadora, urbanística, desmitificadora y horizontal, ha terminado”

- Lo urbano ya no es cartografiable. Tampoco lo suburbano, las afueras o los márgenes. Hoy la ciudad está hecha de varias ciudades, y de redes crecientes y cambiantes. Jacques Derrida dijo que “la ciudad ha muerto,” queriendo decir la ciudad tal como la conocimos. Lo dijo porque, en efecto, la promesa moderna de la ciudad como fuerza democratizadora, urbanística, desmitificadora y horizontal, ha terminado y hoy tenemos ciudadelas amuralladas, cordones de miseria, esto es, hoy habitamos la precariedad. No podemos controlar la naturaleza cambiante y amenazante. Hemos vuelto a una premodernidad de sujetos precarios. Y, claro, la ciudad se ha tornado, incluso, en enemiga de lo urbano y la urbanidad: está tomada por las hordas, la delincuencia, la droga, la violencia contra lo otro y los otros. Ya hay una literatura que empieza a dar cuenta de ello. Y el Montacerdos anunciaba ya el fin del mundo urbano.

 

En la entrevista que le hace Alessandra Miyagui, citada líneas arriba, Julio Ortega va un poco más lejos en su entusiasmo por Montacerdos y su escepticismo con respecto del mainstream cuando afirma que los eventos literarios como festivales y concursos son una iglesia que entronizaba autores obispales desde jerarquías basadas en la mera consagración de la prensa. De allí la obsolescencia de esa literatura ferial. La mejor narrativa va por otras vías. Para mí uno de los textos más importantes del Perú del siglo XX es Montacerdos de Cronwell Jara, que muy pocos han leído. Es una representación del Perú moderno como infierno. O sea, como lugar ilegible, cuya violencia autodestructiva nos ha degradado. José María Arguedas, en Los ríos profundos nos propuso una nación como Infierno. Y Mario Vargas Llosa lo ha hecho en su Cinco esquinas, que es una metáfora infernal, donde la comunicación humana ha sido corrompida por la prensa amarilla. Y, ¿por qué Montacerdos no está en el primer lugar del canon peruano? Porque Cronwell Jara es un escritor ajeno a los purgatorios feriales”. 

 

“Las polémicas en la literatura peruana no han sido literarias, lamentablemente, sino políticas, o sea, modestas”

- Hace casi quince años, tuvo lugar un congreso en Madrid que reunió a distintos autores peruanos. Ese congreso desembocó en una áspera discusión que opuso a los autores en dos bandos, los “andinos”, por un lado, y los “criollos”, por otro. Al margen de los esquematismos,¿qué se puede sacar en limpio de dicha polémica? ¿Considera que expresó un estado de cosas verdadero?

 

- En limpio, muy poco. Las polémicas en la literatura peruana no han sido literarias, lamentablemente, sino políticas, o sea, modestas. Más interesante me parece el debate sobre los científicos sociales reprochándole a José María Arguedas no ser más veraz. Una vez encontré a José María y me dijo que había estado en un congreso de científicos sociales en Chile, donde le habían tratado de convencer de que el indígena desaparecería. Más o menos deprimido, se fue recorrer un mercado popular donde se encontró con los discos de nuevos conjuntos, cantantes y músicas de origen andino... Y recuperó las esperanzas.

 

- ¿No cree que se trata de una polémica —la de los “andinos” contra los “criollos” — que opone presencia en medios y espacios académicos, junto con el reconocimiento, antes que opciones literarias? Es decir, me parece que dejando de lado el elemento ideológico enarbolado, las propuestas no parecen ser muy distintas. Me refiero a que, desde el 2005, año de la polémica, la gran mayoría de novelas peruanas se han consagrado al ámbito urbano y la temática de la violencia… Resulta paradójico que se denunciara la hegemonía de un sector, pero que con los años se redujera la diversidad en cuanto a exploraciones temáticas.

 

- En efecto, lo que demuestra que las polémicas no son sino reposicionamientos políticos, o sea dirimen el control de los poderes disponibles, que en la cultura son muy pocos y, por lo mismo, las polémicas, abiertas o secretas, son más crudas y pasajeras.

