Suscríbete a la Revista Turia

Artículos 481 a 485 de 1334 en total

|

por página
Configurar sentido descendente

17 de septiembre de 2019

En el prefacio que Shelley escribe en nombre de su mujer Mary Wollstonecraft para Frankenstein, señala los modelos de la poesía épica y dramática antigua y moderna, desde la Ilíada de Homero al Paraíso perdido de Milton, pasando por La tempestad y El sueño de una noche de verano de Shakespeare, que considera no solo los moldes primigenios de “la verdad de los principios de la naturaleza humana”, sino también los insoslayables patrones que deben guiar al “humilde novelista” en sus “creaciones en prosa”.

Amén del concepto ancilar y esencialmente lúdico que para los románticos como Shelley tienen el relato y la novela, frente a la grandeza trágica y filosófica de la Poesía, en esas afirmaciones, tanto la poesía épica, como la dramática, se consideran fenómenos y entidades narrativas previas y superiores, es verdad, pero, al final, análogas al relato en prosa que es la novela.

Por eso, no se extrañe, el lector, de que en este –tal vez insensato– experimento, titulado “La Importancia del Final”, se dote de nuevos finales tanto a grandes relatos épicos de la antigüedad clásica, como a algunas conocidas tragedias y comedias, junto a un buen ramillete de novelas modernas, pues todas ellas son historias que han pasado al acervo del lector curioso y obstinado; y algunas de ellas –bastantes– han terminado por convertirse incluso en lugares comunes de la cultura popular, para los que leen y para los que no leen, ni piensan leer ya nunca.

Estos seis nuevos finales inesperados que ofrecemos en esta tercera y última entrega de esta serie que tan amablemente ha acogido la edición digital de la revista TURIA, a lo largo de estos meses –anticipo de lo que será, en su día, ya en libro, una suma de cincuenta–, abundan, como lo hacen los seis finales propuestos en las dos anteriores entregas, en una intención muy clara, bucear en esa percepción genial del formalista ruso Iuri Lotman, para el que, en el final de las historias, precisamente, va contenida la visión del mundo que transmiten. Es nuestro deseo que hayan disfrutado del experimento, ideado para lectores como ustedes.

***

7

No haría falta justificar el porqué de la elección, para comenzar esta última entrega de finales inesperados, de dos de las tragedias más famosas de uno de los más grandes dramaturgos de la Grecia clásica y del teatro occidental, Sófocles. Incluso quienes no las han leído o visto representadas sobre un escenario saben de las peripecias de sus héroes, incluidos sus aciagos finales. Yo las he elegido por el impacto que me causaron en mi juventud, al traducir algunas de sus partes más significativas como joven estudiante de letras, y, más tarde, como descifrador maduro de sus fatales destinos.

 

Antígona de Sófocles

(… no volvería a hacerlo…)

 

Y casi sin volverse, como hablando para sí misma, dijo:

− Creonte, créeme, no volvería a hacerlo, si pudiese volver hacia atrás el tiempo, Polinices, mi querido hermano, permanecería a la intemperie, como atractivo señuelo para las fieras y las aves de la carroña; aunque mi corazón se hubiese partido en dos y hubiese caído muerta de dolor... Mi cuerpo exánime hubiese cubierto el suyo, como hacen los hoplitas cuando saben que van a morir en la batalla y sus cuerpos quedarán insepultos… Y qué bella metáfora hubiese sido de la ciudad, ¿no? Muertos que son la sepultura de sus muertos…

Calla y mira a Creonte, por primera vez, ahora sí, de frente, con distanciada objetividad. El cansancio y el dolor extremo han eliminado de su gesto cualquier resto de aquella tozuda pasión que la ha guiado hasta ese preciso instante…

− Después de tanto sufrimiento −dice, por fin−, el mundo, la ciudad, no ha cambiado ni un ápice; nada ha cambiado ni un ápice… Quizás tú, Creonte, con tu inmisericorde rigor y apelación a las leyes, tenías razón; pero yo prefiero la Democracia a la Ciudadanía, la libre determinación al consenso; pero eso no nos ha traído hasta aquí, ¿verdad?

Y, de nuevo, como si hablase para ella, añade: O sí ¿O ha sido eso exactamente lo que nos ha traído hasta aquí…?

