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Configurar sentido descendente

Insomnio

15 de enero de 2014 09:41:03 CET

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Entre la carne

líquida 

a tientas

Hurgar –jugos–

a oscuras no la

claridad

 

Ver / Hilos antiguos

reteniendo

atrás

el cenagal

 

(La más antigua)

(Esa) conciencia

–¿conciencia?–

atención tal vez

la más antigua

 

–los muelles de un

camastro

tras la pared vecina:

reintegro a lo percibido

la inmediatez del aire

constatar

 

la calma entre

los huesos

agradecer

la tregua

 

 

 

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Chantal Maillard

Desempleo

14 de enero de 2014 08:26:44 CET

 

 

 

 

 

 

 

Sólo de ti podría enamorarme

porque no has hecho casi nada,

tú que tampoco fuiste monitora

de natación.

 

Practicas un ahorro estético

que no consume apenas.

Basta el cielo de azulejo,

la flor escuetamente blanca.

 

El vivir es un lujo para quien

no tiene familia

ni es un trepa.

 

Un poema es un frankenstein

cosido a una caducidad sublime

y éstos de aquí no somos tú ni yo.

Nosotros no existimos,

 

pero salimos juntos de un hotel

más felices que nunca: amarilla la rúbrica

del rombo de tu falda, tostadas con tomate,

aceite con hinojo.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Carlos Pardo

Gajes del oficio

14 de enero de 2014 08:19:01 CET

 

Vive en paz contigo y con el mundo.

Rehuye al enemigo. Esquívalo.

Si te ataca a muerte, destrúyelo.

Minamoto Yorimoto (shogun y monje zen)

 

En la cornisa de la planta decimotercera, a casi cuarenta metros de altura, un hombre de mediana edad intenta conservar el equilibrio para no caer antes de tiempo; para no caer antes de que se reúnan numerosos testigos de su tragedia final. Para no caer al vacío, así es como se dice, y así supone Estrada que se pondrá en el diario. El vacío; cayó al vacío ante la mirada atónita de la multitud, dirá el diario. Pero eso lo pensará Estrada poco después. Aún no ha advertido la presencia del hombre en la cornisa y de momento sólo piensa que está en las últimas y que se irá a dormir sin cenar, porque Estrada se preocupa por la cena cuando aún no son ni las siete de la tarde, y no es que tenga hambre. Todavía no, pero le aterra irse a la cama con la tripa vacía, aunque ahora mismo la tiene llena de cerveza, que se bebió dos jarras y en ellas gastó las últimas monedas. Por eso está tan panzón, se dice; por la cerveza y por ese hábito de irse a dormir con la tripa llena. Lahite se arrojó al vacío, pensará Estrada que dirá el titular, y debajo las fotos. Tres fotos: una con Lahite todavía de pie sobre la cornisa, las palmas pegadas a la parede; otra con Lahite despatarrado, en el aire, entre la planta novena y la octava. Esa foto hará historia: el gran Lahite, el famoso Lahite, cabeza abajo camino de la muerte. Y la tercera foto: Lahite reventado en la acera, quizá con los brazos en cruz. Y un charco de sangre; la gente en derredor; mucha sangre, mucha sangre. Algunos pisarán el charco pringoso.

 

Cien mil. Al menos tendrán que pagarle cien mil por la exclusiva. Y un contrato. Es lo más importante: un contrato por cinco años, como poco. Un contrato blindado. Tendrá que averiguar qué es aquello de los contratos blindados, los de los altos directivos. Todo eso pasará por su cabeza dentro de un rato, ya que todavía no ha visto a  Lahite instalado en la cornisa. Hasta el momento nadie ha visto a Lahite instalado en la cornisa, así que Lahite aguanta sin testigos.  De ningún modo quisiera suicidarse al margen del espectáculo, para eso más vale seguir viviendo, piensa Lahite. ¿O no? ¿Y si se arroja sin más? Como quiera que sea el suicidio dará mucho que hablar, prevé, y aunque por el momento su presencia pase inadvertida, cuando rebote contra el pavimento la humanidad se enterará. Tomarán fotos de su cuerpo roto y darán la noticia en todas las cadenas de televisión. Mañana saldrá en todos los diarios. Grandes titulares: Lahite se suicidó. Comentarán que era previsible y que se hubiera podido evitar de habérsele dado el lugar que le correspondía por su importancia y sus grandes méritos artísticos, políticos y sociales que sin duda le hacían merecedor de la gratitud pública. De pronto Lahite se tambalea y está a punto de caer. Se pega aún más a la pared y evita mirar hacia abajo. No vale la pena suicidarse sin testigos, vuelve a decirse, aunque lo contemplen miles de ojos una vez muerto él no sabrá del pesar de sus incontables admiradores. Un cuerpo muerto no se ve ni oye ni nada de nada.

 

En la planta decimotercera del inmueble de enfrente -un edificio de oficinas comerciales-, la empleada de una financiera, que ha dejado su puesto antes de tiempo, se rasura el vello de las axilas ante el espejo del lavabo de mujeres. Se encuentra desganada, sin ánimo para atender al público y deseosa de que llegue la hora de irse a casa, tomar un somnífero y meterse en cama con su marido para que éste se desfogue a gusto antes de que la droga comience a hacer efecto. Cuando empieza a ocuparse de la axila derecha gira la cabeza y a través de un ventanuco alcanza a ver a Lahite haciendo equilibrio en la cornisa. Da un chillido y enseguida se asoma al vano y le suplica a grandes voces que renuncie a su propósito. Lahite se sobresalta y vuelve a estar a punto de caer. Cuando recupera el equilibrio le grita a la mujer que su decisión es irrevocable. Así es como lo dice: “Mi decisión es irrevocable, señora”. Se lo dice sonriente: Lahite siempre sonríe cuando tiene público; no deja de hacerlo ni siquiera mientras hace equilibrio sobre una angosta cornisa. También le informa de que cuando acabe con su vida todos sabrán quiénes tienen la culpa. El volumen de su voz se impone al estrépito de los bocinazos y el rodar de vehículos y es oído allá abajo por unos pocos transeúntes, entonces se escuchan exclamaciones y alguien dice “Pero si es Lahite”.

