Miembro numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, y correspondiente de la Real Academia Española, autor de unos 3000 artículos y 28 libros, incluyendo ediciones críticas y antologías. Víctor Fuentes (Madrid, 1933), Catedrático Emérito de la University of California (Santa Barbara) es, actualmente, historia viva de más de medio siglo de intelectualidad española en el exilio. Especialista en César Vallejo, Benito Pérez Galdós, Benjamín Jarnés y Antonio Machado, entre otros, así como del mundo literario que abarca su tan citado libro, La marcha al pueblo en las letras españolas.1917-1936 (2006), con prólogo de Manuel Tuñón de Lara, ha sido galardonado con varios premios y distinciones que jalonan su brillante trayectoria académica. De la Columbia University a la University of California, pasando en el verano de 1962 por la Escuela Española del Middlebury College, donde, desde 1939, se reunía la plana mayor de los intelectuales del exilio republicano, Fuentes ha desarrollado un importante magisterio en el campo del cine, el teatro y la literatura hispanoamericana en suelo estadounidense,  convirtiéndose, andando el tiempo, en uno de los mayores especialistas en la obra de Luis Buñuel; autor al que conoció y al que ha dedicado cinco libros magistrales de indudable valor intelectual y afectivo. Pero más allá de una carrera universitaria excepcional, desarrollada en universidades más o menos elitistas, lo realmente interesante en Fuentes es su increíble autobiografía, recogida en su denominada Trilogía Americana: Morir en Isla Vista (1999), Bio-Grafía americana (2008) y Memorias del segundo exilio (1954-2010): toda una vida…. (2011). Miembro, junto a Jorge Semprún, Manuel Tuñón de Lara, Claudio Guillén o Nicolás Sánchez Albornoz, de la llamada Generación del Segundo Exilio de los años 40 y 50, Fuentes representa uno de los últimos testimonios de ese mundo de ayer que poco a poco va desdibujándose en las páginas de nuestra más reciente historia española. Se trata del destierro de los “niños de la guerra” que, siguiendo la estela de sus mayores, la primera generación de ese fatal trastierro, -Jorge Guillén, Pedro Salinas, Rafael Alberti, Francisco Ayala, Eugenio Granell, Maruja Mallo, Ramón J. Sender, Max Aub, Luis Cernuda, Emilio Prados, Óscar Domínguez, Luis Buñuel, Ortega, Gregorio Marañón o Picasso-, recalaron en nuevos países de acogida, iniciando una nueva vida, lejos de su patria de origen. Otros intelectuales, como Castilla del Pino o Vicente Aleixandre optaron por quedarse, comenzando así un no menos doloroso exilio interior. Hablamos con Fuentes, como no, de ese omnipresente desgarro del destierro, pero también de simpáticas vivécdotas, alegres e inusuales que han ido cimentando una vida de película: de la relación con Luis Buñuel, de los amores más o menos tormentosos, y de su actividad cultural junto a la figura del eminente mexicanista, Luis Leal, gran amigo y especie de mentor suyo, así como, en definitiva, de su periplo errante durante más de medio siglo por Francia, Inglaterra, EEUU, Venezuela, y España, recalando, asimismo, en México, Colombia y Chile pero siempre, como veremos, con el punto de mira puesto en su patria nativa.

 

“He vivido el Guernica de Picasso en carne propia”

 

- Decía José Luis de Vilallonga, hablando de la crueldad de la guerra, que lo peor de haber sido destinado como muchacho a un pelotón de fusilamiento es que te acostumbras a matar. Su amigo, compañero de escopeta, enloqueció y él, sin embargo, se habituó. Esa habituación siniestra, vivida en su persona le dio miedo. Décadas después, retornando del exilio, comentaba que, en sociedad, sabía distinguir al punto de la inmediatez quién había estado en la guerra y quién no. Vilallonga se había repuesto de la culpa de aquellos hechos trágicos, cursando una vida completamente normal. Del mismo modo, cuando a Jorge Semprún le preguntaban cómo se podía ser feliz después de haber pasado por Buchenwald -campo de concentración nazi-, respondía que la imagen retenida en su memoria de algunos presos compartiendo la escasa comida disponible con sus compañeros más vulnerables, le había ayudado, una vez liberado, a recuperar la fe en la especie humana. En la misma línea de atrocidades, usted cuenta que ha vivido el Guernica (1937) en carne propia y no en pintura. Después de experimentar vicisitudes tan extremas, ¿se pude seguir teniendo esperanza en la condición humana? ¿Existen rayos de luz en las tinieblas exteriores de la guerra?

