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12 de diciembre de 2016

Durante los últimos 15 años de su vida, Rafael Azcona fue uno de los grandes lujos de la mía. Siete años después de su muerte, el eco de su voz aún me ronda, cada día. Tengo un montón de recuerdos con él de protagonista. Esta es la crónica de algunos de ellos.

 

1993. Viernes 12 de febrero. Sala de espera del aeropuerto de Barajas. Estoy con Fernando Trueba, Maribel Verdú, Jorge Sanz, Penélope Cruz, Gabino Diego, Andrés Vicente Gómez y Carmen Rico Godoy. Nos dirigimos a Berlín, al festival, donde se va a presentar “Belle Époque”. Un hombre con aspecto muy afable viene hacia mi corrillo, nos tiende la mano y se presenta: “Hola, soy Rafael Azcona”. Nos quedamos paralizados. Rafael era un mito para todos nosotros por varias razones: era un genio, era el escritor de algunas de nuestras películas más queridas, “Belle Époque” incluida, y era célebre su afán de huir de cualquier exposición pública. No le pegaba nada acudir a un festival de cine. Enseguida nos enteramos de la razón: quería visitar en Berlín los viejos estudios de la productora UFA y documentarse para una historia protagonizada por un grupo de españoles que, durante la Guerra Civil, acuden a rodar una película a la Alemania nazi. Estaba a punto de nacer “La niña de tus ojos”. José Luis García Sánchez y Fernando y David Trueba comían con él todas las semanas y ya nos habían advertido de que, pese a lo que se podría pensar, Rafael era el reverso de un ser hosco y huraño. Nos da una pista de su carácter cuando, en el aeropuerto, al ver a Jorge Sanz, le saluda así: “¡¡Hombre, Peciña¡¡”. Peciña es el nombre del personaje de Jorge en “La miel” (1979), la película, dirigida por Pedro Masó y escrita por Rafael, con la que debutó a los nueve años. Pasamos tres días en Berlín, con Rafael entre nosotros. Cada vez que me acuerdo de Berlín lo veo a la salida de un restaurante diciendo: “Pedid codillo, buenísimo”. Tenía 67 años.

 

En el avión de vuelta de Berlín, Penélope se sienta entre Rafael y yo. Azcona nos habla de la historia de “La niña de tus ojos”. Penélope le escucha con los ojos muy abiertos, sin sospechar, ni ella ni nadie, que cinco años y medio después sería la estrella de una película decisiva en su carrera.

 

En ese mismo vuelo, hablamos de Julio Alejandro, el escritor de Huesca, el guionista de “Nazarín”, “Viridiana” “Simón del desierto” o “Tristana”, nada más y nada menos. Rafael cree que Julio sigue en México, su país de acogida desde los primeros años 50. Pero yo le aclaro que Julio vive en Madrid y que es amigo mío. Rafael tiene un impulso de fan que me pareció insólito en alguien como él: “Quiero conocer a ese hombre”. Le prometo que en mi próximo viaje a Madrid organizaré un encuentro. Al volver a Zaragoza lo primero que hago es llamar a Julio y contarle quién le quiere conocer. Le doy una alegría inmensa. A los pocos días Álex de la Iglesia, con 27 años, viene a Zaragoza a presentar “Acción mutante”, su primer largometraje. Le comento la cita que estoy preparando con Julio y Rafael y él dice eso no se lo pierde ni loco. Ese es el origen de una de las mejores tardes de mi vida.

 

1993. Viernes 12 de marzo. Quedo con Rafael y Álex en el bar del edificio de la Avenida de América en el que vive Julio con su hermano Fernando. Julio tiene 88 años. Subimos al piso. Nos abre Fernando. Rafael le tiende la mano a Julio pero éste abre los brazos mientras dice: “Ven aquí y dame un abrazo, hombre, que tenía muchas ganas de conocerte. No sabes cuánto me alegro de estar con alguien con el que me puedo pasar 20 horas seguidas sin fatigarme”. La tertulia dura tres horas pero se nos pasa volando. Rafael, al despedirse, le regala a Julio un ejemplar del guión de “Belle Époque” y esta dedicatoria: “Para Julio Alejandro, maestro de mi oficio, este humilde homenaje a la Segunda República Española”. Al día siguiente se celebran los Goya en los que “Belle Epoque” ganaría nueve premios –incluido el de guión- y “Acción mutante” tres. Al salir de casa de Julio, Álex y yo nos vamos a cenar con Rafael y evocamos la fantástica personalidad de Julio. Unos meses más tarde, vuelvo con Rafael a visitar a Julio, acompañados por José Luis –Pepe- García Sánchez. Y Pepe y Julio se hacen amigos para siempre.

 

1995. 22 de septiembre. Muere Julio Alejandro. Fernando, el hermano de Julio, me cuenta que la intención es enterrar sus cenizas, el 28 de octubre, al lado de un roble, en una finca cercana al Monasterio de Veruela. Se lo cuento a Rafael y decide venir a Veruela en el coche de David Trueba. Rafael no sabe conducir. Para David estar al lado de Rafael es un placer máximo. Siempre dice: “Soy mejor que ayer pero peor que Rafael Azcona”. El entierro de las cenizas de Julio es surrealista. Luego, en Zaragoza, en La bodega de Chema, con un grupo de amigos, celebramos una comida disparatada. Salimos del restaurante hacia las seis de la tarde. Entonces Mariano Gistaín y yo cruzamos a la acera de enfrente, nos bajamos los pantalones y nos ponemos a bailar y a cantar. Ante nuestra estupefacción, Rafael, 69 años, cruza la acera y nos acompaña: se baja los pantalones y se pone a bailar y a cantar con nosotros, en calzoncillos. Ese es otro de los instantes de oro de mi vida.

 

Por esa época, Rafael y Pepe García Sánchez disfrutan de otros arrebatos de fans con dos amigos míos muy queridos, Agustín Sánchez Vidal y Miguel Pardeza. Me cuentan sus ganas de conocerles y yo les digo que lo van a tener muy sencillo: la admiración mutua es una de las cosas que más allanan las amistades. En los dos casos, se siguió el mismo ritual: comida en el restaurante el Frontón de Madrid, larga sobremesa hasta el anochecer y afecto eterno entre ellos.

 

1997. Se estrena “Siempre hay un camino a la derecha”, la primera película de la productora creada por Rafael con García Sánchez y Juan Luis Galiardo. Rafael asume su condición de productor y eso determina un cambio de actitud, por pura complicidad con sus amigos y socios: ahora sí que tiene sentido que se implique en la promoción. Eso hace que Rafael vuelva a Zaragoza, con Pepe y Juan Luis, a presentar la película en los cines Renoir. Luego comemos en Casa Emilio, a partirnos de risa con Galiardo. José Luis Melero, Ana Marquesán, José María Gómez “Cuchi”, Daniel Gascón o José Antonio Labordeta son algunos de los amigos que nos acompañan. Un par de años después, el escritor, periodista y editor de Alfaguara Juan Cruz anima la edición de “Estrafalario”, un volumen que reúne tres relatos de Rafael de los años 50,  “El pisito”, “El cochecito” y “Los muertos no se tocan, nene”. Juan resulta decisivo para que Rafael dé la cara, ahora, como escritor. Eso es lo que, sobre todo, se siente Rafael: escritor, en estado puro.

