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Entre las múltiples distracciones que se dan en la casa familiar de Boris Vian a finales de los años treinta, principios de los cuarenta, figuran los “bouts rimés”, poemas compuestos a partir de un tema preestablecido y con un conjunto de rimas conocidas de antemano. Estos fragmentos rimados, cuya invención se atribuye al poeta Dulot en 1648, se convierten durante los siglos XVII y XVIII en un verdadero entretenimiento aristocrático. Coincidiendo con esta época de su vida, sin duda influenciado por un arte de versificar firmemente entroncado en la tradición poética francesa, Vian comienza a escribir sus Cien sonetos, publicados íntegramente en 1984, cuarenta años después de su composición. Las frecuentes alusiones que se encuentran en ellos, con poemas dedicados a la trinidad simbolista (Rimbaud, Baudelaire, Verlaine) o a otros nombres de la literatura del siglo XX, como es el caso de Paul Claudel o Paul Fort, que prolongan la tradición simbolista hasta el medio siglo, hacen pensar en un conocimiento literario del joven Vian no solo procedente de su formación escolar, sino de una afición incipiente por la lectura.

No hay que olvidar, sin embargo, que Boris Vian pasa su infancia y adolescencia en pleno auge del movimiento surrealista. Más adelante contará entre sus amigos con escritores y artistas adscritos en alguna etapa de su vida a este grupo. Tres décadas de tradición surrealista son más que suficientes para que su idea del arte y de la literatura deje huella en la obra de autores que nunca pertenecieron a sus filas. Vian hace suyo el gusto por el humor, el juego lingüístico, la ilusión, lo fantástico, el sueño o el erotismo, características compartidas con sus predecesores. Cuando se trata de elegir una forma poética en la que encauzar su deseo de escribir, elige el soneto y la balada. “El surrealismo no es una forma poética”, se había dicho en la “Declaración del 27 de enero de 1925”. André Breton y Paul Éluard hablaban de la balada, del soneto y de la epopeya como géneros caducos, expresión sin pies ni cabeza en el gran siglo de los “ismos”. Aragon, en un principio, también declaraba al surrealismo fuera del ámbito literario. Más tarde, sería de los pocos poetas franceses del siglo XX que practican la escritura del soneto, junto con Paul Valéry, Pierre-Jean Jouve o Jean Cassou, entre otros. Así, cuando Boris Vian comienza su primer proyecto poético, se sitúa a contracorriente de las tendencias que dominan en la Francia de la II Guerra Mundial. La adopción de la forma fija es, en cambio, una de las pocas sujeciones a las que querrá someterse. Y lo hará, como Louise Labbé, la gran dama de los sonetistas lioneses, como un modesto pasatiempo que prolonga los juegos de su casa de Ville d’Avray, una manera de huir de la ociosidad.

Tradicionalmente, el soneto es una forma para el canto y la recitación en buena compañía, más pensada para el juego de la improvisación que para su paso por la imprenta. Sus épocas de mayor florecimiento coinciden con el espíritu de unos tiempos donde el arte de versificar se basta a sí mismo, cuando el placer por el lenguaje predomina sobre otras literaturas destinadas a vehicular el pensamiento. A pesar de su exigencia formal, el soneto se presta a todo tipo de desarrollos temáticos, desde los temas más elevados a la mayor de las burlas. Vian asocia literatura y divertimento a través de los fragmentos rimados. Los divertimentos familiares son su campo de pruebas y el lenguaje poético, principio y fin, lugar para el placer retórico.

La edición de los Cien sonetos que puede encontrarse en las Obras completas de Fayard (1999) está en realidad inacabada, sobre todo si tenemos en cuenta las sucesivas correcciones y reformulaciones que el escritor introdujo a lo largo del tiempo. Como sucede con alguna de sus obras –es el caso del Tratado de civismo- no hubo tiempo de ver esta tarea finalizada conforme a sus propios criterios. Deja un proyecto a partir del que reorganizar toda la colección con el título de Cien Infames sonetos. Su interés por respetar las reglas métricas estipuladas por la tradición coexiste con una amplia propuesta en lo referente al plano temático. Este primer libro supone un progresivo aprendizaje del arte de versificar, cuya finalidad es ante todo divertirse, una constante en los años de la infancia y la adolescencia del escritor. A pesar de declarar expresamente la idea de no tomarse demasiado en serio este ejercicio de estilo sobre forma fija, el tiempo mostrará lo contrario. La reflexión sobre la poesía y el oficio del poeta ocupa muchos de los poemas de Cien sonetos, y reaparece en las siguientes colecciones hasta hacerse insistente en los poemas de No quisiera morir. En Cien sonetos encontramos la mayor parte de los temas que preocupan o interesan al Boris Vian poeta a lo largo de su vida.

