En Saint Germain en Laye la vida transcurre ajena a las Olimpiadas. El único jolgorio, el de unos gorriones en la copa de un árbol. A unos treinta kilómetros de París, este reino, tipo balneario, resulta apacible. Abundan las pastelerías, las tiendas de ropa y las salas de cine. Parece lejos del turismo, pero los habitantes, en esta villa, tienen algo de turistas de sí mismos. El día a día de Tatiana Tibuleac lo llenan el periodismo y sus hijos. Quedamos cerca del castillo, estilizado y trazas de palacio. En él Napoleón estableció su escuela de oficiales de caballería. Pero antes pasaron muchas cosas. Luis XIV, por ejemplo, nació aquí.

El rostro serio. La espalda recta. Los actores dicen que saben mantener la columna. Ella no es actriz, pero escribe libros de ficción. Dos novelas le han bastado para hacerse un nombre en el panorama europeo. Escucha con interés y, mientras, se permite mohínes que, de no estar atento, podrías perderte. Si la vida es un caballo salvaje, ella guarda unas riendas en el bolso.

- Me apetece hablar de la inocencia y de la diferencia entre esta y la ingenuidad. Su escritura me da la sensación de que, al igual que sus personajes, poseen inocencia, no ingenuidad. Como si usted no temiera mostrar lo desagradable.

- Es el primero que habla de inocencia en mis libros, siempre me preguntan por qué soy tan cruel, o por qué mis personajes son tan miserables, o por qué mueren todos o están enfermos, o son infelices en el amor. Me gusta ese concepto de la inocencia porque es verdad que trato de no maquillar demasiado a mis personajes.

- Quizá de ahí la libertad que desprenden.

- Es verdad que les dejo ser como son. Siempre me baso en una persona real cuando invento uno. Lo que dice es interesante porque para mucha gente la libertad es algo por lo que necesita luchar. En cambio, a otra le viene dada y no se preocupa de ella. De tal modo, esas personas no quieren ser libres…

 

“Biológicamente nunca sentí demasiada libertad”

 

- ¿Y en su caso?

- Algo intermedio. Crecí en la Unión Soviética y éramos libres. Quiero decir que no había esclavitud y podíamos elegir profesión... Se puede afirmar que hacíamos lo que queríamos, ahora bien, en un plano teórico. Biológicamente nunca sentí demasiada libertad. Así que, en mi caso, esta tiene una connotación distinta a la que tiene para un escritor africano cuando habla de ella.

- ¿Y en su familia? Su pasado es más duro que el suyo.

- En mi familia la libertad también significa otra cosa. Para mi abuela, ser libre simplemente era no ser deportada. Ella lo fue en Siberia y eso le acercó la muerte. Para ella, ser libre equivalía a vivir en su propia casa, a no ser aniquilada. Para mi madre, la libertad era la posibilidad de estudiar. Y para mí la libertad es un estado normal, no un lujo. Estoy acostumbrada a ella. Puede traducirse en viajar fácilmente y decir lo que quiero en cada momento.

- Luego, como en la poesía, hay muchas.

- Creo que es un concepto que se refiere a estados distintos, y los escritores lo explotamos para bien. De todos modos, yo estoy interesada en otros temas. No creo hablar demasiado de la libertad en mis libros, pero si usted lo ha visto…

- No, me refería a que sus personajes la ejercen, se comportan sin trabas, incluso ajenos a convenciones, no a que teoricen sobre ella.

- En ese sentido, sí.

- Quiero preguntarle por Siberia. Al comienzo de El jardín de vidrio mienta en una nota la deportación a la que se acaba de referir. Me gustaría saber qué motivos hubo detrás. Creo que la experiencia del siglo XX fue distinta en Europa Central y del Este que en el sur. En España, los testimonios son más como de tercera mano o con sordina. Tenemos la condena a Dostoievski, el Archipiélago de Solzhenitsyn, la Kolimá de Shalámov. Pero siento que han llegado tarde o de forma desdibujada o, peor, mitológica. ¿Cuál fue la razón concreta del castigo a sus abuelos?

- Hablaron muy poco de ello y creo que es algo que debe considerarse un error. Los europeos del Este no hablaban de los crímenes comunistas. No tenían no sé si el interés o el coraje necesarios. Es algo que nunca ha ocurrido con el holocausto. Siempre sintieron que era un pasado a olvidar, que había que perdonar mediante el silencio para seguir adelante. Ahora las cosas han cambiado: con la guerra de Ucrania la gente está interesada en mirar atrás y rellenar ese ayer.

 

“Cuando empecé a escribir nunca tuve en cuenta la historia de mi país, ni la de mi familia”

 

- Usted tampoco lo ha tratado el tema. ¿No ha sentido la tentación de reflejar determinadas experiencias por escrito, aun valiéndose de la ficción?

- Últimamente sí. Cuando empecé a escribir nunca tuve en cuenta la historia de mi país, ni la de mi familia. Sentía que escribir pasaba por algo distinto. Al fin y al cabo, escribir es un patio de recreo: hablas de cosas curiosas, del cosmopolitismo… ¿por qué mirar atrás y hablar de algo tan pesado? Ahora, quizá porque envejezco, empiezo a valorar esas historias. ¡La generación de mis hijos no sabe nada! Han oído ecos, igual en algún medio de comunicación… pero nunca de los sufridores.

- ¿Se está pronunciando en casa?

- Integrar charlas sobre el pasado de la familia en casa es una forma de construir la historia de una nación. Estoy terminando un libro que espero publicar en 2025. Después es posible que escriba sobre la vivencia particular de mi familia.