 

Precisamente con respecto de la denominada polémica Julio Ortega escribió en el diario Perú21 (donde ésta se desencadenó) una nota que concluía de la siguiente manera: “Si alguna lección se puede deducir es que los andinos y los criollos no lo son tanto y, a pesar de frecuentar bares distintos, han leído los mismos libros. Habiendo escrito sobre unos y otros en El País y otros lugares, y habiendo cedido mi lugar en el ya famoso Congreso de Madrid, me siento libre para pedirle [el crítico se dirige al director del diario que acogió la polémica entre andinos y criollos, así como la difundió a nivel nacional], a nombre del lector, que dé usted por finalizada la polémica y dedique ese espacio a mejores lecturas. Mucho me temo que entre las tantas injusticias peruanas no es menor la mala distribución del espacio cultural. (…) El resentimiento, la envidia, el rencor, son pasiones banales. Empobrecen la imaginación del lector. El Perú, según Arguedas, se define como el lugar donde un hombre no puede hablar libremente con otro. Los escritores podrían imaginar otro lugar sin negarse mutuamente. Que escriban mejor; ya los leeremos” (Peru21, 16 de agosto de 2005).

 

“Por definición la mejor literatura rompe esquemas, rehace estilos, excede los géneros”

- Aníbal Quijano en Colonialidad del poder disocia colonialidad de colonialismo, el segundo se remitiría a un momento histórico, mientras que el primero se referiría a una violencia simbólica todavía tangible entre nosotros. ¿En qué medida se manifestaría la colonialidad en nuestra literatura? Pienso no sólo a la manera en que se organizan las relaciones entre autores, sino también a la literatura en sí, sus temáticas e, incluso, intereses estéticos…

 

- He escuchado a Aníbal y lo he leído, despacio y con atención, pero no estoy seguro que sus ideas sobre la colonialidad se puedan ilustrar con la buena literatura. Por definición la mejor literatura rompe esquemas, rehace estilos, excede los géneros, y busca al lector que actúe esa deconstrucción de lo dado e inculcado, gracias al lenguaje, que nos ha hecho lo que somos, pero podría hacernos más críticos, inventivos y solidarios.

 

“Los escritores de hoy somos todos hijos de la violencia”

- Pareciera que en términos temáticos, al menos actualmente, se exploraran diversas formas de la memoria. Si consideramos la manera en que autores de distintos horizontes se han dedicado a abordar la denominada novela de la violencia política, pareciera que muchos buscan dar una forma literaria a la sangrienta historia peruana reciente. ¿Qué le parece esta necesidad tan generalizada? ¿Obedece a inquietudes literarias? ¿Estaríamos, en ese sentido, ante cierta forma de compromiso literario?

 

- Lo menos que se puede decir es que los escritores de hoy somos todos hijos de la violencia. Cada generación ha tenido su cuota de aprendizaje y su camino de negociación con esa discordia feroz. La literatura no ha hecho sino procesar, internalizar y negociar con el lenguaje no una representación literal de la violencia sino alguna forma de su ferocidad.

 

En esa línea de reflexión, me parece oportuno añadir lo que Julio Ortega explicaba en esa mencionada entrevista de Alessandra Miyagui:  “Lo que veo en la literatura reciente es el extravío de la comunidad. Se explora la precariedad de la nación, la ciudad, la familia...El Perú es una casa en ruinas, poblada de fantasmas, de violencia y corrupción. Se dice que América Latina nunca ha estado mejor que hoy, pero me temo que nunca ha sido más infeliz. El lenguaje está herido, y los escritores negocian con ese rédito de violencia un espacio de respiración. De allí los retratos del patriarcado que hacen cuentas del extraordinario derroche de poca fe, que define al Perú contemporáneo. Los padres comparecen con sus versiones en las novelas y relatos de Ampuero, Cueto, Karina Pacheco, Renato Cisneros, Santiago Roncagliolo

 

“La crítica de la violencia nos ocupará mucho tiempo, ojalá pacíficamente”

- ¿Encuentra similitudes formales entre las novelas de la violencia política? ¿Cuáles serían? De existir estas similitudes, ¿cómo las explicaría? ¿Compartirían las mismas influencias literarias o se trataría, más bien, de una falta de riesgo estético a la hora de darle forma a la violencia, la voluntad más o menos consciente de plegarse a modelos hegemónicos?

