Pocas veces una vocación tan temprana llega a término superando con creces las expectativas de su protagonista. Pero este es el caso de Javier Sierra (Teruel, 1971) escritor y periodista focalizado en temas como el misterio, la vida extraterrestre y otros enigmas de nuestra civilización. Autor de best sellers como La dama azul, El fuego invisible, que le valió el Planeta en 2017, o La cena secreta, novela por la que se convirtió en el primer autor español en la lista de libros más vendidos de The New York Times, es además viajero, conferenciante, aventurero, divulgador en medios de comunicación, editor, organizador de eventos relacionados con sus actividades e incansable curioso. Un sinfín de actividades que acaban confluyendo en sus libros cuando encuentra el reposo necesario para escribirlos. Por ahora, el listado abarca once novelas, cuatro ensayos, un libro de relatos y numerosas colaboraciones en obras colectivas. Ha sido traducido en más de cuarenta países y las ediciones de sus títulos superan los dos centenares. Ha conseguido, además, ser profeta en su tierra. El barrio turolense de su niñez, El Carrel, tiene un parque con su nombre. También la biblioteca de su ciudad natal lo ostenta, lo que supuso un hito, pues era la primera vez que una biblioteca del Estado adoptaba el nombre de un autor vivo, y esa biblioteca ve incrementarse con el tiempo el legado de este autor que ha querido que sea ese lugar donde se inició su vocación literaria el refugio del trabajo de toda una vida. Él intenta no renunciar a ninguna de sus pasiones. La conversación tuvo lugar vía internet desde su “casa de soltero” en las cercanías de Madrid donde encontró la concentración necesaria para terminar la novela que ya está en librerías, El plan maestro, una continuación de El maestro del Prado. Sierra contesta rápido a las preguntas, con franqueza, no elude ninguna cuestión y, aunque avisa de que su cabeza está centrada en la novela, no tiene prisa por acabar la conversación. Entrevistar a Javier Sierra es preguntarse a quién se va a entrevistar: al escritor, al aventurero, al divulgador… Averiguar cuál de esas facetas ha ido ganando terreno o perdiéndolo a lo largo de su trayectoria.

– Las mantengo más o menos vivas todas. Me gustan todas y me cuesta un imperio tener que renunciar a algunas de ellas. La del aventurero, desde luego, está porque me sigue gustando viajar y conocer lugares nuevos, sobre todo desde que me he focalizado en cuestiones de tipo arqueológico. La gran pregunta de dónde venimos ha ido ganando territorio en mi caso a medida que he ido cumpliendo años y la única forma que tengo de responder a ese de dónde venimos es mediante la lectura y los viajes. La del comunicador es que es innata en mí. Desde que era muy pequeño me ha gustado compartir lo que aprendo con los demás. Empecé en Teruel inventándome periódicos cuando era niño y haciendo pequeñas tiradas de magazines en ciclostil y salté a la radio a edad temprana y ahí me he quedado atrapado. Sigo colaborando con la radio, en estos últimos años con Carlos Herrera en Cope, pero he hecho mucha radio nocturna con Iker Jiménez, Miguel Blanco …. Y la de escritor es la más delicada de todas porque es la que requiere mayor concentración y en el mundo en el que me manejo, que es de mucho viaje, de mucha última hora, la concentración es algo que tengo que conquistar. Yo no puedo escribir en Madrid ciudad, donde hay tantos estímulos y tanto ruido. Tengo que luchar por ella.

 

“La literatura me permite encontrar respuestas y compartirlas”

– La suya es una vocación muy temprana por el periodismo, la divulgación, el mundo del misterio y de la ciencia. Pero cuando se cruza en su camino la posibilidad de escribir una novela, da la sensación de que la literatura hace que todas las piezas de sus intereses encajen.

– Las encaja y las complementa. Lo que me da la literatura es organizar todas esas piezas que conozco y reúno con alegría en mis otras facetas y me permite jugar con ellas y darles un sentido. El mundo en el que me he manejado siempre, que es el mundo de las preguntas, tiene una contrapartida tenebrosa y es que rara vez encuentras respuestas a esas grandes preguntas y como yo soy inconformista por naturaleza vi que la literatura me permitía encontrar esas respuestas. Obviamente son respuestas literarias, de la imaginación, pero respuestas al fin y al cabo. Ya que la ciencia y la investigación no me permiten acceder a ellas porque no las tenemos, la imaginación sí me lo permite. Y en ese sentido sí que la literatura encajó como un guante en lo que yo había sido porque me permitía cerrar el círculo. Encontrar esas respuestas y compartirlas.

 

“Los libros de Carl Sagan me alimentaron la imaginación”

– En la serie de televisión Otros mundos, que creó y presentó, se refiere a su niñez y cuenta que desde niño le persiguieron grandes enigmas. ¿Cuáles?