 

“¡Una persona del este de Europa sabe más del Holocausto que de los campos de exterminio comunistas!”

 

- Ahora entramos en los libros, pero antes, al hilo de su respuesta: ¿por qué no existe una reacción dura contra el comunismo como sí la hay contra el nazismo? ¿Por sus presupuestos sociales y humanistas? Ha citado el Holocausto, la gente tiene presentes los crímenes de Hitler, pero El libro negro del comunismo, de Courtois, documenta 150 millones de muertos. ¿Por qué hay una idea todavía romántica de él?

- La responsabilidad corresponde a la parte del mundo que padeció el comunismo. No asumió que su trabajo era hablar de ello. Como resultado, del holocausto hay películas; libros extraordinarios, de ficción, de historia; debates públicos… todo el mundo habla de él: el ciudadano común, los escritores, los periodistas, los artistas, los filósofos… Todos y en cualquier época. Eso favorece que se conozca. ¡Una persona del este de Europa sabe más del holocausto que de los campos de exterminio comunistas! Ahora hablan un poco más porque la guerra de Ucrania ha reavivado el pasado, pero antes la gente no ponía el comunismo y el antisemitismo al mismo nivel. Y eso que el comunismo fue peor. Llevaban orgullosos una camiseta con la efigie del Che y pensaban que eso era cool. Por supuesto, nadie ha visto cool en ningún momento una esvástica. Durante demasiado no se ha hablado de ello. Mi familia es un ejemplo. Mi abuela no hablaba de ello ¡y fue deportada! Cuando volvió a casa, mi madre era una niña, pero sobre todo una hija de los enemigos. Así que mi abuela no quería mantener ese tipo de conversaciones. Prefería centrarse en el contento que suscitaba entre los seres queridos su regreso.

- ¿La suya es una cultura cerrada?

- De alguna forma. Hay vergüenza y miedo. Pero diría que, sí, a la gente le cuesta abrirse. Mi madre tampoco habló: en el colegio era consciente de lo odiada que era por su familia, y perpetuó el silencio.

- Públicamente se entiende, pero ¿en casa?

- No me quisieron contar sus experiencias para no perjudicarme, eso siempre según su criterio. Se supone que yo era de una generación nueva y no tenía que dar cuenta de ciertas cosas. Para mantener de alguna manera mi normalidad, prefirieron no hablar.

- ¿Cuándo empezó a conocer lo que había sucedido?

- Al crecer y hacerme periodista. En otras familias ocurrió lo mismo. Los hijos crecían sin saber nada. Quizá sabían que sus abuelos fueron deportados, pero el porqué, lo que significó y por qué eran enemigos del pueblo… a eso no sabían dar respuesta. Hubo ausencia no sólo de información, también de curiosidad humana. Faltó sentarse a la mesa: “Esto es lo que ocurrió, verbalizad la verdad”. Hasta no hace tanto, muchos europeos desconocían la diferencia entre Ucrania y Bielorrusia: Europa del Este era un nombre genérico para una especie de borrón en el mapa. Tengo fe en que muchos escritores encuentren esta dirección interesante y se pongan manos a la obra.

 

“Los artistas, en general, no responden a las tragedias de forma inmediata”

 

- Steiner asumió que el comunismo había parido obras maestras, no así el nazismo. Yo creo que el anticomunismo, por llamarlo de alguna forma, también las ha terminado dando.

- No me gusta esa idea, no creo que sea positivo asociar al comunismo ningún talento. El hecho de que alguien cree una obra durante una guerra no significa que la guerra haya generado la posibilidad de producir talento. Unos escriben cuando están felices, otros cuando están tristes. No creo que sea correcto decir que una ideología dio libros. Además, los artistas, en general, no responden a las tragedias de forma inmediata. La mayoría no. Lo normal es dejar los periodos reposar.

- Su padre fue también escritor.

- Y nunca publicó durante el comunismo. Dejó siete libros, todos inéditos. No los publicó no por que no fuesen lo suficientemente buenos -o porque fuesen peores que los que se publicaban en aquella época-, sino porque no escribía lo correcto.

 

“En todas las épocas ha habido derivas autoritarias. Hay que precaverse de ellas”

 

- La corrección, un problema de actualidad.

- En todas las épocas ha habido derivas autoritarias. Hay que precaverse de ellas. Durante el comunismo podías escribir, claro que podías. Lo mismo que en algunos países que tenemos por democráticos hoy. Podías incluso ser famoso: sólo tenías que escribir lo que quería el poder. Publicar era posible. La clave estaba en lo que escribías. Tampoco se puede decir que los escritores que se hicieron famosos no fueran buenos, algunos libros son muy buenos. La historia dejará los libros de calidad, sin componente ideológico.

- Ahora se publica mucho a favor de corriente. Los temas woke encuentran rápida salida.

- El tiempo los enterrará si no son interesantes en sí mismos, si pesa demasiado el componente político. Las editoriales piensan que, al estar de moda, les darán dinero. Por eso los sacan.

- El único criterio posible, el artístico.

- Qué hace uno con su talento es una elección. Como afiliarse a un régimen o a un partido. Ahora, vuelvo a la guerra de Ucrania, muchos escritores, directores de cine y pensadores han decidido seguir sacando obras, aceptando políticas que matan. La pregunta es: ¿continuamos leyéndoles? Es una decisión personal.

- ¿Cuél es su caso?

