El narrador, ensayista y poeta, Antonio Ansón (Villanueva del Huerva,1960) reedita la novela “Llamando a las puertas del cielo” en la colección Letra última que dirige la profesora de la Universidad de Zaragoza María Ángeles Naval en la Institución Fernando el Católico de la Diputación de Zaragoza. La primera edición fue en Artemisa Ediciones (La Laguna, Tenerife) en 2007 y en 2008 recibió el Premio Cálamo Extraordinario. Esta nueva edición de la novela cuenta con un excelente estudio y materiales complementarios pedagógicos de la novelista y catedrática de Literatura Española Ana Rodríguez Fischer. ¡Ahí es nada! esta novela es la narración de los años finales de la Transición española y la llegada de la democracia, desde la óptica de los pueblos de Aragón, de todos y de ninguno: todos se parecen. 

Una de las cosas que más me sorprende de esta novela es que apuesta por una eternidad negra, apuesta por la nada: por esa negritud infinita. Y en esa soledad uno recuerda historias, anécdotas, vicisitudes, pues en “este cielo de los muertos no se ve nada porque reina la negrura absoluta” (p. 129). Así pues tenemos una novela que sorprende desde la primera línea hasta la última. Nos podemos hacer una idea del más allá y tenemos a Ambrosio el Renacido que habla con los muertos y ve lo que sucede allende y aquende. Un personaje entrañable a quien hablar con los muertos le hace mucha gracia. 

Además, esta novela, por más veces que la releo, me llama poderosamente la atención el que el narrador sea una persona muerta y siempre me lleva a recordar la forma de contar de aquel célebre personaje legendario, el mago Merlín, de origen demoníaco que conocía, o al menos era capaz de adivinar el pasado y el futuro. En este caso el narrador testimonial muerto ha sido compañero de todos, jóvenes y viejos, y hasta amigo de algunos de ellos: los muertos le cuentan y él cuenta: el bueno de Andrés que se fue virgen. 

La novela está ambienta en un pueblo llamado Valcorza y ya se sabe y es de todos conocido y repito que todos los pueblos más o menos se parecen: uno es como el otro y el otro como el uno. La narración no podía tener otro inicio más firme, contundente, sereno y sugerente: “En el cementerio de Valcorza nos han ido enterrando a todos. Uno tras otro. Uno tras otro”. Ley de vida es el morir, aunque no siempre ahogados, claro. Hasta de un tiro de escopeta de caza o atropellado por tu propio tractor. 

Esta es una novela que consta de 41 capítulos, en unas 150 páginas en esta reedición, más 50 de estudio, un par de bibliografía y una veintena de material complementario pedagógico, por las 200 páginas de la primera edición, con los mismos capítulos, claro. Y es esa ocultación de la identidad del narrador lo que para mí es el principal motivo de la obra: puede ser el doble del autor, como Valcorza de Villanueva, tal vez… Lo que también me recuerda al “convidado de piedra”, aunque salvando las distancias, claro. 

También pienso que es todo y nada de esto pues “Llamando a las puertas del cielo” es una isla libre que se yergue a los cielos, que ha resistido el paso del tiempo, 17 años ya, contra la corriente más que a favor, y que a quienes se adentran en ella todavía se les ofrece un pasado reciente pasmoso, algo lejano ya es cierto, pero seguimos igual, que abre los ojos, a las persona lectoras, a todas esas posibilidades éticas y estéticas narrativo poéticas que purgan por salir del plano del momento aquel. 

Creo que es una novela tan plástica que bien se parece a un conjunto exquisitamente hilvanado de imágenes, estampas literarias, para un corto o para toda una película en blanco y negro. Es, no me cabe ninguna duda, todo un maravilloso guión de cine. Además, no me equivoco si aseguro que esta novela, “Llamando a las puertas del cielo”, que nunca traspaso, que tiene título de bolero o de canción norteamericana country o rock, aunque a mi me recuerda aquella canción “Hotel California” y también a Horacio, por aquello de que por mucho que salgas de tu casa nunca sales de ti mismo. Creo que es una obra plural que se alimenta de todo el bagaje lector del autor, hombre de basta cultura: que parece que lo ha leído todo y lo ha visto todo desde esos montes que sube y baja a menudo. Ansón es un amante impenitente de la fotografía y de la escalada. 