A través de las diez series en que se divide la obra pueden leerse sonetos de carácter humorístico al lado de otros donde todo se supedita al juego del lenguaje y de las formas. Poemas como “À mon lapin” (“A mi amor”), “Apport au prince” (“Aportación al príncipe”), “Terres absconces” (“Tierras abstrusas”), “Autodéfense du calembour” (“Autodefensa del calambur”), “Art poétique” (“Arte poética”) o la serie titulada “Déclinaison”, son verdaderos pronunciamientos donde aparecen algunas de las características más importantes del conjunto de su poesía: su carácter desenfadado, burlesco en ocasiones, lúdico casi siempre; su horror por el estilo pomposo y afectado; su devoción por los juegos lingüísticos, en especial por el calambur; la reivindicación de una total libertad creativa, sin adscripciones estéticas declaradas; el reflejo, en la escritura poética, de la personalidad del autor.

El calambur es una de sus figuras retóricas preferidas. Poemas enteros, e incluso ciclos que sobrepasan la decena de sonetos, se sostienen y justifican por este juego de sonoridades y sentidos. Los sonetos titulados “Poissons” y “Fleurs” contienen, encubiertos bajo formas calamburescas, trece tipos de peces y siete especies de flores respectivamente. Series completas como la titulada “Sansonnets” (“Estorninos”), “Détente” (“Esparcimiento”) y “Les proverbiales” (“Las proverbiales”) apuntan a este mismo juego de las formas. Vian es, por convencimiento, un precursor del Oulipo, el Taller de Literatura Potencial fundado por Raymond Queneau y François Le Lyonnais. En “Sansonnets” se explotan todas las posibilidades fonéticas, semánticas y etimológicas que estos pájaros ofrecen en lengua francesa, comenzando por el título mismo de la colección: “cent sonnets” (cien sonetos), pero también “sans sonnets” (sin sonetos), sansonnet, diminutivo de Sansón, el personaje bíblico, “roupie de sansonnet” (moco de pavo) o incluso uno de su propia cosecha (“Tu perds le sens Ohnet” – Estás perdiendo el tino Ohnet, en referencia a Georges Ohnet, dramaturgo y novelista francés de la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX.

En la serie titulada “Détente”, juega con la palabra “pédéraste”, elegida más por sus posibilidades fonéticas que por su sentido. Todos los versos finales de este ciclo contienen, de un modo u otro, un juego donde varían las vocales y suelen conservarse las consonantes P, D, R, S y T: « Sa copine occupée d’Éraste »; « Avalant centipède et rostre »; « Sur la place, saignant, le triste pendard reste »; « Le Suédois dans l’écu troubla la paix des races », y así hasta un total de doce sonetos. En el ciclo titulado “Las Proverbiales” se juega esta vez con un conocido proverbio: “Tant va la cruche à l’eau qu’à la fin elle se casse” (“Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe”). Años más tarde, este proverbio será objeto de análisis patafísico en la carta que Boris Vian envía, con fecha 22 de diciembre de 1955, al Proveditor Editor del Colegio de ‘Patafísica a propósito de “algunas ecuaciones morales”. Este célebre proverbio había sido también usado por los surrealistas.

Según la tradición temática del soneto, varios ciclos constituyen verdaderos cuadros de época por medio de los cuales pueden seguirse tanto las vicisitudes personales del autor como la situación histórica y artística de la Francia de la Ocupación. La serie “En cartes” hace referencia, a partir de la dialéctica entre lo verdadero y lo falso, a las cartillas de racionamiento utilizadas por los franceses hasta 1948, que afectaban a todos los productos de primera necesidad, y a la proliferación del mercado negro en el tráfico de todo tipo de géneros. En la serie “Zazous” se retrata, a través de nueve poemas, a esta juventud que hace frente, a su manera, al ejército alemán de ocupación y a la Francia tradicional y colaboracionista, representada por el mariscal Pétain y su famoso lema “Famille-Travail-Patrie”. Se describe su manera de vestir, su afición por el swing, cuyo máximo representante será, sin duda, Johnny Hess; la organización de fiestas, a veces clandestinas, como una de sus formas favoritas de divertirse; su gusto por el cine, la literatura y todo aquello que provenga de la cultura anglosajona; sus lugares de reunión, El Coliseo o la terraza del Pam Pam de los Campos Elíseos; o el episodio protagonizado por Jacques Doriot, político del Partido Popular Francés, llamado por Vian “Doriot-Manitou”. Sus partidarios desentierran el hacha de guerra contra esta juventud poco apreciada por el poder de la época, afeitando el cráneo de todos los zazous que salen a su paso. La palabra “zazou” ha sido utilizada durante mucho tiempo con un sentido peyorativo.