 

“Hay que saber perdonar, señor Lahite”, grita la mujera. Ahora sabe que no tomará el somnífero y que tendrá tema de conversación con su marido a la hora de la cena porque ha decidido que esa noche, excepcionalmente, cenarán los dos. “Hay que saber perdonar”, repite, y a falta de otros argumentos pregona que mientras hay vida hay esperanzas. “Usted qué sabe”, responde Lahite -sin dejar de sonreír-, y son muchos ya los que oyen el diálogo y contemplan al presunto suicida que hace equilibrio en la cornisa, entonces Estrada, que aguardaba el cambio de luces del semáforo para cruzar la calle, alza la vista y sigue la dirección de las miradas. Pero si es Lahite, se dice. Movido por los reflejos de años de profesión se lleva a la cara la cámara que le cuelga del cuello, enfoca al hombre de la cornisa, ajusta la distancia, abre el diafragma sin dejar de tener en cuenta que el cielo está encapotado y oprime el obturador al tiempo que da salida a los ensueños: el gran Lahite en la cornisa minutos antes de arrojarse al vacío. Esa foto cambiará su vida, imagina Estrada, porque Lahite es noticia desde muchos años atrás. Más de veinte, recuerda. Estrada todavía era un niño cuando empezó a oír ese nombre. Lahite en las pantallas de televisión y en las pancartas más visibles de la ciudad; Lahite en las portadas de las revistas semanales; Lahite en las primeras planas de los diarios de mayor circulación. El estilo Lahite; las mujeres de Lahite; Lahite actor; Lahite director de cine; Lahite político; Lahite hombre-escándalo. Lahite, Lahite, Lahite.

 

Un relámpago convulsiona la escena y disipa fugazmente las primeras sombras del nuboso atardecer. Mejor será que no empiece a llover todavía, reza Estrada. Al menos que no llueva antes de que Lahite decida saltar. Calcula el lugar en el que capturará la imagen principal: será a la altura del piso octavo. Lo ideal sería cazarlo en el tercero o el segundo -mucho mejor enfoque-,  pero deduce que al llegar a ese nivel el cuerpo habrá cobrado excesiva velocidad y entonces podría perder la foto. Dios no lo quiera.

 

Otro relámpago y caen unas pocas gotas. Sí, es casi seguro que lloverá, de modo que será mejor que tome más fotos mientras haya buena visibilidad, piensa, y se dispone a disparar de nuevo, pero en ese instante recuerda que el carrete que carga en la Nikon está casi en el extremo final, maldita sea. Mira el contador de vistas y comprueba que apenas le queda película para otras tres fotos. Vuelve a rezar: por favor, Virgencita, que Lahite se tire ya. Ahora se recrimina por haber tomado tantas instantáneas inútiles durante la primera parte de la tarde. Pero, ¿cómo hubiera podido saber que en unas horas se presentaría la oportunidad de su vida? Antes del mediodía le avisaron en la redacción del diario que prescindirían de sus servicios. Sí, que estaba despedido. Se lo anunciaron en el peor momento, cuando se le habían acabado las reservas monetarias. No se le ocurrió nada mejor que ir a un restaurante: Estrada sabe que aunque la panza se llene el corazón no siempre se contenta, pero conoce que mientras dure la digestión uno se preocupa algo menos. Después de comer deambuló por esas calles y a fin de matar el tiempo cargó su último carrete para tomar fotos de fachadas, muchas fotos; esa misma tarde llevaría la cámara a una casa de empeños.

 

Le dijeron que para aceptarle la cámara debía traer el recibo de compra. Él no lo tenía (vaya a saberse adónde había ido a parar el recibo). No había caso: sin recibo no le daban dinero. En vista de los resultados Estrada decidió gastar sus últimas monedas en cerveza: panza llena corazón contento. Pero ahora tiene a Lahite en el visor y se alegra de conservar la Nikon al tiempo que lamenta no haber gastado el último dinero en un rollo de película. Para colmo, la que carga en la cámara es de 100 asa, buena para la intensa luz del mediodía, pero a las siete de la tarde ya es otra cosa, sobre todo con el cielo encapotado; sobre todo si para captar el cuerpo en caída deberá ajustar la velocidad al máximo. Necesitaría algo más de luz. Pero, en fin, abrirá el difragma a tope y que sea lo que Dios quiera, y quiera Dios que Lahite se arroje pronto al vacío, al menos antes de que oscurezca del todo o de que aparezcan otros fotógrafos, porque si Lahite demora en decidirse el lugar se llenará de representantes de los medios y él habrá perdido la exclusiva. Mientras no ocurra semejante desgracia Estrada continuará alerta, sin bajar la cámara ni dejar de apuntar a Lahite; sin dejar de rezar para que todo salga bien y no se presente la competencia, y sin dejar de anticipar con la imaginación el venturoso porvenir que podrá traerle la instantánea de Lahite en plena caída. Se ve a sí mismo al volante de un convertible. Pero antes de comprarlo irá a que le hagan una liposucción. Delgado y con un coche nuevo tal vez pueda recuperar a su esposa. La irá a buscar y le pedirá una nueva oportunidad; Rosa se mostrará maravillada con el nuevo cuerpo de Estrada: cuerpo exento de michelines. Y le encantará el nuevo coche claro. Después una nueva luna de miel. Tal vez se planteen tener  uno o dos hijos, entonces Rosa no volverá a abandonarlo. A Lahite también lo dejó us última mujer, fue lo que se dijo en la prensa. Otros hablaron de un desaire del Ministerio de Cultura, pero asimismo se mencionó que le habían rescindido el contrato en la televisión, lo comentan los que se encuentran próximos a Estrada entre la multitud que aguarda la decisión de Lahite.