 

1998. Ángel Sánchez Harguindey provoca unas conversaciones entre dos de los mejores conversadores del mundo, Rafael y Manuel Vicent, en las que los dos escritores hablan sobre la vida. Ellos tres, con Pepe García Sánchez, José Luis Cuerda, Jordi Socías, Manolo Gutiérrez Aragón, Juan Cruz o David Trueba, se reúnen a comer muy a menudo, para reír y disfrutar de la amistad. El resultado de la iniciativa de Harguindey es, sencillamente, maravilloso. El libro se titula “Memorias de sobremesa”. En él Rafael me estampa esta dedicatoria: “Para Luis que, además de saber leer este libro, es amigo mío”.

 

2004. Octubre. Pozoblanco, Córdoba. Se celebran unas jornadas sobre cine y literatura, en las que intervienen Ignacio Martínez de Pisón, David Trueba, Ariadna Gil, Gonzalo Suárez, Ángeles Caso, Antonio Soler, Lorenzo Silva, Julio Llamazares, José Luis Borau o Rafael Azcona y Manuel Vicent. En esos días me hago la única foto que conservo con Rafael. Recuerdo a Rafael y Borau hablar de un guión que habían escrito juntos, “Las hermanas del Don”. La película no acababa de salir adelante.

 

2005. Rafael se encuentra en esa época en la que dice a casi todo que sí y acepta las tres propuestas que le hago: en junio, mantener una charla con Álex de la Iglesia en un ciclo de la Academia del Cine concebido por David Trueba y arropado por Genoveva Crespo e Ibercaja; durante la primera semana de julio cerrar un curso sobre cine español organizado por la Universidad Complutense en El Escorial y, a finales de octubre, formar parte del jurado del Festival de Cine Ópera Prima de Tudela. En Tudela, le rodeo de algunos de sus más íntimos - Ángel Sánchez Harguindey, David Trueba y Pepe García Sánchez- y de algunos de sus más profundos admiradores: Mara Torres, Santiago Segurola, Ignacio Martínez de Pisón y Bernardo Sánchez, su paisano y principal estudioso. Rafael le ha encontrado el gusto, o al menos lo lleva con mucha alegría, al ir a lugares donde antes era imposible encontrarle.

 

A la charla con Álex de la Iglesia en junio acude Pep Guardiola que, por esas fechas, está en Madrid mientras sigue un curso de entrenador. Rafael y Pep es otra de esas reuniones en la cumbre que tengo la ocasión de vivir en primera fila.

 

2006. 18 de marzo. Rafael acepta el homenaje que le rinde el Festival de Málaga, que edita un estupendo libro de Bernardo Sánchez. Rafael disfruta mucho en el festival, rodeado de amigos. Uno de los más especiales, porque apenas le ve pero al que admira mucho, es José Luis López Vázquez, el protagonista de “El pisito”, su primera película. Uno de sus grandes devotos, Agustín Díaz Yanes, sostiene que Rafael es uno de los grandes genios del siglo XX.

 

2006. Julio Alejandro vuelve a nuestra vida. El 16 de junio el Festival de Cine de Huesca organiza un coloquio-homenaje sobre Julio al que estoy invitado con Rafael, Juan Luis Buñuel, Víctor Erice, Asunción Balaguer o Pepe García Sánchez. Rafael, Pepe y yo volvemos a Zaragoza en el coche de Antón Castro. Comemos en Zaragoza, en la bodega de Casa Hermógenes. Durante la sobremesa, ocurre algo: no hay nadie en el restaurante y Rafael y yo nos tumbamos en los bancos de madera, uno a continuación del otro, y nos echamos la siesta, mientras nuestras cabezas se rozan. Hermógenes Carazo siempre evoca ese momento como una de las cosas más fabulosas y estrafalarias que han sucedido en su restaurante. Después de la siesta vamos a la Facultad de Empresariales. Rafael es el invitado de “La buena estrella”, el ciclo de coloquios organizado por la Universidad. En la charla hablamos de “Los europeos”, una novela de Rafael de finales de los 50 que se ha reeditado este año. Entre el público se encuentran Carlos Forcadell y Juan José Carreras. Poco después, en los primeros días de julio, presentamos “Los europeos” en Barcelona. A la presentación acuden Enrique Vila-Matas o Ignacio Martínez de Pisón. Comemos con Pep Guardiola, que nos lleva en su coche de un sitio a otro. Al salir del restaurante, en plena plaza Catalunya, nos encontramos, por pura casualidad, con José Luis Cuerda, otro de sus grandes amigos y admiradores, y el director del último guión de Rafael “Los girasoles ciegos”, protagonizada por Javier Cámara y Maribel Verdú.

 

2006. Octubre. Rafael me concede una entrevista para “El reservado”, un programa que presento en Aragón TV, la televisión autonómica aragonesa. Rafael se muestra encantador. Pocos meses después acepta otra entrevista que le hacemos Beatriz Pécker y yo en Radio Nacional. Rafael es un entrevistado único.

 

2007. Febrero. David Trueba y yo hemos estrenado hace un par de meses “La silla de Fernando”, una película-conversación con Fernando Fernán-Gómez que Rafael había visto en el primer pase que hicimos para amigos, en junio de 2006. Como no podía ser de otra manera, David y yo pensamos que Rafael también es perfecto para proponerle una película en la que él nos cuente su modo de ver la vida. Pero Rafael nos invita a comer para decirnos, con todo el cariño del mundo, que no se siente a la altura de lo que queremos hacer. No le insistimos, como es natural.

 

Rafael Azcona, Luis García Berlanga y Fernando Fernán-Gómez figuran en mi altar personal como lo mejor del cine español. Entre sí fueron muy amigos y yo fui muy amigo de los tres. Sin embargo, conocí a Rafael en una época en la que apenas se veían. Nunca estuve con dos de ellos a la vez.

 

2007. Junio. Rafael tiene su propia manera de mostrar sus afectos. En un email me escribe: “Eres un hijo de puta y la vergüenza de Aragón. Tantos años de amistad y nunca me habías hablado de la trenza de Almudévar”. Rafael acaba de descubrir en El Corte Inglés de Madrid ese exquisito dulce aragonés y se acuerda de mí. Poco después de recibir ese email, en los primeros días de julio, David Trueba está en Zaragoza, mi ciudad. Hemos de ir al Escorial, a un curso de la Complutense, para hablar de “La silla de Fernando”. La idea es viajar hasta Madrid en AVE. Antes de ir la estación, pasamos por una pastelería. Le cuento a David lo de Rafael y la trenza de Almudévar y compramos un par de ellas, con la idea de llevárselas a nuestro amigo. Mientras bajamos con las trenzas en la mano por las escaleras mecánicas de la estación del AVE de Zaragoza pienso que, tal vez, tendríamos que haber llamado a Rafael y asegurarnos de que está en Madrid. Entonces, David, señala el andén y dice: “Mira quién está ahí, Rafael Azcona, con Susi”. Me quedo mudo. Llegamos hacia ellos y Rafael, con una enorme naturalidad, nos saluda: “Hombre, ahora mismo le decía a Susi, ¡pues mira que si nos encontramos por aquí a Luis Alegre!”. Rafael nos explica por qué se encuentran en la estación de Zaragoza: acaban de traerles en coche desde la Rioja y están esperando el AVE hacia Madrid. Hablamos muy brevemente porque enseguida nos hemos de separar: el tren llega y tenemos que subir y buscar nuestros asientos. Al llegar a nuestra localidad, David y yo nos encontramos, en los asientos de al lado, a Rafael y Susi. Nos miramos, perplejos, y nos echamos a reír. David dice: “Este tipo de cosas son las que demuestran que Dios no existe”. Nos pasamos el viaje charlando con Rafael. Esa es la última vez que le veo. Pocas semanas después me entero de que le han detectado un cáncer de pulmón.