En la serie titulada “Le Ballot” (“El memo”) se trata, a través de seis sonetos, una especie de autobiografía de ficción que narra la vida de un personaje que comparte alguno de los aspectos de la biografía de Vian. El ciclo se abre con el poema titulado “Banal”, título indicativo, y se cierra con el poema “Deuxième bout”, donde se anticipa al desenlace de una futura carrera laboral que no le satisface. Las ilusiones con las que sin duda afrontaba la vida tras finalizar sus estudios se convierten en un “sueño mentiroso”, “un espejismo encantador”, para concluir en el segundo terceto: “Treinta años más tarde, esperando aún su momento,/ como broche final de una vida regular,/ Fue ascendido a jefe de despacho por un fallecimiento.” En otro de los poemas perteneciente a Cien sonetos, “SEPI”, aparentemente “Société d’édition et de propagande industrielle”, se evoca a un burócrata aburrido, soñador y perezoso, que deja pasar el tiempo ante los papeles que se apilan en su escritorio: “Segundo tras segundo/ El tiempo resbala, viscoso, en el tubo de los días/ Se pega a las paredes, deteniéndose en los recodos/ Luego pasa y me quedo con mi alma vacía...”. Ya en tiempos de la AFNOR, la Asociación Francesa de Normalización, donde entra a trabajar en agosto de 1942, Boris Vian se da cuenta de que no satisfará sus intereses artísticos ni sus expectativas personales si sigue su carrera de ingeniero.

En plena bonanza económica de la familia, su padre Paul había asignado a una institutriz privada la tarea de enseñar a leer a todos los hijos. Boris lee con cierta soltura a los cinco años, según dicen sus allegados, y de ahí en adelante se convertirá en un lector voraz. A los doce años ingresa en el Instituto de Sèvres, luego en el Instituto de Hoche, en Versalles, y finalmente acaba sus estudios secundarios en el Condorcet de París. A los quince años obtiene su bachillerato de latín-griego, el mismo año que sufre unas fiebres tifoideas que agravan anteriores problemas cardiacos. A los diecisiete termina su segundo bachillerato de filosofía y matemáticas. Ante él se ofrece la primera de las disyuntivas importantes: dedicarse a las letras o seguir el camino de la ciencia. Vian había sido educado en un ambiente propicio para el arte y la literatura, pero su familia se inclina por una futura carrera de ingeniero. En su diario íntimo confiesa: “Quería estudiar en la Central, me atraía la idea de ser ingeniero”. Prepara sin grandes sacrificios el examen de ingreso en la École Centrale. Mientras tanto, dedica parte de su tiempo a preparar fiestas en la casa paterna. Sus padres, llevados por el instinto de protección, habían habilitado una sala de baile en el extremo del jardín. En Vercoquin y el plancton se describen con todo detalle estos guateques con música de baile y chicas, “¡las devoradoras! ¡las malvadas!”, dice Vian, a caballo entre el deseo y la castidad. Es “la edad nueva de los bailes enlazados/ A los cuerpos ligeros, cargados de olores fluidos/ Posados en la sonrojada tibieza, besos atrevidos/ Suaves cabellos dulcemente acariciados”, escribe en su poema “Jeune”. El año 1939, ya en plena guerra mundial, Boris tiene que desplazarse a Angoulême, donde había sido trasladada provisionalmente la École Centrale. A finales de este curso 1939/1940, poco antes de marcharse de vacaciones a Cap Breton, donde conocerá a Michelle Léglise, coincide con la retirada del ejército francés de sus posiciones fronterizas. En aquel tiempo, Vian admite su “completa indiferencia ante los graves problemas del momento”. Hasta prácticamente los treinta años, vive abstraído en sus ocupaciones, sin estar demasiado pendiente de la situación histórica.

“Puesto que eso te complace, tendré mi piel de asno”, es decir, el título de ingeniero, le había dicho a su madre. En junio de 1942, en el puesto 54 de una promoción de 72 estudiantes, obtiene su “piel de asno” en la especialidad de metalurgia. En el poema “Colles” reconoce haber salido de la Centrale con el “cráneo vacío” y “los pies pesados”, y concluye: “Cuidadosamente atado reposaba en su mano/ Haz de fuego devorador donde van los espíritus libres/ El rollo de piel de asno para engañar a los niños”. Ante él se abre un tiempo nuevo, lejos de los paraísos de su infancia en Ville d’Avray. En los primeros días de 1942, busca trabajo de empresa en empresa y lo encuentra, como hemos dicho, en la AFNOR. Su primer sueldo asciende a 4000 francos [“Ganaba un poco menos que un fresador-ajustador”]. No construirá pantanos ni le serán encomendadas grandes obras de ingeniería. Es destinado al servicio de normalización del vidrio. Cuatro años más tarde, presenta su dimisión por razones económicas y personales, y entra en el Office du Papier de la mano de Claude Léon, amigo y compañero en la orquesta aficionada de Claude Abadie. El Office du Papier es un lugar ideal para dedicar tiempo a su faceta de escritor. Allí termina de escribir La espuma de los días y redacta por completo El otoño en Pekín. Cuando empiece a percibir derechos de autor por su primera novela negra Escupiré sobre vuestras tumbas, abandona definitivamente su carrera de ingeniero para dedicarse a la música y la literatura.

