También muy destacable es el contenido que ofrece TURIA en la sección dedicada al ensayo. En esas páginas, el filósofo y escritor Jorge Freire se ocupa de analizar la vida y obra de un autor tan fascinante como comprometido: Arthur Koestler. De él nos dirá en su artículo: “Hay niños que traen un pan bajo el brazo; él traía un cartucho de dinamita. Hijo de su tiempo, Koestler abrazó causas insensatas con el fervor del converso y las soltó con la furia del apóstata”. Sin duda, en un presente tan conflictivo y a menudo sombrío como el nuestro, conviene conocer y tener en cuenta la controvertida figura de Koestler. Es la suya una biografía tumultuosa y muy variada, con inesperados y bruscos cambios ideológicos y vitales. Fue Koestler un inclasificable escritor, pensador, espía y periodista nacido en Hungría y muerto en Londres. Un ser complejo, inteligente y pasional, que vivió los acontecimientos más decisivos del siglo XX, desde la Revolución Rusa hasta el conflicto entre israelíes y palestinos, pasando por la Guerra Civil Española y la Segunda Guerra Mundial.
La conversación que TURIA publica con Gabriela Adamesteanu ha sido realizada por Marian Ochoa de Uribe, unánimemente considerada como la mejor traductora literaria del rumano que existe en España. Se trata de una entrevista que tiene como objetivo que el lector conozca mejor la rica personalidad y la extensa obra de la escritora y periodista nacida en 1942. Gabriela es una de las autoras más destacadas de la literatura rumana contemporánea. Su obra, que incluye novelas y colecciones de relatos, ha sido traducida a diversas lenguas y la ha hecho merecedora de reconocimientos como la Orden de las Artes y las Letras que concede el Ministerio de Cultura francés. Gabriela es de los pocos autores que, en su país, han sido capaces de combinar con maestría la fuerza del latido histórico, los avatares del pueblo rumano a lo largo del siglo XX, el sufrimiento vivido bajo las dos Guerras Mundiales y las sucesivas dictaduras de distinto signo por una parte, con el plano de la historia individual, de la intrahistoria unamuniana tomada en su sentido más amplio, por otra.
En la entrevista, Gabriela Adamesteanu declara que su “único credo ha sido no mentir, pero en una sociedad totalitaria no resulta sencillo”. Y es que, en sus novelas y relatos, Gabriela ha conseguido mostrar eso que no se veía, la vida verdadera, porque la sociedad rumana ha vivido durante medio siglo en una gigantesca mentira. Ha escrito sobre los destinos de las personas corrientes, sobre cómo se enfrentan a las dificultades cotidianas, sobre los traumas que las guerras y las dictaduras de esta sufrida parte de Europa les han causado. En España, se han publicado tres libros suyos: Una mañana perdida (2009), Vidas provisionales (2022) y Fontana di Trevi (2024).
Otra escritora rumana de proyección mundial, Tatiana Tîbuleac, es también protagonista de la sección que TURIA dedica a entrevistas en profundidad. En esta ocasión, es el periodista y poeta Fernando del Val quien dialogó con Tîbuleac en la ciudad francesa de Saint Germain en Laye, a treinta kilómetros de París, donde reside. Nacida en 1978, la autora moldava-rumana publicó su primer libro en 2014 y fue un conjunto de cincuenta relatos cortos titulado Fábulas modernas. Con él alcanzó el éxito en su país. Luego, dos novelas le han bastado para hacerse un nombre en el panorama europeo: El verano que mi madre tuvo los ojos verdes (2017), una historia sobre la muerte, la redención, la maternidad y la reconciliación. Su segunda novela es El jardín de vidrio (2018), que obtuvo el Premio de Literatura de la Unión Europea. Ambas están traducidas al español.
En la entrevista, Tatiana Tibuleac afirma que “en todas las épocas ha habido derivas autoritarias” y que “hay que precaverse de ellas”. Por otra parte, también confiesa que “nunca escribo sobre mí pero, al mismo tiempo, todo procede de mis vivencias”.