 

2008. Enero. Rafael apenas puede ya hablar y se comunica por sms con los amigos. Un día me escribe uno en el que, a su manera, me pide un pequeño favor, él que odia pedir favores: “Querido Luis: el día 5 de febrero al mediodía se entregan las Medallas del Trabajo. Yo no podré recoger la mía. Lo que sigue no es una petición sino una pregunta: ¿Tú crees que Maribel Verdú, en el caso de que pudiera, y con la justificación de protagonizar la última película que he escrito, aceptaría la propuesta de recogerla ella?. Un abrazo. Rafael.” Rafael no simplifica ninguna palabra cuando escribe un sms. Consulto con Maribel y le respondo que para ella es un honor y una alegría. Azcona me escribe esto: “Sin acabar de reponerme de la conmoción -que Maribel haya reaccionado tan generosa e incondicionalmente me ha acongojado- ahí va mi gratitud, primero hacia ti y luego hacia nuestra adorable amiga. Gracias, gracias a los dos. Os abraza vuestro, Rafael”. Tampoco he borrado el sms de Maribel cuando le reenvié los sms de Rafael: “No tengo palabras. Es el más grande y el más generoso. Y nunca me he sentido tan orgullosa de hacer algo por alguien”.Y el siguiente de Rafael: “Ayer, con la excitación, se me pasó pedirte el teléfono y dirección de Maribel, que supongo que pedirán los del protocolo. A Maribel le dirán que la costumbre es hablar un minuto: creo que sobran los eufemismos y los ditirambos, si dice que estoy en tratamiento de un tumor pulmonar y que me manda un beso, yo encantado”. Rafael siente auténtica debilidad por Maribel. Siempre dice que Maribel lleva varias “Rafaelas Aparicio” dentro.

 

2008. 22 de enero. Álex de la Iglesia vuelve a Zaragoza a una charla sobre “Los crímenes de Oxford”. Han pasado 15 años desde que vino a estrenar “Acción mutante” y hablamos de Rafael. Cuando estamos en Radio Zaragoza, a punto de entrar en el programa de Miguel Mena, me llama Rafael. Quiere ultimar algún detalle relacionado con Maribel. Álex, al saber que es Rafael, me coge el móvil y le dice: “Te quiero mucho, Rafael”. Y Rafael, con la voz agotada y débil, le responde: “Yo también, Álex”.

 

2008. Marzo. Escribo a Rafael muchos sms. Él responde enseguida. Sus mensajes siempre llevan un toque de humor, a menudo negro. El domingo 23 de marzo estoy en Nantes, en el festival de cine español. Desde allí le envío otro sms. Pero ese no me lo responde. El martes 25 de marzo me entero de que Rafael no ha podido leer mi último mensaje. Hacia las cuatro de la tarde la periodista Elsa Fernández-Santos me comunica que Rafael ha muerto hace un par de días. Realmente, el que estuviera muerto era la única razón para que Rafael no respondiera el mensaje de un amigo. Al colgar con Elsa me llama Maribel Verdú, rota de dolor, y los dos lloramos sin pudor, aprovechando que Rafael ya no nos puede ver.

 

“Como decía Rafael Azcona”

 

Como muchos de sus amigos, evoco y cito a Rafael a las primeras de cambio. La expresión “Como decía Rafael Azcona” es una de mis favoritas, una de las que más repito.

 

Una anécdota que refiero a menudo es esa que él contaba de su infancia para explicar el sentido de culpa que provoca el placer, sobre todo a su generación y a la de sus padres. Cuando, excepcionalmente, a su padre sastre le iban bien las cosas y entraba en casa muy contento y se creaba en un clima de cierta euforia, su madre, en el momento más álgido, dejaba caer esto: “Ya lo pagaremos, ya”.

 

Para él fue clave su contacto con Italia y la cultura italiana, en la que le sumergió Marco Ferreri. “Mientras en España nos educan para morir bien, en Italia es lo contrario: se prepara a la gente para vivir bien”. Ese fue un descubrimiento esencial, que marcó su manera de entender la vida.

 

Decía que el sacramento de la confesión, como idea, es una obra maestra: cometes el acto más atroz, vas a un confesionario, te autoinculpas y sanseacabó.

 

Decía que la Iglesia Católica había decidido que el disfrute del sexo era pecado mortal por puro instinto de supervivencia. Su negocio se basa en que la gente considere que este mundo es un horror y perciba el otro mundo, el que la Iglesia “vende”, como el paraíso. Eso aconseja condenar los placeres, para devaluar este mundo y revalorizar el otro. Rafael venía a decir que si el sexo no fuera pecado a nadie le acabaría de seducir el otro mundo.

 

Rafael trabajó de contable en un banco de Logroño. Él decía que dejó de ser contable porque los números le provocaban muchos dolores de cabeza.

 

Decía que él no se planteaba preguntas demasiado complicadas alrededor del sentido de la vida porque eso le mareaba. Recordaba que una noche de verano, en Ibiza, iba en bicicleta y miró al cielo mientras se hacía preguntas sobre el misterio del universo. Lo que le pasó es que perdió el equilibrio y se cayó al suelo.

 

Decía que la gente, cuando se ponía sincera, solía deslizar muchas mentiras.

 

Fue uno de los muchos españoles que pasó hambre en la guerra y posguerra. Él decía que aún sufría “hambre psicológica”. Tal vez por eso el regalo que más le gustaba recibir era un paquete de comida. Decía: “He comido todo lo que he podido, por el placer de comer. Recuerdo que un día le dije a Marco Ferreri: Extremadura es muy grande, ¿por qué no vamos y nos la comemos?”. Su mayor placer cotidiano era el de desayunar un pan con anchoas frotado con tomate.

 

Decía: “Hasta que leo el periódico mis mañanas son extraordinarias”.

 

Era un devoto de las nuevas tecnologías. Se apuntó enseguida a todo, al móvil, a Internet, al correo electrónico. Sin embargo, él sospechaba que el uso del móvil era muy dañino para la salud y que ese dato lo ocultaban cuidadosamente los medios de comunicación, para no perder la publicidad de las compañías relacionadas con la telefonía. Juan Cruz y Rafael Azcona hablaban con el móvil todos los sábados por la mañana.

 

Le daba la vuelta a casi todo. El cliché dice: “Un crítico es un creador frustrado”. Rafael decía: “Un crítico es un crítico frustrado. Que, además, no tiene casa”.

 

Decía “Hay que fastidiarse con lo de “Pobre pero honrado”. ¿Cómo se le puede exigir a un pobre que sea honrado”.

 

Hablaba de “los escrúpulos de pobre”. Decía que a los pobres les molestaba mucho llevar rotas las prendas de vestir y siempre las llevaban zurcidas. Decía que a los pobres les gustaba pagar las pequeñas rondas porque les hacía sentir ricos. También decía que los ricos no pagaban nunca.

 

Decía que cada mañana leía el ABC para saber qué es lo que no tenía que opinar.

 

Decía que en el arte las comparaciones no tenían mucho sentido y, sobre todo, que era bastante estúpido sentenciar qué era lo mejor. Decía: “Mejor solo se puede decir cuando hay cronómetro”.

 

De joven le gustaron mucho los toros pero un día le dejaron de interesar. El fútbol le gustó siempre, aunque dejó de acudir al Bernabéu el día que descubrió a los Ultra Sur.

