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16 de enero de 2020

 1.      

 

No sé cómo fue que respondí:

–No se preocupe, abogado, puedo viajar.

Realmente estaba harto del trabajo en ese bufete de abogados tras casi un año cumpliendo con todo tipo de encargos para esos que te miran como si estuvieran haciéndote un favor. No me parecía verdad que me pidieran que me fuera de viaje y además solo. Tal vez debería haber prestado más atención. De hecho, el jefe había mencionado:

—Encontramos un pasaje de avión y el hotel –incluye las comidas– ya está pagado por diez días. Allí te explicarán cómo moverte. El traslado desde y hacia el aeropuerto está reservado. Ten mucho cuidado: Caracas es una ciudad peligrosa, no salgas de noche. Este dinero es para gastos pequeños. Nos mantenemos en contacto por Internet.

Pero la misión, aunque fuera muy imprecisa, casi para un detective, me intrigaba:

—Nuestro cliente es muy rico. De hecho, no le interesan los bienes del pariente fallecido, que se peleó con la familia y hacía muchísimo tiempo que no sabían nada de él. Quiere saber qué pasó exactamente, cómo vivía y si dejó descendencia en Venezuela. Es inútil ir a la Embajada. Sólo mandaron el certificado de defunción, que por otro lado consiguieron de casualidad, pero no saben nada más. Giuseppe Foglienzi no era miembro de ningún club italiano, probablemente no le importaba su patria. En este dossier están los pocos datos que tenemos.

Además de saber español, me preguntaba por qué habrían elegido a un recién graduado en Derecho. Ahora lo entiendo. Nadie querría venir aquí y no esperaban ningún resultado. Pero aquel cliente era demasiado importante para negarle ni siquiera un capricho.

—Acuérdate de sacarte selfies en los lugares y con la gente. Solo tenemos que demostrar que lo intentamos. Si puedes descubrir cualquier cosa, tanto mejor.

Desde el aeropuerto de Maiquetía hay una autopista que ha visto mejores tiempos: sube por la montaña, luego la deja a la izquierda, muy verde, bajo un cielo esplendoroso y entra en la ciudad entre filas de edificios altísimos. El taxista me dibuja un panorama bastante aterrador. En el hotel hay guardias armados, me repiten que no puedo por nada salir solo, menos que menos por la noche y que el hotel tiene un piano bar y televisión con canales en todos los idiomas. Por suerte, durante el Erasmus de Barcelona, conocí a un venezolano, Luis Alberto. Él estudió Ciencias Sociales. No es que fuésemos muy unidos, pero de vez en cuando nos escribíamos. Sé que es investigador en una universidad, está casado y tiene un hijo. Luis Alberto me había anticipado la misma información que todos me repiten, pero me dijo que viniera de todas formas, que debo ver Caracas ahora, que se ocupará de mí. No tenía muchas opciones y aquí estoy. Le avisé por WhatsApp y ya está en camino al hotel.

 

2.

Luis Alberto y su esposa Florángela viven en un pequeño apartamento. Está en un gigantesco condominio en ruinas. Sus habitaciones dan la sensación de una mudanza en curso: todo está en cajas, con muebles improvisados, salvo por las paredes –cubiertas de pinturas y dibujos: Florángela es pintora– y por las pilas ordenadas de libros. La cocina también está bien equipada, pero no hay casi nada para comer. O mejor dicho: todo lo que hay es para el niño.

—A Dios gracias los padres de Florángela viven en el campo y a veces nos traen algo. Aquí, si es que encuentras comida, los precios son imposibles. ¡Estamos todos flacos, todos a dieta!

Luis Alberto resuelve mi problema de pagar en un país sin dinero en efectivo al darme su tarjeta de crédito local, pero me advierte que no tiene mucho saldo y le llevará un par de días cambiar mis euros en el mercado negro y depositarlos allí. Con la tarjeta de crédito italiana me aplicarían el tipo de cambio oficial. Infinitamente más bajo que el real, lo publica diariamente la página dolartoday.com y sube de hora en hora.

Fuimos a la dirección que dio Giuseppe Foglienzi en el hospital, pero el número no existe. En las casas cercanas nos dijeron que no lo conocían. Después fuimos directamente al hospital, bastante destartalado, donde un joven médico nos dice que es imposible hacer la búsqueda. En medio de los enormes problemas que tienen no hay suministros y no saben con qué tratar a la gente, enferma por la propagación de las epidemias. Pero luego buscó en unos archivos de la computadora y encontró que Foglienzi llegó al final de su vida y se le expidieron dos certificados de defunción: uno para la embajada italiana –porque lo habían registrado como italiano– y otro para la familia, que lo había retirado. Así que hay una familia que buscar.

Logramos convencer al doctor de que se tome un café con nosotros. Me viene a la mente mi tío: muy izquierdista, quien antes de partir me contó varias cosas sobre Venezuela, así que en la conversación saco la historia de los médicos cubanos que llegaron por solidaridad. Me miran sorprendidos:

—Se fueron, muchos no volvieron a su país, aquí sólo quedan los militares y los espías cubanos. Hasta buenas personas eran algunos, pero los estudios de Medicina en Venezuela no están para nada atrasados. Y como quiera que sea le pagamos a los cubanos con una gran cantidad de barriles de petróleo.

En el camino, de regreso a su casa, Luis Alberto sigue:

—Somos un país colonizado por Cuba: controlan la seguridad nacional, los servicios secretos, las fuerzas especiales. Fidel Castro condicionó y dirigió todos los movimientos de Chávez. Parecía imposible terminar peor que Cuba, pero lo hemos conseguido: ahora estamos peor que ellos tras la caída del Muro de Berlín.

Luego me cuenta sobre sus clases en la universidad: a veces falta el agua o la luz y cada semana algunos de los estudiantes o colegas salen de Venezuela y se van de repente.

—Muchos amigos están en el extranjero, con mejor o peor suerte.

