El nuevo número de la revista cultural TURIA, que se distribuirá a partir del 23 de junio,  brinda a los lectores que se interesan por los asuntos o protagonistas aragoneses un atractivo repertorio de temas. En primer lugar, TURIA se ocupa de rendir homenaje a uno de los más singulares nombres propios de nuestras letras: el escritor y crítico de cine José María Latorre, fallecido el pasado año. A través de un excelente artículo de Joaquín Torán, se analiza la extensa e intensa trayectoria creativa y crítica de este zaragozano residente en Barcelona que fue un auténtico “paladín de la causa fantástica” y un reputado comentarista de cine.

También TURIA ofrece a los lectores un artículo sobre los vínculos con Teruel de Santa Teresa de Jesús, de quien este año se celebra el quinientos aniversario de su nacimiento. En esta ocasión, el artículo que le dedica Francisco Lázaro Polo nos permite conocer mejor las relaciones de esa mujer valiente y carismática con personajes turolenses de la España del siglo XVI como el jesuita Jerónimo de Ripalda, uno de sus guías espirituales.

 

UN ESCRITOR DE MARCADA SENSIBILIDAD

Con el artículo de Joaquín Torán “José María Latorre, paladín de la causa fantástica”, la revista TURIA rinde un sencillo y sincero homenaje a quien fuera uno de sus colaboradores habituales, bien como narrador o como crítico. Se le describe como un autor que “no soportaba la violencia, ni física ni verbal.  Era amable, cercano, retraído, tímido. Detestaba el bullicio y poseía una marcada sensibilidad artística, que se reflejará de manera nítida en sus libros. Era introspectivo: gustaba de pasear, de callejear, en actitud reflexiva y contemplativa, como muchos de sus héroes de papel”.

La producción literaria de José María Latorre (1945-2014) fue abundante. Escribió más de treinta libros, entre novelas y recopilaciones de relatos. Fue la suya una manera de narrar centrada en el suspense, en la construcción y recreación de una atmósfera poderosa que todo lo envuelve y estrangula: “no puedo concebir un mundo sin fantasías ni sueños, aunque sean pesadillas”, escribiría.

Su entusiasmo por lo fantástico lo definiría como autor. No en vano siempre consideró que “la literatura fantástica posee el atractivo de ofrecer alternativas imaginativas a la mediocridad y la grisura de la sociedad, poder trabajar situaciones extraordinarias con personajes extremos, internarte por mundos maravillosos, ir más allá de los límites del conocimiento y de la ciencia, tratar temores que están presentes en el fondo de todos los seres  humanos,  sacar  a  la  luz  por  medio  del  arte   los   miedos   ancestrales,  tratar   lo monstruoso como parte de la condición humana, moverte por ambientes  fascinantes;  parte de su atractivo reside también en que carece de límites”.

Fue también Latorre un exitoso autor de novelas para jóvenes, con las que obtuvo ventas notables y premios de prestigio como el Gran Angular. En ellas, como en el conjunto de su obra, proliferan las historias radicadas en esos lugares apacibles que generan desconfianza como cementerios, caserones abandonados, hospitales en ruinas, abadías desvencijadas, etc. Un cóctel de exotismo, aventuras y misterio que obtuvo una significativa audiencia.

Su otra pasión fue el cine, al que dedicó varios ensayos y una dilatada labor como crítico. Sus compañeros llegaron a describirle como “el Montaigne de la crítica cinematográfica”. Y es que, quien a los 20 años ya tenía un amplio repertorio como crítico en diversas publicaciones, se consagró de 1982 a 2011 como coordinador de la revista “Dirigido por…”, toda una referencia para los amantes del cine.

 

ANTONIO BISQUERT, JERÓNIMO DE RIPALDA Y MIGUEL DE MOLINOS

Tres son los vínculos turolenses con Santa Teresa de Jesús que se analizan en el artículo que dedica TURIA a esta carmelita universal: la pintura que sobre la faceta de escritora realizó el artista barroco Antonio Bisquert, la influencia que sobre su obra tuvo Jerónimo de Ripalda y la vinculación de su doctrina con la que tiempo después desarrollará Miguel de Molinos.

En TURIA, Francisco Lázaro Polo estudia la dimensión literaria de Santa Teresa de Jesús a partir del magnífico cuadro que le dedicara el pintor valenciano Antonio Bisquert y que se encuentra en el palacio episcopal de Teruel: “la pintura representa a la santa, en posición frontal, iluminada por el Espíritu Santo, en el momento en que se dispone a escribir sobre una mesa en la que, entre los diversos objetos que destacan, se encuentra el ineludible motivo de la cultura barroca, el de la calavera, símbolo inequívoco de la realidad de la muerte. Al lado de la santa aparecen flores y ángeles, así como dos personajes: un clérigo, de edad avanzada; y una monja carmelita turolense, Sor Catalina de san Jerónimo, más precoz que santa Teresa, ya que, con solo seis años, experimentaba éxtasis y arrobamientos y que, con diecisiete años, ingresaba en las carmelitas descalzas de Valencia”.  

Respecto al papel del jesuita turolense Jerónimo de Ripalda, tuvo sin duda gran influencia en la dirección espiritual de la santa como su confesor y también fue él quien la animó decididamente a que escribiera otra de sus obras fundamentales: “El libro de las fundaciones”. Sobre la monja carmelita, el turolense Ripalda sabemos que dijo que fue “mujer de grande espíritu y tuvo grande oración”.

Por último, Lázaro Polo asegura en TURIA que “si Teresa hubiese vivido un siglo después y hubiese conocido al clérigo turolense Miguel de Molinos (1628-1696), seguramente hubiera conectado de inmediato con él. Molinos, natural de Muniesa, es el último místico de occidente, el creador de una corriente espiritual conocida como ‘quietismo’. Su doctrina conecta la espiritualidad de Teresa de Jesús”.