 

Decía que uno de los errores de los guionistas y directores españoles era que habían dejado de ir en autobús.

 

Decía que una de las cosas más peligrosas en esta vida era decir sí. Era algo que te podía llevar hasta el matrimonio.

 

Decía que nadie estaba preparado para el matrimonio y que nadie nos preparaba para él.

 

Decía que a él le costaba mucho decir “te quiero”. Le parecía algo demasiado serio. Incluso a su mujer, para pedirle la mano, le dijo: “Yo creo que ya estoy maduro para el matrimonio”.

 

También decía que la monogamia era un espanto pero que no se había inventado nada mejor ni menos doloroso. Y un día le oí esto: “Desde que me casé, no me ha pasado nada”.

 

Decía que, por la noche, en la cama, al apagar la luz, cuando repasaba su día, si reparaba en que había hecho algo de lo que se avergonzaba, se ponía muy colorado. Pero, como la luz estaba apagada, no le afectaba.

 

Todas las noches leía antes de dormir. Pero cuando llegaba a casa un poco bebido y se ponía a leer, al día siguiente no se acordaba de nada y tenía que volver a leerlo.

 

Decía que a la lectura aplicaba el mismo criterio que a la comida. Igual que había comidas exquisitas que a él no le gustaban, también había libros y autores extraordinarios que a él no le atraían nada. Si empezaba a leerlos y no le gustaban, los dejaba y no se sentía culpable. Él decía que perdió muy pronto el sentido del pecado.

 

Decía que los cines de la posguerra se hubiesen llenado aunque en ellos no hubieran proyectado películas: en esos cines había muchas más comodidades y se estaba mucho más calentito que en las casas.

 

Decía que, en la posguerra, estaba muy mal visto que los novios se besaran en público. Y contaba lo que hacían algunos novios de Logroño: ir a la estación de tren y colocarse en el andén. Cuando el tren estaba a punto de salir, los novios fingían que se despedían y, entonces, se besaban.

 

Decía que la posguerra duró hasta Tejero.

 

Decía que cuando era niño y oía toser a un viejo siempre pensaba que lo hacía aposta para fastidiar.

 

Era un gran trabajador. Madrugaba mucho y se imponía un horario de oficina: escribía en su casa desde las ocho hasta las dos o las tres, según hubiera quedado o no a comer.

 

Decía, como Picasso, que el dinero servía, sobre todo, para no pensar en el dinero.

 

Decía que desconfiaba de los sentimientos porque eran muy fáciles de manipular. Sin embargo, confiaba enormemente en los sentidos, por los que le entraba el mundo.

 

Decía que no era buena idea revolcarse en el pasado y que la nostalgia despide un olor a nardos putrefactos. Quería mirar al futuro, prefería la esperanza a la nostalgia.

 

Decía que había llegado a los 80 años con un aspecto tan saludable porque no sabía conducir. Iba a casi todos los sitios caminando. También decía que le ayudaba mucho el tomarse las cosas con sosiego y el no competir.

 

A los 80 años decía que él no podía retirarse, que tenía que trabajar para mantenerse. Pero decía que a él le encantaría dejar de trabajar porque el trabajo le parecía una lata. Cuando algunos le comentaban que si dejara de trabajar se aburriría, él les replicaba: “Me iría a un parque y me sentaría en un banco a leer el periódico”. Los otros se lo discutían: “Ya, y al día siguiente y al otro haciendo lo mismo, no lo podrías soportar” Y les decía Rafael: “Sí, porque tengo imaginación. Al otro día me sentaría en otro banco”.

 

Siempre le recuerdo contento. Él solía decir que, cada mañana, al despertarse y comprobar que seguía vivo se llevaba una alegría tan grande que ya le duraba todo el día. El humor fue su gran venganza contra los horrores de la vida y el absurdo del mundo. Rafael se supo reír de la muerte como nadie se ha reído. Una de sus más refinadas obras maestras nos la regaló en sus últimos días. A José Luis García Sánchez todos los amigos le llamamos “Pepe”, menos Rafael, que siempre le llamaba José Luis. Entonces, en pleno acoso de la enfermedad, Rafael, con el hilillo de voz, le dijo: “ ¿Yo también te puedo llamar Pepe?. Es que con esto del cáncer de pulmón me queda poco fuelle y me resulta mucho más cómodo llamarte Pepe”. Rafael se despidió de la vida con un humor y una delicadeza insuperables. Durante su enfermedad, se negó a que los amigos le visitáramos, para ahorrarnos el espectáculo de su sufrimiento. Y le pidió Susi, su mujer, que no nos anunciara su muerte hasta dos días después, para evitar que, por su culpa, tuviéramos que participar en un circo que no tenía ninguna gracia. Rafael nunca te decía te quiero pero, hasta más allá del final, fue grande y cariñoso como sólo él sabía serlo.

 

Escrito en Lecturas Turia por Luis Alegre

12 de diciembre de 2016

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Para tratar con la realidad hace falta ser imaginativo.

 

 

Hay palabras que nos responden, y no sabemos qué preguntar.

 

 

Escribir es como buscar a un prisionero en un espejo; cuando lo encuentres no tendrás posibilidad de liberarlo.

 

 

Imagina que lo que escribes es blanco, casi tan blanco como lo que no escribes.

 

 

En el fondo la literatura es ciega porque el escritor ha omitido infinidad de detalles intrascendentes.

 

 

Me acerqué al escenario temiendo que el texto me reconociese.

 

 

Me he observado detenidamente pero no he encontrado fallo alguno en el espejo.

 

 

Si yo fuese el Tiempo me sentiría incómodo ante tal proliferación de biógrafos.

 

 

Tanto tiempo de espera en el museo para robar una estatua y acabar llevándome una reproducción de lo que soy.

 

 

Ciego es aquel que sólo ve la ceguera.

 

 

Por más que abro el libro no se ilumina la habitación.

 

 

Un crítico debería saber escoger bien sus dientes de leche.

 

 

Una máquina de escribir que no se usa es como un gato gordo que ronronea una caricia debajo de la mesa.

 

 

En la literatura, como en el amor, la flor que no comemos es la que más nos indigesta.

 

 

A lo largo de mi vida, me he imitado muchas veces, pero nunca he conseguido llegar a ser yo mismo.

 

 

Cuando hago un círculo siempre quiero estar fuera de él.

 

 

No está permitido el suicidio, salvo que sea en defensa propia.

 

 

Decir nada no es callar. Lo mismo que tachar no es corregir y que escribir al revés no es no escribir.

 

 

Una biblioteca en la que faltan mis libros es una biblioteca razonablemente completa.

 

 

Los árboles se mueven más que nadie pero no pierden el tiempo en cambiar de lugar.

 

 

La vida te persigue, pero no te espera.

 

 

Cambiar la máscara de maleta es el modo más seguro de viajar.

 

 

Un libro leído es siempre un amigo que habla bien de nosotros.

 

 

Consejo a un lector de De Quincey: En la vida, ya la primera página tenía una inquietante doblez.

 

 

Sin la literatura nada que se inventase podría ser real.

 

 

Las verdades son números aislados. Las mentiras tienen la necesidad de la suma.

 

 

Cuando no sé qué hacer, dibujo un árbol. Y cada vez que éste mueve una rama, yo le añado una palabra.

 

 

Hay tres estadios de confianza: mirar, perseguir y dominar.

 

 

Qué difícil es compararse con uno mismo cuando uno no acaba de saber quién es.

 

La certeza es como un espectador que nunca aplaude.

