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Configurar sentido descendente

Descubriré mi mundo

11 de septiembre de 2025 09:49:49 CEST

Voy a alcanzar contigo la línea del horizonte”, así arranca la antología de poemas y canciones de amor de Gabriel Sopeña, que Ignacio Escuín ha reunido en Bala Perdida bajo el nombre de Dame una noche. En este compendio lírico se reúne toda una vida de creación que abarca desde sus versos de los primeros ochenta, hasta los escritos anteayer. Pero ¿a qué amante omnipresente se dirige Sopeña en su verso de apertura? ¿Tal vez a Erató, musa de la lírica amorosa, a Euterpe -a la que, en efecto, dedica un poema- o a Calíope, musa de la poesía e inventora del canto? Tal vez, apele al corazón del lector, pues ante él extiende el propio canto. 

El libro se abre con las notas del autor, del editor y una breve poética, que dan paso a esa “despensita de afanes” que guarda el poemario propiamente dicho.  En su visión de la poesía, Sopeña destaca “el valor social de la palabra”, su carácter como “forma superior de conocimiento” y su privilegio de ser creadora de símbolos.  Así, el poeta es un ser dotado de una fina percepción y un deseo consciente de perfeccionarla mediante “persistencia, disciplina, rigor, severa y concienzuda militancia. Pasión y Reflexión, Acopio y Comunión”. Sopeña no concibe “la poesía sin discurso, sin un trabajo infatigable de elaboración de las vivencias, sin un paisaje íntimo […], sin una voz propia”, donde “la poesía exhibe necesariamente hondura estética y emocional”.

Versos como “Ardo / y mi humo es una ofrenda / que vuela en esta canción”, “nos amamos dentro de la vieja herida” o “toda mi sed es una fuente en tu voz”, nos ubican ante una escritura romántica, casi becqueriana, que -en otros versos- evoca a la canción pirata de Espronceda y que, por su clara apelación a los sentidos, evocan versos de amor como los de Rubén Darío, e incluso me instó a buscar “Un relámpago a penas” de Blas de Otero. En sus canciones hay un surco lírico y, consecuentemente, en el verso encontramos una voz enraizada en el canto, en el ritmo y en la rima -a veces oculta en el interior de la estrofa-, donde tañe el martinete de la repetición para crear una base sobre la que el sentimiento y el sentido alzan su armonía coral. Sopeña se apoya en la iconografía, en el territorio común que comparte con el lector, en ese mundo de referencias culturales que usa como arquetipos con los que aligerar el discurso y que permiten cantar directamente las emociones, generando una escala temporal en el poema donde “el pasado es el deseo puesto en fuga” y “el futuro está en tu boca”. 

Al amor se canta en estas páginas, al éxtasis, pero también al desamor, al dolor de la pérdida. Algunos poemas elevan su herida a la luz de un sol cálido y candoroso, otros pasan página en el verso cruel confesando que la pasión cayó desarbolada bajo el vendaval del desencuentro. Aunque, las más de las veces, la nave lírica ancla su proa plácidamente en la playa de otra piel, de otro sentir embravecido, o queda a la espera de su llegada con la nueva marea, sabedor de que su “único destino / es pulir un corazón / como una piedra con pálpito”.

“Es de noche y soy de barro”, el poeta es siempre un ser al desabrigo, en el camino, alguien que implora “dame un fuego”, “dame un ansia”, “dame una noche”. Pero la intemperie también enseña a contar historias, a seducir con el brillo de las ascuas nocturnas, a afinar la mirada que integra el tránsito propio con el paisaje e impele a confesarnos que “estoy vencido: / mi poesía es severa / y mi lengua es arquitecta / de mil aullidos de lobo”. 

 

Dame una noche. Gabriel Sopeña Genzor, Madrid, Bala perdida, 2025.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Ricardo Díez Pellejero

La dama de las letras búlgaras

11 de septiembre de 2025 09:40:33 CEST

Durante la elaboración de la antología Poesía búlgara contemporánea (Olifante, 2021), en la que colaboré en la adaptación al castellano con la traductora Rada Panchonvska, encontré lo que para mí eran un conjunto de voces nuevas y sugerentes. En especial, me llegaron de forma contundente las de Gueorgui Gospodínov y la de Yordanka Béleva, cuyos poemas suelo leer en las intervenciones a las que se me invita. 

