Siempre que pasa por Madrid visita el Museo del Prado. Al final de un viaje ya piensa en el siguiente. Empezó como pintor y eso, de alguna manera, se percibe en su obra. No se limita a escribir las palabras, es como si las dibujase. El sentido expresivo de su prosa, a párrafos, podría considerarse una pinacoteca. Para desmadejar los colores de su partitura en lienzo conversamos con él: John Banville.

- Usted no es realista -se fija en Joyce, no en Dickens-, pero sí se fija en Velázquez.

- ¡Pero Dickens no es realista! Dickens son personajes. Personajes que no son de verdad. Yo creo, sin embargo, que Joyce sí es realista, al menos en sus mejores páginas.

- ¿Y usted? ¿Qué se considera?

-Primero hay que definir qué es realismo. El arte no es realista. Y la novela no tiene nada que ver con la vida. Se parece a la vida, sabe como la vida, se siente como la vida… pero no es la vida. La novela es un objeto que tiene una forma concreta y que existe, como una cosa más, en el mundo. A su lado, la vida resulta incoherente.

- Usted reconoce practicar la poesía en prosa. Desde luego, cuida el estilo con esmero. En su último libro, La alquimia del tiempo. Un memoir dublinés, cita tres veces, creo, a Larkin, que es un poeta coloquial, llano, transparente, claro… Usted es más difícil que Larkin.

- Bueno, espero que sí [el humor en sus intervenciones, a diferencia de lo que ocurre en otros autores, no viene remarcado por una risa o una sonrisa -aunque puntualmente participa de ellas-, sino por el tono de su voz y algún mohín]. Pero Philip Larkin es uno de los grandes poetas del siglo XX. Lo mismo que Yeats, lo mismo que Rilke, lo mismo que Wallace Stevens. Todos son muy diferentes entre sí. Cada artista no voy a decir que sea único, porque toda persona lo es, pero tiene una voz.

- Luego no hay una poesía, hay muchas.

- Un amigo irlandés al que cito a veces porque dice mejor que yo lo que a mí me gustaría expresar hizo una distinción atinada: hay verso y hay prosa, y luego está la poesía; y esta puede expresarse por cualquiera de los dos medios. Y como él es novelista, dice que la poesía se da más en la prosa que en el verso.

Parece que habla como si te fuera a contar un secreto. Pero no. Susurra como si no quisiera despertar a sus propias respuestas. Como si dormidas pudieran formularse mejor o, al menos, de una forma más libre. Su voz se expande en sílabas más que en palabras. Es ágil y directo. Sólo alguna vez se recuesta y memora unos segundos.

 

“Uno de mis modelos es Kafka”

- Larkin expresó en un verso que la vida es una muerte lenta. ¿Sus memorias tratan de eso?

- Sí, tratan de eso, pero en ese periodo breve, entre el nacimiento y la muerte, lo pasamos muy bien. Larkin también celebra el mundo: lea por ejemplo el poema ‘Hierba segada’, del libro Ventanas altas. Es un poema corto, con versos cortos. Uno de los poemas líricos más bonitos del siglo XX. No se trata de lo que digan los poetas y los novelistas en las entrevistas, se trata de lo que hacemos en la obra, de lo que conseguimos mostrar. Uno de mis modelos es Kafka. Él tiene el siguiente aforismo: “Artista es aquel que no tiene nada que decir”. Yo no tengo nada que decir [y separa las manos]. Muestro pruebas, evidencias… y digo: “Esto es un hombre y su existencia fugaz”. Es toda la información que debo dar al respecto.

- Por eso en sus novelas, no en las memorias, pesan más los temas que el argumento.

- Por supuesto. Los argumentos… bah. ¿Acaso la vida tiene un argumento? No me he dado cuenta de eso. Un argumento, bueno, está bien, es un relato, obedece a una historia, es entretenido, nos ayuda a pasar las noches de insomnio… pero la vida no es así.

- Su obra está conectada a la verdad y a la vida.

- Sí.

