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A veces

28 de febrero de 2014 08:20:55 CET

A veces

sueño que tengo

lo que ya no tengo:

la gaya fuerza del amor nuevo

dos rodillas de acero

el abrazo de los que desaparecieron

un círculo de fuego en el centro del pecho

 

Luego despierto

y camino hacia la cocina en

firme                           

               equilibrio

                                   precario

 

equilibrio. (Del lat. aequilibrium) m.

Estado de un cuerpo cuando fuerzas encontradas

que obran en él

se compensan destruyéndose mutuamente

 

Parece la sinopsis de una historia (lat.) de amor:

una novela, una película, una canción

La ficción exige equilibrio: colocar bien los troncos para que arda el fuego 

 

En la realidad, el equilibrio es diferente

Hay destrucción mutua pero no compensación.

El equilibrio, cuando se consigue, es raro

Tú me entiendes   

 

Para llegar hasta aquí,

en firme equilibrio precario,

yo también he tenido que sortear obstáculos

Algunos no pude esquivarlos

 

Las tres largas cicatrices de la rodilla izquierda

se tensan y destensan

como los hilos de los títeres

A su lado, expectantes,

las tres pálidas incisiones de la rodilla derecha

siguen su paso

siempre a punto para el dibujo en el aire de la caída

   ¡ay!

como una alegre pirueta

 

Mis andares siempre esconden la posibilidad de un zapateado

con quejío y saludo desde el suelo del escenario

 

El pasillo

como todos los pasillos que salen de un dormitorio

es largo

Hay tiempo para vislumbrar

por las puertas entreabiertas

las cartas las fotos los regalos

la novia de papel con su velo blanco

el muñeco de madera que la sujeta con sus largos brazos articulados

el ramillete de cera

 

Hay tiempo para percibir

por el rabillo de la nariz y del tacto

las grietas los rotos las ausencias las preguntas sin respuesta las respuestas sin pregunta el olor estancado los ceniceros sucios el ordenador de mesa apagado el ordenador portátil cerrado los papeles las facturas las notas los relatos inacabados las ideas apuntadas

 

Apunte:

Hay papeles suficientes para empapelar la casa y nivelar el gotelé hasta eliminarlo

 

Apunte:

Los papeles son como los insectos: en pequeño número interesan, muchos asquean

 

Apunte:

Cuantos más (papeles) menos (esperanzas)

 

Apunte:

Papeles de mal agüero

 

Avanzo por el pasillo

moviendo las escamas de mi vida

Soy Piscis

Un pez mira a oriente

Otro, a poniente

No siempre es fácil alcanzar un acuerdo

 

Mis rodillas también son Piscis

Una mira hacia delante

Otra, hacia el suelo

Una avanza marcial

Borracha, la otra se tambalea

 

Un café basta para recordar la estrategia

Lo invisible es siempre más peligroso que lo visible

Lo invisible gusta de la gente parada, sentada, tumbada

Hay que moverse

 

Hago planes:

Durante el día

papeles comida comprar nadar papeles cena

Durante la noche

hacer el amor si tengo ganas o tengo suerte

Dormir. Para eso siempre tengo ganas no siempre tengo suerte

 

Apuro el primer café mientras escucho

la corriente sorda del miedo

Y pido con el segundo café el olvido del superviviente

Escrito en Lecturas Turia por Nuria Barrios

El último viernes

28 de febrero de 2014 08:17:58 CET

En cuanto lo hicieron pasar, Carner comprendió que aquel viernes iba a ser distinto. Creyó recordar tímidas premoniciones, trató de protegerse despidiéndose de la larga sala de espera que acababa de dejar, de la noche o el día eternos que imponían los tubos fluorescentes, de la humanidad pobre y silenciosa que se rozaba los hombros en los bancos sin respaldo, conservando rígidos los cuerpos durante horas, temiendo que su abandono significara la renuncia a su esperanza.