Sobre Gospodínov, con motivo de la publicación de su novela Las tempestálidas y de su premio Booker internacional, ya he tratado de hablar y señalar los placeres de su lectura, pero sobre Béleva aún no había tenido la excusa que me diera pie a comentar su obra, al carecer de traducciones en nuestro país, hasta esta fecha. 

Recientemente, la editorial La Tortuga Búlgara, ha editado su colección de cuentos Los erizos salen de noche -obra que se publicó en Bulgaria en 2022- lo que nos proporciona el deseado pretexto para conocer mejor a esta autora que, a mi juicio, es la dama de las letras búlgaras contemporáneas. 

Como tengo por norma centrarme sólo en la obra que nos convoca, para quien pueda interesar, adjunto al final del texto una nota sobre la autora -dado que no hay mucha información disponible sobre su bibliografía-, y paso a dar cuenta de las notas de lectura de su primer trabajo íntegramente traducido a nuestra lengua. 

Su reciente obra, Los erizos salen de noche, es un libro delicioso que conviene disfrutar sin prisa alguna. Como con cualquier otro diamante, nos sorprende el brillo que emana, a pesar de su pequeño tamaño, apenas un centenar de páginas en las que se guardan dieciocho cuentos breves. El estilo de Béleva es tranquilo, suave, sedoso -si se me permite-, pues nos encontramos con una Penélope que hila un paño con el que filtrar la realidad de una forma hermosa y terrible, dejando impregnado su tapiz de momentos aislados, que cobran un sentido universal, al alcanzar el alma del lector con sus revelaciones. 

De su telar, sosegadamente, surgen piezas que guardan en común varios aspectos: el ritmo pausado, pero firme, del avance del relato; el valor de la palabra en todo su esplendor, es decir, como unidad semántica, pero también como ser vivo que se emparenta con otras formas, con otros sentidos, ampliando el juego de nombrar; la constante presencia de dos planos paralelos: el de la realidad que se narra y el de un universo mágico, sensible, neblinoso, que se funda con los pilares del recuerdo y de la emoción, de los afectos y la tradición, del dolor y del recuerdo de la contemplación de la belleza; así como una precisión en el decir y una riqueza de imágenes, que hace de estos relatos auténticas perlas que rescatar del fondo de la lectura. 

Así, por ejemplo, convierte la emoción de cada vida en la llama de una vela en la iglesia, que alguien -en otro lugar- debe encender; emparenta al origen de las personas con su destino, haciendo de ambos una suerte de bienes hereditarios; transforma los despojos en un motivo para conservar la fe; eleva una simple letra a la categoría de brújula de una existencia; convierte una mancha fortuita en seña de identidad; retrata maravillosamente la vida rural, los conflictos étnicos o la herencia soviética a través de detalles mínimos; introduce el lirismo en la narrativa llevando a su prosa a convertir lo terrible en imágenes exuberantes, como si una colección mariposas brillara aleteando ajena a los alfileres que las dejan presas ante nuestra mirada; genera con su emoción el pespunte que mantiene unidas a las generaciones, en especial hace visible la belleza de ese vínculo poderoso y mítico en el que se imbrican abuelos y nietos; señala la importancia de esas mujeres invisibles, pero fortísimas, sobre las que se levantan las civilizaciones; nos ofrece la perspectiva alquímica de la vida, en la que una parte minúscula, un objeto trivial, puede representar a un todo más complejo y amplio; retrata al amor familiar como puzle que se completa con la unión de todos los corazones y al divino como un perro famélico necesitado de misericordia; a la burocracia sistémica como sesgo que marca a las personas aleatoriamente; universaliza la soledad con el plato eternamente vacío en una mesa para dos; enuncia el consabido dilema entre el decir, que nada nombra, y el callar más elocuente o nos presenta la violencia de género armada únicamente con la espada de su voz y de una sencilla palabra, tal que un arándano, por ejemplo, describiendo magistralmente la fuerza del sacrifico que se transmite de madres a hijas. 