 

 

Escribir como si continuamente se estuviese trasladando la función a otro escenario. Escribir (o no escribir), sabiendo que una forma de no responder es contestar a todas las preguntas.

 

 

No te preocupes, cuando me vaya te dejaré los obstáculos.

 

 

No puedo renunciar a un mundo que ha puesto a mi disposición toda su tristeza.

 

 

La identidad es el paso atrás que se da cuando uno se queda a solas con lo que no es.

 

 

Me reprochan que muera con dedicación absoluta.

 

 

Conviene que la escritura se ensucie, de vez en cuando, con nuestra transparencia.

 

 

Se tarda una vida en fracasar completamente.

 

 

Lo poético desaparece en lo que ello mismo hace aparecer.

 

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Aitor Francos

12 de diciembre de 2016

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Un perro tirita abrigándose en el daño, se estremece contra

la debilidad; tiembla frente a nosotros. Me refiero a la costumbre en diagonal, al regreso

que las migas encaminan sobre el plato. Hablo

de buscar la tarde y encontrar la sobreprotección. El frío significa aprendizaje.

Café en el café, expectativas en las suyas, me dice que sufrir

nos fortalece. Sin saber él qué entiende por herida, sin saber él

qué entiende, yo pienso en el dolor que me provoca; yo sé que me lo hace por mi bien.

 

II 

Responde al golpe en su hombro que él es de los que piensan

que las heridas se curan solas. Dolor al golpe

de mi hombro. Contesta —el golpe— que las heridas

las abren los demás. No el golpe, sino su mano en realidad

sobre mi hombro.

 

III 

Nada suele gustarle a la primera. Repite y repite

hasta que se acostumbra. Identifica, reconoce:

entonces sí.

 

IV 

A la mañana siguiente, un e-mail con el asunto

por si no te enteraste de nada.

Tampoco ahora.

 

V

Buscábamos el frío porque el frío dañaba

y porque el daño protegía. No te preguntes

por qué el daño ni el frío ni preguntes:

pregunta qué buscábamos

la mañana siguiente a la mañana anterior.

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Elena Medel

Catedrático de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, Julián Casanova Ruiz (Valdealgorfa, Teruel, 1956), ha cimentado un sólido prestigio profesional como investigador, autor prolífico y profesor en España, EE. UU. y varios países latinoamericanos. El estudio de la Segunda República española, la Guerra Civil y la represión desatada por el franquismo constituyen buena parte de su insoslayable aportación a la historiografía moderna. También se ha ocupado de la historia social o la Europa de entreguerras. Miembro del consejo de redacción de acreditadas revistas científicas como Historia del presente (Madrid) o Historia social (Valencia); del consejo asesor de Studia Histórica (Salamanca); adscrito al comité científico de Cuadernos de Historia de España (Buenos Aires, Argentina) y a la junta editorial de The International Journal of Iberian Studies (Bradford, England), el profesor Casanova promueve entre sus alumnos proyectos de historia comparada, investigaciones y tesis más allá de las fronteras universitarias españolas. Asiduo en la impartición de cursos, seminarios y conferencias en Londres, Harvard, Indiana o Nueva York, proyecta su futuro profesional en Estados Unidos en un horizonte próximo. 

Julián Casanova es autor de trabajos de referencia en torno al anarquismo -Anarquismo y revolución en la sociedad rural aragonesa, 1936-1938 (1985), De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939 (1997)-; el papel de la Iglesia durante la Guerra Civil -La iglesia de Franco (2001)-; la represión -editor de El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón, 1936-1939 (1992), Víctimas de la guerra civil (1999), coordinado por Santos Juliá-; las dictaduras -coordinador de Morir, matar, sobrevivir. La violencia en la dictadura de Franco (2002)-; la historiografía -La historia social y los historiadores. ¿Cenicienta o princesa? (1991)-, y las grandes síntesis de los períodos cruciales de la España del siglo XX -Historia de España. República y guerra civil (2007).

Compagina su ingente labor profesional con la presencia habitual en medios de comunicación nacionales, haciendo del ejercicio de la opinión en la prensa y la radio, un compromiso ético, intelectual y crítico. Divulgador riguroso y ameno, con un calculado tono de apasionamiento en ocasiones -conserva en su despacho un arsenal de anónimos poco amables, aunque también notas de agradecimiento- y dialéctico siempre, Julián Casanova ha hecho de la tenacidad y el trabajo instrumentos al servicio de la cultura.

 

En el origen, el anarquismo

 

Las inquietudes intelectuales del joven Julián Casanova vinculaban sus intereses primeros con la sociología o la ciencia política, pero sobre todo con la filosofía pura. Dado que ninguna de estas disciplinas se podía cursar en la Universidad de Zaragoza a mediados de los años 70, optó por matricularse en Historia, carrera que mantenía relaciones fraternas con las anteriores y también con la literatura, otra de las sugerentes inclinaciones que conformaban el perfil del estudiante y también militante político de origen turolense. A punto de obtener la licenciatura tomó la determinación de dedicarse a la investigación y planificar su futuro supeditado a la férrea voluntad de construir una obra reconocible y sólida.

 

- En la tradición docente española nunca se ha hecho demasiado hincapié en la orientación universitaria al final de los ciclos medios.

 

- No hay nada de vocación en el oficio del historiador, pero sí hay caminos que te llevan a él. El compromiso en aquel momento con los temas sociales y políticos me inclinó a la Historia. Entonces tenía una militancia antifranquista desde grupos cristianos, vinculados con la editorial Cix, que publicaba los libros heterodoxos que se podían permitir sobre el marxismo, sobre Miguel Hernández, sobre anarquismo. Era una militancia a caballo entre consejos obreros y anarquismo pasada por cristianismo con un grupo que se llamaba «Liberación», un compromiso anticapitalista, antisistema con raíces morales y religiosas próximas a la teología de la liberación. A mitad de carrera abandoné la parte cristiana de la militancia y me integré en los grupos autónomos de Comités de Estudiantes. Los dos últimos años de carrera dejé la militancia política para dedicarme exclusivamente a estudiar, lo que me valió uno de los más brillantes expedientes académicos de la especialidad.

 

- ¿Su interés, digamos científico, por el anarquismo cuándo se despierta?

 

-  Mis preocupaciones hacia el anarquismo no son ajenas a mis tempranas militancias, aunque también había otros ingredientes, como el hecho de haberme criado en el Bajo Aragón y recibir los ecos de lo que habían sido las colectivizaciones y por otra parte, dada la mediocridad en que se encontraba entonces la Universidad, hubo un importante componente de autodidactismo en los últimos años. Leí autores entre la protesta social y los testimonios de la Guerra Civil que me hicieron ver que el anarquismo había tenido una importancia capital en Aragón. Tomé Aragón no como historia local, sino como escenario para estudiar mis preocupaciones sobre el anarquismo. 

Otras circunstancias vinieron en mi ayuda. Durante la mili, nada más terminar la carrera, y con destino en Madrid, gracias a unos contactos tuve la suerte de ser enviado al Servicio Histórico Militar, con lo que al tiempo que hacía la mili redactaba la tesis de licenciatura. Cuando acabé, también tenía finalizada la tesis sobre el Consejo de Aragón utilizando las fuentes primarias encontradas en el archivo del Histórico Militar. Era septiembre de 1980. El Archivo Histórico Militar, y yo entonces no lo sabía, contenía el mejor fondo para estudiar el Consejo de Aragón puesto que Aragón cayó de golpe y allí estaba toda la documentación antes de que se recompusiera el Archivo de Salamanca y fuera trasladada. Allí tomé conciencia de que mi tesis doctoral sería a propósito del anarquismo, las colectivizaciones y a tenor de todo ello formular problemas generales.