- En este momento, no puedo volver a libros y a películas que admiro porque no acepto que sus autores, supuestamente con buena cabeza, hayan decidido formar parte de la guerra. ¿Han admitido como correcto lo que está haciendo Putin? Vale. Que sus nombres queden cobijados bajo su paraguas.

- Otros han huido.

- Han tenido que venir a Europa [como si Rusia no formara parte]. Probablemente nunca volverán a publicar en Rusia, o al menos mientras Putin mande. Están en una lista negra.

 

“El arte verdadero está fuera de la política y de cualquier compromiso”

- Por otro lado, esa decisión no hace mejores sus libros.

- De acuerdo. Puede haber libros buenos que contengan ideas racistas, y que la gente de hoy los rechace. Es como si la belleza de ellos fuera insuficiente porque hacen daño a grupos de población. No creo en relaciones estrechas entre creadores e ideología. El arte verdadero está fuera de la política y de cualquier compromiso, que puede ser bueno o malo.

A Tibuleac le gusta Liudmila Ulítskaya, una escritora rusa exiliada desde 2022 y que vive en Alemania. Un contraejemplo es Nikita Mijalkov. Se encuentra entre sus directores de cine favoritos pero su toma de postura le parece monstruosa. Considera difícil sacar sus películas de la cabeza, sin embargo no puede separar su trabajo de su persona.

- Hay autores que se decepcionaron y cambiaron de posición: Vladimír Holan dedicó un libro a los soldados del Ejército Rojo por liberar la República Checa y luego se posicionó en contra, aislado en casa; Ceszꬷaw Miꬷosz…

- No conozco a ninguno de esos.

- Pasternak…

- Pasternak fue considerado ruso, pero era ucraniano. Ojalá le pase lo mismo a Mijalkov. Cambiar.

- Usted no usa diálogos al modo tradicional. Tampoco veo en sus novelas un argumento definido como en las propuestas comerciales, y la acción es como si pasara por los pensamientos de los protagonistas. Es decir, no hay diálogos, pero los personajes no cesan de pensar y pensar.

- Tiene razón. Es que no soy buena con los diálogos.

 

“Me es más fácil hablar por los personajes”

 

- ¿No es una motivación estética?

- Debo confesar que me prometo incluir diálogos y no me salen. Creo que soy artificial cuando creo conversaciones. Me es más fácil hablar por los personajes. Hay muchos hablando en mis libros. Llené El jardín de vidrio de diálogos, pero, visto el resultado, los quité.

- Habla bien de usted ese reconocimiento de las limitaciones.

- Me consuelo pensando que los libros tienen una atmósfera y una forma que, en caso de añadir diálogos, se rompería.

- Usted prefiere el estilo indirecto al directo…

- Estoy de acuerdo, es más fácil para mí. Mi segundo libro [El jardín de vidrio] es un recuerdo, quiero decir, una persona que recuerda un verano: tiene sentido que esté contando lo que vivió. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes no incluye diálogos, pero la gente interactúa con las palabras.

- El estilo indirecto es más literario.

- La literatura viene dada por los grandes libros, no por los escritores. La buena literatura se crea con buenos libros. Si te gusta un libro y está bien escrito, no importa su estilo, o si es prosa o poesía, o algo entre medias. Un libro es bueno por su atmósfera, no por quién lo ha escrito. Al menos, creo que así debe ser. Hay diferentes formas de decir, y esta es la mía.

 

“Si piensas en el lector, no eres honesto. Si quieres gustar a la gente, no serás tú”

 

A pesar de que El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes y El jardín de vidrio presentan características comunes -capítulos cortos, frases a veces alucinadas-, Tibuleac los considera muy distintos. En el primero reconoce un estilo poético que no alcanza el segundo. Le gustaban las frases cortas, “casi violentas”, mientras El jardín de vidrio lo encuentra enclavado en la prosa. Tiene más personajes -“en la primera hay uno; en la segunda, al menos, tres”-. En el libro que está terminando hay otra forma de contar. “No pienso demasiado cuando escribo. Sólo me pongo cuando siento que tengo todo lo necesario en la cabeza. Es decir, pienso antes, el libro lo tengo pensado. Me queda sentarme y trasladarlo al papel. Si repienso, no avanzo. Durante años no escribí nada porque cada vez que me ponía, era demasiado teórica: ‘¿Esta es una voz correcta?, ¿voy a hacer daño a alguien si cuento esto?’… Las preguntas no son buenas para un escritor”. Tibulaec concibe la escritura como un acto de intimidad en el que se mira al espejo. “Si piensas en el lector, no eres honesto. Si quieres gustar a la gente, no serás tú. Te vestirás mejor, te pondrás derecho, pero todo eso mata la emoción”.

 

“El concepto de familia se ha remodelado y ampliado, y no creo que sea malo”

 

- La familia le preocupa. ¿Es una institución en decadencia?

- Es menos popular de lo que solía. Pero no sé cuál es la receta. He visto familias que deberían triunfar porque tenían todo: amor, belleza, hijos, dinero… y no eran felices. Y he visto a personas separadas que no catalogaría de tristes. Me llaman la atención aquellas que, sin estar programadas para unirse, logran crear un organismo, una familia, solamente para no estar solas en el mundo. Creo que es mejor asociarse y tener familia. El que abogue por un modelo tradicional no significa que piense que es la única forma posible. Mis hijos me temo que no comparten mi visión. Mi hija, de once años, no quiere casarse. Ella está más preocupada por el planeta que de tener marido o hijos.

- Eso es muy contemporáneo, pero es pequeña.

