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18 de marzo de 2014

 

Difícil es saber si amanece
entre los pliegues del odio,
donde no penetra la luz
de la esperanza
ni florece la rosa de la reconciliación.

El odio es el fuelle
de un acordeón afónico,
lacerado por el reproche.

Revestido de palabras,
el odio es un puñado de sal
arrojado sobre los ojos
(esa herida abierta que es la mirada).

Es difícil saber si amanece
en la comisura de nuestros labios,
donde antes anidaba
el pájaro polícromo de la sonrisa.

Escrito en Sólo Digital Turia por Fermín López Costero

18 de marzo de 2014

El pasado año 2013, que ha coincidido con el año dual España-Japón que conmemoraba el cuarto centenario de las relaciones diplomáticas hispano-japonesas, ha sido el escenario de un florecimiento en nuestra agenda cultural de actividades relacionadas con el País del Sol Naciente, como exposiciones, representaciones teatrales, ciclos de cine, conferencias y, también, presentaciones de libros. La casualidad ha querido que un largo proyecto literario del novelista Julio Baquero Cruz haya aparecido justamente en ese año en la editorial Menoscuarto, con el título Murasaki. Este nombre nos remite instantáneamente a Murasaki Shikibu, la autora del Genji Monogatari, escrito  hace unos mil años y considerada la primera novela de la historia de la literatura universal.

 

Aunque el título pudiera sugerirlo, Murasaki no una novela histórica que reconstruya la vida de esta notable dama de la corte imperial de Heian (la antigua Kioto), sino una obra de pura creación literaria que asume en el siglo XXI la vigencia de los códigos estéticos de la literatura clásica japonesa. En este sentido, el autor busca anacronismos e hibrida géneros para invitarnos a viajar a un Japón soñado, que puede vestirse con los kimonos de seda del Genji Monogatari, pero sin ninguna limitación historicista. Julio Baquero Cruz, palentino cosmopolita afincado en Bruselas, ha llegado al corazón del alma japonesa sin desplazarse físicamente hasta el archipiélago nipón. Al autor no le interesa ofrecernos la visión de un viajero, al modo de las japonerías de Pierre Loti. No le hace falta y hasta puede ser contraproducente para él por el riesgo a una intoxicación del futurista Japón ultratecnológico y kawaii. Aunque el Japón que le interesa al autor sigue existiendo en el Japón actual, no se ve a primera vista. Al Japón de Baquero Cruz no se llega por el puerto de Yokohama, como se viajaba en el siglo XIX, ni por el aeropuerto de Narita, donde desembarcan los turistas hoy, sino a través de los clásicos de la literatura nipona.

 

El lector de Murasaki disfrutará más de la novela si ya conoce el Genji Monogatari, una novela jalonada de breves poemas que lanzan los protagonistas en el momento culminante de cada capítulo, como también hace Julio Baquero Cruz a lo largo de su texto. A este respecto, es necesario recordar que las completas traducciones de obras tan importantes como el Genji Monogatari o el Heike Monogatari, etc., han muy sido muy tardías, ya en esta centuria, lo mismo que los manuales de literatura japonesa, como el de Carlos Rubio. En Murasaki se aprecia el influjo de las más importantes antologías poéticas niponas, como el Man'yoshu y el Kokinshu, que es palpable en los rincones más líricos de la novela, mientras que cierto tono nostálgico ante el final de una gloriosa era tiene relación con el tono de las reflexiones desde modestas chozas de los desencantados literatos medievales Kenko Yoshida y Kamo no Chomei. Cuando la novela sale de los refinados ambientes palaciegos, que es el mundo de Murasaki Shikibu, y se adentra por caminos y barrios populares, resuenan los ecos de la literatura de las clases urbanas del siglo XVIII, en especial la obra de Ihara Saikaku.

 

En cierto modo, la influencia de la literatura nipona no es una novedad en las letras hispanas, pues a través del haiku ha habido desde comienzos del siglo XX una aproximación formal y estética muy enriquecedora. El verdadero interés de Murasaki es que Julio Baquero Cruz recoge la esencia de la tradición clásica nipona para injertarla en la narrativa, en una compleja novela que evoca una hermosa recreación de un Japón fuera del tiempo. Un Japón que es como un kimono que reviste un estado de ánimo que redefine lo bello. El principio estético que rige la novela es el mono no aware, un profundo sentimiento de empatía con la belleza efímera de las cosas, por modestas que sean. Ciertamente esta es la clave de esta propuesta literaria: la adopción en prosa de los códigos estéticos de la literatura clásica nipona, los cuales se apoyan en una tradición vigorosa e inagotable. Para este objetivo no era necesario ambientar la obra en Japón, pero lo cierto es que es el envoltorio más delicioso y un homenaje a una civilización que es capaz de enseñarnos otra manera de sentir la vida. Por esto, el hecho de que la novela sea una recreación de algunos tópicos del admirado Japón, es también un atractivo para el lector. En efecto, no son muy habituales los exotismos literarios tan lejanos en la prosa hispana y casi hay que remontarse al guatemalteco Enrique Gómez Carillo para encontrarnos un autor representativo. Sin embargo, la obra de Julio Baquero Cruz, además de la seductora apariencia japonista, también tiene una refrescante propuesta narrativa basada en la hibridación con los valores estéticos nipones. El autor busca lo japonés por fuera y por dentro. En las letras francesas esta plenitud fue lograda, con notable acierto y éxito, por Maxence Fermine en su relato Nieve, publicado en 1999 y traducido un par de años después. En la narrativa española, Murasaki de Julio Baquero Cruz explora un terreno que no había sido transitado, “esperando la primavera como quien no espera nada”.