 

El magisterio de Álvarez Junco

 

- Las formulaciones en torno al Consejo de Aragón más bien parecen vinculadas a cuestiones de historia local.

- Yo, en aquel momento, por paradójico que parezca, estaba bastante en contra de la historia local, ya que me parecía que era una forma de marco reducido que nunca hacía preguntas generales, aunque empecé a captar que ya había muchísima gente que estaba renovando la historiografía española. En el último congreso de Pau, en 1980, luego vino a Segovia y a Cuenca, advertí que la fuerza del congreso estaba en las gentes que hacían historiografías locales, pero yo no encontré aquí ninguna persona que me orientara en ese camino… sin embargo tuve mucha suerte, porque en el último año de carrera había leído el libro La ideología política del anarquismo español, (Siglo XXI Editores, 1976) de José Álvarez Junco, que era el mejor libro que había hallado sobre ese tema y me puse en contacto con él, le planteé mi línea de investigación, le entusiasmó y empezamos una relación, de manera que cuando acabé la mili, al año siguiente, tuve un hueco en su casa con su familia. Así las cosas me encontré en Madrid, con una beca de investigación que me habían concedido para 4 años con el fin de hacer la tesis, en casa de Álvarez Junco, utilizando su biblioteca y en su Seminario de Historia de los Movimientos Sociales… de modo que todo lo que no había tenido, que era un maestro lo acabé teniendo recién finalizada la carrera. 

La segunda fuente de influencia fue mi hermano, que estaba en el extranjero en aquel tiempo y me animó a salir fuera; luego lo primero que hice el verano siguiente fue marcharme a EE.UU. allí estuve en la Biblioteca del Congreso, en Washington. En Nueva York encontré a viejos anarquistas que escribían sobre el anarquismo español. Fui a Ámsterdam, a París…

 

-  ¿Qué le debe al magisterio de Álvarez Junco en el largo camino de su tesis? 

- Acabé la tesis en 1983, un año antes de que terminara el plazo estipulado. Eso fue producto de un intenso trabajo y porque creo que encontré las fuentes de inspiración teóricas e interpretativas, así como las fuentes primarias, es decir encontré aquello a lo que un historiador puede aspirar que es un archivo o varios con fuentes primarias, mucha literatura secundaria, métodos y teorías que guían y buenos estímulos como la amistad de Álvarez Junco, que fue básica, y su prestigio, tanto por su trabajo sobre el anarquismo como por su Seminario de Estudios Sociales. Álvarez Junco me enseñó a ser riguroso con los conceptos, él tenía una especie de obsesión por hacer explícitos los conceptos que utilizaba porque él venía de la sociología y al contrario que la mayor parte de los historiadores que iban al archivo y no se planteaban nada más, Álvarez Junco partía de que toda investigación debía tener unos presupuestos metodológicos, interpretativos y teóricos. Yo de allí salí ganando, porque en mi tesis doctoral de historia, había ya claras conexiones con las ciencias sociales.

 

- También el profesor Carreras influyó en sus métodos de trabajo.

-  Fue el segundo período de Juan José Carreras en la Universidad de Zaragoza. Él firmó mi tesis doctoral y ya me quedé en Zaragoza. Carreras abundó en la importancia de la historiografía que yo ya había percibido, pero él me mostró el método y la línea de indagación.

 

El auxilio de las ciencias sociales

 

- ¿De qué modo se imbrican la filosofía, la literatura, la sociología, la antropología, la economía… en la experiencia del historiador? 

- La gente que había ido a Francia había captado la relación entre la Historia y las ciencias sociales a través de la Escuela de Annales, y fundamentalmente gracias a lo que se había traducido aquí de Lucien Febvre, Marc Bloch o Fernand Braudel. La Historia tenía tres niveles: las estructuras económicas y sociales, la coyuntura y después estaban los acontecimientos. Yo, sin embargo, por influencia de Álvarez Junco y aunque había estudiado siempre francés, giré hacia el mundo angloamericano, con lo cual tuve influencia de los marxistas británicos que habían incorporado la experiencia de los franceses desde la sociología y la antropología, aunque tenían menos demografía y menos economía que ellos, pero sobre todo tenían una especie de pasión, de obsesión, por la narración y la literatura, y también por la síntesis, con lo cual me fui por ese camino… En Georges Rudé o en E. P. Thompson hay mucha más narración e imaginación literaria que en Braudel que te habla de las estructuras. A mí, eso, me marcó.

 

- ¿Cómo se concretó en su carrera esa mirada al mundo anglosajón? 

- Fui a Inglaterra con Preston, era el año 1986. Paul Preston todavía no había publicado la obra que lo lanzó a la fama, Franco, aunque ya tenía ultimado el libro sobre la Transición y su trabajo sobre la Guerra Civil en el año que se conmemoraba el 50 aniversario del inicio de la contienda. En Inglaterra, a donde viajé con mi mujer, encontramos la amistad y la generosidad de Preston y un ambiente de trabajo y relaciones. Descubrí a la gente de la Historia Social Marxista, sobre todo la History Workshop, una especie de taller del historiador creado por un personaje clave, Raphael Samuel, que había incorporado a gente que sin ser académica tenía pasiones, erudiciones y conexiones con la Historia… era como una especie de universidad abierta, obrera, en el corazón de Oxford. Raphael Samuel nos honró con su amistad y nos abrió su casa donde siempre había reuniones de comunistas, de gente relacionada con el teatro, con la cultura, el arte…, es decir, lo que era la tradición marxista británica que tenía mucha conexión con el mundo de la escena y la literatura. Esa fue una influencia muy clara en mi vida que me permitió conectar con algunas de las personas que yo había leído.

 

-  Fue algo así como un viaje iniciático cuya influencia no ha olvidado. 

- Empecé a trabajar en lo que sería mi futuro libro, La historia social y los historiadores (Crítica, 1991). Desde el final de la carrera yo intuía que esa miseria metodológica, teórica e interpretativa que había sufrido, de alguna manera tenía que servirme para que yo publicara un libro sobre el método y sobre la introducción a la Historia para que lo pudieran leer los estudiantes. La historia social… es un libro muy atrevido que marcó toda una época y causó polémicas porque en España algunos consideraban que la metodología y la reflexión deberían estar en manos de mayores y los jóvenes dedicarse a las investigaciones primarias. Este criterio todavía se mantiene. El libro fue el resultado de este caudal, de este magma y todo ello basado en criterios que me inculcó Álvarez Junco: habla sólo cuando tengas los conceptos claros; hay que estudiar a los autores; hay que leer a los autores originales, no a través de lo que dicen los demás… si hablas de Marx hay que leerlo. Álvarez Junco siempre decía que había descubierto que la gente hablaba de anarquismo y no había leído las obras de Bakunin, ni a Malatesta, ni a Kropotkin…

 

- ¿Qué relación mantuvo con Paul Preston, cómo influyó en su trabajo de este tiempo? 