GABRIELA ADAMESTEANU: “DUDO QUE LA PERTENENCIA DE GÉNERO/EDAD SEA EL PASAPORTE PARA ADENTRARSE EN UNA INTIMIDAD DESCONOCIDA”
En la conversación que publica TURIA con Gabriela Adamesteanu, Marian Ochoa de Uribe, describe muy bien las características y los méritos de esta escritora rumana de gran prestigio en Europa: “Pocos autores han sido capaces de combinar con tanta maestría la fuerza del latido histórico, los avatares del pueblo rumano a lo largo del siglo XX, el sufrimiento vivido bajo las dos Guerras Mundiales y las sucesivas dictaduras de distinto signo por una parte, con el plano de la historia individual, de la intrahistoria unamuniana tomada en su sentido más amplio, por otra. Dotada de un oído excepcional para captar los ecos más sutiles de las voces de sus personajes, resulta imposible no dejarse llevar por su brío narrativo a través del laberinto histórico reciente de Rumanía. Las novelas de Gabriela Adameşteanu son el más acabado ejemplo de que la Historia por sí sola no alcanza a descubrir ni revelar las vivencias más profundas del individuo”.
La dedicación a la ficción de Adamesteanu, su carrera literaria, fue tardía. Según confiesa en la entrevista, “a lo largo de mi vida, he evitado muchas veces ser escritora. Las causas son múltiples y nacen de la educación recibida en casa para la ‘señorita’ de la familia: mi madre, al ver que me ‘devoraba’ la pasión por la lectura, se temía que yo no fuera normal”. Por otra parte, “el rechazo al oficio de escritora se debía también a la literatura propagandística de los manuales escolares (odas a Stalin, al Partido Comunista, el único y todopoderoso, etc.) y al ‘realismo socialista’, el método literario obligatorio, importado de la Unión Soviética, que se me impuso por la fuerza. (…) Los inadaptados vivían en la miseria o estaban en la cárcel, gran parte de la literatura rumana y extranjera estaba prohibida y yo estaba convencida de que no se podía hacer literatura verdadera en el país donde vivía. Siguió, mientras estaba en la facultad, un periodo de apertura política y cultural, la historia y la teoría literaria cambiaban de un día para otro. Lo viví con alegría, luchando con toda mi alma por borrar los automatismos del realismo socialista y el viejo vocabulario crítico, descubrí los libros hasta entonces prohibidos y redacté mi tesina con el tema ‘Modificaciones del personaje literario en Marcel Proust, A la búsqueda del tiempo perdido’, un ciclo de novelas que tuvo un gran impacto en mi escritura”.
Reconoce Gabriela Adamesteanu en TURIA que “mi único credo ha sido no mentir, algo que puede parecer banal, pero que, en una sociedad totalitaria que quiere hacer propaganda a través de la literatura y el arte, no resulta sencillo. No he tenido credos cívicos como escritora (los he tenido, sin embargo, como periodista), no me gusta la literatura “con mensaje explícito”. En mis novelas y relatos he querido mostrar eso que no se veía, la vida verdadera, porque la sociedad rumana ha vivido durante medio siglo en una gigantesca mentira”.
Igualmente, en la entrevista que publica TURIA, Adamesteanu reconoce que “amo la literatura también en los libros de mis colegas, indiferentemente de la generación a la que pertenezcan. Para mí, cada escritor es único, no tiene edad ni género: me interesa la manera como ve el mundo otra persona, la forma como cuenta su historia”.
TATIANA TÎBULEAC: “EN TODAS LAS ÉPOCAS HA HABIDO DERIVAS AUTORITARIAS. HAY QUE PRECAVERSE DE ELLAS”
Tatiana Tîbuleac (Chisinau, Moldavia, 1978) protagoniza en TURIA una larga, sincera y valiosa conversación que permite conocer con detalle su trayectoria y opiniones. Un diálogo enriquecedor e ilustrativo que nos muestra cómo, en ocasiones como la suya, una vocación temprana llega a feliz término superando las expectativas iniciales. Y es que Tîbuleac es hija de un padre periodista y una madre editora y creció, por tanto, rodeada de libros y periódicos. Circunstancia que propició su inclinación a la lectura y a la escritura.
Preguntada por la diferencia entre la inocencia y la ingenuidad, Tîbuleac se muestra gratamente sorprendida: “Es el primero que habla de inocencia en mis libros, siempre me preguntan por qué soy tan cruel, o por qué mis personajes son tan miserables, o por qué mueren todos o están enfermos, o son infelices en el amor. Me gusta ese concepto de la inocencia porque es verdad que trato de no maquillar demasiado a mis personajes”. A lo que añade, sobre la cuestión de la libertad que desprenden: “es verdad que les dejo ser como son. Siempre me baso en una persona real cuando invento uno. Lo que dice es interesante porque para mucha gente la libertad es algo por lo que necesita luchar. En cambio, a otra le viene dada y no se preocupa de ella. De tal modo, esas personas no quieren ser libres…”
Tatiana Tîbuleac también se muestra concluyente cuando se le demandan los motivos por los que no existe una reacción dura contra el comunismo como sí la hay contra el nazismo: “¡Una persona del este de Europa sabe más del holocausto que de los campos de exterminio comunistas! Ahora hablan un poco más porque la guerra de Ucrania ha reavivado el pasado, pero antes la gente no ponía el comunismo y el antisemitismo al mismo nivel. Y eso que el comunismo fue peor. Llevaban orgullosos una camiseta con la efigie del Che y pensaban que eso era ‘cool’. Por supuesto, nadie ha visto ‘cool’ en ningún momento una esvástica. Durante demasiado no se ha hablado de ello. Mi familia es un ejemplo. Mi abuela no hablaba de ello ¡y fue deportada! Cuando volvió a casa, mi madre era una niña, pero sobre todo una hija de los enemigos. Así que mi abuela no quería mantener ese tipo de conversaciones. Prefería centrarse en el contento que suscitaba entre los seres queridos su regreso”.