La novela, según se nos dice, es un relato sobre la Transición española, una sociedad rural que llama a las puertas de Europa, tratando de sobrevivir a su historia y a sí misma, una metáfora sobre la aldea que llevamos dentro, porque Valcorza podría ser cualquier lugar de España, y ninguno. Creo que, además el narrador, Andresito como su padre, llamado Andrés el Zanguango, quiere dejar testimonio de ese cantar y contar, de ese ser palabra en el tiempo: el autor es un poeta que, también hay que leer y tener en cuenta, busca captar y capturar la belleza fugaz del instante, de ese instante que narra, de ese temblor de la hoja de papel cuando escribes en ella con la pluma, y del brillo de las miradas de los vecinos: “El vano de las ventanas también manchaba con matices de amarillo cadmio la superficie lisa del mediodía vencido” (p. 75). 

La historia se centra en los años 70 del pasado siglo. Y está escrita, por un humanista diríase, de forma sencilla, humilde, maravillosa, de corte popular que engancha. Y no sé si sigue mucho las corrientes literarias de ayer ni de hoy, ese realismo que no termina de ser, donde Antonio Ansón da muestras de que domina con maestría el arte de contar como nadie. Humor irónico a raudales, aragonesismos. Un recorrido o una travesía de lo real a lo casi mágico, con milagro incluido a Miguel Zalaya, de ahí que se le apodase Tres Patas, con ese su estilo vigoroso, firme y poético. Si leemos entrelíneas y pensamos un poco es alta teología lo que se debate en esta novela. 

Una obra emocionante y conmovedora, enraizada en lo más popular, en lo más nuestro, para describir la cotidiana realidad de ese mundo violento, asesinato incluido, y lírico a la vez. Nuestro mundo de labradores que tan bien conocemos, somos de pueblo, al igual que el éxodo de los pueblos a las ciudades, esa diáspora está descrita con exquisita sobriedad, sin molestar, ni a los muertos ni a los vivos. Antonio Ansón trasciende la realidad, esta historia real de su Valcorza y el mío. El de todos. Me gusta este clásico innovador en su forma de contar la sorprendente descripción del paisaje y su paisanaje: cura, de Trento o vaticanista; y alcalde, del régimen y democráticos; maestro, filósofo kantiano trasmutado en socrático “hippy”; barbero, pastor, zoofilia, sida, prostitutas, amores y desamores, pantano, laguna, molino, río Altán, corruptos, drogadictos. O sea, todo un cuadro, de enormes dimensiones, cabe decir. Incluido el cansino fútbol y el Barcelona, que también este año ha perdido la Liga. 

Creo que Antonio Ansón es todo un novelista intenso donde plasma y se preocupa por igual de las pasiones y trabajos de los protagonistas como de la técnica narrativa de la novela, que va y viene. Vemos el argumento a través de sus personajes, del narrador muerto: a veces se invierte o confunde el orden temporal y asistimos primero a una escena y luego a otra anterior que la explica o la caricaturiza, cual Merlín. El estilo, sin ninguna duda, es apasionado y minucioso. Se fija en los pequeños detalles que hacen grande la obra. Tal vez y solo tal vez, a Valcorza, tu pueblo y el mío, persona lectora, le falta una bruja o curandera, que en muchos pueblos la había, por aquellos años. 

Pero para mejor decir y concluir esta reseña, citaremos a Rodríguez Fischer, que ella sí que sabe: un estudio prólogo de más que justa y necesaria lectura: “’Llamando a las puertas del cielo’ es una novela tan variada y rica en su composición y en los aspectos formales que articulan el relato, como en los personajes y las historias que protagonizan, cuyo conjunto da cuenta de un proceso histórico, político, social y económico que cubre medio siglo de la vida de España, también en el plano cotidiano e intrahistórico”. ¡Amén!.- 

Antonio Ansón, “Llamando a las puertas del cielo”, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2023.