 

BORIS VIAN

 

FUERA DE MARCO 

 

A mi amor 

 

Como soy muy viejo, sé muchas historias,

Y he hecho para ti no menos de un ciento

Oh, no es en verdad poderoso ni atento

No me han hecho falta esfuerzos meritorios

 

Pero es un poco loco, un poco blasfematorio

Un poco alegre a veces, un poco triste* de paso                                            

Guarda un poco de forma, y se va deformando

Si es preciso – pero era un motivo perentorio

 

No me reproches que me burle de todo

No me burlo. Me complazco sobre todo

En manosear en los rincones a mi pobre musa...

 

Ella desentona a menudo. Señora, no estoy al tanto

Y le hago daño en sus tiernos encantos...

Pero da un poco igual si eso te gusta. 

 

Aportación al príncipe 

 

Quiero encumbrar al príncipe de los pohetas

Nosotros* le debemos un homenaje florido

Con un tufo a incienso en cien cerebros decidido

Amplio como el vuelo del gran quebrantahuesos

 

Alabemos a Paul Fort. Que reine en la cresta

De Olimpo cuyos picos habita el cabrito

Que su nombre de los mortales sea querido

Y en la Hélade áurea que laurel en la testa

 

Prolongue, como en nosotros, su reinado

Igual que los budúes, en el humo azulado

Reinaban en el tiempo de los sacrificios

 

He aquí. He celebrado sus obras perfectas

Y qué importa si entonces –Satán me castigue-

No conozco ni uno de los bellos versos que escribe...

 

Tierras abstrusas 

 

Hace algunos días, tuve un sueño espantoso

Era un Verdadero poeta, y en un papel amarillo

Escribía en Versos de Verdad un fragmento largo como una vara

Con tinta rosa... y he aquí cinco de ellos

 

Perfil en el subsuelo de fuentes pálidas... Puerto de los valientes

Contemnando rupícola en la ojiva del fauno agrio,

Hacia la nada del gesto, así de las varas fuerza lanzada...

Calmemos las mañanas tenebrosas...

¡En mí sordo el liripipión de los ontógonos!...

 

Y mi despertador sonó. Había visto la gorgona

Enfrente, y sudaba como lenguado al gratén

 

Ahora he comprendido cómo hacen los poetas

Se duermen tan pronto la noche está completa

Y no ponen jamás su despertador 

 

Autodefensa del calambur

 

Por qué pues dedicarme a las mil gemonías

Nada fertiliza más que el guano a granel...

Fresas, ¿creceríais sin el apestoso tonel

Que esparce a vuestros pies la sustancia bendita?

 

¡Vil calambur! se dice. Pero suave armonía

Para el oído de quien no ama a Giono

Yo florecía ya cuando el pálido gorrión

Arrullador llevó la aceituna a Armenia...

 

Pero ustedes los celosos. Y ustedes, espíritus fuertes,

Leen a Claudel sin esfuerzo aparente

Villanos forjadores de edificantes obras

 

Abejorros cargados de versos blancos, ¡os largáis!

Porque del espíritu volador no soy más que las sobras,

Pero caigo de arriba mientras os arrastráis 

 

ESTORNINOS

 

Caída del demonio 

 

Le seguía desde hace una hora,

Preparándole una emboscada

¡Ah! Me iba a reír a carcajadas

Pero él... Mucho mejor si llora...

 

En una existencia mejor

Lo mandaría, todo palpitante...

Él entra... Al punto, jadeante,

Lo empuño tan pronto aflora...

 

¡Pájaro maldito! ¡Estornino vil!

¡Esta noche se acerca tu fin!

- Su cara estaba ya pálida,

 

Y yo reía con aire burlón...

Abrí la ventana de un empujón

Y lo proyecté al vacío... 

 

PASTELITOS ANODINOS  

 

Indecente* soneto 

 

Soñadora, imagina

Por las contraventanas

El sol de la mañana

Cerca de ella se arrima

 

Tal como en un ensueño

La veo a cada instante

Espejismo irritante

Quimera, señuelo

 

La clara salud

De la rosa luz

Colora su mejilla

 

Y en su cuerpo desnudo

El sol se ovilla

Amante desconocido

 

A Arthur 

 

Ahora bien, en Aperitivo[1], hay mordisco y rito...

Mordisco al mediodía, rito sacramental

El zumo opalescente - no es agua mineral -

Y en tu estómago se aloja este zumo rápido...

 

¡Descended, alcoholes! Cread la dicha súbita

En el cerebro del bebedor que no conoce tal

Y se ofrece por cien bajo el alma de un inmortal

- "¡Es mi ronda, amigo!". Todo el mundo disfruta

 

Así, esta palabra nueva corresponde en suma

A la idea que nos hacemos del señor que consume.

Morder, rito. Y aun así, me dejo lo principal:

 

Me queda tejo, para plantarlo en el cementerio

Sobre tu tumba. Y lástima que vea demasiado normal

Que, harto del pernod, tu cuerpo vaya a la cerveza[2] 

 

ESPARCIMIENTO

 

1900 

 

De pie ante la gran puerta, melancólico,

El botones de traje rojo y dorado

Contempla sin ver el brillante decorado

Del cabaret de lujo con letrero exótico.