Según cree Tîbuleac, “en todas las épocas ha habido derivas autoritarias. Hay que precaverse de ellas. Durante el comunismo podías escribir, claro que podías. Lo mismo que en algunos países que tenemos por democráticos hoy. Podías incluso ser famoso: sólo tenías que escribir lo que quería el poder. Publicar era posible. La clave estaba en lo que escribías. Tampoco se puede decir que los escritores que se hicieron famosos no fueran buenos, algunos libros son muy buenos. La historia dejará los libros de calidad, sin componente ideológico”.
En otro momento de la conversación, Tatiana Tîbuleac reconoce que “Puede haber libros buenos que contengan ideas racistas, y que la gente de hoy los rechace. Es como si la belleza de ellos fuera insuficiente porque hacen daño a grupos de población. No creo en relaciones estrechas entre creadores e ideología. El arte verdadero está fuera de la política y de cualquier compromiso, que puede ser bueno o malo”.
Sostiene, por último, Tîbuleac que no cree que su vida consista sólo en escribir. Sin embargo, pero estos últimos años el temor a no hacerlo me ha hecho sentir mal incluso físicamente. “¿Por qué no puedo escribir lo que quiero?”. He sido infeliz al costarme sacar adelante mi libro. Eso significa que, incluso aunque no lo admita, escribir está en todo lo que hago, estoy adherida a ello. ¿Esto es bueno? No creo. Era más feliz cuando no escribía”.
ARTHUR KOESTLER, UN CATÁLOGO DE BANDAZOS IDEOLÓGICOS
En el apartado que TURIA consagra al pensamiento, sobresale un nombre propio tan polémico como representativo de las turbulencias políticas, ideológicas y sociales del siglo XX y que también se proyectan sobre nuestra época: Arthur Koestler (Budapest, Hungría, 1905 - Londres, Gran Bretaña, 1983). No por casualidad, el filósofo y escritor Jorge Freire dirá en el original artículo que le dedica: “Pocos escritores han tenido vidas tan explosivas como Arthur Koestler. Fue comunista y anticomunista, espía y periodista, pensador y propagandista, hereje y converso. En un parpadeo, pasó de vender limonada en un bazar de Palestina a ser corresponsal estrella en Berlín, del glamur de los cócteles con potentados a la soledad de una celda franquista con la sentencia de muerte en el aire. Se jugó el pellejo en tantas causas que su biografía parece un catálogo de bandazos ideológicos. Su única constante fue su absoluta incapacidad para el sosiego”.
Según Jorge Freire, su gran golpe, el más certero de todos, fue su denuncia de su antiguo credo comunista en un libro que marcó su trayectoria y la de muchos otros: El cero y el infinito. Gracias a él, hizo tambalear la fe de media Europa en la URSS: “Fue esta novela, y no sus panfletos y su militancia, la que grabó su nombre en la historia. Saludada por George Orwell como una obra maestra nada más ser publicada, vendió decenas de miles de copias en una Inglaterra bombardeada y su traducción al francés alcanzó el medio millón”.
Su última causa fue la defensa de la eutanasia y pasó sus últimos años haciendo campaña por el suicidio asistido: “Cuando la leucemia y el Parkinson lo dejaron reducido a una sombra de sí mismo, asumió que la única salida digna era la muerte voluntaria. Corría el año 1983 cuando se dispuso a orquestar su gran salida de escena, pero no lo hizo solo. Su esposa Cynthia, veintidós años menor y con una salud de hierro, lo acompañó en el viaje sin retorno. Fue la última persona a la que Koestler arrastró al abismo. El hombre que ondeó tantas banderas cerró su historia con la única certidumbre que no podía traicionar: que no habría un mañana”.