Caracas está hecha polvo, por decir lo menos, se puede entender que en otros tiempos debió ser rica, bella, efervescente de cultura y diversión. Ahora parece una ciudad muy triste, recorrida por gente preocupada y asustada, con largas colas frente a tiendas casi vacías. Analizamos el problema de movernos por la ciudad. Luis Alberto le pregunta a su esposa quién puede llevarme.

—Mi hermana puede hacerlo —responde Florángela.

—¿Tilta? No sé quién es más peligrosa, Caracas o tu hermana.

—¿Conoces a alguien más que vaya a cualquier parte cuando le da la gana? Hablaré con ella.

 

3.

Tilta viste de motociclista. Sobre el casco, un destello dorado. La cara llena de pecas, ojos muy oscuros, pelo corto y rubio claro. Me escruta. Es tan alta como yo.

—No tienes vínculos con Venezuela, es la primera vez que vienes aquí, ¿no?

Y cuando se lo confirmo, acepta:

—Se puede arreglar.

Así que me subo a la silla de su motocicleta de gran cilindrada, de marca imprecisa, probablemente fruto de la combinación de varias motocicletas.

—No hay más piezas de repuesto. Solo funcionan los motores de quienes los saben arreglar. En cambio la gasolina no cuesta nada.

Me muestra que en el río Guaire –un torrente pestilente que atraviesa la ciudad, una cloaca al aire libre– hombres y niños con tamices o con las manos buscan joyas, pero también se conforman con piezas de metal para vender.

—Rebuscan también en la basura, por supuesto, pero ahí no se encuentra casi nada.

Luego sube una colina desde donde se puede ver la inmensa ciudad de edificios y favelas extendidas sobre el valle a 900 metros. Le digo que me gustaría buscar la tumba de Giuseppe Foglienzi y le pregunto si sabe dónde podría preguntar.

Sacude la cabeza:

—Déjamelo a mí. ¿Tienes la tarjeta de crédito de mi cuñado? Bueno, vamos a comprar harina.

Descendemos por una bajada a una velocidad poco recomendable y –saltando sobre parterres e islas de tráfico– acabamos en una zona de barracas detrás de un paso elevado. Allí Tilta entra en un patio, regatea un poco con un bachaquero –un comerciante de productos del mercado negro– y mete en las alforjas de la motocicleta varios paquetes de harina de maíz precocida marca Pan.

—Es para las arepas y las empanadas. Ya las probaste, ¿verdad?

Como no las conozco, me lleva a probar estas frituras y focaccinas rellenas.

Luego, con moto y todo, entramos al Cementerio General del Sur. Tilta va directo a un grupo de personas. Podrían ser sepultureros, a juzgar por las palas y otras herramientas, aunque tienen unas caras poco recomendables. Negocia la búsqueda de la tumba de Giuseppe Foglienzi, enterrado hace poco. Promete primero dos paquetes de harina, luego llega a tres. Nos hacemos a un lado y esperamos a que la encuentren.

—Es el cementerio más grande de Caracas, no está lejos del hospital que dijiste, los traen después aquí cuando están apurados, pues ni controles hay.

En ese momento me doy la vuelta y capto algo muy extraño: los monumentos funerarios están casi todos rotos, varias fosas están abiertas, pueden verse escombros y restos de ataúdes alrededor de nosotros. Caminamos entre las sepulturas y es así en todas partes: hay hasta huesos dispersos.

—Abren las tumbas en busca de objetos preciosos, o el oro de los dientes y anillos, o quizás incluso para rituales de brujería... el cráneo porque piensa y el fémur porque camina... Es una lástima a lo que nos han reducido... imagínate, hasta la tumba de Rómulo Gallegos la profanaron...—comenta Tilta.

Nos llaman y juran que nos llevarán a los restos de Giuseppe Foglienzi. Vamos en motocicleta y no soltamos la harina hasta que veamos la lápida. Está, en efecto, en una esquina apartada. Es muy sencilla: el nombre y las fechas. Pero está intacta.

—Saben que los que mueren ahora no llevan nada consigo. Así que las muertes recientes valen menos.

Me arrodillo, acaricio la escritura y dedico un pensamiento al desconocido que me mandaron a buscar. Soy demasiado torpe para decir una oración, pero hago como si lo hiciera. Luego tomo varias fotos con mi teléfono móvil y hago un mapa del lugar, anotando todo lo que pueda servir para volver a encontrar la tumba.

—¿Por qué dices que tuvieron que enterrarlo rápidamente? —le pregunto a Tilta.

—Porque me parece que tu difunto no era de Caracas.

 

4.   

Luis Alberto me lleva a visitar el Centro Histórico, donde está la casa natal del Libertador. Un puesto embanderado vende discos de Chávez cantando canciones tradicionales. En la tapa: el “comandante eterno” a caballo, como un auténtico llanero, sonriente y vencedor.

No sé si comprarle un disco a mi tío.

Luis Alberto me explica algo más:

—Al principio, Chávez, indudablemente, tenía carisma para los venezolanos. Pero luego identificó el socialismo con el estatismo, nacionalizó sin ton ni son y le entregó las empresas a corruptos incompetentes, por no mencionar el militarismo y la impunidad general, puesto que el Poder Judicial está en manos de los chavistas. Pero el colapso final vino con Maduro. Hoy solo una minoría apoya al gobierno, ese apoyo lo obtienen por coerción en el caso de los trabajadores estatales, o por chantaje, te dan bolsas de comida sólo si tienes el carnet de la patria, que te define como oficialista. El aparato militar y la policía, además de reprimir, está involucrado en redes de asuntos ilícitos. Maduro permite a la alta dirección del Ejército enriquecerse descaradamente con el mercado negro y los sobornos a las importaciones, pero también con una empresa militar específica para la explotación ilimitada de la riqueza mineral del subsuelo. La apertura de nuevos territorios a las multinacionales provocará un genocidio de los nativos y destruirá el medio ambiente. Ya ahora buena parte de Venezuela, sobre todo el sur –los estados Amazonas, Guárico, Apure, Bolívar y Delta Amacuro– está en manos de delincuentes, mafiosos, narcotraficantes, irregulares armados, guerrilleros colombianos y paramilitares.