- Lo que percibo son miedos y sueños diferentes a los que yo tenía a su edad. Desde el principio me he preocupado porque, como madre, pudiese recurrir a mí. He trabajado mi relación con ella. ¡Me fascina lo cambiante que es la vida!: es como si las generaciones más nuevas no necesitaran nuestros marcos para alcanzar la felicidad. Respecto a que, en la actualidad, los jóvenes vean problemas y presión en el ambiente… no sé, ser mujer en la Unión Soviética era bastante exigente: tenías que hacer lo mismo que los hombres y además hijos, es decir: ser madre y ama de casa. Y no pocas veces, trabajar. ¿Veo a las nuevas generaciones con esa fortaleza? No lo sé. Desde luego, ven dificultad en cuestiones que a nosotros no nos habrían supuesto problemas. Y no éramos infelices. No obstante, creo que la familia no está en decadencia, es sólo que el concepto de familia se ha remodelado y ampliado, y no creo que sea malo.

- ¿Se escribe siempre contra algo; en su caso quizá contra la visión ideal de las cosas, contra profesores y psiquiatras… aunque sean los personajes los que hablan?

- Es una pregunta interesante, nunca me la han hecho. Es gracioso que diga que siempre estoy en contra, es lo que solía decir mi madre cuando era pequeña [ríe]. En realidad, no es así, a mí me gusta la gente. No sé cómo expresarlo, yo diría que me fascina la gente, ya sea por su bondad o por su maldad.

- En todo caso, no hace ascos a realidades ácidas.

- No lo hago, aunque, por supuesto, estoy en contra de la violencia, de la crueldad…

 

“Nunca escribo sobre mí pero, al mismo tiempo, todo procede de mis vivencias”

 

- ¿Primero persona y luego escritora?

- A decir verdad, no quiero separar ambas cosas. Nunca escribo sobre mí, nunca he pensado en dedicarme un libro, pero, al mismo tiempo, todo procede de mis vivencias como mujer y como periodista, como niña y como adulta. No creo que esté en contra de nada. Tal vez intento volcar a todo tipo de personas a mis libros.

- Suficiente.

- En mis novelas no encontrará un personaje que sea sólo bueno o sólo malo. No creo en eso. Así no es la gente. Incluso a la peor persona le puede nacer una mirada maravillosa y hacer algo amable o que podría sorprendernos. Y la mejor persona, en una situación que no maneja, será cruel o enfurecerá.

- ¿Es su caso?

- Yo no me veo mala, pero tampoco diría que sea muy buena.

- Al igual que está pensando abordar la experiencia familiar o la historia política de su país de un modo, entiendo, cercano a la no ficción, ¿ha pensado escribir en primera persona de esa dualidad?

- Pues es algo que también estoy intentando en mi tercera novela. Es el momento. Voy camino de los 50, la mitad de mi vida se ha ido. No quiero juzgar a los demás. De todos modos, un escritor debe presentar la complejidad humana y dejar las valoraciones para el lector.

 

“Escribo libros para que la gente, si acaso, se encuentre”

 

- Y que el lector acepte la realidad.

- Eso es. Para mí, escribir no es didáctico, no es la Biblia. Tampoco escribo con el afán de ser inspiración para nadie, no quiero que nadie piense en mi bondad ni en la de mis personajes. Yo no escribo para hacer a nadie mejor persona. Escribo libros para que la gente, si acaso, se encuentre. ¿Escribo contra algo? Es algo que debería madurar.

-Está claro que no escribe para dejar un planeta mejor ni para contribuir a la paz universal, lo que quería decir es que no la imagino hablando de las florecitas del campo y de los pájaros. Usted habla de cosas desagradables, desde la belleza. Es como si captase lo bueno y lo malo mezclado.

-Hablo de ambas cosas. Tengo momentos en que soy tonta porque la vida te lleva a serlo. Incluso la persona más dura en algún momento puede ver a un niño oliendo un objeto y que ese acto le recuerde a su infancia, o ver a una abuela y ablandarse. Odiaría que mis libros se caracterizasen por hablar de cosas buenas. Yo no soy así. Sé que la mayoría de escritores famosos sienten una misión cuando escriben, en el sentido de que desean cambiar algo. Para algunos es muy importante cambiar el mundo, como usted dice, transmitir una especie de mensaje… o salvar al lector [con desprecio y escepticismo].

- El escritor no debe intentar educar.

- Yo no quiero educar, y creo que tampoco sería capaz de hacerlo si me lo propusiera.

- Ni la cultura y el arte nos hacen mejores.

-[Medita] Un libro muy violento sí puede educar de algún modo.

- Es una idea muy comunista esa.

- [Ríe] Sí, sí lo es. No me gusta la literatura comprometida, no me gusta el arte comprometido. Cuando voy a una galería y me gusta un cuadro, me da igual quién lo haya pintado. Quiero decir, si lo sé de antemano y es una mala persona, eso empezará a jugar en mi contra, a alterar mi punto de vista. Y eso me molesta. Debo mejorar esas reacciones.

- Usted acaba de aludir a que la literatura la hacen las obras, no los autores.

- Sí, cuando veo una película y sé que el cineasta apoya los totalitarismos, empiezo a buscar fallos… y compruebo que no los hay [ríe]. La persona es el fallo.

