Ese árbol pequeño

no busca amparo

en ninguna mirada humana.

Cada día se recibe a sí mismo

hasta alcanzar sin memoria

su honda plenitud,

y así repartir su gracia

sin escuchar otra respuesta

que el vuelo quieto

de su propia respiración.

Ese árbol eres tú,

solitario canto enamorado,

en medio de un paisaje

que mudo también te responde

hasta amanecer

en todo lo que no sabes

pero que ya te inunda con su luz.