Más tarde regreso al sillín trasero de Tilta: cruzamos la ciudad a una velocidad vertiginosa, haciendo un espeluznante eslalon entre los automóviles y entramos en Petare (al extremo este de la ciudad): pequeñas casas de ladrillo, a veces reducidas a bloques de cemento, madera, plástico, todo apilado entre la mugre. Con la moto, Tilta se desliza por senderos y sube escalones, al final entra en un garaje improvisado. Lo cierra inmediatamente con un candado. Bajamos y tomamos un sendero muy estrecho entre indefinibles tufos húmedos y miserables. Llegamos a una sala donde nos espera Gelson sentado frente a un altar con muchas estatuillas de cerámica que representan santas coquetas, bronceados indígenas con arcos y flechas, madonas, generales, negros con machetes, niñitos Jesús... también hay un tipo con bata de médico, un piel roja y un vikingo barbudo. Una gran vela azul arde. Gelson me hace sentarme, me ofrece un cigarro –lo enciendo por cortesía– y un vaso de licor. Es muy fuerte y seco, huele a hierba o a madera macerada, tiene un vago toque de tequila.

—Es cocuy, un destilado de agave, un poco menos de 50° —dice Tilta.

Veo a Gelson mirándome a través del humo de su cigarro. Para romper el hielo, utilizo las sugerencias de mi tío y pregunto si la vida en esos barrios pobres ha mejorado con el chavismo.

—De vez en cuando ha llegado algo de asistencia social y mucha retórica. Pero también han armado y protegido a los colectivos. Son unas bandas que ahora actúan por su cuenta. La diosa dijo muy pronto que Chávez estaba engañando al pueblo. Al principio, en la Corte Libertadora, junto a Simón Bolívar, Antonio José de Sucre, Rafael Urdaneta y Rómulo Betancourt, estaba su retrato, pero lo quitaron. La población ahora está hambrienta y sedienta. Falta todo, incluso medicamentos y los servicios públicos más básicos. Nadie cree en el gobierno, lleno de gente corrupta, que además envía periódicamente a la policía para reprimir a los que tienen el valor de protestar. Aquí los niños dejan la escuela para convertirse en carteristas o narcotraficantes...

Pregunto quién es la diosa.

—Ella, la reina, María Lionza —dice Tilta, señalándola.

En el centro del altar la estatuilla más grande representa a una mujer morena; semidesnuda, cubierta sólo por un velo celeste, coronada y montada en una danta, levanta en alto algo.

—Es un hueso pélvico femenino. A su lado están el Indio Guaicaipuro y el Negro Felipe. Juntos forman la Trinidad venezolana. Ellos son los Tres Poderes.

Tilta intercambia una mirada con Gelson y añade:

—Tú tienes que encontrar la pista de tu italiano. Nosotros queremos hacerle unas preguntas a la diosa. Tú puedes ser el intermediario y todos tendremos las respuestas que buscamos.

Esa noche la motociclista burla a la guardia del hotel y –comiéndose un semáforo tras otro– me lleva por avenidas casi desiertas. Luego frena frente a una librería en la Plaza Altamira.  

—Esta es la resistencia. Salen aunque no se pueda, aunque sólo hayan cenado una sopa. Esta noche celebran a un escritor especial, José Balza. Le han publicado una colección de cuentos. Él nos enseñó a leer, escribir, escuchar música y ver películas. Ven, entremos.

Tilta saluda a todos y sonríe feliz. Es muy bonita cuando sonríe. La acera frente a la librería está iluminada por cientos de velas multicolores. La gente conversa en la calle, con un libro o un vaso en la mano, en un desafío para recuperar centímetro a centímetro la noche de Caracas.

 

5.     

Me encuentro con un correo electrónico del bufete: agradecen las fotos del cementerio y me envían la dirección de un empresario venezolano que recordaron. Dicen que está muy conectado –metido en todas partes– y podría serme útil. Pero Tilta se niega a llevarme allí, juzgándolo como un espantoso bolichico, es decir, un exponente de la burguesía bolivariana desenfrenada nacida con el chavismo, y tengo que ir en taxi. El edificio es gris y está muy bien custodiado: hay un ascensor que sólo conduce a las plantas superiores, donde se encuentra la oficina financiera. Sigo al guardia armado que me acompaña a través de un laberinto de pasillos y habitaciones con puertas abiertas. En una hay un tipo durmiendo, en otra los soldados están jugando dominó y otra más está llena de paquetes. Luego llegan las secretarias y finalmente la sala de espera frente a la oficina del jefe, custodiada por un ujier. Iván Gabriel me recibe de lo más cordial. Es lo contrario de lo que esperaba: joven, robusto, unos años mayor que yo, vestido casualmente (casi modesto), la energía le sale por todos los poros. Detrás del escritorio hay tres grandes retratos: un Bolívar casi mulato, Chávez con el puño en alto y el Che Guevara pescando. Aquí sí que las fórmulas de mi tío pueden serme útiles. Me pregunta cómo me pareció Caracas. Por supuesto que no le digo. Al contrario: le suelto lo de las dificultades de un país sometido a la guerra económica por el Imperio. Pero me corta en seco:

—Es apenas un período. Hacemos y haremos buenos negocios con todos, hasta con los Estados Unidos.

Le doy la información que tengo sobre Giuseppe Foglienzi y le pido en nombre de la empresa que rastree a la familia. Llama a un colaborador y le pasa la tarea. Más allá de las ventanas de la oficina se puede ver el valle de Caracas, la gran montaña, el cielo cubierto de nubes blancas.

—Vas a conocer esta ciudad. Haré que te recojan en el hotel hacia las siete.

Otro que no tiene miedo de salir por la noche.