 

 

Julio Baquero Cruz, Murasaki, Menoscuarto ediciones, Palencia, 2013.

 

 

Escrito en La Torre de Babel Turia por David Almazán Tomás

18 de marzo de 2014

 La hormiga persuasiva

 

            Aquella hormiga había nacido elefante. “Os voy a hacer una demostración”, dijo. Trenzó una trompa con sus antenas, ocultó un par de extremidades bajo el abdomen y comenzó a caminar sobre cuatro patas. Ni de lejos parecía un elefante, pero ella insistía en que el hormiguero no era su sitio. Quería unirse a la gran manada y sus padres le dieron permiso. “Pronto se  percatará de su error”, convinieron. Sin embargo, pasó el tiempo y como la pequeña no regresaba, se fueron a buscarla. “¡Aquí no hay nadie!”, lloraron al encontrar la llanura vacía. Ya se marchaban desconsolados cuando una trompa despuntó en la tierra. El suelo crepitó, se desgajó en enormes terrones y del fondo de la corteza, emergieron cien paquidermos. Al frente de todos, venerada como una emperatriz, la tenaz hormiga. Ella les había persuadido de las bondades de vivir bajo tierra y excavando galerías, admitámoslo, la hormiga era el mejor de los elefantes.

 

 

Cucarachas

 

            Una niña atravesó la acera de enfrente. Contaba cucarachas mirando al suelo. Extraño juego para una noche de verano, pensé y la dejé ir. Me sorprendió encontrármela al día siguiente, en otra calle y a la misma hora. La niña volvió a pasar de largo hipnotizada por sus insectos. Tan absorta andaba tras su procesión de caparazones negros que a punto estuve de atropellarla. No volví a verla en mucho tiempo. Recorrí mil veces las mismas avenidas, inspeccioné los callejones oscuros, la busqué acurrucada entre los embalajes de cartón y ayer, por fin, respiré al descubrirla en la otra punta de la ciudad. Anochecía y ya era invierno. Tirité al reconocer su liviano vestido de mangas afaroladas. La melena le ocultaba el rostro y los huesos afilaban sus articulaciones. Esta vez no pude resistirme. Me aposté a esperarla en una esquina y cuando pasó a mi altura, la sujeté por los hombros. “Suélteme por favor. Voy a perderlas”, susurró siguiendo con la vista el último bicho que sorbía la alcantarilla. “Tranquila. No voy a hacerte daño”, le dije. Su cuerpo todavía era más leve en mis manos. “Sólo quiero saber por qué persigues cucarachas”. Ella me clavó sus ojos grises. Tenía las mejillas blancas y los labios transparentes. “Como en el cuento de Hansel y Gretel”, contestó. “Sólo que en vez de piedras blancas, puse cucarachas y ahora no encuentro el camino a casa”.

 

 

Diferente perspectiva

 

“Sobre todo, que siempre sepan quién manda. Éste es un oficio de valientes”, dice el domador veterano y con ademán solemne, entrega el látigo a su hijo. Fuera de la caravana, bajo una luna de pista central, la escena se repite en la jaula de los leones. En el idioma de los leones. “Sobre todo, que siempre crean que mandan —dice el viejo felino—. Retrocede ante su fusta, atraviesa los aros y abre mucho la boca cuando introduzcan en ella su ridícula cabeza. El público aplaudirá y al fin y al cabo, hijo mío, no está mal este oficio de payaso”.

 

 

Cívica condena

 

            Las hormigas atraparon al oso que las devoraba y como eran muy civilizadas y rechazaban la pena de muerte, lo condenaron a cadena perpetua. Lástima que sus cárceles fueran tan pequeñas. Cortaron al oso en pedazos y encerraron cada trocito en una celdita.

