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Configurar sentido descendente

René Char, la inteligencia con ángel

8 de octubre de 2013 12:09:45 CEST

En la introducción al primer volumen de la edición alemana de las poesías de René Char –Dichtungen, 1959-, con traducción de Paul Celan, Johannes Hübner, Lothar Klünner y Jean-Pierre Wilhelm, Albert Camus consideraba al escritor como el mayor poeta vivo de Francia, a su obra Fureur et mystère como una de las tres grandes de todo el siglo XX, junto a las Illuminations de Arthur Rimbaud y a Alcools de Guillaume Apollinaire. Para entonces, el poeta de L’Isle-sur-Sorgue había alcanzado, a los cincuenta y dos años de edad, pleno reconocimiento a una obra emblemática de la modernidad literaria. Atrás habían quedado sus años de combates estéticos y políticos, su pertenencia al grupo surrealista y a la lucha armada en las fuerzas contra la ocupación alemana, libros como Le marteau sans maître, Moulin premier, Dehors la nuit est gouvernée o Placard pour un chemin des écoliers, donde Char comienza a crear una obra poética encaminada al desvelamiento esencial de la realidad, al esclarecimiento de la verdad oculta en cada uno de los gestos de nuestra cotidianidad.

Camus conoció la obra de Char a partir de la aparición de Seuls demeurent en 1945, ruptura de su silencio literario tras la acción política continuada en la Resistencia francesa, que el poeta llevó a cabo desde su comienzo en los maquis hasta el final de la guerra. Revistas como Fontaine, editada en Argel, Cahiers d’art y L’Éternelle revue fueron el punto y seguido de una obra que no dejaría de crecer y de reformularse a lo largo de seis décadas. El punto y aparte para su vida se produce con el fin de la contienda y la separación de Georgette, su primera mujer, lo que le hace decir: “Después de 1946, mi vida solo me concierne a mí mismo, a algunos seres queridos y a mi trabajo”. René Char hablaba de dos edades para el poeta, una en la que la poesía le maltrata y otra en la que se deja abrazar por ella. Si bien ninguna de las dos parecen estar bien definidas, la segunda podría ser datada en torno a Feuillets d’Hypnos, momento en el que escribe al margen de toda publicidad, en la clandestinidad, mientras construye un edificio que irá creciendo con cada una de sus colecciones de poemas. El libro está dedicado a Albert Camus, un conjunto de fragmentos escritos, según el propio autor, en “la tensión, la cólera, el miedo, la emulación, el hastío, la astucia, el recogimiento furtivo, la ilusión del porvenir, la amistad, el amor”, páginas marcadas por el desarrollo de los acontecimientos y la certeza de que el sentido de la vida del hombre es algo que subyace a sus propios avatares y está vinculado a sus propias alucinaciones. Char está dispuesto a pagar el precio histórico que le corresponde por la defensa de un humanismo responsable, pero también por el margen de libertad que otorga la fantasía.

A principios de los cincuenta colabora asiduamente en las revistas antes citadas, entre las cuales se encuentra también Combat, la publicación dirigida por Camus. La amistad entre ambos se extiende hasta la muerte de este último en 1960. El periodo posterior a la Liberación es pródigo en muestras de adhesión y rechazo ideológicos en unos años difíciles, en los que Char había vaticinado la proliferación de ventajistas, mediocres, oportunistas y fanáticos, llevados por las circunstancias sociales y políticas del país. Hombre de fuerte personalidad y sólidas convicciones, tomaba a este tipo de gente como sus verdaderos enemigos, del mismo modo que hiciera, en el plano literario, con sus premisas poéticas, expuestas ya en Moulin premier (1935), cuando opone la necesidad de practicar el “poema que ofende” a la poesía de tipo cortesano, “tallo de masonería, residencia y parque de atracciones, de seguridad, de agresión y de reconocimiento al lector”. Su poesía, sin embargo, no podría ser calificada de literatura comprometida en términos usuales. En un testimonio valioso que narra los años de René Char en Céreste[1], Georges-Louis Roux, uno de los tres hermanos con los que traba amistad en este pueblecito de Haute-Provence, lugar de frecuentes estancias en compañía de su mujer y luego escenario de sus combates, le describe como una persona no completamente realizada por la acción, al contrario de lo que él mismo escribe con respecto a alguno de sus compañeros: “Archiduc me confía que ha descubierto su verdad cuando se ha unido a la Resistencia. Hasta entonces era un acto de su vida descontento y suspicaz. Le inundaba poco a poco una tristeza estéril. Hoy ama, gasta, está enrabietado, va desnudo, provoca. Aprecio mucho a este alquimista”. El verdadero control de su destino se produce a través de las palabras, instrumentos para una verdadera comprensión de la realidad. El poeta camina por delante del hombre de acción. Su intensa actividad clandestina, no obstante, le hace entrar en contacto con la S. A. P., Sección de Aterrizaje y Paracaidismo del ejército resistente. Con el seudónimo de capitán Alexandre, cumple funciones de jefe departamental. Sus obligaciones le dejan poco tiempo para escribir, pero Roux lo recuerda escribiendo apresurados pasajes de Feuillets d’Hypnos bajo una reproducción del Prisonnier de Georges de la Tour. “Escribo brevemente. No puedo ausentarme durante mucho tiempo […] La adoración de los pastores no es útil para el planeta”. Tampoco para Francia, que vive en un estado de continua tensión. Char sueña con un país más benévolo, atento a las inquietudes intelectuales y a la emoción de lo original.