Se despidió de tantas semejantes, confundibles tardes de viernes que había elegido para visitar a Miller o ya, desinteresadamente, para visitar la Jefatura, atravesar el saludo de policías de uniforme; y perder la noción del tiempo entre los hombres y mujeres que llenaban la sala de espera, sin rostros, sustituibles, tal vez diferenciados en secreto por anécdotas de la desgracia.

Había elegido los viernes porque era su día franco en el diario y porque Hilda lo usaba para ir a la iglesia. Había olvidado la probabilidad de un gran empleo en provincias, y gastaba en paz los viernes oyendo fanfarronear a Miller, fumándole los cigarrillos, midiéndole la miseria, haciéndolo feliz con su atención y aceptándole los billetes doblados que le ponía en la mano al despedirlo.

Comprendió que aquel viernes iba a ser distinto, y acaso el último, porque Miller modificó de manera absoluta la farsa de la recepción y también el papel que le había asignado. No lo esperaba sonriente en el medio de la habitación, pequeño, cordial, gordo, juvenil,  alargando los brazos para tomarle una mano y palmearla mientras recitaba con lentitud su discurso de bienvenida y sorpresa, en el que las erres inevitables arrastraban su húmeda blandura. El Miller de aquella tarde estaba sentado detrás del escritorio, fingiendo leer y corregir, en mangas de camisa y sin corbata, sudando apenas en el primer calor de la primavera. “Me va a decir que es inútil que siga viniendo, aunque hace tantos viernes que no hablamos del empleo ni pensamos en él. No va a cumplir con la cuota semanal, no me va a dar un solo peso, justamente hoy, la primera vez que hice planes contando con los billetes colorados”. Carner armó una sonrisa tranquila, indiferente, y estuvo esperando a que el otro lo mirara; dos pisos más abajo, en el patio embaldozado, sonaron botas, culatas, órdenes, removiendo el aire tibio de la tarde que empezaba a declinar, asustando a los insectos que anidaban en las hojas muertas de la victoria regia.

- Siéntate —dijo Miller sin alzar los ojos.

Con calculadora violencia, Carner tiró el sombrero sobre el escritorio y ocupó la silla de brazos. Alzó la tapa de la pesada caja de madera siempre llena de cigarrillos ingleses, tomó uno y la dejó abierta. Tironeó la cadenita del encendedor del escritorio y sopló el humo hacia delante, hacia la cabeza inclinada y redonda, de pelo rubio y escaso. Miller cerró la carpeta e introdujo de nuevo la lapicera en el tintero; miró la caja de cigarrillos abierta y eligió uno.

- Gracias —dijo con ironía y sin sonreír. Lo encendió con un fósforo, recostó la cabeza en el respaldo de cuero del sillón y chupó el cigarrillo, una vez, con los ojos cerrados, sin tragar el humo. Luego abrió los ojos y estuvo examinando la sonrisa de Carner, ya un poco ajada, desprovista de sentido visible.

- ¿Qué te pasa?—preguntó.

- Nada —dijo Carner—Vos sabés que hace años que no me pasa nada, nada que importe de veras. Pero soy feliz, por si vas a preguntarlo. Me cago en todas las cosas---- y en todas las cosas que se te puedan ocurrir. Prontuario de Carner, José, de treinta y un años de edad, casado o viudo, periodista.

Entonces Miller sonrió, pero era la sonrisa dulzona, retrospectiva y deliberadamente nostálgica de las tardes de viernes. “Así debe sonreír cuando un pobre infeliz, sentado en esa silla empieza a mentirle para salvarse. Así, con paciencia y seguro, agradeciendo al Dios de las tribus en que debe seguir creyendo—y sino él, los ---------- del padre y del abuelo que le quedaron como rastros de barba—estar en ese lado del escritorio y no en este, y creyendo también que lo merece.

- Apasionado y no del todo exacto—dijo Miller y se inclinó para acercarle un cenicero—Treinta y dos años. Y la profesión declarada parece no ser la única. No se trata de full-time. Muchas veces hablamos de Hilda, de una mujer llamada Hilda.