- Se ha referido a Rilke. Usted ha citado alguna vez este consejo suyo: “Ve a un zoológico, observa a un animal durante días y luego escribe sobre él. No sobre lo que tú sientas sobre él”. ¿No habíamos quedado en que era lo subjetivo lo que importaba, aquello que distingue a un autor y lo separa del resto, su mirada sobre el mundo?

- No. Yo no existo. Cuando yo me pongo a escribir, no existo. Es alguien. Es otro. No me extraña que, cuando estoy en actos públicos y en lecturas, o cuando firmo, las personas parezcan decir: “Es mayor de lo que pensaba, es más bajo…”. Me dan ganas de responder: “Es que la persona que escribió este libro no está aquí sentada”. La persona que escribe un libro deja de existir en el momento en que abandona la mesa de trabajo. Como dijo el poeta T. S. Eliot: “El arte es una forma de escapar de la personalidad”. Seguramente esa es la razón por la que se escribe y por la que hacemos arte. El artista deja de existir durante el tiempo en que el escritor da forma a la novela o al poema.

- Canudo dividió las artes en siete. Él se refirió a la poesía, no a la novela -aunque suponemos que, por extensión, podríamos hablar de literatura-. Yendo al quid, en poesía, en literatura, ¿es más importante la expresión o la comunicación?

- Primero, Canudo estableció esa diferencia porque la expresión literaria es poesía, o poética, o tiende a la poesía. Por otro lado, no hay comunicación [lo enuncia extrañado, impostado y burlón: como si no cupiera la pregunta]. A mí no me interesa la comunicación, en caso contrario, sería un periodista. Por los cuales siento todo el respeto del mundo -yo mismo lo fui durante treinta y cinco años-, pero sencillamente el arte de escribir es otra cosa.

- Usted escribe para usted.

- Claro que sí [vuelve a dibujar signos de admiración]. Todos los escritores escriben para ellos mismos. Algunos pretenden una conciencia social y se muestran compelidos a resolver los problemas en Gaza y la guerra en Ucrania… No los crea. No es así. No es posible. El arte va por otro lado. Otro poeta inglés, H. D. Auden, dijo: “La poesía no hace que ocurra nada”.

 

“El arte no va a cambiar el mundo”

- ¿Qué nos da que no se encuentre en otro sitio?

- Un sentido extraordinariamente vívido de lo que significa estar sobre la Tierra. Cuando uno lee un buen poema de Larkin, o de W. B. Yeats, o de cualquier otro… o cuando lee un relato de Kafka, o cuando, como yo ahora, está en Madrid y puede ver Las Meninas de Velázquez, tiene esa sensación profunda y potente de estar vivo. Eso es el arte. El arte no va a cambiar el mundo. Existe esa ilusión de que el arte es bueno para las personas, de que las hace mejores. No. Nada de eso es cierto. Y además… ni siquiera habría que intentarlo.

- Acostumbramos, sin embargo, a escuchar ese tipo de apelaciones ¿Qué porcentaje de los libros que se publican son realmente literatura?

- Bueno, cuando oye lo contrario, si quiere que le diga la verdad, lo que pienso, es porque son una panda de bobos. Respecto a la pregunta: en toda generación el arte que hay es escaso. Hay muchas cosas -materiales, libros, reseñas, talleres…-, pero arte verdadero, poco. El arte es una rara avis.

- Usted quiso ser pintor. ¿Cómo es su relación con la pintura abstracta? Más bien le oigo hablar de autores figurativos.

- La pintura abstracta no me interesa. Es como papel pintado.

 

“Nunca he querido hacer nada convencional”

- Sus memorias no son papel pintado, si acaso dibujado. ¿Qué filtro ha pasado por ellas? Parecen bastante técnicas, poco humanas, dedica varias páginas a la columna de Nelson, a algunos parques, bastantes al duque de Ormond, y las cuestiones personales ocupan poco y son laterales.

- [calla un momento] Sí. Tiene razón.

- No son convencionales…

- ¡Espero que no lo sean! Nunca he querido hacer nada convencional.

- Lo sé. Pero el filtro… ¿usted qué quiso hacer?

- Mire, es que esto no es una memoria. Es una pieza de arte. Si está lograda, lo ignoro. Y no me interesan los hechos. Los hechos no son la verdad. Los hechos son los hechos y la verdad es la verdad. Son cosas independientes. Y la verdad es lo que está detrás de los hechos.

