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Hubo un mago, retirado del tráfago y del ruido veleidoso, en su cueva cervantina de las maravillas, prendado de la palabra poética en su libertad y en su resplandor por sobre todas las cosas, encadenado perpetuo a la literatura y a la sabiduría, que se llamó Gastón Baquero (Banes, Cuba, 1914 – Madrid, 1997). La primera parte de su vida la pasó en su Isla natal. Perteneció al grupo de la revista Orígenes (que tutelaba su siempre idolatrado Lezama Lima) y ejerció el periodismo, aunque como él mismo señalase “fue de la poesía al periodismo y, en lo posible, llevó a éste los temas, las personas y los problemas de la poesía”. María Zambrano lo conoció en La Habana mítica de la década de los años cuarenta y quedó deslumbrada ya por sus primeros poemas. Cintio Vitier testimonió de ellos: “Llegaban y se establecían en la luz como si siempre hubieran estado ahí, familiares en su secreto y en su grave magnitud”. A partir de 1959 Baquero residiría en su destierro español, donde moriría sin haber podido regresar a su país. Su libro Memorial de un testigo (Adonais, 1966) se convertiría en gema casi secreta de alabanzas, defendido con pertinacia por poetas como Gerardo Diego, Francisco Brines, Luis Alberto de Cuenca o Mario Míguez y críticos como José Olivio Jiménez y Guillermo Díaz-Plaja. Tuvo la buena fortuna de disfrutar de postreras ediciones de su obra en verso, que vieron la luz antes de su fallecimiento; así, Poemas invisibles (Verbum, 1991) y Autoantología comentada (Signos, 1992). En su labor de ensayista literario recordaremos Darío, Cernuda y otros temas poéticos (Editora Nacional, 1969) y La fuente inagotable (Pre-Textos, 1995).

La minuciosa e inexcusable resonancia de Baquero sigue, felizmente, cumpliendo su curso. Gracias a la dedicación consecuente y apasionada de sus conocedores devotos. El también poeta y editor Ángel Luis Vigaray inició la andadura de la colección “Signos/Versión Celeste” (bajo el auspicio de Huerga y Fierro Editores) con un opúsculo del cubano, recuperado homenaje a Juan Ramón Jiménez, escrito tras el fallecimiento de éste en 1958. Ahora, en esa misma colección, se publica una amplia –más de 40 piezas– recopilación de crónicas y ensayos aparecidos, en su día, en prensa aquí y acullá, y reunidos en casi detectivesca indagación por el estudioso cubano Alberto Díaz-Díaz, transterrado residente en Edimburgo que asimismo culminó una tesis en la Complutense madrileña (Perfil íntegro de Gastón Baquero) sobre nuestro autor. Como encargado de esta edición subraya la sabia y generosa virtud baqueriana para pensar con fe o sentimiento siempre en la Poesía, y nos indica cómo Baquero superó las rejas del artículo periodístico para lograr incluir en su luminosidad el ensayo literario de venero hondo y palpitante. Pues lo primero que demuestra este libro, en su desplegado muestrario, es que la prosa de Gastón Baquero no es inferior a su poesía lírica.