 

 

 

DEL AMOR Y DEL DESEO

 

Esposa

 

            Él que una vez, apretando el puño, juró poseer la fuerza de comprimir el carbón para fabricarle diamantes. Él, este día de sesenta años más tarde, se yergue apenas dentro del autobús en marcha. Una mano asida a la barra vertical, la otra apoyada en el respaldo y cuando el vehículo frena en López de Hoyos con Cartagena, soltar ambas como lanzarse desde un trapecio. Es decir, confiar en que ella lo recogerá de nuevo y alcanzarán la salida. Ella que jamás le pidió un diamante por no humillar su puño.

 

 

Avisos de desastre

 

            Conocernos de otra forma. Tal vez tú demasiado viejo y yo demasiado joven. Yo fascinada por los pliegues de tus ojos y tú alentado por los pliegues de mi sexo. O mejor, yo vieja y tú de veinte. Alumno y profesora de plata a la luz de la luna. Quién sabe. Los dos ya muy ancianos o los dos tan críos que nos recordáramos hasta la muerte. Pero la pelota de tu hijo rodó hasta el banco donde yo acunaba al mío. Tu esposa te lanzó un beso desde la colina. Mi marido regresaba con el pan. Al agacharte bajo mi falda, tu mano rozó mi tobillo y abrazaste la pelota como si fuera un ancla. Yo estreché a mi bebé de plomo. Dos vidas tan conclusas que haría falta un cataclismo.

 

 

 

Chicas especiales

 

            Los otorrinos se inclinan por mujeres de laringe angosta. Los endocrinos prefieren muchachas de joviales glándulas secretoras y los podólogos adoran las damas de pronunciada bóveda plantar. Si los hepatólogos se pirran por un enfático conducto biliar y los hematólogos se rinden ante chicas de singular hemoglobina, yo que sueño con hembritas corrientes, díganme: “¿en qué especialidad debo matricularme?”

 

 

DE LA VIDA Y DEL DESTINO

 

Guerra

 

            Los soldados recogían a los supervivientes de su compañía cuando identificaron al capitán  y se arrodillaron ante él.

            —No funcionó —masculló el superior.

            —¡Pero si no está cargado, señor! —examinaron su rifle.

            —A eso me refiero —contestó el capitán—. A la buena voluntad.

 

 

Atentado

 

Que me amenazara con una navaja y que me hiciera andar hasta la parte más frondosa de Central Park; que pateara mi maletín y que me atara las muñecas a un tronco; que me arrancara las bragas y que comenzara a restregar su polla contra mi culo; que escucháramos el impacto y que el fuego avanzara veloz hasta mi oficina. Que oyéramos los gritos y que él me estuviera salvando de todo aquello.

 

 

Fe

 

            La furiosa pregunta despegó de la boca del hombre arrodillado, ascendió a través del ramaje, sorteó los picotazos de los mirlos y sobrevivió a violentas corrientes de aire. Más arriba se enfrentó a una plaga de langostas, alcanzó la exosfera, la termosfera, la estratosfera donde todo estaba oscuro y hacía frío. Incluso las estrellas que brillaban desde la Tierra se iban extinguiendo a su paso. Supo entonces que allí no había nadie. Abandonó su duda en mitad del universo, recompuso el gesto, se secó los ojos y con la misma boca que antes había gritado, besó la tierra que abrazaba el cuerpo de su hijo.

 

 

Retratos

 

            Como algo tiene que comer, el pintor trabaja para la policía. Su misión consiste en dibujar delincuentes según las descripciones que le proporcionan. Lo cierto es que le gustaría ser más indolente, esforzarse menos total para lo que le pagan. Pero no puede. Delinea hebra por hebra los cabellos encrespados por el alcohol y el desánimo. Traza las cicatrices de rostros donde nunca germinó una caricia y hasta los rictus más crueles inspiran ternura perfilados por su mano. La luz de su pincel tiempla los iris asesinos, las bocas malhechoras se disponen a hablar. La palabra compasión. La palabra fragilidad. El pintor es despedido. La policía quería retratos robot.

 

 

 

DE PADRES, MADRES E HIJOS

 

El viaje

 

            Llevaba rato sin oír a los niños y me acerqué a espiarlos. ¡Increíble! Habían construido una nave espacial con dos sillas y una sábana y se habían metido dentro. Todos los cascos eran distintos. Marina llevaba un cubo pintarrajeado; Juan, una caja de cartón y Sergio, una canasta de baloncesto puesta del revés. Para comunicarse usaban vasos de plástico. Pero hablaban y reían bajito porque temían que yo los descubriera y les obligara a abandonar su viaje. Entonces no me atreví y ahora no sé si obré bien. Se han hecho demasiado grandes y cada vez les cuesta más encontrar postura.