– El primer enigma al que yo me enfrento tiene que ver con la pregunta de si estamos solos en el universo. Y la razón es muy doméstica. Yo vivía en una calle a las afueras de Teruel, en el barrio de El Carrel, y más allá de ese barrio lo que había era la zona de la periferia donde todo era oscuridad. Tengo muy grabado el salir tarde del colegio, cuando ya era de noche, y al llegar a casa quedarme un rato en la calle, ahí sentado viendo ese firmamento y haciéndome preguntas que eran un poco como de Principito: estar sentado en un planeta y preguntarte si habría otro niño sentado en otro planeta mirándome. Y aquello se convirtió, yo creo que también por el ambiente de la época, estamos hablando de los ochenta, en una marca en mi cerebro. Recuerdo que en el 82, el año del Mundial de Fútbol, todo mi entorno estaba muy fascinado con el Mundial y yo en cambio me quedé prendado de Carl Sagan y la serie Cosmos que empezaron a emitir ese verano. Así que ese niño que se quedaba fascinado con las estrellas de repente encendía la tele y veía a un señor hablando de la profundidad del universo y de las misiones Voyager y de todo lo que en fin significaba la exploración del gran desconocido que nos rodea y aquello ya se quedó prendido para siempre. Empecé a dar alimento a aquella inquietud. Es la época en que me hago lector de la biblioteca: en mi casa había libros, pero no tantos y empiezo a ser de los más activos en las desideratas de aquellos años. Los libros de Carl Sagan y los de otros autores menos científicos pero que me alimentaron la imaginación.

 

“Es bueno tener una locura cuando eres pequeño, porque eso te focaliza, hace que tengas una misión por la que vivir, sea leer libros de ovnis o de caballerías”

– En aquella época estaban muy de moda los avistamientos de ovnis.

– Yo monté un grupo de ovnis en mi casa. Con once o doce años en Teruel no había internet ni redes sociales, ninguna de las posibilidades que ahora tenemos de encontrar gente que nos es afín, y en aquella época la única forma era a través de los anuncios por palabras de las revistas y como había revistas de divulgación que se dedicaban a estos temas, yo ponía mis anuncios con el fin de montar un grupo en mi ciudad dedicado a investigar estos asuntos. Bueno investigar… Ya ves con doce años lo que podrías investigar, pero aquello me permitió, a través del servicio del correo, contactar con mucha gente y encontrar la que sería mi tribu. Fue interesante porque en esa tribu también había escritores, había poetas. Por ejemplo, conocí a Carlos Murciano, gran poeta que escribió un libro sobre ovnis a finales de los sesenta porque él fue el primer y único corresponsal que tuvo el diario Abc en el mundo de los ovnis. Yo lo conocí, me impactó porque me permitió, a través de los ovnis, conectar también con la poesía. Esto es muy curioso. Es un camino raro. Luego descubrí que lo de los ovnis afectaba a muchos otros letraheridos. Por ejemplo, a Buero Vallejo. Lo descubrí a través de su hijo, porque yo a él no lo conocí pero Buero Vallejo estaba obsesionado, yo diría, con los ovnis, porque más que dramaturgo él lo que quería ser es ufólogo y hablaba a todas horas de ello. Claro, era gente que a mí me permitía cuando hablaba en casa con mis padres, que querían que me dedicar a cosas más productivas, contrargumentar y decir que había señores muy importantes a los que les interesaba también esta cuestión, que no era incompatible. Y bueno, ahí ya no sé cómo explicarlo, a medida que fui creciendo me di cuenta de que en realidad para mí los ovnis fueron como la puerta de entrada a un mundo de lecturas y cosas que no necesariamente eran sobre este tema. Me conecté con los textos védicos por ejemplo que hablaban como vagamente de naves extraterrestres, o con otros textos sagrados o antiguos… Fue una época en la que leía mucho buscando mis ovnis, no enloquecí como el ingenioso hidalgo pero me dio una perspectiva muy amplia sobre muchas cosas y yo lo agradezco. Agradezco haber tenido esa curiosidad y aprendí una lección que he inculcado a mis hijos: es bueno tener una locura cuando eres pequeño, porque eso te focaliza, hace que tengas una misión por la que vivir, sea leer libros de ovnis o de caballerías. Es bueno.

 

“El ser humano siempre ha tenido la necesidad de ver para sostener su mundo y, cuando no lo ve, lo inventa”

– Ahora que ha avanzado mucho la investigación espacial, el tema ha cambiado. La ciencia a medida que avanza va aclarando misterios en ésta y en tantas cuestiones. Pero el misterio es, diría, la columna vertebral de su trabajo. ¿Qué misterios son los que le ocupan ahora o qué lugar ocupa en este momento el misterio en su vida?