 

El hombre de la cornisa tarda en decidirse. Se ha atrevido a mirar hacia abajo y cree haber descubierto en las caras de la gente el deseo de que se arroje, si serán jodidos. Lo que pasa es que el personal es sádico y a fin de cuentas va a resultar que me quieren muerto. Público ingrato. Y pensar que le dediqué los mejores años de mi vida. Un grupo ha comenzado a gritar su nombre y a hacer rimas: “Lahite, locuelo, que vas a dar al suelo”. Enseguida son muchos los que corean el estribillo. Se escuchan carcajadas y chuflas. Alguien se asoma a la ventana contigua y empieza a sermonear al aspirante a suicida. Tiene expresión grave y viste clerygman y alzacuellos blanco. ¿Se dejará influir Lahite por la palabra de un sacerdote?, se pregunta Estrada. Quiera Dios que no, reza. Quiera Dios que se tire de una vez por todas, y si lo hace que sea antes de que venga la competencia, antes de que oscurezca y antes de que rompa a llover. ¿Qué le estará diciendo el cura? ¿Le hablará del pecado del suicidio y el destino infernal que espera en la otra vida a quienes lo cometen? ¿O será un curita moderno con ínfulas de psicólogo, y le hará ver que casi todos los que miran a Lahite desde la calle están esperando a que se mate? “No les des el gusto, hijo. No te arrojes, aunque no sea más que para no darles esa satisfacción”. Acuden a la memoria de Estrada escenas de la etapa de su infancia en la que hizo de monaguillo y del tiempo que estuvo interno en un colegio religioso.

 

Qué sé yo qué me dice este cura –farfulla Lahite en la cornisa-; habla tan bajito que no alcanzo a oírlo, sobre todo con el griterío que llega desde la calle.

 

Quiere convencerlo para que no se tire, se lamenta Estrada. El cura maldito quiere convencerlo y me está jodiendo la vida. Claro, los curas no tienen problemas para llenar la panza; ellos viven a costa del Estado y los feligreses. Un cura nunca se queda sin trabajo; si conoceré yo a los curas.

 

Estrada advierte que ha llegado otro fotógrafo. Lo conoce: es Valiellas, trabaja en un diario de gran tirada. Así pues, se acabó, se dice: ya no hay exclusiva. Sin embargo, tal vez todavía haya una oportunidad. Sí, puede que la haya, porque Lahite sigue en la cornisa y cuando decida dar el gran salto podría suceder que Valiellas se distraiga. Si tuviera esa suerte él podría ser quien se lleve la exclusiva. Dios así lo quiera.

 

Lahite vuelve a mirar hacia abajo y alcanza a ver los dos fotógrafos. Ya deben haberme sacado fotos, se dice. Mañana saldré en todos los diarios. Ahora puedo tirarme. Pero esperemos un poco más: aún no ha llegado la televisión.

 

Suena el ulular de un coche de patrulla y, enseguida, la sirena de una ambulancia.

 

Llegan más policías y empujan a la gente para despejar un espacio destinado a que los bomberos puedan desplegar la lona que, con suerte, suele atajar a los suicidas antes de que toquen el suelo. Pero los bomberos todavía no han aparecido. Retumbe un trueno y comienza a llover con fuerza en el instante que a bordo de un minibús se presenta un equipo de cámaras de televisión. Virgencita, no dejes que me jodan la exclusiva, lloriquea Estrada en su fuero interno.

 

Ahora o nunca, se dice Lahite cuando lo enfocan media docena de rutilantes reflectores. La lluvia y un potente relámpago seguido de un trueno explosivo ahuyenta a muchos espectadores. Este es el mejor momento, trata de convencerse Lahite: nada más adecuado que morir en medio de una tormenta, pero será mejor hacerlo antes de que el público se aleje.

 

Este es el mejor momento, Virgencia, exhorta Estrada, dale valor a Lahite. Los focos iluminan con perfección a su objeto y Estrada considera que la lluvia otorga a la escena una textura muy adecuada para conseguir la foto más dramática de su carrera; la ansiada exclusiva si se diera el caso (afortunado), Virgencita, de que Valiellas se distrajera en el momento preciso y la instantánea fuera suya; sólo suya. Pero no sucederá si Lahite cambia de parecer o si el cielo se desploma, como de hecho está ocurriendo, porque de repente la lluvia se hace granizada y desde las alturas han comenzado a precipitarse formidables trozos de hielo que golpean la chapa de los automóviles, las cabezas de los espectadores y los reflectores, haciendo que revienten envueltos en humo mientras Lahite, empapado y acribillado por el intenso granizo, emprende el regreso y camina con precaución por la cornisa para alcanzar la ventana y la mano comedida y protectora del buen cura.

 

Estrada guarda la cámara con el temor de que el granizo la haya estropeado. Lo comprobará más tarde, cuando se encuentre bajo techo. Después intentará dormir. No será fácil con la tripa vacía.

Escrito en Lecturas Turia por Lázaro Covadlo

El compartimento de la vida

13 de enero de 2014 08:48:27 CET

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

(Entradas de un diario)

ESTRATEGIA 

Es para De Certeau el cálculo o manipulación en las relaciones de poder, que siempre se producen si el sujeto, o el negocio, o la ciudad consiguen ser aislados. ¿Hay algún lugar que podamos simular como propio inmune a la estrategia de los otros? Tan ajenos como extraños, todos nos son competidores, clientes o enemigos, y el campo que rodea la ciudad nos parece sólo un vertedero.