 

“La santa madre es una especie de institución, es intocable”

 

- Los que utilizan la psicología para analizar los libros, o quienes poseen una visión pedagogicista del asunto buscan razones biográficas que justifiquen las obras, por eso han intentado tantas veces psicoanalizar a Kafka. Todo aquello de que era un hombre triste. Pero él iba con Robert Walser a los bares y se carcajeaban. Otra tentación es Emily Dickinson. ¿Usted está prevenida de ese tipo de lecturas a partir de sus libros? Por ejemplo, si habla de familias rotas usted podrá tendrá que venir de una disfuncional; y si no lo hace, habrá conflictos oscuros…

- Esto que usted dice es muy interesante. El primer libro me dio problemas de ese tipo. Salió editado en Moldova, un país patriarcal-matriarcal. No está bien visto hablar de la familia y no digamos de la madre. Es un poco como en España, me da la impresión. La santa madre es una especie de institución, es intocable. Así que, después de salir El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, por supuesto, fueron a por la mía biológica. A ver por qué había escrito yo eso, si ella había sido un monstruo. Yo estaba fuera, pero mi madre sufrió por culpa de mi libro.

- Por culpa de esos exégetas.

- El motor fue mi libro.

- A veces creo que los educadores no deberían leer.

- Igual [concede una risa pícara y regresa a la seriedad] El caso es que hablé con ella: “Mamá, ¿crees que he escrito eso sobre ti?”. “No, no, por supuesto que lo entiendo, sé cómo somos, pero no ha sido fácil para mí. La gente me preguntaba y yo tenía que sonreír: ‘¿Qué quieres decir? Ella es una escritora, no es un libro autobiográfico’”. Mi madre reaccionó de forma madura. Entonces empezó a pasarme a mí. No hay país en el que no me hayan preguntado cuánto de mi vida hay en el libro. Es un riesgo a tomar como escritor. Si no lo hubiera asumido, nunca habría publicado.

- Un escritor debe escribir.

- Puedes escribir y guardarlo en casa. Yo lo quise publicar… [hace una pausa] porque ingenuamente sentí que podría educar en algún sentido.

- Cayó en la trampa.

- Sí, me vino la cosa pedagógica de la que usted habla. Pensé que podría contribuir a modificar la mentalidad de ciertas personas: un adolescente puede odiar a su madre abiertamente y, al final, ser capaz de amarla. Buscaba que la gente hablase de ese fenómeno.

 

“En varios encuentros con lectores ha habido personas que han acabado llorando tras el coloquio”

 

- ¿Obtuvo alguna reacción así?

- Pues en varios encuentros con lectores ha habido personas que han acabado llorando tras el coloquio: “Este libro lo cambió todo: odiaba a mi madre, hablé las cosas y estamos mejor… o no estamos mejor, pero al menos dije cosas que quería”.

- Luego no sirvió.

- [se encoge de hombros y libera una afirmación] La cuestión es que no sé si entre ese tipo de lectores, incluso, algunos piensan que es mi infancia. Es algo que no cesa. Cuando publiqué el segundo, me preguntaron si yo era la niña que salía. Era mi escuela, pero no era necesariamente mi infancia. Crecí en ese patio, pero no cogía botellas. Esa niña fue violada, yo no. Lo cierto es que eres algunas de las cosas que vuelcas al papel.

- Pero no las obvias.

- Esas nos las pondrías. En cualquier caso, llega un punto en que te dejan de molestar las preguntas. Ser escritor significa atender a todo lo que se cruza por tu vida.

- Tomar nota de todo.

- Sí. No importa sobre qué escriba, se basará en lo que conozco. La comida tendrá mi gusto, las flores olerán como yo las huelo… seré o estaré yo en todo lo que vaya abordando porque, por supuesto, es mi escritura. Las interpretaciones son una carga para el escritor, pero, al mismo tiempo, siento que hay gente que me conoce por haber leído mis libros. A veces, tras un encuentro literario, las personas que asisten es como si se conocieran entre ellas desde hace tiempo. Eso es porque han leído lo mismo y tal vez se han sentido de una manera parecida. No creo que haya una respuesta a la pregunta de si el autor está o no en el libro.

- Lo que podemos deducir es que nunca ha escrito prosa completamente ficcional.

- Nada de lo que he escrito es completamente ficción. Todo ha tenido algo de mí. 

- ¿Son el arte y la literatura lo más importante para usted?

- No, son mis hijos

- ¿La segunda cosa?

- La literatura no tiene un hueco en mi vida, pero está en todas partes. Cuando escribo y me gusta lo que escribo todo se vuelve mejor en mi vida. Cuando no escribo me siento miserable, afecta a mi día a día. Ser incapaz de escribir me frustra y me hace infeliz. Por otra parte, si no escribiese más no pasaría nada.

- ¿Llega a ser una sensación física?

- [piensa] No creo que mi vida consista sólo en escribir, pero estos últimos años el temor a no hacerlo me ha hecho sentir mal incluso físicamente. “¿Por qué no puedo escribir lo que quiero?”. He sido infeliz al costarme sacar adelante mi libro. Eso significa que, incluso aunque no lo admita, escribir está en todo lo que hago, estoy adherida a ello. ¿Esto es bueno? No creo. Era más feliz cuando no escribía.

 

“Ser escritor no es una ocupación, forma parte de tu vida”

 

- Una conclusión fantástica [bromeo].

- [sonríe muy levemente] Cuando era periodista todo estaba claro: tenía un trabajo, terminaba mi jornada y me iba a casa. Había hijos y una vida normal… Escribir me ha afectado. Ser escritor significa estar ahí, en la escritura, todo el rato. Deja de ser una ocupación, forma parte de tu vida. Cuando grito a mis hijos o estoy enfadada con mi marido, me dicen: “Anda, vete un rato a escribir”. Es una forma de quitarme de en medio, pero viene decir que el que forme parte de mí y me afecte en todas las facetas está claro incluso para ellos. Hay algo en mí que ya está vinculado al proceso de vivir en un libro, no sólo con mi familia.