La lujosa Hummer en la que se mueve Iván Gabriel tiene un equipo de discoteca y suena Guaco, la “Súper Banda de Venezuela”. Esta “todo terreno” es precedida y seguida por dos carros llenos de guardaespaldas. Iván Gabriel me presenta a su novia, una delicada chica envuelta en sedas vaporosas. También él está bien vestido. Cenamos en la urbanización Las Mercedes, en un restaurante de carnes –especializado en asado a la llanera– con finos vinos argentinos y chilenos. Hay de todo y más. Y se nota más aún en el contexto de la carestía. Iván Gabriel es muy simpático, bromea sobre cualquier cosa, hasta sobre Maduro, a quién no le ahorra ni una burla. Hace reír hasta a su etérea novia. Luego vamos a un bar de moda con música bailable e Iván Gabriel me lleva aparte y me pide un favor: debo seguirle el juego y confirmar que al día siguiente tenemos que salir de Caracas juntos por negocios confidenciales, volveremos al día siguiente. La novia es de la altísima sociedad y el proyecto personal de Iván Gabriel no la incluye. No me gusta mentir, ¿pero puedo decirle que no?

Nuestra caravana blindada recorre la ciudad fantasmagórica, llevamos a la novia a casa y cuando estamos solos Iván Gabriel saca un pendrive y me muestra en la pantalla interior de la Hummer su “proyecto personal”: una morena muy grande, que parece salir de un cómic escabroso, retratada con un bikini microscópico. Confortado por la perspectiva de tal compañía, me concede con generosidad que le pregunte qué quiero. Y yo, con mi inefable carota, le digo que siento no poder moverme por el país y que he oído hablar tanto del Parque Nacional Canaima, la gran indicación turística de mi tío.

—Claro —dice sin pestañear—, si ahí están las fuentes del Caroní, el río que nos da electricidad. Tienes suerte, realmente tengo que enviar a uno de los míos para que considere comprar una casa de campo y un pedazo de tierra. Ahora no hay casi turismo ya, pero volverá y hay que estar preparado. Puedes ir con él. En un vuelo regular hasta Puerto Ordaz y luego en una avioneta.

Es una locura, pero en realidad dos días después llego a Canaima, al pie del Macizo Guayanés. El pequeño aeropuerto está medio vacío. Dicen que solo vienen algunos en los fines de semana. Pero en cuanto se llega al borde de la laguna el espectáculo es imponente y suave al mismo tiempo: el rugido de las gigantescas cascadas del río Carrao, las aguas oscuras y espumosas, la selva fluvial, a lo lejos los tepuyes ­–montañas de cima plana– con las finas y muy altas cascadas que descienden a lo largo de sus paredes rocosas, las palmeras que germinan en el agua, los arcoíris entre las salpicaduras y las nubes. Wilmar, representante de Iván Gabriel, pide mi opinión sobre el hotel ecológico, que me parece magnífico, a pesar del descuido, con ese increíble paisaje frente a él. Busco un guía con canoa, pero me dicen que falta gasolina. ¿Cómo es posible, si Venezuela tiene las mayores reservas de petróleo del mundo? Parece que llega poca y va a parar a las minas de oro ilegales. Al final, gracias a Wilmar, conseguimos algunos bidones. Salgo de Ucaima y me quedo fuera todo el día, alrededor del Auyantepui. Por la noche estoy rendido, pero aún no me recupero de la maravilla. El único lugar abierto es una cabaña con un grupo de rusos gritando, bebiendo y cantando. Es el único ruido bajo las estrellas sin fin. Salimos al día siguiente muy temprano en el avión.

 

6.     

Hay unos 350 kilómetros para llegar desde Caracas al estado Yaracuy, en la montaña de Sorte, el palacio natural de María Lionza. Los caminos son buenos y no dan miedo, pero Tilta corre como un demonio y adelanta a todo el mundo. Por suerte cada tanto nos detenemos. Entonces puedo preguntarle sobre el ritual.

—El hermano Gelson dice que puedes servir, pareces el tipo justo. Necesita una persona de afuera de Venezuela y extraña al culto. Te vamos a velar mientras duermes. No te preocupes, no correrás ningún riesgo.

—¿Pero tú crees en eso?

—Yo no creo en nada —me contesta con una mueca—. Vamos a entendernos: Chávez era supersticioso, con él se puso de moda la santería cubana, su tumba es un destino de peregrinación. Pero quiero que la dictadura termine y si la diosa habla, eso ayudará. Que una cosa quede clara: la diosa es sólo luz y bondad. No tiene nada que ver con la brujería.

—Háblame de María Lionza.

—Viene de la madre indígena del agua y de la selva, la Yara, pero es un culto sincrético, es también la anaconda, Yemayá, la Virgen María y quién sabe qué más. La onza que la protege es el yaguarondi, un felino salvaje. La pintan a horcajadas sobre una danta, es decir, un tapir. Guaicaipuro fue un cacique de la resistencia indígena contra los conquistadores, Felipe un negro antiesclavista rebelde del siglo XVI. Creo que simbolizan las razas que se han mezclado en los venezolanos. Luego están las Cortes de Espíritus que los acompañan, pero es una larga historia.

Por fin llegamos a la montaña de Sorte. Encontramos altares bajo cortinas y marquesinas y también en mampostería. Hay una colorida explosión de estatuas, bustos e imágenes, como las que vi en Petare, con velas multicolores encendidas, ofrendas de flores y frutas. Cruzamos un río y encontramos al grupo de Gelson esperándonos. Allí dejamos la motocicleta y subimos la selva, hacia el portal sagrado, en una fuente, en medio de la espesura del monte. Nos encontramos con pequeñas casas de metal y madera, tan grandes como colmenas, con imágenes en su interior –y otras estatuas al pie de grandes árboles– y dibujos realizados con ceniza o yeso en los espacios abiertos del suelo. Cuando llegamos al lugar elegido, esperamos a que llegara la noche fumando puros y bebiendo cocuy. Los fieles cantan canciones acompañados por una guitarra. Al caer la luz dibujan una gran figura en el suelo con talco blanco y me hacen acostar dentro de ella, rodeándome con velas encendidas.

—Es la capilla magnética, o sea, el oráculo desde donde le vas a prestar tu voz a la diosa —dijo Tilta—. No hay nada que me preocupe. Rellenan con pétalos de flores y semillas algunos espacios donde las líneas del dibujo se cruzan.