 

Espero que alguien esté escribiendo el libro que merece este tema. Nuestra historia social está hecha por la violencia, que no es la excepción del sistema sino su naturaleza, de diverso modo desplegada pero implacablemente reproducida entre clases, grupos étnicos, economías y opciones políticas. A la violencia legítima, la de las instituciones del Estado, se añade la violencia estructural, la mala distribución, y, en fin, la violencia neurótica de la vida cotidiana, que vemos reflejada en el escándalo de la violencia de género, y no sólo en el Perú. Venezuela es un terrible ejemplo. Empezaron perdiendo espacios de la ciudad para luego, como me dijo un amigo poeta, perder la noche, y ahora, perder el país. La crítica de la violencia nos ocupará mucho tiempo, ojalá pacíficamente.

 

“La violencia en la literatura es un modo de dirimir sus términos más allá de los controles de la ley”

- Muchos consideran que, ante la falta de información o silenciamiento de los medios de comunicación, la narrativa aborda el periodo de violencia política en toda su complejidad, no sólo en lo relacionado con la complejidad social del fenómeno sino también la racial y de género. ¿Estaría de acuerdo con este punto? En otras palabras, con una literatura que no sólo indagaría formalmente las causas y las circunstancias del conflicto, sino que también cumplirían un papel social que otros discursos letrados descuidarían...

 

- En efecto, la violencia en la literatura es un modo de dirimir sus términos más allá de los controles de la ley. No para resolverla sino para exponerla. Su representación es un escándalo de la inteligencia, porque pone en crisis el edificio mismo del lenguaje, y es un desafío de la representación. Yo recomendaría empezar por los clásicos: los ensayos sobre la banalidad del mal, de Hannah Arendt; los de Benjamin sobre la ley; los de Galtung sobre la violencia estructural. Y, claro, la poesía de Paul Celan, que buscó ente el yidish, el alemán y el francés, el lenguaje del poema que cifrara su experiencia, pero no lo encontró.

 

En otra entrevista a Julio Ortega, realizada por Marcos Fabián Herrera para Aurora Boreal, se nos dirá que, “por un lado, estamos viviendo los peores tiempos: la corrupción, por un lado, que es el otro lado del mercado neoliberal, exento de controles; y, por otro, la violencia contra la vida cotidiana, tanto de los habitantes de la ciudad, que pierden su calidad de hábitat, como en contra de los campesinos, indígenas y migrantes internos, cuyos espacios son expoliados y sus estilos de vida criminalizados. El neoliberalismo es una conquista con buena conciencia, impune y hecha a nombre del mito de la modernidad. Y, sin embargo, la literatura es uno de los pocos espacios capaces de cierta libertad y ejercicio crítico, donde se resuelven los dramas que la justicia ni el estado de derecho pueden resolver. La literatura se ha hecho la prueba de nuestra sobrevivencia moral.

 

“Le debo mi libertad a las mujeres, porque cuestionaron la ideología cultural que nos impide todavía reconocernos”

- ¿Qué comentario le merece la atención la denominada literatura de género? ¿Le parece un acercamiento antes que nada teórico y metodológico o considera que, en el caso de la literatura peruana contemporánea, inspira una manera específica de concebir y hacer la literatura?

 

- Creo que las escritoras harán lo que nosotros no hicimos: encontrar un lenguaje donde entre, en efecto, el desgarro peruano de la violencia de todo orden, ¡si tanta violencia cabe en el lenguaje!, y se pueda forjar un discurso imaginativo y liberador, hecho no de más cólera sino de lástima y compasión. He dicho, y repito, que yo le debo mi libertad a las mujeres, porque cuestionaron la ideología cultural que nos impide todavía reconocernos.

 

Nada mejor para terminar esta conversación a distancia pero cómplice que recordar las palabras que el propio Julio Ortega escribiera en Diálogos sobre género, diferencia y literatura. “Al feminismo peruano le debo una parte de mi libertad. En este fin de siglo catastrofista, cuando las pestes ideológicas del machismo, el racismo y el mercantilismo se han impuesto otra vez, como si ninguna libertad hubiésemos ganado en los grandes debates de hace veinte años, la hipótesis de un diálogo reconstruido, capaz de instaurar la comunalidad de la palabra crítica y celebratoria, el don del lenguaje articulatorio, es también una apuesta por los más jóvenes, por el porvenir, por la comunicad que nos incluya”.