Si tuviera que recomendar un libro que llevar en el bolsillo para hacer del autobús un lugar de conocimiento, para convertir una sala de espera en un lugar de introspección o un parque en un lugar de ensoñación y nostalgia, no dudaría en sugerirles la lectura de Los erizos salen de noche, de Yordanka Béleva y entonces -en cuanto leyeran con calma sus páginas-, no dudarían ustedes tampoco en sentir que -sin lugar a duda-, nos hallamos ante la dama de las letras búlgaras contemporáneas. 

Nota biobliográfica: Yordanka Béleva nació en Térvel -un municipio del noroeste de Bulgaria de unos 6.300 habitantes- en 1977 y es poeta y cuentista. Estudió Filología Búlgara por la Universidad  de Shumen y se Doctoró en Biblioteconomía en Sofia, desempeñándose como experta en la Biblioteca del Parlamento de Bulgaria. Es autora de los poemarios Batas y barcas (2002), El momento omitido (2017) y Noticias de la tarde (2024) y -además de la que aquí comentamos- de las colecciones de cuentos El nivel del mar del amor (2011); y de las obras líricas Las llaves (2015), Keder (2018) y La misericordia de Dios (2025), todos ellos -poesía y prosa- aún sin traducción completa al castellano.

Sus cuentos y poemas también han sido traducidos al inglés, alemán, francés, turco, croata y árabe y están incluidos en antologías tanto búlgaras como extranjeras. 

Ha sido finalista y ganadora de múltiples premios nacionales -de todos los más prestigiosos-, tanto en la modalidad de poesía como en la de prosa y varios de sus cuentos han sido llevados a la gran pantalla, adaptaciones que también han obtenido reconocimientos internacionales. 

Además, ejerce como guía de otros autores en talleres de escritura, así como reseña obras literarias en la web Portal Kultura.

 

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Ricardo Díez Pellejero

Impedir que la poesía se convierta en algo inútil

5 de septiembre de 2025 12:09:29 CEST

“Un hombre de mimbre/ y en el corazón yo/ ardiendo dentro” como el casto y puro sargento Neil Howie que, precisamente por eso, es elegido como víctima y sucumbe quemado en el muñeco de mimbre de la película de Robin Hardy del mismo título. Lo importante de todo, más allá de la simbología propuesta por este interesante poeta leonés (muy distinto al reciente ganador del premio de la Crítica, el zamorano-leonés, Tomás Sánchez Santiago), es hallarse ante una extensa auto antología que lo es, y no antojolía, por lo cuidada edición de cuantos poemas ha considerado Vicente Muñoz principales, y se encargan de presentarnos los avales de Nacho Escuín y José Ángel Barrueco.

Un libro muy apetecible desde el pistoletazo de salida por esa vulnerabilidad confesional del autor, verosimilitud, legibilidad para “impedir que la poesía/se convierta en algo inútil”. Y así ocurre cuando Vicente Muñoz se dispone con el corazón en la mano a contarnos su balanceo y funambulismo existencial, crítico con la sociedad de consumo y el capitalismo tardío (por decirlo a la moda Jameson), desde el extrarradio lejano de quienes ahí sobreviven y pelean sin pacto hasta arder, tal y como le pasa al hombre de mimbre junto a la chica raptada. Su estar fuera del mundo que critica voluntariamente, como divergencia y resistencia, se declara desde la orfandad de quienes no se suman y se disponen a la crítica, y que se consolida en su avance hacia el proema o poema en prosa o en los libros finales, y hacia cierto minimalismo donde ha recalado o evolucionando su carveniarismo inicial. O, si prefieren, ese mundo que limitaba con Roger Woolf, que supo retirarse a tiempo o Karmelo Iribarren, cuyo gracejo efectista se ha ido volviendo mimético y mecánico en buena medida, en su sobreabundancia y falta de evolución, aunque haya momentos apetecibles. No ocurre este mecanicismo en Vicente Muñoz, a quien, quizá, le sobren igualmente algunos declarativismos, pero ha tenido el valor de evolucionar en las maneras de contarnos su inadaptación y desasosiego, al hilo de la vida y lejos del automatismo de los poetas rentistas. Vicente Muñoz pelea con la vida y sus diablos interiores con autenticidad cambiante (y eso se percibe), con sus alzamientos desde la singularidad y la pobreza, en su evolución hacia el amor frente al encapsulamiento ácido; o hacia una introspección reflexiva (con motivos cambiantes y pensativos desde la inicial la tropología del mar hecha en su evolución bosque y monte como interlocutores), y donde ha empezado a coquetear con el Tohu y el Bohu, el caos y el vacío, pero también a reflexionar sobre el carpe diem y sortear el dramatismo apresador. Y así nos lo cuenta en esa última fase de diálogo con sus resistencias y desalientos, ciclotimias.