 

 

Hijos y casa

 

            Acabo de hacer la cama y arrugan la colcha. Esperan a que limpie el baño para encender los grifos. Dejan huellas sobre el suelo encerado. Si abrillanto las ventanas, dibujan con vaho sobre los cristales. Mientras riego los geranios, desordenan las estanterías. Una vez chamuscaron al canario. Arañan las puertas con tenedores, ensucian la ropa planchada, amputan la porcelana, escalan las cortinas y esconden insectos y tripas de perro bajo las alfombras. Por fin los hijos crecen, me llevan a la residencia y acuerdan vender de una vez la dichosa casa encantada.

 

 

Tubérculos

 

            Tía Adela no era la típica solterona. Era alegre, cultivaba su propio huerto y en la taberna, hablaba con los hombres de tú a tú. Cuando teníamos un hijo, lo envolvíamos en una toquilla e íbamos a su casa a presentárselo. Ella sonreía, posaba su mano sobre la cabeza del bebé y decía: “hermosa cebolla”. Ahogábamos la risa porque su severo glaucoma le impedía distinguir un bulbo de un niño. Así lo comprobamos cuando murió y nos hicimos cargo de sus cultivos. A la sombra de una higuera, brotaban manitas.

 

 

‘Les Luthiers’

 

            Mi padre murió sin haber visto a ‘Les Luthiers’ y a mí me remuerde la conciencia. Él los adoraba y yo nunca encontré el momento de acompañarlo. Hoy actúan en mi ciudad, he comprado dos entradas y he quedado con él en el teatro. Nos reímos a gusto. Sin embargo, aún no estoy satisfecho. Quería que mi padre presenciara la mejor de sus actuaciones, un éxito, un llenazo total. La prensa aseguró que había un asiento vacío.

 

 

Engaño

 

            “Mejor que no salga”, le dijo el doctor a mi madre. Yo sonreí pues no quería ir al cole y había puesto el termómetro en el radiador para engañarlos. Al principio estuvo bien. Todo eso de los mimos, de los tebeos y de las visitas. Pero un día, de repente, llegaron todos y me abrazaron. Desde entonces me aburro mucho en esta habitación. Mi madre no deja de llorar al otro lado de la puerta y por mucho que arrastre los muebles para que me hagan caso, nadie ha vuelto a entrar en mi cuarto. Salvo los hombres que vinieron a arreglar el radiador.

 

 

 

SÚBITOS

 

Alicia

 

            Y Alicia crecía y crecía, pero también crecía la madriguera, así que nadie se daba cuenta de lo que estaba sucediendo.

 

 

Lo normal

 

            Porque lo normal es perder un guante, fue encontrar tres en mi bolso y volvérseme el mundo una incógnita, un planeta sin leyes, un abismo sin baranda hasta que hallé a la mujer de tres manos y se los regalé.

 

 

Amor-odio

 

Con una mano le peina los cabellos. Con la otra, recoge las hebras que caen y confecciona la soga.

 

 

La separación

 

            Él le decía adiós con la mano y ella se alejaba cada vez más deprisa. Llorando. Aquel había sido su pueblo, aquel su hombre y sobre todo, consideraba esa pérdida como un vínculo irreemplazable, aquella había sido su mano.

 

 

Inconciliable

 

            Los problemas surgen cuando por ejemplo, se desea ser clavo y madera, bailarín y asesino, monja y prostituta y uno se queda hecho pinza, torero, madre adúltera los lunes mientras los niños están en el cole.

 

 

 

DE CUERDOS O DE LOCOS

 

Tecnología 1

 

            No teme al tigre de afiladas garras, heredero del dientes de sable, trescientos kilos de peso, predador de búfalos y de jabalíes. De quien no acaba de fiarse es de su rifle: un Mauser deportivo, culata de nogal, calibre ochocientos y mira telescópica. El silencio es absoluto. El animal no huele el peligro, se pone a tiro y la mano certera del cazador aprieta el aire donde una vez estuvo el gatillo. Donde estuvo el cañón y la empuñadura. Ese compendio de tecnología que, maldita sea, olvidó contra aquel árbol cuando se detuvo a orinar. El tigre devora al hombre, pero al menos, no lo decepciona.

 

 

Tecnología 2

 

            Se inventaron unos rifles muy, muy pequeños cuya diminuta munición podía atravesar el corazón de un insecto. La precisa tecnología que requería semejante prodigio se pudo desarrollar gracias a numerosos viajes espaciales en los que de paso, se descubrió Saturno y se avistó alguna que otra galaxia. “El riflecito. Lo maneja hasta un niño y adiós bichos”, decía la publicidad. Imposible calcular el sinfín de  constelaciones que tuvimos que descubrir para alcanzar el sincretismo del actual matamoscas.

 

 

Costumbres

 

            Cuando me gusta un pantalón me compro dos por si se me rompe. Tengo cuatro felpudos con cuatro copias de la misma llave y de pequeño, certificaba la carta a los Reyes Magos. No me gustan las sorpresas. Soy un hombre de hábitos. La semana pasada se me rompió la tele y fue una tragedia. Vinieron unos hombres y se la llevaron. Yo la besé antes de despedirme. “Abra un libro en su lugar”, me aconsejaron. Yo les hice caso. Abrí el Quijote y lo coloqué en el hueco del armario. Ya me voy acostumbrando.