 

(Tren Cáceres-Madrid, enero de 2004) 

EN EL SUR 

Penetra en el gentío con su olor, entre plomo, chirridos y bocinas, insultos y gaviotas. Camina hacia la negra escollera junto al mar, y su olor penetra en el asfalto derretido, en la salmuera. El agave brota entre las peñas, las palmeras parecen ambarinas. Es el tiempo de las moscas, y pronto el de la almendra. La tarde va cayendo desde el este y el mar meridional se vuelve rojo rojo.

 

(Sines, verano de 2004) 

 NOCTURAMA 

La fotografía es de ese lugar, Piazza del Plebiscito, Ancona, en el 94, mes de agosto, el día 22. Nadie va a reconocerte, pero eres tú (el matadero: solar abandonado y con yerbajos, el cadáver tan desnudo), la misma que sonreía meses antes y que decía entre martinis la gente nunca es del todo mala (también hay fotografías de esas noches). ¿Adónde van los amantes cuando mueren?, preguntabas. En la foto están los Lugares Geométricos de la Vida de los que no supe apartarte. Nadie me tomará ya por un héroe: yo no he muerto.

 

(Roma, noviembre de 2005) 

ESPEJOS 

Ves el reflejo de tu madre cuando te miras, la pesadilla de un cáncer que madura a los treinta y el miedo a la cáscara abierta de una nuez, que parece el vaciado de un cerebro. El tiempo ya está yendo hacia atrás.


(Cáceres, febrero de 2004) 

ROPA

(después de stephen morrisey

Me he vestido con la ropa de los muertos: la cazadora de un tío de mi madre, raída ya cuando él murió. La gabardina de mi abuelo, esa de bolsillos remachados, y una camisa suya que nadie quiso. Las bufandas de mis primos; sus camisas desteñidas por lejía. El pantalón negro, de alguna boda, que fue de Juan, y una corbata también de Juan. Fueron una segunda piel para todos ellos, y yo las heredé como se hereda todo lo que solemos llamar inevitable. Pero no sirvieron luego como buenos trapos: desgastadas, tan parte ya de mi nueva vida. Ahora no sé usar mi propia ropa: el pantalón azul, el abrigo gris: regalos de Año Nuevo.


(Cáceres, febrero de 2005)

CONSIGNAS

¿Se enfrenta con apatía a su trabajo? ¿Tiene el estómago débil? ¿El futuro no es lo que soñaba? No mire sólo en una dirección, Despierte a su gente, De nada valdrá conspirar. Es robado por todas las cosas que roban su tiempo (x años pagando hipotecas, x años tomando medidas). Pida menos distracciones. O pida todas las distracciones. Sea consciente: esto es una declaración. 

El mundo entero late bajo nosotros.


(Barcelona, enero de 2005)

VIBRATO 

La voz de plomo y ese aspecto punk recién levantada. La noche de un día duro de ¿1990? Tenías diecinueve, y la vida, me dijiste, aún te ahogaba. En Cádiz paseabas ajena a los marineros que silbaban o hacían fotografías a otras chicas. Y soñabas por la calle con nuestro poeta favorito por entonces: Delmore Schwartz. Tus armas: la ironía y la distancia; luego el sida, que bastó para apartarte de nosotros, como una bomba en el paseo principal: excavando tierra muerta, extrayendo un déjala, vámonos, se ha vuelto loca. Y tú, sin más palabras: sólo “Soy hermafrodita desde ahora”. Era un juego surrealista y sonaba pretencioso, pero tu voz era un cuchillo y fue afilándose con el tiempo. Como en la versión que me grabaste de las canciones de Diamanda Galas.


(Cádiz, junio de 2004)

EL VERDADERO PAUL 

Hablar de Paul Celan resulta ya tan tópico. Valente dejó escrito: “La voz de Paul Celan ha bajado a la noche”. Punto en boca... Pero hoy quiero convocar la voz de Paul Antschel, su verdadero yo, ese desconocido para todos, hermano nuestro verdadero, de carne y huesos y de piel, aquel que su dios creó a su semejanza y no como a un golem hecho sólo de palabras misteriosas. ¿Qué sabía él de Hebras de sol por encima del yermo gris oscuro?, ¿del Pensamiento tan alto como un árbol?, ¿del Sonido de la luz o de Ser para la muerte? ¿Quién fue, Antschel o Celan, el que escribió Todavía quedan canciones que cantar más allá de los hombres?


(Cáceres, septiembre de 2005) 

PATATAS 

Miraba a esa gente que busca alimento en la calle y luego pensaba ¿qué pasa en los campos de trigo?, pero encontré estas patatas en forma de corazón. (Nada es dejado al azar.) Hay un camino delante: en los mercados abiertos, entre los puestos de ropa de marcas falsificadas. (Nadie es dejado al azar.) En los suburbios no quedan chabolas ni perros salvajes. ¿Y el precio de un huevo, de un anillo de oro? 

La belleza se encuentra donde nadie la ve.(


(Madrid, septiembre de 2005) 

SEMPRONIO REVISADO 

Lee más adelante, vuelve la hoja. Leerás que fiarse de lo temporal o dejarse ir en la tristeza es la misma locura. Y si en el contemplar está la pena del amor, en el olvidar está el descanso. Finge consuelo y alegría, que muchas veces al fingir conseguimos que todo esté de nuestro lado. Pero no para cambiar la verdad, sino para moderar nuestro sentido y dar juicio a nuestro juicio.