Su llegada a Céreste estuvo motivada por las pesquisas de la policía del gobierno de Vichy, que había tenido en cuenta una carta subversiva, firmada por él y por otros compañeros del grupo surrealista. Se le considera un individuo peligroso, de ideología comunista. Pero él mismo consideraba el comunismo como una ideología incapaz de iluminar el vasto territorio de una realidad nombrable únicamente desde la escritura poética. Algo similar le había sucedido con su adscripción al movimiento surrealista. En 1927, tres años después de la publicación del Primer Manifiesto del surrealismo, fue destinado a cumplir su servicio militar en Nîmes, donde comienza su carrera literaria con diversas colaboraciones. Un año después aparece Les cloches sur le coeur, poemas compuestos entre 1922 y 1926, que serán destruidos posteriormente. En 1926 se publica Arsenal, su primera obra en cuanto tal. Paul Éluard recibe uno de los veintiséis ejemplares de que consta la tirada, y visita a Char algunos meses después en su casa de L’Isle-sur-Sorgue. A finales de año conoce en París a Breton, Crevel, Aragon y otros miembros del movimiento surrealista, al que se incorpora con una primera colaboración en La Révolution surréaliste. De ahí hasta casi el principio de la guerra, forma parte del grupo de manera oficial. Ralentir travaux es fruto de su colaboración con Breton y Éluard. Participa en los incidentes del bar de Maldoror y en las manifestaciones contra las ligas de extrema derecha y a favor de los movimientos revolucionarios de España, firma pasquines en apoyo a La edad de oro, etc. El relato onírico titulado Artine, con una ilustración de Salvador Dalí, es uno de los testimonios que quedan de la época. También la dedicatoria de Placard pour un chemin des écoliers, el último de los textos que publica antes de su “silencio literario”: “Niños de España, - ROJOS, oh cuánto, para empañar por siempre el brillo del acero que os despedaza; - a vosotros.”.

Hacia 1934, comienza a alejarse del movimiento por discrepancias con algunas de las ideas que defienden. La investigación sobre las relaciones entre realidad y lenguaje había sido uno de los puntos comunes con el surrealismo, la importancia concedida al poder de enunciación que permite acceder a la verdad poética. El rechazo del orden burgués y su voluntad de transformar el mundo se dejan ver en los poemas de Le marteau sans maître. Comparte sus antecedentes literarios, la devoción por las ideas de Heráclito, Rimbaud o Lautréamont. El carácter irreflexivo de la imagen surrealista, sus procedimientos de escritura, el culto a lo irracional, se encuentran, en cambio, en las antípodas de su concepción poética, donde lo primordial es el acceso al envés de la realidad, a lo que ésta tiene de maravilloso e inexpresable.

La acción que supone la lucha armada y su compromiso antifascista discurre de modo paralelo a otro tipo de acción, esta vez poética, que busca profundizar en el conocimiento de las cosas por medio de la escritura. A la manera de Hölderlin, la poesía es el lugar de una unión en la que se dan cita la alegría y el sufrimiento, el deseo, la esperanza y los temores, los defectos y las cualidades de la persona, sus grandezas y debilidades, una doble exigencia, poética y ética, que gobierna su vida y su obra. La ética se asocia continuamente a lo cotidiano del mismo modo que la poesía, acción que incide en la realidad, meditación, intimidad entre el hombre y la búsqueda de una belleza procedente del mundo natural. Feuillets d’Hypnos y Partage formel marcan el comienzo de una etapa en la que Char hace convivir poesía y moral en el cuerpo del poema. Es su modo de intervenir y de participar en los acontecimientos, de expresar los sentimientos de desesperanza de una época marcada por el odio y la intolerancia. El poema está atrapado entre el presente y la promesa de un futuro mejor, “el poeta es la génesis de un ser que proyecta y de un ser que retiene”, dice en Partage formel. La libertad es su valor esencial, la razón de su dignidad y de su valentía, el motivo de su revuelta, el fundamento de su moral. Esta aventura personal se proyecta hacia la consecución de un futuro más vehemente. La capacidad de nombrar que posee el lenguaje poético cumple el papel de aproximación a la verdad. Poesía y verdad son términos sinónimos, finalidad última de su poesía, y encaminan a la aprehensión de lo esencial: “Id a lo esencial: ¿No tenéis necesidad de árboles jóvenes para reforestar vuestro bosque?” (Rougeur des matinaux, VI); “Lo esencial está amenazado sin cesar por lo insignificante” (À une sérénité crispée). Lo circunstancial permanece en los márgenes de la poesía, que es cristalización de lo esencial.

Al margen de los dos episodios antes nombrados, su vida parece no tener altibajos importantes, amén de sus silencios literarios. El primero se produce entre 1939 y 1944, motivado por su compromiso con la Resistencia, silencio activo, como hemos visto, reflejado en los sublimes fragmentos de Feuillets d’Hypnos. El segundo, de 1956 a 1957, donde el escritor sustituye la escritura por el grabado y el dibujo, sufre crisis de angustia y tiene dificultades para dormir. Todo lo que merece ser vivido responde a una voluntad cuya característica principal es el hecho de que lo poético suponga una turbación para el mundo de lo cotidiano. La vida de Char está dedicada por completo a la poesía y a la defensa de los valores éticos. Su obra responde a su biografía, pero no a una escritura al hilo de lo autobiográfico, sino a una manera propia de percibir la realidad como desocultación, por emplear el término acuñado por su amigo Martín Heidegger. Tras la guerra, multiplica sus colaboraciones con otros artistas, en especial con sus amigos pintores. Del encuentro con Matisse surge “Le Requin et la Mouette”, perteneciente a Le poème pulvérisé, en el que el pintor había aportado a la edición un grabado original. También con Georges Braque, que ilustra sus poemas, mientras Char hace lo propio con su pintura. Da Silva, Brauner, Miró, etc., son otros tantos artistas con los que colabora a lo largo de su vida. Su obra poética crece en volumen y en importancia, y críticos de la talla de Maurice Blanchot o Georges Mounin, entre otros, le dedican artículos y monográficos en diferentes revistas. El contacto con artistas e intelectuales de la época es moneda común a lo largo de tres décadas, prácticamente hasta 1978, cuando sufre una grave complicación cardiaca, tras la que deja París para instalarse en Le Vaucluse. Aromates chasseurs había aparecido en 1975, Chants de la balandrane en 1977. En 1980, la Biblioteca Nacional de París expone los “Manuscritos de René Char iluminados por pintores del siglo XX”. En 1983, sus obras completas son publicadas en la prestigiosa colección de la Bibliothèque de la Pléiade. Les voisinages de Van Gogh, su último libro de poemas, se publica en 1985. Muere tres años después, el 19 de febrero de 1988, en el hospital Val-de-Grâce de París.