– Yo me he diversificado mucho y he conectado con otro tipo de misterios, claro. Y ahora los misterios que me ocupan tienen que ver mucho con la expresión artística. El mundo del arte y en concreto el mundo de la pintura me ha atraído durante estos años mucho. Yo no veo la pintura como la ve un crítico de arte, en el sentido de que, por las escuelas materialistas que han conducido la crítica, a veces se examinan las obras desde el punto de vista de la biografía del artista, de los materiales que usa, de la escuela a la que pertenece, de las tendencias etc. Yo en cambio lo que quiero averiguar, cuando me asomo a una obra de arte, es el porqué de esa obra de arte y haciendo la pregunta de por qué, en un número nada desdeñable de ocasiones, la respuesta es un porqué místico o sobrenatural. El arte está lleno de criaturas invisibles, lleno de ángeles, de dragones, de monstruos, de demonios, de cosas que no vemos porque el ser humano siempre ha tenido la necesidad de ver para sostener su mundo y, cuando no lo ve, lo inventa. En ese arte he encontrado cosas muy curiosas y estoy muy fascinado con esa búsqueda. No es algo que se inventen los pintores de la Edad Media con los ángeles y demonios. Es algo que ya está en las cavernas. El arte rupestre, el arte más antiguo que conocemos, es un arte que no se hacía con propósitos estéticos sino con propósitos mágicos. Se pintaba en el corazón de las cavernas, en la parte más oscura, más profunda, donde tenías que ir con el elemento mágico de la época que era el fuego y a la luz del fuego veías temblar esas pinturas y el chamán las interpretaba y hablaba sobre ellas al resto de la tribu. Pues bien, esa función mágica del arte a mí me tiene muy fascinado y lo estudio con interés. Me tiene muy entretenido.

 

“Es verdad que con La cena secreta se hace muy evidente esa pasión mía por el arte, pero venía de atrás y la culpa la tienen los ovnis”

– En esta faceta me quería detener por la importancia que tiene en su obra. La relación de su escritura con el arte empieza con La cena secreta, la novela en torno a la realización del célebre cuadro La última cena de Leonardo da Vinci que se conserva en el convento dominico de Santa María delle Grazie en Milán. En ella se plantea un enigma relacionado con la posible pertenencia del artista a una secta religiosa perseguida por la oficialidad eclesiástica. ¿De dónde le vino la idea para escribirla?

– En el fondo… Es verdad que con La cena secreta se hace muy evidente esa pasión mía por el arte, pero venía de atrás y la culpa la tienen los ovnis. Los ovnis me abren la puerta a eso. Hay en el Palazzo Vecchio de Florencia un tondo que se atribuye a Filippo Lippi que es una Madonna que tiene a San Juan y al Niño Jesús en la parte inferior, es muy clásica, La Madonna de San Giovannino se llama, y en una esquina de esa pintura que es una pintura del Quattrocento se ve sobre el paisaje como una mancha que irradia unas luces que parecen un ovni y en la parte inferior a un lado hay un señor con un perro que está mirando a esa luz. El pintor reprodujo algo que vio o que le contaron y le llamó la atención y lo colocó dentro de una escena sagrada. Aquello hizo que yo viajara a Florencia en cuanto pude y visité otros museos buscando pinturas similares y me fascinó que en pinturas de ese periodo había muchas referencias raras. Claro, ya era inevitable que te pusieras a documentarte sobre cualquiera de los otros maestros del Renacimiento y era inevitable que desembocara en Leonardo y en La última cena. Y ahí no encontré ovnis, ahí era otra cosa que tenía que ver con la fe y si Leonardo pintaba en lo que creía o no, y a partir de ahí y de hacerme una serie de preguntas sobre la verdadera fe de Leonardo que estuvo muy en discusión en su época surge el relato de La cena secreta.

 

“Al final descubres que el éxito tiene que ver con ser auténtico contigo mismo”

– Que es un libro clave en su trayectoria porque está traducido a más de cuarenta idiomas. Le sitúa, además, en la lista de libros más vendidos de The New York Times, algo que no había sucedido antes con ningún escritor español. No sé si eso introduce en su carrera el vértigo. Luego transcurren siete años hasta que publica la siguiente novela y me pregunto si ese tiempo tiene que ver con el vértigo de no saber si el éxito le sonreiría de nuevo.