- ¿En su vida también? Yo le he oído decir de sus personajes que no le importa lo que hacen sino lo que son

- Claro.

                                                                                 

“Benjamin Black sí tiene interés en las personas, en lo que hacen. Yo no”

- Entonces, ¿en su vida también?, ¿se trata a usted como un personaje?: ¿también le importa lo que es?

- Por supuesto. A mí no me interesa en absoluto lo que hace la gente. Como artista, ¿eh?, como ser humano es distinto. Menos mal que soy un humano [primera vez que ríe, aunque de forma apagada]. Como persona no me interesa lo que hace la gente. A eso se dedican los novelistas [con tono de ligero desprecio o, por lo menos, poniendo distancia]. Benjamin Black sí tiene interés en las personas, en lo que hacen. Yo no.

- Yo nunca he leído a Benjamin Black, pero he leído casi todo Banville.

- Bien por ti. Me alegro [baja aún más el tono]. Negaré haberlo dicho.

- ¿Qué diferencia la memoria de la confesión?

- Supongo que una confesión debería estar más basada en los hechos y en aquello que ocurrió. En todo caso, no puedo pensar en nadie escribiendo una confesión verdadera. San Agustín escribió sus confesiones y en ellas todo es mentira.

- ¿Qué opina de la etiqueta autoficción?

- Una moda. Otra. Cosas que vienen y van. ¡A mi edad he visto tantos cambios! Cuando publiqué mi primera novela, en 1970, a nadie le interesaba en lengua inglesa la ficción. Todo era poesía. ¿Qué pasó?: a principios de los ochenta, hubo un escándalo con el Booker Prize -escritores criticándose los unos a los otros- y eso despertó el interés de los periodistas. “Aquí hay una historia”. Y qué pasó: cuando la ficción se convirtió en una historia noticiable empezamos a vender. Después la cosa se descontroló, todo el mundo se volvió loco: recuerdo que le ofrecieron a una chica de 23 años medio millón de libras por el resumen de su primera novela. Hubo una inflación peligrosa como en cualquier otro ámbito.

 

“La solemnidad es la muerte del arte, pero la seriedad es necesaria y todo lector la puede alcanzar”

- ¿Ahora es más difícil que la buena novela sobreviva a los vaivenes del mercado?

- Siempre queda un grupo de mil lectores, o de algunos miles, serios, que no solemnes, a los que les gusta pasarlo bien con los libros. La solemnidad es la muerte del arte, pero la seriedad es necesaria y todo lector la puede alcanzar.

-L a seriedad se refleja en el estilo, supongo.

- Todo se refleja en el estilo. La gente se queja del mío. “Tengo que estar mirando el diccionario”. ¡Pero si un diccionario es algo maravilloso!: ¿por qué no quieres buscar palabras? Además, cuando uno busca en el diccionario -en el libro, me refiero, no en la web- una palabra se entretiene con otras. “Mira, esta significa esto”. Toda consulta es una aventura.

- Hace unos años, en la feria de Guadalajara, México, hubo un debate acerca de cuántos lectores había en España…

- ¿Y no me llamaron?... [pregunta serio, en broma]

- Y determinaron que dos mil.

- Sí, es una cifra correcta, adecuada, por ahí andará. Borges dijo algo maravilloso: “Cuando empecé a escribir tenía siete lectores: les pasaba la obra a mis amigos. Cuando publiqué en revistas pequeñas alcancé los 70. Luego, al publicar en libro, llegué a 700. Y ahora que soy famoso, ¿tengo 700 mil?... ¿quiénes son estas personas?”.

- ¿Qué lugar ocupa la verdad en sus memorias y qué lugar, en sus novelas?

- El mismo. La verdad existe en la autenticidad del trabajo. Me refiero de nuevo al estilo de la obra. Los hechos ya le he comentado que son poca cosa. Los hechos son para los estadísticos; la verdad es para los artistas. Mire, un aforismo [ríe por segunda vez, tan en bajo como en la primera].

 

“La esencia de un escritor es su estilo”

- ¿La autobiografía de un escritor es, pues, al final, su estilo?