René Émile Char había nacido el 14 de junio de 1907 en L’Isle-sur-Sorgue, en una familia de fuerte tradición republicana pero sin antecedentes literarios. El escenario de su infancia es la residencia de Névons, rodeada de un parque y de prados comunales. Esta tierra, presente en poemas como “Les transparents”, “La Sorgue”, “Exploit du cylindre à vapeur”, “Jouvence” y “Deuil des Névons”, es una pieza clave de su creación, una parte básica de su materia poética, el origen al que siempre acaba volviendo, a pesar de que el paso del tiempo lo haga desaparecer. “La ambición infantil del poeta está en convertirse en una parte viva del espacio. A contracorriente de su propio destino. Su primera operación poética: sufrir su invasión, combinar sus emociones, sus placeres amorosos más allá de los excrementos disimulados del objeto, substraerse a las amnistías del derecho divino, desmantelarse sin destruirse”, dice en Le marteau sans maître. El espacio de la infancia sigue intacto en la memoria del poeta, “pulverizado” en su obra. La “pulverización” es una finalidad del poema, una unidad fragmentada en pedazos, reflejo de un mundo proyectado en el espacio y en el tiempo, “palabra en archipiélago”. Así titulará dos de sus libros de poemas, Le poème pulvérisé (1945-1947) y La parole en archipel (1952-1960), nociones que refieren al conjunto de su obra. El poema, en tanto que unidad aislada, remite a la totalidad. El fragmento lleva marcado el estigma de la unidad a la que pertenece. El argumento que precede a Le poème pulvérisé reclama la necesidad de vivir con el aguijón de lo desconocido. El poema nace de la llamada del devenir y de la angustia de la retención, es un testimonio silencioso de lo real, de una vida interior que poco tiene que ver con lo que comúnmente se llama “realidad”, o poesía basada en la vivencia convencional de lo cotidiano. “La poesía está podrida de depiladores de orugas, de estañadores de ecos, de lecheros cariñosos, de melindrosos extenuados, de rostros que trafican con lo sagrado, de actores de fétidas metáforas, etc. Sería sano incinerar sin tardanza a estos artistas” (Le marteau sans maître). La labor del poeta se realiza en el equilibrio que debe producirse entre el mundo físico y el mundo de los sueños, en la práctica de una imaginación que libera la realidad, en la espera de los breves momentos de revelación y plenitud que proporciona en ocasiones la palabra. La reflexión sobre el acto poético es el tema central de su poesía. El poema es “imposición subjetiva” y “elección objetiva”, exploración del ser, una versión mejorada del mundo, deseo de libertad y sentimiento de esperanza, diálogo con las formas de la creación, descubrimiento de la belleza: “En nuestras tinieblas, no hay un lugar para la belleza. Todo el lugar es para la belleza”, dice en Feuillets d’Hypnos; y en Recherche de la base et du sommet: “Fuera de la poesía […] el mundo no vale nada, la verdadera vida, el coloso irrecusable, no se forma más que en los flancos de la poesía”.

La escritura de René Char rehuye continuamente el comentario. La forma cierra filas alrededor del sentido e invita, más que a comprender, al placer estético de la lectura. Poesía y pensamiento poseen un lenguaje diferente, buscan la noción de verdad por otros caminos. El pensamiento de Char se presenta en forma de aforismo, palabra concreta que incluye un significado profundo. Su poesía ha sido calificada de “poesía de la poesía”, “poesía de la esencia del poema”. En este sentido, se identifica con la experiencia de Rimbaud. La poesía se basta a sí misma, no necesita de otros recursos que la hagan ser, un instrumento para el encuentro de la revelación, instante sublime que crea su espacio en el acontecimiento, por medio de una enunciación de la inmediatez, del “comienzo puro”. El tiempo de la Historia oficial no es el tiempo de la poesía, sino la copia al dictado de la voz de los gobernantes. A diferencia de algunos de sus contemporáneos, el hecho cotidiano no refiere a la actualidad, sino a un diálogo atemporal, a un aquí y un ahora inscrito en el tiempo de la experiencia personal. La literatura no refiere a la literatura, sino a la vida, lo que no quiere decir que Char no reconozca “aliados substanciales” en nombres como Esquilo, Lao-Tseu, los presocráticos, Teresa de Ávila, Shakespeare, Saint-Just, Rimbaud, Hölderlin, Nietzsche o Melville. Solo que estos escritores y pensadores se encuentran diluidos en su poesía, con “voces aliadas” que de algún modo han anticipado su obra. La crítica ha reconocido de manera unánime la huella de Heráclito en el pensamiento de Char, un conjunto de encuentros que inciden sobre todo en lo referente a la alianza de contrarios que se da en su escritura y a su inclinación por el carácter absoluto de la realidad, la vivencia de un presente perpetuo. Este carácter de continuidad establece fuertes vínculos con el mito, en especial con las figuras de Sísifo y de Prometeo. Ambos personajes sirven para representar el infinito recomienzo de la palabra y el afán de saber en el que se justifica el proceso de escritura. La mitología arroja luces en las sombras del tiempo histórico. Char había dicho en Feuillets d’Hypnos: “No vayan a creer que hago un proceso fácil de mi época. No la miro sin responsabilidad ni remordimiento hundirse en su destino que no es precisamente el de la generosidad, el del mal llevado a límites no categóricos. La experiencia poética descalifica las creencias y las ideologías solo por el hecho de situarse en otra temporalidad”. Su principal preocupación es la “inteligencia con ángel”. Y el “Ángel” es “lo que, en el interior del hombre, se mantiene separado del compromiso religioso, la palabra del más alto silencio, la significación que no se evalúa [...] la vela que se inclina al norte del corazón”, el cómo, el qué y el porqué de su poesía.

 



[1] Georges-Louis Roux, “René Char, hôte de Céreste », en René Char, Œuvres complètes, Paris, Gallimard, Bibliothèque de la Pléiade, 1147-1163.

Escrito en Lecturas Turia por Juan Antonio Tello

Café de St Antoine

4 de octubre de 2013 09:06:38 CEST

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Escrito en Lecturas Turia por Antonio Rivero Taravillo

Marcin Świetlicki: seis poemas

2 de octubre de 2013 11:51:52 CEST

Marcin Świetlicki nace el 24 de diciembre de 1961 en un pequeño pueblo de los alrededores de Lublin (Polonia). Licenciado en Filología Polaca por la Universidad de Cracovia, durante sus años de estudiante entra en contacto con un grupo de poetas (Kacek Podsiadlo, Marzena Broda, Krzysztof Koehler) que terminará configurándose como la punta de lanza de la poesía de la Polonia poscomunista. Sus primeros poemas aparecen en 1978 en la revista Radar y en 1992 publica su primer libro de poemas, Los países fríos, que enseguida le aseguró un lugar en la primera línea de los poetas polacos. Durante la década de los ochenta colabora en la revista de oposición política NaGłos (En voz alta) y a principios de noventa toma parte activa en la creación y el desarrollo de la revista bruLion (Borrador), una publicación que resultó ser uno de los fenómenos más importantes en la literatura contemporánea polaca y el lugar de donde surgió la nueva oleada de poetas polacos, la llamada “Generación de bruLion”. Y aunque el poeta mismo se considera un outsider y define su situación en del mundo literario como “nunca dentro del todo ni dentro hasta el fondo”, y aunque rechace los premios y mantenga su espíritu contestatario con su conocido grupo de rock, que lidera desde 1992 (el cual muestra, entre otras influencias, las muy visibles huellas de Tom Waits, y que el autor utiliza como vía paralela a sus poemas para diversificar su actividad poética), es ya considerado por la crítica como el poeta más importante de esta generación y por los lectores más avisados –entre ellos los más jóvenes- como un referente no sólo poético sino ético y social.

