Las citas de los maestros con las que comienza un libro nos dan ya indicios de sus analogías. Son su contraseña de entrada. El autor las coloca en el umbral de su obra como si se tratase de exvotos para que el lector perciba los primeros atisbos de lo que hallará en sus páginas, de las fábulas y personajes que habitan ese locus que va a recorrer con los ojos y con la imaginación. La acústica de los iglús, primer libro de relatos de la autora mallorquina Almudena Sánchez, da comienzo con estas dos citas: "Hay algo de lo que no nos curamos, y de lo que no nos curaremos nunca", Natalia Ginzburg y "Hablar es un acto de desesperación", Eloy Tizón.

 

Natalia Ginzburg alude con sus palabras al mal individual de la creación, ese mal alojado en algún lugar entre la cabeza y el corazón que reverbera con un ruido propio. Experiencias, personajes e historias viajan en el pensamiento creativo como voces de fantasmas en una campana de cristal o en un refugio de hielo. Se trata de un mal autoinmune e incurable que solo halla alivio en el acto de escribir en esa "lengua extranjera" —recordando a Proust— que es la literatura. Una lengua que se parece a la que hablamos pero que es susceptible de cambiar de color y de naturaleza cuando el escritor sufre ese momento de tribulación o de éxtasis que le permite expresar su “mal” en un tizoniano acto desesperado. Esto es lo que nos anuncia Almudena Sánchez con sus citas. Que se propone hablar de aquella música incesante que lleva dentro. Y que lo hará de manera libre y gozosa, creando imágenes de otro mundo, de un mundo original, viajero, solitario, recóndito, galáctico, musical e indomable. Así habla un personaje en uno de los relatos: “Seguro que aquello era realmente música. Aquello se oía de lejos, como pasa con los susurros y con algunos pensamientos: hay que aguzar bien la mirada para que se aguce de forma simultánea el oído. Hay que agudizar el tacto, para que se aguce el aparato respiratorio o para reactivar, de una vez por todas, el diafragma. Hay que aguzar el olfato para pronosticar algunos días de mucha, muchísima lluvia”.

 

Hay en los relatos de Almudena Sánchez confluencias y homenajes a la narrativa de Clarice Lispector. Comparten ambas el erotismo, el interés por episodios de la infancia, el dolor del pasado, pero también el goce de las pequeñas felicidades clandestinas en medio de un mundo de frustraciones y enfermedad: “Se pulsa un botón y la vida se enciende”, dice Clarice Lispector. “La muerte nos despide con los ojos abiertos”, dice Almudena Sánchez.

 

En los relatos de Lispector hay un zoológico emblemático y real, de animales que nos miran con amor o con odio. En los de Sánchez los animales huelen la enfermedad prematura y la olfatean con gusto, con placer o con rabia: “Quería saber hasta qué punto los animales detectaban mi enfermedad. El zoo estaba en calma. Los elefantes se movían en el espacio raquítico de veinte metros cuadrados, y aunque yo me acercaba con cautela, como otro animal herido, para que me olfatearan, no me hacían demasiado caso. La fauna seguía su curso, entre bambalinas, comiendo pescado y moras, acicalándose, relamiendo un tronco árido casi seco y pisando charcos de barro. Los delfines saltaban encasillados. ¿Existe un salto más triste y más aplaudido que el del delfin?”

 

En las lecciones que Italo Calvino se proponía dar en Harvard, a finales de los ochenta, el maestro apuntaba ciertas características y tendencias del cuento a partir de las cuales los autores desarrollaban su propia gramática literaria, o si se prefiere, su propia visión lingüística, filosófica y estética del cuento. Como consecuencia de esas gramáticas propias, desde finales del siglo veinte se ha producido una hibridación de géneros en la narrativa breve. Un difuminado y hasta borrado de fronteras entre lo fantástico y lo realista.

 

A La acústica de los iglús no le sientan bien las etiquetas, o al menos las etiquetas excluyentes. Porque se trata de un libro con elementos fantásticos y un sustrato bien pegado a tierra. En sus páginas se habla de la enfermedad, la muerte, la precariedad, el desempleo, el menosprecio a la cultura, la filosofía agonizante, la disciplina, el despertar sexual, los miedos, los deseos, la necesidad de fingir, la supervivencia… Son relatos de ideas ágiles que ocurren en coordenadas espacio-temporales no siempre ajustadas a la lógica real: carreteras que conducen a ninguna parte, arenas movedizas, un satélite en algún lugar de la galaxia, teleféricos que dan la vuelta al mundo... Relatos de imágenes memorables, del alta fantasía, llenas de analogías y contraposiciones. Mundos de potente cromatismo, con múltiples y trabajadas capas de significado, de complejidad tan atractiva como enigmática, en los que se aprecia una fijación obsesiva por los pequeños detalles y un interés meticuloso por la fragmentación de tiempo y escenas.

 

En las narraciones de La acústica de los iglús confluyen un raro existencialismo y la mejor literatura del absurdo. Son historias marcadas por el humor y la sorpresa como elementos para denunciar situaciones sociales o para reflexionar sobre cuestiones vitales de manera discontinua, pero persistente. Con frecuencia encontramos en ellas pensamientos expresados a la manera certera y sugerente de los aforismos: “En el hospital, se tiene una visión amplia de nuestros alrededores. Como si la enfermedad, en esencia, incluyera unos prismáticos”. “Los sueños son recuerdos artísticos”.  “Hay momentos en que el deseo se torna desafiante y pegajoso”.

 

En el universo acústico de Almudena Sánchez todo sucede como en un falso cuento de hadas, cuya luminosidad se degrada a medida que avanzan los miedos, los reveses y los naufragios. Sus escenarios plásticos y cinematográficos, de misteriosas claves, engranajes secretos y tiernas imágenes nos hacen sentir el raro hechizo de una sala de cine a oscuras.

 

A Borges y luego a Piglia debemos el concepto de lector cómplice, el lector como parte integradora en la construcción y desarrollo de la historia. Un lector predispuesto a lo lúdico en la lectura, colaborador en su interpretación y su mensaje, si el relato es lo suficientemente sugerente como para suscitar en él reacciones emocionales de cualquier signo. La acústica de los iglús tampoco admite lecturas indiferentes, solo los lectores cómplices podrán disfrutar enteramente de sus relatos.

 

Tras leer La acústica de los iglús, me vienen a la cabeza las siguientes palabras de Miranda July, escritora, guionista y cineasta norteamericana: “En el arte tienes que quedarte ahí colgado, no sabes qué estás haciendo y de repente todo da un giro y llega el significado y la conexión. Tienes que hacer el trabajo de todos modos con una devoción que roza el rito y luego algo ocurre, como en un matrimonio. Al final todo tiene que ver con el esfuerzo, así es como funcionan las cosas”.  Y realmente funcionan.

 

 

 

 

 

 

Almudena Sánchez, La acústica de los iglús, Barcelona, Caballo de Troya, 2016.