- Sí. Muchas veces. Vive conmigo, vivo con ella, vivimos juntos. ¿Qué pasa con ella?

- Poco, nada extraordinario. Hasta llegaría a decirte que no pasa nada si no fuera tu mujer.

- Mi mujer—Carner rehizo su sonrisa, clara, insultante, pero no estaba dirigida a Miller—Nunca tuve, conocí o toqué a una mujer que fuera mi mujer. Hay una pieza de pensión que pagamos a medias, dormimos juntos, suceden con frecuencia momentos que me autorizan a decir sin mentira que vivimos juntos. En uno de ellos pensaba cuando lo dije recién. Puedo contártelo. O tal vez me ordenes que te lo cuente, comisario.

Miller echó la cabeza hacia atrás y contempló al otro desde el respaldo, hizo con los labios una mueca dulce y misteriosa.

- Me impresiona haberlo sabido hoy—dijo—las  coincidencias me llenan de sospecha. No traté de averiguarlo, vino sólo. ¿Hilda Montes? Libertad 954. El informe dice, sin originalidad, que ejerce la prostitución. Y al parecer el 954 no contiene más que prostitutas y cafishios. Tu casa.

- Vivo ahí. En el F del segundo piso. Hasta te invité, creo, a que fueras una noche. No me importa lo que haga Hilda para ganar dinero. Es decir, no me importa en ningún plano moral. En el plano que cuenta, me interesa, la escucho y a veces le hago preguntas. Tampoco es por razones morales que pago la mitad del alquiler y como de mi dinero. Algunas noches, es cierto, y también por coincidencia en noches de viernes, salimos de paseo y ella paga todos los gastos. Si la quisiera, viviría sin escrúpulos del dinero que gana. Sólo un imbécil, y no lo sos de esa manera, podría creer que exploto a una puta habiéndome mirado una vez el traje, la camisa, los zapatos . Todo esto es ridículo y aburrido. A vos, pienso, debe bastarte con mirarme la cara.

Miller tosió el humo y se puso a reír, nervioso, entornando los ojos, mostrando los blancos dientes de muchacho. Se puso de pie, rodeó la mesa y apoyó una mano en la espalda de Carner.

- Es la maldita coincidencia—dijo –Bendita, si preferís. Ya veremos.

- Sí. Y la coincidencia de que sea éste el primer viernes que vengo a visitarte pensando en los veinte pesos habituales, con un destino concreto para ellos.—La presión de la mano fue sustituida por una palmada; Miller caminó lentamente y acomodó una nalga en la esquina del escritorio. Encendió otro cigarrillo y estuvo mirando con una novedosa curiosidad la cara flaca y oscura de Carner.—Esta  coincidencia y la de que Lucía se esté muriendo. Con diez pesos iba a comprar un libro de posturas para mirarlo esta noche con Hilda. Los otros diez los iba a guardar, no por mucho tiempo, según me avisaron, para comprarle flores a Lucía. Esta es la coincidencia de hoy; no es plata el contraste del destino de los dos billetes de diez pesos que esperaba. Recién ahora pienso en eso y me resulta natural, gris, desprovisto de trascendencia.

Sonó un timbre en el escritorio y Miller dijo una palabra sucia.

- Esperá —Fue a ponerse el saco y la corbata, salió por la puerta del fondo, de madera pesada y brillosa, rodeada por el panel trabajado y profundo.

Entonces Carner se apoyó en la mesa y pensó sin amor en el viernes, en el reiterado, escondite idéntico y cambiante viernes que acababa de terminar para siempre.

 

NOTA:

El manuscrito está acompañado de unos apuntes de Onetti:

 

1)¿Fue el mismo día del entierro de S.- calor, humedad, y B. es allí, en la casa mortuoria, un desconocido- que B. Concurrió al departamento de Policía, donde lo habían citado para su empleo?

Si aceptamos esto tendremos:

a)...

 

2) Pastor y su mujer, (no ella; el capitalista, gentleman calvo en franela gris, suave) como primera tentación divina.

