A Javier Lostalé

 

A este aljibe escondido

en este pueblo anclado entre los cerros

al que llaman El Oro,

venimos a por agua cuando el día

no puede todavía acompañarnos.

 

A coger agua vamos dos amigos.

Y ayer nos esperaba,

bebiendo entre sus manos agualuz,

un hombre con los años

de un olivo reviejo, con el lomo

tan doblado que hubieran

podido bendecirse en ese altar

el pan de cinco vidas y sus vinos.

Nos dio los buenos días

como ya no se usa, pues los daba

porque en sí los sentía y eran suyos.

 

Un alma como aquella,

toda puesta en los ojos,

tan magra y tan sencilla como el codo

que le vimos al viejo y parecía

higo agostado o cáscara de nuez,

¿dónde puede encontrarse?

Nos halló en lo apartado, dijo poco,

y para qué, si estábamos queriéndonos

junto al agua que canta de la fuente.

 

No he visto más ilustre inteligencia:

asida a su garrote,

se inclinó la bondad a coger agua

y nos llenó con nada, con mirarnos,

como sólo ella sabe de alegría.