- Preston marcó de alguna manera la gran investigación que emprendí después de publicar mi tesis sobre el anarquismo y el volumen de la historia social. Con Preston hablé muchísimo. Él ya había realizado trabajos y escrito artículos sobre la tradición militarista y golpista y a menudo me decía que mis libros eran importantes y habían sido muy bien recibidos en Inglaterra, también Raymond Carr dijo en El País que mi libro sobre el anarquismo era el más original que se había publicado sobre la guerra… Preston no dejaba de repetirme que el Consejo de Aragón había durado poco y la dictadura había durado mucho. Así es como planteamos la posibilidad de dar un giro y de ahí surgió El pasado oculto. Fascismo y violencia en Aragón, 1936-1939

En 1987 solicité un proyecto de investigación a la DGA y me lo denegaron aduciendo que había que estudiar las dos zonas, no sólo una. Al año siguiente sí entraron a financiarlo con 600.000 pesetas que sirvieron para aglutinar un grupo de trabajo que dejó finalizada la investigación en 1991, un año antes de la publicación en Siglo XXI, ya que la DGA también declinó la edición. Aquí cerré un capítulo y me fui a Harvard.

 

- El pasado oculto es un libro de referencia, sin duda, en el que aglutinó un importante equipo de investigadores de su propia escuela: Ángela Cenarro, Pilar Maluenda, Julita Cifuentes, Pilar Salomón… 

- Yo me había quejado siempre de que no hubiera maestros, no en el sentido de personas a las que adoras y reverencias, sino maestros que crean círculos de trabajo y hacen escuela. Entonces empecé a dirigir trabajos de investigación como pudo ser El pasado oculto. Discutíamos las tesis, los argumentos, hacíamos críticas al trabajo con una gente que acaba de terminar la carrera… es una de las cosas de las que me siento más orgulloso y creo que en eso aprendí mucho de Preston que es un personaje, aparte de su valía personal indiscutible, que crea amplios grupos de trabajo. Hay un momento en que la historiografía angloamericana sobre la Guerra Civil se quedó prácticamente huérfana de los jóvenes porque los viejos no dejaban nada detrás: Stanley G. Payne, Edgard Malekafis, Raymond Carr… pero Preston siguió trabajando con los jóvenes y de él tomé la enseñanza de que hay que dedicarse en cuerpo y alma a trabajar con la gente que viene al despacho para hablar contigo.

 

-  Dice que con El pasado oculto cierra un capítulo y se va Harvard. 

- En Harvard empecé a dar mis primeras clases en EE. UU. y precisamente allí descubrí otro mundo, el mundo de la Europa de entreguerras y empecé a interesarme por la historia comparada de aquella Europa de la que había leído muchísimo: los Balcanes, el Este, los fascismos… En Estados Unidos nació mi hijo, luego viajamos mucho por países como Ecuador, donde impartí algunos cursos en relación con el libro sobre los métodos. De inmediato emprendí lo que era mi ambición desde la tesis, hacer una síntesis del anarquismo en los años 30, De la calle al frente. El anarcosindicalismo en España, 1931-1939, (Crítica, 1997).

 

Desconocimiento de la historia comparada

 

- ¿Tiene capacidad, recursos y profesorado competente, la Universidad española para formar buenos historiadores?

- Está habiendo cambios importantes. Sale más gente fuera producto del programa Erasmus y se investiga más porque hay más fondos, también hay profesores que han estimulado a los estudiantes a salir fuera. Mucho se está moviendo en la historiografía española, y cuando uno hace balances por temas comprueba que hay gente que está avanzando. Creo, no obstante, que hay cosas que no están solucionadas. La mayor parte de la gente que sale, aun sabiendo idiomas, termina investigando sobre España, es decir, no hay españoles especialistas en Hitler, la revolución rusa o la revolución industrial; como sí hay historiadores franceses, norteamericanos o británicos que se especializan en España. La presencia del historiador español en los ámbitos internacionales siempre es para hablar de tema español, aunque ya pueda hacerlo en varios idiomas.

 

- ¿Por qué ocurre esto? Alguna responsabilidad tendrán los departamentos universitarios. 

- Es un déficit en la formación, forma parte del legado del pasado. No tenemos en los departamentos especialistas en otras cosas que no sean España. Sólo unos pocos hablamos de Europa, tampoco hay una tradición de referirnos a Latinoamérica, la gente desconoce todo acerca de estas latitudes. Es decir, hay muy poco conocimiento de historia comparada, pero además, las grandes líneas de investigación en España se hacen a través de equipos de especialistas financiados por institutos de estudios locales, provinciales y regionales, con lo cual, el principal obstáculo para abrir el mercado historiográfico al ámbito internacional es que casi todo el mundo tiene que realizar sus tesis doctorales financiadas por institutos de proyección local que exigen de alguna manera enfocar el estudio a su propio ámbito de trabajo. Está claro que alguien puede hacer un trabajo microscópico y lanzarlo al universo, pero yo voy más allá, me refiero al hecho de que alguien con apellido español fuera respetado en Inglaterra o en otro país por haber hecho un trabajo muy bueno por ejemplo sobre la crisis del 29 en la industria de Manchester. Es el caso paralelo del inglés que viene a España y hace un trabajo ya no sólo sobre España, sino algo tan concreto como la Iglesia católica en Salamanca en 1936… Es un déficit que debemos salvar los historiadores españoles, que estamos muy autocomplacidos, para poder competir en el mercado internacional en términos de igualdad.

 

- ¿Las tesis que usted dirige contemplan una proyección supranacional, fomenta el interés por la historia comparada? 

- Está en marcha un gran trabajo sobre el terror republicano partiendo de varios ejemplos en el marco de la sociedad española, este trabajo se está redactando en Estados Unidos; las relaciones durante la Segunda República entre la Iglesia y el Vaticano a la luz de las nuevas fuentes vaticanas referidas a la República; Guerra Civil, franquismo y memoria a través del cine, es una investigación de una becaria que ha trabajado varios años en Nantes en su festival de cine; la participación de los aragoneses en la Segunda Guerra Mundial contra el nazismo en Francia; hay dos becarios en Argentina, uno de ellos vinculado a un gran proyecto de investigación y coordinación que yo dirijo con profesores argentinos y españoles, y otro estudio sobre protesta social y relaciones entre anarquistas españoles y argentinos; un estudio comparado entre el Movimiento de Liberación Nacional, la guerrilla colombiana y ETA, realizado en Colombia, se leerá este año en Zaragoza. En definitiva, procuro abrir perspectivas comparadas con otros países y abrir caminos.

 

- En alguna ocasión usted ha dicho que se encuentra más cómodo trabajando en Estados Unidos que en España. 

- Sí, por varias razones. En los últimos años en EE. UU. sólo he dado clases a alumnos de doctorado, gente que ha terminado la licenciatura, y eso produce muchas satisfacciones. También es cierto que te exige mucho. Esas clases son una especie de aula de la ONU, hay cuarenta alumnos de múltiples procedencias, a todos hay que dirigirles las investigaciones, corregir sus trabajos… y además hay muchos más medios, las bibliotecas son infinitamente mejores, hay seminarios de discusión y un ambiente que no existe aquí. Por otro lado, siempre hay algo de romántico cuando vas fuera, en la medida que no estás comprometido con los trabajos burocráticos y administrativos que aquí ocupan mucho tiempo, ni tampoco inmerso en las pugnas y luchas académicas y la toma de decisiones acerca de colegas que tienen que venir a la universidad o no... Si yo terminara allí trabajando una parte de ese romanticismo desaparecería porque me vería sumido en esa vorágine del papeleo. El sistema, con todo, es allí bastante mejor porque la universidad norteamericana es una mezcla de exilio del período de entreguerras, de la ética protestante y de judaísmo, y esa mezcla con recursos económicos es explosiva. No es, a pesar de todo, una institución conectada con el poder, en el sentido de colaborar o criticar a los poderosos, pero sí un foco de discusión y debate que no se produce en los ámbitos de la sociedad. Allí hay capacidad crítica y libertad en el trabajo y una ética que otorga más énfasis a los méritos.