- Por supuesto, en mi caso fue vivir de niño la atrocidades de la guerra: las idas, con la alarma de los bombardeos al túnel de la estación del Metro en la Glorieta de San Bernardo en Madrid; la bomba que nos cayó en la habitación de un hotel en Valencia, cercano a la estación, con la gran suerte de que no explotara y que suelo evocar como un pastiche, vivido, del Guernica de Picasso: el grito de mi madre, en camisón, tratando de encender la luz -“el caballo desbocado con la lanza en el costado, el toro de España enterrando sus cuernos en el colchón”-, mi hermano y yo llorando, entre los escombros y la carrera por el pasillo, con los consejeros rusos en calzoncillos dando gritos en su idioma. Después, dos meses en un pueblo valenciano teniendo yo continuas pesadillas, como me decían, y el cruce de los Pirineos, huyendo de refugiados a Francia para ir a parar a una colonia de niños vascos cerca de Bayona.

            Sí, el rayo de esperanza en la condición humana, mostrada en la solidaridad de aquellos voluntarios, jóvenes, ingleses, y de otros países de Europa que, con tanto cariño y generosidad, nos trataban en la colonia infantil y, también, en una Paz justa y sin venganzas ni los horrores de la represión que siguieron en la posguerra con el grotesco eufemismo de “25 años de Paz” … No obstante, las tinieblas de la guerra nos han acompañado toda la vida. Precisamente, y ya en los años 90, mi hermano, Agustín, Tití, con una bastante exitosa carrera, pocos meses antes de morir, sentados en el patio del Reina Sofía, y, curiosamente, tras haber visto el Guernica, me decía: “Nosotros fuimos los vencidos en la guerra”. 

 

Los años vividos en Nueva York y en California

- En sus años de exilio neoyorquino trabajó usted con Francisco García Lorca, Joaquín Casalduero, Vicente Llorens, Ernesto Guerra Da Cal, Emilio González López, Eugenio Florit, Amelia del Río, Margarita Ucelay, y muy especialmente con Ángel del Río, autor de aquel curso sobre Ortega y Unamuno que tanto le impresionó en la Columbia. Sin embargo, esgrime desde el inconformismo, el “formalismo social académico me parecía entre pretencioso y aburguesado”. Su activismo político acabó por poner fin a su vida académica en New York. Finalizada su tesis sobre Benjamín Jarnés y la narrativa de vanguardia se traslada a California donde, varias veces, estuvo a punto de ser “depurado”, “poniendo en el tablero mi puesto y hasta el futuro de mis hijos”.  ¿Qué supuso para usted el contacto con toda esa caterva de intelectuales neoyorkinos? ¿Qué diferencias existían por entonces entre las universidades de la costa Este y las de la costa Oeste? ¿Valió la pena un sacrificio pecuniario tan alto en favor de aquellos ideales de izquierdas?