 

Maquinal, sonríe al cliente simpático

Observa a la diva con abrigo de castor

Y ni siquiera ríe si el famoso tenor

Se resbala al subir en un coche asmático.

 

Piensa. Y su oficio le parece insípido.

Todos esos juerguistas de cerebro vacío,

Desde que los conoce, le parecen odiosos...

 

Pero se queda ahí, como un árbol plantado,

O a veces, sujeta, triste y apagado,

La puerta barnizada del cupé de los ociosos... 

 

EVANGELIO SEGÚN CINCO SONETOS 

 

Oscar 

 

A O. Wilde

 

Dios leía, sereno, el Libro de los Pecados

Y el hombre, ante él, permanecía inmóvil

Y dijo Dios: “Golpeaste al pobre y al débil

Prestaste tu cuerpo vil a juegos desenfrenados

 

Engañaste a tu prójimo en vergonzosos mercados

No amabas más que el mal y ahí fuiste hábil...”

Y el hombre apartaba su ojo sombrío y móvil

Y dijo Dios “El infierno para tu corazón desecado.”

 

El hombre alzó la cabeza, y su cara estaba triste

Y la sombra, alrededor de él, se espesaba sin límite

“Nunca he dejado de vivir en ella” y Dios palideció...

 

“¿Quieres el paraíso?” fue la réplica breve

Entonces, frunciendo el ceño, triste, el hombre sonrió...

“No me lo imaginaba ni siquiera en mis sueños...” 

 

Pequeño comentario. Oscar era un muchacho bastante divertido, pero no había comprendido el sentido de la vida, o más bien, se había equivocado de sentido. Y la sociedad lo castigó: Amén. Pero a Guillermo II, no le pasó nada. 

 

DECLINACIÓN

 

 A mi musa 

 

Por qué me soplas siempre burradas

Yo no te he tratado como a una vil ramera

Me haces un bello verso, lo escribo, y sin espera

De improviso, ¡tac! Es una payasada

 

El mal calambur, la insulsa tontería

De más o menos gusto – menos diría yo antes

Recuerda a Diógenes con un traje elegante

A Pascal cancionista diciendo groserías

 

A Beethoven en un campo tocando el mirlitón,

A Paul Claudel en el aquelarre montado en un bastón

A un mal ensalmador curando a Hipócrates

 

Cantando un aire swing, Marcel Cachin desnudo

Pío Doce vestido de gran diablo cornudo...

Un gorro de payaso en la cabeza de Sócrates...

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

_____________

Cent sonnets, de Christian Bourgois et Cohérie Boris Vian
Librairie Arthème Fayard 1999 pour l’édition en œuvres complètes

 



* Triste, en tres letras.

* nosotros, los poetas.

* Tan poco...

[1] N del T. Happe, rite, if: mordisco, rito y tejo, componen las tres sílabas con las que Boris Vian juega en este soneto, así como la conocida tendencia de Rimbaud a la bebida.

[2] N del T. Bière significa al mismo tiempo cerveza y ataúd.

Escrito en Lecturas Turia por Juan Antonio Tello

7 de enero de 2014

            Mierda, pensó Sergio cuando notó la vibración del móvil en el bolsillo de la camisa, al principio de la clase.

El mensaje de Patricia tenía un tono amenazador: “¿Puedes quedar esta tarde? Tengo que hablar contigo. Un beso”. Sergio llevaba tres días aplazando la cita, así que le contestó y le dijo que podía, pero poco rato, y apagó estúpidamente el móvil, como si eso fuese a evitar que llegara la respuesta. Pero la contestación de Patricia le pareció todavía más inquietante: “Tranquilo, no pienso entretenerte mucho rato”. A continuación proponía un lugar y una hora; mientras respondía un lacónico “Ok” y tomaba el tercer café de máquina de la tarde, Sergio pensaba que nunca debería haberla invitado a esa última copa.

            En los últimos tres años, Patricia y Sergio se habían acostado una veintena de veces. Se conocieron durante el primer año de carrera de Sergio, cuando Patricia ya llevaba tres o cuatro años en la Facultad, a raíz de una revista universitaria que publicaba los cuentos de Sergio y los ensayos de Patricia sobre literatura española del siglo XX. Iván, el novio de Patricia, un tipo muy simpático, también colaboraba con algún artículo. Iván no acudió a una de las presentaciones, y Sergio y Patricia se enrollaron en la parada de taxis, cerca de la estación de autobuses. Se vieron con regularidad durante varias semanas. Después Sergio empezó a salir con una chica de clase, y Patricia siguió con Iván, que teóricamente no sabía nada, pero que empezó a tratar a Sergio con más frialdad.

            El año siguiente Patricia consiguió una beca para hacer el doctorado en Berkeley. Ella y Sergio se escribían emails con cierta frecuencia y se veían cuando Patricia volvía de vacaciones: Sergio pasó un año en Inglaterra, pero tras su regreso continuó viviendo en un barrio residencial de Zaragoza. A Sergio le divertían las historias del departamento y San Francisco, y le gustaba hablar con ella de literatura y temas académicos. Quedaban en un bar irlandés, bebían unas cuantas copas y a las once Sergio cogía un autobús que lo llevaba de vuelta a su barrio; Patricia se burlaba y lo llamaba Cenicienta.