            A partir de una lejana y matizada filiación bukowskiana y de una más evidente influencia de Frank O’Hara y de Larkin, su objetivo se concreta en exprimir la densidad de la palabra poética a pesar de –o precisamente por- su declarada y evidente huida de la retórica tradicional. Muy dotado para jugar con las polisemias y explotar al máximo las posibilidades del lenguaje, Świetlicki  aborda sus poemas desde una perspectiva intimista, a menudo con un toque anti-sistema (“desprecio y describo este desprecio”, ha dicho en alguna ocasión), siempre en un ambiente urbano, a menudo empapado del humo del tabaco y/o de los vapores del alcohol.  La dicción coloquial ocupa el espacio del lenguaje poético: fragmentarismo e ironía son los recursos fundamentales. El yo poético, que se sustenta a menudo en la ficcionalización de un autobiografismo declarado, ha renunciado –en un momento histórico donde la poesía testimonial y política parecen carecer de sentido- a la palabra grandilocuente y a los grandes ideales inasibles. El individuo con sus pasiones privadas, con su mundo cotidiano, con sus miserias y grandezas, con su dolor y su alegría diarios son el objeto y el objetivo de sus poemas. En los últimos años se observa un proceso de “comercialización” del poeta: durante algún tiempo ha presentado el más conocido de los programas culturales de la televisión y ha grabado su último disco (Las putas melancólicas –sic-) con el célebre actor Bogusław Linda. El destino inevitable del rebelde que se convierte en clásico.

 

OBRA

Poesía:

Zimne kraje (1992), Schizma (1994), Berlin (1995), Zimne kraje 2 (1995), 37 wierszy o wódce i papierosach (1996), Trzecia połowa (1996), 20 największych przebojów i 10 kultowych fotografii (1997), Zimne kraje 3 (1997), Pieśni profana (1998), Stare chłopy prowadzą rowery na techno (1998), Czynny do odwołania (2001), Wiersze wyprane (2002), Nieczynny (2003), 49 wierszy o wódce i papierosach (2004), Trzecia połowa (2005).

 

Discos:

Ogród koncentracyjny (1995), Cacy Cacy fleischmaschine (1996), Cacy cacy ove mix (1996), Perły (1999), Perły przed wieprze (1999), Wieprze (2000), Złe misie (2001), Tradycyjne polskie pieśni wielkopostne (2002), Drugi Szczyt... - czyli Koncertówka 2 (2003), Małe psy (2003), Tribute to Kryzys-Nigdy więcej wojny (2003), Czołgaj się (2004), Las Putas Melancólicas (2005).

 

 

ASÍ DIJO EL ALCOHOL

 

De noche me desperdigué en todas direcciones

para despertarme en muchas camas distintas,

para no recordar que he muerto. Cargo

conmigo desde hace tiempo un par extra

de calcetines y camiseta de repuesto, cepillo

de dientes, todo ello para no recordar

que he muerto, y para tener casa en cualquier lado. 

 

Ella de repente me abrazó en el sueño,

ha pronunciado dos veces un nombre ajeno,

tan tiernamente, que casi decidí

aceptar ese nombre, apropiarme esa ternura.

Pero he muerto y he salido de allí, y sigo andando

por el vacío ventoso.

Pero he muerto, y si encuentro

 

sitio para echar un sueño, abrazo fuertemente la almohada, 

grito almohada adentro mi nombre muerto,

grito almohada adentro mi nombre muerto.

 

 

AFEITARSE

 

Varios días de pecado, hoy torpes

intentos para redimir, para rescatar

alma y cuerpo directamente del abismo. Me siento

frente al espejo, me pongo espuma en la cara.

 

Las manos tiemblan. Me he sujetado la mano con la mano temblante

y he dicho “no tiembles”. Después he ejecutado todo

al revés. Ha entrado la sombra por la ventana.

 

Con la maquinilla me arranco la vejez y la muerte de la cara,

por un momento, doce horas como mucho. Vamos

a ver. Vamos a ver.

 

 

JONÁS

 

Un invierno joven. Sin nieve.

La tarde ha convertido esta calle en el interior  de una ballena.

 

Podría no enterarme, pero en la frutería

vendían fragmentos de matorrales submarinos.

 

Y en ese momento, los neones han empezado a emitir

niebla y humedad.

Charcos repletos de aceite y de sangre.

 

En la acera he encontrado una concha.

Y he sentido que era devorado.

 

 

OLIFANT

 

He visto luz, por eso he venido. Llamé y abriste.

No he venido a hablar, no he venido a reñir,

no he venido a seguir con la eterna guerra.

Yo he venido a hacer el amor.

Ya tengo un cuchillo en la espalda y no hay sitio para otros ahí.

A la mierda con el dilema ¿café, té?

He venido a hacer el amor.

He visto luz, por eso he venido. Llamé y abriste.

No he venido para conversar, no he venido para convencer.

No he venido a recoger firmas. No he venido a beber vodka.

Yo he venido a hacer el amor.

 

 

PLAZUELA PIERWSZYCH SLUPSZCZAN

 

Hace tanto que no estoy,

que el argumento

del culebrón venezolano

ha avanzado bastante: un montón de niños ha nacido, muchos protagonistas

se han extinguido, las mujeres han afeado. El ojo de Dios

está más cansado, en los cuarenta principales

muchos cambios, el tesoro desenterrado, de nada servirá mi mapa

estrujado nerviosamente en la mano.

 

La venganza consiste en tomarse un café

y mirar por la ventana. Con la misma mirada

de hace tantos años. Y después,

sobre un banco por el sol

dejarse deslumbrar, tener al lado,

hablar con, querer tocar, no tocar, tan lindo,

tan culto, en este monóxido de sol, en esta

vida.