- Disculpe que me extienda en esto… En una de esas peripecias, medio de la picaresca, medio de cine de mis “vivécdotas”, como ingeniosamente destaca usted, llegué a Nueva York en septiembre de 1956, sin ningún destino y sin conocer a nadie. En Caracas, una persona, me dijo que era muy buen amigo del catedrático Ángel del Río y que fuera a saludarle de su parte. Me recibió en su despacho, en la Casa Hispánica de la Columbia University, pero al darle el nombre de dicho amigo, me soltó que no conocía a tal persona. Casi me hundo en la butaca, luego, con cierta lástima, escuchó mi interés en continuar los estudios universitarios y garabateó mi nombre y dirección, concluyendo la corta visita. Pensé que nunca más le volvería a ver, pero un par de semanas después, cuando subía a mi habitación de una de aquellas pobretonas habitaciones de alquiler de Broadway derrengado por mi trabajo de mozo de cuerda, en la escalera, tropecé con la secretaria de don Ángel que venía a buscarme para decirme que, les habían llamado de la Librería de las Naciones Unidas, buscando un dependiente de habla española. Don Ángel había pensado en mí. Conseguí el trabajo y al mes, me llamó a la librería, pues en la breve entrevista le había dicho que había actuado en el TEU de Derecho para, posteriormente, invitarme a ser parte del elenco de La estratosfera, pieza teatral del querido amigo Pedro Salinas, fallecido en 1951, que estaban preparando. Y así, de mi destartalada habitación, pasé a la sala de uno de los pisos de aquel grupo de destacados profesores, y otros amigos del exilio republicano en Nueva York. En febrero de 1957, me encontraba sentado en una taberna de la Guindalera, jugando a las cartas con Francisco García Lorca y Joaquín Casalduero, en la representación de la pieza en el teatro MacMillan de la Columbia University. En realidad, el encuentro con aquel grupo de personas que ha mencionado, y, posteriormente, el estudio y la enseñanza junto a alguna de ellas, es lo que me ha hecho llegar a donde estoy en la profesión. Mi último libro, Galdos 100 años después y en el presente (2019) está dedicado a los que más influyeron en mi formación: Ángel del Río y Joaquín Casalduero. Recordaré que cuando salía de sus casas en las reuniones que me invitaban, tales como en alguna Nochebuena en casa de la familia Lorca/de los Ríos, creía que, en lugar de Nueva York, me encontraba en el Madrid de la República. Solo faltaba que hubiera estado allí, Federico García Lorca en persona, pues en espíritu lo estaba, y muy vivo. Bajando por la Riverside, me veía ir por la orilla del Manzanares, algo parecido a lo que ya había expresado Juan Ramón, en aquellos versos de Espacio: “…Y entré cantando ausente en la arboleda de la noche / y el río que se iba bajo Washington Bridge con / sol, aún hacia mi España por mi oriente a mi oriente de mayo de Madrid…”.

            De aquí el orgullo, de considerarme, junto a otro querido amigo de entonces, un poco mayor que yo, Roberto Ruiz, el último eslabón vivo, en este país, de aquel grupo del exilio español que tan gran impulso diera al hispanismo de los Estados Unidos, entre los años 30 a principios de los 60. Roberto Ruiz había sido parte de aquel contingente de niños y adolescentes que llegaron con sus padres al exilio mexicano. Como sus amigos, Carlos Blanco Aguinaga y Manuel Durán, ya fallecidos, vino a enseñar a los Estados Unidos a principios de los 50. Novelista y cuentista, no ha parado de escribir desde entonces. Hace unos días, y a sus 96 o 97 años, me escribió que había acabado su última novela, Volcán, espero que la pueda ver publicada pronto.

            Volviendo a sus preguntas, en cuanto a los departamentos de español y portugués no había muchas diferencias entre las Universidades del Este y del Oeste. El gran Américo Castro enseñó en Princeton y luego en la Universidad de California en San Diego, donde también estuvo Joaquín Casalduero. José Montesinos enseñaba en Berkeley… Aquel grupo, a tono con lo que suelen hacer los exiliados en general, en los países de acogida, no se mezclaban, o muy poco, en la política del país, pues, además, habían padecido la América del macartismo. Vivían en su torre de marfil académica, bastante desligados de la vida política y social del país. Caso muy distinto, fue el de nosotros, más jóvenes. Por ejemplo, el mencionado Carlos Blanco Aguinaba que, ocupando un puesto alto en el escalafón de la California University, en el campus de La Jolla, San Diego, junto a Herbert Marcuse y Ángela Davies, formó el Third College, abierto a las minorías y sus culturas. Por mi parte, en el de Santa Bárbara, me uní al movimiento en contra de la guerra de Vietnam y a favor del establecimiento de los Estudios afroamericanos y Chicanos. Por otro lado, Alfredo Matilla Rivas, quien hiciera el doctorado conmigo en la NYU, habiendo crecido en Santo Domingo y Puerto Rico, hijo de otro de los distinguidos exiliados, don Alfredo Matilla, en la Universidad de Nueva York, en Buffalo, fue uno de los iniciadores de los Estudios Puertorriqueños. También publicó su novela, El españolito y el espía (1999) sobre su niñez, las familias del exilio dominicano y ese espía, el vasco Galíndez, buen amigo de su padre, raptado en Nueva York y asesinado por Trujillo.