– Sí. Claro que hay un vértigo. Lo que ocurre es que con La cena secreta el éxito es tan grande que me obliga a gestionarlo. Esto parece una cosa de Perogrullo pero no lo es. El éxito es algo demandante. No sólo te da, sino que también te exige y hace que durante casi dos años tenga que estar viajando por muchos de los países donde se lanza la novela, presentándola, en fin, trabajando en promoción y después los editores inmediatamente piden más madera y eso pasa por rescatar libros que había publicado antes pero que no habían tenido ese éxito y eso pasa por revisarlos y por lo tanto dedicar mucho tiempo a eso también. Y luego está el pudor de pensar: bueno, después de este éxito qué voy a entregar a mis lectores. Y ahí pasé por muchos vaivenes, por un proceso de aprendizaje psicológico muy interesante porque al final descubres que el éxito tiene que ver con ser auténtico contigo mismo. A mí me interesó mucho el tema de Leonardo y le dediqué mucho esfuerzo y tiempo y salió un gran libro y lo que tenía que hacer era aplicar la misma fórmula: encontrar algo que me fascinase y que pudiese dedicarme a ello en cuerpo y alma y lo encontré en la mitología: hay un mito que es universal, que está en todas las partes del mundo, hay más de 240 versiones de ese mito escritas en distintas culturas y es el mito del diluvio universal. Y quise explorarlo con la perspectiva de una novela. Y ahí construyo El ángel perdido.

 

“Me he encontrado con personas que han sido claves en un momento determinado de la vida y que los ves como enviados de una divina providencia”

– En esta novela, además del diluvio universal, aparece el tema de los ángeles, esos mensajeros que llegan para desvelar cuestiones decisivas. No puedo evitar preguntarle si ha tenido contacto con alguno de ellos.

– [Risas] No, no ya me hubiera gustado. Me gustaría tenerlo. Sí que me he encontrado, pero eso nos ha pasado a todos, con personas que han sido claves en un momento determinado de la vida y que los ves como enviados de una divina providencia. Eso desde luego. Y eso me hace pensar, y es un poco la moraleja de El ángel perdido, que todos somos un poco ángeles. Otra cosa es que seamos conscientes de esa dimensión cuando actuamos de cara a los demás, pero el tema de los ángeles o de estos mensajeros está en toda mi obra. Está en La dama azul, está en Las puertas templarias, en El ángel perdido, en El maestro del Prado donde ese personaje que da la información correcta en el momento adecuado se puede interpretar como un ángel…  Así que sí, es un tema que me ocupa. Hace unos años leí un libro que me fascinó y que lo cité en El fuego invisible y lo voy a volver a mencionar en este libro que estoy escribiendo. Es un libro de Mark Twain que se llama El forastero misterioso. Es el último libro que escribió, de hecho, lo dejó inacabado porque le cambió muchas veces el final, no estaba seguro de ese manuscrito. Y es la historia de un forastero misterioso que llega a un pueblo en el siglo XVI y que conoce todo lo que le va a pasar a la gente del pueblo. Y el hombre se presenta ante aquella gente diciendo que se llama Satanás y que su tío era el Satanás famoso, pero que él no es el de la religión. Y este personaje termina influyendo enormemente en el pueblo. Y esa llegada de un tipo que viene de fuera, que te enseña cosas, que parece que se adelanta al tiempo, que es capaz de predecir tu destino, esa historia a mí me resuena. La he encontrado en todas partes. Todas las religiones son eso también. O los dioses, por ejemplo, de la tradición americana como Viracocha que aparece en Los Andes y que también va caminando de pueblo en pueblo enseñando a la gente a cultivar, a mirar las estrellas, a hacer nudos para hacer la contabilidad de lo que tienen cerca, a construir casas, les enseña todo y un día desaparece. Bueno pues esa historia de los forasteros misteriosos o de los extraños que se nos acercan y nos cambian la vida sí que es mi obsesión primordial y por eso aparece tanto en mi literatura. No sabría decir por qué, si me analizo tampoco puedo decir es por esto. Pero me interesa.

 

“A mí me gusta la originalidad y me gusta navegar contracorriente”

– Lo que está claro es que cuando tiene un nuevo proyecto en la cabeza no ahorra esfuerzos tanto en documentación –y ahí está la justificación que dio el jurado del premio Planeta cuando lo ganó y destacó la erudición que había en El fuego invisible– como en todo lo que haya que hacer para sentir algo cercano a la experiencia de lo que cuenta. Como subirse a la cima del Monte Ararat, cosa que hizo con César Pérez de Tudela para terminar El ángel perdido. A cualquiera esta aventura le causaría pavor.