Tilta me dio un té de hierbas mezclado con cocuy. Luego me recita susurrando, como una nana, los nombres de los espíritus de las Cortes de la Reina, empezando por la indígena:

—Urimare, Yoraco, Cayaurima, Naiguatá, Tamanaco, Sorocaima, Baruta, Churuguara, Terepaima, Arichuna, Tiuna, Paramaconi, Barquisimeto, Guaicamacuto, Jirajara, Maracay, Catia, Nurachí, Coromoto, Guaicamacuare, Yarúa, Arichuna, Paramacay…

La oigo y no la oigo, pero la veo sonreír y es muy bonita cuando sonríe. También hay una Corte de los Juanes:

—Don Juan del Tabaco, Don Juan de los Caminos, Don Juan de las Aguas, Don Juan de los Suspiros, Don Juan de los Cuatro Vientos, Don Juan del Amor, Don Juan del Desespero, Don Juan de los Encantos, Don Juan de la Luz, Don Juan del Dinero, Don Juan del Borracho, Don Juan de los Tesoros...

Y con esta letanía en la boca, me quedo dormido.

Me despierto en medio de la noche fresca y suenan muchos tambores alrededor, salidos de quién sabe dónde. Estoy en una hamaca amarrada entre dos árboles. Veo, no muy lejos, la figura dibujada en el suelo donde yo estaba, todavía llena de velas y ahora también de botellas y frutas. Bajo y me encuentro ante Tilta.

—¿Cómo fue todo? —le pregunto.

—Maravilloso. Hablaste, la familia de tu italiano difunto está en Juan Griego, en la isla de Margarita, en la costa del Caribe. Te llevará a ellos el padre Tiburcio, en el santuario de la Virgen del Valle.

—Caray, no será fácil llegar allí...

—¿Por qué? Tu amigo bolichico te encontrará un pasaje de avión.

—¿Y qué hay de ti?

—Te lo resumo, porque no te interesa el resto, el régimen caerá y será doloroso. Maduro debe asumir su segundo mandato en enero del año que viene, ahora sabemos que no lo completará.

 

7.       

De Iván Gabriel me llega la noticia de que el único rastro de Giuseppe Foglienzi es una pizzería de su propiedad en la localidad margariteña de Juan Griego. Parece que estoy destinado a excursiones muy rápidas en mis días venezolanos. En el santuario de la Virgen del Valle encuentro al Padre Tiburcio. Viejo y casi sordo, recuerda bien a Giuseppe. Sabe que ha fallecido y me da una dirección. Así me topo frente a Migdalia y a su hijo. No es fácil superar sus recelos, pero me esfuerzo y al final confían en mí. Giuseppe tuvo un infarto fulminante en Caracas, donde habían ido a acompañar a su otro hijo, que se marchaba a vivir al extranjero. La pizzería ahora está a nombre de sus hijos: llevan su apellido, pero tuvieron que cerrarla por la crisis. Foglienzi no quería saber nada de Italia, no tenía ningún vínculo allí. Pero ella había preparado una carpeta con algunas hojas en italiano. Echo un vistazo: cartas, documentos antiguos y algunas fotos descoloridas.

—Era para Italia, en caso de que alguien apareciera, así que puedes llevársela.

Es mucho más de lo que esperaba. Les aseguro que nadie los molestará. Y no me hago un selfie con ellos. De hecho, lo decido inmediatamente: no diré que los conocí. La casa es bonita, desde las ventanas se puede ver el mar. Sus rostros también son serenos. Les cuento que vi la tumba de Giuseppe en Caracas.

—Esa fue una formalidad. Lo incineramos y esparcimos sus cenizas aquí en el mar abierto.

Juan Griego es una hermosa bahía con lagunas y una fortaleza y montañas al fondo –en la parte norte de la isla– cerca de hermosas playas. No será difícil recuperarse cuando los turistas regresen. Quizás el otro hijo emigrante regrese también para dirigir la pizzería.

Vuelvo rápidamente a la capital porque se me acabó el tiempo. Luis Alberto y Florángela están muy contentos de que haya cumplido mi misión y sobre todo de que no me haya topado con ningún malandro, los famosos criminales locales. Hasta el niño agita las manos y grita de alegría. Bien, si es así, quiere decir que hay algún futuro. Tilta aparece en el último momento. Bloquea el taxi con su motocicleta para darme una botella de cocuy artesanal.

–El año que viene habrá una celebración. Así que tal vez la próxima vez no invites a las chicas a un cementerio.

Ni siquiera se quita el casco, que tiene la visera baja. Pero sé que sonríe.

 

 

 

Nota: El relato, escrito en 2018, se publicó en italiano en la revista “Limes” n.3 de 2019. Ha sido traducido por dos venezolanos: Sandra Caula, que vive en España, y otro que, por vivir en Venezuela, prefiere quedar en el anonimato.

Escrito en Sólo Digital Turia por Danilo Manera

9 de enero de 2020

Llegué casi a la medianoche a Cincinnati,

media hora de taxi desde el aeropuerto hasta el hotel,

y las luces de la ciudad al final de la autopista.

 

Al día siguiente vi el río Ohio y mi alma se alegró.

 

Desde una colina vi el río dividiendo dos Estados,

a un lado Kentucky, al otro Ohio,

con sus puentes, sus barcos, sus camiones,

y abajo, el agua turbia, y los rascacielos de la ciudad.

 

Me decía a mí mismo la palabra Cincinnati,

como una oración, como una palabra sagrada

que le robara a la oscuridad un sol merecido.

 

Llamé a mi hijo pequeño a España para decirle que estaba aquí,

en esta ciudad y al lado de este río,

y nadie descolgó el teléfono.

 

Vi que llevaba cuarenta llamadas realizadas.

 

Comí en un restaurante asiático,

comí arroz y un pez de agua dulce,

era un día primaveral, con brisa y luz,

y pensé: ojalá encontrara trabajo aquí,

una casa, una familia, unos hijos, un perro.

 

Ojalá encontrará aquí un sol merecido.

 

Y decía todo el rato Cincinnati,

porque parecía una palabra sanadora,

porque parecía una palabra italiana,

porque parecía la palabra perfecta

para decir adiós a quien fui.