 

3) En el interrogatorio a la mujer fea, cuando ella está cansada, el placer de depositar en ella cualquier cosa, que ella acepta, el placer de construirla. Como en el amor. Su fealdad, ancha.

 

 

UN CUENTO INÉDITO DE ONETTI

 

María Isabel Onetti (“Litty”), hija del escritor Juan Carlos Onetti, entregó el pasado 21 de marzo un manuscrito inédito de su padre a la Biblioteca Nacional de Uruguay, donde se ha constituido un archivo personal donado hace dos años por su viuda, Dorotea Muhr. En una ceremonia en la que participaron la ministra de Educación y Cultura, María Simón; el director de Cultura, Hugo Achugar, y el director de la Biblioteca Nacional, Tomás de Mattos, "Litty" Onetti subrayó la importancia del cuento “El último viernes”, redactado alrededor de 1950, que se está deteriorando pues: "Está escrito a lápiz y se está diluyendo, se está deshaciendo mientras hablamos; por eso, qué bueno que tenga su refugio en esta casa". Por su parte, el Director de la Biblioteca afirmó que "no estamos ante un borrador de una obra importante del escritor, es el primer esbozo de una narración, que no fue publicada porque Onetti consideró que no tenía los valores requeridos para ser editada”.

 

Escrito en Lecturas Turia por Juan Carlos Onetti

Sperat Lucem

26 de febrero de 2014 08:56:40 CET

Se ha colgado del techo en un segundo

y extraña es todos los días esta vida:

Imágenes y dolor y tantas letras.

No va más, se dijo, y se colgó.

 

Pasa la tarde y esta muerte rebosa

y se oscurece y es más densa.

Qué lejos las playas de las tortugas

y los cantos de los indios en la sierra.

 

Árbol y flor bajo una capa parda,

miradas que cerraban los labios,

las piedras puntiagudas del camino

y ese sol azul que borraba el cielo.

 

Ahora todo es una habitación,

aislada, sin puerta a la calle,

el soplo aturdido del silencio,

unos ojos sin vida ya muy cerca.

 

Y, como cada cuerpo es un tesoro,

sólo el aire lo posee y lo alimenta:

no le deis tierra ni caja ni fuego

y dejad que se pudra donde quiso.

 

Escrito en Lecturas Turia por Javier Barreiro

Exiliados

25 de febrero de 2014 11:54:35 CET




a Rodolfo Guzmán




 

 

Solían reunirse

 

Detrás de las puertas oxidadas

de la ciudad, en la intimidad de las casas

 

y jardines

cuyas flores se abrían a la Luna

 

Entre daguerrotipos y un tarot antiguo,

los relatos

 

y la búsqueda de los mapas

 

que había dejado el poeta antes de morir…

Escrito en Lecturas Turia por Juan Carlos Galeano

Al alba, a coger agua

25 de febrero de 2014 00:00:00 CET









A Javier Lostalé

 

A este aljibe escondido

en este pueblo anclado entre los cerros

al que llaman El Oro,

venimos a por agua cuando el día

no puede todavía acompañarnos.

 

A coger agua vamos dos amigos.

Y ayer nos esperaba,

bebiendo entre sus manos agualuz,

un hombre con los años

de un olivo reviejo, con el lomo

tan doblado que hubieran

podido bendecirse en ese altar

el pan de cinco vidas y sus vinos.

Nos dio los buenos días

como ya no se usa, pues los daba

porque en sí los sentía y eran suyos.

 

Un alma como aquella,

toda puesta en los ojos,

tan magra y tan sencilla como el codo

que le vimos al viejo y parecía

higo agostado o cáscara de nuez,

¿dónde puede encontrarse?

Nos halló en lo apartado, dijo poco,

y para qué, si estábamos queriéndonos

junto al agua que canta de la fuente.

 

No he visto más ilustre inteligencia:

asida a su garrote,

se inclinó la bondad a coger agua

y nos llenó con nada, con mirarnos,

como sólo ella sabe de alegría.

Escrito en Lecturas Turia por Vicente Gallego

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