- Buena pregunta. Creo que sí. Está bien eso. Se lo voy a robar…

- En realidad parto de Vila-Matas: “Lo mejor de la autobiografía de un autor es su estilo”. Yo le ofrezco el todo.

- Pues no sé si es la autobiografía, pero sí quizá la esencia. Todo es el estilo. Incluso los escritores sin estilo, si lo son, tienen uno: J. M. Coetzee escribe sin estilo, pero de un modo personal. Y eso ya es un estilo.

- Hace unos meses Ida Vitale, con más de cien años, me dijo que había elegido “vivir, no escribir”.

- ¡Eso está muy bien!: ¡empezar a vivir a los cien!: tener affaires, enamorarse, beber más de la cuenta… perdón, perdón…

- Usted también decidió con Las singularidades dejar de escribir cierto tipo de libro.

- No. Pensé que iba a ser mi última novela, pero sólo lo pensé. Imaginaba que a estas alturas de curso ya me habría muerto o estaría demenciado. Pero no me ha pasado ni lo uno ni lo otro. O sea, que ahora me ha dado por escribir mi autobiografía. La he titulado La verdad y estará llena de mentiras.

- ¿La alquimia del tiempo es el primer capítulo del proyecto?

- No. Es independiente. La alquimia… ignoro si tendrá continuación. Me voy a centrar en los hechos.

- Los mismos que desprecia.

- Ah, pero serán todos falsos y lo pasaré bomba. Me lo estoy pasando bomba. Si lo veo publicado antes de morir, cuando en las entrevistas me digan: “Pero en Wikipedia pone…”, responderé: “Olvídate de Wikipedia. Esta es la verdad”. ¡Pero será todo mentira!

- ¿Hará pasar la mentira por la verdad?

- Sí.

- ¿Sin decírselo a nadie?

- Es mi intención.

- No le creo: ¡ya está desmintiendo que La verdad vaya a contener la verdad!

- Pero esta entrevista no la va a leer todo el mundo.

- ¿Entonces la verdad de los hechos, la verdad verdadera, nunca va a salir?

- Sí.

-¿?

- Se llamará Las mentiras.

- [cara de póquer]

- Si vivo lo suficiente. A ver, lo que digo es que quiero escribir una novela factual. ¿Por qué no? Será la otra cara de mi autobiografía.

- Pero es un juego…

- Todos los artistas juegan.

- Suena posmoderno.

- Oh, por dios, no diga eso, por favor. Este será un juego… trascendental. Pero un juego. ¿Posmoderno? Nunca se me había ocurrido que dijeran tal cosa de mí… [voz teatrera, entre súplica y preocupación]

 

“El arte proporciona una sensación más intensa de la vida”

- Leyéndole –también en sus entrevistas- he pensado en la frase de Oscar Wilde: “La realidad imita la ficción”. ¿Usted cree eso?

- No, ese es uno de los aforismos menos exitosos de Oscar.

- Pero usted sí ha dicho que con la ficción construimos la vida.

- [cara de aprieto] No, no. Lo que habré dicho es que el arte proporciona una sensación más intensa de la vida, o algo así. Eso sí lo creo. Que no te va a hacer actuar de una forma diferente, o sea, ni mejor ni peor. Y que los hijos no te van a salir más guapos. Y que tampoco vas a ayudar a traer la paz al mundo. El arte no está ahí para eso. El efecto que tiene el arte es intensificar la sensación de estar vivo.

- De acuerdo, es una derivada. Pero le leo su respuesta: “Vivimos en un mundo imaginado. Con esto no quiero decir que no sea real, pero tomamos el material de nuestra imaginación y lo formulamos para construir una realidad. La imaginación es la que crea la realidad de nuestro mundo”.

- [respira] Bueno, sí. Pero no es que la realidad imite la ficción, sino que la ficción nos sirve para crear una realidad vivible en la que no haremos del mundo un lugar mejor, pero sí un lugar en el que podremos amar y leer, y ver un museo, esto es, participar de ficciones, por llamarlas de algún modo. Y gracias a ellas disfrutaremos más de la vida y sentiremos, en definitiva, que no somos muertos vivientes.

