Escarabajo Hércules

Soy una criatura magnífica, nadie puede negármelo. Tengo un cuerpo macizo, de color gris perla, espolvoreado con manchitas negras, y un cuerno impresionante, proyectado al frente como el espolón de una galera. Poseo, además, otro segundo cuerno, aunque no sea tan impresionante como el primero, y un par de alas membranosas, protegidas por un caparazón quitidinoso. De un extremo al otro de mi cuerpo, puedo llegar a medir hasta treinta centímetros, y avanzo contoneándome sobre mis seis robustas patas, como un barco de guerra sacudido por vientos de través.

Lo malo, señores, es que, a pesar de mi terrible aspecto, soy una criatura inofensiva y pacífica, que odia la violencia y que cada mañana, en el rincón más apacible del bosque, me emborracho con savia azucarada y sueños mundos mejores.

Dirán ustedes que eso no es tan grave. Yo, sin embargo, vivo con el alma en vilo. Algún día alguien descubrirá que, con mis dos cuernos, ni siquiera soy capaz de partir el pétalo de una rosa. Cuando eso ocurra, no me quedará más remedio que renunciar a mi máscara y aceptar el desafío de los que hoy, al verme aparecer, huyen aterrorizados.

 

El murciélago

- A ti te inventó Satanás-, le increpo, mientras revolotea a mi alrededor. Y eres, sin duda, la más fea entre las criaturas nocturnas.

- Tienes razón, -me responde el murciélago-. Lo soy. Pero quiero que sepas que más de una vez he volado junto a las golondrinas emigrantes. Es cierto que, al término de la emigración -después de muchos días de bolar junto a la belleza- nuestra fealdad se mantuvo intacta. Pero sería injusto que los hombres, antes de dictar sentencia, no tuviesen en cuenta mi buena voluntad, e incluso mi ingenuidad, al pensar que la belleza es algo contagioso.

 

El gusano

- ¿Y tú? ¿Quién eres tú?, pregunto a la minúscula criatura que descubro a mis pies.

- Yo soy el gusano, -me responde-. Un animalito estúpido y lento. Respiro a través de la piel y mi tubo digestivo se prolonga de un extremo al otro de mi cuerpo. Pero mi madre, a poco de nacer, me dijo: “No te preocupes, Federico. No eres inteligente, ni hermoso. No tienes alas. Ni siquiera tienes pies. Arrastrándote, sin embargo, podrás llegar a cualquier parte”.

 

La mantis flor

- Vivo atormentada por la duda, me confiesa, acongojada, la hermosa mantis. Fíjese usted en mí. La parte inferior de mi cuerpo se asemeja a un ramo de hojas muertas. Entre ellas, en la cima de un largo rabillo, se yergue un magnífico pétalo púrpura, azul violeta y rosado. Mis patas anteriores, que son las que se aferran a la presa, presentan una larga dilatación membranosa que imita una orquídea. Mas de una vez, contemplándome en el espejo del estanque, me pregunto: ¿Y si yo no fuese ese insecto cruel que pienso ser? ¿Y  si yo fuese, en realidad una flor?

 

El sapo

- Pues yo ni siquiera tengo el privilegio de la duda, -me dice enseguida el sapo, interrumpiendo a la mantis flor-. Se muy bien quien soy. Un animal maldito, a quien algunos han creído ver en los aquelarres, vestido de terciopelo y alzado sobre sus dos patas traseras. Cuando me irrito, transpiro, a través de las verrugas de mi cuerpo, un veneno mortal. ¿Qué puede pues importar a la gente que mi voz sea dulce y que, en mis ojos, palpite el resplandor de lejanos incendios?.

 

La mosca cabezuda

- Me río de las aprensiones de esa horrible criatura, -zumba una mosca, posándose a mi vera-. No se preocuparía tanto de la opinión del prójimo, si, como hago yo, cultivase más su espíritu. Que mi conducta le sirva de ejemplo. Antes de que yo naciese, mi madre persiguió al abejorro en pleno vuelo y depositó sobre su cuerpo el huevo del que procedo.  Una vez convertido en larva me las ingenié para penetrar en el cuerpo de aquel estúpido. Durante algún tiempo viví cerca de su conducto digestivo, alimentándome con su sangre. Con el tiempo el abejorro fue debilitándose y acabó muriendo. Sonó entonces la hora de mi liberación. Hoy, convertido en insecto adulto, quiero proclamar que, pese a mis oscuros orígenes, me he convertido en un intelectual consciente que vive inmerso en el contexto histórico de su tiempo. Ahí está, para demostrarlo, este gran cabezón mío, más ancho, incluso, que mi propio tórax.

 

La pulga de agua

- Al cuerno esa mosca presuntuosa. Mejor vivir en la ignorancia. ¿Para qué sirven los libros? ¿Para aprender mejor en ellos nuestras limitaciones? ¿Para vislumbrar el destino cruel que nos aguarda?. Aquí estoy, por ejemplo, yo. Mi cuerpo es transparente. Cualquiera puede ver, en pleno funcionamiento, todos mis órganos internos: cerebro, músculos, intestino y corazón. No tengo secretos para nadie. Pero mi noble transparencia no sirve de nada. Si mis hermanos, que ahora son felices, pudiesen leer, sabrían cual es el fin que les espera: cultivados artificialmente en un tanque de agua, servirían de pasto a los opacos peces del acuario.