 

 

MODO DE VIVIR

 

café y cigarrillos.

sin esperar.

sin esperar que...

ni que...

ningún, pero ningún muslo nuevo, ninguna

nueva línea dactilar, ninguna nueva

cana,

ninguna arruga nueva.

té o café.

vantage o ducados.

esa alternativa.

al trabajo por la mañana o por la tarde

en el 15 ó en el 1.

peregrinaciones personales.

si cae la nieve, hay que levantarse por la mañana y

quitar la nieve

los milagros están sólo dentro.

los milagros están sólo dentro.

escuchar o hablar.

sin esperar.

raras veces, vodka.

sin ningún trato con la parte

sana de la sociedad, digamos la clase obrera

o la pequeña y la gran empresa,

por ello completamente fuera de la realidad.

 

los milagros están dentro.

café y cigarrillos.

pasear al perro.

poner agua en el cubo.

un sueño pétreo.

sin esperar.

echar a los invitados.

ninguna casa amiga.

 

los milagros están dentro.

los milagros están sólo dentro.

los sentidos se dirigen hacia adentro.

los sentidos lento empiezan

a darse una vuelta.

sueños de apuestas.

monogamia drástica.

sin esperar.

ningún libro fundamental.

en el cine, sólo películas vistas ya

varias veces.

café y cigarrillos.

ninguna arruga nueva.

poner, sacar.

sendas de lobo, mentiras.

la fiebre ocultada.

sueño pétreo y escalofríos dentro del sueño pétreo.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Konrad Skoronski y Javier García Rodríguez

Lo que somos

1 de octubre de 2013 08:05:00 CEST

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Lo que tus ojos ven dentro de ti,

los números y leyes de la sangre,

el miedo lentamente entre tus bienes

y aquello que la edad ha generado,

no es la vida exactamente,

ni el azúcar engañoso del azar

ni el destino como trampa.

 

Lo que tus ojos ven dentro de ti

pudiera ser

la única verdad de este derrumbe,

la mordida moneda de los años,

el ajedrez violento del insomnio,

 el faenar del nombre que te dieron donde nunca estás del todo,

cazador iluminado.

 

Lo que tus ojos ven dentro de ti

es algo que sube de la infancia con sus festivas bestias arrojadas,

es un agua desfilando por las cuatro esquinas de tu miedo

con su fulgor descalzo.

Porque amas lo que se enciende.

Porque empezaste a morir lentamente hace más de 30 años.

Porque sólo sumas ya intemperies.

Porque aún aprendes del fracaso y en cada desengaño ves un pájaro.

           

Lo que tus ojos ven dentro de ti,

ese batir de bosque o de hombre huyendo,

es aquello que aún no has dicho.

Todo lo que adoras en secreto.

Todo lo que odias como se odia de un país a los héroes indultados.            

 

Lo que tus ojos ven dentro de ti                

tan sólo es una deuda entre dos anatomías,

un pálido animal hecho en silencio

que sólo del amor fue triste senda.

 

La técnica del mundo ha sido esa:

hacer de cuanto existe un mal acuerdo humano.

Aquello que tus ojos sólo ven dentro de ti.

 

Y es tan extraño.

 

Escrito en Lecturas Turia por Antonio Lucas

Plegarias atendidas

30 de septiembre de 2013 10:28:30 CEST

Truman Capote (Nueva Orleans, 1924) se llamó Truman Strekfus Persons hasta que su madre se divorció y volvió a casarse con Joe García Capote, un cubano de padres españoles. De su padrastro, Truman no sólo heredó el apellido, sino también su afición por la Costa Brava, donde escribió gran parte de A sangre fría, y por santa Teresa. De la santa, citaba con frecuencia un aforismo: “Más lágrimas se vierten por las plegarias atendidas que por las no atendidas”. Capote bautizó su obra póstuma, y nunca finalizada, con el título de Plegarias atendidas. Este libro, que él describía como el equivalente contemporáneo de En busca del tiempo perdido, de Proust, mostraría un puñado de personajes cuyas vidas se habían hundido, paradójicamente, tras conseguir sus sueños. Ése era el destino de Capote y el escritor, genial y atormentado, lo sabía. La sentencia de santa Teresa marcaría más de tres lustros de su vida: el tiempo que empleó la muerte en detener su corazón.

En 1966, cuando anunció su nuevo proyecto literario, sus plegarias para conseguir el prestigio, la fama y el dinero habían sido atendidas. Su novela A sangre fría, recién publicada, le había convertido, a los 42 años, en uno de los autores norteamericanos más celebrados. El relato del asesinato de la familia Clutter en un rincón perdido de Kansas catapultaría a Capote a un lugar único en la escena literaria. Sus novelas encabezaban las listas de los más vendidos y se adaptaban con idéntica fortuna al cine.

Su prestigio rivalizaba con su éxito social. Los más ricos entre los ricos del mundo le cortejaban para que asistiera a sus fiestas: los Kennedy, el shah de Persia, Frank Sinatra, Aristóteles Onassis, los Agnelli, Peggy Guggenheim… Los intelectuales, los poderosos y los famosos le adoraban por igual. Su editor le calificaba de “encantador, ingenioso y travieso”, el actor Humphrey Bogart aseguraba querer “tenerlo siempre al lado” y hasta la Reina Madre de Inglaterra le definía como “maravilloso, inteligentísimo, sapientísimo y divertidísimo”. “Un genio”, concluía Cecil Beaton. El nombre de Capote era un poderoso imán al que nada se resistía. Ni siquiera el dinero. Antes de haber escrito una sola línea de Plegarias atendidas, cobró un millón de dólares de adelanto de su editorial y vendió los derechos cinematográficos por 350.000 dólares.

Capote había conseguido todo lo que había soñado, pero las lágrimas que iba a comenzar a derramar superarían muy pronto el placer de lo logrado.

Si hubo un libro por el que Capote rogó, ése fue A sangre fría. Su publicación marcaría el cénit de su éxito, sí, pero también la altura de su tremenda caída. La fusión del relato periodístico con las técnicas narrativas de la novela conmocionó a lectores y escritores. Su impacto aún perdura: sólo en Estados Unidos el número de ejemplares vendidos asciende a cinco millones. Capote dedicó seis años a escribirla. Lo que sucedió durante ese tiempo es tan fascinante como la propia novela y constituye el argumento de la película Truman Capote, que ha puesto al escritor en boca de todos y ha devuelto sus libros a las listas de los más vendidos. Dos décadas después de su muerte, Capote ha regresado por todo lo alto.