 

 

Razón y deseo

 

            Por la mañana, sopló un diente de león; por la tarde, lanzó un euro a la Fontana de Trevi y por la noche, dispuso sus zapatos en el alféizar. Antes de acostarse, temeroso de que su boca revelara el secreto, temeroso de que sus manos se lanzaran a recuperar la moneda, temeroso de interceptar con su mirada a los emisarios de la noche se arrancó la lengua y las manos. Si fuera un cuento perfecto, también se hubiera arrancado los ojos. Por suerte, nada lo es.

 

Escrito en Lecturas Turia por Isabel González González

14 de marzo de 2014

Los hitos más importantes en la vida de Nelly Sachs son su nacimiento en Berlín el 10 de diciembre de 1891 en el seno de una familia judía, un experiencia amorosa entre 1908 y 1910 que influirá poderosamente en su obra, la ayuda de Selma Lagerlöf que le permite escapar a la persecución nazi en 1939, el exilio sueco que permite la creación de lo mejor de su obra, comienzo de la correspondencia y amistad con Paul Celan en 1957, el reconocimiento constante de la misma desde 1958 por importantes premios suecos y alemanes y la admisión en diversas Academias, la recepción del Premio de la Paz en Frankfurt en octubre de 1965 y la del Premio Nobel el 10 de diciembre en 1966. Murió el 12 de Mayo de 1970.

La poesía completa de Nelly Sachs, que se publicará en mi traducción en la editorial Trotta, es una obra muy compleja, no sólo por su tema, sino por su resolución. Se trata del tema del holocausto, el exterminio de los judíos europeos por parte del régimen alemán nazi. Sobre este tema ya se conoce la frase del filósofo Theodor Adorno que escribir poesía después de Auschwitz es algo bárbaro. Precisamente han sido dos poetas judíos, Paul Celan y Nelly Sachs, amigos en la segunda mitad de su vida, los que han dado respuesta con sus obras a la afirmación del filósofo. Y la respuesta no ha podido ser más grandiosa desde el punto de vista estético y moral.

En el caso de Nelly Sachs, 1891-1970, esa respuesta surge de la propia experiencia de huida obligada de los nazis, que le lleva al exilio en Suecia para el resto de su vida, así como de la memoria de la historia de exilio y retorno del pueblo de Israel, de la superación de la catástrofe, de la metamorfosis de la destrucción. El título general de su obra es literalmente: “Viaje adonde el polvo no existe”, que yo he traducido por “Viaje a la transparencia”. La búsqueda de esa transparencia, de esa resurrección, de ese nuevo estado tras el que la crisálida del dolor logra una nueva vida, cuyo orden entre las estrellas del creador nadie sabe, es una búsqueda por amor, una búsqueda de amor. Y ese amor que emana constante de cada verso de su poesía lo expresa Nelly Sachs como San Juan de la Cruz por los caminos que no se conocen. Nuevas combinaciones de todos los elementos de la expresión sentimental humana se unen a los más inesperados elementos cósmicos, a los más sensibles de la naturaleza, con los más significativos de la historia del pueblo judío, en una sorprendente taracea de palabras que nunca habíamos oído así, en esas relaciones, mostrando que es el viaje del poema, la búsqueda de la nueva expresión,  lo que lleva a la transparencia, su  expresividad es la crisálida del polvo para la nueva existencia. Esa nueva expresión necesita del constante recuerdo de todas las existencias anteriores, de sus debilidades, de sus limitaciones, de su pasión y su dolor y de sus olvidos; es la memoria en la nueva expresión lo que abre no sólo el ensueño de la nueva existencia, sino la conciencia del sentido de las otras y sus amarguras como viaje a la transparencia, es decir a la trascendencia incógnita y sin embargo evidente de nuestra polvorienta significación. El poema que inicia esta pequeña antología de su obra lo resume muy bien 

 

QUIÉN SABE, donde están las estrellas                                                            

en el orden de gloria del creador

y donde comienza la paz

y si en la tragedia de la tierra

la agalla del pez arrancada con sangre

está determinada

para completar la constelación

Martirio con su rojo rubí,

a escribir la primera letra

del lenguaje sin palabras –

 

Sin duda posee amor la mirada

que a través de los huesos va como un rayo

y acompaña a los muertos

más allá del aliento –

 

pero dónde los rescatados

deponen su riqueza

es desconocido.

 

Las frambuesas se delatan en el más negro de los bosques

por su olor,

pero el peso del alma dejado por los muertos

no se delata a ninguna busca –

 

y puede sin embargo temblar

alado entre hormigón y átomos

 

o siempre allí,

donde un lugar para latidos

había sido olvidado.