– A cualquiera y a mis editores. Yo recuerdo que subí al Monte Ararat cuando ya tenía casi acabada la novela. Le había dedicado muchas páginas al Monte Ararat pero no había estado allí y no me quedaba tranquilo. Necesitaba subir, ver lo que había, corregir después cosas, y me vino muy bien porque efectivamente corregí muchas cosas de la novela antes de publicarla. Yo creo que eso es un cortocircuito que tengo dentro por culpa del periodismo. El periodismo al que yo pertenezco, que es el pre internet, era un periodismo presencial, te exigía sentarte delante de las caras de la noticia para saber lo que estaba pasando o viajar al corazón del suceso para enterarte bien y contar tu visión. Por eso aquel periodismo era tan diverso, porque al final era la interpretación del periodista del hecho, no como ahora que es un periodismo de comunicados de prensa. Y eso me enseñó que poner los pies en el escenario que tú quieres describir te da algo que no te puede dar internet ni te pueden dar los libros ¿no? Y ese algo tiene un nombre muy sencillo que es seguridad. Puedes estar perfectamente equivocado en tu percepción, pero es la tuya y estás seguro de ella. De alguna manera en la literatura  yo persigo también esa originalidad. Por eso yo no soy mucho de escuelas. No me gusta considerarme dentro de una corriente literaria o dentro de una tendencia o de una moda, porque a mí me gusta la originalidad y me gusta navegar contracorriente. Y me hace gracia que, por ejemplo, en una época como ésta que es más de novela negra, de crímenes, de acción reacción, de repente aparezco yo con una clase de literatura que habla de ángeles, pues es ir contra corriente.

– Ha comentado en alguna entrevista que tanto La dama azul como El maestro del Prado son sus libros más íntimos, por decirlo así. En ambos, claramente, hay un alter ego suyo en el protagonista.

– Claro, claro. En ambos el protagonista es, en efecto, un alter ego. En La dama azul, Carlos Albert, el periodista que articula toda la trama, soy yo, y lo que le pasa a Carlos me pasó a mí en buena medida: cómo de repente va encontrando cosas la causalidad, en términos de Jung, le va mostrando. Ese fenómeno es algo que me ha interesado desde siempre y lo he observado con atención. Desde hace años escribo un diario de coincidencias, quizá algún día lo publique, porque me considero un observador del fenómeno. En El maestro del Prado,  el protagonista es un jovencito Javier que llega a Madrid y busca refugio los fines de semana en el Museo del Prado. Allí entra en contacto con el arte tal y como se refleja en el libro. De hecho, el libro que acabo de publicar, El plan maestro, completa esa especie de autobiografía novelada introduciendo personas del mundo real para hacer cosas del mundo de la ficción. Mover los hilos de esta trama me ha hecho comprender que el arte –en todas sus expresiones—es la última vía que tenemos abierta para conversar con nuestra alma. Y esa vía, ese canal, hay que mantenerlo limpio y abierto para no perder la esencia de lo que somos. En El plan maestro hablo de eso, y lo hago a través de los misterios del arte y de la historia, que es el terreno donde más cómodo me siento desde los tiempos de La cena secreta.

– ¿Cuál es ese plan maestro que otorga al arte un hilo trascendental que uniría polos tan distantes como el arte rupestre o Frida Kahlo?

- El plan que une toda la historia del arte, en la novela, está muy conectado a la mirada. El arte nace como un mecanismo trascendente, de comunicación con lo invisible. Cada vez aparecen más indicios que nos invitan a pensar que el arte nació entre los chamanes como parte de una aproximación mágica, necesaria en los primeros momentos de la conciencia humana. Y ese “instinto” llega incluso a artistas ateas como Frida Kahlo. En la novela exploro el salto que se produce en la mirada humana al arte a lo largo de decenas de miles de años y lo trasformo en una intriga literaria. Creo que este ha sido el trabajo con el que más he aprendido de toda mi carrera, y también es el más provocador: invitará a quien lo lea a desarrollar una “segunda mirada” hacia el arte, una que atraviese las limitaciones físicas de la pintura y le vuelva a dotar del sentido ancestral y mágico para el que nació.

 

“El secreto está en el entusiasmo. En que lo que hago es algo que me apasiona de verdad”

–  Es una novela que empezó en mayo de 2023. Lo raro es que con todas las actividades

que realiza tenga tiempo de escribir.

– Suelo tardar un año en redactar una novela, pero hay veces que las cosas se resisten porque, como te decía, hay mucho ruido. El secreto está en el entusiasmo. En que lo que hago es algo que me apasiona de verdad. La palabra entusiasmo también es muy bonita etimológicamente porque viene del griego entheos que es estar con lo divino, en estado de gracia, y eso es lo que yo intento aplicar a todas mis actividades. A veces estoy tan en estado de gracia que no mido la energía que las aplico. A veces aplico tiempo y energía a cosas que parecen poco productivas pero hay que hacerlas porque forman parte también del mensaje. Pero, aunque parezcan cosas muy dispares, todas están muy centralizadas en lo que es contar cosas a la gente que les muevan que les inquieten que le interesen y que les saquen del propio medio por el que reciben las historias. Para mí eso es muy importante: que cuando alguien lea uno de mis libros o escuche alguno de mis podcasts, vea un artículo en prensa o acuda a alguna conferencia, que tenga la necesidad de ir él o ella a ver si eso es así o a obtener más información. Yo me veo a mí mismo como un potenciador de la curiosidad. Soy eso.