Escojamos un par de ejemplos relevantes. Diario de la Marina, periódico habanero. Año 1946. “Memorial por el poeta John Keats”. Se repasa ahí la existencia de creación, de contemplación y de reverencia a la Belleza por parte del romántico inglés enterrado en Roma, y se nos ofrece lo impalpable y sutil de su quehacer, en compañía y frente a sus compañeros Shelley y Byron. La divisa del Endymion (“A thing of beauty is a joy forever”) brilla como hechizo cautivador, y el excurso del comentarista aún rutila seis décadas después: “Que la vida se vive con idéntica intensidad y potencia, tanto por el que está llamado a combatir en medio de la arena, como por el que está llamado a contemplar las estrellas”. Mismo periódico y mismo año: “Emily Dickinson o de las maravillas pequeñas”. La aparición de una traducción al español de la señora rara y fantasmal de la casona de Amherst llevada a cabo por Ernestina de Champourcin y Juan José Domenchina nos conduce de bruces ante la misteriosa, mágica y exquisita Emily. La consecuencia explícita deviene lema plausible, válido para la obra del propio creador cubano: “Aun en el más humilde hondón de una aldea, o en la más apagada vida de un ser cualquiera, puede arder, y arde con frecuencia, la llama transfiguradora e inmortal de la Poesía”. Les invito a leer un par de poemas del mencionado Memorial de un testigo (“Primavera en el Metro” o “Discurso de la rosa en Villalba”) y podrán hallar las correspondencias pertinentes entre el verso y la prosa de tan sabio hacedor.

Otoño de 1945; Baquero se refiere a su dilecto compatriota Julián del Casal. “Se sabe que el otoño ha llegado porque la luz comienza a hacerse más oscura (...) Se pronuncia despaciosamente la palabra O-to-ño, y el color gris, gris de humo, hace su aparición”. Allí donde el otoño echa sus lienzos de humo, sus meditaciones tristes y sus sentidos rebeldes queda anclado el modernista cubano. Durante otro adiós al estío –“reinar deleitoso de la luz”– en noviembre de 1951, llega a La Habana Luis Cernuda. La nota de recibimiento de Baquero –siempre en el Diario de la Marina– describe al sevillano reflexivo, tocado por lo inglés, en su madurez; y nos acentúa su poesía trágica sin desmelenamiento, dolorida sin alarido, elegíaca: “En Luis Cernuda se reencuentra lo griego, se comprende que el punto final del romanticismo apuntaba más hacia el retorno a Grecia que el Renacimiento”. La inserción de lo griego gira y abre una aguda interpretación en su artículo de bienvenida. La poesía de Cernuda, en su desnudez limpia de aditamentos y estorbos, resplandece como un templo escueto, como una estatua griega. La concatenación de otoños se nos revela, como un íntimo trallazo confesional aunque sobrio, más adelante ya en Madrid, en el exilio de Gastón. Diario Arriba, 1965. El confeso otoñófilo de nacimiento, discípulo de Spengler y de Schumann, habla de su estación amiga, intuida, soñada: “El otoño es así, no defrauda, no miente, no simula. El otoño es”. La poesía, que ha de enriquecer y de perfeccionar la vida, se hace entonces explícita poética baqueriana; al ser el otoño una estación revés del perpetuo verano antillano, posibilita vivir en ella “sin precipitaciones, hablar reposadamente, contemplar sin prisas las maravillas del mundo”. Tal es su estética de compositor.

Una fiesta de la literatura universal resulta ser este libro. En las páginas escritas antaño en La Habana podemos recrearnos con Lautréamont y Valéry, celebrar el Premio Nobel de T. S. Eliot o complacernos con excéntricos como Jorge Santayana y O. W. de Milosz. Instalado ya en Madrid, destaca un agudo ensayo sobre Borges, aparecido en el diario ABC, ¡en mayo de 1962! ¿Cúantos conocían aquí entonces al políglota, sabelotodo y memorión memorable (sic) calificado como “la primera figura intelectual de la América Española”? Se celebran con precisión las fabulaciones del argentino universal: “Gracias a Borges, América es más rica, más profunda, más inteligente...”. Un corolario de este libro es también constatar la indisolubilidad eterna del vínculo creado por la lengua española en sus dos vertientes: España y América. Gozosas de paladear ambas una lengua común que se ha imantado en maneras tan diversas: Bécquer, Martí, Valle-Inclán, Baroja, Ballagas, Juan Ramón Jiménez, Octavio Paz, Eliseo Diego. Relámpagos que recorren el devocionario de quien impelido por su límpida obsesión sabe, y mucho, de la palabra vivificadora de la Poesía. En fin, esta Geografía literaria acoge una cultura universal unitaria (también a Novalis, Rilke, Huidobro, Ramón Gómez de la Serna y tantos más) que se hace simultánea en sus diversidades. “Un niño con una candelita encendida en medio de la noche es lo que siempre he sido” nos dejó dicho ese inmenso cubano de plural resonancia que es Gastón Baquero. Acompañémosle en este viaje por el mapa de sus predilecciones.