Patricia le proporcionaba referencias bibliográficas para sus trabajos y leía sus cuentos. Normalmente quedaban solos, pero, como pensaba que los amigos de Sergio eran un poco primitivos, siempre le ofrecía que saliera con los suyos: un grupo que había estudiado en el colegio Británico, que tenía aspiraciones culturales y a veces esnifaba cocaína.

            Patricia era guapa, alta y se parecía las mujeres que más le gustaban. Le atraía su punto de vista científico y desapasionado sobre la literatura, y siempre estaba dispuesta a quedar. Pero había algo que lo distanciaba de ella, que hacía que no quisiera ser su amante y que, de una manera que no acaba de entender, porque era muy bonito tener una novia en San Francisco, prefiriese la amistad. Lo contrario significaba entrar en un círculo del que era muy difícil salir: Patricia había encontrado trabajo para dos de sus mejores amigas en California, y el curso anterior, había convencido a Sergio e Iván de que pidiesen dos becas de doctorado en UCLA, e incluso inició las gestiones para que los dos compartieran piso en América. Quedó con ellos en Navidad –en esa época estaba rompiendo con Iván- y les ayudó a resolver el papeleo. Pero la situación hacía que Sergio se sintiera incómodo: al final no presentó todos los materiales y continuó sus estudios de Filología en Zaragoza.

            A veces se equivocaba y rompía sus propias reglas. Una noche de semana santa se había despedido de Patricia con un beso en los labios. Ese tipo de cosas le hacían pensar que tenían una cuenta pendiente. Y unas semanas atrás, a finales de agosto, quedaron en el bar de siempre, y Sergio perdió el autobús. Mientras el coche se alejaba, preguntó a Patricia si le apetecía tomar una última copa, y la besó en la misma esquina donde se habían besado por primera vez.

            Mientras caminaba hacia el bar donde siempre se encontraba con ella, y en el que había quedado con muchas chicas en una época más promiscua, Sergio pensaba que había sido un desliz estúpido, pero que a continuación había cometido un error más grave. La llevó al piso vacío que su familia tenía en el centro. Empezaron a follar sin condón, y ella le dijo:

            -Espera un momento.

            Patricia abrió su bolso y sacó un preservativo.

            -Perdona. Creía que tomabas la píldora.

            -Ya no. Ha pasado mucho tiempo.

            Aunque follaron varias veces esa noche, y aunque Patricia, a diferencia de otras ocasiones, se había quedado con él hasta el día siguiente, Sergio creyó que había un reproche en sus palabras.

            Quizá fuera ese reproche la razón por la que no la había llamado. Pero también es cierto que ella se había ido a América para arreglar unos papeles, y  que él le había enviado un sms de cortesía. Y, sin embargo, ahora todo había salido peor de lo que había esperado.

            La había dejado embarazada.

            Era el momento más inoportuno, porque estaba saliendo con otra chica; porque no tenía dinero para pagarle un aborto ni ganas o ánimo para acompañarla a una clínica. Se había acostado pensando que no significaba nada, y ahora estaba en un lío tremendo por culpa de una imprudencia de adolescente.

            Seguramente, Patricia consideraría un aborto la mejor opción: ellos ni siquiera eran novios, y vivían en dos continentes distintos. Era probable que se empeñara en pagar la intervención. Pero, desde el punto de vista de Sergio, eso sería rehuir su responsabilidad. Tampoco sabía lo que pensaría ella: aunque cualquier educador sexual explica que pueden escapar unas gotas de semen antes de la eyaculación, no dejaba de ser una negligencia técnica, algo que se le podía echar en cara, como parecía indicar el tono de los mensajes de Patricia. Y, aunque todo saliera bien, su relación habría dejado de carecer de consecuencias.

           

           

            Patricia sonrió cuando Sergio entró en el bar. Estaba sentada en una banqueta, había una copa de vino junto a ella. Se dieron dos besos y Sergio pidió una cerveza.

            -¿Qué tal?

            -Harta –dijo Patricia-. Estoy harta de Valle-Inclán.

            Sergio sintió un poco de alivio: Patricia preparaba una tesis sobre las novelas que Valle-Inclán había escrito acerca de las guerras carlistas.

            -Y además, tengo que quedarme aquí este otoño. Seguro que en Berkeley hace mejor tiempo.

            Sergio se quedó con la boca abierta. Hasta entonces, no se había dado cuenta de que las dificultades que planteaba una relación, o incluso compartir unas responsabilidades, servían para ponerle las cosas fáciles. Pero ahora ella iba a pasar el otoño en Zaragoza. Y él, por supuesto, le había dicho que no tenía novia la noche del incidente.