 

8

 

Edipo Rey de Sófocles

(… eres mi madre, pero qué importa si somos tan felices…)

 

− Sí, lo sé, eres mi madre, pero qué importa si somos tan felices; no destruyas con ese gesto, con tu suicidio, toda esa felicidad… Por primera vez, querida Yocasta; por primera vez en mi vida, soy completamente feliz y a nadie se le debería arrebatar la felicidad conquistada tan sólo por un fatal encuentro en un cruce de caminos… Somos, esposa mía, piezas sujetas al gran juego de los dioses y a ellos no les importa nuestra felicidad, sólo nuestro sometimiento…

[… pausa dramática y expectante. Yocasta lo mira, unos dicen que con pena, otros que con un gesto de horror, y otros, que con infinito amor; pero permanece en silencio…]

… ¿Qué deberíamos hacer ahora, eso que nos grita la muchedumbre del coro…? Pero tú sabes que ninguno de entre ellos ha conquistado nunca la felicidad, si así fuera, no estarían pidiendo tu muerte ni mi ceguera, tu holocausto y mi propia mutilación…  Tú sabes que quien no conoce ni ha conocido el gozo del auténtico amor en los brazos de la mujer o del hombre soñados tiende a la injusticia y es cruel, pues quien ha conocido la plenitud de ese gozo jamás se atrevería a solicitar la aniquilación de un hombre feliz…  Oh, dioses, hasta Tiresias estaría de acuerdo con ello; ni mi propio sentido del deber, ni todas vuestras leyes, ni tampoco las humanas, pueden obligarme a la renuncia, ni siquiera mi propia conciencia puede hacerlo, ¿por qué deberíamos hacerlo, para satisfacer qué balanza, si no hemos dañado a nadie a sabiendas?

[… duda, titubea…]

 … tampoco mi destino prefijado de héroe, digan lo que digan también Tiresias o el coro… ¡Soy tan feliz!... No, jamás me arrancaré los ojos, jamás lo haré y tú, querida esposa madre, jamás te quitarás la vida; los seres felices no lo hacen y nosotros lo somos, ¿verdad?

 

 

9

Se puede decir que el Libro del Arcipreste ha sido una de las lecturas decisivas de mi vida; desde luego, uno de los textos que más han influido en mi concepto de la literatura, en general, y de la novela, en particular. Desde que mi maestro Julio Rodríguez Puértolas nos lo descubrió en la Universidad y nos enseñó a leerlo como el producto conflictivo, intenso y paradójico que es, fruto de uno de los primeros sujetos en los que se anticipa la modernidad como el tiempo y el espacio de la incertidumbre y de la angustia existencial –no solo en Castilla, sino, quizás, en toda Europa–, su asidua lectura y comentario ha enriquecido y abierto mi mente a la comprensión de la auténtica naturaleza de la novela moderna, en general, y de la novela experimental del siglo XX, en particular.

 

Libro de Buen Amor del Arcipreste de Hita

(… este es el estupor de la decadencia…)

 

[fragmento en prosa encontrado en el códice BNM/30-GRZ-01909; junto a otros escritos, jurídicos y notariales, también en prosa[1]]

 

… en mala hora le di a don Hurón mi carta para las dueñas, en ella iba toda mi sabiduría y mi dolor; cómo pude hacerlo, cómo no preví esta final humillación del deseo… Cómo no preví que acaso sea verdad que el amor solo anida en los corazones gentiles, que el buen amor no admite terceros, ni su público pregón por las plazas y las calles… En qué he pardo, a qué punto he llegado… Con Garoça hubo un momento en que tocamos el cielo de los amantes y pareció que la búsqueda alcanzaba por fin su sentido… Qué mujer, qué plenitud la de sus brazos… Oh, la bella Garoça, cuánta promesa y gozo en su seno… Cómo he podido caer en este estado lamentable… Fue su muerte, la memoria insoportable de su pérdida… Cómo he podido recaer una vez más en el error; tan honda es la merma causada por la soledad… Cómo he podido creer siquiera un instante que don Hurón era la solución, el cordel que me sacaría de este pozo oscuro… Oh, Dios, señor del buen amor, qué humillación y vergüenza ver convertidas en lodo viscoso y nauseabundo las palabras en las que se acrisolaba la suma de mi existencia y de mi búsqueda… Escuchar las risotadas y el escarnio de la turba y la untuosa y lasciva cantinela de don Hurón asesinándolas con su propia risa y caricatura… Cómo no he previsto mi propio ridículo, la decadencia…

… ¡Garoça, exclama el Arcipreste, vuelve de tu fosa de tierra pura en intacta; atraviesa el río del olvido y sálvame de esta confusión bufa y grotesca!… ¿Por qué he tardado tanto en comprender? Son tan pocos los que logran rozar la gloria del amor verdadero… ¡Pero es tanta y tan terrible y dolorosa, luego, la nostalgia de los amantes recompensados con su roce!…

 

 

10

Tratar de justificar la elección del relato por excelencia de la modernidad resultaría inútil y pretencioso; solo cabe decir que ha sido otra de las lecturas esenciales de mi vida, como lector y como escritor.