            En mi caso, como en Madrid, tanto o más que la Universidad, me interesaba la calle. Y me resultaba difícil aceptar el que la Universidad de Columbia/Barnard estuviera casi pegada a los guetos de Harlem y el barrio hispano, sin ninguna relación con tales comunidades. Cuando enseñaba en Barnard/Columbia, en el bar del West-End, en Broadway y la calle 112 o 113, donde Jack Kerouac y Allen Ginsberg tuvieron su tertulia a finales de los años 40 habiendo sido estudiantes de la Columbia, nosotros montamos otra, de visos bohemios y con un toque beat hispánico, junto al joven pintor José María Cundín, con sus trazas del Marqués de Bradomín, Demetrio Basdekis, que hacía el doctorado, sumándose algunos alumnos de la Columbia y del Barnard. Ecos de las andanzas de aquella nocturna tertulia, debieron llegar a mis respetables colegas del Barnard. De ahí que, por motivos no políticos en este caso, Margarita Ucelay, directora del departamento, amablemente, me pidió que buscara puesto en otro lugar para el próximo curso. De ahí que recalara en la California University, atraído a California por su sabor hispánico, ya gustado, en mi adolescencia en aquellos tebeos de El Coyote, el bandido californiano, justiciero ante la opresión yanqui.         

            También me pregunta si valió la pena el que, con mi activismo en Santa Barbara, pusiera en juego el estar a punto de ser expulsado de la Universidad, como le hubiera gustado a alguno de mis colegas. Claro que sí valió la pena y la alegría. Otro de mis grandes orgullos es haber luchado entonces, por lo que ahora es la California University, abierta a las minorías, la diversidad y la multiculturalidad. Si cuando yo empecé a enseñar, en 1965, había solo dos o tres estudiantes afroamericanos, sin llegar a la docena los méxico-americanos, ahora tenemos Departamentos e Institutos de Estudios Afroamericanos y de Chicano-Chicanas. Hoy en nuestra Universidad hay miles de estudiantes hispanos, latinos o latinx, como se suele decir ahora; casi el 25% del estudiantado que este año ha conseguido la licenciatura. En la actualidad, la UCSB es, oficialmente, una Hispanic-Serving Institution. Y para concluir tan larga tirada, una de las más gratas memorias de mi vida académica es la del curso 1971-1972, cuando llevando a dos o tres estudiantes, fui a dar clases, una vez por semana, a los presos hispanos en la cárcel de la vecina Lompoc, que tanto disfrutaban del tiempo que pasaban en nuestras aulas, junto a una gran base aérea norteamericana.

 

La impronta provocadora de Buñuel

- En sus memorias, Buñuel aclaraba, “los hombres de mi generación, españoles por añadidura, padecíamos una timidez ancestral con las mujeres y un deseo sexual que tal vez fuese el más fuerte el mundo. Deseo, por supuesto, que era fruto de largos siglos de catolicismo emasculador. La prohibición de toda relación sexual extramatrimonial, la exclusión de toda imagen y toda palabra que, aun de lejos, pudiera relacionarse con el acto del amor, todo ello contribuía a robustecer extraordinariamente el deseo. Cuando, a despecho de todas las prohibiciones, este deseo podía ser satisfecho, el placer físico era incomparable, pues siempre se asociaba a él el goce secreto del pecado. Sin asomo de duda, un español experimentaba en la cópula un placer muy superior al de un chino o un esquimal”. Permítame decirle que, más allá de sus continuas citas a Buñuel, su obra autobiográfica parece atravesada por implícitas y constantes secuencias buñuelianas. Ese culo enorme de Julia deslumbrando a su hermano Tití, esa primera comunión clandestina sin estar bautizado -“Gracias a Dios soy Ateo”-, el ayudante del profesor de filosofía del instituto en el cine X, los opulentos banquetes de los jesuitas en su Residencia de Escritores donde, en las vacaciones, ejercía de ayudante del portero por un plato de comida, la droga que les recetaba aquel encargado del campo de trabajo vacacional en Austria, quien hacía que la joven cocinera, con la que se acostaba, les echara bromuro,     -lo cual no surtió efecto con el grupito onanista de los suecos-, su huelga de platos caídos, que les valió la expulsión de aquel campo y verse casi remitido a la España franquista, o las continuas mímesis personales con algunos personajes de los filmes de Buñuel: Ana con Belle de Jour y sus relatos erótico-surrealistas... Me temo que, al tocar este tema de Buñuel en las aulas, mis alumnos perciben este erotismo refinado y simbólico como caduco y descafeinado. El peso de la represión, el catolicismo y el pecado les resulta ya ajeno. ¿Cómo acogió su liberal alumnado estadounidense las explicaciones sobre las más refinadas perversiones buñuelianas: podofilia (pies), retifismo (zapatos), pedulatría (medias y pantis) o crurofilia (piernas)?