 

QUÉ BUSCAS huérfano

sintiendo aún en la tierra

la era glacial de tus muertos –

las azules lunas

aclaran ya la noche extrajera.

 

Más rápida que el viento

mezcla  la muerte las cartas negras

tal vez un arco iris

desprendido de las escamas del pez

cerró ahora los ojos de tu padre,

sal marina y lágrimas

en la venda de muertos transitoriedad.

 

¿Tal vez

el beso omitido de la madre

descansa en el bramido de polvo

de la garganta del lobo?

 

El verdugo

en las tinieblas cargadas de culpa

ha escondido su dedo profundamente

en el pelo del recién nacido

que ya hace brotar años luz

en cielos no soñados.

 

De la tierra la lengua de ruiseñor

canta

en tus manos – huérfano –

que buscan

en el adiós que se volvió negro

de la arena

 

lo amado buscan

 

que hace  tiempo

desapareció

de dientes de estrellas

aserrados cortantes –

 

TIERRA, VIEJO PLANETA, tú mamas de mi pie

que quiere volar,

oh rey Lear con la soledad en los brazos.

 

Hacia dentro lloras tú con ojos de mar

los escombros del sufrimiento

en el mundo del alma.

 

En tus rizos de plata millones de años

la corona de humo de la tierra, delirio estrellado

en el olor del incendio.

Y tus niños,

 

que ya arrojan tus sombras de muerte,

pues tu  giras y giras

sobre tu lugar de estrellas,

mendigo de la vía láctea

con el viento como perro de ciego.

 

UNA RÁFAGA DE VIENTO

con los alientos de los muertos.

El pescador de caña saca el pez de plata

a través de la sociedad verdadera de los ángeles.

 

Oración de las agallas sangrientas.

 

Pero en el oficio divino

duermen las mujeres ancianas

a pesar del perfume de lavanda

y de las letras que salen ardiendo

y les consumen los ojos.

 

EN LA LEJANÍA AZUL,

donde camina el rojo manzanal

con pies de raíces que suben al cielo,

se destila el anhelo

para todos los que viven en el valle.

 

El sol que yace al borde del camino

con varitas mágicas,

ofrece parada a los viajeros.

 

Los que se detienen

en la pesadilla de cristal,

mientras el grillo araña finamente

lo invisible

 

y la piedra bailando

cambia su polvo en música.

 

Y NOSOTROS, que pasamos

por todas las hojas de la rosa de los vientos

una grave herencia hacia las lejanías.

 

Yo aquí,

donde la tierra ya se vuelve sin rostro,

el polo,

de la muerte blanca succión de abeja

en el silencio blancas hojas hace caer,

 

el alce,

asomándose a través de cortinas azules,

pálido huevo de sol empollado

lleva entre sus paletas –

 

aquí, donde el tiempo de mar

se disfraza con máscaras de hielo

bajo la llaga helada

de la última de la estrella

 

aquí en este lugar

depuse yo los corales,

los sangrantes,

de tu mensaje.

¿SON TUMBAS respiros para el anhelo?

¿Suave columpiar en los aros de estrellas?

Agonía en la sombra de la noche,

antes que toquen las trompetas

a la ascensión de todos,

a la vida los podridos granos de semilla?

 

Suave, suave,

mientras los gusanos

devoran los astros de los globos oculares.

 

TRANSMORIR como el pájaro el aire

hasta en el alma del bosque

que se estrecha en la violeta,

hasta en la agalla sangrienta del pez

música de pena y fin del mar –

 

Hasta en el volverse tierra

detrás de la mueca de delirio

donde la fuente con la salida subterránea

tal vez corrió detrás del lecho de dolor

de las lágrimas.

 

EN EL CREPÚSCULO MATUTINO,

cuando la moneda de la noche acuñada de sueño

se voltea

y costillas, piel, ojos

son llevados a su nacimiento –

 

el gallo con la cresta blanca canta,

llega el terrible momento

de la pobreza sin Dios,

se alcanza una encrucijada  –

 

Delirio se llama el tambor del rey –

Sangre sosegada corre –

 

¡NO SÓLO PAÍS es Israel!

De la sed en el anhelo,

de la raíz de medianoche calentada al rojo

a través de las puertas del cereal del campo

hasta los espíritu-azules bebedores de aliento

detrás de la gracia de azucarado brazal* de ciego.

Alas de la profecía

en el hombro de arena del desierto.

Tus pulsos cabalgando en la tormenta nocturna,

los pies de bronce

de tu montaña que resopla eternidad

galopando

hasta en la espuma blanca como leche

de las oraciones de los niños.

 

Los circulares meridianos de tus huellas

en la sal del pecado,

tus verdes raíces de bendición adormecidas

en el martirizado cielo del desierto,

la abierta herida de Dios

en el plumaje del aire –

 

¡TARDÍO PRIMOGÉNITO!