 

“La ciencia y la religión son vías de conocimiento”

– El misterio, eso que está en el origen de muchas de sus obras y trabajos, siempre ha estado asociado de alguna manera a la religión. Ahora, por una parte, vivimos en una sociedad más laica y, además, la ciencia va desvelando lo que antes eran misterios. Pero al mismo tiempo vivimos en unos momentos extraños en los que crecen ciertas supersticiones. Ganan terreno. Están los que niegan el cambio climático, está el movimiento antivacunas. Alguien que se relaciona con lo misterioso puede encontrarse de pronto cerca de personas que defienden esas posturas. ¿Cómo se relaciona con eso?

– Yo tengo grandes amigos que son científicos de primer orden y que están en la vanguardia de muchas cosas. Tengo un hijo que quiere ser ingeniero aeroespacial y está muy metido en ello y en casa se habla mucho de temas científicos, pero a la vez también tengo amigos en el otro lado y los escucho y converso con ellos. Yo creo que mi actitud es antidogma. Yo no veo la ciencia como la gran verdad. La ciencia es una herramienta para obtener conocimiento, igual que no veo a la religión como una herramienta de la gran verdad. Es una herramienta que nos hemos dado durante muchos miles de años para ponerle nombre a las cosas que desconocemos. Ambas son vías de conocimiento. Creo que nos ha dado muchas más alegrías la ciencia que la religión. Sobre todo, si vemos lo que ha ocurrido en nuestra civilización en los últimos doscientos años. Vivimos en la mejor de las civilizaciones de las que tenemos conocimiento. De eso no cabe ninguna duda, pero aun así creo que no debemos sustituir el espíritu solo por la materia. El componente espiritual tiene que estar. Y éste no siempre es el componente de la religión porque la religión suele ser una estructura dogmática, no responde finalmente a las inquietudes espirituales, te hace comulgar con unas visiones espirituales, pero no te da libertad para explorarlas. Yo creo que ahí, en el centro de los dos caminos, el de la ciencia y el de la religión, está la espiritualidad. Creo que el ser humano es mejor si es espiritual porque eso te da unos valores de respeto al prójimo y al entorno que no debemos perder. Desde la noche de los tiempos nuestros antepasados veían la naturaleza y todo lo que les pasaba con una visión animista y es verdad que todo está vivo de alguna manera y conviene llevarse bien con esa vida que te rodea. La revolución industrial hace que despreciemos eso y destruyamos mucha naturaleza y creo que ahora llega el tiempo de rectificarlo. En mi visión y a tu pregunta creo que hay que escuchar a todas las voces, pero hay que formarse un sentido propio crítico y tomar un camino neutro.

 

“El miedo te bloquea la capacidad de reacción y la razón”

– El miedo es también un elemento fundamental en su obra. No me refiero a que sus novelas sean de miedo o de terror, sino que en sus libros el miedo está presente porque los personajes tienen que enfrentarse a él. ¿Qué es el miedo para usted o a qué tiene miedo Javier Sierra?

– Creo que tengo miedo a dos cosas. Una es al miedo mismo, que es algo que te bloquea la capacidad de reacción y la razón. Y la otra cosa que es muy humana y muy vulgar que es miedo al dolor. Superados esos dos miedos, el resto de cosas no me dan miedo incluida la muerte. Es algo sobre lo que yo he reflexionado desde que era muy pequeño. Creo que también en eso hay un componente turolense porque yo recuerdo que tenía que pasar al lado del cementerio de la ciudad  todos los días, de las escalinatas que dan al cementerio de Teruel, para ir al colegio y era algo que tenía muy cerca. A veces me escapaba incluso a dar una vuelta por el cementerio, un lugar que me resultaba interesante. Y por lo tanto miedo a la muerte no tengo, encuentro que es algo inevitable, que forma parte del proceso natural del universo, no nuestro, ¿eh?, del universo donde todo nace, se desarrolla y desaparece. Y lo tengo asumido. Hombre, puedo tener preocupación pero no es miedo, es un grado distinto, por lo que le pueda pasar a los míos, en fin, estas cosas que son muy humanas pero yo no lo calificaría de miedo sino de un nivel inferior que es preocupación.

 

“En cada novela intento ponerme un límite o traspasar un dogma literario”

– Por eso pudo pasar una noche en la cámara mortuoria de la Gran Pirámide.