 

Después de comer hice la llamada cuarenta y uno.

 

Me alojé en el Fairfield, un hotel agradable

en el barrio de la universidad, había gente joven

por las calles, gente alegre, bebiendo cerveza,

di un paseo y otra vez

dije Cincinnati, porque es una fiesta

esa palabra, un desfile de íes que bailan en mi alma.

 

Quiero vivir treinta años más, Cincinnati,

quiero llegar a ser octogenario.

 

Necesito toda la vida del planeta Tierra.

No puedo morir ahora,

cuando me quedan tantas cosas por hacer.

 

Hice otra llamada.

 

Hola, hijo, estoy en Cincinnati,

es una ciudad preciosa,

¿qué quieres que te compre, cariño?,

terminé diciéndole a la recepcionista

afroamericana del Fairfield en español,

y ella no entendió ni una palabra,

pero al menos me escuchaba,

y me miró con ojos incrédulos,

pero también apenados.

 

Abril del año dos mil dieciocho,

tengo cincuenta y cinco años,

y dije mil veces la palabra Cincinnati.

 

Escrito en Lecturas Turia por Manuel Vilas

9 de enero de 2020

Alguno de nosotros había leído
los usos y costumbres del Olimpo
en algún volumen infantil
prestado del bibliobús.
Llegamos a la playa
con una cesta llena de uvas
y otros celestiales manjares afanados
en las cocinas de casa
y en el recodo junto a la roca,
donde el charco grande y la ría,
nos pusimos hojas entre el pelo,
nos desnudamos 
y nos pusimos a hablar en griego.

Lo mejor es el agua, dijo uno
mientras se lanzaba desde la roca
ignorando que los dioses
suelen tener poca filosofía.

El celestial empleo no acarreaba mucha tarea
así que tras un rato de hablar en jerigonza
y compararnos disimuladamente las pollas
el Olimpo se volvía algo aburrido.
Alguien volvió al idioma de casa
y a toda prisa nos pusimos el bañador,
abandonamos los aperos divinos
y corrimos hacia el escondrijo de la ría
donde ellas se bañaban desnudas.

Escrito en Lecturas Turia por Martín López-Vega

Con el simbólico título de Habitable, espacio que  los versos llenan y referencia  ineludible a su primera poética de trasfondo juanramoniano (tanto en el juego de la intertextualidad como en la concepción de la obra work in progress), se presenta esta antología cuidada y esclarecedora  del profesor José Teruel, publicada por la editorial Renacimiento, que recoge composiciones que van desde su inicial Celda verde (1971) hasta su reciente Retirada (2018), junto a inéditos de un poemario titulado Aire donde estuvo una casa , que alude irremisiblemente a lo que fue aquella celda juvenil de una poetisa que da sus primeros pasos bajo las imágenes de lo familiar y la naturaleza.

 

Habitable es el universo poético, habitáculo o residencia de salvación por la poesía donde se unen vida y literatura, para luego, en esa reflexión sobre ese espacio emotivo de la creación (el poema dentro del poema como mundo y organismo vivo) se llegue a una etapa de cuestionamiento de la literatura misma, pasando por la insatisfacción, la negación y el vació (No escribir y Dulce nadie), hasta alcanzar el desafío metapoético, la autocrítica y el asedio a los límites del lenguaje, caracterizados éstos por la dialéctica que supone la libertad creativa y la constante meditación sobre la escritura desde la otredad  (esa experiencia de poetisa “ex-céntrica” del discurso moderno imbuido en su visión unitaria del poema) que amaga desconfianza y pulsión de muerte, buen ejemplo es esa “retirada” de su última publicación, que es en sí un alejamiento de todo lo creado para indagar en algo más puro, constatable en poemas inéditos como “Aire” o “Es lo invisible ya”, que nos acercan aquella desnudez de perfección juanramoniana, o mejor, a la transparencia del grado zero barthiano. 

 

Caracterizada pues su poesía por el constante cuestionamiento y exploración de la labor poética que abarcan sus sucesivas estéticas (Habitable, Tendido verso, Tiempo y espacio de emoción …) se inicia la antología con composiciones pertenecientes a Celda Verde que profundizan en el recuerdo pasado y la infancia como libertad, por ejemplo “Años de internado” o “Niñez ayer”, mientras en “El  verso” aparece la poesía en diálogo consigo misma y como conocimiento.

 

La preocupación metapoética por el proceso de la escritura -que recorre su obra- está presente ya en “En esta noche, salvándome” que pertenece a Lugar común (1971), poemario con el que ganó el Premio Adonais en 1970, toda una letanía existencial en conversación con los elementos de la naturaleza (la luz, el viento, la noche…) y con los recuerdos de la niñez que llevan a ver la palabra y el poema como un ser vivo consciente que la escritura crea siempre un poso de melancolía por su finitud:

 

Ah, la palabra, qué miedo me da de su constancia en mí,

de su alboroto que me llega y son lugares

en su pompa de vida,

lágrimas sueltas ahora mismo, en formación,

creciéndome,

grandes manchas de poemas y matarlos

es morir más acá de la muerte misma

sin destierro posible y sin ojos.  (pp.44-45)

 