-  Sobre tales vivécdotas hablo en mi novela, Morir en Isla Vista (1999), la cual yace en un completo olvido. En ella está la impronta de Buñuel, y los pocos que la han leído han destacado, asimismo, la presencia de los Caprichos de Goya, la picaresca, Quevedo, y los Esperpentos de Valle-Inclán. De tanto leer y enseñar a estos autores, parece que se me pegó algo. Solo precisaré que lo de Julia, fue en la noche que con su niño, y junto a mi madre y nosotros dos, íbamos a pasar a Francia. Al quitarse o ponerse el vestido, Tití, de seis años, viendo su trasero desnudo, lanzó la exclamación: “Aibá, es el culo más grande que he visto en mi vida”, la única frase que se menciona en la familia, al recordar aquel penoso y angustioso escape y cruce de los Pirineos y fronteras de dos madres y sus tres niños, escapando de las tropas de Franco que se acercaban a Bosost: frase que producía risas, ahogando también penas.

            En cuanto a cómo acogían mis estudiantes el erotismo de Buñuel, entrados los años 70 y en los 80, tras la liberación sexual, cuando las pantallas de cine se llenaban, con cualquier pretexto, de desnudos y escenas de continuos “follajes”, su erotismo, fino y sutil, tan anclado en las profundidades de la psiquis, -con lo del amor loco surrealista, lo de, a la postre, inalcanzable “oscuro objeto del deseo”, por usar el título de su última  película en donde trata el tema, ensoñaciones y sueños amorosos-, atraía mucho a los estudiantes, por su complejidad. En cuanto a las perversiones, tratadas en su cine, en forma burlona, pero vistas como expresiones libres de las pulsiones eróticas, también les sorprendía, ¿confundía? Y, sobre todo, les hacía reír y sentir la comprensión, entre irónica y bondadosa, que Buñuel mostraba en su cine hacia las fragilidades y manías humanas. Nada, pues, de caduco o descafeinado, sino provocador. Por otra parte, a los estudiantes de habla hispana, con el peso de las tradiciones familiares, especialmente a las del género femenino, inculcadas en todo eso del deseo, el pecado, las represiones y las prohibiciones de Buñuel, les afectaba y conmovía.        

 

“Sin considerar toda la obra fílmica de Buñuel, es imposible profundizar en la genial hondura de este autor visionario y clarividente”

- Como bien apunta en una de sus mejores obras sobre Buñuel, “el principio abarcador de toda su obra, no puede expresarse mediante conceptos y sí de modo fácil y abundante por medio de imágenes y de símbolos. De aquí la profusión de estos en su cine”. Usted es uno de los mayores especialistas en Buñuel, esto le ha llevado a conocerle personalmente. Amén de su obra, la figura del propio Buñuel parece haber influido enormemente en su vida. De hecho, destaca siempre su generosidad, su finísimo sentido del humor, así como su integridad y honestidad como hombre aragonés de una pieza. Quizás por ello, y aquí entro en polémica, su concepción de lo que fue la figura de Don Luis diste mucho de la imagen, ampliamente socializada y divulgada, expuesta por Ian Gibson en su biografía sobre el cineasta. ¿Qué diferencias cree que existen entre su Buñuel y el de Gibson?