- En Las singularidades, usted califica a un personaje del siguiente modo: “gordita sonrosada”.

- Ahora no me saldría con la mía…

- A Roald Dahl los censores le cambiaron justamente ese adjetivo; por nuestro bien, lo cambiaron por enorme.

- ¡Gran cambio! Enorme…

- También eliminaron otras palabras.

- Lo cual ha sido una desgracia. Es gente enferma. Ella es la que tiene problemas. Veamos: ¿por qué piensa que decir de alguien que está gordo es una crítica? A mí me cae bien la gente gorda. Hay gente gorda, gente flaca… es un hecho.

 

“Hay que hacerle frente al nuevo puritanismo con toda la fuerza que podamos”

- Bueno, es un modo de usar la ficción para intervenir la realidad. Como si negando esa expresión dejara de haber gordos. Creen que el lenguaje crea la realidad, que lo que no se dice no existe. Eso sí es posmoderno, ¿eh?

- Totalmente. Quieren negar la realidad. A mí me pasó ir caminando por Dublín y ver a una mujer de veintipocos años embutida en un vestido de cóctel. Le salían carnes  por todas partes. Pero ella iba como diciendo: “Esta soy yo”. Yo, si hubiera tenido otra edad, le habría dicho: “Vamos a tomar una copa, montones de carne”. Para darte una respuesta seria: este es el nuevo puritanismo y hay que hacerle frente con toda la fuerza que podamos porque, si no, van a destruir el placer de la vida. Eso es lo que quieren los puritanos. Para ellos no lo debes pasar demasiado bien.

- Al mismo tiempo, al poder le gusta ejercer el poder.

- El poder te sube las reglas, te aumenta las normas… te va regulando esferas de la vida en la que no había entrado. No me interesa eso. El desorden de la vida es gozoso, valioso…

- ¿La cultura woke es una moda, como la autoficción, o hay que tomársela en serio?

- Es una moda. Estamos viviendo en una era posreligosa y, como la gente, en el fondo, necesita religión, se ha inventado eso. La necesita pero se separa de ella. Es una lectura limitada de la Ilustración. ¿Recuerda, al comienzo del periodo wokista, aquellas fotos de hombres blancos de rodillas, con las manos juntitas ante los negros, como pidiéndoles perdón?

- Sí, incluso oficiales de policía.

- Y los negros, con cara de: “Pero a estos bobos blancos ¿qué les pasa?”.

- En la NBA hincaron la rodilla hasta los negros.

- [gesto de no entender]

 

“Soy profundamente enemigo de los académicos”

- Tampoco está bien visto el concepto de lo sublime, y están pretiriendo las clases magistrales en la universidad. ¿Cómo va a haber gente que lea buena literatura? El ambiente es muy contrario.

- A ver, debo tener cuidado [pausa]. Hay que entender una cosa: una persona sin formación puede coger un libro, contemplar un cuadro y escuchar una pieza musical y sentirse transportada. Los que han convertido la literatura, el arte y la música, en su profesión, no se transportan. Odian esas disciplinas. Hablo de los que producen obras para el consumo fácil y de todas las personas que forman parte de la cadena. Es como la gente que se pasa la vida empaquetando judías cocidas. Pues las odia. Son más enemigos del arte verdadero que los ignorantes. ¡Y no perdamos de vista a los profesionales que diseccionan la obra, la analizan!… yo soy profundamente enemigo de los académicos.

- Por fortuna…

- Los académicos deberían quedarse en su mundo, no salir. En él desarrollan un buen trabajo: mantienen viva la tradición, la conservan… eso es bueno, pero no puedo imaginar que a ellos les importe realmente lo que se practica en el ámbito del arte. ¿Que les interese porque les pagan a final de mes? Vale.

 

“Ser culpable te lleva a ser hiperconsciente del mundo y de ti mismo”

- ¿Se ha desvanecido la culpa como tema literario?

- No en mi trabajo. Eso es prácticamente lo único por lo que agradezco la fe católica. Me sobrecargó de sentimiento de culpa. Ser culpable te lleva a ser hiperconsciente del mundo y de ti mismo. Te acerca a los ojos el peso de tu propia responsabilidad… Hum, nunca había pensado en ello.  Sí, está bien, algo así [se da el aprobado].