Esta misma tensión metapoética aparece referenciada en la imagen de El barco de agua, obra de 1974 y cuyo poema seleccionado bajo el mismo título trata el tema de la penetración en la escritura, vista como juego de espejos y pozo “que nos mira desde arriba”, para en “Contra moda”, perteneciente a Pasión inédita (1990), se exponga una poética que choca con los dictámenes al uso del neorrealismo y la poesía de la experiencia de finales de siglo, de la mano de la autocrítica y preocupación semiótica (temas afines a la Generación del 70 a la que pertenece), análisis que hace que su estética se encamine cada vez más hacia una reflexión sobre el discurso literario: toma de conciencia sobre la diversidad de sentidos que es la poesía, la libertad creativa y la profundización en la vida bajo disquisiciones artísticas (mi ambición sagrada / materia es el alma / libertad en los versos p.68), que tras la inflexión de Dulce nadie (2008), poemario necesario en su trayectoria para que en soledad rilkeana la autora medite sobre la depuración de la obra y su urgente revisión, su labor adquiera cierto misticismo que alcanzará en Cuatro Poéticas (2011) su punto álgido, a la vez que presenta cierto tono combativo; así, en composiciones como “Y de todo habrá” aparece la idea de la poesía como libertad total bajo la experiencia de lo humano, porque ese espacio habitable -que se confunde con la obra misma y su reinterpretación constante- ofrece una ausencia de límites, es huida de la estabilidad y de la permanencia inherente al objeto artístico, para sobrepasar ese discurso cerrado hacia un universo sin dominios, pues habitar es ir perdiendo el rumbo en busca de la libertad imaginativa, donde la poetisa trae cerezas del océano vegetativo porque no hay barreras, parte de cero y se abre a infinitas posibilidades; son otros lugares no marcados por otras poéticas contemporáneas, de la cual la autora se destierra para ir profundizando en la vertiente existencial, como expone en “Poema del exilio voluntario”, toda una fe de vida en la desposesión y desvinculación de otras concepciones poéticas, idea critica que presenta mediante interrogaciones retóricas, pues. “¿Quién puede vencer lo humano?”, o “ ¿Y qué verbo será perecedero / en la laguna hollada / si va mirando despacio / su molécula? “, hasta llegar al diálogo con el propio poema, ese que con tono imprecatorio se identifica con su exilio; intención de reproche hacia estéticas de la vacía cotidianeidad, de la deshumanización objetiva que conlleva el juicio de creación como suma, tema que expone en la magnífica composición “Poema de cuando estudio matemáticas bellas” bajo la irónica metáfora de la cantidad, o aquel piar armónico de tantos cantos poéticos, pues el operador es neutro y lo importante es la calidad.

 

De Tendido verso (1986) destacan poemas como “Puedo esta noche” que presenta ecos intertextuales al Neruda de la canción desesperada, pero que en Canelo se trastoca en crítica hacia esa lírica neorromántica que cae en la desolación y hacia la poesía pura de verso medido pero insustancial,  todo bajo imágenes de un escritor que medita sobre la palabra, la personificación de la escritura -“animal que enseña los dientes ocultos para que una mano sepa contarlos de blancura extrema” (p. 98)- y la toma de distanciamiento necesaria para componer y así, desde lo lejano, cercar lo ilimitado.

 

Estos temas sobre el cuestionamiento de la creación literaria centran también “Tendido verso”, donde se censura el poema unitario de perfección finita (roca que abunda en la calle) en pos de un espacio intacto e infinito que tiene en la luz o el camino su metafórica representación. Las alusiones intertextuales que nos remiten a maestros de la literatura y el uso del juego metapoético están presentes en “Querido libro” y “Moguer”, donde la autora se sumerge en la realidad que las palabras encarnan, entonces el libro es ya el sol o las nubes del pueblo gaditano, mientras intenta no caer en tópicos superfluos, porque la realidad poética es múltiple e ilimitada; de este modo, sobrepasando las palabras y negando la escritura llegamos a los poemas de No escribir (1999), que corresponderían a su tercera poética. Aquí vemos como ausencia y negación definen la Literatura, mediante una tensión paradójica que implica una nueva valoración del hecho literario, muestra de esa estética de la postmodernidad que se caracteriza por la apertura y la discontinuidad. “No escribir” es no participar de ese acto creativo tradicional para nacer a otro ámbito más amplio de la realidad que se expande libremente y, sobre todo,  tiene conciencia de ello: ese vivir hacia dentro, porque la poetisa prefirió “olvidar palabra, instinto, oración, cauce que iba a devorarme”, por una mística realidad total, ya no se trata de extractar el paraíso, como hacen tantas poéticas, sino de:

vivir sin otra ambición

que el paisaje interior

y su conjunto,

como este viento circular de hiedra

en el altar de una soledad perfecta (p. 110)

 

desde esta perspectiva, aparece la autocrítica y la evocación de su pasado bajo el tono confidencial y la máscara del otro en el magnífico “Una mujer escribe su primer libro de versos y me lo envía”, tema de la experiencia de lo que ha sido el propio quehacer poético, correlato de vida y ficción, pero también alegato a cantar desde otras estéticas, ese “entra en otra espuela del vivir” que le aconseja a la joven, aunque sabe que ella no le escuchará, porque ha caído fascinada por esos “insectos grandes” que nos evocan aquella  verbosidad retórica del imaginario romántico. El camino elegido es hacia la “Depuración”, como expone en esta composición perteneciente a Todo lo no amado (2011), toda una catarsis de purificación donde creación poética implica una situación pushkiana de sufrimiento y destierro, bajo el espejo metapoético de la lectura que es el espacio en que coinciden autor y lector, partícipe éste también del acto de la composición: “Tú”, bajo las imágenes del espejo y el agua que son los versos donde se refleja y muere ese poeta/lector Narciso.

 

Con los poemas de Oeste (2013) y Retirada (2018) se entra en una prosa poética en que el fluir de la conciencia se abre hacia la digresión. Libros juanramonianos en lo que a la revisión y autocrítica de la obra en marcha significan, pero también estéticamente en el uso de una lírica emocional cercana al maestro de Espacio, estilo definido por ese fluir en libertad de la conciencia anímica, donde asoman preocupaciones existenciales sobre el devenir o la creación, pero desde su posición solitaria en la naturaleza -o exiliada del mundanal ruido- siente el latido de lo cercano que abre la puerta a la reflexión, se trata de poemas como “Coros”, en que se vislumbra el reproche a ese “croar de cultura superpuesta”, de “Madera”, donde se profundiza en la labor creativa, idea que también aparece en “Ese charco” bajo la experiencia atenta al más mínimo detalle de la realidad y, sobre todo,  del poema “El fruto”, una composición magistral, metáfora sobre el artefacto poético y su imitación de la realidad. Esta vertiente más reflexiva y melancólica por su carga desolada y crítica sigue en Retirada (2018), bagaje de vida y escritura: “Esta línea puede existir si se entrega a la confesión…”, aquí se augura el vacío y la desposesión como acercamiento a la verdad del poema, vía casi mística de sufrimiento para llegar al conocimiento en su inefabilidad, como señala en “Tantas veces la escritura se vacía…” de la mano de símbolos de la existencia como el árbol o el camino, para concluir en la imposibilidad de captar la realidad y su sentido, pues la vida es como una ráfaga breve.