Escrito en Lecturas Turia por Julián Rodríguez

Entre las múltiples distracciones que se dan en la casa familiar de Boris Vian a finales de los años treinta, principios de los cuarenta, figuran los “bouts rimés”, poemas compuestos a partir de un tema preestablecido y con un conjunto de rimas conocidas de antemano. Estos fragmentos rimados, cuya invención se atribuye al poeta Dulot en 1648, se convierten durante los siglos XVII y XVIII en un verdadero entretenimiento aristocrático. Coincidiendo con esta época de su vida, sin duda influenciado por un arte de versificar firmemente entroncado en la tradición poética francesa, Vian comienza a escribir sus Cien sonetos, publicados íntegramente en 1984, cuarenta años después de su composición. Las frecuentes alusiones que se encuentran en ellos, con poemas dedicados a la trinidad simbolista (Rimbaud, Baudelaire, Verlaine) o a otros nombres de la literatura del siglo XX, como es el caso de Paul Claudel o Paul Fort, que prolongan la tradición simbolista hasta el medio siglo, hacen pensar en un conocimiento literario del joven Vian no solo procedente de su formación escolar, sino de una afición incipiente por la lectura.

No hay que olvidar, sin embargo, que Boris Vian pasa su infancia y adolescencia en pleno auge del movimiento surrealista. Más adelante contará entre sus amigos con escritores y artistas adscritos en alguna etapa de su vida a este grupo. Tres décadas de tradición surrealista son más que suficientes para que su idea del arte y de la literatura deje huella en la obra de autores que nunca pertenecieron a sus filas. Vian hace suyo el gusto por el humor, el juego lingüístico, la ilusión, lo fantástico, el sueño o el erotismo, características compartidas con sus predecesores. Cuando se trata de elegir una forma poética en la que encauzar su deseo de escribir, elige el soneto y la balada. “El surrealismo no es una forma poética”, se había dicho en la “Declaración del 27 de enero de 1925”. André Breton y Paul Éluard hablaban de la balada, del soneto y de la epopeya como géneros caducos, expresión sin pies ni cabeza en el gran siglo de los “ismos”. Aragon, en un principio, también declaraba al surrealismo fuera del ámbito literario. Más tarde, sería de los pocos poetas franceses del siglo XX que practican la escritura del soneto, junto con Paul Valéry, Pierre-Jean Jouve o Jean Cassou, entre otros. Así, cuando Boris Vian comienza su primer proyecto poético, se sitúa a contracorriente de las tendencias que dominan en la Francia de la II Guerra Mundial. La adopción de la forma fija es, en cambio, una de las pocas sujeciones a las que querrá someterse. Y lo hará, como Louise Labbé, la gran dama de los sonetistas lioneses, como un modesto pasatiempo que prolonga los juegos de su casa de Ville d’Avray, una manera de huir de la ociosidad.

Tradicionalmente, el soneto es una forma para el canto y la recitación en buena compañía, más pensada para el juego de la improvisación que para su paso por la imprenta. Sus épocas de mayor florecimiento coinciden con el espíritu de unos tiempos donde el arte de versificar se basta a sí mismo, cuando el placer por el lenguaje predomina sobre otras literaturas destinadas a vehicular el pensamiento. A pesar de su exigencia formal, el soneto se presta a todo tipo de desarrollos temáticos, desde los temas más elevados a la mayor de las burlas. Vian asocia literatura y divertimento a través de los fragmentos rimados. Los divertimentos familiares son su campo de pruebas y el lenguaje poético, principio y fin, lugar para el placer retórico.

La edición de los Cien sonetos que puede encontrarse en las Obras completas de Fayard (1999) está en realidad inacabada, sobre todo si tenemos en cuenta las sucesivas correcciones y reformulaciones que el escritor introdujo a lo largo del tiempo. Como sucede con alguna de sus obras –es el caso del Tratado de civismo- no hubo tiempo de ver esta tarea finalizada conforme a sus propios criterios. Deja un proyecto a partir del que reorganizar toda la colección con el título de Cien Infames sonetos. Su interés por respetar las reglas métricas estipuladas por la tradición coexiste con una amplia propuesta en lo referente al plano temático. Este primer libro supone un progresivo aprendizaje del arte de versificar, cuya finalidad es ante todo divertirse, una constante en los años de la infancia y la adolescencia del escritor. A pesar de declarar expresamente la idea de no tomarse demasiado en serio este ejercicio de estilo sobre forma fija, el tiempo mostrará lo contrario. La reflexión sobre la poesía y el oficio del poeta ocupa muchos de los poemas de Cien sonetos, y reaparece en las siguientes colecciones hasta hacerse insistente en los poemas de No quisiera morir. En Cien sonetos encontramos la mayor parte de los temas que preocupan o interesan al Boris Vian poeta a lo largo de su vida.

A través de las diez series en que se divide la obra pueden leerse sonetos de carácter humorístico al lado de otros donde todo se supedita al juego del lenguaje y de las formas. Poemas como “À mon lapin” (“A mi amor”), “Apport au prince” (“Aportación al príncipe”), “Terres absconces” (“Tierras abstrusas”), “Autodéfense du calembour” (“Autodefensa del calambur”), “Art poétique” (“Arte poética”) o la serie titulada “Déclinaison”, son verdaderos pronunciamientos donde aparecen algunas de las características más importantes del conjunto de su poesía: su carácter desenfadado, burlesco en ocasiones, lúdico casi siempre; su horror por el estilo pomposo y afectado; su devoción por los juegos lingüísticos, en especial por el calambur; la reivindicación de una total libertad creativa, sin adscripciones estéticas declaradas; el reflejo, en la escritura poética, de la personalidad del autor.