–  Ahí hay un punto también de osadía, es decir, ahí manda la mente del explorador, del aventurero, el que quiere saber y se mete en vericuetos que, a lo mejor, si se lo hubiera pensado un par de veces hubiera evitado, pero aquella experiencia que fue pre Javier escritor, fue en la época del periodista, sí que me sirvió mucho cuando me convertí en escritor, porque cuando me salí de allí y fui capaz de escribir un reportaje sobre aquello, como todo era tan subjetivo, lo que había vivido entendía que era poco más o menos que inefable, que no se podía contar, me di cuenta de que al final todo se puede contar de una manera u otra, y si te pones el traje de escritor obviamente encuentras la manera de contarlo y así es de donde nace La pirámide inmortal, sí, sí, me sirvió para eso. Yo bromeo siempre diciendo que seguía los pasos de Napoleón porque él entró allí siendo general y salió convertido en emperador, en lo que después sería para la historia de Europa, y yo entré siendo periodista y salí convertido en escritor porque de alguna manera necesitaba contar con otro tipo de recursos lo que ahí me sucedió. Ello me ayudó a romper las barreras que tiene el periodismo que son muchas. A la hora de narrar, el periodismo es muy limitante, mientras que la literatura no tiene límites. También eso es lo que me atrajo. Estoy en el campo de la literatura en parte empujado por esa mente del aventurero, porque estoy explorando y cada libro mío nuevo es una exploración. Me resisto mucho, yo veo que lo hacen otros autores, pero yo me resisto a ser un escritor de fórmula. Es decir, yo no he encontrado una fórmula y aplico esa fórmula en cada novela. En cada novela intento ponerme un límite o traspasar un dogma literario y juego a esas cosas en mis libros. Desde ese punto de vista [mi escritura] es experimental, aunque cuenta con la bendición del gran público, cosa que también es sorprendente.

 

“El más allá para mí es sinónimo de esperanza”

– Un asunto que ha dado mucho a la literatura reciente ha sido la pandemia. Leemos muchas novelas que tienen su origen, su tema, o su proceso en el periodo de enclaustramiento que provocó la Covid. Su última novela tiene también que ver con ello, aunque entroncando con lo que le es propio e intentando buscar una implicación en el más allá.

– Sí, es cierto que siempre busco un más allá, pero porque el más allá para mí es sinónimo de esperanza. Y, claro, en una situación como la que vivimos en la pandemia en la que todo era desesperanza, sobre todo en los momentos más fuertes de la misma, en los que parecía que no iba a haber un mañana, yo me rebelé y mi manera de manifestarme fue a través de esa pequeña novela. En realidad, era un grito que en ese momento era muy atípico de ir contra el pesimismo imperante y contra todas las voces que clamaban que aquello era el desastre final. Yo me resistía a eso y sabía, porque había leído mucho sobre este tipo de cosas, que el ser humano tiene una capacidad de reactivarse espectacular y por supuesto estaba convencido de que nos íbamos a recuperar, pero había que recordarlo y para mí lo más bonito de ese libro es que llegó a las librerías el día que las abrieron. Las librerías abren, siempre me acordaré, el 25 de junio, después de unos meses de confinamiento total, y aquel 25 de junio mi libro estaba en las librerías. Para mí fue muy simbólico. Trabajé con la editorial durante el periodo de clausura, pudimos hacerlo a través de vídeo conferencia, a través del teléfono, del correo electrónico, en fin, estaba la tecnología de nuestro lado y pudimos hacerlo. Pero ponerlo a la venta el primer día, el primer día de rayo de sol para mí fue muy bonito.

 

“El ser humano tiene una visión muy reducida de la realidad”

– La teoría que propone es la de que el virus pudo llegar de fuera de la Tierra, utiliza el concepto de panspermia con el que algunos científicos sitúan el origen de la vida. Y propone que tuvo un fin evolutivo, de la misma manera que se afirma que después de la Peste Negra vino el Renacimiento.

–  A ver cómo explico esto. Creo que el ser humano, por cómo es y por sus límites, tiene una visión muy reducida de la realidad. Vivimos confinados en un planeta pequeñísimo, en una estrella que está en el perímetro exterior de la Vía Láctea, en una galaxia que es una entre miles de millones de galaxias que hay en el Universo. Por lo tanto, nuestra visión de conjunto es muy limitada y pensamos que todo lo que nos ocurre tiene su origen aquí. Opino todo lo contrario: que estamos hiperconectados con la Naturaleza y con todo lo que hay ahí fuera. Que la vida no es algo exclusivo del planeta Tierra, sino que es una vulgaridad cósmica y que, por lo tanto, es más factible, más creíble, que la vida haya llegado aquí soplada por vientos de cometas que haya aparecido de manera espontánea y exclusiva en esta roca insignificante de la galaxia. Y desde esa visión: que tiene una parte de científica, pero también una parte de poética. Y yo me siento muy cómodo porque me amplía el horizonte y me hace ver que efectivamente hay algo más allá de la atmósfera terrestre. Eso define mi visión.