Tiene el lector, por consiguiente, una buena oportunidad de leer una poesía apartada del hermetismo y lo fragmentario, propia en sus imágenes e imaginario, muy personal y alejada de los trabalenguas que parecen decir más de cuanto cuentan, como el peor Lezama Lima (no el de Fragmentos a su imán. No todo el mundo es Marosa di Giorgio, aunque a veces recargue de más) para acercarnos a una obra difícil de conseguir por su dispersión y que, ahora, gracias a Editorial Páramo y su cuidada puesta en escena, nos llega finalmente, pues era esperada. No le decepcionará al lector acercarse a ella, ni conocer su verdad sin trampa en esta cuidada selección de libros de la juventud, desde sus desarreglos en Canciones de la gran deriva a su evolución hacia Animales perdidos, de tan explícito título en su camino de perfección; o los poemas en prosa de Días de ruta, hasta el último Poesía es un arma que carga el diablo. Y es lo que no es un blablablá chachachá huero y fingido, es atractivo siempre, se esté de acuerdo o no con su propuesta estética. Y ese talento en el saber decirse nunca nos decepcionará en este libro que pongo al alcance de mi mano en la biblioteca.

 

Vicente Muñoz Álvarez, Hombre de mimbre. Antología poética (1999-2025), Valladolid, Editorial Páramo, 2025.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Rafael Morales Barba

El primer párrafo de "La caracola" de Marisa Madieri

5 de septiembre de 2025 11:52:03 CEST






Para Claudio

  





La conchiglia

 “I manutara sono ritornati. Giungono ogni anno dal mare, in grandi stormi, indecifrabili messaggeri del l'ignoto. All'orizzonte appare dapprima una macchia scura, che sembra immobile mentre si gonfia impercettibilmente. Poi, d'improvviso, la macchia si avvicina, è una nube veloce che s'allarga, si distende, incombe su di noi, il cielo è trafitto da mille frecce. Con alti stridi gli uccelli iniziano a volteggiare disordinati sopra l'isola, senza osare scendere, ancora increduli d'esser giunti a destinazione. I più scelgono gli scogli di Motu Nui e Motu Iti per nidificare”.[1]

 

La caracola

 “Los manutara han vuelto. Llegan todos los años desde el mar, en grandes bandadas, indescifrables mensajeros de lo des-conocido. En el horizonte se ve primero una mancha oscura, que parece inmóvil mientras se infla imperceptiblemente. Después, de improviso, la mancha se acerca, es una nube veloz que se ensancha, se extiende, se cierne sobre nosotros, mil flechas traspasan el cielo. Con chillidos agudos, los pájaros comienzan a revolotear en desorden sobre la isla, sin atreverse a descender, todavía incrédulos de haber llegado a destino. La mayoría elige los peñascos de Motu Nui y Motu Iti para nidificar”.[2]

 

Ex conchis omnia, motto de Erasmus Darwin.