El calambur es una de sus figuras retóricas preferidas. Poemas enteros, e incluso ciclos que sobrepasan la decena de sonetos, se sostienen y justifican por este juego de sonoridades y sentidos. Los sonetos titulados “Poissons” y “Fleurs” contienen, encubiertos bajo formas calamburescas, trece tipos de peces y siete especies de flores respectivamente. Series completas como la titulada “Sansonnets” (“Estorninos”), “Détente” (“Esparcimiento”) y “Les proverbiales” (“Las proverbiales”) apuntan a este mismo juego de las formas. Vian es, por convencimiento, un precursor del Oulipo, el Taller de Literatura Potencial fundado por Raymond Queneau y François Le Lyonnais. En “Sansonnets” se explotan todas las posibilidades fonéticas, semánticas y etimológicas que estos pájaros ofrecen en lengua francesa, comenzando por el título mismo de la colección: “cent sonnets” (cien sonetos), pero también “sans sonnets” (sin sonetos), sansonnet, diminutivo de Sansón, el personaje bíblico, “roupie de sansonnet” (moco de pavo) o incluso uno de su propia cosecha (“Tu perds le sens Ohnet” – Estás perdiendo el tino Ohnet, en referencia a Georges Ohnet, dramaturgo y novelista francés de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX.

En la serie titulada “Détente”, juega con la palabra “pédéraste”, elegida más por sus posibilidades fonéticas que por su sentido. Todos los versos finales de este ciclo contienen, de un modo u otro, un juego donde varían las vocales y suelen conservarse las consonantes P, D, R, S y T: « Sa copine occupée d’Éraste »; « Avalant centipède et rostre »; « Sur la place, saignant, le triste pendard reste »; « Le Suédois dans l’écu troubla la paix des races », y así hasta un total de doce sonetos. En el ciclo titulado “Las Proverbiales” se juega esta vez con un conocido proverbio: “Tant va la cruche à l’eau qu’à la fin elle se casse” (“Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”). Años más tarde, este proverbio será objeto de análisis patafísico en la carta que Boris Vian envía, con fecha 22 de diciembre de 1955, al Proveditor Editor del Colegio de ‘Patafísica a propósito de “algunas ecuaciones morales”. Este célebre proverbio había sido también usado por los surrealistas.

Según la tradición temática del soneto, varios ciclos constituyen verdaderos cuadros de época por medio de los cuales pueden seguirse tanto las vicisitudes personales del autor como la situación histórica y artística de la Francia de la Ocupación. La serie “En cartes” hace referencia, a partir de la dialéctica entre lo verdadero y lo falso, a las cartillas de racionamiento utilizadas por los franceses hasta 1948, que afectaban a todos los productos de primera necesidad, y a la proliferación del mercado negro en el tráfico de todo tipo de géneros. En la serie “Zazous” se retrata, a través de nueve poemas, a esta juventud que hace frente, a su manera, al ejército alemán de ocupación y a la Francia tradicional y colaboracionista, representada por el mariscal Pétain y su famoso lema “Famille-Travail-Patrie”. Se describe su manera de vestir, su afición por el swing, cuyo máximo representante será, sin duda, Johnny Hess; la organización de fiestas, a veces clandestinas, como una de sus formas favoritas de divertirse; su gusto por el cine, la literatura y todo aquello que provenga de la cultura anglosajona; sus lugares de reunión, El Coliseo o la terraza del Pam Pam de los Campos Elíseos; o el episodio protagonizado por Jacques Doriot, político del Partido Popular Francés, llamado por Vian “Doriot-Manitou”. Sus partidarios desentierran el hacha de guerra contra esta juventud poco apreciada por el poder de la época, afeitando el cráneo de todos los zazous que salen a su paso. La palabra “zazou” ha sido utilizada durante mucho tiempo con un sentido peyorativo.

En la serie titulada “Le Ballot” (“El memo”) se trata, a través de seis sonetos, una especie de autobiografía de ficción que narra la vida de un personaje que comparte alguno de los aspectos de la biografía de Vian. El ciclo se abre con el poema titulado “Banal”, título indicativo, y se cierra con el poema “Deuxième bout”, donde se anticipa al desenlace de una futura carrera laboral que no le satisface. Las ilusiones con las que sin duda afrontaba la vida tras finalizar sus estudios se convierten en un “sueño mentiroso”, “un espejismo encantador”, para concluir en el segundo terceto: “Treinta años más tarde, esperando aún su momento,/ como broche final de una vida regular,/ Fue ascendido a jefe de despacho por un fallecimiento.” En otro de los poemas perteneciente a Cien sonetos, “SEPI”, aparentemente “Société d’édition et de propagande industrielle”, se evoca a un burócrata aburrido, soñador y perezoso, que deja pasar el tiempo ante los papeles que se apilan en su escritorio: “Segundo tras segundo/ El tiempo resbala, viscoso, en el tubo de los días/ Se pega a las paredes, deteniéndose en los recodos/ Luego pasa y me quedo con mi alma vacía...”. Ya en tiempos de la AFNOR, la Asociación Francesa de Normalización, donde entra a trabajar en agosto de 1942, Boris Vian se da cuenta de que no satisfará sus intereses artísticos ni sus expectativas personales si sigue su carrera de ingeniero.