Con la pala llegado al hogar

a lo no excavado,

no carpinteado,

sólo en la línea,

que corre de nuevo

a través de la sinagoga del anhelo

de muerte a nacimiento.

 

Tu arena de nuevo,

máscara de oro de tu desierto,

ante un cielo combado hacia abajo

por las luchas de los ángeles,

ante los frutos ardientes

de tu noche que habla a Dios.

 

Tardío primogénito,

rosa de sal,

con el sueño de los nacimientos

como un oscuro pámpano

colgando de tu sien...

 

TODAVÍA MEDIANOCHE en esta estrella

y los ejércitos del sueño.

Sólo algunos de los grandes desesperados

han amado tanto

que saltó el granito de la noche

ante la cornamenta que corta en blanco de su rayo.

 

Así Elías; como un bosque con raíces arrancadas

se levantó bajo el enebro,

pulió, sangría de un pueblo,

sangrientas piezas de anhelo detrás,

siempre pegado a su gravedad el dedo de ángel

como un rayo de luna que sorbe cansancio,

abismos llevando hacia casa –

 

¡Y Cristo! En la cruz del fervor

sólo inclinada cabeza –

colgando la mandíbula,

con la roca:

Basta.

 

AQUÍ OS HAGO PRISIONERAS

palabras

como vosotras deletreándome hasta la sangre

me hacéis prisionera

vosotras sois los latidos de mi corazón

contáis mi tiempo

ese vacío designado con un nombre

 

Déjame ver al pájaro

que canta

si no creo que el amor iguala a la muerte –

 

DELANTE DE MI VENTANA

el pájaro que chirría

ante la ventana  seca

el pájaro que chirría

Tú lo ves

lo oyes

pero distinto

yo lo veo

lo oigo

pero distinto

 

en el mismo sistema solar

pero distinto

 

EL PANTANO DE LA ENFERMEDAD

tira hacia abajo

Fuegos fatuos dicen no al día

La noche bosteza de misericordia

Morir juega bien ramificado –

 

Cada rincón con el mal caduco recibe

con brazos oscuros

Negro es el color preferido del suplicante:

Ven y regálame sueños –

Escrito en Lecturas Turia por José Luis Reina Palazón

13 de marzo de 2014

En un angustioso relato llamado “La construcción”, Franz Kafka nos narra la historia de un innominado animal —¿un topo?, ¿un ser humano?—, obsesionado por construir bajo tierra una guarida inexpugnable frente al mundo exterior. Lo trágico del asunto reside en que cuanto más segura se siente esta criatura en su confortable madriguera, más se cierra toda posibilidad de salida. ¿No es esta una buena metáfora del espacio político de Occidente y de sus gobernantes, obsesionados por seguir construyendo “casas” (patrias o Estados–nación) que la historia ha convertido en trampas mortales? Al final, cuando se trata de la seguridad, el interior de la madriguera no es mucho mejor que el exterior, y no se puede trazar una línea clara separándolos por mucho que se intente.

No es ninguna casualidad que esta sugerente metáfora kafkiana aparezca comentada  en Europa, una aventura inacabada, obra que originalmente vio la luz en el año 2004 y que es, hasta el momento, una de las últimas obras —junto con Ética posmoderna (Siglo XXI)— de Zygmunt Bauman traducidas al castellano. Un ensayo, cuando menos, oportuno, aunque a decir verdad también sirva al sociólogo polaco para reformular o ampliar algunas de sus viejas tesis acerca de “la modernidad líquida”, el uso político del miedo (“El miedo se ha convertido en el perpetuum mobile del mercado de consumo y, por tanto, de la economía mundial”), la hospitalidad o los contraproducentes peligros de la obsesión por la minimización de riesgos. Una idea esta última que se repite insistentemente en casi todos los libros de Bauman. Y un proceso que Europa ha llevado hasta sus últimas al abrigo del proceso de modernización y en detrimento de su propia herencia cultural de cuño ilustrado. De ahí la recurrente contraposición entre las visiones contrapuestas de Hobbes y Kant (eso sí, muy pasado por la “turmix” habermasiana) que atraviesa la obra. El desafío de Europa hoy, escribe Bauman, pasa por cambiar ese mundo cerrado hobbesiano en el que “el hombre es un lobo para el hombre” en otro inspirado en Kant en el que la Humanidad pueda asociarse pacíficamente a través de asociaciones más justas.