- Ya en su día, escribí en un par de ocasiones sobre las limitaciones del Buñuel de Gibson. No querría insistir en ello, pues, siento admiración por haberse afincando en España y el conjunto de su obra, con tanta difusión, siendo Gibson una voz visible y de alto impacto en el mundo de la cultura y la vida española. En su obra sobre Buñuel, no obstante, presiento que no se acercó a ella ni a su persona con la pasión con que lo hiciera respecto a Lorca o Machado. Su libro, a pesar de ser bastante voluminoso y bien documentado, se quedó en 1939. Y en cuanto a la persona de Buñuel insistía en alguno de los tópicos sobre su carácter y supuestos prejuicios.  Le ha faltado, hasta ahora, el tiempo, el fuelle o las ganas para seguir adelante. Sin considerar toda la obra fílmica de Buñuel, es imposible profundizar en la genial hondura de este autor visionario y clarividente pensador, dotado de una poética y narrativa cinematográfica única. Yo lo he intentado, durante más de 20 años, y me he quedado a medias. Al despedirme en la segunda ocasión en que me acogió, tan amigablemente, en su casa mexicana, en 1981, Buñuel me dijo y “Vuelva a verme cuando sea de mi edad”, aunque le seguí visitando, por carta, hasta su fallecimiento en 1983.  No obstante, aun cuando ya soy mayor de lo que lo fuera él entonces, frente al gran Buñuel, me considero como un chaval.

            Aprecio que destaque que mi acercamiento crítico a su persona y obra es afectivo (espero que eso no haya afectado a la cierta objetividad que busco en mis trabajos de crítica), pues, como también señala, tuvo su fuerte impacto sobre mí. Lo aprendido en su cine, aquello que él formulara en la frase “La imaginación es libre, el hombre no”, influyó en mi obra crítica, en general, hasta entonces, muy centrada en lo histórico-social, y lo ideológico. De aquí que, en mi novela, ante todas las contradicciones del hombre y de la sociedad, la ficción imaginativa aparece como realidad y la realidad como ficción. También destaco, en mis escritos, a Buñuel como un gran poeta profético. Ya, cuando filmaba El ángel exterminador (1962), hablaba de la amenaza de los nuevos 4 jinetes del Apocalipsis: “la ciencia, la técnica, la información, y la explosión demográfica”. Hoy en día, dos de ellos se nos vienen encima, desbocados: la tecnología y la información/desinformación.

            Su último guion, Agón, el cual, desafortunadamente, no llegó a filmar, trataba de dos temas que nos asolan en nuestro tiempo: el terrorismo y el ecocidio. Como ya ha indicado usted, destaco mucho, en mis trabajos, y frente a ciertos estereotipos sobre su persona, la hondura ética de Buñuel, expresada en una de sus interrogaciones de sus últimos años, con la que suelo terminar algunos escritos sobre su obra, “¿De dónde surgirán los tesoros de bondad y de inteligencia que podrían salvarnos algún día?” Nótese que antepone bondad a inteligencia. Interrogante que viene tan al pelo de esta pandemia y, más, después de ella.

 

Siempre frente a la alienación social y política vivida

- En su obra autobiográfica habla de sus tormentosos escarceos amorosos, unas veces trágicos y otras veces pacificantes. El episodio de la novia alemana en Madrid que finalmente se marcha con su hermano, el matrimonio anulado por la familia de su exmujer Hope en Venezuela, el divorcio con Rochelle en New York, la desbandada de Litz y sus tres hijos a una comuna feminista libertaria, o la calma tranquila de su relación con Sara, trazan una vida bien agitada de pasiones desbordadas, liberaciones hippies, contracultura, beatniks, y búsquedas de nuevos horizontes sexuales. Volviendo a Buñuel, éste habla en sus memorias de un episodio tan surrealista como psicalíptico de la Guerra Civil española: la proclamación pública del amor libre en su Calanda natal por parte de la llegada de los libertarios al pueblo, donde, “los espíritus se hallaban turbados. Pasar de la rigidez del catolicismo al amor libre de los anarquistas no era cuestión baladí”. En síntesis, aquello fue un estropicio al nivel del banquete de Viridiana, donde las peores paradas fueron las mujeres. Décadas después y, desde la óptica de una sociedad más culta y liberada, la libertad sexual parece ser la más difícil de las convivencias humanas a causa de pasiones mal medidas, celos primarios y aquel dicho tan común de que “tres son multitud”. ¿Ha fracasado la revolución sexual de los años 60 que usted tanto vivió, disfrutó y padeció en California?