- Pertenece a los autores que encuentran en el lenguaje una limitación.

- Sí. Hablo algunos idiomas, muchos mal. Como mejor escribo es en rumano. Puedo traducir y escribir directamente en ruso, pero el resultado no es igual de bueno. Y el inglés es un idioma de trabajo: periodismo, presentaciones, entrevistas… [ríe]

- Althusser decía que la filosofía se pensaba con metáforas, ¿en la novela se piensa mediante comparaciones?

-[asiente] Mmm, en la primera especialmente, dios mío… Estoy un poco avergonzada: mi hijo tiene casi 14 años y ha empezado a leer El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. Al cabo de un par de páginas, me vino: “Hay muchas metáforas”, y pensé: “Oh, debe de haber demasiadas”. Y, sí, hay demasiadas. No lo hice a propósito. Espero que eso le dé encanto. Me limité a escribir, ni siquiera revisé el texto.

- ¿En serio?

- Lo leí una vez publicado. Sí que hubiese quitado algunas, pero al mismo tiempo, es un tipo de escritura imperfecta que surge de la ira, de la violencia… así que esas metáforas, aunque interferencias probablemente patéticas, hacen del libro un libro auténtico, y esa es la razón, supongo, por la que mucha gente joven lo encontró cercano. La gente joven piensa así, tiende a compararlo todo [ríe]. Ya no escribo como en ese libro. Aunque algunas metáforas me encantan.

- En el segundo, ¿guio más la escritura?

- Fui más consciente de que era un libro que iba a ser publicado. En el primero, para ser sincera, no estaba segura. Surgió muy rápido, no estaba muy pensado.

- De todas formas, la comparación es algo característico de la novela. Le cito un par de las suyas: “Había perdido a lo tonto, como en un juego de azar”; “deslumbrantemente blanca como si se hubiera roto un televisor”.

- Ahora sería más cuidadosa con esas comparaciones, pero no voy a reescribir el libro. De alguna forma, es mi alocado libro; de otra, ha dejado de ser mío porque mi voz ahora es muy distinta. Esas metáforas y comparaciones son propias de adolescente. Así es como hablan los enfermos, los artistas y, eso, los adolescentes [sonora carcajada].

 

“Me gustan los libros que mantienen la intriga por la escritura, no por las historias”

 

-Sus novelas tienen un fondo oscuro, eso es verdad. ¿Le gusta la literatura sureña, McCullers, Faulkner, O’Connor…?

- No creo que esa sea la literatura más oscura. No creo que la literatura americana sea la más dramática. Hace tiempo me preguntaban si había leído a Agota Kristof, si había leído La naranja mecánica. Me gustan los libros que mantienen la intriga por la escritura, no por las historias. Por cómo están escritos. Cuando abro un libro y digo: “Guao, es muy bueno, qué frases tan atinadas”. Como lectora, también aprecio el humor. Leo muchas cosas. Y algunos libros no los termino. Cuando era joven me enseñaron que había que terminar cada libro que empiezas. Ahora sé que eso no es cierto [ríe]. Si un libro no me interesa en más de un perfil, lo desecho. ¿Para qué continuar? Me gusta la nueva prosa latinoamericana, femenina especialmente. Estoy interesada en las voces de las mujeres porque creo que han permanecido calladas mucho tiempo, pero trato de leer de todo.

- Su proceso creativo. ¿Cómo le llega la idea?, ¿cómo la va construyendo? Contrasta su precocidad en los artículos periodísticos, empieza a firmar con sólo 17 años, y lo que tarda, desde ese momento, en sacar la primera novela: diez años.

- Echo en falta la disciplina que tenía cuando era periodista. Ahora soy demasiado permisiva conmigo. Empiezo a escribir e intento formular frases perfectas, párrafos perfectos, y eso no es bueno porque, entonces, te centras en escribir muy bien todo el rato y la emoción desaparece. Escribí dos capítulos este verano a los que volví demasiadas veces y, al final, dejaron de parecerme interesantes. Y cuando empecé a escribirlos pensé que eran muy buenos. Creo que los revisé demasiadas veces. Pulir es normal. Mi problema es que a veces intento hacerlo demasiado y termino rompiéndolo todo [carcajada].

 

“Todo escritor sabe cuál es una buena página y cuál no. No necesitas un editor para eso”

 

-¿Lo pasa bien escribiendo? Hay gente que dice que sufre

- Al empezar a escribir algo intento estar inspirada o molesta o feliz o alegre. Si estoy triste o he vivido una tragedia… no cojo el ordenador. En esos momentos lo que me hace infeliz es lo que precisa mi atención. Si uno de mis hijos está enfermo, tampoco escribo, quiero que se recupere. Siento ser tan aburrida. Probablemente un artista real explotaría ese sentimiento.

-Yo a veces me he reído leyéndola, he pensado ‘qué ocurrencia’. Ese humor, ¿lo aprecia usted al escribir? ¿En algún momento se ríe?