            -Me han dado seis meses de fiesta para investigar –dijo Patricia-. Así que estaré yendo de aquí para allá, a Madrid y a Galicia –hizo una pausa. Le daban un semestre sabático sin tener una plaza fija: Sergio pensó que no había dios que se creyera eso-. Pero en realidad creo que es lo mejor.

            Sergio tragó saliva.

            -Dice Arcadi Espada que Valle-Inclán es el segundo mejor escritor nacido en Villanueva de Arosa, después de Julio Camba.

            Patricia sonrió y Sergio le dijo que antes de llegar se le había quedado atascada la cremallera del abrigo, y que había entrado en el baño de una cafetería para quitárselo.  No era cierto, pero le había pasado hacía un par de días y le apetecía contarlo. Ella soltó una carcajada. Se quedaron callados.

            -Necesitaba hablar con alguien. Por eso te he mandado los mensajes.

            Sergio la miró a los ojos un momento y comenzó a liar un cigarrillo.

            -Es sobre un chico que conocí en Madrid este verano, en el congreso sobre Valle-Inclán. Y no sé qué hacer. Estoy histérica, y pensaba que tú podrías entenderlo.

            -Cuéntamelo.

            -He dicho que es un chico, pero debe tener 35 años o así. Da clases en Santiago. Escribió una tesis sobre las vanguardias. No es especialmente guapo pero tiene su punto. Y se lo sabe todo. El caso es que lo conocí en junio. Empezó a escribirme emails, a contarme que estaba muy mal con su mujer. Y en agosto, cuando fui a Galicia, nos vimos y nos liamos. Su mujer estaba fuera. Yo no estoy acostumbrada a estas cosas.

            -Y se enamoró de ti, claro –dijo Sergio, que no entendía qué tenía que ver esa historia con su problema.

            -No, para nada –se rió-. Creo que no. No dio señales de vida en un mes. Pero hace un par de semanas le mandé un email porque había leído un artículo suyo. Me contestó al día siguiente. Me decía que está muy deprimido, que tiene insomnio, que quiere verme. Y llama a mi casa a cualquier hora. Le dije que pasaría aquí el otoño y quiere que me vaya a Galicia. Dice que ya no vive con su mujer.

            -¿Y tú qué quieres hacer?

            -No lo sé. Me parece todo una locura. Yo me vuelvo a ir dentro de poco.

            -No parece una persona muy equilibrada, ¿no?

            -No. ¿Quieres leer sus mensajes?

            -No. Me los imagino.

            -Bueno –Patricia respiró hondo-. ¿Qué te parece?

            -Es una historia bonita. Pero no sé qué decirte. De todas formas, por lo que cuentas te aconsejaría prudencia, como en las negociaciones con los terroristas. Eso de que de repente te empiece a mandar mensajes, después de no haberte dicho nada en un mes…

            -Sí, es muy raro –dijo Patricia-. Pero estoy mucho mejor después de contarlo.

            -También es bonito que te pase, ¿no?

            Pidieron dos copas más. Patricia contó más cosas del profesor de literatura, de su conversación en el congreso, a la salida de una ponencia sobre Tirano Banderas, y de su primer encuentro sexual. Decía que la historia le parecía tan disparatada que no se atrevía a compartirla con sus amigas, y Sergio pensó que, desde que se conocían, Patricia no le había hecho confidencias personales. Seguro que había tenido amantes en Berkeley después de romper con Iván, y quizá se veía con alguien en Zaragoza. Después volvieron a hablar de la literatura y la Universidad, del multiculturalismo y la política internacional. Hicieron chistes malos y se rieron bastante. Con algo de melancolía, Sergio descubrió que no sentía ni rastro de nerviosismo.

Aunque ella no se lo pidió, acompañó a Patricia hasta su portal. Llegó a la parada del autobús con un cuarto de hora de tiempo y se entretuvo observando en la calle los primeros signos del otoño.

           

           

Escrito en Lecturas Turia por Daniel Gascón

la esperanza cóncava que se forma

al mear sobre nieve,

mapas, genomas

            de territorio,

vemos en el alma cristal,

materia pulida,

 

pero es rugosa y en sus crestas

radica incandescente

el espectro radiante de lo que se avecina,

 

            los valles tampoco eres tú,

 

            un átomo emite un electrón

           y reordena el mundo

         

                                               [repetimos]

 

un átomo emite un electrón

            y reordena el mundo,

 

aún no se entiende cómo el tiempo

sepulta ciudades para igualarlas,

para que tengan como único ser vivo

el vector de fuerza gravitatorio F=GMm/r2

que tira de los fósiles

hacia el centro de la tierra,

 

vinimos a esta casa bajo cero a ver si el frío soldaba relojes y pieles, jugabas con nieve, caminamos sobre la piscina helada, espejo hiperplano allí al fondo, te lanzabas, pero ese fósil de agua acumulaba manzanas, preservativos de mármol, caparazones de insectos esperando su reconversión animal, ciertas tardes oyendo I´ll be your mirror en el páramo de un LP, ya la luz venía entonces barajada entre sombras y oblicua, y bajo aquella masa helada, auditorio inverso, público interpretando a los actores, echamos wynn´s al motor en la gasolinera de otro páramo que nos gustó tanto como todos los páramos, te dije lo raro que es que todas las estaciones de servicio estén en los lugares donde más sopla el viento, donde hace más frío, donde los meteorólogos fracasan, cruce de vectores oscuros y fósiles llegados en camiones que advierten “inflamable”, y allí te dejé, construyendo tu libro del frío,