 

Don Quijote de Miguel de Cervantes

(Dos finales; uno apócrifo, por supuesto)

 

[Final 1] “El auténtico final de Cide Hamete”.

− Psss… psss… ¿se han ido ya todos…?

− Sí, señor; ya están todos durmiendo… y creen que vuesa merced ha muerto; qué lástima me dan…

− Pues espabila, Sancho, y prepara todo el bagaje…

− Ya lo tengo todo listo, señor…

− En Flandes, querido Sancho, me han dicho que se vive bien, que los prados son verdes y el agua abundante, allí podremos vivir libres y a nuestro antojo; y si necesitamos dinero dicen que se puede trabajar y ganarlo honradamente…

− Sí, señor, vámonos como lo hicieron Rincón y Cortado o nuestro amigo el licenciado Vidriera…

… … …

 

[Final 2] “El bachiller Sansón Carrasco toma las armas”.

Sancho llora la muerte de don Quijote; al cabo se levanta y se dirige a por las armas de su señor, las toma con mimo, con lágrimas en los ojos, las envuelve en una vieja manta y las sube a su pollino, y en silencio, cabizbajo, se dirige a la casa de Sansón Carrasco y, cuando este abre, con las armas en la manta, desde el umbral, le dice:

− Se lo debe, señor de la Blanca Luna, se lo debemos los dos…

Y Sansón Carrasco, a partir de ese instante, Caballero de la Blanca Luna, asiente en completo silencio…

 

11

A los lectores que no hayan leído el texto de Defoe y a los que crean que lo han leído o que lo leyesen de jóvenes, les recomendaría que volviesen a leerlo con la madurez que dan las lecturas sucesivas y los años. Se encontrarán con algo completamente diferente a lo que recordaban o a lo que esperan encontrar. Una de las cargas de profundidad más potentes lanzada jamás al océano de nuestra modernidad capitalista.

 

Robinson Crusoe de Daniel Defoe

 

Viernes, decepcionado y confundido por la muy cristiana hipocresía  y corrupción de los hombres civilizados, decidió regresar a su isla, reconciliarse con su anterior estado salvaje y probar, junto con los suyos, de nuevo, la sangre y la carne de sus enemigos; y, al hacerlo, la primera vez, después de tanto tiempo, descubrió en su más profundo interior de ser salvaje que aquel gesto era infinitamente más justo y verdadero, menos cruel y malvado, mucho más humano, en suma, que la mayoría de los que había visto entre los seres civilizados, pues aquella carne y aquella sangre del enemigo se había obtenido mediante una lucha entre iguales, en donde unos y otros gozaron de las mismas oportunidades, tanto que bien podría haber sido él el bocado de los otros… No había habido en ese combate ninguna de las añagazas, de las mentiras y de las trampas que se escondían en las falsas palabras de su antiguo amo y de su gente, sobre las que basaban sus vidas hipócritas y mentirosas. 

 

 

 

12

Finalmente, he seleccionado la extraordinaria obra de Mann, más citada que leída, como ocurre con casi todas las obras clásicas; una experiencia lectora intensa, densa, completa y envolvente, con ánimo e intención totalizadora que exige, por eso, lectores que consideren la novela como algo más que un artefacto de entretenimiento. Un auténtico monumento a la escritura concebida como desentrañamiento de las almas y de los cuerpos de unos sujetos –que nos anuncian a nosotros mismos– atrapados por la Historia, justo al final de un mundo y al comienzo de otro.

 

La montaña mágica de Thomas Mann

 

… hubo momentos, joven Castorp, en los que brotaron en ti sueños de amor llenos de alentadores augurios, sueños que tú creías gobernar; eran sueños de muerte y de lujuria, de cuerpos dañados y libres… Y, ahora, viéndote dirigirte hacia ese crepúsculo rojo sobre el barro y la sangre de tus compañeros, nos preguntamos si de todo este festival mundial de la muerte, si de este espantoso arranque febril que calcina el cielo lluvioso del alba se elevará, algún día, el amor.