Estamos ante una resurrección como a él le hubiera gustado: con el glamour de Hollywood y con el sólido trasfondo de su genio literario. La película recibió un Oscar a la mejor interpretación por la asombrosa metamorfosis de su protagonista en el escritor. El premio lo recogió el actor Philip Seymour Hoffman, pero recayó en realidad en el propio Capote, el más brillante de su amplia galería imaginaria de personajes. Él mismo se presentaba como tal: “No ha habido nadie como yo, y no va a haber nadie como yo cuando me vaya”. La película, además de rendirle homenaje, ha insuflado nueva vida a su obra y propiciado la aparición de dos novedades: la correspondencia completa, Un placer fugaz (Lumen), y una novela inédita, Crucero de verano (Anagrama). Asimismo se ha reeditado su biografía, Truman Capote (Ediciones B), escrita por el respetado Gerald Clarke y en la que se ha inspirado la película

Ha sido Clarke quien ha ordenado la correspondencia de Capote. Las cartas de cualquier artista, por su naturaleza íntima, poseen un atractivo que va más allá de su valor literario. En el caso de Capote, que además de escritor era un incisivo y malicioso cronista social y un amante locuaz, tienen además mucho morbo. Por las páginas de Un placer fugaz desfilan, como en un carrusel enloquecido, una lista de nombres absolutamente asombrosa: los Chaplin, Tennessee Williams, Montgomery Clift, Cecil Beaton, Marilyn Monroe, Arthur Miller, Carson McCullers, Jane y Paul Bowles, Christopher Isherwood, Gore Vidal, André Gide, Andy Warhol, Isaiah Berlin, Orson Welles, Yukio Mishima, Isak Dinesen... Por las sábanas de Capote, según narra en sus cartas, pasa otra asombrosa lista de hombres. El más sorprendente, un reputado mujeriego: Albert Camus.

Respecto a la novela inédita Crucero de verano, el propio Capote la desechó cuando se mudó de Brooklyn a Manhattan. Fue el portero del inmueble de Brooklyn Heights, donde vivía, quien salvó de la basura cuatro cuadernos escolares y setenta y dos notas complementarias, que conforman la novela actual. Ese hombre, cuyo nombre no ha sido revelado, debería haber sido homenajeado por su instinto literario. La existencia de semejantes conserjes quizá expliqué por qué escritores como Paul Auster viven en Brooklyn Heights.

Gran parte del mérito de que Capote se encuentre de nuevo en las mesas de novedades pertenece, pues, a la fanfarria de Hollywood. Constatación que al escritor no le hubiera importado lo más mínimo. Él pertenecía a ese grupo de artistas que adoran los focos y disfrutan con su personaje: un híbrido de hombre y niño que apenas superaba el metro y medio de altura, de voz atiplada, grandes y espectaculares ojos azules y un amaneramiento extraordinario. Capote fue un precursor de la promoción en la que el producto es el propio artista, pero él poseía además una inmensa y bien cimentada ambición literaria.

En el prólogo a Música para camaleones, Capote escribió: “Cuando Dios le entrega a uno un don, también le da un látigo; y el látigo es únicamente para autoflagelarse”. Hasta la publicación de A sangre fría, en 1966, el escritor disfrutó de su don. Es la época de relatos maravillosos como Un recuerdo de Navidad, de su primera y excepcional novela, Otras voces, otros ámbitos, y de la deliciosa novela corta Desayuno en Tiffany’s. Con A sangre fría apareció el látigo. A lo largo de seis intensos años, Capote desesperó a menudo del fin de un proyecto que él sabía magistral, pero consiguió mantener un equilibrio entre el don y el látigo. La novela tuvo un éxito espectacular, pero Capote no salió indemne.

Algo se había roto dentro de él. Desde la publicación de A sangre fría y hasta su muerte, en 1984, dominó la escena el látigo. Capote se lanzó a una implacable carrera autodestructiva: drogas, alcohol, clínicas de desintoxicación, amantes dañinos como sanguijuelas… Y la desesperación de haberse perdido. Nunca terminó la prometida Plegarias atendidas y sólo se vislumbran destellos de su genio en las piezas que publicó durante esa larga agonía.


La época del don

Los primeros años de Truman, los de aprendizaje e iniciación en la vida y en la escritura, transcurrieron en el profundo sur de Estados Unidos. Sus padres se divorciaron cuando tenía tres años y le dejaron al cuidado de unas viejas tías solteronas en Monroeville, un pueblecito de Alabama. Allí transcurrió su infancia, allí se formó su propia geografía espiritual -el temor a ser abandonado, la soledad, la ingenuidad, el deseo de ser amado, la decepción que sigue a las grandes expectativas…- y allí encontró refugio en la escritura y descubrió su don.

Harper Lee, autora de Matar a un ruiseñor y colaboradora en la preparación de A sangre fría, era su vecina y amiga: “Tenía el pelo blanco como la nieve y pegado a la cabeza como si fuera caspa. Era un año mayor que yo, pero yo era más alta. Lo considerábamos como un Merlín de bolsillo cuya cabeza bullía de excéntricos planes, extraños anhelos y pintorescas fantasías”.

Capote contaba, a su vez, que la madre de Harper Lee no estaba bien de la cabeza y había intentado ahogar a su hija en la bañera. “Cuando hablan del estrafalario Sur no bromean”.

A este “Merlín de bolsillo” sólo le interesaban cuatro cosas: leer libros, ir al cine, dibujar y bailar claqué. A los cuatro años conoció a Louis Armstrong, que tocaba a bordo de un vapor de ruedas que hacía excursiones entre Nueva Orleáns y St. Louis. “Satch fue bueno conmigo, me dijo que tenía talento, que debería actuar en espectáculos de vodevil. Me dio un bastón de bambú y un sombrero de paja con una cinta verde, y todas las noches anunciaba desde la tarima de la orquesta: “Damas y caballeros, ahora voy a presentarles a uno de los niños más guapos de los Estados Unidos, que bailará claqué”. Después pasaba entre los pasajeros, que me llenaban el sombrero de monedas”.