 

I

 

Una voz personal que habla en nombre de muchos –noi– describe un espectáculo cósmico. Recuerda a cierta poesía surrealista en la que el yo queda elevado, como su voz, a una dimensión colectiva y ancestral. Pienso en el René Char de Los primeros instantes: 

“Mirábamos correr ante nosotros el agua creciente. Borraba la montaña de golpe, escapando de sus flancos maternales. No era un torrente que se ofrecía a su destino sino un animal inefable en cuya palabra y sustancia nos habíamos convertido. Nos mantenía enamorados sobre el arco todopoderoso de su imaginación. ¿Qué intervención hubiera podido obligarnos? La mediocridad cotidiana había huido, la sangre arrojada era devuelta a su calor. Adoptados por lo abierto, apomazados hasta lo invisible, éramos una victoria que no terminaría jamás”. 

Se nos ofrece aquí también la descripción de un inmenso e insondable movimiento circular. Pero ya había otro círculo: el de la caracola del título. Unos pájaros llegan del mar o, más bien, desde el mar. Llegan como mensajeros de lo desconocido y asoman al principio muy lentamente por el horizonte. Son muchos. El mar, la mer de Valéry es fecunda. Llegan con un aire marcial, aunque terminarán por perder el orden de la formación. No está describiendo un paraíso. Stormi tiene resonancias de milicia; como ocurre a menudo con la naturaleza aparece la violencia de la fuerza que rompe el satus quo: asalto, tormenta, stormo, storm, Sturm… Una masa negra, una mancha que se acerca, por mucho que sea una mancha familiar. 

Pero, si no está describiendo el paraíso, ni una escena genésica (no es un principio sino un ciclo), ¿ante qué estamos? Ante una una machia (mancha) en el cielo, los manutara (mensajeros de lo desconocido) que chillan –alti stridi (chillidos agudos)- como mugían las bestias que otros pueblos sacrificaban a los dioses del mar, en otra expresión mitológica de la adoración a la fecundidad. 

Aquí el movimiento de los pájaros, hasta cierto punto insidioso, viene del mar de los dioses a la tierra de los hombres. Es su destino. Llegan con un mensaje desconocido. Un mensaje celestial que lanzan como saetas a unos destinatarios que apenas comprenden nada, aparte de lo esencial.

 

 II

 

No puede ser que toda esta construcción no signifique nada. “La traducción del lenguaje de las cosas al de los hombres es la traducción de lo mudo a lo vocal; es la traducción de lo innombrable al nombre” escribió Walter Benjamin al final, en otra suerte de testamento. Imposible no asociar estas imágenes (la mancha oscura, los pájaros mensajeros del cielo, las flechas que se lanzan sobre los hombres) con la realidad de la escritura: el cielo es la página y los pájaros escriben, en un lenguaje ignoto, el mensaje en forma de caligrafía divina. Para los griegos, los trazos angulosos de las bandadas de grullas pueden haber estado en el origen plástico de algunos de los primeros caracteres alfabéticos: la formación en V de esas y otras aves sería la inversión de la delta mayúscula. El carácter adivinatorio, cosmogónico y sagrado de los primeros alfabetos está presente también en los inicios de la escritura jeroglífica egipcia: Thot, dios de la escritura, era simbolizado por un ibis blanco. Por no hablar del uso, tras la invención china del papel (siglo I), del cálamo hecho de las plumas que ocas y gansos mudan anualmente. 

Pero no hay que fiarse del cielo de los hombres. El Talmud advierte de las amenazas que se ciernen sobre quienes se aventuran por los salones de los palacios superiores. La autora sabe limitarse a describir y no interpreta los mensajes, lo que sería tanto como producirlos. Estamos ante palabras poéticas, no rituales. Un poema no del Cielo sino “en aras del cielo, sí, y del resplandor del mundo”. El poeta no es un ángel del Dios vivo. Ni el narrador tampoco. No, tan solo un personaje que recuerda a su mujer. 

El desorden de los pájaros evoca un texto del Zohar. “Una letra golpea desde abajo, y sube y baja y dos letras vuelan sobre ella. Son letras masculinas y femeninas”. 