–        ¡No! –me gritas, justo antes de perderte en la oscuridad.

–        ¡En la cima te espera el bueno de Joachim! – querríamos gritarte nosotros desde nuestra cómoda sombra, pero ya es tarde.

FINIS OPERIS



[1]
                        [1] [NOTA AL MARGEN] … acaso justo al final el Arcipreste comprendió que debería haber escrito en prosa, como el astuto de don Juan Manuel, y así inaugurar una nueva escritura destinada al futuro…

Escrito en Sólo Digital Turia por Matías Escalera Cordero

 


  Estamos de celebración porque Sergio Arlandis, mucho más que poeta, también investigador y crítico, profesor en la Universidad de Valencia ha realizado una excelente selección de la obra de Leopoldo de Luis, de la mano también de su hijo Jorge Urrutia, profesor prestigioso y gran poeta de nuestro tiempo.

   He titulado este texto “Entre la nada y el olvido” porque en los poemas seleccionados el gran Lepoldo de Luis contempla la vida como un abismo, donde el espejo nos niega a veces toda apariencia, somos seres en la derrota, que perpetuamente perseguimos la claridad desde la umbría mirada del tiempo.

  En la estupenda selección de los poemas, encuentro tres que me han llegado dentro, de diferentes épocas, Arlandis en el prólogo ve la poesía como la ventana desde la que miramos el mundo y es muy cierto, el poeta que se siente extraño ante la vida, que pasa casi fantasmagórico por las cosas, abre las puertas de su casa al verso que le alumbra y es el fuego donde germina el tiempo. Para de Luis la vida es un refugio donde uno se  esconde y solo en los versos amanece de veras a la verdadera vida. En ese extrañamiento vital crecen sus poemas, como muestra en Los imposibles pájaros (1949), libro en que ya vemos su afán de ver la luz entre las tinieblas del vivir. En el poema “Eterna voz” dice:

“También vendrán otras gentes y otros días / y enterrarán mi voz”-

    La vida sigue y el poeta ha de pasar, al final todo será arena negra que cubrirá el cuerpo, la vida será ya otra, para el que la pierde, en ese infinito abismo que es la muerte.

   Porque la voz del poeta no es la suya en realidad, nace de algún lugar, en ese espacio donde el hombre que no somos vive, donde el hombre no nacido crece, donde el increado se hace luz cenital:

“Ni aún esta voz es mía, es una herencia. / Yo no soy yo- Fui aquel. He sido. Acaso / hay un oculto río y una escondida espina / que eternamente van atravesándonos”.

   La vida es esa espina, esa cruz que nos lleva a otro yo, quizás al que nunca hemos sido. Hay en la poesía de Leopoldo de Luis un desdoblamiento, como si otro ser le inundara, no el que se mira en el espejo, sino un eco de otra voz, de otro tiempo, una herencia de otros seres ya idos.

   En el libro El extraño, escrito en 1955, hay un poema dedicado al hijo, que me ha gustado mucho, en esa declaración hacia un ser que aún es inocencia desde la sombra del hombre ya maduro:

“Mirándote quisiera derretir / este plomo sombrío de mi pecho / y creen en la vida y en las cosas / que nos dicen su claro sortilegio”.

   La vida desde el niño, abriendo a la magia del tacto y del abrazo a ese ser que lleva plomo ya en el pecho, la carga como Sísifo de la vida que siempre empieza de nuevo.

   Sigue Leopoldo de Luis su sendero de abrir un cauce al corazón herido, al que late y pena en la memoria.

   En 1979 llega Igual que guantes grises, libro donde de nuevo, en la senda de ese Aleixandre de Sombra del paraíso, de Luis habla de ese espacio que ya nos ha condenado, vivimos en la ilusión del ayer desde un hoy que es derrota, como nos dice el poema “Paraíso perdido”:

“Perdemos realmente un paraíso. / Porque hay un paraíso en cada uno / de nosotros y un día / nos expulsa súbitamente.”

   El cuerpo que se mira despojado de sí mismo es ya el yo herido, el que ya no existe, envuelto en el olvido de sí mismo, en de Luis vive ese deseo de existir pero que nos niega la propia vida, con su eterna condena del hastío y el dolor.