 

“A mí me ha enseñado a leer poesía Luis Alberto de Cuenca”

– La palabra poesía está presente en su discurso. Y siento curiosidad por saber si le queda tiempo para leer algo que no esté relacionado con su obra, con las búsquedas que lleva a cabo para escribir sus libros. Si lee otra clase de literatura que no esté relacionada con la ciencia o el misterio.

– Cuando no estoy leyendo por trabajo que suele ser efectivamente la mayor parte del tiempo, lo que hago es leer mucho la literatura de la gente a la que admiro o de amigos. Y esa lista es muy grande. Yo no tengo pudor en eso. Yo admiro a mucha gente y no me cuesta nada decirlo. Me encanta porque, de alguna manera, te están hablando de la increíble complejidad de la psique humana y de la increíble variedad de mentalidades que encarnamos. Y si hablamos de poesía, a mí me ha enseñado a leer poesía Luis Alberto de Cuenca. Esto parece un lujo pero es que durante los años en que me honra con su amistad me ha ido regalando sus libros de poesía y los he ido leyendo porque le quiero mucho. Él me ha conectado con la poesía y además hemos tenido grandes conversaciones sobre los poetas clásicos. A mí el mundo clásico me fascina. Entiendo que la poesía en el mundo clásico no tenía tan fuertemente arraigado el componente estético como el componente narrativo y eso me interesa mucho. Me interesa descifrar lo que hay en la poesía clásica y de ello he hablado mucho también con Luis Alberto. Pero luego tengo también muchos escritores amigos que leo con gran gusto. Por ejemplo, en casa, y digo en casa porque también lo leen mis hijos y mi mujer, somos grandes fans de Juan Eslava Galán, que me divierte  y le queremos mucho. Y también leo a José Luis Corral, a Santiago Posteguillo, a José Calvo Poyato, en fin, a esta generación de escritores de novela histórica española que son muy potentes y que me honran con su amistad. Es verdad que estamos yendo a una época de lectura un tanto particular. Tengo la sensación de que todos nos hemos vuelto unos lectores muy utilitaristas ¿no? Es decir, leemos porque queremos sacar algo de la lectura que trascienda el placer estético. No solo leemos para entretenernos, porque tenemos muchas cosas para entretenernos, sino que leemos para aprender algo o para comprender algo y esa aproximación utilitarista también me ha salpicado a mí. Es decir, leo muchas cosas que me interesan o que necesito comprender y quizá en estos últimos yo diría que quince años o veinte leo menos por puro placer.

 

“De la confrontación de los opuestos siempre surge algo interesante”

– Recientemente se ha celebrado una nueva edición de los encuentros Ocultura que usted creó para reunir a escritores, viajeros, antropólogos y expertos en corrientes del pensamiento relacionadas con lo oculto. En esta ocasión se conmemoraba el 50 aniversario de la publicación del libro de Raymond Moody Vida después de la vida. Las sesiones se celebraron bajo el título ¿Hay vida más allá? ¿Encontraron respuesta? ¿Llegaron a alguna conclusión?

–  [Risas]  Ahí pasa como con las novelas, es decir, una cosa es el texto literario y otra cosa muy distinta es lo que lee el lector. Es decir, cada lector lee una cosa. Y en el fondo, recibe lo que ya lleva dentro. Pero yo creo que allí nos juntamos seiscientas personas para, en fin, plantearnos la pregunta de si hay vida más allá. Pero esas seiscientas personas ya intuían o creen o están abiertas a la posibilidad de que haya vida más allá y se fueron convencidos de que hay vida más allá. Pero hubo una conferencia, de entre todas, que fue para mí la más provechosa, que fue la que dio Antonio Resines, el actor, porque él ha tenido al menos una gran y clásica experiencia cercana a la muerte. Y él se vio desde fuera del cuerpo y vio a su médico y a la familia alrededor de la camilla en la que él estaba agonizando, pero él no cree que haya vida más allá. Él cree que eso fue consecuencia de las drogas que le estaban suministrando para devolverlo a la vida y me parecía interesante porque hay gente que no necesita ver para creer y hay gente que habiendo visto no cree. Como elemento de reflexión sobre lo que es la realidad me pareció muy oportuno y muy interesante. Mucha gente quedó muy descolocada porque claro estaban allí reforzando su sistema de creencias y él planteaba justo lo opuesto. Por eso vuelvo un poco a lo que antes me preguntabas sobre el conflicto entre la ciencia y la superstición. Yo creo que es interesante confrontarlas porque de la oposición, de la confrontación de los opuestos siempre surge algo interesante y a mí me gusta ese juego y lo practico incluso en este tipo de acontecimientos.