Sobre el baile celeste de las letras y sobre las frases impecables de un párrafo perfecto como este, escribe Pound: “Tres o cuatro palabras en perfecta yuxtaposición son capaces de irradiar una energía de potencia inmensa: estas palabras deben amplificarse y no neutralizarse mutuamente. Esta peculiar energía que las alimenta es el poder de la tradición”. Tradición que se esconde con elegante pudor en el lenguaje.

 

III

 

¿Sabemos algo del mensaje? Sí. Sabemos que los pájaros han venido a nidificar. A hacer sus nidos. Es su destino, pero aún no se lo creen y por eso revolotean lunáticos sobre el mar y los riscos. Para criar. Para resguardarse. Para descender y asentarse (del germánico ne-der, del indoeuropeo ni). Por eso en italiano nicchio (nicho) se refiere también a la concha marina: allí donde el molusco hace su casa. Los nichos de las peñas y la conchiglia en la arena de la playa están íntimamente conectados. 

En este caso sabremos por la continuación que la concha es una caracola (palabra que proviene, a través del latín cochlea y del griego kochlías, de la raíz indoeuropea konkho, común a concha y caracola). Figura en espiral. Conformada en círculos, de nuevo el ziggurat babélico con su simbolismo erótico. En escalera que, como hacen las flechas aladas de los pájaros, sube y baja en la vida de los hombres. Como en el acto sexual evocado más tarde en el libro en un movimiento bellísimo de entrega en el que la mujer recordada, en cuclillas sobre el agua, se ofrece con toda su belleza al ser amado. O en la escena final en la que, jugando como niños, él la sumerge y la levanta sobre la blanca espuma del mar, mientras sus cabellos negros caen brillantes sobre su piel morena “cubierta de mil gotas relucía como el interior nacarado de una caracola”. Nada había existido antes que nosotros”). Hombre y mujer fuente de vida. Nada había existido antes que nosotros. Últimas palabras de un texto que están ya en el título: cuando ella recoge la caracola arrastrada por las mareas lunares y se la pone al oído (otra concha) se la encuentra vacía. El animal ha muerto y ya no está. La caracola es al tiempo imagen de la vagina, de lo que puede nacer de ella y también el lecho fúnebre que a todos nos espera. No nace una generación nueva sin que la anterior muera. La llegada de la bandada marca marcialmente los tiempos. 

“La concha es la palabra que decimos –escribe Shabestari en la Rosaleda del misterio–; la concha simboliza el corazón”. Concha-animal-perla; hombre-mujer-hijo; misterio–signo–significado. Tres tríadas que a mí me parecen reconocibles en estas primeras líneas mágicas. 

La voz personal que habla en nombre de muchos lo hace en presente: I manutari sono ritornati (atención al ritmo y la rima consonante: dos palabras de cuatro sílabas cada una con una monosílaba y una bisílaba logran el milagro de un suave crescendo). Describe algo que se repite circularmente (ri-toranti), que marca los tiempos de los hombres en su iteración y que se acerca a algo intemporal y en ese sentido fijo. Por eso, imperceptiblemente también, como los pájaros se despliegan en el cielo, la voz en el texto se torna más impersonal y aparecen los verbos en tercera persona y los pronombres reflexivos: “la macchia si avvicina, è una nube veloce che s'allarga, si distende, incombe su di noi, il cielo è trafitto da mille frecce” (“la mancha se acerca, es una nube veloz que se ensancha, se extiende, se cierne sobre nosotros, mil flechas traspasan el cielo”). 

La voz consigue el milagro de estar describiendo a un tiempo lo que ve y lo que recuerda. Escribe entre figuración (lo que ve con los ojos) y abstracción (lo que sabe y recuerda). De ese modo se funde con el movimiento natural que, marcando el tiempo humano, está fuera de él.

 



[1] MADIERI, M. La conchiglia y altri raconti. Libri Scheiwiller (1998)

[2] MADIERI, M. Traducción de Valeria Bergalli y César Palma, en María y otros relatos. Minúscula (2021).