A los ocho años, empezó a escribir. El estrafalario Sur acentuó su sensibilidad, su mágico toque y el don para impregnar sus narraciones de la ingenuidad y el horror, la belleza y la crueldad que sólo poseen las mejores historias. Le descubrió el poderoso corazón de la literatura y le armó con un conmovedor lenguaje propio.

De ese fértil suelo creció su primera novela, Otras voces, otros ámbitos, que publicó cuando tenía 24 años. Esta historia de un chico que crece solo, perdido y falto de cariño en una tosca ciudad de Alabama posee una fuerza e intensidad extraordinarias y supuso una precoz consagración literaria. La fotografía que apareció en la contra del libro llamó la atención casi tanto como el texto: un joven Truman, que aparentaba 13 años, yace en un colchón mientras mira provocativamente al objetivo. Capote intuyó entonces la importancia de una publicidad sabiamente administrada. “Ser un buen escritor y permanecer arriba es un dificilísimo acto de equilibrio. No basta con el talento. Hay que tener una tremenda capacidad de presencia”. Él cultivó su imagen de niño y jugó en sus apariciones públicas con el límite entre el ingenio y el escándalo.

Diez años después publicaba una novela corta, Desayuno en Tiffany’s. Su protagonista, Holly Golightly, procedía del profundo sur y Capote siempre declaró que era su personaje favorito.

Entre medias, escribió colecciones de relatos breves, como Un árbol de noche y el conmovedor Un recuerdo de Navidad, y la hermosa novela El arpa de hierba, continuación espiritual de Otras voces, otros ámbitos.

Capote se había mudado a Nueva York, donde ya era una celebridad, y trabajaba sin descanso. Flaubert, con su espíritu perfeccionista, era su modelo y Nueva York su fuente de energía. “Vivir en Nueva York es como vivir dentro de una bombilla”. Colaboraba de forma asidua con las revistas The New Yorker, Harper’s Bazaar y Mademoiselle. Se aventuró en el teatro y en el cine, donde participó como guionista en magníficos trabajos: La burla del diablo, de John Huston, Suspense, una adaptación de Otra vuelta de tuerca, de Henry James, y Estación Termini.

Era la época del don y todo lo que tocaba resplandecía. Conoció al que sería su amante durante más de 30 años, el escritor Jack Dunphy, y aceptó realizar un curioso reportaje, que le permitiría años después embarcarse en el proyecto de A sangre fría. Era el año 1955 y una troupe de negros americanos iba a emprender viaje a Rusia para representar la ópera Porgy and Bess, de Gershwin. Financiado por The New Yorker, Capote acompañaría a la primera compañía estadounidense que actuaría en la Unión Soviética desde la revolución bolchevique. El resultado fue The Muses are Heard (Hablan las musas), su primera non fiction novel, o novela “de no ficción”,  y el único libro que, aseguraba, había disfrutado escribiendo.    

Capote acababa de descubrir las posibilidades del periodismo como forma artística. Su siguiente objetivo sería la realización de una novela “a gran escala, que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y libertad de la prosa y la precisión de la poesía”. El camino para A sangre fría estaba abierto.


La época del don y el látigo

“Era como si hubiera una caja de bombones en la habitación de al lado y no pudiese resistirme a ellos. Los bombones significaban que yo quería escribir hechos y no ficciones. Había tantas cosas que sabía que podía indagar, tantas que sabía que podía averiguar. De pronto los periódicos me parecían objetos vivos y comprendí que mi faceta de novelista corría un terrible peligro”. En ese estado de ánimo abrió Truman The New York Times del 16 de noviembre de 1959. Allí había una columna con el titular: “Rico agricultor y tres miembros de su familia asesinados”. Fue el inicio de A sangre fría.

Con el apoyo de su amiga Harper Lee, Capote se embarcó en el relato de aquel oscuro asesinato en una apartada zona de Kansas. Durante seis años recorrió los escenarios del crimen, habló con los vecinos, los policías, los amigos, el juez y con los asesinos, Dick Hickock y Perry Smith, tan pronto fueron detenidos. Llegó a entablar con ellos una relación tan estrecha que, a petición de los mismos, asistió a su ahorcamiento.

Durante los tres años que permanecieron en el corredor de la muerte, Capote escribió dos cartas semanales, una para cada uno. Lo hacía como parte de su trabajo, indagar en la psicología de los asesinos, pero también porque sentía por ellos un gran apego. Sobre todo por Perry, en el que veía su propio reflejo oscuro. Reacio a narrar su vida, Capote no dudó en confiarle su pasado. “Fui hijo único y muy bajito para mi edad: siempre fui el más bajo de la clase. Cuando tenía tres años, mi madre y mi padre se divorciaron. Mi padre (que se ha vuelto a casar en cinco ocasiones) era un viajante de comercio y pasé gran parte de la infancia recorriendo el Sur a su lado. No era malo conmigo, pero nuca me gustó, ni entonces ni ahora. Mi madre, que sólo tenía 16 años cuando me dio a luz, era muy guapa. Se casó con un hombre moderadamente rico, un cubano, y después de cumplir yo diez años fui a vivir con ellos (casi siempre en Nueva York). Por desgracia, mi madre, que sufrió varios abortos y de ello resultaron problemas mentales, se volvió alcohólica y convirtió mi vida en una pesadilla. Acabó suicidándose (somníferos). Siempre fui una persona precoz, tanto intelectualmente como artísticamente, pero inmaduro a nivel emocional”.

 A sangre fría, de cuya narración está ausente el escritor, apareció primero en cuatro entregas, en octubre y noviembre de 1965, en The New York Times y se publicó a finales de enero de 1966 con gran resonancia. Esta crónica monumental de un crimen abrió un camino insospechado que emprendieron otros muchos escritores con notable éxito, desde Norman Mailer hasta Bob Woodward y Carl Bernstein. Capote no había inventado un género, pero había demostrado la inmensa potencialidad de una forma narrativa que bautizó como non fiction novel. Los que le siguieron hablarían de “novela real”, “novela periodística” o, como Mailer, de “la Historia hecha novela, la novela hecha Historia”. Da igual. La realidad es que tras las huellas de Capote se inició una marcha colonizadora de escritores que empezaron a buscar en las noticias material narrativo.