- Cuando escribo es como cuando estoy cocinando. Es como pelar patatas. Un trabajo. Necesito estar cómoda. Si no, empiezo a distraerme. Mi mente debe estar enfocada. El hecho de poderme sentar significa que el resto de tareas está hecho. Últimamente no he encontrado muchos momentos adecuados. Y soy feliz cuando hago jardinería, no cuando escribo. En esta sólo obtengo contento cuando consigo lo que quiero. Todo escritor sabe cuál es una buena página y cuál no. No necesitas un editor para eso. A veces sé que he producido basura y he malgastado el tiempo en algo no va a estar en el libro.

- Quizá como ejercicio...

- No puedo decir que sea una persona radiante. Algunos escritores se visten bien antes de escribir, o toman chocolate, o eligen un sitio bonito. Yo no. Puedo hacerlo en la cocina, sólo debo tener la mente enfocada. A veces, en la cama me viene una idea, y pienso: “¿Qué hago?: ¿me despierto?, ¿cojo el ordenador?”. Y me niego.

- ¿Al día siguiente la recuerda?

- Nunca [sonríe]. Sé que debería levantarme y ser disciplinada. Los escritores tienen que trabajar en su obra todo el tiempo, se trata de atender constantemente al detalle, y a los fallos. Y yo no lo hago.

- Lo dice como si no se considerase demasiado escritora.

- Me veo con los pies muy en la tierra.

 

“No me tengo que esconder para decir lo que quiero”

 

- Cervantes, en El Quijote, usó la locura del personaje para decir cosas incómodas. ¿Usted se ha servido de ese ardid para poner problemas sobre la mesa?

- No. No me tengo que esconder para decir lo que quiero. Creo que eso ocurrió en mi primera novela, utilizando una voz de chico. No sé por qué lo hice. En cierto sentido, me ayudó a decir bastantes cosas que probablemente, de haber usado mi voz femenina en aquella edad y en aquel punto de mi vida, no habría podido. El libro que estoy escribiendo tiene la voz de una mujer de mi edad. Está siendo muy orgánico. Por supuesto, siempre puedes poner lo que tú quieras en tus personajes. Si estás escribiendo un libro significa que estás contando algo que quieres a través de voces de otra gente. ¿Por qué esconderlo más? Escribir un libro significa hablar en voz alta para mucha gente. No tengo que inventar un personaje para decir nada. Y si le digo la verdad, todavía no he utilizado gente loca. He utilizado gente infeliz y gente enferma, que es un poco distinto. Pero ¿qué es la locura? No lo sé, todos estamos un poco locos.

- En El jardín de vidrio, ¿la mujer que adopta a la niña del orfanato y le pide que hable ruso, y que se demuestra autoritaria a la par que a veces caritativa, es un trasunto de Rusia?

- No pensé en eso cuando estaba escribiendo el libro, pero no es una tontería: lo ha pensado más gente. Diría que el libro entero, la vida de ese personaje, Lastotchka, es la vida de mi país. Él es también, de cierto modo, adoptado. Moldova fue parte de Rumania, de Rusia, de la Unión Soviética, siempre huérfana, explotada, no muy querida. Así es mi país. Pero mientras lo escribía no quería hacer que la vieja Tamara Pavlovna fuese malvada. Para ser sincera, es una mujer muy típica de esa época. Muchos padres eran así, no necesariamente los adoptivos.

-Fue una época cruel sobre todo desde la perspectiva actual.

- Nosotros, de niños, no lo sentíamos así. Un niño sólo es infeliz si le ocurre algo especialmente malo. Si todo el mundo come helados y tú comes patatas, entonces eres infeliz. En cambio, si todo el mundo está comiendo patatas, no lo eres porque te ves como los demás.

- Se ha dicho que, incluso en las guerras, los niños no lo pasan tan mal. Se adaptan y juegan con tubos de escape.

- Cuando eres pequeño tienes el poder magnífico de no ver lo malo, por cerca que esté. Muchos niños tuvieron la misma vida que esta niña, Lastotchka. Así era la Unión Soviética, no había demasiada supervisión parental, trabajábamos desde que éramos pequeños. Yo crecí en la capital, pero la gente del campo trabajaba criando animales, cocinando… Las niñas de 8 y 9 años cocinaban, y yo ni siquiera cocino ahora. Así que la infelicidad del libro no surge de la explotación, sino de saberse abandonada. Eso se dio en Moldova todos aquellos años, y Moldova no era necesariamente pobre. En la Unión Soviética teníamos más o menos comida, no fue como en Rumanía, con déficit de todo. Nuestro problema era que no sabíamos cuál era nuestro idioma, o quienes éramos, o nuestra identidad. Así que creo que Tamara Pavlovna puede ser una metáfora de Rusia, pero al mismo tiempo puede no serlo: puede ser sólo una mujer que adoptó una niña porque necesitaba mano de obra, puede que la amara y la explotara en su beneficio... Y la niña, cuando creció, tampoco fue una persona amable. No dijo: “Está bien, fui adoptada, voy a ser buena con todo el mundo”. No. Es cínica como la época en que vivió.

- Moldavia, para la gente…

- Moldova, no diga Moldavia. Moldavia es el nombre ruso, ponga Moldova por escrito.

- ¿Moldavia es el nombre ruso?

- Nadie lo sabe, por eso lo digo.

- Moldova, pues. La gente ubica Rumanía, no Moldova. He leído que un 40 por ciento de las poblaciones de Moldova y de Rumanía es favorable a la unión de ambos países, pero también que en 2006 se dio un referéndum, no sé si limpio, en el que el 97 por ciento se mostró partidario de la anexión a Rusia. ¿Cuál es la realidad y cómo se relaciona usted con Moldova, ya que vive fuera? Y en tercer lugar: usted escribe en rumano: ¿qué relación hay entre Moldova y Rumanía?