- En Las singularidades, Freddie Montgomery dice que un hombre nuevo no puede ocultar sus pecados pretéritos. ¿Es más fácil hablar del arrepentimiento en una novela, a través de un personaje, que en una memoria, a través de uno mismo?

- [Respiración profunda]

- Porque usted habla de arrepentimientos personales: respecto de los padres, de una tía…

- Sí, pero eso no es más que material. A la persona que escribió ese libro le dan igual sus padres. Lo que le importa es escribir el libro. El remordimiento, la culpa… no son más que materiales. Para nosotros [los escritores] todo es material. Recursos. Picasso hacía llorar a sus mujeres sencillamente para pintarlas. ¿Somos maestros o animales? Nos comemos a nuestros hijos a cambio de una buena frase. Algo de monstruo tenemos.

- Eso lo entiendo. Pero también he creído ver ciertos arrepentimientos como sinceros. Cuando dice: “Debí de ser odioso, egoísta. Me fui de casa con cruel despreocupación…”.

- Sí, sí [interrumpe, como no queriendo escuchar más pecados] Pero eso no deja de ser material. No soy yo. Ese es el monstruo. Que escribe sobre las actitudes de John Banville. Pero es el monstruo el que escribe.

 

“Nada está por encima de la vida”

- ¿El arte está por encima de la vida?

- Absolutamente. Sí. Lo está. Un momento… ¿qué quiere decir exactamente?: que el arte está ¿aparte, a un lado?. ¿No querrá decir que es superior?... No es superior. Nada está por encima de la vida. La vida es todo lo que tenemos.

- Y en ella está el arte. Conocemos el arte porque estamos vivos.

- [asiente] Nuestra pequeña existencia en este mundo... [la voz apagándose, casi cantando la frase]

- Pero para usted qué es más importante: ¿la familia o el arte?

- [ríe y asiente] Ya veo. No voy a responder a esa pregunta [deja correr unos segundos y pide una pausa con la palma de la mano]. Bueno. La voy a responder: para el hombre, para el ciudadano John Banville, que vive en el mundo, que se gana la vida, que mantiene su familia y vota en las elecciones… la vida es importante. Para la persona que se sienta y escribe, la familia, los seres queridos, no son más que material.

- ¿La literatura es un sacerdocio?

- Déjeme pensar [deja pasar más segundos]. El arte es una especie de adoración. Yo no soy un sacerdote. Soy la persona que está arrodillada en la iglesia y ofrece una adoración, su adoración, al mundo [y remacha con humor: “¿Ha quedado bien?, ¿se me ha entendido?”]

 

“El pudor, para un artista, es bueno”

- Para terminar. Usted refiere su primer desengaño amoroso en La alquimia del tiempo. Pero luego no vuelve a hablar de amor. Sí hay menciones varias al sexo. Una pregunta sería si el sexo es un motor importante de la vida.

- ¿Usted no lo piensa?

- Pero ¿más de lo que creemos?

- Vaya con la pregunta. En aquel entonces, al que se refiere el libro, el sexo sí era un motor importante para mí. En todo caso, las mujeres siempre me han parecido más interesantes que el sexo. Me lo siguen pareciendo. A mi edad ya poco importa lo que diga o lo que quiera hacer. Sí le diré que nunca me habría acostado con una mujer cuya mente o cuya sensibilidad no me interesaran. No puedo comprender por qué hay gente que se acuesta con una prostituta. Tengo una gran admiración por las prostitutas, me parecen mujeres muy valientes. Pero ¿qué sentido tiene acostarse con una? Es como hacer el amor con el motor de una motocicleta.

- ¿Qué papel representa el pudor a la hora de escribir?

- El pudor es bueno. Para un artista, digo.

- Y entre una tarde con sexo con una mujer que le atrae mental y físicamente, y escribir una buena página, ¿qué elige?

-Tengo la suerte de haber hecho las dos cosas [da dos golpes con los nudillos en la mesa]. No me pidas que elija. Sé lo que elegiría, pero no te lo voy a decir.