   Llega en esa senda a un poema que me ha dejado conmocionado, en Cuadernos del verano 2005, Últimas notas, escribe Leopoldo un poema que nos hiere, nos arroja directamente al vacío existencial, se llama “Final”:

“¿Cómo voy a morir si no he nacido? / Nacer es ir sacando el otro a flote, / es conseguir que día a día brote / del fondo en que mantiénese  escondido. / No he llegado a lo plenamente humano /proyecto del que quise ser un día. / Sombra de un sueño que la luz seguía / y se quedó sonámbulo y lejano”.

     Dirá también que somos cautivos en sentinas, lo que nos deja esa sensación de tristeza como si la vida fuese una farsa, una burda broma, ¿será entonces el final o habrá algo más que le de sentido a todo esto?.

    En esta antología editada por Cátedra con el prólogo agudo y extenso de Arlandis hay un eco doloroso, los que leemos sus poemas ya sabemos que todo es derrota, pero quizá queda la ilusión en el hijo, en un paraíso no perdido del todo, gran poesía la de Leopoldo de Luis que cala muy adentro.

Leopoldo de Luis. Libre voz (Antología poética 1941-2005). Ediciones Cátedra, Madrid, 2019,

Escrito en Sólo Digital Turia por Pedro García Cueto

 

Cumpliendo los cincuenta, al peine le sobran púas.

No hay nube que marque dos días el lugar del tesoro.

Aplaude más, pero no mejor, quien lleva

fuego en una mano y agua en la otra.

 

El tragafuegos caga cenizas el día de su jubilación.

Un solo dedo no levanta el higo del suelo.

En el cruce de los cuatro caminos

el burro envía cada pata a recorrerlos.

 

Como el vino y los sombreros, el corazón se sube a la cabeza.

En papada de cura no come migajas el monaguillo.

Debes alejarte mucho de un gran misterio

si pretendes verlo de cuerpo entero.

 

Nos ahogaremos por la nariz el día que llueva hacia arriba.

Al cepillo de la muerte no le peines las cerdas.

Decir “fuego” no quema la boca,

si dices “silencio” te muerdes la lengua.

 

Escrito en Lecturas Turia por Jesús Jiménez Domínguez

8 de agosto de 2019

        (Primavera)

 

I

Primeras luces.

El aire se estremece:

alas y brisas.

 

II

Han florecido

las ramas del almendro.

¿Es primavera?

 

III

Cruzan la tarde.

¿Adónde van? ¿Adónde?

Vuelo de grullas.

 

IV

Suena a lo lejos

la canción de la tierra.

Croan las ranas.

 

V

Lluvia de mayo.

¡Cómo tiembla la luna

sobre los charcos!

 

VI

En el sendero

que viene de la infancia

crecen zarzales.

 

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Manuel Neila

8 de agosto de 2019

 No estoy acostumbrada a la esperanza

Seguramente tú estás hecho de energía oscura, ésa que los astrónomos dicen que mantiene, desafiando todas las leyes de la física, en constante expansión el universo desde la explosión inicial. Probablemente eres así y no puedes evitar la destrucción que produces a tu alrededor. O quizá sólo yo provoco en ti esa fuerza oscura con la que me has lanzado hacia el otro extremo del universo. Has creado entre nosotros,en secreto, una distancia infinita que a mí me ha sumido en la confusión y la tristeza. No soy capaz de sobreponerme a la marea que la violencia de tu engaño ha levantado en mi mente. Yo creí ser más fuerte que tu dolor, me engañé pensando que una voluntad decidida puede enfrentarse al destino y dominarlo, que mi amor permitiría allanar las dificultades, sortear las trampas del camino, incluso conseguir que te sintieras ligado a mí cualquiera que fueran las circunstancias de nuestras vidas, que el paso del tiempo y la entrega de estos años tejerían entre los dos una red de complicidad indestructible. ¡Qué inmenso error! Me convertiste en tu juez, en una pesada carga de la que te despojaste, como de una estrella apagada, con gélido desdén. Y aquí estoy derrotada, escondida, temblando de frío y miedo, esperando que llegue un poco de luz a los escombros de esta galaxia en ruinas en la que me he refugiado, como los soldados de un ejército vencido que no quieren ser capturados, pero que tampoco tienen ya valor o fuerzas para seguir combatiendo.

Tengo por delante años de exilio, de no querer ver ni ser vista, tratando de recobrar el aliento y sobrevivir en lugares donde nadie habla con quien está sentado a su lado. Lugares siempre en penumbra en los que, casi en silencio, viejos piratas, desertores de todas las guerras, que hace siglos vendieron su alma al diablo, apuran el líquido brillante que les llama desde el fondo del vaso.