 

 Gastón Baquero, Geografía literaria (1945-1996). Crónicas y ensayos, Madrid. Huerga y Fierro Editores, 2007.

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Ángel Rodríguez Abad

12 de mayo de 2014

Y cómo cambió mi hermana Claire.

Estaba allí de pie,

con un abrigo de soldado

y una cocacola sin gas en la mano

mirando a los que caían de las torres

mirando los vagones quemados

y entonces oímos un ruido hueco

y vi su equipaje de mano

y vi que ya no era joven,

que había dejado a su marido

porque sus manos apretaban demasiado.

Porque el minibar estaba lleno

de restos de medusas y metales;

Porque él entraba dejando

un simbólico rastro rosa en la bañera

mientras los niños rezaban

encerrados en las aulas.

Y él seguía sentado en un sofá naranja

chasqueando piezas de bricolaje con la boca

odiando sordamente

a las tías que le insultaban

pensando en el hacha y los ahorros de la boda.

Y pegaba y pegaba a Claire

un par de veces

hasta que papi le acompañaba al avión

del mismo brazo.

Pero Claire convencía a todos

y él volvía a casa en su propio coche

y regresaba a su sillón naranja

girando uno a uno los números

de sus antiguas amantes

que, una por una,

fueron declinando la llamada

Oh, tengo lotes de Biblias

para vender puerta a puerta

Oh, tengo que devolver al súper

un disco de Roy Orbison

Oh, la señorita

no puede ponerse en este mismo momento

Porque quería que mi hermana volviera

pero ella decía No

por mucho que él dijera

This is your home, darling,

This trailer´s your home.

Y la pequeña Claire, la sobrina,

se sintió confundida

cuando cambió mi hermana,

pedía a gritos los mismos dibujos

y no respondía si le hablaban extraños.

This is your mum, Money,

Mum has to change now.

Y Claire puso en marcha

sus mandíbulas trituradoras

su ejército blanco bajando por la Avenida,

y pagó con su tarjeta mi propia comida

y pagó con su tarjeta

un “Kerouac para niños”

una taza de Anthropology

con sus siglas bien marcadas.

Y Claire niña en el carrusel decía:

“They have toy horses, mummy

Now, you hunt yours

hunt yours, mummy”.

Escrito en Lecturas Turia por Mercedes Díaz Villarías

Hacer del método científico una poética del pensamiento no es una empresa inédita. Hace más de un cuarto de siglo, Hans Magnus Enzensberger fundió las raíces de la poesía y la ciencia en las "37 baladas de la historia del progreso", que publicó en su libro Mausoleo. Más recientemente, el pensador alemán ha proseguido sus "miradas de soslayo" en poesía y prosa en Los elixires del progreso. Enzensberger se congratula de haber superado por fin el cientifismo excluyente decimonónico, cuyo epitafio es el Bouvard et Pécuchet flaubertiano. Tras asociar el léxico de la astronomía, las matemáticas o la física a lo que Jakobson denominó "función poética", Enzensberger colige que toda narración científica se fundamenta en un discurso metafórico: "Invisible como un isótopo que sirve para el diagnóstico y la medición de tiempos, imperceptible pero apenas renunciable como un oligoelemento, la poesía está actuante allí donde nadie la supone".