 

Con su siguiente obra todavía inédita, Aire donde estuvo una casa, de tintes rosalianos, nuestra poetisa muestra como la escritura sigue siendo un ancla de fe frente a la nada, mediante el símbolo de la casa -tan presente desde sus inicios poéticos-, imagen de refugio rilkeano. Este espacio habitable sigue siendo un baluarte de creación, parangón de lo que son las obras, como en “Cuadrado mío esta noche”,  pero aparece también ya derrumbándose en “¿Qué haces fiel a lo perdido…”, donde el habitáculo que fue su universo creativo desaparece y está ya sólo en la memoria. La escritura permanece en el “Aire”, “Es lo invisible ya”, como señala en el poema del mismo título, pues se deriva hacia la inaprensibilidad del hecho poético, inefabilidad que conduce a lo místico, a lo eterno.  Y en esa esfera etérea coloca Pureza la poesía, pues como señala en “Escribir sin mano también”, en un acto de desposesión de esa “manifestación” del ser que es lo escrito: El Aire puede cambiar de esfera y no se rompe jamás, así el destino del que vive plegado a él, nada puede hacerle frente en la noche de los tiempos (p.159).

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Francisco Ruiz Soriano

   Pocos críticos han mirado la obra de Shakespeare con la hondura del recientemente fallecido Harold Bloom, su obra se ilumina como un destello en el infinito panorama de críticos que han asolado el panorama de la literatura contemporánea.

  Bloom ha sido un gran profesor, pero también ha sabido mirar a través del Canon Occidental la obra de muchos de los grandes: Dante, Tolstoi, Montaigne, Moliere, Whitman, Milton, Joyce o Virginia Woolf. Era Bloom un pensador que enriquecía, como un creador, con sus opiniones el texto, haciendo que la semblanza de muchos de los estudiados cobrará nueva resonancia, precisamente por venir de su mano.

  Por decirlo de otro modo, miraba con la hondura del humanista que perpetra a través de sus opiniones un nuevo magisterio, haciendo que el lector quede atrapado en esa senda, es decir, que vaya a los grandes novelistas con ojos nuevos, entrenados.

    Para Bloom, Shakespeare y Dante están en el centro del canón, cito al crítico:

“Shakespeare y Dante son el centro del canon porque superan a todos los demás escritores occidentales en agudeza cognitiva, energía lingüística y poder de invención”.

   Es sin duda alguna esta apreciación una apuesta arriesgada, porque deja fuera o al margen el poder impresionante de Cervantes en su Quijote para inventar personajes que cobran vida y que tienen un psicologismo indudable, tanto es así que la novela abre la senda de la narrativa moderna porque la invención de estos personajes se convierte en universal, pero también deja fuera a otros, que han generado espacios de gran agudeza cognitiva, como Dostoievski o Tolstoi, sin olvidar a Thomas Mann y la grandeza de sus propuestas en novelas inmensas como La montaña mágica.

    En mi opinión, Bloom acierta en parte, abre una senda, porque es difícil emular a Shakespeare, tan hondo que traspasa cualquier apreciación, en sus obras cabe toda la dimensión humana, esa capacidad de ver  todos los espejos que tiene un ser humano, logrando personajes que son diseccionados en múltiples matices: Hamlet, Otelo, Macbeth. Lo que Bloom simplifica es precisamente lo que hace al canon un artificio dudoso, no podemos entrar en un ejercicio de protagonismos, sin entrar en lo que es meramente opinión. Es, sin duda, una opinión muy bien argumentada, pero opinión al fin y al cabo.

    La opinión de Bloom sobre Dante también es cuestionable, Dante era un transgresor, su Divina Comedia es un lúcido artificio sobre el ser humano, convertido en un mosaico de diferentes voces que resuenan en el eco de un silencio. Dante es el espejo de una época, donde la metáfora todavía no es un recurso literario pero que cobra en el italiano una fuerza impresionante, de ahí al símbolo hay un paso.

   Bloom es, sin duda alguna, un entomólogo que busca, bucea y disecciona, pero deja de lado miradas, ecos como los que produce la literatura de D.H. Lawrence, imaginativa y sensual, apenas cita a los españoles en el Canon, sin tener en cuenta a Baroja, Galdós o tantos otros, que han dado al idioma no solo perfiles, sino también retratos poderosos, que siguen vigentes en nuestro tiempo.

  En mi opinión, Bloom se centra demasiado en Shakespeare, un artista de la palabra y un jugador aventajado del idioma, pero olvida el vuelo de escritores que han abierto brechas a la narrativa como Malcolm Lowry o el citado Lawrence.

   Es consciente el gran crítico de la fuerza de una Virgina Woolf o de George Eliot, pero deja en ese canon la mirada de muchas escritoras americanas que son de un prodigio verbal inusitado como Carson McCullers. La voz de la española Emilia Pardo Bazán para explicar el naturalismo en Los pazos de Ulloa es olvidada porque Bloom se centra en el mundo anglosajón principalmente. Se agradece que cite a Whitman y lo analice, con esa capacidad de ver en Hojas de Hierba un canto a la libertad que pocas veces se ha dado en la literatura.

   Concluyo con esta idea: Bloom abre polémicas, enciende discusiones y plantea nuevos prismas donde mirar la literatura, es esencial su legado porque podemos no estar de acuerdo, pero da a la crítica razones apasionadas (era muy conocido por su prodigiosa memoria para recitar en sus excelentes clases a los grandes). Muere un hombre de gran estatura que, de alguna forma, aunque haya dialogado con unos más que con otros, conoció y vivió el amor por los libros como un legado universal.

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

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