 

por la temible Red Secundaria

de Carreteras del Estado,

 

al destierro de  puro aburrimiento,

 

nieve, CDs, un cigarro,

 

el yo poético pincha una rueda

 

y no lleva repuesto,

 

la infancia es un átomo que emite

la partícula ã hasta que morimos            

 

 

 

(fragmento de un poema-río en preparación; sin título)     

Escrito en Lecturas Turia por Agustín Fernández Mallo

26 de diciembre de 2013

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Regresé del Sur hace unos años

Olvidé la humedad en un armario

Lo cerré a cal y canto,

igeramente desmemoriado.

 

Del aire seco hago ahora

riguroso calendario

que observo con atención

aunque el cierzo lo desmienta

de tanto en tanto.

 

Trastorno de la emoción

que me procura su soplo inesperado

confluencia de vientos sin gobierno

que descienden por el valle del Ebro

para morir en una esquina de Montevideo.

 

Pampero y cierzo

¿Ha sido mi destino estar sacudido

(tan luego)

por estos vientos?

 

Idéntica fase inicial,

la ráfaga intensa

descenso brusco de temperatura

el modo que tienen ambos de enervarnos

impaciencia del gesto con que los soportamos.

 

Mas luego aquel lejano Pampero llena de vapor el aire

asciende la presión atmosférica

se diferencia en húmedo o seco

y se pierde en nubes de polvo

o en la esperada lluvia,

en el mejor de los casos.

 

Éste

—el viento cercio de la Hispania Citerior descrita por Catón el Censor—

reseca el aire.

Lo dicen activo y animoso,

aunque irrita su persistencia

el duro quemar de las plantas su temprano brote.

Lo dicen perecedero, aunque el poeta David Mayor nos asegura

el cierzo “nunca huye:

a los días silba de nuevo por los ribazos,

depredador con la tez del desierto encima;

a limpiar las costumbres vuelve;

el itinerario de los viajeros cambia”.

 

Con los años lo prefiero

me aguza el ingenio el frío que provoca.

Lo siento en Zaragoza, lo respiro en Oliete

(¿Se llama esto integrarse o es pura resignación?)

 

Del clima húmedo añoro la empalagosa omnipresencia

de su agobio y cristales empañados

el sudor con que acompañó mi juventud de ventanas abiertas al Río–mar

el cuerpo desnudo sobre la sábana tibia del verano

el frío penetrante de un invierno de bombillas  callejeras

oscilando  en una esquina mal iluminada

donde se pierden amigos y recuerdos

y adonde acudo ahora buscando desentrañar su esencia

antes de que la niebla del olvido lo disuelva todo.

 

(De Clima húmedo, de próxima publicación)

Escrito en Lecturas Turia por Fernando Aínsa

26 de diciembre de 2013

Imagina la oscuridad.

El horror dispara sus minutos a la velocidad de la metralla.

Las sirenas crecen como aullidos de chacales,

los gemidos retumban entre los escombros, clavan sus esquirlas.

Imagina tus lágrimas como bayonetas,

desahuciadas de todo consuelo, de toda piedad.

Refugios rebosando de miedo, temblando de miedo

mientras los cadáveres elevan sus montañas,

mientras los bombarderos gotean constelaciones en las aceras.

Imagina el aire entrándote, invadiéndote de muerte.

Se pulverizan árboles y bibliotecas;

se desgarran cuerpos y muros,

se mutilan recuerdos y palabras;

se siembran minas, terrores y esqueletos de pájaros.

Imagina la orfandad de las cosas. El llanto de las cosas.

Imagina cómo los héroes se envuelven en capas escarlatas.

Cómo los verdugos despliegan alfombras escarlatas.

Cómo las víctimas se ahogan en manantiales escarlatas.

Y cómo el espanto, la venganza y el odio

ganan batallas en tu corazón sobrecogido.

Estás en medio del recinto inexpugnable del pánico.

Y eres tú quien orquesta los crímenes. 

Porque has sido tú.

Tú, que eres capaz de imaginar,

de sentir todo lo que imaginas,

de fabricar todo lo que sientes,

de construir realidades con los sueños

quién ha dado vida al horror.

Por eso, atrévete a cambiar la estructura

del  mundo

y donde dices temor di esperanza

porque las lágrimas también son de alegría.

Porque la sangre también es nacimiento.

Porque la belleza también es sobrecogedora

y el amor un potente estallido.

Por eso, atrévete.

Apacigua tu mente,

ilumina tus ojos,

imagina justicia.

Imagina consuelo.

Imagina bondad.

 

Escrito en Lecturas Turia por Ana Rossetti

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