Esas sugestiones permiten calibrar las intenciones de Jorge Wagensberg (Barcelona, 1948). Doctor en Física, profesor de Teoría de los Procesos Irreversibles en la Universidad de Barcelona, ameno divulgador y cabeza pensante de la modélica Área de Ciencia y Medio Ambiente de la Obra Social de "la Caixa", Wagensberg encadenó en Si la naturaleza es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? (2003), colección de aforismos que otorgaban un tono coral a unas reflexiones que, como anuncia el interpelativo título, pretenden que el lector abandone la arcaica condición de "desocupado" para pasar a ser "interactivo".

Siguiendo la misma estrategia, Wagensberg vuelve a proponer en A más cómo, menos por qué 747 reflexiones sobre la verdad, la duda, lo bello y lo inteligible, la selección y la evolución, las construcciones y fronteras de lo humano, los museos y el arte… Y lo hace en dos formatos de pensamiento y expresión. En la primera parte del libro utiliza el aforismo como distancia corta y en la segunda opta por géneros literarios como la crónica o el cuento para modular la distancia larga. Wagensberg considera el aforismo "el más científico de los géneros literarios"  y subraya que "la poesía es más científica que la historia" y se vacuna contra la autocomplacencia: "El dudoso prestigio de los aforismos procede de la facilidad con la que se logra un aforismo malo", advierte. El aforismo, como la buena poesía, expresa lo máximo con el mínimo número de palabras, una decena a lo sumo, por lo que el autor encadena sus reflexiones para que sean leídas como los versos de un poema. A cada familia de aforismos le corresponde en la segunda parte un texto que permitirá que esa idea "empaquetada en una sola frase se disuelva, se desarrolle y viva su propia vida". Como ejemplo, la segunda ley de Newton, que se escribe con tres letras (F=ma), "pero comprende cualquier movimiento de cualquier cuerpo cuyo conocimiento quizá se exprese con una larga, muy larga secuencia de datos". La relación entre reflexiones extensa y compacta podría explicar algunas opiniones de un periodista de la celebridad del polaco Kapuscinsky, cuando afirma que la capacidad de expresión poética es la semilla del mejor periodismo. Para Wagensberg, "una frase de veinte palabras se conserva peor que una palabra y un texto de mil palabras peor que una frase de veinte. En veinte palabras la intención es más bien comprender, en mil palabras la intención es má bien conocer".

Partiendo del cogito ergo sum descartiano, Wagensberg indaga en los fundamentos de la verdad y la inteligibilidad, que "es la belleza externa de las cosas". Apunta como primera evidencia del sentido estético la simetría obsesiva de un hacha de Homo erectus, mientras que la autoconciencia se plasmaría en un enterramiento ritual neandertalense y el conocimiento abstracto en la inteligibilidad del Homo sapiens que esboza una pintura rupestre. Tienen estos aforismos un ritmo y una cadencia que repiquetea en el pensamiento como las gotas de lluvia en un fino cristal. Palabras que propician la simbiosis entre Ciencia, Literatura y Arte. "El árbol amazónico Acariquara ilustra una intuición de Oscar Wilde: hace milenios que la naturaleza copia a Gaudí". Los asombros de Einstein que le llevan en volandas desde los cinco años a los veintiséis, cuando su Teoría de la Relatividad "prepara los siguientes cien años de la ciencia" señalan en lo cotidiano la fuente primigenia de los genios. Einstein y Newton inspiran el título del libro: "A más cómo, menos por qué". Y esa frase sobre la que pivota la especulación científica abre la puerta del asombro permanente. "Educar no es llenar sino encender", advierte Wagensberg.

La curiosidad del escritor de aforismos alcanza a la ciencia social. Nos dice que en las sociedades creativas como el Renacimiento italiano las masas se miran en la elite, mientras que en las destructivas, como el nazismo, la elite se mira en las masas. En los últimos apartados de su exploración revela su experiencia museológica en la colisión de objetos, fenómenos, ideas y visitantes. Ese Museo Universal, utilizando una denominación del siglo XIX, depara cuestiones como la creación, la copia, el plagio y la clonación. Si el museo es interacción, la conversación es el postrero mojón de un autor que cuantifica cada formato comunicativo, al igual que lo hace entre la extensión aforística y el desarrollo narrativo de esos aforismos. "Un individuo es para la reflexión, dos individuos son para la conversación, unos diez son para la tertulia y unos cien son para la conferencia". La reflexión supone la independencia individual ante la incertidumbre.