En plena bonanza económica de la familia, su padre Paul había asignado a una institutriz privada la tarea de enseñar a leer a todos los hijos. Boris lee con cierta soltura a los cinco años, según dicen sus allegados, y de ahí en adelante se convertirá en un lector voraz. A los doce años ingresa en el Instituto de Sèvres, luego en el Instituto de Hoche, en Versalles, y finalmente acaba sus estudios secundarios en el Condorcet de París. A los quince años obtiene su bachillerato de latín-griego, el mismo año que sufre unas fiebres tifoideas que agravan anteriores problemas cardiacos. A los diecisiete termina su segundo bachillerato de filosofía y matemáticas. Ante él se ofrece la primera de las disyuntivas importantes: dedicarse a las letras o seguir el camino de la ciencia. Vian había sido educado en un ambiente propicio para el arte y la literatura, pero su familia se inclina por una futura carrera de ingeniero. En su diario íntimo confiesa: “Quería estudiar en la Central, me atraía la idea de ser ingeniero”. Prepara sin grandes sacrificios el examen de ingreso en la École Centrale. Mientras tanto, dedica parte de su tiempo a preparar fiestas en la casa paterna. Sus padres, llevados por el instinto de protección, habían habilitado una sala de baile en el extremo del jardín. En Vercoquin y el plancton se describen con todo detalle estos guateques con música de baile y chicas, “¡las devoradoras! ¡las malvadas!”, dice Vian, a caballo entre el deseo y la castidad. Es “la edad nueva de los bailes enlazados/ A los cuerpos ligeros, cargados de olores fluidos/ Posados en la sonrojada tibieza, besos atrevidos/ Suaves cabellos dulcemente acariciados”, escribe en su poema “Jeune”. El año 1939, ya en plena guerra mundial, Boris tiene que desplazarse a Angoulême, donde había sido trasladada provisionalmente la École Centrale. A finales de este curso 1939/1940, poco antes de marcharse de vacaciones a Cap Breton, donde conocerá a Michelle Léglise, coincide con la retirada del ejército francés de sus posiciones fronterizas. En aquel tiempo, Vian admite su “completa indiferencia ante los graves problemas del momento”. Hasta prácticamente los treinta años, vive abstraído en sus ocupaciones, sin estar demasiado pendiente de la situación histórica.

“Puesto que eso te complace, tendré mi piel de asno”, es decir, el título de ingeniero, le había dicho a su madre. En junio de 1942, en el puesto 54 de una promoción de 72 estudiantes, obtiene su “piel de asno” en la especialidad de metalurgia. En el poema “Colles” reconoce haber salido de la Centrale con el “cráneo vacío” y “los pies pesados”, y concluye: “Cuidadosamente atado reposaba en su mano/ Haz de fuego devorador donde van los espíritus libres/ El rollo de piel de asno para engañar a los niños”. Ante él se abre un tiempo nuevo, lejos de los paraísos de su infancia en Ville d’Avray. En los primeros días de 1942, busca trabajo de empresa en empresa y lo encuentra, como hemos dicho, en la AFNOR. Su primer sueldo asciende a 4000 francos [“Ganaba un poco menos que un fresador-ajustador”]. No construirá pantanos ni le serán encomendadas grandes obras de ingeniería. Es destinado al servicio de normalización del vidrio. Cuatro años más tarde, presenta su dimisión por razones económicas y personales, y entra en el Office du Papier de la mano de Claude Léon, amigo y compañero en la orquesta aficionada de Claude Abadie. El Office du Papier es un lugar ideal para dedicar tiempo a su faceta de escritor. Allí termina de escribir La espuma de los días y redacta por completo El otoño en Pekín. Cuando empiece a percibir derechos de autor por su primera novela negra Escupiré sobre vuestras tumbas, abandona definitivamente su carrera de ingeniero para dedicarse a la música y la literatura.

 

BORIS VIAN

 

FUERA DE MARCO 

 

A mi amor 

 

Como soy muy viejo, sé muchas historias,

Y he hecho para ti no menos de un ciento

Oh, no es en verdad poderoso ni atento

No me han hecho falta esfuerzos meritorios

 

Pero es un poco loco, un poco blasfematorio

Un poco alegre a veces, un poco triste* de paso                                            

Guarda un poco de forma, y se va deformando

Si es preciso – pero era un motivo perentorio

 

No me reproches que me burle de todo

No me burlo. Me complazco sobre todo

En manosear en los rincones a mi pobre musa...

 

Ella desentona a menudo. Señora, no estoy al tanto

Y le hago daño en sus tiernos encantos...

Pero da un poco igual si eso te gusta. 

 

Aportación al príncipe 

 

Quiero encumbrar al príncipe de los pohetas

Nosotros* le debemos un homenaje florido

Con un tufo a incienso en cien cerebros decidido

Amplio como el vuelo del gran quebrantahuesos

 

Alabemos a Paul Fort. Que reine en la cresta

De Olimpo cuyos picos habita el cabrito

Que su nombre de los mortales sea querido

Y en la Hélade áurea que laurel en la testa

 

Prolongue, como en nosotros, su reinado

Igual que los budúes, en el humo azulado

Reinaban en el tiempo de los sacrificios

 

He aquí. He celebrado sus obras perfectas

Y qué importa si entonces –Satán me castigue-

No conozco ni uno de los bellos versos que escribe...

 

Tierras abstrusas 

 

Hace algunos días, tuve un sueño espantoso

Era un Verdadero poeta, y en un papel amarillo

Escribía en Versos de Verdad un fragmento largo como una vara

Con tinta rosa... y he aquí cinco de ellos

 

Perfil en el subsuelo de fuentes pálidas... Puerto de los valientes

Contemnando rupícola en la ojiva del fauno agrio,

Hacia la nada del gesto, así de las varas fuerza lanzada...

Calmemos las mañanas tenebrosas...

¡En mí sordo el liripipión de los ontógonos!...

 

Y mi despertador sonó. Había visto la gorgona

Enfrente, y sudaba como lenguado al gratén

 

Ahora he comprendido cómo hacen los poetas

Se duermen tan pronto la noche está completa

Y no ponen jamás su despertador 

 

Autodefensa del calambur

 

Por qué pues dedicarme a las mil gemonías

Nada fertiliza más que el guano a granel...

Fresas, ¿creceríais sin el apestoso tonel

Que esparce a vuestros pies la sustancia bendita?