Ellos son la única compañía que puedo soportar porque sus cicatrices hacen las mías menos visibles, su dolor vuelve el mío menos áspero y no me engañan haciéndome creer que no estoy sola.

 

 

 

Baile de debutantes

Escucho una voz de niña enfadada y luego la veo salir del parque y dirigirse a la calle volviéndose, de vez en cuando, para insultar a unos chicos que se ríen de ella. A los chicos no puedo verlos porque unos arbustos los ocultan, sólo oigo sus risas y sus comentarios burlones.

Ella parece furiosa y sus ojos azules y redondos, como los de una actriz de cine mudo, están velados por lágrimas que, valerosa, logra contener.

En el silencio del domingo por la tarde cualquier pelea, por pequeña que sea, supone un acontecimiento y en algunos balcones comienzan a asomar las cabezas de mis vecinos, tan aburridos como yo, intentando enterarse de qué está pasando.

Debe de tener unos catorce años y seguramente por eso me resulta llamativa la soltura con la que maneja palabras tan soeces. Siento la tentación de preguntarle si le han hecho daño o si necesita ayuda pero me da la impresión de que probablemente lo interpretaría como un entrometimiento de vieja.

Es una chica flaca, de caderas y espalda aún estrechas pero se ha vestido como si fuera a posar para la portada de una revista hortera. Quizá esa sea la razón que explique que las risas de sus amigos le parezcan tan humillantes. Se ha puesto unos vaqueros ceñidos de talle muy bajo sujetos en la cadera por un pañuelo rojo y una camisa anudada justo por debajo del brevísimo pecho. Deja a las vista un cuerpo larguirucho y prometedor pero poco apropiado para una vestimenta tan exuberante. La contradicción le confiere un aspecto extremadamente frágil.

Como si hubiera adivinado lo que yo estaba pensando y quisiera desmentirme escupe al suelo con rabia y levanta airada la cabeza, en la que un turbante rojo, como su camisa, sostiene una altísima coleta.

Va caminando delante de mí, apretando altivamente el paso porque dos de los chicos del parque han salido tras ella. Uno lleva al otro sentado en el manillar de su bicicleta y en ese extraño equilibrio de idas y venidas detrás de la chica, este último trata de excusarse echándole la culpa a un tercero ausente. Las excusas me suenan tan familiares, tan repetidas, tan inútiles y,  al mismo tiempo, tan eficaces.

Ella va cambiando el tono de sus respuestas con tanta facilidad que obliga a pensar que estaba deseando hacerlo desde el principio y el chico se baja de un salto del manillar y continúa caminando junto a ella. La conversación, a partir de ese momento, sigue en un tono mucho más bajo y el ciclista se retira sin decir nada.

Ya no puedo escuchar lo que dicen pero, de repente, siento una enorme fatiga. Al verlos juntos, uno al lado del otro, me parecen aún más jóvenes de lo que había creído; ella le saca un palmo y eso suele ocurrir cuando los chicos no han llegado aún a la edad del estirón. No son más que dos niños ensayando un juego extenuante que los tendrá entretenidos, al menos, los próximos cuarenta años.

 

 

Al caer la tarde

Solo necesito una mecedora para pasar la tarde. ¡Qué espíritu tan pobre el mío!. Como a una niña en su columpio, el movimiento me parece suficiente ocupación, me acuna y me acompaña. Atrás y adelante, subir un poco y luego bajar, uno, dos... Siento pasar el tiempo sin dolor y sin afán en la mecedora blanca de mi abuela. La recuerdo a ella, tan lejana, como me veo a mí ahora: adulta, abstraída, extraviada en un laberinto oculto en la parte de atrás de sus ojos, mirando sin fijar la vista en ningún sitio, dejando pasar la tarde sin hacer nada, sin decir nada, sin esperar nada.

Me arrullan el ruido suave de la madera que se balancea sobre el mármol y el roce de las viejas cuerdas que trenzan el asiento al estirarse. Música de tres notas que se repiten, en orden, una y otra vez mientras me voy quedando a oscuras.

Ensayo para mi vejez, solo probable, muchas tardes así. No quiero ver la tele, tan sórdida como acostumbra, sentada en un sillón inmóvil, ni siquiera oír la radio que chorrea palabras grasientas. Mejor mecerme en el silencio y el olvido.

Escrito en Sólo Digital Turia por Eve Ferriols

Artículos 481 a 485 de 1334 en total

|

por página
Configurar sentido descendente