Y al final, los aforismos se despliegan en poemas en prosa: la innovación tiene la forma de un violín de Cremona. La tecnología no es capaz de conseguir el "raro terciopelo" de un sonido de violín. Y el aserto platónico de que conocer es recordar se reafirma cuando el profesor Wagensberg evoca el sabor de los morados melocotones de agua de su infancia que comía directamente del árbol "quizá, como los violines de Cremona, ya no vuelvan". La ley de Proust gravitando en un pensamiento científico. Poesía actuante donde nadie lo suponía.- SERGI DORIA

 

 

 

Jorge Wagensberg. A más cómo, menos por qué. Barcelona, Tusquets, 2006

 

 

 

Escrito en Lecturas Turia por Sergi Doria

8 de mayo de 2014

Empecemos por un lugar común. La mayoría de los autores, y Porchia es más un autor que un escritor, esconden su vida en su obra. En realidad en esta frase hay dos lugares comunes en vez de uno. El tópico que distingue al autor del escritor, en el que los franceses han abundado a conciencia, y el más universal del autor que instintivamente se oculta en su obra. Claro que algunos incluso lo hacen conscientemente. Y no importa que esa obra sean libros de poemas, relatos o incluso novelas, por limitarnos a la literatura, o a una concepción tópica de la literatura. La vida de Porchia está en sus Voces, “mis Voces es casi una biografía”, dijo en una ocasión, y Porchia, más que en cualquier aproximación que pudiéramos intentar a su vida, y hay algunas soberbias, de las que tal vez luego hablemos, está en sus Voces reunidas. Es decir, en todas sus Voces hasta la fecha. Porque parece ser que sigue habiendo voces desperdigadas por el mundo, que su autor iba dejando caer acá o allá al capricho de su humor, o de su amor. Y digámoslo ya sin mas dilación, esta espléndida edición de sus Voces reunidas viene a saldar nuestra incomprensible deuda editorial con una de las voces, valga aquí la redundancia, un procedimiento expresivo que no desdeñaría Porchia por cierto, más originales y sugerentes del pasado siglo. Porque de Porchia sólo conocíamos hasta la fecha sus Voces abandonadas (Pre-Textos, 1992). A no ser que posean ustedes alguna de las ediciones de Voces que hiciera Hachette en Buenos Aires, 1ª edición en 1943. La que yo poseo, un precioso regalo, es la decimoquinta, de 1982. Está dedicada a Roger Caillois, y empieza así: “Situado en alguna nebulosa lejana hago lo que hago, para que el universal equilibrio de que soy parte no pierda el equilibrio”. Estas Voces de Hachette están incluidas naturalmente en las Voces reunidas que hoy celebramos. Una edición magníficamente preparada por Daniel González Dueñas, Alejandro Toledo, y Ángel Ros, tres profundos conocedores de la obra de Porchia, que viene acompañada por un cd con una selección de Voces leídas por el propio Porchia, además de una completísima bibliografía y un emocionante apéndice fotográfico, por no hablar del prólogo y el epílogo de los editores. En una palabra, una edición integral en toda regla, como reza por lo demás en la cubierta del libro. Después de leerlo sabrán ya quién fue Porchia, y quién es Antonio Porchia. Y si todavía no se ha agotado su curiosidad, les aconsejo que visiten la página http://www.antonioporchia.com.ar. Preparada también por Ángel Ros, ofrece, además de varias ediciones de las Voces (texto íntegro) su biografía, imágenes, testimonios, y algunas agradables sorpresas más.