- Ah! La revolución o liberación sexual de los años 60, con su problemática como todas las liberaciones y revoluciones, vívida en persona, y abordada en mi trilogía, con la óptica, y los ejemplos que usted destaca. Se inició como parte de aquella contestación de la juventud de mediados de los años sesenta, contra las represiones de la sociedad burguesa patriarcal, el capitalismo salvaje, el consumismo desorbitado, y la guerra de Vietnam. Tuvo su gran explosión en el “Verano del Amor de 1967”, con sus cien mil jóvenes, de ambos sexos, cayendo sobre San Francisco, abogando por el solo poder de “La Flor”, con sus gritos y pancartas de “Amor y Paz” y “Haz el amor y no la guerra”. Era el tiempo del eco anticipado de las canciones de los Beatles, tales como All My Love o Love with the Proper Stranger. Sin embargo, pronto, y en el mismo San Francisco, tal mundo del Amor, fue dejando paso a un submundo, infiltrado por las mafias de la droga, la violencia y el crimen. Algo así, con su equivalencia a la orgía de los mendigos, y su final, que usted señala en Viridiana, o en relación con el “amor libre”, instaurado o proclamado por los anarquistas en algunos pueblos, como Calanda, en que se impusieron durante la guerra... Utopías de un “amor libre”, nótese ya la contradicción en el término, que, asimismo, acabaron mal en las comunidades, con base en él, que “florecieron” en California y en otros estados del país por aquellas fechas. De tal liberación, también surgió, igualmente potenciado por mafias comerciales, y abanderado por la película Deep Throat (1972), con la estrella porno Linda Lovelace, el auge, y hasta la llamada “Edad de Oro” de la pornografía en los años 70 y 80. Por estas fechas, la sociedad establecida, para su mejor respiro, integró algunas de las reivindicaciones de tal “revolución sexual”, fundiéndose con los  movimientos de liberación de la mujer, el de los gays, transgénero, y, en general, los movimientos en contra de la sociedad patriarcal y el machismo. Así pues, si no triunfó, tal “revolución”, tampoco fracasó del todo, pues sí logró que se efectuaran cambios, frente a la represión de la sexualidad en la sociedad norteamericana y Occidental, presentes en nuestros días, aunque con una nueva problemática, como usted apunta. Dado el hiper-individualismo que vivimos, esto afecta, asimismo, a la relación estable de pareja, con la consecuente proliferación de divorcios y con el sentido de un eros cambiante y el cuestionamiento de la monogamia. Mucho de ello, como señala, lo viví, padecí y disfruté, con el desesperado deseo de agarrarme al amor, o a la relación sexual amorosa, o quien sabe si a un clavo ardiendo, pero siempre frente a la alienación social y política vivida. Todo ello encuentra expresión, como tabla de naufragio, pero también de salvación, en mi trilogía literaria.

 

“En unos años no se podrá tratar la literatura en español, sin contar con la original aportación de la que se escribe en los Estados Unidos”

- Su autobiografía aparece plagada de citas a grandes intelectuales de lo exílico. Ricardo Gullón, Enrique Tierno Galván, José Luis López Aranguren y, cómo no, su gran maestro y compañero de oficio Luis Leal -fallecido a los 102 años-, con el cual codirigió la excelente revista Ventana Abierta: Revista Latina de Literatura, Arte y Cultura. Con aquella publicación, dice, apostaron “por un boom de la literatura en español en los Estados Unidos del siglo XXI”. ¿Qué recuerdos guarda de todos estos intelectuales? Y ya cómo Miembro Numerario de la Academia Norteamericana de la Lengua Española ¿Cómo ve, actualmente, el futuro del español en EEUU y cómo ha ido evolucionando desde su llegada en los años 50?