 

¡Vil calambur! se dice. Pero suave armonía

Para el oído de quien no ama a Giono

Yo florecía ya cuando el pálido gorrión

Arrullador llevó la aceituna a Armenia...

 

Pero ustedes los celosos. Y ustedes, espíritus fuertes,

Leen a Claudel sin esfuerzo aparente

Villanos forjadores de edificantes obras

 

Abejorros cargados de versos blancos, ¡os largáis!

Porque del espíritu volador no soy más que las sobras,

Pero caigo de arriba mientras os arrastráis 

 

ESTORNINOS

 

Caída del demonio 

 

Le seguía desde hace una hora,

Preparándole una emboscada

¡Ah! Me iba a reír a carcajadas

Pero él... Mucho mejor si llora...

 

En una existencia mejor

Lo mandaría, todo palpitante...

Él entra... Al punto, jadeante,

Lo empuño tan pronto aflora...

 

¡Pájaro maldito! ¡Estornino vil!

¡Esta noche se acerca tu fin!

- Su cara estaba ya pálida,

 

Y yo reía con aire burlón...

Abrí la ventana de un empujón

Y lo proyecté al vacío... 

 

PASTELITOS ANODINOS  

 

Indecente* soneto 

 

Soñadora, imagina

Por las contraventanas

El sol de la mañana

Cerca de ella se arrima

 

Tal como en un ensueño

La veo a cada instante

Espejismo irritante

Quimera, señuelo

 

La clara salud

De la rosa luz

Colora su mejilla

 

Y en su cuerpo desnudo

El sol se ovilla

Amante desconocido

 

A Arthur 

 

Ahora bien, en Aperitivo[1], hay mordisco y rito...

Mordisco al mediodía, rito sacramental

El zumo opalescente - no es agua mineral -

Y en tu estómago se aloja este zumo rápido...

 

¡Descended, alcoholes! Cread la dicha súbita

En el cerebro del bebedor que no conoce tal

Y se ofrece por cien bajo el alma de un inmortal

- "¡Es mi ronda, amigo!". Todo el mundo disfruta

 

Así, esta palabra nueva corresponde en suma

A la idea que nos hacemos del señor que consume.

Morder, rito. Y aun así, me dejo lo principal:

 

Me queda tejo, para plantarlo en el cementerio

Sobre tu tumba. Y lástima que vea demasiado normal

Que, harto del pernod, tu cuerpo vaya a la cerveza[2] 

 

ESPARCIMIENTO

 

1900 

 

De pie ante la gran puerta, melancólico,

El botones de traje rojo y dorado

Contempla sin ver el brillante decorado

Del cabaret de lujo con letrero exótico.

 

Maquinal, sonríe al cliente simpático

Observa a la diva con abrigo de castor

Y ni siquiera ríe si el famoso tenor

Se resbala al subir en un coche asmático.

 

Piensa. Y su oficio le parece insípido.

Todos esos juerguistas de cerebro vacío,

Desde que los conoce, le parecen odiosos...

 

Pero se queda ahí, como un árbol plantado,

O a veces, sujeta, triste y apagado,

La puerta barnizada del cupé de los ociosos... 

 

EVANGELIO SEGÚN CINCO SONETOS 

 

Oscar 

 

A O. Wilde

 

Dios leía, sereno, el Libro de los Pecados

Y el hombre, ante él, permanecía inmóvil

Y dijo Dios: “Golpeaste al pobre y al débil

Prestaste tu cuerpo vil a juegos desenfrenados

 

Engañaste a tu prójimo en vergonzosos mercados

No amabas más que el mal y ahí fuiste hábil...”

Y el hombre apartaba su ojo sombrío y móvil

Y dijo Dios “El infierno para tu corazón desecado.”

 

El hombre alzó la cabeza, y su cara estaba triste

Y la sombra, alrededor de él, se espesaba sin límite

“Nunca he dejado de vivir en ella” y Dios palideció...

 

“¿Quieres el paraíso?” fue la réplica breve

Entonces, frunciendo el ceño, triste, el hombre sonrió...

“No me lo imaginaba ni siquiera en mis sueños...” 

 

Pequeño comentario. Oscar era un muchacho bastante divertido, pero no había comprendido el sentido de la vida, o más bien, se había equivocado de sentido. Y la sociedad lo castigó: Amén. Pero a Guillermo II, no le pasó nada. 

 

DECLINACIÓN

 

 A mi musa 

 

Por qué me soplas siempre burradas

Yo no te he tratado como a una vil ramera

Me haces un bello verso, lo escribo, y sin espera

De improviso, ¡tac! Es una payasada

 

El mal calambur, la insulsa tontería

De más o menos gusto – menos diría yo antes

Recuerda a Diógenes con un traje elegante

A Pascal cancionista diciendo groserías

 

A Beethoven en un campo tocando el mirlitón,

A Paul Claudel en el aquelarre montado en un bastón

A un mal ensalmador curando a Hipócrates

 

Cantando un aire swing, Marcel Cachin desnudo

Pío Doce vestido de gran diablo cornudo...

Un gorro de payaso en la cabeza de Sócrates...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

_____________

Cent sonnets, de Christian Bourgois et Cohérie Boris Vian
Librairie Arthème Fayard 1999 pour l’édition en œuvres complètes

 



* Triste, en tres letras.

* nosotros, los poetas.

* Tan poco...

[1] N del T. Happe, rite, if: mordisco, rito y tejo, componen las tres sílabas con las que Boris Vian juega en este soneto, así como la conocida tendencia de Rimbaud a la bebida.

[2] N del T. Bière significa al mismo tiempo cerveza y ataúd.

Escrito en Lecturas Turia por Juan Antonio Tello

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