- Nunca el cien por cien ha querido volver a anexionarse a Rumanía, pero siempre ha sido más del 50. No sólo hay etnias rumanas en Moldova: hay rusos, gagaúzos, ucranianos… que ahora están hablando de “la pureza”. Siempre ha existido gente que piensa que Rusia nos puede proveer de puestos de trabajo. Ahora, con la guerra en Ucrania, la postura es distinta. En este momento, querer estar con Rumanía significa querer estar en la Unión Europea. Una forma de preservar la independencia. Y querer estar con Rusia no significa lo mismo que hace tres años. Me barrunto que, incluso aquellos que no querían unirse a Rumanía, dirían hoy no a Rusia. Moldova siempre ha necesitado que alguien le diga qué hacer. En el presente es obvio que la sensación mayoritaria es de acercamiento a Rumanía y a la UE, reconociendo fuerzas políticas ligadas a Rusia. No lo veo normal, pero existe. Lo puedo entender como un interés económico… y porque a mucha gente no le gusta nuestro gobierno actual, aunque al fin, después de mucho tiempo, es democrático. En países así, las cosas cambian rápido. Moldova no tiene poder, no tiene protección. Ahora la meta es la paz. Si la guerra termina, podremos reanudar el debate, ahora no creo que haya mucho deseo de volver a Rusia, es la muerte.

 

“Europa es un sentimiento, no un lugar”

 

- ¿Qué significa para usted Europa Central?

- He vivido en Europa durante muchos años y creo que desde que estoy aquí, y llevo casi cuarenta en Francia, incluso la Europa que conocí ha cambiado. Ahora no hablamos de Europa como geografía. Europa son valores democráticos, una sensación de tolerancia. Donde vivo, tengo vecinos franceses, españoles, italianos… que no se preguntan la nacionalidad. Para mí Europa es un sentimiento, no un lugar.

- Cita la tolerancia y la democracia. En su primer libro de cuentos, que no está en español y no he leído, habla de la inmigración. Este fenómeno está sacudiendo el continente, vinculado especialmente al origen islámico. ¿Cree posible la asimilación?

- La asimilación no tiene que venir del país que acoge a los inmigrantes. La asimilación tiene que venir de la persona que llega al país. Si voy a Francia, debo estar preparada para respetar la ley francesa y pagar sus impuestos. Debo hablar francés y ser lo más francesa que pueda.

- El pensamiento líquido actual pasa por respetar las diferencias.

- A ver, usted debe ser lo más francés que pueda, al menos, en la vida pública. En casa, si no hace daño a nadie, me da igual. Eso Europa te lo permite. Soy cristiana ortodoxa, celebro la Pascua católica, esa es mi festividad. Y nunca nadie me ha dicho: “No vayas a la iglesia, no hagas esto o aquello”. Creo que hay diferentes tipos de migraciones. Quienes huyen de la guerra quizá no quieren necesariamente estar aquí, pero terminan aquí. Puede ser difícil para ellos. Pero si una persona elige venir a Europa debe firmar ese contrato.

 

“Es una elección muy subjetiva que te gusten mucho los libros de alguien a quien tienes que perdonar como persona”

 

- En sus dos novelas hay problemas paternofiliales y en esta misma conversación ha mencionado más de una vez a sus hijos. Alice Munro, según hemos leído, conocía que su marido abusó durante años de su hija. Ella lo ocultó y siguió con él. Fallecida la novelista, la hija ha revelado los hechos de manera impactante. Algunos lectores se han visto afectados -“Ahora no puedo leer a Munro”-. Pero los libros son los mismos. Este tema salió antes. A modo de cierre, se lo reformulo: ¿una cosa son los libros y el autor literario, y otra la persona y su vida privada?

- Hace dos años habría dicho que sí al cien por cien. Yo separaba al escritor, al pintor y al director de cine. No estoy segura ahora. Mentiría si dijese que veo a algunos escritores con los mismos ojos que antes. Esta guerra me ha afectado. Es nuestra. Lo ideal sería que sólo hubiera buenas personas y buenos escritores y buenos artistas, pero la vida no es así. Es una elección muy subjetiva que te gusten mucho los libros de alguien a quien tienes que perdonar como persona. A la gente que dice que no volverá a leer a Alice Munro probablemente yo no pueda convencerla de que lo haga. Esa historia me horrorizó y me llevó a pensar, ya que escribo sobre madres e hijos todo el rato, tiene razón, en las elecciones vitales tan distintas que puede asumir una mujer. A veces el amor es lo primero, a veces los hijos, a veces lo tu arte. Es cuestión de cada uno. Ella es una gran artista, una gran escritora. Yo no hubiera acometido esa elección, pero quizá tampoco soy tan buena escritora. Es una tristeza, pero ella sí sigue siendo una gran escritora.

Le quedan pocos días de descanso, lamenta haber invertido sus vacaciones en trabajar. En breve va a Moldova. Allí han montado, para el Teatro Nacional, un espectáculo sobre El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes. Se pone en pie: “Seguimos en contacto. Ahora voy con mis hijos”. Si pudiera, Tatiana Tibulaec se teletransportaría. Pero sus ojos se anclan en la cubierta de El jardín de vidrio. Desvela que los niños que salen le recuerdan a los suyos. “Es una locura, pero ella se parece mucho a mi hija y él se parece mucho a mi hijo”. No fue buscado. Una casualidad. Los dos sonreímos pensando que, de alguna manera, durante la entrevista han seguido junto a ella.