Durante el año de publicación de A sangre fría, los medios de comunicación se convirtieron en una gigantesca orquesta que sólo interpretaba Truman Capote. Estaba en todas partes al mismo tiempo: en la prensa, en la televisión, en los salones, en las cubiertas de los yates... A finales de 1966, celebró su famoso “Baile en blanco y negro” en el hotel Plaza de Manhattan. Al festejo, cuya cobertura fue similar a la de una cumbre entre el Este y el Oeste, acudieron Andy Warhol, los Sinatra, Norman Mailer, Tennessee Williams, los Rockefeller, los Vanderbilt, los Rothschild, junto a invitados de EEUU, Europa, Asia y América del Sur. Las mujeres debían asistir de blanco, los hombres, de negro y todos habían de cubrir sus rostros con máscaras, que hoy se encuentran en el Museo de la Ciudad de Nueva York. La elaboración de la lista de invitados levantó tal expectación que Capote bromeaba diciendo que se estaba ganando tantos enemigos que al final tendría que bautizar la fiesta “A mala sangre”.

 A sangre fría proporcionó a Capote una fama sin igual. Su versión cinematográfica, que dirigió Richard Brooks, fue también un éxito. Y, sin embargo, la novela trajo también sinsabores. Para empezar, nunca perdonó que Norman Mailer, y no él, ganase el Premio Pulitzer y el Premio Nacional de Novela por una ¡novela de no ficción!: Los ejércitos de la noche. No tardó en desahogarse: “Hubo escritores que comprendieron el valor de mi experimento y enseguida se dedicaron a emplearlo personalmente; y nadie con mayor rapidez que Norman Mailer, quien ganó un montón de dinero y de premios escribiendo novelas de no ficción (Los ejércitos de la noche, La canción del verdugo), aunque siempre ha tenido cuidado de no describirlas como “novelas de no ficción”. No importa; es un buen escritor y un tipo estupendo y me resulta grato el haberle prestado algún pequeño servicio”.

Pero A sangre fría resultó, sobre todo, traumatizante. Capote padeció una tensión inmensa durante los últimos años de vida de Dick y Perry. Deseaba que fuesen ejecutados para poner punto final a la novela y, al mismo tiempo, los lazos afectivos entablados pesaban excesivamente sobre su ánimo. Fue el destinatario de sus últimas palabras, asistió a su ahorcamiento, pagó sus lápidas. Demasiado tiempo, demasiado cerca. Se quemó. A sangre fría fue un best-seller, pero algo se rompió dentro de él. 


La época del latigo

“Nadie sabrá nunca lo que A sangre fría se llevó de mí. Me chupó hasta la médula de los huesos. Por poco acaba conmigo. Creo que, en cierto modo, acabó conmigo. Antes de empezar, yo era una persona bastante equilibrada. Luego, no sé qué me sucedió. Sencillamente es que no puedo olvidarlo, especialmente los ahorcamientos al final. ¡Espantoso!”.

La sombra de A sangre fría se proyectaría sobre el resto de su vida. Un tiempo que Capote marcaría con su propia divisa: “Soy alcohólico. Soy drogadicto. Soy homosexual. Soy un genio”.

Para su siguiente novela, Capote abandonó los ambientes marginales y dirigió su mirada al círculo de ricos y famosos donde se movía como pez en el agua. El libro, por el que firmó un sustancioso contrato, se llamaría Plegarias atendidas y Capote auguraba que supondría una nueva vuelta de tuerca a su concepto de novela de no ficción y una revolución literaria. En el prólogo de Música para camaleones escribía lo siguiente: “Durante cuatro años, aproximadamente desde 1968 hasta 1972, pasé casi todo mi tiempo leyendo y seleccionando, reescribiendo y catalogando mis propias cartas y las de otras personas, mis diarios y cuadernos de notas (que contienen descripciones detalladas de cientos de situaciones y conversaciones) desde el año 1943 hasta 1965. Mi intención era utilizar gran parte de este material en un libro que llevaba planeando desde hacía mucho tiempo: una variación de la novela de no ficción”.

Su editor sólo llegó a recibir cuatro capítulos. Capote los entregó asimismo a la revista Esquire, pensando que su aparición aumentaría la expectación, pero el resultado fue catastrófico. Todos sus amigos de la jet-set se enfurecieron al verse retratados y encontrar divulgadas historias que consideraban privadas, y le condenaron al ostracismo.

El escritor declaró que tal furor le dejaba indiferente. “¿Qué esperaban? Soy un escritor y me sirvo de todo. No se puede negar a un escritor el derecho a emplear la documentación que ha recogido como resultado de su propio esfuerzo y observación. Se puede condenar, pero no negar”. Pero la realidad es que no volvió a entregar ni una sola línea más a su editor, aunque anunció en varias ocasiones que acababa de finalizar el libro. Un capítulo pasó a formar parte de Música para camaleones y los tres restantes fueron recogidos bajo el título genérico de Plegarias atendidas. 

Capote mencionaba una crisis creativa y personal como razón de su abandono. Respecto a la crisis creativa, reivindicaba la necesidad de simplificar su estilo para adquirir “la sencillez y la claridad de un arroyo”. Y anunciaba que deseaba aplicar de forma simultánea todas las técnicas aprendidas en guiones de cine, obras de teatro, poesía, cuentos, novelas cortas y novelas a partir de entonces.

La crisis personal carecía de discurso, pero poseía una fuerza impetuosa que pronto arrasaría su creatividad y su propia vida.

“Lo único que puede destruir a un escritor realmente fuerte y con talento es él mismo”, había declarado Capote. Él se arremangó y puso manos a la obra. A principios de los setenta, rompió su relación con Jack Dunphy e inició una batalla salvaje contra sí mismo a base de alcohol, drogas, amantes sórdidos, depresiones, clínicas de desintoxicación, coqueteos con el suicidio...

Durante esos años, publicó varios libros, pero el contenido de la mayoría había sido escrito en los años cuarenta y cincuenta. Sólo Música para camaleones, que iba a ser editado en 1980, contenía material nuevo: una novela de no ficción corta (Ataúdes tallados a mano) y una serie de relatos.

Hizo dos breves apariciones en la pantalla. En ellas ya era evidente su deteriorio: Un cadáver a los postres y Annie Hall.

El prólogo a Música para camaleones finalizaba con un párrafo de negros presagios: “Aquí estoy en mi oscura demencia, absolutamente solo con mi baraja de naipes y, desde luego, con el látigo que Dios me dio”.

Truman Capote murió el 23 de agosto de 1984 en Los Angeles por una sobredosis. Le faltaba un mes para cumplir sesenta años.

 

Escrito en Lecturas Turia por Nuria Barros

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