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Álvaro de la Rica

Un panteón postmoderno

29 de agosto de 2025 10:18:33 CEST

Razón del inconsciente, de Javier Asiáin, es el nuevo libro del poeta y gestor cultural pamplonés, editado por Chamán Ediciones. Un compendio de poemas donde se acercan, mito y origen, hacia la psicología y la mitología clásica, bruñida con algunos elementos de cultura pop que acompañan y actualizan la propuesta. Abrir, con la cultura clásica: “Para encender el núcleo / de la mente humana”, seguir con Adonis: “Funesta alegoría / de la hormona del crecimiento”. El enfrentamiento entre Afrodita y David, el Antiguo Testamento y la Odisea, mezclar los imperios romanos, occidente y oriente, verbalizar estadios adaptados: “La impotencia sexual / lo condena a un frío eterno”. Viajar de Suiza a la playa helada de Ingmar Bergman, en la partida de ajedrez donde Woody Allen convive con la muerte: “Que ataviado con una guadaña / atentarás contra tu padre”. ¿Qué son las dimensiones? ¿Reglamentación euclídea? "No hay mayor titán que el miedo". Me encuentro a Cenicienta y Campanilla conviviendo en el Mediterráneo, ¿Qué laberinto habita el minotauro? 

Gestiona este poemario las preguntas a través de sus propias interrogaciones, metáforas actualizadas del inconsciente colectivo. Existe un filamento de niebla que devora el recuerdo, pensando en Ariadna. Diana, la mujer maravilla de los tebeos que nos acompañan: “El erotismo de creerse excepcional / fue llama y, a su vez, ceniza”. Pienso en Gal Gadot, claro. Puesto que no solo nos entregamos a la oscuridad, está Hamlet y está Fausto: “Ahora entiendo que con tanta presunción / Mefistófeles te comprará a bajo precio”. De la Biblia al péplum, “Un día acabó contigo / a base de rendirse cuentas”. Sófocles y Antígona: “Te hizo esclava de su necesidad / y anciana de tu juventud” y sigue con “El día de tu entierro / apareció tu nombre en la necrológica”. Guardar y consumir ejemplares, meter la vida en cajas, llenas de libros, voluminosa poesía: “Acaso nadie les enseñó / qué hacer con la abundancia”. Cera, sol, ceguera. Ese sol estaba tan alejando en aquellos tiempos que parecía una estrella, así que enhebramos la galaxia, en el cribado de las distancias: “Y no existe un arte para el vuelo / cuando no se ha aprendido a caer”. Vengo de una lectura anterior donde apareció Francisco de Goya, alrededor del fuego, abrazo a los hijos de Saturno, así que me reconforta esta explosión lírica. En la escucha activa se refleja el autor y el lector, elementos activos, paralelismos, imágenes construidas, lenguaje no verbal: “Ya ha existido un sesgo / un latido ínfimo”. Lectura, subrayado en rojo, un lector distanciado de la poesía que se acerca a este libro, un autor que contempla por encima del hombro, que lee y acompaña, artista y lector, una especie de diálogo a tres bandas, entre el autor, el lector y los protagonistas de los versos. Así que, encontrándonos en otra dimensión, saltar hacia otro espacio, de Peter Pan a Caperucita Roja, ejerciendo un simbolismo constante y disciplinado: “La niña feroz y el dulce lobo/de ojos misericordiosos/se aman a escondidas del mundo / en el mismo cuento”. Saltar de lo clásico a las leyendas de ayer, que cristalizan en trastornos, movimientos, teorías: “¿Qué importa si nadie entiende / ese vínculo encendido entre memoria / y carne ensimismada?” Amor indisoluble, no circunstancial. El estímulo condicionado, la salivación del animal, ¿qué esperas de la existencia, pregunta el poeta? “El niño obedece al índice / y aprende el camino a las estrellas”. Una poesía que actualiza los referentes, que construye sobre el mito, que ejerce de demiurgo entre panteones y versos. Poeta que se reproduce en todas las voces posibles, paternidad, vida y cielo. Cierro, copio, paladeo: “Un poema es un acto de redención / en la penumbra”.

 

Javier Asiáin, Razón del inconsciente, Chamán Ediciones, Albacete ,2025.

 

Escrito en Sólo Digital Turia por Octavio Gómez Milián

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