Evidentemente, a la hora de hacer política Bauman es decididamente más partidario del modelo europeo kantiano de la paz perpetua que del hobbesianismo norteamericano. Como buen jardinero, para él el mundo no es una jungla donde reina la violencia y se necesita urgentemente introducir orden, sino una especie de invernadero universal donde la política constituye el arte de crear un clima común en la medida de lo posible. El pacifismo teórico de Bauman rechaza, pues, de plano todas esas posiciones que, como las de Robert Kagan, defensor del unilateralismo realista estadounidense, consideran que el viejo continente sigue soñando en un paraíso poshistórico idílico de paz y relativa prosperidad. Una argumentación que defiende la necesidad de ejercer el poder en un mundo anárquico en guerra en donde las leyes y normas internacionales no son fiables y la seguridad, defensa y promoción del orden liberal todavía dependen de la posesión y el uso de la fuerza militar. Frente a esto, replica Bauman, los beneficios que obtendrán los jugadores de ese combate continuo serán endémicamente inseguros, “sin apuntar en la suma el precio que en vidas humanas que se está pagando en nombre de su defensa”.

 Al hilo de esta preocupación por la extensión de la lógica del estado de excepción como panacea de la seguridad, tampoco es raro que Bauman, avanzado el libro, deje progresivamente en un segundo plano el problema concreto del futuro ideológico de la construcción europea para reflexionar sobre algo que sin duda le preocupa mucho más: la paulatina pero al parecer irrefrenable erosión del Estado del bienestar en el mundo de la globalización. Dadas estas premisas, siguiendo su análisis, en nuestras sociedades el lenguaje del derecho pasa a ser relegado a un segundo plano en beneficio de la paranoia de la seguridad. Por ello puede comprenderse la preocupación de un “judío errante” como él respecto a la actual crisis de valores de la actual construcción europea. Como se afirma en Europa, una aventura inacabada, la locomotora europea no puede impulsarse meramente por políticas económicas o burocráticas forjadas desde el valor absoluto de la seguridad y el miedo, sino por una estrategia cultural de grandes miras siempre consciente de sus raíces, de su rica herencia y de sus expectativas universalistas y mediadoras. Bajo este prisma puede afirmarse que Europa ejemplifica el dinamismo movilizador de la nueva sociedad “líquida”: durante dos mil años no ha dejado de progresar, de realizar su autocrítica, transcendiéndose por medio de la exploración y la experimentación.

Bauman coincide aquí con otros diagnósticos recientes, como el de Peter Sloterdijk en Si Europa despierta, en interesarse más en comprender la idea europea como un laboratorio experimental de diversidad, transferencias y traducción que como una identidad fija. En lugar de reconstruir sus raíces perdidas en el tiempo, ambos se preguntan por los criterios utópicos que han movido a Europa a actuar como unidad en la historia. Y si algo ha definido al espíritu europeo, según Bauman, ha sido su inveterada creencia en formas políticas alternativas a la autoafirmación de la supervivencia nacionalista, al miedo o al estado de excepción. En los momentos de mayor desconcierto Europa no ha dudado nunca en reflexionar sobre su identidad. Todavía Husserl, como funcionario de la Humanidad, apelaba a la idea de Europa como cabeza rectora y a la reconstrucción de un proyecto universal de racionalidad. Hoy para Bauman la irrefrenable emergencia del multiculturalismo, la paulatina erosión interna de los valores fundamentales europeos y la preponderancia militar y cultural de Estados Unidos obligan al viejo continente a realizar un inédito inmisericorde ajuste de cuentas con su pasado. Una difícil encrucijada en la que el futuro sólo puede atisbarse a través de una revisión sosegada de sus pilares ideológicos.

Aunque el diagnóstico de Bauman deja entrever un cierto optimismo por el futuro, también señala que, lamentablemente, en el paso de la modernidad a la posmodernidad, Europa ha cedido con gusto su papel de protagonista en el guión universal y, en esa medida, perdido su vieja misión de universalidad cayendo en la abulia o, casi peor, en una complaciente autoculpabilización masoquista. Si en algo se ha especializado Europa a lo largo de su historia ha sido en ofrecer soluciones globales para los problemas sociales locales. Tampoco hay que olvidar que los intentos de definir Europa, de convertirla en problema, surgen en el momento en el que este sistema de Estados se observa a sí mismo no ya como un marco cerrado geográfico, sino como una unidad móvil de traducción de la diversidad. “Fue en Europa, donde los seres humanos se distanciaron por primera vez de su propio modo de ser-en-el-mundo y por tanto lograron autonomía de su propia forma de humanidad”. Europa, como se dice también en otro momento del ensayo, inventó las naciones; ahora es el momento de inventar la Humanidad. Una aspiración, podrá convenirse, muy alejada del escenario actual, donde, desgraciadamente, por decirlo en palabras del propio Bauman, “la lógica del atrincheramiento local” prima sobre toda “lógica de la responsabilidad-aspiración global”.

 

Bauman, Zygmunt, Europa, una aventura inacabada, traducción de Luis Álvarez-Mayo, Madrid, Losada, 2006.

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Germán Cano

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