- Sí, ya he hablado de la admiración que tuve por aquellas grandes figuras del exilio intelectual español en Estados Unidos, pero también sostuve relación con alguna del mundo obrero del exilio y la inmigración, que cuenta con una rica tradición española en Nueva York, y en otros lugares del país, desde las últimas décadas del siglo XIX, con sus organizaciones y periódicos, principalmente, anarquistas. En concreto, mi contacto con el “bueno” del anarquista santanderino, Jesús González Malo y el periódico que dirigía y confeccionaba por las noches al salir de su trabajo de soldador, España Libre, el cual sobrevivió a la dictadura, aunque él no, pues, falleció de un ataque al corazón, una tarde, después del trabajo, cuando se disponía a ir a su labor periodística. También escribió un voluminoso libro, La incorporación de las masas (1952), en contraposición al de Ortega y Gasset titulado La rebelión de las masas (1929). Tierno Galván y Aranguren fueron luminosos faros en el proceso de la Transición. Al primero, sólo le conocí, en persona, cuando estuvo en la Columbia dando una charla a principios de los años 60. Aranguren, sí enseñó en nuestra Universidad, medio año durante casi una década, y tras ser expulsado de la Complutense… Fue muy comprensivo con los jóvenes y el mundo de la contracultura californiana, sobre la cual escribió con agudeza. Me trató con afabilidad, y guardo la conmovedora imagen de verle, junto a Arturo Serrano Plaja, que también enseñó en esta Universidad, -ambos habían participado en el bando contrario durante la guerra- pasear por el campus dialogando del brazo, como solíamos hacer en España con los amigos. 

            Respecto al futuro del español en los Estados Unidos, hay que comenzar recordando que tuvo un pasado y una continuada tradición literaria en suelo norteamericano desde mucho antes de que se constituyeran los Estados Unidos; recordemos Naufragios y Comentarios de Cabeza de Vaca, publicado en 1542, sobre su peripatético pasaje por estas tierras. Tal tradición literaria ha sido ignorada en las Historias de la Literatura Norteamericana por los propios hispanistas del país, hasta muy recientemente. En mis últimos años de profesor, empecé a enseñar un curso sobre ella y, como menciona, junto a don Luis Leal, gran impulsor del reconocimiento académico dado a la literatura y cultura chicana, y tan respetado y admirado por sus escritores y críticos, editamos, como señaló, la revista Ventana Abierta bianual, durante, nada más y nada menos que quince años. Como el título indicaba, mientras los distintos grupos de habla hispana, cubanos, puertorriqueños, chicanos, limitaban sus revistas a los de su propio grupo, nosotros abríamos nuestra revista a toda persona que escribiera en español, sobre cuestiones de cultura, literatura y arte, en el país que, principalmente, se relacionara con las comunidades de habla hispana. Llegamos a publicar a más de cien autores y autoras.

            Como ya he escrito en anteriores ocasiones, en la actualidad, el español de los Estados Unidos se puede considerar como el crisol de esta lengua universal, pues, aquí, habitamos convivimos y escribimos quienes procedemos de todos los países de habla hispánica. No debemos olvidar que aquí constituimos una población de unos 50 millones de hispanohablantes. Lamentablemente, aunque, hay por todo el país organizaciones culturales, con sus revistas, editoriales y un gran número de escritores y escritoras en español, contando también con una Academia Norteamericana de la Lengua Española afín a la de los otros países, no tenemos el amplio respaldo institucional y editorial que reconozca e impulse la gran y creciente presencia del español en la vida y cultura del país. No obstante, con el tiempo se irá ganando más espacio en este terreno, y en unos años no se podrá tratar la literatura en español, sin contar con la original aportación de la que se escribe en los Estados Unidos, con su posible “boom”, como preveíamos en nuestra Ventana Abierta.  Y con esto me despido, dándole mil gracias por su consideración, amigo Iván, y haciendo mías las palabras del tan querido Luis Leal, con las que cerraba el libro de conversaciones, Don Luis Leal, una vida y dos culturas (1998), que sobre su vida y obra hicimos los dos:          “Vuela, vuela, palomita, / párate en aquel nopal: / dile a Víctor –Se acabaron, / las respuestas de Luis Leal”.

 

La fotografía de Víctor Fuentes ha sido realizada por Isaac Hernández.