            Y ahora hablemos de las Voces. O, mejor aun, dejemos que hablen las Voces. ¿Son aforismos? ¿son sentencias? ¿máximas? ¿cohetes, como diría Baudelaire? Son todo eso, y no son nada de eso. “Jamás digan que escribo aforismos. Me sentiría humillado”. Sus Voces son literalmente eso, voces, siempre fulgurantes, destellos súbitos de pensamientos imposibles, un catálogo inmenso de figuras inverosímiles, silogismos ilógicos, negaciones que afirman y afirmaciones que niegan. Todo eso podrían ser o no ser. Porque el proceso de elaboración de una Voz no era, lo sabemos por su autor, un proceso intelectual. La Voz respondía a una experiencia vivida, íntima, un sentimiento, una emoción, la voz se iba formando espontáneamente poco a poco, o de golpe, emergía, tomaba forma, se articulaba. O bien se esfumaba para volver años después, ya crecida, pero todavía ingenua, inocente, cabal. Dicho en palabras de Caillois, que traduciría sus Voces y las daría a conocer en Francia, “esos pensamientos no son ideas, y escasamente son pensamientos; no revelan lógica ni psicología, sino más bien metafísica, y una metafísica donde hay que adivinar más bien que comprender”. Roberto Juarroz, posiblemente quien más haya hecho por la difusión de las Voces de Porchia, dijo de él en una ocasión: “Era un individuo con la disponibilidad para pensar lo que, según parece, no necesita ser pensado”. Y ¿qué es lo que no necesita ser pensado? ¿Lo superfluo? Seguramente, tal vez porque “solo lo superfluo es necesario” (esta Voz no es de Porchia, ¿es un eco de alguna voz de Porchia?).

          Estas sí son de Porchia: La seriedad es un rasgo de la niñez que en algunos hombres perdura (683) Para elevarse es necesario elevarse, pero es necesario también que haya altura. (542) A veces lo que deseo y lo que no deseo se hacen tantas concesiones que llegan a parecerse (514) La vida duraría más si las cosas de la vida no durasen tanto (852) Lo que haces no es lo que crees que haces (271) Quien ama sabiendo por qué ama, no ama (277) Estar en compañía no es estar con alguien, sino estar en alguien (1122) Hay fuegos que desde lejos dan calor y desde cerca frío (624)

            Son voces al azar, como recomendaba Borges leer las Voces de Antonio Porchia: En un momento de duda, alguien abre el volumen al azar… Y así es Porchia.- MANUEL ARRANZ

 

 

Antonio Porchia, Voces reunidas , edición, prólogo, tabla de variantes, anexo y epílogo de Daniel González Dueñas y Alejandro Toledo, con la colaboración de Ángel Ros, Valencia, Pre-Textos, 2006.

 

Escrito en Lecturas Turia por Manuel Arranz

7 de mayo de 2014

       Aún traía conmigo la nieve de la infancia

        Antonio Colinas

 

 

Es un latir apenas. Plumas que caen en el amanecer. Ladridos a lo lejos.

Es un horizonte de campanas y humo. El campo en la memoria. Lo que dejó de ser.

Humedad y pizarra, retales sueltos del tapiz de la infancia.

 

En este alcázar blanco que abrasa el sol.

 

Es el aliento apenas. Contener la respiración hasta domarla.

Que no galope el corazón,

que los pulmones cedan.

Si no respiras, si no aferras el latido a contralaire quizás no te expongas a la muerte, ancilla del dolor.

 

Lo que no vive no declina. Ni cae lo que yace ya en tierra.

Hieren los pensamientos, saeta en el azul.

Hiere la memoria, tormenta de luz brava.

Hiere lo no sufrido. Los errores que no ha sido posible cometer.

 

Hiere el lenguaje con sus mil alfileres inaudibles.

 

Hiere pensar la huida

sabiendo que vendrá

y que no hay compasión para el que huye.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Pilar Blanco

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