 

- ¿Tiene intención de irse definitivamente a trabajar a la universidad americana? 

- Insisto en lo dicho, me siento mucho más a gusto fuera que aquí, a pesar de que tengo un compromiso con el mundo de la Historia y con la sociedad española a través de los medios de comunicación, que me sería muy difícil llevar a cabo en Estados Unidos. En fin, sí me gustaría irme y si no lo he hecho todavía ha sido básicamente por una razón familiar, además del vínculo que tengo con los estudiantes a los que dirijo trabajos de investigación y que de alguna manera debería resolver. Esa posibilidad, en efecto, sí está en el horizonte, y además en un horizonte cercano.

 

La necesidad del debate intelectual en los medios

 

- Valora de modo muy destacado su presencia en los medios… 

- Siempre ha habido una sensación paradójica en el mundo de los historiadores. Por un lado hay una queja de que el poder no nos atiende, que las editoriales sólo publican libros que tengan difusión… una queja en torno a que hemos perdido poder, pero por otro lado hay muy pocos historiadores que hayan dado el paso de querer transmitir lo que están haciendo aquí con el compromiso de divulgación, difusión y aparición en los medios. Es decir, se produce la queja pero la gente no pone remedio y por otro lado, cuando alguien pone remedio hay quien sospecha que ese no es el camino, que el camino está sólo en las revistas científicas y en los libros. Me parece una paradoja muy grande, máxime si consideramos que no hay historiadores que a partir de una determinada edad, unos 50 años, publiquen mucho en revistas científicas. La presencia en el extranjero, en libros y en revistas es nula en el mundo de la Historia, con lo cual al final la gente acaba teniendo relaciones de poder internas, o de proyección social de su titular, pero sin la frescura del compromiso. Las publicaciones sólidas de historiadores consagrados no son tantas, las de jóvenes sí son abundantes. A mí me parece que estamos en un momento de tensión en ese aspecto, y creo que España tiene una gran necesidad de gente que entre en el debate intelectual y político conectando con la Historia y desde ese punto de vista creo que hay que hacerlo en la radio, en la televisión, en la prensa, abriendo caminos, aprovechando los cauces… aunque a veces te censuren, como me ha ocurrido a mí mismo en Zaragoza.

 

- ¿Incluso participando en tertulias radiofónicas, un género a menudo de escaso relieve y dudoso prestigio periodístico? 

- Cuando me lo plantearon era el momento de la memoria histórica y me pareció oportuno intervenir en radios que tienen una buena audiencia, aun a sabiendas de que hay días que es necesario hablar de cosas que no te apetecen.

 

- ¿Sus colegas historiadores no lo pueden tachar de frívolo, incluso superficial por intervenir en estos programas? Además, pueden argumentar que precisamente su presencia en los medios le resta tiempo y esfuerzo a su trabajo intelectual, en beneficio de una proyección social y el cultivo de una imagen… 

- Hay dos argumentos para desmontar esa tesis, si es que alguien se atreve a formularla. Primero, estoy en los medios de comunicación al tiempo que aparece una colección de libros de Historia y el primero que presenta su trabajo soy yo que cumplo mis compromisos con las editoriales. El proyecto de Historia de España está ahora medio parado porque dos libros que debían haber entrado en imprenta a finales de 2007 todavía no se han entregado al editor. Mi República y Guerra Civil, no sólo cumplió con los plazos establecidos, sino que va a ser influyente en la historiografía y va a ser traducido al inglés. ¿Se traducen libros de Historia de España teniendo a Preston y otros autores? Otro argumento, no sé si hay un historiador en España que dirija más tesis que yo… y que pregunten a los alumnos, en fin… los argumentos se deshacen, aunque puede ser que alguien los utilice. Lo que termina dando la medida de las cosas es la investigación, la docencia, los lectores, los alumnos, los que te rodean… He dirigido 20 tesis doctorales, decenas de tesinas…

 

- ¿Cómo es su relación con el poder? 

- Mis relaciones con el poder institucional son nulas, nunca he tenido una relación, un cargo… las pocas veces que me han sondeado cuando he puesto condiciones se han echado atrás, lo que me parece ciertamente clarificador, y lo creo así porque si tengo una proyección social, editorial, una proyección con los medios, es raro que no la haya tenido en otras facetas, aunque posiblemente por mi propia decisión no la tendría. La explicación es muy clara, al margen de lo que cada uno piense, soy una persona poco dócil y tengo pocos compromisos desde esa perspectiva con la gente que está en el poder, además me interesa muy poco este compromiso. No soy una persona neutral, ni inocente en la ideología, ni en la forma de plantear las cosas.

 

- ¿En qué proyecto está trabajando ahora? 

- Voy a escribir una síntesis sobre el siglo XX español que tengo comprometida para publicar en 2009. La verdad es que hace tiempo tengo el proyecto de hacer un libro sobre Europa entera, ya veremos qué hago con él. Además, acabo de proponer la investigación magna sobre las responsabilidades políticas en Aragón, ya está creado el equipo de trabajo. Pero las cosas no deben parar aquí, hay que abundar en el conocimiento e indagación en torno al franquismo, conocer las oligarquías, el desarrollo del urbanismo, de la industria, las elites de los profesionales liberales, los medios de comunicación… es una historia pendiente, pero también es una historia maldita en la que probablemente nadie se atreverá a entrar. La represión es un tema duro, pero aparentemente es más fácil profundizar ahora en ese aspecto que proponer una biografía sobre Gómez Laguna.

 

- La Guerra Civil nunca dejará de ofrecer materia para la investigación y el conocimiento. 

- Es siempre un tema abierto. Desde el punto de vista de las grandes cuestiones de la guerra, las grandes respuestas están enunciadas: razones del golpe de Estado, por qué unos ganaron y otros perdieron, la internacionalización de la guerra, los grandes problemas de la revolución y la contrarrevolución, la violencia política, los conocimientos de las grandes biografías de los personajes… todo esto ya está formulado. Ahora bien, como es un tema que en los últimos años la investigación también lo ha referido al testimonio y la memoria, aunque a veces se confundan, el pasado y el presente de la Guerra Civil ya no se analizan sólo en términos historiográficos. Nunca está cerrado este tema, además, los archivos van a seguir dando sorpresas.

 

 

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Víctor Pardo Lancina

2 de diciembre de 2016

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

1)

Una condición absoluta

habita la materia

de la voz

la mirada escucha

el color canta.

 

2)

Llueve

no en el espacio

sino en la lengua del viento.

Un pensamiento corporal

llena el silencio, lo colma.

Agua de las palabras

desnudas en la boca.

El sonido y la furia:

furia dulce

sonido rojo.

 

3)

Cautela para penetrar la noche

y suavidad para dejarla

tibia.

 

4)

No escucho: bebo

como si fuera agua

lo que dices.

Besa mi sed.

 

5)

La respuesta inventa la pregunta.

El sol la noche.

Caricia es la respuesta

a la pregunta de la piel.

 

6)

El animal de la serenidad

da un zarpazo, un relámpago

ocre en el pensamiento.

Se apaga la noche

recuerda el cuerpo.

 

7)

Las piedras son voces

fósiles de una lengua muerta

altas palabras sin carne

gritos de hueso.

 

8)

El sentido del musgo

contradice el sentido del sol.

Escrito en Lecturas Turia por Rafael Courtoisie

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